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Universitas Humanística

versión impresa ISSN 0120-4807

univ.humanist.  n.69 Bogotá ene./jun. 2010

 

Las geopolíticas de la seguridad y el conocimiento: de los controles fronterizos a las amenazas deslocalizadas1

Geopolitics of Security and Knowledge: From Border Checkpoints to Delocalized Threats

As geopolíticas da segurança e do conhecimento: do controles das fronteiras às ameaças deslocalizadas

Vladimir Montoya-Arango2
Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia3
vladimir@iner.udea.edu.co


1Este texto es producto de la investigación del autor en la línea sobre Espacio y poder del Grupo de Estudios del Territorio. Una versión preliminar de este texto sirvió como base para la conferencia presentada en el I seminario sobre Povos Tradicionais, Fronteiras e Geopolitica na America Latina: uma proposta para a Amazônia, realizado en septiembre de 2008 en la Universidade Federal do Amazonas, Manaos, Brasil.
2Antropólogo, Universidad de Antioquia, Medellín. DEA Antropología Social y Cultural, Universidad de Barcelona, Barcelona.
3Docente investigador del Instituto de Estudios Regionales. Coordinador de la Maestría en Estudios Socioespaciales e investigador adscrito al Grupo de Estudios del Territorio.

Recibido: 10 de diciembre de 2009, Aceptado: 23 de febrero de 2010, Documento final recibido: 11 de marzo de 2010



Resumen

Este trabajo reflexiona sobre las transformaciones de la geopolítica en los siglos precedentes, desde el modelo colonial eurocéntrico hasta la hegemonía estadounidense. Particularmente, enfatiza sobre los virajes geopolíticos producidos por la aparición de múltiples asuntos y agentes que median en la escala mundial, conformando un orden contemporáneo caracterizado por la pluralidad de relaciones de poder y de tensiones que revientan el papel regulador de los Estados-nación y que entrecruzan distintas escalas, desde lo internacional hasta lo regional y local. La geopolítica aparece hoy conectada con el manejo político de la vida de los individuos y el control de sus cuerpos, con la jerarquización del paisaje y el dominio de la naturaleza, y con el cuidado y difusión de técnicas productoras de seguridad colectiva. Al final, se reflexiona sobre las consecuencias posibles de estos discursos hegemónicos para el ordenamiento territorial Panamazónico y para la vida de sus habitantes tradicionales.

Palabras clave: geopolítica, biopolítica, orden global, seguridad, riesgo, decolonialidad, Panamazonía.


Abstract

This work reflects on the changes geopolitics has undergone on the previous centuries, from the Eurocentric colonial model to US hegemony. Particularly, it lays an emphasis on geopolitical turns produced by the emergence of manifold issues and agents mediating on a worldwide scale, shaping a contemporary order characterized by plural power relationships and by strains overcoming the nation-states regulating role and intertwining on various scales, from the international to the regional and local levels. Geopolitics appears to be linked today both to the political management of individuals' life and control over their bodies, through landscape ranking and nature control, as well as to care and diffusion of collective security producing techniques. In the end, a reflection is suggested on the potential consequences of these hegemonic discourses on Panamazonian territorial planning and on its traditional dwellers' life.

Key words: geopolitics, biopolitics, global order, security, risk, decoloniality, Panamazonia.


Resumo

Neste artigo reflete-se sobre as transformações da geopolítica nos séculos precedentes, desde o modelo colonial eurocêntrico até a hegemonia norte-americana. Particularmente, enfatizam-se as viradas geopolíticas produzidas pelo aparecimento de múltiplos assuntos e agentes mediadores na escala mundial, conformando assim uma ordem contemporânea caracterizada pela pluralidade de relações de poder e de tensões que parecem romper com o papel regulador dos Estados-nação e que entrecruzam diferentes escalas, desde a internacional até a regional e a local. A geopolítica aparece hoje em dia ligada ao manejo político da vida dos indivíduos e controle de seus corpos, bem como ligada à hierarquização da paisagem, ao domínio da natureza, ao cuidado e à difusão de técnicas produtoras de segurança coletiva. Por fim, reflete-se sobre as conseqüências possíveis destes discursos hegemônicos para o ordenamento territorial pan-amazônico e para a vida de seus habitantes tradicionais.

