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Signo y Pensamiento

Print version ISSN 0120-4823

Signo pensam.  no.48 Bogotá Jan./June 2006

 

El Palacio de La Moneda: del trauma de los Hawker Hunter a la terapia de los signos

 

El Palacio de La Moneda: From the Hawker Hunter’s Trauma to Sign Therapy

 

Pedro Santander Molina*, Enrique Aimone García**

* periodista y doctor en lingüística. Está a cargo de las cátedras de teoría del lenguaje y de metodología de la investigación en la Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Actualmente, dirige el Postgrado en Comunicación y Periodismo y es jefe de investigación de la Escuela. Sus áreas de interés son el análisis del discurso, la teoría del discurso y los medios de comunicación. Correo electrónico: pedro.santander@ucv.cl.

** licenciado en derecho y master en comunicación de la Universidad de Lovaina, Bélgica. Está a cargo de las cátedras de semiótica y ética periodística en la Escuela de Periodismo de la Pontificia ucv. Su área de interés es la semiología aplicada a la publicidad y a la comunicación estratégica. Correo electrónico: enrique.aimone.g@ucv.cl. Este artículo forma parte del proyecto de investigación "La lucha ideológica-cultural durante el gobierno de Ricardo Lagos Escobar y el fin de la transición política chilena", financiado por la Dirección de Investigación de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

Recepción: 5 de octubre de 2005 Aceptación: 10 de noviembre de 2005

Submission date: october 5th 2005 Acceptance date: november 10th 2005

 


El siguiente artículo realiza un análisis de orden semiótico a las intervenciones que durante el gobierno de Ricardo Lagos (2000-2006) se realizaron sobre el Palacio Presidencial de La Moneda. Se postula a modo de hipótesis semiótica que dichas intervenciones son operaciones semio-discursivas de investidura de sentido que responden terapéuticamente a las intervenciones traumáticas que la dictadura militar (1973-1990) realizó sobre el edificio. En ese sentido, subyace a este trabajo la convicción de que las operaciones semióticas del gobierno democrático tienen un sentido sanador (terapéutico) en relación con el trauma que la dictadura del general Agusto Pinochet instaló en Chile.

Palabras clave: Análisi semiótico, discurso terapéutico, trauma.

 


The paper to follow is a semiotic analysis of Ricardo Lagos’ (2000–2006) government interventions on the events that took place at La Moneda Presidential Palace. Our semiotic hypothesis asserts that such interventions are semiotic-discursive operations which attempt to invest with therapeutic meaning the traumatic interventions on the same building perpetrated by the military dictatorship (1973-1990). In this sense, the conviction that the semiotic operations performed by the democratic government have a healing (therapeutic) import vis-à-vis the trauma that General Augusto Pinochet inflicted on Chile, pervades our work.

Keywords : Semiotic analysis, therapeutic discourse, trauma.

 


Breve historia de La Moneda

El Palacio de La Moneda es considerado uno de los edificios seculares más sobresalientes de la América colonial. Debe su nombre a la función original que cumplió; esto es, centro de acuñación de monedas. Su diseño es obra del arquitecto italiano Joaquín Toesca. La construcción comenzó en 1784 y culminó en la primera década del siglo xix. Se emplearon, como materiales, cal de la hacienda Polpaico, lo que le dio al edificio un color blanco (este color será un elemento que, como veremos más abajo, cobrará sentido casi 200 años después); arenas del río Maipo, piedras de la cantera colorada del cerro San Cristóbal; madera de roble y ciprés de los bosques valdivianos, cerrajería y forja española de Vizcaya y 20 variedades de ladrillos horneados en Santiago para la construcción de dinteles, esquinas, pisos, molduras y sólidos muros de más de un metro de espesor.

En 1846 se transformó en sede del gobierno, función que cumplió ininterrumpidamente hasta el ataque que sufrió el 11 de septiembre de 1973.

