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Universitas Humanística

Print version ISSN 0120-4807

univ.humanist.  no.71 Bogotá Jan./June 2011

 

Ceremonial y etiqueta en las procesiones virreinales de Santafé1

Ceremonial and etiquette in viceregal processions at Santafe

Cerimonial e etiqueta nas procissões durante o vice-reinado de Santafé

Robert Ojeda Pérez2
Universidad de La Salle, Bogotá, Colombia3
robert.rojeda@gmail.com


1Este artículo se desprende de la investigación sobre la sociedad de Santafé de Bogotá, que se realiza con el grupo "Filosofía, Realidad y Lenguaje" de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de la Salle.
2Magíster en Historia, Universidad de los Andes. Historiador, Pontificia Universidad Javeriana.
3Coordinador del área de Historia y profesor de tiempo completo. Miembro correspondiente de la Academia de Historia de Bogotá.

Recibido: 14 de enero de 2011 Aceptado: 29 de marzo de 2011


Resumen

Este artículo es producto de una reflexión hecha al estudiar la obra La sociedad cortesana de Norbert Elias. Se busca identificar los símbolos y signos que pueden permitir pensar que en la ciudad virreinal de Santafé de Bogotá hubo personas que quisieron instaurar una sociedad cortesana, empezando desde el establecimiento de las buenas maneras, del ceremonial y la etiqueta, para actividades de tipo social como las procesiones realizadas por el cambio de mando virreinal.

Palabras clave: Norbert Elias, corte, Santafé, Bogotá, Cabildo, Historia Colonial.


Abstract

This paper stems from a reflection on Norbert Elias' The court society. The aim is to identify the symbols and signs allowing to think that there were people striving to establish a courtier society in viceregal Santafe de Bogotá, beginning with the deployment of fne manners, ceremonial and etiquette in social events, like parades performed in the event of new viceroy appointments.

Keywords: Norbert Elias, Court, Santafé, Bogota, Cabildo, Colonial History.


Resumo

Este artigo é o produto de uma reflexão feita ao estudar a obra A sociedade cortesã de Norbert Elias. Procura-se identificar os símbolos e signos que podem permitir pensar que na cidade de Santafé de Bogotá durante o vice-reinado, houve pessoas que quiseram instaurar uma sociedad cortesã, começando desde o estabelecimento das boas maneiras, do cerimonial e da etiqueta, para atividades de tipo social como as procissões realizadas pela mudança do comando no vice-reinado.

Palavras chave: Norbert Elias, corte, Santafé, Bogotá, vice-reinado, História Colonial.


Introducción

En la procesión por cambio de virrey acaecida en 1761, desfilaron por la ciudad, como en un teatro de poder, las corporaciones religiosas, militares, políticas y civiles en su orden de precedencia, de cercanía y distancia, con los debidos rituales de lealtad y gestos de deferencia y diferencia. Don Francisco Navarro Peláez, escribano del cabildo de Santafé de Bogotá, registró el relevo del virrey José Solís Folch de Cardona (1753-1761) por el virrey Pedro Messía de la Zerda (1761-1772)4. Este acontecimiento tuvo lugar en las calles de la ciudad y en algunos espacios reservados para la corte. Otra procesión, esta vez por la llegada de Fernando VII al trono, cierra el período virreinal y nos permite preguntarnos en este artículo por los símbolos y ritos de la ceremonia, el acompañamiento social de la misma, la corte y dignidad de la persona, y, finalmente, por la toma y posesión del espacio; todo ello con el fin de indicar las interdependencias de los individuos que forman lo que se podría llamar la sociedad cortesana en Santafé y el sentido de su representación del orden social y político. El modelo de análisis es tomado del estudio de Norbert Elias, La sociedad cortesana.

El desfile como representación oficial del orden social

En los días previos a la procesión de relevo del virrey José Solís Folch de Cardona (1753-1761) por el virrey Pedro Messía de la Zerda (1761-1772), ocurrida en 1761, se celebraron una misa y una serie de reuniones sociales como actos con los que los cuerpos civiles y eclesiásticos despidieron al virrey, figura central y simbólica del poder colonial.

Menciona Norbert Elias que la corte fue una manifestación de los siglos XVII y XVIII. «Expresión de una completamente determinada constelación social de hombres recíprocamente enlazados que, de ninguna manera, un individuo cualquiera o un solo grupo de individuos había proyectado, querido o intentado» (Elias, 1982, p. 54). Respecto a este tipo de relaciones recíprocas, Elias da algunos ejemplos de configuraciones como la Iglesia y el Estado. En este estudio en particular, se estaría hablando de una disposición social de la ciudad colonial, sede de un virreinato recientemente estatuido y de "segundo orden" respecto a los demás virreinatos en América.

Como en todas las unidades coloniales, la población de la Nueva Granada era mayoritariamente rural; pero las ciudades y villas eran locus de un poder formal. En ellas estaban los centros del poder civil, de la Iglesia, de las órdenes religiosas y del poder económico. Frente a este tema de la ciudad como eje articulador de la región, señala Elias que los tipos humanos decisivos, ejemplares y más influyentes, «proceden de la ciudad o, al menos, han sufrido su impronta» (1982, p. 54). Y añade que en este sentido, «los hombres urbanos son representativos de nuestra sociedad» (p. 54), aspecto que queda en entredicho por el desconocimiento de otros actores que influyen en la sociedad.