Palavras-chave: geopolítica, biopolítica, ordem global, segurança, risco, descolonialidade, pan-amazônia.


La geopolítica es un concepto que nos acerca a la idea de una «política mundial», es decir, un ordenamiento dirigido a mediar los intereses que van más allá de la soberanía de los estados-nación, configurando un gran espacio de poder desde el cual se regulan y dirimen las relaciones transnacionales. La geopolítica es el instrumento por el cual los poderosos crean y difunden una representación del «mundo», sumiendo bajo su lógica a otros mundos culturales subalternos y relegados, valiéndose para ello de recursos de todo tipo, incluyendo, por supuesto, la violencia. Por lo tanto, la geopolítica es un discurso sobre las relaciones de poder y una práctica que intenta conducirlas, es una constelación de ideas que se materializan en la manera concreta en que se organiza y jerarquiza el espacio. Por ello, en adelante, trataré de la geopolítica como el principal espacio de poder, que pone en evidencia el poder del espacio para controlar la vida humana.

Las ideas de expansión y control territorial sobre otros pueblos no son para nada un asunto nuevo y pueden, por ejemplo, avizorarse desde los esfuerzos imperiales helénicos o romanos. Sin embargo, es en la expansión marítima posterior al siglo XV, cuando emerge la realidad de un mundo arcano y desconocido que empieza a ser disputado por parte de los poderes metropolitanos europeos, que podemos comenzar a rastrear el surgimiento de esa imagen mundial de la política. Con esta apertura a un mundo vasto, inexplorado y abierto, aparecieron las condiciones propicias para las tensiones de tipo internacional: reinos, repúblicas e imperios se trenzaron en intrigas, diplomacia y guerras. Recursos y tierra aparecieron como el motor de aquellas luchas tempranas, mientras que las poblaciones de los territorios coloniales se perdieron invisibles en espacios considerados como vacíos o aparecieron sólo como otro de los recursos para el saqueo.

Es en el contexto de este expansionismo que aparece la geopolítica moderna, como un conjunto de conceptos y prácticas arraigadas en el ejercicio colonial europeo. Según nos señala John Agnew (2005), la modernidad gesta su propia imaginación geopolítica cuya característica es justamente su acento eurocéntrico y cuya innovación consistió en la aplicación de la geografía al pensamiento y a la praxis política. La geopolítica no surge entonces de manera espontánea; es producto de la transición entre el antiguo orden feudal y el nuevo régimen auspiciado por la expansión marítima y la apertura de mercados. El decaimiento paulatino del poder religioso y el afianzamiento de un poder estatal/ laico, aunados al control de las colonias, provocó en las metrópolis el surgimiento de una cierta idea de «responsabilidad global». En adelante, los sujetos coloniales fueron asumidos como «menores de edad», cuya tarea de administración y civilización sería la gran empresa geopolítica después del siglo XV.

La aplicación de la geografía a las relaciones de poder colonial devino en la clasificación jerárquica de los espacios y las poblaciones que los habitaban. Europa construyó desde entonces su superioridad cultural a costa de aquellos diferenciados/subalternizados bajo la diferencia racial y cultural. La separación entre conquistadores y conquistados, vencedores y vencidos, pasó a ser una de las nociones predominantes de esa imaginación geopolítica moderna. Según nos muestra Aníbal Quijano (2000), con la conquista de América la noción de raza surgió como una explicación natural/biológica de la dominación política ejercida en las colonias. Además, los espacios habitados por aquellos seres inferiores pasaron a formar parte de las llamadas zonas inhóspitas, indómitas y salvajes, mientras que las ciudades de los conquistadores fueron asimiladas a la civilización y el progreso.