El Palacio de La Moneda: semiosis y práctica política

Entendemos que la semiosis incluye todas las formas de creación de significado (Fairclough, 2003) y que cada práctica social necesita y exhibe elementos semióticos. Entonces, cuando analizamos semióticamente La Moneda estamos examinando desde una perspectiva concreta la práctica política chilena, e incursionamos en lo que Voloshinov denomina "el mundo de los signos" (1992, p. 33). A su vez, la hermenéutica nos enseña que hay muchas otras cosas en el mundo que hablan y que no son lenguaje. Se trata de signos que, aun sin ser de naturaleza lingüística, son legibles. Bajo esa convicción examinaremos el Palacio de Toesca como un signo que queremos leer y saber interpretar.

Ubicado en pleno corazón de Santiago, este palacio siempre ha representado algo más que un mero edificio para la sociedad chilena; por lo mismo, consideramos La Moneda como un objeto que satisface la definición clásica de aliquid pro aliquod. El Palacio de La Moneda es un signo potente, tanto en su sentido histórico, como en su sentido estrictamente semiótico. Por un lado, tiene una existencia y una materialidad concreta y, por otro, sobre esa base material, se posibilita la capacidad inherente a todo signo de asociación y/o sustitución. Así se dan las condiciones para que este edificio pueda ser intervenido semióticamente de cara a su representación y al reconocimiento (Verón, 1984) de los chilenos.

Todo signo implica, en principio, una diferenciación entre un representante y un representado. Para efectos de este artículo, y siguiendo la trilogía de Peirce (1978), distinguiremos tres grandes categorías de signo o, como precisa Verón (2002), tres modalidades de funcionamiento significante: el signo indicial, el signo icónico y el signo símbolo: el Palacio de La Moneda cumple con todos ellos.

En el índice no existe verdaderamente una separación entre significante y significado, ambos forman parte de un todo ligados por una relación de contigüidad. El índice tiene que ver con la capa de producción de sentido ontogénicamente más arcaica (cuerpo-espacio-objetos), por eso se lo ha ligado a un orden del contacto (Verón, 2002). En ese sentido, es la corporeidad de La Moneda la que apunta a este primer nivel significante. A La Moneda es posible verla, palparla, recorrerla.

El ícono, en cambio, implica una relación de similitud. Existe una separación entre representante y representado, donde el primero es un verdadero sustituto de la cosa representada. "El ícono se agrega al mundo, en cambio, el índice es deducido por desprendimiento metonímico" (Bougnoux, 1991, p. 51). La Moneda, en tanto ícono, ha sido innumerablemente reproducido por fotografías, filmaciones y todo tipo de grabados. Es precisamente su dimensión icónica la que ha dado la vuelta al mundo. Millones de telespectadores guardan el recuerdo del Palacio en llamas.

Finalmente, el símbolo se caracteriza por ser arbitrario y convencional y se aviene naturalmente a la concepción saussariana. El Palacio de Toesca, "el lugar donde tanto se sufre", como decía el presidente Arturo Alessandri, representa para los chilenos el símbolo del ejercicio del poder. Es la sede del poder Ejecutivo, emplazamiento privilegiado del presidente de la República, que, además de jefe de gobierno, es la máxima autoridad del Estado. Es, en suma, el símbolo de la República.

Estos órdenes no son excluyentes y un mismo signo puede reunirlos en su seno. Es el caso de nuestro objeto de estudio, edificio sobre el cual se desarrollan operaciones semiodiscursivas de investidura de sentido que, como veremos más abajo, apuntan a esas tres modalidades.

La representación de La Moneda (1973-2005): del trauma a la sanación

El 11 de septiembre de 1973 marca la fecha en que la representación de La Moneda sufre un giro absolutamente desconocido y sorpresivo para los chilenos. Ese día el palacio presidencial es atacado por tierra y aire durante seis horas. Cientos de soldados se enfrentan al presidente Allende y una veintena de sus colaboradores, que oponen resistencia armada. Miles de disparos de artillería e infantería, además de siete ataques aéreos consecutivos y 18 misiles de los Hawker Hunter, acallan la única verdadera resistencia armada que hubo al golpe de Estado, ponen fin a la democracia chilena y destruyen parte importante del edificio. La Moneda es dejada en ruinas y permanece deshabitada por casi una década, cercada por maderas que impiden el paso, pero que permiten su visión. Recién en 1978 se inician algunos trabajos de reconstrucción y restauración.

