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Signo y Pensamiento

Print version ISSN 0120-4823

Signo pensam. vol.27 no.53 Bogotá Jul./Dec. 2008

 

Prólogo

Cuando el espacio se vuelve lenguaje:
territorios,
nación e identidades en las ciencias sociales


Con este número, los editores nos propu simos un doble objetivo: por un lado, nos interesaba enormemente mostrar las conexiones entre las ciencias sociales, la comunicación y los estudios del lenguaje; por el otro, analizar con cierto detalle una constelación de conceptos comunes relacionados con la cuestión espacial y la formación de identidades en torno al concepto de nación.

Las ciencias sociales se han esforzado en estos últimos tiempos en mostrar cómo el territorio y, más generalmente, el espacio mismo no son algo dado de una vez y para siempre, tampoco algo que funcione como un mero contenedor o receptáculo de la vida social, sino que son una parte activa y conformadora de esta. Para llegar a este punto ha sido necesario recorrer un largo camino en la reflexión teórica. En primer lugar, fue preciso desnaturalizar categorías fuertemente arraigadas en el imaginario sociopolítico como han sido las de territorio, frontera, lugar e, incluso, la idea de cuerpo (la frontera del yo). En segundo lugar, ha sido preciso evitar conclusiones muy apresuradas como la que proclama la muerte del espacio en favor de procesos de globalización económica y cultural en el planeta, que borrarían todas las distinciones y particularidades.

Las relaciones entre lo social y el espacio se han constituido, de forma creciente, en un tema de reflexión en la disciplina. Los diversos sentidos de pertenencia (también llamados identidades), las soberanías nacionales, los trasvases fronterizos y las migraciones en todos los sentidos han sido la leña que ha avivado el fuego de la discusión. El espacio y la espacialidad han dejado de ser el tema principal de la geografía para convertirse, en tanto eje vertebrador de identidades y conformador de procesos de subjetivación, en objeto de las más variopintas disciplinas. El estudio del espacio ha pasado a ser en poco tiempo un campo (y un problema) necesariamente interdisciplinar, orientado a analizar cómo se producen las nuevas "espacialidades", constructos a la vez teóricos y políticos, porque el espacio es un fecundo lugar donde la política, la materialidad y la reflexión se entretejen.

Precisamente, las nuevas reflexiones sobre el espacio no han dejado de resaltar cómo todo conocimiento no sólo hunde sus raíces en una misteriosa voluntad de poder, sino que además tiene una procedencia, una geografía e incluso una cartografía. Los enclaves de enunciación son tan relevantes como lo enunciado desde ellos. Ese y no otro es el postulado principal del "conocimiento situado", esa corriente de pensamiento que pretende llevar la posmodernidad más allá de sí misma.

Antes de proclamar la desaparición del espacio en favor de la simultaneidad, los flujos (a la manera de Manuel Castells) y la velocidad (a la manera de Paul Virilio), sería más prudente considerar el panorama actual como un enorme movimiento sísmico donde, por causa de desplazamientos en el subsuelo teórico, los espacios y los territorios están perdiendo la estabilidad y consistencia que, en realidad, nunca tuvieron. Resultado de estos cambios, temblores y corrimientos tectónicos es la emergencia de nuevos conceptos que aparecen como islas en el océano, entre ellos el de heterotopia o lugar otro, que debemos a una temprana reflexión de Michel Foucault que nunca llegó a desarrollar enteramente. En otro contexto y en otro momento, el antropólogo Marc Augé empezó a teorizar los llamados no lugares o espacios que han perdido todo posible anclaje de sentido y son no sólo impersonales, sino humanamente inhabitables; lugares de paso, de flujo, como buena parte de las zonas urbanas.

Por otra parte resulta difícil, cuando no impo sible, tomar en consideración el espacio desligado de su pariente noble en la historia del pensamiento: el tiempo. Los críticos de la modernidad aseveran que el control político del espacio se hizo funda mentalmente por medio del ordenamiento del tiempo (Herrera, 2007). La cronopolítica (idea según la cual el tiempo borraría toda distinción espacial) se evidencia en el fenómeno social de la globalización, acontecimiento sociopolítico que conlleva la total aniquilación del espacio a favor del tiempo y el movimiento.