En el siglo XIX, con la vigencia de estas nociones geopolíticas, la conformación de los estados nación descolonizados se fundamentó en la supresión de la diferencia cultural y en la implantación de un modelo espacial único, que desconoció la coexistencia de los otros mundos culturales en su interior, sometiendo a pueblos enteros a un único modelo de identidad nacional, direccionado hacia la «avanzada del progreso». Esto corresponde con la puesta en marcha de una profunda cruzada civilizatoria en el mundo colonial/subalterno: cruz, moneda y espada se conjugaron para instaurar la idea de una Europa culta y honorable, cuna y destino de la civilización. En este modelo geopolítico del colonialismo del siglo XIX se consolidó la noción del evolucionismo cultural, en el que los territorios y los pueblos sometidos fueron relegados al pasado y asimilados con un salvajismo primigenio. La trayectoria temporal de las sociedades fue así establecida como principio rector del orden global: del salvajismo a la barbarie y de allí a la civilización. Los negros y los indios -los Pueblos Tradicionales- fueron invisibilizados, insertos en una dialéctica civilizatoria cuyo destino final era Europa.

De esta manera, los sujetos coloniales no sólo fueron confinados a estar afuera de los centros de poder, sino que fueron relegados al pasado histórico que Europa ya había superado. Con ello se dio inicio a la geopolítica del conocimiento, en la que la geografía mundial fue dividida en porciones habitadas por poblaciones cultas y civilizadas y en paisajes abruptos habitados por gentes con saberes inválidos. El universalismo fue la gran premisa de esta imaginación geopolítica, instaurando la certeza de que todas las sociedades humanas marchaban hacia un mismo fin y que, por lo tanto, territorios y pueblos culturalmente diferenciados podrían llegar a asemejarse una vez se «civilizaran». En términos académicos ésta es la versión teleológica de la historia, el evolucionismo de Malthus o las explicaciones sobre el tránsito del salvajismo a la civilización hechas por Lewis Henry Morgan. En lo que más nos interesa aquí, en términos geopolíticos, esto es el sustento de la dominación colonial hasta el siglo XIX, la cual se ha inscrito en procesos de larga duración que hacen que aún hoy circulen en nuestro medio y en nuestro lenguaje algunas de las dicotomías con las que se justificó la dominación: avanzado/atrasado; civilizado/salvaje; culto/ inculto, o moderno/primitivo.

A finales del siglo XIX, el sueco Rudolf Kjellen provocó la aparición del concepto de geopolítica, el cual fue prontamente instrumentalizado por grupos de derecha germánicos como una estrategia para fundamentar la expansión territorial alemana. Se trata de una época con profundos cambios en el orden mundial. Mientras la economía de mercado y el liberalismo económico se afianzaban, las antiguas colonias se «independizaban» y Estados Unidos emergía como un actor de poder económico irresistible. Según señala Agnew (2005), aquella fue la época de una geopolítica determinada por asuntos de control territorial: control de fronteras y definición de los territorios coloniales. Fue en aquella época en que surgió una real conciencia de una «política mundial» y se consolidó la convicción de que los estados poderosos pueden extender sus influencias más allá de sus límites territoriales, influyendo sobre el manejo de otros estados, interviniendo en sus economías o condicionando sus decisiones políticas.

La redistribución de poderes producida por el auge económico de los Estados Unidos a principios del siglo XX produjo cambios importantes en la imaginación geopolítica moderna. Según enfatizan Agnew (2005) y autores como Doty, Girovogui, Gregory, (Ó Tuathail, 1999), mientras que Europa posicionó a sus «otros» coloniales con fundamento en el dominio territorial y los construyó como inferiores, situados en las escalas geopolíticas subalternas, Estados Unidos no se centró en la expansión territorial para el dominio colonial, sino que centró su accionar geopolítico en el establecimiento de mercados subsidiarios y dependientes y en la exportación del sistema financiero a través de la inversión extranjera. Podríamos llamar a esto la conjunción de la geopolítica con una naciente geoeconomía, un tránsito de poderes que mutó la imaginación geopolítica moderna y propició la difusión del american way of life.