Es también el momento en que el gobierno militar instaura un régimen de terror y la época en que el edificio de La Moneda se consolida como un lugar que expresa lo que llamamos violencia semiótica (Mandoki, 2004). Su abandono, su ruindad pública y la decisión de dejar a la tradicional sede de los gobiernos republicanos en completa decadencia durante ocho años, permiten que se ejerza y difunda una violencia en un registro visual-espacial a través de la mediación de La Moneda como signo. El mensaje era claro: esos escombros eran lo que quedaba del sistema político que rigió hasta 1973.

Cabe señalar que este edificio se ubica en pleno centro de la capital chilena, en el corazón del llamado Barrio Cívico santiaguino, y constituye paso obligado para millones de santiaguinos1.

En ese contexto urbano e histórico, el Palacio de La Moneda, como un lugar que está marcado semióticamente por una diferenciación con su esplendoroso pasado, pero también por una oposición con su entorno de edificios ministeriales y de Barrio Cívico, es transformado en un signo con una nueva representación: el trauma. Entendemos el concepto de trauma, siguiendo al psicoanálisis, como una "herida en la memoria" (Seligmann-Silva, 2003).

El periodo de violencia simbólica origina y consolida así una nueva representación. La Moneda ya no tiene el tradicional potencial icónico y metafórico de ser el centro del poder político y la sede de los presidentes. Ahora el signo comienza a adquirir un nuevo valor, el de una herida que, además, es dejada abierta por años, sin ser tratada, sin cura ni atención. Así, desde el punto de vista urbano, La Moneda se convierte en una verdadera escena del trauma, debido a que su ubicación implica, para los santiaguinos, un permanente retorno al sitio del suceso y ser testigos (in)voluntarios de un desplazamiento del potencial icónico, indicial y simbólico tradicional del edificio, por otro nuevo.

Según relatan diversos testimonios históricos (Cavallo, Salazar y Sepúlveda, 1997), los militares no esperaban encontrar la principal resistencia a su movimiento anticonstitucional en el edificio gubernamental, sino en las poblaciones y en los cordones industriales de la capital. No obstante ello, el ataque a La Moneda se convierte en un momento fundacional del régimen en el momento en que se opta por dejar prácticamente intacta la escena, y por ocho años. Es la concepción de lo siniestro como retorno permanente al mismo suceso traumático (Fractmann, 2004), sumándose así la violencia semiótica al terrorismo de Estado que lleva a cabo el gobierno del general Augusto Pinochet.

El abandono de la sede gubernamental, y el periodo de violencia semiótica que encarna, constituye la primera operación de investidura de sentido que identificamos. Se trata de una estrategia que lleva a cabo la dictadura bajo la forma de un proceso semiótico- discursivo y que busca que el ataque al edificio, y el acontecimiento traumático resultante, se expanda histórica y subjetivamente. De esta manera, el valor de La Moneda cambia drásticamente. Se da cuenta así de la motivación entre significado y significante, que permite que un mismo signo -el Palacio La Moneda- comience a representar algo completamente nuevo. Vemos cómo este caso nos muestra los límites que implica considerar que una representación se basa en un signo arbitrario, tal como lo han advertido diversos autores (Kress, 1993; Volli, 2003), siempre hay también una motivación que subyace a su representación.

Operaciones de investidura de sentido: el análisis

La Moneda ha sido convertida en un "irreductible y una escena del trauma" (Graciela, 2004) al conjugarse el cierre, el abandono, la violencia física y la sígnica. Recién en 1981 fue reocupada como sede de gobierno y ahí permaneció Pinochet hasta marzo de 1990.

