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Signo y Pensamiento

Print version ISSN 0120-4823

Signo pensam.  no.50 Bogotá June/June 2007

 

Los saberes: la experiencia de abrirnos a la incertidumbre

 

Wallerstein, Immanuel, Las incertidumbres del saber, Barcelona, Gedisa, 2005, 180 páginas.

 


Historiador neoyorquino, director del Centro Fernand Braudel de la Universidad de Binghamton e investigador superior de la Universidad de Yale, Immanuel Wallerstein es un científico social agudo, conciso y decidido; una vez más lo demuestra con la publicación en inglés, en el 2004, de Las incertidumbres del saber, traducido al castellano en el 2005. Con este libro, Wallerstein establece el balance de su incursión en el debate epistemológico sobre los saberes, la coimplicación entre las ciencias, las disciplinas y la nueva cultura, donde la transdisciplinariedad no es sólo un método científico más, sino una cosmovisión compleja de la realidad.

Sacrificando coherencia en cuanto unidad temática, con este texto, Wallerstein no desaprovecha la oportunidad para reiterar su tan conocida perspectiva crítica, basada en el estudio de la historia desde el punto de vista de Fernand Braudel, es decir, desde el concepto de “análisis del sistema-mundo”; junto con esta idea, insiste Wallerstein en su categórica y fundamentada tesis de la decadencia del poder estadounidense, por cuanto, dice el historiador, Estados Unidos ha entrado en un ciclo en el que ya no es el foco irradiador del capitalismo mundial.

“La ciencia es una aventura y una oportunidad para todos, y todos estamos invitados a participar en ella, a construirla y a conocer sus limitaciones”, quizá sea esta la frase que abrevia sabiamente el contenido y la incitación que, con sólidas razones, nos hace Wallerstein. Las ideas de la ciencia como aventura y los científicos como aventureros son tanto concepciones como invitaciones, seductoras y peligrosas, también profundamente vitales, bellas, conmovedoras. La ciencia y los científicos no nacen, se hacen, se construyen en un proceso abierto, incierto, inacabado; en dicho proceso simultáneamente somos actores y espectadores. ¡Quién lo creyera!, esta forma de ver las dinámicas de investigación y de construcción científica no es común y no ha sido, tampoco, enunciada desde hace mucho tiempo o por lo menos no ha alcanzado a ser una idea fuerte, sino recientemente, tan sólo desde hace unas cuantas décadas, digamos, desde los años setenta del siglo xx.

En Las incertidumbres del saber Wallerstein subraya cómo la visión predominante de la ciencia desde 1850, hasta un poco después de 1945, ha sido la de un cientificismo que, fungiendo como una ideología de la ciencia, puso a circular sus dogmas centrales que rezaban sobre el carácter desinteresado de la ciencia y su constitución extrasocial; predicaban, igualmente, que los enunciados de verdad de la ciencia se sostienen por sí mismos sin el apoyo en proposiciones filosóficas generales y que el conocimiento científico es sinónimo de verdad.

Durante siglo y medio el cientificismo monopolizó la interpretación del proceso científico, extendió una imagen de la ciencia, del conocimiento, de la verdad y de la realidad, que, en líneas generales, podemos denominar como determinista, universalista, abstracta y disciplinarizante-disciplinarizada.

El cientificismo es una imagen de la ciencia que ha cumplido un ciclo largo fundado con la distinción positivista entre ciencia y filosofía, separación consolidada en la segunda mitad del siglo xix; escisión que consagraba el dogma de la objetividad, como prohibición y condena de confundir los denominados “hechos” con los “valores”. Esta emergencia positivista advino con el reinado del discurso del método y la analítica, que separaba lo subjetivo de lo objetivo, el hecho de los valores, el conocimiento de la praxis y, sobre todo, que en pos de la delimitación del objeto y método propios perdía el proceso de la realidad.

“La realidad” se estudiaba en fragmentos, “compartimentalizadamente”. De tal suerte que el estadio emergente fue el del positivismo y la disciplinarización. Es una paradoja, el evangelio positivista atacaba a la filosofía y pretendía volver invisible la perspectiva filosófica de fondo que servía a sus argumentos; el positivismo estuvo y estará siempre adscrito a una visión filosófica del mundo y de nuestra manera de conocerlo. En compendio para este paradigma conocer la realidad es un asunto del método analítico, en el que la realidad se conoce despedazándola en múltiples fragmentos, abstrayéndola del contexto y, luego, formulando leyes (perspectiva nomotética) obtenidas en condiciones ideales de experimentación.