Frente a este diagnóstico crítico, se encuentran aquellos que proponen como contrapeso a esta tendencia un retorno a lo espacial, que trata de prescindir en sus reflexiones teóricas de cualquier referencia a la temporalidad. Se trata de los defensores del giro espacial, y entre ellos es obligado mencionar, no sólo por haber acuñado la expresión, sino por haber abierto un camino allí donde antes había un desierto, la influencia de Fréderic Jameson y su geopolítica del conocimiento.

Entre estas dos posiciones extremas se encuentran los que abogan por reconocer y valorar de forma equilibrada las dos dimensiones, tiempo y espacio, tal como hace la física de nuestro tiempo, pues en la teoría de la relatividad ambas son entidades inseparables e interdependientes. Tanto es así que hoy día existe un consenso generalizado sobre reconocer que el pensamiento fuertemente histórico, por no decir cronocéntrico de la modernidad, se ha ido suavizando y matizando progresivamente en el tránsito hacia la posmodernidad. Prueba de ello es la omnipresencia de ciertos conceptos clave que se han transformado en verdaderas palabras-valija de la reflexión posmoderna.

Por paradójico que parezca, términos tan abstractos como desterritorialización o no lugar son el índice de una tendencia por afianzar la reflexión teórica en realidades concretas, hoy diríamos "situadas", para articular memorias, historias y narrativas junto con las realidades espaciales de las que emanan.

Decíamos que en la física contemporánea posnewtoniana, espacio y tiempo son entidades inseparables e interdependientes. Tanto es así que Albert Einstein, en una célebre sentencia que ha dado mucho que hablar (y que pensar), definió el tiempo como la cuarta dimensión de espacio. Dado el enorme impacto cultural de la física einsteiniana, resulta comprensible que los desarrollos llevados a cabo en las ciencias físicas hayan tenido repercusión también en las ciencias sociales y humanas.

Sin embargo, en la teoría social todo funciona de forma distinta a como sucede en la física teó rica; espacio y tiempo han manejado universos conceptuales diferentes, cuando no divergentes. La historia de la filosofía da buena prueba de ello con el privilegio absoluto de la categoría de tem poralidad en la metafísica, considerada condición de la existencia, de la interioridad, estructurante de la memoria, fuente de la identidad individual y conformadora de la historia y, por lo tanto, de la identidad colectiva.

El espacio, muy pronto, se vio reducido a la esfera de lo natural y fue equiparado, como sucede en Descartes, a la pura extensión, a una objetividad medible y cuantificable. La geografía ha continuado en esta línea reduciendo lo espacial a una "mera cuestión de escala" (Herrera, 2007, p. 55).

Descartes se refirió al orden espacial como res extensa, es decir, una abstracción geométrico-mecánica desprovista de todas las cualidades atribuibles a la percepción. A esta le opuso la otra sustancia: el pensamiento (res cogitans), fundamento de la interioridad, de carácter netamente temporal. La res cogitans es el territorio de la libertad frente al determinismo del espacio y la materia.

Lo metafísico queda muy pronto vinculado a lo suprasensible, es decir, la esfera que queda más allá de la espacio-temporalidad, más allá, por lo tanto, "de toda experiencia posible" (Pardo, 1992, p. 26). Para salir de este atolladero, Immanuel Kant señaló que, propiamente hablando, espacio y tiempo no son fenómenos de la experiencia, sino las condiciones bajo las cuales puede darse toda experiencia. En la misma línea, y antes que Kant, el filósofo alemán Leibniz ya había afirmado que espacio y tiempo son aquello que dota de sentido a lo que nos aparece, es decir, son aquello que impide que nuestras experiencias sean una colección caótica de "presencias y presentaciones".

De este modo, es posible hablar de dos tipos de espacio: por un lado, un espacio objetivo, equivalente al infinito indiferenciado de las coordenadas cartesianas, cuya característica principal es la extensión. Por el otro, un espacio habitado, lleno de significaciones, puntos de vista, perspectivas, distancias, cercanías y relaciones, un espacio creado intersubjetivamente.