Sin embargo, sostenemos que su valor de trauma se mantiene prácticamente intacto hasta marzo de 2000, cuando asume el gobierno de Ricardo Lagos. A partir de esa fecha identificamos una respuesta semiodiscursiva que consta de varias etapas. Estas están asociadas a los tres órdenes de funcionamiento de significante de un signo que señalábamos más arriba: el orden del índice, del ícono y del símbolo. Se trata, como afirma Verón (2002), de una cuestión de predominio relativo y no de presencia o ausencia. De modo que si decimos que la apertura es índice, lo es de manera predominante, pero no exclusiva; lo mismo con la puerta de Morandé 80 en que predomina lo simbólico, aunque con evidentes trazos de índice, etc.

Se trata, en definitiva, de una estrategia que ahora busca cambiar la representación del signo y que muestra conciencia por parte de los responsables de estas operaciones respecto del inherente potencial de asociación y sustitución que este edificio, considerado en cuanto signo, posee. A nuestro entender, estamos frente a una intervención semiótica que se efectúa en torno y sobre el edificio, con un claro propósito terapéutico, es decir, se comienza a elaborar una semiosis de sanación en relación a todo lo ocurrido con la sede gubernamental anteriormente.

Como ya anticipamos, creemos que los signos son entidades semióticas motivadas (Kress, 1993; Mandoki, 2004; Raiter, 1999; Voloshinov, 1992) y que la relación entre significado y significante codifica no sólo características del objeto representado, sino, también, intereses del productor. Ese interés es el que determina qué características del signo serán seleccionadas, cuáles serán consideradas centrales y destacadas, y, por lo tanto, la manera en que se expresará la relación entre significante y significado.

En este caso, la estrategia puede ser descrita como un trabajo político de investidura de sentido. Se trata de operaciones que resultan construidas a partir de marcas presentes en la materia significante (Verón, 1984) y cuyas huellas pueden ser leídas. Cada uno de los momentos que analizaremos constituye operaciones de investidura, y en su conjunto forman una sintaxis que construye una nueva representación de La Moneda. Estamos ante una verdadera gramática de producción que leemos sobre la base de cuatro momentos que consideramos centrales y, por lo tanto, como aquellos que mejor dan cuenta del interés y de la motivación de los nuevos productores de sentido.

La semiosis comienza a operar: los signos responden a las bombas

La apertura: La Moneda como índice

El lunes 13 de marzo de 2000, sólo dos días después de que asumiera la Presidencia de la República, Ricardo Lagos Escobar dispuso la reapertura de las puertas de La Moneda a la ciudadanía. Se retomaba así una tradición interrumpida en 1973. Se trata de la primera operación de investidura de sentido que identificamos y procederemos a analizar; fue, además, una de las primeras acciones de orden comunicacional que llevó a cabo el gobierno; sólo en el 2003 transitaron por La Moneda 283.125 personas2.

Según declaró ese día el ministro secretario general de Gobierno, Claudio Huepe:

Quisimos restablecer una vieja tradición chilena. Creo que eso significa en los hechos, un ejemplo, una muestra del carácter que el Presidente Lagos quiere dar a su relación con la ciudadanía, que es la mayor cercanía posible al pueblo. Se trata de acercar el poder a la gente y además este tema de transparencia, para que la gente vea donde trabajan las personas que están a cargo del Gobierno. (Cursivas mías)3

El ministro explica la apertura por medio de dos tópicos que nos llaman la atención. El primero, apunta a una acción que tiene una referencia en el pasado: la tradición chilena. El segundo, es el tema de la transparencia. Para referirla, el ministro la describe lingüísticamente con el empleo del verbo de carácter conductual ver; se trata, pues, de una acción pensada en participantes concretos -los transeúntes- que experimentarán y llevarán a cabo una acción visual. La visión: requisito para la transparencia.