Pero además de la economía como variable determinante del orden geopolítico, en los albores del siglo XX otros componentes entraron a complementar y sustituir el antiguo énfasis puesto en el control y dominio territorial fronterizo. La geopolítica entró a ser determinada también por el control de la producción de conocimiento, por el desarrollo tecnológico, por las identidades políticas, por los flujos financieros y por los conflictos étnicos (Agnew, 1998). Paulatinamente, la consolidación de las fronteras, asunto prioritario en las políticas nacionales del siglo XIX, fue progresivamente desplazado como tema central de la agenda geopolítica por estos nuevos asuntos. En este giro geopolítico se ponía de relieve que el control de las poblaciones garantiza un adecuado ordenamiento interno, al tiempo que aumenta la influencia allende las fronteras nacionales. De esta manera, la ordenación geográfica del poder pasó paulatinamente de ser un tema limitado al control territorial del mapa político, para reconocer que en el concierto amplio de las naciones aquellas capaces de administrar y regular procesos conectados con la manipulación de la vida de individuos y grupos, tales como las epidemias, la movilidad o la natalidad, estaban llamadas a ocupar un rol preponderante en el orden mundial. A partir de entonces las estrategias de control territorial de los Estados-nación se articularon con políticas para el control de las poblaciones. A este respecto, Santiago Castro anuncia que: «La biopolítica se "enreda" con la geopolítica» (Castro, 2007: 161).

Podemos afirmar entonces que en el curso del siglo XX las transformaciones sociales ligadas a la economía, los desarrollos tecnológicos, la ecología y las biotecnologías significaron la irrupción de una nueva imaginación geopolítica. Ó Tuathail (1999) señala que en este cambio fue esencial el papel de los procesos de industrialización ligados a la economía capitalista que progresivamente hicieron primar el dominio técnico y las relaciones de mercado. Sin embargo, posterior a la Segunda Guerra Mundial, la competencia visible entre los modelos de modernidad propuestos desde el comunismo soviético y el capitalismo estadounidense, provocó una clara ideologización de la geopolítica, producto de la cual el control territorial retomó de nuevo interés, pero ahora no con énfasis en la presencia colonial, sino con un interés por producir una influencia externa cada vez mayor, a través del control y adscripción de países dependientes.

A aquel período le sucede la geopolítica contemporánea, denominada por Agnew (1998, 2005) como geopolítica global, caracterizada por: la expansión de los flujos de información que provocan una simultaneidad del mundo; la sobredeterminación de la realidad por las finanzas, el comercio y las redes de mercado global que rebasan la soberanía de los estados y escapan a sus intentos de regulación. Según Ó Tuathail (1999), en el orden geopolítico contemporáneo se consolida la primacía del capitalismo informacional posmoderno y son sus modos de relación y sus reglas de actuación las que construyen y determinan las relaciones sociales, produciendo la fijación de una «organización hegemónica de representación del espacio»4. En este sentido, la geopolítica contemporánea se enfoca a la atenuación del caos y la seguridad se convierte en el sustento de sus discursos y su praxis. Terrorismo, inestabilidad financiera, inseguridad alimentaria, crisis ambiental, escasez de recursos, son todos elementos que entran a romper con la idea de orden instaurada en la modernidad, produciendo la aparición de nuevos enemigos, fantasmas y amenazas que ya no surgen únicamente de la disputa territorial entre Estados-nación. ¿Dónde se localizan las redes del territorismo? ¿Dónde pueden confinarse las amenazas al equilibrio ecológico planetario? ¿Dónde yacen y cómo pueden contenerse los desequilibrios del sistema financiero?

La seguridad es entonces uno de los conceptos más elaborados y potentes del discurso geopolítico actual. Como legado de la imaginación geopolítica moderna permite a los estados intervenir en el orden internacional y controlar las relaciones sociales al interior de sus fronteras sin que puedan objetarse las medidas de coerción o los excesos de fuerza desplegados. No en vano señala Santiago Castro que «[m]ediante la creación de una serie de "dispositivos de seguridad", el estado procura ahora control racional sobre las epidemias, las hambrunas, la guerra, el desempleo, la inflación y todo aquello que pueda amenazar el bienestar de la población» (Castro, 2007: 160). Con la seguridad como discurso de ordenación, se crean las condiciones necesarias para jerarquizar seres, objetos y espacios, los cuales quedan insertos en clasificaciones binarias: aptos/inválidos; inofensivos/peligrosos; sudesarrollados/desarrollados.