El recibimiento del nuevo virrey implicaba arreglos locativos en varios aspectos, por ejemplo: se destinó una casa a las afueras de la ciudad, en el lugar llamado Fontibón, en donde se cree fueron alojados José Solís y su familia, mientras que al palacio virreinal se le hacían mejoras materiales para recibir al nuevo mandatario5.

Destinar un espacio para la salida y el recibimiento de los mandatarios a las afueras de la capital, posiblemente obedeció al deseo de no incomodar políticamente a ninguno de los dos virreyes, como al de realzar la dignidad de la figura pública con los preparativos de la ciudad. En cierta forma se trataba de crear un espacio de transición para ambos, y un vacío momentáneo de la silla en Santafé.

Otro estudio sobre las ceremonias virreinales en Santafé señala que: «[...] mientras el nuevo gobernante emprendía su camino hacia Santafé, el virrey actual reunía al Real Acuerdo y nombraba dos embajadores, uno para que en nombre de la Real Audiencia saliera a darle la bienvenida en el pueblo de Facatativa, y a otro, para que hiciera lo mismo en el pueblo de Fontibón» (Martínez Boom, 1999, p. 79). Este artículo recrea el traspaso de mando de los virreyes Caballero y Góngora por Gil y Lemus y Don José de Espeleta. Al respecto, Martínez Boom señala que:

    [...] generalmente era designado el alcalde de segundo voto para Facatativà y el de primer voto para Fontibón. El dia en que el nuevo virrey llegaba a Facatativà, era recibido por el alcalde de Segundo voto, algunos miembros de la Real Audiencia, Tribunal de Cuentas, Ilustre Cabildo y demás tribunales y religiones; en este pueblo permanecía tan solo un dia y después de ser corteado con todo lucimiento, continuaba su viaje hacia el pueblo de Fontibón en el coche que le enviaba su antecesor (p. 79).

En cuanto a los símbolos y al cortejo de despedida se anotó lo siguiente: «En el portico estaban esperando los señores de la real audiencia con garnacha6 y el cura dio a besar a S.E. la cruz teniendo un cojin carmesi para que hincase los pies y tomando el palio a la puerta, subio el cuerpo de la iglesia hasta llegar a su correspondiente lugar...» (Acta del Cabildo).

El virrey Solís debió, en primer lugar, pasar por un ritual cívico-religioso en la iglesia: «En el aspecto cortesano del relato se puede apreciar que, tanto a la salida de la ciudad como en la misa, lo estaba esperando el Alcalde Ordinario de Primer voto y Don Francisco Moreno, Abogado de la Real Audiencia» (Acta del Cabildo).

Los lugares en la iglesia eran parte de un teatro de posiciones, de relaciones jerárquicas, que a su vez se repiten en el continuo acompañamiento a los virreyes por cuerpos de grupos de personas pertenecientes a corporaciones. Posteriormente, en la casa se realizó «un magnifico refresco con concierto musical» (Acta del Cabildo), que duró hasta las diez de la noche, hora en la que se retiró toda la corte para dejar al virrey cenar solo. En la descripción del lugar, se menciona que la sala de recibimiento «estaba muy iluminada la pieza y ricamente colgada, con su dosel los retratos de nuestros reyes, mesa y cojin» (Acta del Cabildo). Esto permite registrar el sentido de pertenencia de las personas respecto a la corte del rey, pues la decoración para el cambio de virrey confirmaba su lugar en esa constelación de cabezas de poder y, a través de él, de la Nueva Granada, al imperio7.

Continúa la descripción:

    Al siguiente día concurrieron a las nueve, los señores Oidores, el Tribunal de Cuentas, Cabildo secular y Oficiales Reales, y habiendo saludado a S. E. le acompañaron a la Iglesia en donde se cantó una misa en acción de gracias, y acabada, volvió S. E. a su aposento, en donde recibió por su antigüedad a los Tribunales, comunidades y Universidades, habiéndoseles dado asiento en sillas a ambos Cabildos. Fenecidos los debidos cumplimientos, se franqueó por el señor Alcalde porciones de bebidas y mesa franca.

En estos actos es visible la separación y clasificación de los sujetos y cuerpos de poder. Por un lado, se hallaban los diferentes cuerpos que participan como partes del orden cortesano virreinal, corporativo y jerárquico de la sociedad, dándole la despedida al virrey, con la respectiva altura social, y por otro, el alcalde brinda bebida y mesa franca al resto de asistentes.

Al analizar la sociedad cortesana del salón más grande y clásico del siglo XVIII, el de la Mariscala de Luxemburgo, Norbert Elias usa el concepto de la buena sociedad, para indicar que «[...] la buena sociedad fijaba con toda precisión la apariencia y el comportamiento, la conducta y la etiqueta» (1982, p. 87), aspectos que no son lejanos en Santafé.

Respecto a este tipo de espacios y prácticas, advierte Norbert Elias que: «Los cortesanos desarrollan, en el marco de cierta tradición, una sensibilidad extremadamente exquisita respecto de qué conducta, qué tipo de expresión o conformación convenía o no a un hombre según su rango y valía en la sociedad» (1982, p. 77). A la hora del almuerzo, las personas de la misma corte, pero de diferente jerarquía, son distribuidas en dos espacios diferentes y dispuestas según la distinción de cuerpos.