En efecto, en la apertura predomina el orden del contacto (Verón, 2002); a La Moneda ahora es posible verla, pero también tocarla, recorrerla, olerla. Es en este primer nivel donde el público toma contacto físico con la corporeidad del edificio, pero es también el lugar desde donde el poder "hace contacto directo" con la ciudadanía. Abrir La Moneda, entonces, ha significado profundizar el eje de la relación entre gobernantes y gobernados, que desde la antigua polis griega se caracterizó por el nivel de cercanía entre estos actores. Esto significa un profundo rescate de la idea de pertenencia de lo público que implica la democracia y, por lo mismo, de transparencia. Así, lo que es de todos es posible tocarlo, convirtiéndose, por ende, en algo cercano, próximo (mío): la apertura. A diferencia de lo que es privado, lo que está prohibido tocar, que se convierte, de ese modo, en algo lejano, por tanto ajeno (no mío): la clausura.

Desde el punto de vista indicial, La Moneda, antes de esta reapertura, representaba la señal de lo vedado, de algo que no pertenece a todos, sólo a algunos, de la no democracia; ahora, en cambio, sus puertas abiertas son el índice de una transparencia, de una democracia y de una pertenencia no excluyente.

El blanco: La Moneda como ícono

La Moneda es también un ícono, en cuanto ha sido innumerablemente reproducida en fotografías, filmaciones y todo tipo de grabados. Es precisamente su dimensión icónica la que ha dado la vuelta al mundo. Gracias a ella, el golpe de Estado chileno fue conocido globalmente. En cambio, ¿quién recuerda imágenes del golpe uruguayo ese mismo año, del boliviano en 1975 o del argentino en 1976?

Esta imagen traumática es ahora objeto de una metamorfosis, a partir de una segunda operación semiodiscursiva de investidura de sentido: so pretexto de rescatar el color original que tuvo el edificio cuando fue diseñado por Toesca y para lo cual se empleó cal de la hacienda Polpaico, La Moneda fue pintada íntegramente de blanco por el gobierno de Ricardo Lagos. Pero, además de generar una suerte de flash back iconográfico, que conecta con las raíces históricas del Palacio, es innegable la remisión que hace el blanco a un estado de pureza, asociado en la sociedad occidental a las virtudes de la virginidad en general y femenina en particular.

Esta operación parece querer cambiar la imagen de campo de batalla, caracterizada por las llamas y humaredas de un palacio gris que se incendiaba, consumido por el fuego. A ello sumemos que durante 30 años siempre pudimos apreciar las huellas de esa batalla sobre el cuerpo significante de La Moneda; grietas provocadas por ráfagas de ametralladora y disparos de fusil poblaban como escamas las fachadas del edificio. Hoy, de blanco, luce pulcro, radiante.

Doble enlace con el pasado: las semiotécnicas

De esta manera, La Moneda, considerada como un signo que representaba un irreductible del dolor y una escena del trauma, se interviene semióticamente mediante una apertura y un color, es decir, indicial e icónicamente. Recordemos: "Representation helps us with the work on the trauma" (cursivas nuestras) (Seligmann-Silva, 2003, p. 150).

Observamos una intervención sobre la materialidad significante del objeto que tiene ese sentido terapéutico con referencias que no sólo son espaciales, sino, también, temporales. Para ello se trabaja conectando las operaciones semiodiscursivas del presente con eventos del pasado cercano (dictatorial) y del lejano (republicano). Se trata de un enlace dialógico e intertextual que apoya la producción de sentido y, por lo mismo, el reconocimiento (Verón, 1984) o la comprensión de estas acciones por parte de quienes se encuentran con la sede gubernamental en su transitar. Es un enlace doble con el pasado. Por un lado, el blanco y la apertura remiten, primeramente, a una memoria histórica no traumática. Dicho color es el de su génesis (1805); su apertura fue decidida a principios del siglo xx por el presidente Ramón Barros Luco (1910-1915). Por otro, hay una alusión clara al golpe de Estado, a las fachadas heridas y al cierre de sus accesos al público.