La geopolítica de la seguridad difunde la idea de un orden necesario, de un mundo que debe ser constantemente intervenido y salvaguardado. En la escala macro de las relaciones geopolíticas se determinan y condicionan una serie de valores, de formas «correctas» de ser, las cuales deben ser adoptadas por todos aquellos sujetos y pueblos que pretendan no ser declarados como una amenaza al orden. Es la lógica de la defensa a ultranza de unos valores pretendidamente universales, los cuales señalan que es lo que debe ser codiciado, venerado y admirado, al tiempo que determinan lo que ha de ser proscrito como incierto, peligroso y dañino. Con la seguridad como emblema de mantenimiento del orden amenazado, las exclusiones se justifican mientras los marginados se multiplican. Es así como a través de la seguridad se reeditan en la geopolítica global contemporánea las estructuras de dominación de los Estados-nación «fuertes» sobre los «débiles», tal y como deja verse en la manera en que el espectro del 11-S se esgrime como muestra de las amenazas que se ciernen sobre el «mundo libre», a la hora de justificar nuevas intervenciones militares.

Pero no sólo el terrorismo aparece como amenaza a la seguridad global. Tras el desmantelamiento de la ideología geopolítica de la Guerra Fría, muchos otros peligros deslocalizados han entrado en los cálculos de mantenimiento del orden global, muestra de los cuales son la crisis financiera, los virus informáticos, la corrupción política, la inseguridad alimentaria, las enfermedades infecciosas, la degradación ambiental y, por supuesto, los seres humanos en movimiento huyendo a la muerte por la guerra y la pobreza. Los peligros aparecen siempre al acecho, provienen de entidades no territorializadas, volátiles, transculturales y, por supuesto, transnacionales. ¿Dónde y cómo ampararse de éstas amenazas móviles y en continua aproximación?

Es por ello que hablo de una geopolítica de la seguridad global, que la posiciona como discurso rector de la sociedad contemporánea, en la que tanto individuos como estados se reconocen permanentemente inseguros, precarios y carentes. Este discurso de la seguridad ha permitido a los gobiernos nacionales encontrar nuevas formas de identificación y sujeción de los ciudadanos, poniendo en el llamado a la defensa frente a los peligros que acechan, nuevos cimientos a una entredicha idea de identidad nacional. Los ciudadanos, normalmente reacios a la participación y al ejercicio político, son movilizados ahora por la presencia de estas amenazas a su sobrevivencia y bienestar. A este respecto, Noam Chomsky muestra cómo la administración estadounidense, desde la época de Kennedy, desplegó una estrategia geopolítica sustentada en la difusión de la existencia de los múltiples peligros y amenazas a la seguridad. Mientras Kennedy hablaba de la «conspiración monolítica e implacable», Reagan, desde 1981, preconizó la idea de «terrorismo internacional» y del «Imperio del Mal» (Chomsky, 2004). (Como sabemos, Bush habló insistentemente del «Eje del mal».)

La inseguridad como estrategia de control geopolítico se despliega constantemente; los peligros -fabricados o reales- circulan diariamente en los medios masivos de comunicación y, de esta manera, los peligros se muestran abundantes, haciendo inobjetable y justificada la intervención de los poderosos para el restablecimiento de la paz y la tranquilidad. Según señala Zigmunt Bauman, ésta sobreexposición de las amenazas, entra en la lógica del Estado como un mecanismo necesario para su consolidación: «la producción de "temor oficial" es la clave de la efectividad del poder» (2005: 69). Así, el estado neoliberal puede acallar las críticas al desmonte de las garantías y derechos sociales de sus ciudadanos; puede ahora legitimarse y producir identificación mediante otros símbolos colectivos apoyado: «[...] en la cuestión de la seguridad personal: amenazas y miedos a los cuerpos, posesiones y hábitats humanos que surgen de las actividades criminales, la conducta antisocial de la "infraclase" y, en fechas más recientes, el terrorismo global» (Bauman, 2005: 73).