En la aristocracia santafereña existían varias esferas de poder, distintas unas de otras, de acuerdo con la hidalguía y el honor. La distribución de estas mesas o espacios parece obedecer a la cercanía de los cargos al virrey. «Tales atención y minuciosidad se producen en la capa dominante, como instrumentos de la autoafirmación y de la defensa frente a la presión que ejercen hacia arriba los que, en cada caso, se encuentran en rangos inferiores» (Elias, 1982, p. 78).

Al tercer día, llegó la hora del traspaso de mando. El virrey Solís tomó su coche y salió del pueblo de Fontibón acompañado por todos los tribunales. Al costado de la derecha, iba el señor alcalde don José Groot a caballo, y delante de ellos, el «[...] acompañamiento de los señores regidores en sus volantes».

El relato está cargado de símbolos y de signos, que hacen referencia a una sociedad que utiliza el ceremonial y la etiqueta como elementos que generan un modelo de interdependencias. Norbert Elias advierte que la etiqueta y el ceremonial son instrumentos de consideración para el dominio y la distribución de poder (1982, p. 45). Es decir que estos actos tuvieron un interés muy particular y pueden ser leídos como el uso del espacio como escenario de poder.

La salida del virrey Solís. Cartografía del poder

Los espacios en los que se llevan a cabo los diferentes actos también dibujan un mapa de poder. En él están: un lugar de encuentro, externo a la ciudad, que es el puente de Aranda; los sitios de procedencia de cada una de las comitivas; el palacio donde se realiza el traspaso de mando; los edificios más simbólicos del orden eclesiástico y civil de la ciudad, la cual es recorrida por la procesión desde afuera hacia adentro, y, finalmente, el Santuario de la Peña, a donde se dirige la peregrinación del nuevo virrey, así como también el virrey saliente.

En los núcleos simbólicos y rituales de la ceremonia, se encuentran códigos que sirven para analizar la representación corporativa de la sociedad. En el acto del juramento del cargo ante el Evangelio se evidencia el sometimiento a Dios, jefe supremo de todo el orbe. En la manera en que se ejecutan el recibimiento del cargo civil y la entrega del bastón de mando, tanto como en el acompañamiento, se aprecian múltiples actos que representan un orden, un código de honor y una tradición cultural que definen la posición de cada uno dentro de las esferas de poder y la jerarquía que tienen.

De esta manera se terminan los actos ceremoniales de despedida del virrey José Solís Folch de Cardona, y se abre paso al relato de la bienvenida a Messía de la Zerda, el nuevo virrey.

Ciudad y teatro del poder

En el marco del recibimiento público al nuevo virrey Messía de la Zerda, -que se verificaría el 23 de marzo de 1761, dos días después de Pascua-, el ilustre cabildo mandó poner Bando Público para alistar la ciudad y a todos sus habitantes. En esta notificación se pedía «[...] que los estantes, y habitantes colgasen y aderezasen las calles» (Acta del Cabildo). La notificación también fue puesta en las puertas del ayuntamiento. «El día 12 de dicho mes a son de caja, con seis alabarderos y un cabo» (Acta del Cabildo); todos estos militares fueron prestados de la guardia del virrey.

El día de la ceremonia, en la tarde del 23 de marzo, a eso de las cuatro, salió la comitiva del virrey con su familia, para empezar una procesión que partiría de San Diego, a las afueras de la ciudad, por el camino del norte que va hacia Zipaquirá. De manera cautelosa y sin que se diera cuenta la muchedumbre de espectadores que estaba alrededor de la primera calle real, salió el virrey del palacio. Para llegar al lugar de encuentro tomó un atajo por la calle del Florián, porque la majestuosidad y el despliegue de sus acompañantes despertaban sospechas. No era para menos, el virrey viajaba en coche «[...] y a las testeras los dos capitanes, siguiéndolo un piquete de caballería» (Acta del Cabildo), hasta llegar a la tienda de campaña preparada para iniciar el recorrido:

    En el testero de adentro había sitial, silla y cojín, y en [el] centro otra mesa con sobrecubierta de damasco, un Santo Cristo en medio y los Santos Evangelios, y a los lados dos hacheros con sus cirios. Alrededor de la pieza había varias sillas que sirvieron para lo que después se dirá. Esta pieza estaba colgada de muchos espejos y cornucopias, y toda alfombrada. Por fuera había algunas estatuas y muchas banderas (Acta del Cabildo).

La riqueza de la decoración de la tienda da cuenta de la dimensión política de la representación y de su significado para esta ciudad. Este espacio, que iba a ser utilizado durante muy corto tiempo por el virrey, demuestra el derroche y generosidad que le merecía su cargo.

El recorrido sigue una línea recta que comienza en el lugar de una orden religiosa, la recoleta de San Diego, y llega al punto de mayor jerarquía eclesiástica secular: la catedral. Ir de la periferia al centro señala que el virrey acoge a todo su pueblo, desde las afueras de la ciudad, pero que gobierna en el centro del poder. La Plaza Mayor, núcleo del poder político y centro del desarrollo urbano, se ratifica como eje ordenador de la vida santafereña.