En ese sentido, consideramos estas dos operaciones como mecanismos semióticos (Mandoki, 2004), por medio de los cuales se opera sobre materias significantes, con el propósito de afectar tanto el valor del signo como su percepción por parte del ciudadano. En nuestra opinión, lo terapéutico de estas acciones icónicas e indiciales radica en que frente al constante retorno al que se ven forzados millones de chilenos por los problemas de planificación urbana señalados, el gobierno de Ricardo Lagos Escobar realiza operaciones de integración de la escena traumática a la cotidianidad de los ciudadanos, de una manera semióticamente articulada y no patológica, que implica y posibilita un retorno distinto a la escena del trauma.

Morandé 80: La Moneda como símbolo

Señalábamos más arriba que, de acuerdo a las modalidades de funcionamiento significante, la sede de gobierno es también un símbolo. Por convención, el Palacio de La Moneda representa en Chile, como ninguna otra obra, el ejercicio del poder: es el lugar desde donde los presidentes (desde 1845) ejercen su mandato. Se trata del emplazamiento privilegiado del jefe de gobierno, quien es, además, la máxima autoridad del Estado. Aunque parezca obvio decirlo, el carácter simbólico de La Moneda radica en que es el lugar físico donde y desde el cual la principal autoridad del país gobierna. Por convención, además, el sintagma La Moneda se emplea lingüísticamente como sinónimo de el gobierno.

Morandé 80 es una de las entradas a esta casa de gobierno y, tal vez, la dirección más renombrada de la historia política de Chile. Bajo el gobierno de Manuel Montt (1906-1910) se ordenó la apertura de una puerta hacia esa calle y, desde entonces, dicho acceso sirvió de ingreso privado para los mandatarios. Históricamente, esa era la puerta de los presidentes. Los primeros mandatarios podían salir y entrar, para eventualmente mezclarse con la ciudadanía que pululaba por las céntricas calles del Barrio Cívico.

Por esa puerta ingresó vivo Salvador Allende la mañana del 11 de septiembre; por ese lugar salieron, luego de rendirse, quienes lo acompañaron, y por esa puerta fue retirado el cadáver del presidente Allende, tras su suicidio. Luego de ese día, fue clausurada y tapada por un muro, es decir, una operación semiótica por medio de la cual la dictadura hizo desaparecer dicho acceso, al igual que a 21 de los hombres que esa mañana salieron por esa puerta.

En respuesta, y conformando así la próxima operación de investidura de sentido que pretende responder semióticamente al trauma, a principios del 2003, y por iniciativa del propio presidente, la Dirección Nacional de Arquitectura elaboró y ejecutó el proyecto de recuperación arquitectónica del emblemático acceso. Se procedió a demoler el muro construido por los militares que ocupaba el lugar de la puerta clausurada, y se montó un nuevo portón, de aproximadamente 300 kilos, que reproduce la puerta original y mantiene el estilo arquitectónico de la Casa de Gobierno, con troqueles de bronce y una mirilla de hierro forjado.

Poco antes de su inauguración, el subsecretario de Obras Públicas, Clemente Pérez, al agradecer al grupo de profesionales de la Dirección de Arquitectura que estuvieron a cargo de los trabajos, señaló que esta iniciativa implica "la restauración de un símbolo que refleja un profundo proceso histórico vivido en el país"4. Como vemos, en esta cita directa del subsecretario, nuevamente se unen historia y semiosis. Esa unión de ambos elementos propios de la práctica política del gobierno que estamos analizando culminó el 10 de septiembre de 2003, durante la ceremonia que recordó los 30 años del golpe de Estado. Ese día, el presidente Lagos Escobar reabrió esta histórica puerta, entró por ella al Palacio y escribió en el libro de visitas dispuesto en el lugar: "Reabrimos esta puerta para que vuelvan a entrar las brisas de libertad que han hecho grande a nuestra patria".