En su muy conocido trabajo acerca de la sociedad del riesgo, Ulrich Beck (1996) anunciaba la creación de incertidumbre provocada por el colapso de la sociedad industrial que ya no puede responder a los desafíos que ella misma ha creado. En su perspectiva, el desmonte de aquella noción de seguridad propia del estado de bienestar y la sociedad industrial, remite al individuo a la necesidad de plantear soluciones individuales a problemas producidos globalmente. Aunque debemos en todo caso interrogarnos si el análisis de Beck (1996) sobre el desmonte de seguridades puede aplicarse para el caso del sur geopolítico donde aquellas difícilmente han existido, lo que aparece sugerente de su noción de riesgo es la reflexión sobre la creación de miedos que introducen una afectación permanente sobre las vidas de los individuos, haciéndoles sentir como diversos peligros se traen desde el ámbito público hasta su intimidad. Siguiendo este análisis podemos afirmar que la producción de «temor oficial» se convierte en artificio fundamental del orden geopolítico, haciendo posible que la doctrina de la seguridad justifique la exclusión y el control sobre la vida ¿De qué otra manera se explica la libre disposición y la eliminación sin reparo de aquellos nombrados como «peligrosos»? ¿Qué hace justificable socialmente el carácter de «prescindible» asignado a ciertos seres humanos, a sus culturas y a sus territorios?

Como ya anunciara antes, las disposiciones geopolíticas y los controles biopolíticos se entrecruzan para verificar la eliminación de los sospechosos y garantizar la neutralización de los amenazantes. Esto se comprende mejor si nos aproximamos a la interpretación propuesta por Foucault (1998) acerca del cambio de paradigma político que ocurrió en la sociedad moderna: del poder sustentado en la amenaza de muerte se pasó a uno ocupado de la vida y su dominio. Mientras que en el tiempo pasado el poder soberano se manifestaba en el derecho de vida y muerte, haciendo que la espada simbolizara el poder, en el Occidente moderno ese derecho de dar muerte sólo se argumenta en los casos en que el soberano se ve expuesto en su misma existencia y el poder de muerte aparece como complemento de un poder que se ejerce sobre la vida, de manera que:

    procura administrarla, aumentarla, multiplicarla, ejercer sobre ella controles precisos y regulaciones generales. Las guerras ya no se hacen en nombre del soberano que hay que defender, se hacen a nombre de todos; se educa a sociedades enteras para que se maten en nombre de la necesidad que tienen de vivir. Las matanzas han llegado a ser vitales (Foucault, 1998: 165).

El poder pasa al plano general de la vida, es la especie toda la que entra en sus cálculos y las regulaciones se extienden hasta los fenómenos masivos de la población. Mientras disminuyen los que mueren en el cadalso, se multiplican los que mueren en la guerra: se mata legítimamente a quienes significan un peligro biológico para los demás. La eliminación de los que han sido declarados peligrosos y amenazantes pasa a ser un acto heroico, al fin y al cabo, para que la vida se mantenga es necesario el sacrificio de algunos.

Este énfasis en la administración y gestión de la vida es lo que marca el inicio de la era del biopoder, fundamental en el desarrollo del capitalismo, en el que se multiplican las técnicas y las instituciones para sujetar los cuerpos (ejército, escuela...) y controlar las poblaciones (demografía, sexualidad...). En palabras de Foucault, «[u]n poder semejante debe calificar, medir, apreciar y jerarquizar, más que manifestarse en su brillo asesino; no tiene que trazar la línea que separa a los súbditos obedientes de los enemigos del soberano; realiza distribuciones en torno a la norma» (Foucault, 1998: 174). Dicho biopoder se articula de manera directa con la geopolítica global, permitiendo la manipulación de los cuerpos de seres que han sido declarados residuales y ocultando las vejaciones a las que son sometidos. De esta manera, la geopolítica de la seguridad global legitima la xenofobia y posibilita el que los pueblos culturalmente diferenciados sean eliminados cuando el «progreso» así lo requiera. Según muestra Bauman, en esta sociedad contemporánea individuos y sociedades son clasificados como inservibles y dispuestos para su desaparición:

    Que te declaren superfluo significa haber sido desechado por ser desechable, cual botella de plástico vacía y no retornable o jeringuilla usada; una mercancía poco atractiva sin compradores o un producto inferior o manchado, carente de utilidad, retirado de la cadena de montaje por los inspectores de calidad. «Superfluidad» comparte su espacio semántico con «personas o cosas rechazadas», «derroche», «basura», «desperdicios»: con residuo (2005: 24).