En cuanto al esquema del cortejo se sabe que lo recibieron los señores don Juan Manuel de Moya, alguacil mayor, y don Francisco Pardo, quienes fueron nombrados por el ilustre cabildo para ese efecto. También se anota que el cabildo eclesiástico fue de manera muy rápida a recibirlo y que al instante, por otra calle, se devolvió para esperarlo en la Catedral. Dicha acción permite visualizar los intereses políticos que tenía este cuerpo para no perderse ni a un lado ni al otro los honores presentados al virrey, y hace evidente la competencia entre cuerpos por los lugares. François Javier Guerra ha señalado que «[...] el carácter corporativo de la política concierne también a la competencia entre los cuerpos. Ya se trate de instituciones regias o de autoridades corporativas, todos intentan aumentar sus privilegios y prerrogativas» (Guerra, 1998, p. 117). En los documentos se hace evidente una serie de disputas por la preeminencia en los actos y acciones públicas. Para un estudio sobre estas prácticas en la vida colonial véase Ojeda (2007).

Los costos de decoración de lugares tan suntuosos como la tienda que estaba en la recoleta de San Diego, o de actos como el banquete, la cena o el refresco auspiciados por los señores alcaldes o por otros funcionarios, tenían sentido como inversiones de capital simbólico que confirmaban el poder y la posición de quienes los realizaban. El lugar en la sociedad que las personas han heredado o conseguido, es parte de un capital que debe ser confirmado, conservado y, si es posible, acrecentado. Como capital, también se intercambia, se invierte y se puede perder. La inversión de capital simbólico era muy importante en momentos de cambio o de crisis. Entonces se debía exhibir el prestigio heredado o acumulado, el honor (Bourdieu, 2008, pp. 189-204). Estas personas que debido a su importancia en la comunidad eran tenidas en cuenta como miembros ordenadores de la cultura santafereña y de pautas de comportamiento aristocrático, eran quienes invertían en su capital simbólico y se preocupaban por establecer y mantener la idea de una sociedad cortesana en Santafé.

Como se mencionó anteriormente, para iniciar la procesión se esperó que se reunieran todos los cuerpos que participarían en el recorrido. La comitiva de las autoridades de la ciudad se formó en una representación de su orden. Y de acuerdo a la pomposidad del evento: «[...] salieron de las casas del Ayuntamiento los señores Capitulares, y delante de los maceros iba el Mayordomo de la ciudad a pié, llevando del diestro el caballo ricamente enjaezado» (Acta del Cabildo), para el señor virrey. Al llegar a la puerta de la Real Audiencia, salieron los señores Oidores «[...] con garnachas, en buenos caballos con gualdrapas de terciopelo negro» (Acta del Cabildo), y después se formaron todos los tribunales y marcharon de la siguiente forma:

    Primeramente, iba la compañía de forasteros, a la que seguían a caballo los Ministros de S. E., después los subalternos de la Real Audiencia, los del Tribunal de Cuentas y relatores, a éstos seguía el Mayordomo de la Ciudad, que llevaba el caballo de diestro, después los Maceros de la Ciudad a caballo, con garnachas y gorras y damasco carmensí que llevaban en la cabeza, los señores regidores presididos por los dos Alcaldes Ordinarios, la Real Audiencia con el Tribunal de Cuentas y los Oficiales Reales, presididos por el señor don Joaquín Aróstegui y Escoto, decano de la Real Audiencia, y el señor don Andrés Berástegui, Subdecano, y de esta manera llegaron a San Diego, en donde, quedando todos a caballo, los señores del Ilustre Cabildo se apearon para lo siguiente [...].

Todos sentados «bajo el dosel, y en las sillas que allí había», escucharon las palabras de bienvenida del señor don José Groot de Vargas, como alcalde ordinario de primer voto, quien «hizo a S. E. el debido cumplimiento a nombre de esta noble ciudad». Posteriormente, el señor virrey le correspondió «con discreción» con unas palabras posiblemente de agradecimiento. Después de esto con un gesto, «le insinuó el Señor Alcalde el juramento que había, con lo que levantándose de la silla, acompañado de los Señores Capitulares, llegó al medio de la plaza» (Acta del Cabildo).

Para tomar el juramento:

    [...] hincóse de rodillas en un cojín que había al pie de la mesa, y poniendo las manos sobre los Santos Evangelios, por ante mí, el presente escribano público y del Ayuntamiento, hizo el correspondiente juramento, y al mismo tiempo el señor alguacil mayor, nombrado por el Ayuntamiento, en nombre de la ciudad le presentó las llaves en una fuente de plata, las que S. E. hizo la demostración de recibirlas, repitiéndose los parabienes (Acta del Cabildo).

Para el desfile, «[...] el Señor Alguacil Mayor, le suplicó se sentase para ponerle las espuelas, las que le calzó con discretas razones» (Acta del Cabildo). Después de estos actos empezó la procesión por la ciudad, para que todos los plebeyos conocieran al nuevo mandatario enviado por el rey, y para que le demostraran su festividad y alegría, su obediencia y su lealtad. Luego, todos los que estaban en la tienda de campaña se ponen de pie, y al virrey lo suben al caballo por medio de una escala que estaba dispuesta.