El mandatario, al efectuar personalmente el gesto de reapertura que fue transmitido en vivo y en directo por todos los canales de televisión del país, emplea un verbo (reabrimos) que nos remite a un nosotros inclusivo (Benveniste, 1974), para caracterizar su gesto como una acción que incluye a todos los chilenos; usa una metáfora que alude directamente al trauma del golpe y a la sanación que se busca ("que vuelvan a entrar las brisas de libertad") y, finalmente, retoma un tópico tradicional de la historia republicana (la grandeza de la patria).

Nuevamente estamos antes una semiosis que se enlaza doblemente con el pasado lejano y el reciente: la restauración se encadena, por un lado, con la tradición republicana y alude, por otro, al trauma de 1973. Esa conjunción, al igual que en las dos operaciones examinadas anteriormente, permite la creación de una dialéctica (psicológicamente) terapéutica y (políticamente) inclusiva.

Cabe realizar una observación adicional. Cuando el presidente procede a reabrir Morandé 80, los espectadores vemos en ambos costados de la puerta a dos miembros de la Guardia Presidencial, en posición firme, luciendo impecables y flanqueando al mandatario. Lo sorprendente: se trata de dos mujeres uniformadas. Y aquí irrumpe la cuarta y tal vez más peculiar operación de investidura que forma parte de esta semiosis.

La presencia femenina: valor por oposición

En la semiosis que estamos analizando, la presencia de la mujer se destaca por su contraste y adquiere, así, en un sentido totalmente saussuriano, su valor por oposición y negación. Como veremos, el Palacio de La Moneda es influido por lo femenino, lo que se comunica de diversas maneras. Se continúa así con el cambio de la representación en una operación semiótica que es la más contrastante de todas, por lo tanto, la de mayor valor.

En efecto, se trata del único elemento que en el marco de las operaciones de investidura de sentido no opera sobre la estructura material de La Moneda, sino en torno a ella. La mujer es incorporada a la materialidad significante desde fuera del objeto y comienza desde ahí a formar parte del signo; podríamos decir que ingresa a éste. Esta vez no se acude a la base material de cara a la sintaxis semiótica que estamos develando, sino a un elemento doblemente exterior al signo, pues no forma parte de su estructura y no es inanimado, sino humano.

Siguiendo con esta suerte de dialéctica negativa, vemos que la presencia de la mujer no alude al pasado de nuestro país, ni al más lejano, ni al de la dictadura. Es, en ese sentido, un elemento que, aun cuando en nuestra opinión forma parte de la semiosis terapéutica, se diferencia de las tres operaciones anteriores, ya que fundamentalmente da cuenta del presente. La dialogicidad que mantiene con el pasado nacional es de total oposición y contraste, pues, a diferencia de la apertura, del color blanco y de Morandé 80, es la primera vez que la presencia de la mujer en La Moneda se ha vuelto tan notoria. La lectura de este elemento, por lo tanto, no es posible realizarla sobre la base positiva de la intertextualidad y dialogicidad propia de las operaciones anteriores.

Acudimos, entonces, al contexto. Los gobiernos de la Concertación han ido promoviendo la presencia de mujeres en puestos de mando. En noviembre de 1998, por primera vez en Chile y Latinoamérica, una mujer (Mireya Pérez Videla) era ascendida al grado de generala, y a partir del 2000 se ha promovido la presencia de la mujer a instancias antes impensadas. Seis puestos ministeriales han sido ocupados por ellas en el gobierno de Ricardo Lagos: Defensa, Relaciones Exteriores, Salud, Ministerios de Planificación, Educación y Servicio Nacional de la Mujer. Es el número más alto en la historia de los gobiernos nacionales. También por primera vez una ministra comenzó a integrar la Corte Suprema de Justicia. Y en directa relación con la semiosis en torno al palacio gubernamental, en diciembre de 2001 cuatro mujeres -dos oficiales y dos suboficiales- se integraron al Grupo Guardia de Palacio, y rompieron así con la tradición en la que por más de setenta años personal masculino tuvo la exclusiva responsabilidad de garantizar seguridad a la sede del poder Ejecutivo, a sus trabajadores y visitantes. A partir de esa fecha, los carabineros hombres que tradicionalmente han compuesto este selecto cuerpo armado -para lo cual deben cumplir una serie de requisitos profesionales y físicos- se han sumado las mujeres que hoy llegan a 17, en total.