En referencia a Giorgio Agamben, Bauman (2005) retoma la noción de homo sacer, originaria del derecho romano, que ofrece el arquetipo del ser excluido. El homo sacer está en un limbo que no le permite entrar en el espectro de la jurisdicción humana pero tampoco le brinda albergue en la divinidad. La vida del homo sacer no tiene ningún valor y por lo tanto su sacrificio o asesinato no constituye tipo alguno de sacrilegio o crimen. Bauman señala que el homo sacer ha devenido en la sociedad moderna en la categoría de seres humanos residuales, sancionados por el Estado-nación que «[...] ha reivindicado el derecho de presidir la distinción entre orden y caos, ley y anarquía, ciudadano y homo sacer, pertenencia y exclusión, producto útil (=legítimo) y residuo» (Bauman, 2005: 49). Esta es un consecuencia de uno de los conceptos más arraigados en la imaginación geopolítica global: la idea de «progreso», la cual desde los albores de la geopolítica del siglo XIX se asoció con el crecimiento económico y fue después apropiada por el discurso geopolítico del desarrollo tras la Segunda Guerra Mundial. De las clasificaciones realizadas bajo la noción de desarrollo deriva que un conglomerado siempre creciente de seres y pueblos «subdesarrollados/ pobres» sean declarados inútiles. El «progreso» contempla sus víctimas desde las tribunas de los vencedores del «primer mundo», mientras a lo lejos se sienten los estertores agónicos de un «Tercer Mundo» distante en el espacio/tiempo y perdido en el abismo de la diferencia/inferioridad.

Amazonía en la geopolítica de la seguridad global.

Podríamos extraer variadas conexiones entre los modelos geopolíticos planteados hasta aquí y la vida de los Pueblos Tradicionales en la Amazonía, pensándola como una gran región de vida fragmentada por las fronteras nacionales.

En la óptica de la geopolítica de la seguridad global, aparece la creciente crisis ambiental provocada por los llamados «efectos colaterales» del desarrollo como un mecanismo de producción de «temor oficial». El fantasma de la posible aniquilación de las condiciones propicias para la vida humana se esconde tras los discursos ambientalistas que promueven en el norte geopolítico la valoración de los recursos boscosos contenidos en el entorno amazónico. De esta manera, se propicia allí un inusitado interés por las selvas tropicales que aparecen como dispensarios de recursos genéticos indispensables para la pervivencia del planeta, los cuales son asociados con los conocimientos culturales emplazados allí y se son convertidos en foco de interés de grandes corporaciones multinacionales, asignando a los Pueblos Tradicionales el papel de «guardianes del bosque», testimonios vivientes de saberes esenciales para descubrir y comprender el potencial biológico de los bosques (Reichel-Dolmatoff, 1999; Torres, 1997). La geopolítica contemporánea en su aterrizaje en la Panamazonía reorganiza y estructura el discurso de la amenaza por destrucción medioambiental en torno a sus intereses: en lugar de controvertir el modelo global de consumo con sus inmensos costos ecológicos, deposita en los bosques tropicales la responsabilidad del porvenir ecológico del planeta, dejando a los Pueblos Tradicionales ante su posible desaparición o expropiación cuando el «interés colectivo» así lo requiera. Es así como en la mirada geopolítica entran los bosques y sus recursos biológicos, pero no los seres humanos que los habitan, ya que ellos cuentan sólo como vigilantes que se convertirán en inocuos, prescindibles cuando llegue el momento de explotación o apropiación del bosque.

En la óptica de la geopolítica del conocimiento, los saberes tradicionales son asiduamente buscados en su potencia para reportar ganancias económicas insospechadas a ciertos grupos de interés en el orden global. Casi siempre se trata de empresas biotecnológicas o farmacéuticas, pero también de empresas mineras, de compañías textiles o químicas, entre otras, las cuales, algunas veces con la venia de los gobiernos nacionales, ejercen labores de bioprospección y cognopiratería. Este es uno de los mayores desafíos de los Pueblos Tradicionales en la Amazonia contemporánea, pues implica enfrentar grandes intereses que se ciernen sobre sus saberes y frente a los cuales la protección jurídica es mínima y el acompañamiento estatal se ha mostrado recurrentemente deficiente o desinteresado, en particular, porque generalmente los estados del sur geopolítico se muestran sumisos frente a los poderes geoeconómicos de las grandes corporaciones multinacionales. No se trata solamente de la reconocida debilidad de la legislación de protección de la propiedad intelectual aplicada al caso de los conocimientos tradicionales, sino de la carencia de voluntades políticas necesarias para su implementación, monitoreo y aplicación.