Cuando ya estaba montando S. E., tomaron la rienda derecha el señor alcalde don José Groot y la siniestra don Francisco Moreno, puestos los demás a caballo y marcharon. Como vemos cada uno de estos gestos estaba regido por códigos de honor, lealtad y sumisión. La marcha se inició en el mismo orden en que habían llegado a San Diego, pero detrás de los alcaldes ordinarios:

    [...] venía el palio, conducido por seis regidores, y así, éstos, como los demás Alcaldes y Capitulares, estaban vestidos de terciopelo negro, a lo militar y chupas con vueltas de tisú, que fue el uniforme acordado. A la espalda venían el Mayordomo con las llaves en una fuente, y todos los de la familia de S. E. a caballo. Delante de S. E. y bien inmediato venía su Gentilhombre a caballo con el estoque desnudo y delante de este paje con el estandarte de damasco carmensí y las armas Reales por uno y otro lado, de manera que una y otra insignias venían inmediatas a S. E. y en medio de las filas de los dichos Tribunales (Acta del Cabildo).

Sorprende en esta descripción la organización de las personas del cortejo. Se percibe en la lectura un orden racional que invita a pensar en una sociedad de transición a la modernidad, con un tipo de organización en la que cada acto está vinculado con el virrey, en cuanto simboliza la respectiva distribución del poder del Antiguo Régimen. Como es evidente, se puede concluir que la etiqueta tenía una función simbólica de gran importancia en la estructura de esta sociedad y de esta forma de gobierno. La procesión, su orden, sus ritmos y sus gestos, se pueden leer, siguiendo a Robert Darnton, como un desfile de la ciudad ante sí misma, como la imagen especial que quería presentar, pero también, en este caso, como la exposición ante el virrey tanto como ante la población de los poderes de la ciudad y del virreinato8.

Al momento de estar cabalgando hacia la Catedral y la Plaza Mayor, los vecinos saludaban al virrey con mucho respeto, dándole la bienvenida. La ciudad se había adornado de forma especial; se colgaron guirnaldas en las ventanas y balcones, y en las bocacalles arcos triunfales para que pasara el virrey. En la Plaza Mayor estaban formadas las compañías de milicias. En cada una de las puertas de las instituciones de gobierno se encontraban alineados los escuadrones. Frente a las puertas de la Catedral se hallaba el maestre de campo, don Juan de Mora, jefe de todas las milicias.

Cuando el virrey llegó a la esquina de la Catedral, paró la cabalgata y lo bajaron frente a las gradas principales; su comitiva también se apeó. El sacristán mayor y la clerecía le ayudaron a subir las escaleras, quitándole las espuelas, para conducirlo a la puerta de la iglesia. Allí lo estaba esperando «[...] el Ilustrísimo Señor Arzobispo con capa magna, acompañado de los Muy Venerables Deán y Cabildo, Capellanes de coro y otros eclesiásticos, con sobrepellices» (Acta del Cabildo). En ese momento aparecieron varios signos y símbolos que hicieron parte de la ceremonia.

En un cojín, «[...] en el cual se arrodilló S. E. y S. S. Ilustrísima le dio a besar la Santa Cruz y le presentó el agua bendita, con lo cual se levantó y fue conducido al cuerpo de la Iglesia en donde tenía silla, cojín y reclinatorio, y a un lado los asientos de la Real Audiencia y al otro lado las bancas del Muy Ilustre Cabildo». Todavía hoy en día se utiliza este tipo de ceremonias en las misas solemnes; los puestos delanteros, que se encuentran cerca del altar, se destinan a los mandatarios, y los de atrás a las demás personas, hasta llegar a las afueras del atrio de la iglesia, en donde el pueblo casi no puede ver lo que está pasando adentro.

En la descripción que hizo el escribano, quien fue el que consignó toda esta procesión y tomó el juramento del virrey para legalizarlo en un documento público, se menciona que se cantó un Te Deum y se hizo una oración. El relato continúa señalando que el virrey se levantó y se fue a la Capilla de Nuestra Señora del Topo y realizó otra oración. Este es el único momento en el que la narración indica que el virrey tuvo un momento de soledad. Después se menciona que salió de la iglesia por la misma puerta por la que entró, «[...] y siguió al palacio al pie acompañado de S. S. Ilustrísima y todo el Clero, quienes lo condujeron al salón del dosel y después de felicitarlo se retiraron. En seguida lo felicitaron todos los del acompañamiento, y a todos contestó S. E. con los agradecimientos propios de su urbanidad y política».

A manera de reciprocidad, el Virrey devuelve los agradecimientos del evento, convocando a una recepción en la noche. Este gesto se puede entender como la consolidación de una red de dependencias entre cuerpos, los cuales establecían la configuración social de la aristocracia en la sociedad santafereña.

Mientras que ocurría esta elegante fiesta al interior del palacio, en toda la ciudad se prendieron velitas llamadas luminarias para las oraciones habituales de la tarde y de la noche, en eventos como las procesiones civiles y eclesiásticas. La urbe desplegaba todos sus esfuerzos por mantener una buena imagen para sus mandatarios y enviar un mensaje directo a la Corona, con el fin de hacerle saber que hacían parte de la corte del rey en el nuevo mundo.