Estos dos espacios requieren formas distintas de aproximarse a ellos. La científica pura, en el primer caso, y la fenomenológica, en el segundo. La primera se presenta ajena a todo espectador, no contiene ninguna mirada. Mientras en la segunda estamos incluidos como observadores en lo observado. Por decirlo de otra manera, nuestra mirada está incluida: "nuestra mirada es lo que vemos cuando creemos ver las cosas, los objetos del mundo" (Pardo, 1992, p. 21).

Prescindir del vínculo entre sujeto-espacio equivale a quedarse como un sujeto despegado del mundo, espectador sin espectáculo: ese es el sujeto de la filosofía moderna poskantiana: pura temporalidad. Como sucede en Martín Heidegger, el ser (humano) queda reducido a pura (y mera) temporalidad. El espacio queda relegado a la exterioridad, expulsado de la conciencia y, por lo tanto, carente de sentido. El espacio pasa a constituir el orden de la objetividad de la naturaleza de tipo mecánica y matemática.

El filósofo madrileño José Luis Pardo (1992 ), en el que quizá sea el único estudio riguroso del espacio desde la filosofía, hace notar cómo el tiempo tiene un origen netamente subjetivo y es, siguiendo a Kant, una forma de la interioridad, mientras que el espacio es una forma de la exterioridad. Como ya sucedía en Platón, el tiempo es un privilegio del alma y el espacio el más notable atributo del cuerpo. Contra este dualismo milenario, que se ha prolongado con escasas modificaciones hasta nuestros días, Pardo puntualiza y destaca que la función del tiempo consiste en constituir la interioridad, mientras que la propia del espacio es la de constituir el afuera, tanto el mundo social como la naturaleza.

La naturaleza humana es la resultante de un complejo pliegue helicoidal entre esas dos dimensiones. Como sucede con la cinta de Moebius, bien puede pasar que recorriendo el espacio interior súbitamente nos encontremos fuera, en el mundo, y viceversa.

La posmodernidad parece haber resucitado la importancia teórica del espacio cuando pareciera que en el ámbito político-económico es precisamente el espacio aquello que está perdiendo importancia en el contexto de la globalización.

Al mismo tiempo, las fronteras se hacen porosas, los desplazamientos y migraciones desdibujan las regiones, las áreas urbanas se masifican, las telecomunicaciones y la red electrónica suministran experiencias de simultaneidad, las empresas se deslocalizan y los capitales fluyen (y huyen) de un país a otro. La velocidad, la aceleración y la fragmentación que todo ello conlleva parecen actuar como agentes disolventes de la identidades que tradicionalmente ha obtenido su estabilidad y su fijeza del apego a un territorio.

Frente a esta tendencia disolutiva, la apuesta consiste en recuperar el espacio, pero no desde la mirada moderna, que lo ha convertido en objeto de una voluntad sistemática de control e institucionalización, que lo ha formalizado y vuelto esencial (el espacio estatal), sino desde una mirada que ve el espacio como el productor de lo social, como un campo abierto de experimentación de prácticas y luchas; ámbito de las transformaciones, de las interacciones y los intercambios.

El territorio deja de ser considerado un nicho ecológico para estudiarse como algo compuesto de límites elásticos, flexibles, negociables, constituidos por la conducta de sus ocupantes. El cuerpo ya no es aquel incordio que ocupa un espacio, sino aquello mismo que resulta ocupado por múltiples espacios. Existir es un "estar en", y las diferentes maneras de existir son en el fondo diferentes maneras de "estar en" el espacio.

