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Signo y Pensamiento

Print version ISSN 0120-4823

Signo pensam.  no.49 Bogotá July/Dec. 2006

 

El ángel y el demonio de Zuleta

 

Jorge Vallejo Morillo. La rebelión de un burgués: Estanislao Zuleta, su vida Bogotá, Norma 2006, 275 p.

Si Jorge Vallejo Morillo hubiera escrito una biografía intelectual o un ensayo reverente sobre la vida y obra de Estanislao Zuleta, uno de los pensadores más visibles y “populares” —si cabe el oxímoron— que tuvo Colombia en la segunda mitad del siglo xx, seguramente habría recibido ovaciones de la crítica y estaría dando de qué hablar. Pero ni lo uno ni lo otro.

El crítico de la revista Semana sepulta la obra en pocas líneas sin haberle hecho la disección, después de compararla con la biografía de Alberto Valencia (Estanislao Zuleta o la voluntad de comprender, 2005), y lo que más parece molestarle es la profusión de anécdotas irrelevantes contadas en lenguaje coloquial. Pero el autor, en un gesto inusual, respondió con provocadora ironía en la misma revista: “Fue un error mío no haber presentado más claramente mi pequeño aporte. No advertí que me limitaría a contar la historia de un hombre, aventuras y desventuras, sin responsabilizarme de su obra. Error condenable en el código de comercio, que se paga con severas multas, puesto que hay algo de estafa al consumidor…”.

Y allí donde los doctos encuentran anécdotas y frivolidades, el lector común puede descifrar los misterios de la condición humana, más cuando se trata de la de un nietzcheano tan declarado como el filósofo Estanislao Zuleta, sujeto de incontables odios y amores. Quizá sin proponérselo, el autor encajó su obra en la estructura y el lenguaje del reportaje biográfico o perfil, género periodístico infrecuente en el mercado editorial colombiano. De ahí la incomprensión de muchos expertos, acostumbrados a biografías más ortodoxas.

En La rebelión de un burgués, antes que magnificado o satanizado, el personaje aparece con sus claroscuros, en un retrato que emerge de múltiples voces guiadas por la del narrador; en este caso amigo cercano, deudo y cómplice tras una amistad de treinta años, que no vacila al señalar los rasgos contradictorios de la personalidad de Zuleta, sus vicios, miserias y bajas pasiones, porque ocultarlas habría sido negar la búsqueda vital del pensador. Y este es el juego limpio que esperan los lectores de este género que se pega a la piel de los perfilados como un guante. El biógrafo asume lo azaroso del oficio de encontrar la verdad del personaje, escarbando hasta en la basura —como él mismo confiesa— si así es necesario.

Vallejo Morillo recogió más de sesenta testimonios para construir este retrato impresionista tan ajeno a las hagiografías y a las apologías deudoras de las notas necrológicas, por aquello de que “no hay muerto malo”. Con tonos agridulces, nostálgicos, devotos y severos lo recuerdan sus ex mujeres, hijos, colegas, seguidores y amigos del alma; pero, ante todo, el autor mantiene su tono muy personal por la identificación con el personaje y porque enfrentó la tarea de escribir este libro como un “desafío pasional”.

Siguiendo la técnica del género, reconstruye la peripecia de Zuleta desde su infancia hasta su muerte en catorce capítulos que sintetizan los hechos, las preocupaciones, los afectos y autores determinantes en su vida y en su formación intelectual (el viejo Fernando González que abrió sus ojos de niño, Gandhi, Thomas Mann, Freud, Marx, Dostoievski, Kant…).

El libro comienza con una crónica intimista sobre la muerte, el entierro y las paradojas de la vida de Zuleta: el burgués rebelde murió solo en un pequeño apartamento de estrato tres del barrio Meléndez, de Cali, y pasó esos últimos años —tras la separación de su esposa Yolanda— haciendo los mismos recorridos entre la Universidad del Valle y los bares y cafés donde dictó sus más lúcidas cátedras. Allí, entre contertulios conocidos y desconocidos (no despreciaba a nadie, aclara varias veces el autor) halló su inspiración. “Como decía Estanislao” es una frase que todavía se escucha en esas universidades, tres lustros después de la muerte del maestro.