El ceremonial y la etiqueta de la procesión a Fernando VII

Las autoridades españolas, después del vacío de poder en la Corona creado por Napoleón en 1808, procuraron que estos actos no condujeran a la finalización de las colonias en América. Los españoles, antes de presenciar un levantamiento de libertad y autonomía en sus colonias, crearon una junta de gobierno en Sevilla y enviaron a varios funcionarios a anunciar de manera solemne en las ciudades virreinales, los actos «[...] de la augusta proclamación del Señor Don Fernando VII por rey de España e Indias» (J.A.G., folio 8)9. La organización de estos actos fue encargada por el virrey al cuerpo del cabildo.

Los actos duraron tres días; la reconstrucción del hecho se hizo el 22 de septiembre del mismo año, a petición del virrey, es decir, 11 días después de sucedida la procesión en la ciudad. Este documento tiene la relación de todos los preparativos de la proclamación al rey. Con esto el mandatario virreinal buscaba que en España se dieran cuenta de su gestión, al dejar ver la sumisión del pueblo y de él mismo a la Corona española.

La estructura del texto se compone de los siguientes segmentos: primero, una presentación a manera de informe de la gestión realizada por el delegado del virrey para hacer esta relación. Segundo, la organización del acto de juramento al rey por parte de todos los cuerpos administrativos de la ciudad, evidenciando las funciones y los compromisos, antecedido de una demostración de fidelidad a lo largo de los tiempos. Tercero, el acto de la procesión realizado el domingo 11 de septiembre de 1808 a las tres de la tarde en la ciudad, detallando cada uno de los gestos, ritos, ceremonias y hechos acaecidos por las calles principales de la ciudad. Cuarto, se evidencia la gestión de algunos cuerpos como anfitriones de la ciudad para con el delegado de la Junta de Sevilla. Y quinto, una respuesta del señor Virrey a todos los cuerpos que participaron en el acto de juramento y procesión, a manera de agradecimiento por la demostración de fidelidad hacia el Rey.

En la primera parte del documento se presenta la ciudad como una piedra preciosa que hace parte de las joyas de la Corona, para reforzar la idea de pertenencia. Es de notar el interés del autor por mostrar a la Corona y a la Junta de Sevilla, la alegría y fidelidad del pueblo soberano en estos actos, al enunciar constantemente que «[...] todos los moradores de esta Ciudad, queriendo cada uno señalarse con singulares demostraciones de alegría y felicidad» (J.A.G., folio 12).

Respecto al segundo punto de la estructura del texto, José Acevedo y Gómez menciona los preparativos y los componentes de los actos, para que quedara el registro detallado de la magnificencia y derroche de la ciudad, en especial del cuerpo del cabildo frente a sus más directos gobernantes. De este modo, habla sobre la iluminación de las calles, los arcos triunfales, los adornos y las guirnaldas en los balcones de las casas, los cañones de salva en la plaza mayor, la guardia de honor al retrato del soberano. También expresa que hubo espacio para una poesía declamada por Frutos Joaquín Gutiérrez10.

En el tercer apartado nos concentraremos un poco más en la descripción de la procesión, de modo que el lector pueda establecer algunos niveles de comparación con la procesión de recepción del virrey Mendinueta; también porque este hecho ayuda a comprender el comportamiento de la sociedad santafereña. Sobre este tema, Robert Darnton señala que la procesión servía como un idioma tradicional de la sociedad urbana (1987, p. 120).

Se pidió que se acuñaran medallas, «monedas de oro y plata alusivas a la presente, según es costumbre» (folio 10), con el fin de remitirlas a la metrópoli y repartirlas entre todos los jefes, magistrados, cuerpos y demás personas de la población. Se mandó hacer un retrato del rey para exponerlo en la galería del ayuntamiento, y otro con el escudo de armas de la ciudad. Se realizaron una serie de invitaciones a todos los cuerpos, menos a los ministros de la Real Audiencia con quienes habían tenido disputa en estos eventos. Para impedir nuevos enfrentamientos como los señalados en la procesión anterior, el cabildo le pidió al virrey que convocara a este tribunal y así evitase una nueva confrontación y disputa por la preeminencia. En esta carta de invitación se enfatizó en «que cada uno segun su honor y facultades disponga las cosas de modo que el lucimiento manifieste la acendrada fidelidad y los sentimientos de regocijo que animan a cada uno de sus habitantes» (folio 11).

Así mismo, se pidió a todos los habitantes que participaran en «la disposición del Tablado, Docél, Colgaduras y demas adornos para las galerias de este ayuntamiento, con toda la magnificiencia posible» (folio 11). Como era costumbre, se preparó un refresco después de la procesión y se escogió al cuerpo encargado de esto. Los pormenores de la procesión, por su parte, fueron atendidos por los mismos individuos del cabildo para cerciorarse de su ejecución.

Posteriormente, en la relación se da cuenta de la actitud de algunos cuerpos religiosos y de la población en general frente a los detalles de la ceremonia; se destacaron sus aportes para la construcción de los arcos triunfales y los tablados que se pusieron en las plazuelas de San Francisco y San Agustín.