La resultante fue, entonces, la disciplinarización; en primer lugar, la trimodalidad de ciencias naturales, ciencias humanas y ciencias sociales. Las primeras, a su vez, se subdividieron en las conocidas ciencias físicas, químicas y biológicas; las humanidades en filosofía, literatura y arte, y las ciencias sociales fueron desmembradas en economía, ciencia política, sociología e historia. El cientificismo dogmatizó no sólo sobre las modalidades de hacer ciencia, también organizó en disciplinas los conocimientos científicos y construyó una organización institucional validante y legitimante de la producción y distribución de la investigación científica. Es así como Wallerstein señala que con el término “disciplina” nos referimos a tres cosas al mismo tiempo: a) a una categoría intelectual que afirma la existencia de campos de estudio, b) a estructuras institucionales y c) a una cultura, es decir, un conjunto de valores comunes que comparten los miembros de una comunidad disciplinar o científica. Podríamos agregar que aunque el autor no lo dice de modo manifiesto las disciplinas, hoy día, se atrincheran más como organización institucional que como dinámicos campos de estudio y paradigmas que problematizan y amplían el conocimiento de la realidad.

Immanuel Wallerstein ya en 1996, en un libro del cual es promotor principal y coautor, Abrir las ciencias sociales, había descrito cómo para el caso de la construcción histórica de las ciencias sociales como disciplinas operaron unas circunstancias alrededor de tres ejes: a) la oposición entre el pasado (la historia) y el presente (la economía, la ciencia política y la sociología); b) la antinomia Occidente (las cuatro disciplinas mencionadas) y el resto del mundo (la antropología y los estudios orientales); c) la estructuración del presente nomotético (basado en la regularidades llamadas leyes científicas) occidental fundamentado en la distinción liberal entre el mercado (la economía), el Estado (la ciencia política) y la sociedad civil (la sociología).

Para Wallerstein, y con él muchos otros, tanto la justificación disciplinar como esta organización institucional del campo de producción y transmisión científica entraron en crisis desde la segunda mitad del siglo xx. Como sea, hoy ya metidos en un nuevo siglo y un nuevo milenio, la visión determinista, disciplinar y cientificista del conocimiento es insostenible: la crisis de los paradigmas newtonianos y cartesianos de la ciencia, las distintas emancipaciones frente al colonialismo (políticas, culturales, educativas), la globalización, todos éstos son factores que convergen en la generación de una ruptura profunda y duradera en las formas de valorar y practicar los saberes y las epistemes.

Desde luego, no se trata de una simple reorganización de la producción de conocimientos, asistimos, como dice Prigogine (premio Nobel de Química y coformulador de la ‘teoría de los sistemas complejos y caóticos’) a una metamorfosis o una nueva alianza entre el hombre, la ciencia y la naturaleza. La imagen de la naturaleza provista desde Newton era la de una realidad aprehensible legaliformemente, que estudiaba sistemas en equilibrio, reversibles y explicables conforme a una causalidad lineal. Ahora, la ciencia se ocupa de estructuras disipativas, de sistemas históricos (no aislados del contexto y no estudiados en condiciones ideales de laboratorio), de sistemas en desequilibrio, de estructuras fractales y bifurcantes, etc. Estamos en medio de la complejidad, el científico es partícipe, como observador, del fenómeno o sistema observado y estudiado.

La ciencia cambia su perspectiva, en la actualidad se mimetiza en la complejidad para observarla, pero, sobre todo, para aceptar el desafío de la incertidumbre. El cientificismo pretendió ubicar a la ciencia por encima de la historia, por encima del tiempo, iluso intento; aun ella y todas las demás manifestaciones de lo humano no escapan al río heracliteano. Resguardarse en la seguridad de la ciencia es práctico, pero no es muy racional; las certezas pueden mitigar las fatigas, pero también nos conducen a la práctica del avestruz: enterrar la cabeza para no advertir que la complejidad, la incertidumbre y la indeterminación nos rondan. El modelo de certeza es una reducción, la ciencia determinista en pro de precisión pierde la realidad multidimensional y en constante cambio.

Abrir las ciencias sociales también comporta, además de asumir el reto de complejidad, practicar una praxis inter- y transdisciplinaria. Wallerstein valora en este horizonte los estudios culturales (cultural studies), los considera como una perspectiva en que las ciencias sociales y, en general, todo saber adquieren la conciencia del enraizamiento de los conocimientos en los respectivos contextos sociales. De tal suerte, tanto los estudios culturales como las ciencias de la complejidad se constituyen en el horizonte para atacar la cultura de la fragmentación, de la reducción, de la inteligencia ciega (como lo dice Edgar Morin) y simplificadora.

El desafío es el de saber, el de comprender en un mundo que se ha interconectado, en un mundo interrelacionado desde la comunicación, en una realidad que requiere un conocimiento que se sume a la aventura de cerrar la brecha epistemológica (separación entre lo físico y lo vivo, entre lo natural y lo cultural, lo subjetivo y lo objetivo, la doxa y la episteme, la razón y la emoción, la institución y el mundo de la vida).

Luis Fernando Marín Ardila
Profesor

Pontificia Universidad Javeriana
Departamento de Comunicación y
Departamento de Ciencias Políticas.

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