Según las coordenadas del género, esos recorridos también son históricos y en la lectura del libro asistimos al transcurrir de esas generaciones que nacieron en la época de la violencia en un contexto político convulso y tuvieron su protagonismo en los años sesenta con el surgimiento de los primeros grupos marxistas revolucionarios, de los partidos comunistas y de la prensa de izquierda. Estanislao joven se puso las botas y se fue al Sumapaz a pegar la hebra con el guerrillero Juan de la Cruz Varela, acompañado de su primera esposa, sobrina de los dueños del periódico El Tiempo.

Así surge en sus justas dimensiones el maestro de la oralidad, que se tomó las plazas públicas y los cafés a manera de ágora y difundió sus saberes en los famosos círculos de estudio marxistas y de psicoanálisis en las tres ciudades que habitó: la natal Medellín, Cali y Bogotá. En las universidades de Antioquia y del Valle encontró su nicho intelectual y el modus vivendi, aunque los asuntos materiales nunca lo desvelaron (su familia siempre le evitó esa molestia).

Y como todo predicador, tenía un proyecto político, una utopía: la de civilizar a sus conciudadanos para sacarlos de la barbarie espiritual; luchar por los derechos humanos en una maltrecha democracia. Su romanticismo lo llevó a ser Alto Consejero de los Derechos Humanos en el gobierno de su amigo Belisario Betancur, donde comprobó la inutilidad de las palabras en medio de la hecatombe del Palacio de Justicia, en 1985, y de la guerra sucia que liquidó a los líderes de izquierda y al naciente partido Unión Patriótica. Y de seguro no habrá habido en la historia un funcionario más sabio y menos eficiente que él.

En esta búsqueda infructuosa de la paz en Colombia, el ideario de Zuleta vuelve a cobrar sentido. La lectura de este libro nos ofrece el testimonio más descarnado del intelectual que se untó de país, participó en los debates públicos y trató de encontrar principios de acuerdo y tolerancia, pero ni el autor del Elogio de la dificultad —su clásico ensayo— pudo lograrlo. Fue su última aventura como intelectual comprometido.

Queda este libro, de carácter más divulgativo que académico, por el estilo directo y el tono intimista, para que las nuevas generaciones conozcan al Zuleta ángel y demonio en sus facetas de pensador, pedagogo, militante, poeta, funcionario, padre y compañero.

Con motivo del décimo aniversario de la muerte del filósofo, Antonio Dorado, realizador de la Universidad del Valle, hizo un documental para difundir su pensamiento al público masivo (porque a sus conferencias llegaban muchedumbres). Pero como pasó con este último libro, no faltaron los detractores que se preguntaron dónde quedó el pensamiento de Zuleta. Lo que siempre pasa con las obras y figuras que hacen parte del patrimonio nacional.

Sin duda, los lectores menos familiarizados con el mito de Zuleta podrán leerlo con avidez, pese a las reiteraciones y gazapos que se le escaparon al editor y hasta algunas fechas que no cuadran en la cronología. En todo caso, minucias que no empañan la rigurosa investigación. Valgan para ilustrar el estilo y el tono general del reportaje biográfico estas líneas: “… huérfano de un padre luminoso, prácticamente hijo único de una madre que lo adoraba, autodidacta enemigo de los colegios, un matrimonio avenido a los trancazos, tres hijos arrancados a su madre, una familia materna abundante y generosa, un inconforme en un mundo de realidades deplorables […] Un hombre asmático, insomne, bebedor, fumador, lúcido, inteligente, revelador, encantador…”.

Maryluz Vallejo Mejía
Departamento de Comunicación

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