En el análisis de la procesión de bienvenida al virrey se destacaba el uso del espacio como factor de poder por parte de los organizadores de ese evento. Al establecer una comparación con la Jura de Fernando VII, puede pensarse que esta última carece de una descripción de los espacios. Si se lee en detalle, se puede apreciar que solo se usó la Primera Calle Real, desde la plazuela de San Francisco hasta la de San Agustín para llegar a la plaza mayor. Fue un recorrido acorde con la jerarquía del tema central del evento. No se menciona ningún desvío ni tampoco otras estaciones. Así, la calle principal de la ciudad se utiliza desde los nodos políticos establecidos por mucho tiempo como los límites de Santafé, teniendo además una concepción de la trinidad en el orden religioso como espacios de máximo poder: la Catedral (Padre), el convento de San Agustín (Hijo) y el convento de San Francisco (Espíritu Santo). Dentro de la simpleza de la descripción se encuentra la complejidad de la significación a partir de la interpretación.

La procesión de todos los cuerpos de la ciudad abarcaba, según el dato, tres cuadras en las que se guardó el orden establecido para estos actos. El único momento en el cual se rompe con este orden fue para hacerle un homenaje al doctor Juan José Sanllorente, enviado por la Junta de Sevilla, a quien se le rindió una bienvenida afectuosa. Además, se mandó decretar que tuviera un puesto en el cabildo como Regidor Perpetuo, para acreditar ante los ojos de todo el Gobierno que: «el Cuerpo municipal de Santafé de Bogotá se ha conducido con la madurez y tino que le caracterizan, mereciendo el Xefe del Reyno, los mas distinguidos testimonios de aprecio y satisfaccion» (J.A.G., folio 31).

Esto demuestra que la existencia humana y la coexistencia de los miembros que conforman un grupo determinado llevan a que se desarrollen configuraciones producto del entrelazamiento de las acciones de todos ellos, y de sus particulares necesidades, pensamientos, instintos y acciones, que inciden en la formación de nuevas estructuras de carácter profundamente social (Elias, 1990, pp. 53-54).En el documento se evidencia que pese a existir unas diferencias a nivel social, en la ciudad de Santafé hubo una configuración de legitimidad hacia el poder monárquico de Fernando VII.

Esta distinción, a diferencia de la descripción de la procesión de los virreyes, se muestra también con el lanzamiento de monedas al pueblo por parte del virrey, los organizadores del evento y el comisionado, acción que se tenía como muestra de la ternura del rey y sus funcionarios, forzando a que gritaran "¡Viva el rey, viva el rey! ¡Viva Fernando VII nuestro rey y señor: viva la ínclita nación española!". Lo que se puede interpretar de este gesto es la diferencia que existía entre los vasallos del rey en la ciudad, porque el único espacio que se le da al pueblo en la relación de este documento es cuando le lanzan las monedas; acto que se describe como un paréntesis dentro de la narración, pues el autor menciona: «[...] después de este acto tan patético, continuaron las salvas de artillería y la orquesta hasta las ocho de la noche».

La soberanía y fidelidad de este pueblo son resaltadas como la insignia y característica de un elemento constitutivo de la Corona. Se deja ver que a pesar de la distancia entre España y sus colonias los sentimientos y la moral son unificados frente al insulto político que habían recibido:

    Pero sepan, que el Pueblo Americano por cuyas venas circula una pura, y caliente sangre Española, que los mestizos enrrazados con la del pais, y los naturales indigenas todos respiran venganza: que transpasaran los mares, si es menester, para arranacar a su soberano de las manos del traidor, para defender su religion Santa, sus leyes y sus costumbres (J. A. G., folio 33).

El bien y la "moral" a la cual nos estamos refiriendo, se entretejen con la identidad, que es la que define lo que es bueno y valioso para los individuos, lo que se debe hacer, lo que se aprueba y a lo que se opone (Taylor, 1996, pp. 21-57). No sobra advertir que dos años después de haber escrito este documento cargado de elogios, compromisos, virtudes y valores morales frente a la Corona española, el autor de esta relación convocó al pueblo el 20 de Julio de 1810 para que lo proclamaran como el tribuno y así exigir la independencia de España desde el balcón del ayuntamiento, cuerpo del cual hizo parte en la Jura a Fernando VII. Además, desde el año siguiente fue elegido como regidor perpetuo del Cabildo. Acevedo y Gómez, con su excelente oratoria, motivó al pueblo santafereño -ese mismo pueblo al que el en pasado él había tildado como repugnante-, a que apoyara la causa de la independencia de una Corona opresora que los iba a encarcelar y encadenar. Este fragmento de su discurso se acuñó en la memoria de la historia patria: «Santafereños: Si perdéis estos momentos de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta ocasión única y feliz, antes de doce horas seréis tratados como insurgentes: ved los calabozos, los grillos y las cadenas que os esperan».

Es así que las acciones del ceremonial y la etiqueta que se usaron para la Corona y los miembros de la misma, serían utilizadas en adelante para la junta que conformó el nuevo Gobierno en Santafé; lo cual indica que este tipo de comportamientos fueron utilizados a conveniencia y como capital simbólico con el fin de sostener un prestigio y una distancia social de los demás miembros de la aristocracia Santafereña, quienes quisieron instaurar la corte en el antiguo régimen. Estos son los tránsitos que se pueden evidenciar hoy con los cambios de algunas personas en espacios estratégicos a nivel administrativo, político y social en la capital.