Tal y como lo muestra Almeida, frente a los asuntos referidos al uso de la biodiversidad y la apropiación de los saberes, la autonomía territorial es frecuentemente violentada por la imagen colonial que sobre la selva y los Pueblos Tradicionales tienen la sociedad occidental, que los clasifica de manera recurrente como sociedades «más primitivas», «atrasadas», «salvajes» o ágrafas (Almeida, 2008: 13). Sin embargo, estos pueblos tradicionales han fomentado procesos de reclamación de su diversidad étnica y han manifestado su voluntad de mantener sus conocimientos y formas de organización, retando las clasificaciones y disposiciones hegemónicas que clasifican los recursos de la selva únicamente como fuente de riqueza y bienestar económico. Por ello, han promovido la generación de alternativas al desarrollo y se han opuesto a la supresión de sus experiencias particulares de apropiación/uso/coexistencia con los recursos naturales, polemizando con las grandes corporaciones y grupos de interés en la geoeconomía contemporánea. Según muestra Almeida «[u]no de los principales embates en estas polémicas se refiere a la institución de derechos sobre el patrimonio genético, que está siendo crítica y duramente construida en oposición a las formulaciones de laboratorios de biotecnología adoptadas por la Organización Mundial del Comercio (OMC)» (2008: 12).

¿Cuáles son, entonces, las posibilidades de acción para los Pueblos Tradicionales en medio de este contexto de geopolíticas del conocimiento y la seguridad? Primero, habría que señalar que es necesaria la constitución de redes que trasciendan las fronteras nacionales, acudiendo a las continuidades culturales, subvirtiendo la lógica de producción hegemónica del conocimiento, apropiando a los territorios tradicionales como lugares de enunciación. Se trata de producir «conocimiento geosituado», es decir, convertir los aprendizajes culturales que han permitido el sustento y pervivencia de los Pueblos Tradicionales en saberes en igualdad de condiciones políticas con el saber occidental. Para ello, la investigación científica debe hacerse no sólo transdisciplinar, sino producto de un diálogo de saberes, que se reconocen y validan mutuamente. Esto rompería con la estructura jerárquica de producción del conocimiento y lo convertiría en un conducto para que los saberes tradicionales empiecen a controvertir con los intereses geopolíticos. Por ello, la ruptura de relaciones de dominación no se limita a la movilización indígena y de las demás minorías étnicas y sociales, requiere que se entrelacen los esfuerzos académicos transfronterizos, movilizados en la construcción de saberes geo-situados, conscientes del efecto político y de la pertinencia social del conocimiento. Se trata de enlazar saberes territoriales hasta ahora desconectados, violentados por las fronteras nacionales y el aislamiento, que permita que desde las pequeñas escalas de poder local se gesten fuerzas de contención a los intentos de apropiación y dominio de las grandes escalas geopolíticas.

Esta producción de conocimiento geo-situado, que implica una ciencia social colaborativa y dialogante, es una vía coherente para contener los conflictos ligados a los intereses de apropiación comercial, a la entrada de la biodiversidad en la lógica del mercado y a la cognoprospección de los sistemas tradicionales de conocimiento y, además, es una vía para avanzar en el proceso de construcción de una agenda propia para la Amazonía en la que sus gentes y pueblos no resulten únicamente instrumentalizados como recursos puestos al servicio del «desarrollo» externo. De aquí el reto que queda entonces propuesto y que apela a sus propias reflexiones y prácticas: el ejercicio de una antropología y una ciencia social decolonial y transfronteriza, instigada por los compromisos éticos de interpelar la omnipresencia y la potencia cegadora de conceptos movilizados por la lógica geopolítica de la modernidad eurocentrada, tales como «progreso», «modernización», «seguridad» y «desarrollo», los cuales, tal y como nos recuerda Slater (2008), han promovido el carácter invasivo y la falta de respeto y de reconocimiento hacia los colonizados en la sociedad imperializada.


Pie de página

4En el original: «congealed hegemonic organization of representation of space».


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