Nuestra búsqueda por el sentido nos lleva a recorridos sorprendentes. Bajo la motivación foucaultiana de que todo discurso está relacionado con discursos anteriores, descubrimos que sí ha existido anteriormente, y también en el marco de una interacción estrecha entre mujer y sede del poder, una semiosis que vincula acción política con la representación de lo femenino. Nos remontamos a la cultura que da origen a la democracia. Nos referimos a Hestia, la diosa griega del hogar (Vesta, para los romanos), que rápidamente se convirtió en el genio benéfico de todas las comunidades políticas, en razón de que para los helenos el Estado descansa sobre la familia. Ella encarna la idea de lo femenino al interior de la casa del gobierno. En las polis griegas, el Pritaneo (la sede del gobierno) estaba consagrado a esta diosa, quien tenía allí su altar. Hestia simbolizaba la pertenencia de todos los griegos a una sola nación. La mitológica Hestia era representada por los escultores del Peloponeso como virgen y pura, cualidades que nos remiten al blanco, el color actual de La Moneda.

Finalizamos con la indicación de que tanto ha sido el impacto de estas acciones, que la última encuesta del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud), del 2004, constató que para el 83% de los chilenos lo más notable en los cambios del país ha sido la irrupción de la mujer a lo público.

Conclusión

Acudimos a Barthes (2003): "descifrar los signos del mundo quiere decir siempre luchar contra cierta inocencia de los objetos". Leemos al propio jefe de Estado: "hemos tenido éxito, porque no hay improvisación"5. Una mano de pintura, la inauguración de una puerta o la apertura a la ciudadanía de un edificio público podrían constituir un conjunto de inocentes acciones, sin mayor relevancia o significación. Pero, como hemos tratado de demostrar, estos actos, cuyo proceso de realización hemos denominado operaciones semiodiscursivas de investidura de sentido, se han traducido en un cuidado intento por cambiar la representación del Palacio de La Moneda, de cara a los chilenos. En nuestra opinión, se trata de una semiosis planificada, es decir, de una estrategia que parte del trauma y la exclusión para llegar a la sanación y la inclusión.

Esta estrategia acude a un sistema de referencia anterior que permite, como señala Raiter (2003), que unos signos afecten a otros, y produzcan un discurso que contesta o alude a otros discursos.

Hemos apuntado, de esta manera, a la importancia (operativa) de la semiosis en la práctica política y a la importancia (analítica) de la semiótica para explicar satisfactoriamente fenómenos comunicacionales y procesos de significación.

 


1. Santiago, a diferencia de otras ciudades coloniales, experimentó a partir de la llegada del conquistador español un desarrollo y crecimiento urbano que fue lineal y no radial. La razón es que se siguió como eje el ya establecido Camino del Inca que comunicaba con Argentina y sobre el cual se construyó la Alameda Bernardo O’Higgins. Ésta es la principal arteria de la ciudad; sobre ella se ubica el Palacio de la Moneda y por ella circula el 80% de toda la locomoción colectiva de la capital.

2. Datos proporcionados por la página oficial del gobierno de Chile (disponible en http://www.presidencia.gob.cl).

3. Comunicados de prensa de la presidencia de la República, del 13 de marzo de 2000, disponible en http://www.presidencia.gob.cl.

4. Comunicado de prensa oficial del gobierno de Chile, disponible en http://www.presidencia.gob.cl.

5. Ricardo Lagos al visitar, el 14 de enero de 2005, la tercera y última etapa de construcción del camino La Pólvora; una de las obras de infraestructura más importantes del país.


Referencias

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