Conclusión

Con el análisis de las dos procesiones se pudo evidenciar que además de dar una imagen de orden y de respeto a las jerarquías, y de tener unos modales cortesanos, estas procesiones dejan ver la generosidad de la aristocracia, la amplitud en los preparativos, la lealtad a Dios y al rey, así como también a todas las majestades del orden colonial. Se sabe de otras procesiones virreinales en la ciudad y en otros espacios latinoamericanos con las que se podría enriquecer este análisis y establecer un estudio comparado, lo cual desbordaba nuestros intereses.

Entre las claves del ceremonial están la repetición de los tradicionales símbolos de poder: besar la cruz y los evangelios, hincarse en un cojín de color carmesí, iluminar los espacios, entregar las llaves de plata de la ciudad y otra serie de signos que refuerzan el sentido y las relaciones de poder. Mucho de ello alude a la dignidad de la persona. Se puede apreciar una relación directa con algunos objetos de poder, como por ejemplo los bastones de mando, las capas, las mesas bien servidas, el protocolo con el que se atiende al virrey, a tal punto que da la sensación de que no lo dejan hacer el menor esfuerzo, pues hasta le ponen y le quitan las espuelas para subirse y bajarse del caballo.

El momento no está exento de competencias. Los vestidos, por ejemplo, no solo señalan la pompa de los actos, su carácter extraordinario, sino que resaltan la diferencia de los cuerpos entre sí y de estos individuos del resto de la plebe. Los valores que afloraban en estos actos, para analizar la sociedad y sus costumbres, fueron el decoro, el honor, la decencia y el obsequio.

Por último, se quiere destacar la apropiación del espacio urbano por estaciones que representaban los nodos de poder. Primero, la ubicación de unos nodos de la ciudad, tanto para despedir al virrey que salía, como para recibir al nuevo mandatario que llegaba; luego, el recorrido por la ciudad desde afuera hacia adentro, pasando por los distintos centros de poder, y por último, el desplazamiento al santuario de la Virgen del Topo, objeto de la devoción más popular, y desde cuya altura excéntrica se tenía una visión amplia del territorio que sería gobernado.

En su entrada a la ciudad, los virreyes reconocían todos los poderes civiles y eclesiásticos, pero quizás la subida "solitaria" al santuario, además de ser un acto de comunión con la devoción popular, podría significar la excepción del poder distinto, centrado en el gobierno del rey representado por él, para que todos sus vasallos apreciaran una menor dispersión de su poder entre los cuerpos municipales.

De manera recíproca, el pueblo también le da un mensaje directo al virrey al adornar la calle con arcos triunfales, las puertas de las casas, ventanas y balcones, en señal de la confirmación del vasallaje de la ciudad ante el imperio; como una ciudad respetuosa y servicial ante sus mandatarios. «Era un despliegue en las calles, con el que la ciudad se presentaba ante sí misma, y a veces ante Dios» (Darnton, 1987, p. 123). A su vez, hay que tener en cuenta que lo sagrado y lo civil se funden en el ceremonial virreinal. Esa era la imagen que Santafé quería dar de sí misma al virrey que llegaba y a toda la corte imperial cuando se hacía un juramento o una celebración monárquica. Pero las procesiones y cortejos en los que se representa el poder político y social también eran un campo de contienda en el que se debatía sobre la tradición y la costumbre. En este artículo no se tuvo en cuenta este problema debido a que desbordaba los objetivos del mismo, pero sí se señala que se pueden encontrar en los archivos algunas denuncias sobre la falta de protocolo, al obviar ciertos puestos y ciertos privilegios en los actos públicos, que definían, como ya se ha mencionado, un orden social y político en la ciudad.


Pie de página

4Este acontecimiento se encuentra reseñado en las Actas del Cabildo. Fue publicado el 20 de junio de 1882 en Papel Periódico Ilustrado, I (19), 302-303. En adelante, las citas textuales que se refieren a la procesión provienen de este documento.
5Cabildos de Santafé de Bogotá, cabeza del Nuevo Reino de Granada (1538-1810). Archivo Nacional de Colombia (1957, p. 164). Publicado también en Ortega Ricaurte (1882, 20 de junio). Papel Periódico Ilustrado, I (19), 302-303.
6Vestidura talas (que llega hasta los talones), con mangas y un solo cuello grandes, que cae desde los hombros a las espaldas. (Diccionario de la Real Academia Española, 1947).
7Para un estudio sobre los espacios en Latinoamérica véase Guerra (1998, pp. 127-129). Para un análisis sobre Chile en el siglo XVII, véase Valenzuela (2001).
8Para estudios de los desfiles en Europa y sobre todo en Francia véase Darnton (1987, p. 119).
9En J. Acevedo y Gómez, Relación de lo ejecutado por el Cabildo en la proclamación de Fernando VII, 11 de Septiembre de 1808. Archivo Histórico de la Casa Museo del 20 de Julio de 1810, Bogotá. En adelante, se citará el folio antecedido de las siglas J.A.G. (José Acevedo y Gómez).
10"Versos declamados por Frutos en los actos de proclamación al rey Fernando VII". En Relación de lo ejecutado por el Cabildo en la proclamación de Fernando VII, 11 de Septiembre de 1808 (folio 21).


Referencias

Acevedo y Gómez. J, Relación de lo ejecutado por el Cabildo en la proclamación de Fernando VII, 11 de Septiembre de 1808. Archivo Histórico de la Casa Museo del 20 de Julio de 1810, Bogotá.        [ Links ]

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