Como afirma la geógrafa inglesa Doreen Massey (entrevistada en este número), el concepto de lugar debe pensarse desde la interconectividad y la apertura; la frontera debe concebirse desde la porosidad. No es casual que frente a los designadores rígidos del espacio (territorio, nación, Estado, frontera, cuerpo), la posmodernidad empiece conceptualizando sus contrarios, los contraespacios que quedan por fuera de esa institucionalización instituyente: las heterotopías, los no lugares, las desterritorializaciones, las nuevas corporalidades cyborg. No hay que dejarse confundir por el carácter negativo de este repertorio conceptual, del mismo modo que el nihilismo que propugnaba Nietzsche era tenido por un momento necesario en el camino de la afirmación de la pluralidad y la voluntad de vida. Lo mismo sucede con estas nuevas espacialidades en tránsito hacia unos espacios todavía por llegar, liberados en su multiplicidad y diversidad.

A partir de las anteriores consideraciones, el presente número aborda la cuestión monográfica del espacio en relación con el lenguaje y la nación desde muchos ángulos distintos, que son SIGNO y evidencia de la amplitud del problema y sus múltiples conexiones.

Álvaro Villegas Vélez, en su artículo "Heterologías y nación: proyectos letrados y alteridad radical en la Colombia decimonónica", presenta de forma magistral la forma como los ilustrados colombianos de la segunda mitad del siglo XIX aprovecharon su condición de letrados para narrar un país y construir una nación "imaginada", donde tanto sujetos como objetos estaban adentro y afuera de la verdadera espacialidad nacional. Por su parte, Verónica Murcia y Óscar Moreno, en el artículo "La postura de la representación y del discurso. O un trastrocamiento de la metáfora usual de la nación", evidencian las relaciones discursivas con la producción de nación, entendida esta como una representación, es decir, como una construcción social y simbólica.

Antonio Roveda, en su artículo "Las identidades locales, lenguajes y los medios de comunicación entre búsquedas, lógicas y tensiones", nos describe la situación presente de las identidades locales, al ubicarlas de entrada en un contexto globalizado. El texto hace notar cómo las transformaciones introducidas por la globalización socioeconómica tienen serias implicaciones sobre las identidades locales. El artículo de Federico García, "La egoesfera", analiza las condiciones de habitabilidad de la ciudad de Medellín, al partir del aparato conceptual de Sloterdijk. Este interesante análisis sirve para, primero, difundir en Colombia la teoría de este pensador alemán, en lo concerniente al espacio, y, segundo, para aproximarse a la realidad cotidiana de Medellín, propia de la clase media, desde un ángulo que no es para nada el habitual en los estudios sociológicos al uso.

"El lugar como política y las políticas del lugar", de María Angélica Garzón, pone de manifiesto que la revalorización tanto epistemológica como social e incluso existencial del espacio tiene consecuencias políticas. El artículo describe la aparición de las llamadas politicas del lugar, en conexión con los cambios sociales que llevaron a colocar la cuestión espacial en el punto de mira de muchos teóricos y activistas. Destaca la autora el carácter novedoso del posicionamiento espacial, sobre todo si tenemos en cuenta que la desaparición del espacio en el contexto global es un hecho incontestable para la mayoría. Por su parte, Sergio Roncallo, en su artículo "Por una repartición de lo sensible: disensos y aperturas de nuevos espacios", pone de relieve la conexión entre arte y política a través del espacio, siguiendo el pensamiento del filósofo posmarxista Jacques Rancière.

Si las nuevas espacialidades suponen nuevas formas de entender el espacio más allá de los esencialismos decimonónicos, algo similar sucede con el concepto de cuerpo y corporalidad. El artículo de María del Mar Agudelo, "Definir lo indefinible", muestra precisamente que la posmodernidad entiende el cuerpo como un work in progress, habitado y ocupado por múltiples tecnologías sociales y políticas que en algunas ocasiones (la mayoría) contribuyen a normalizarlo, domesticarlo y catalogarlo; pero que en otras lo pueden liberar y proyectar hacia nuevas posibilidades existenciales. El texto, haciendo hincapié en el carácter performativo que tiene la tecnología en la cultura, pone de manifiesto lo indiscernible que resulta hoy la distinción naturaleza/cultura.

El artículo de Paolo Celso, "Espaços okupas em Barcelona e a comunicação na cidade", rastrea las acciones de los movimientos okupas entre los meses de diciembre del 2006 y enero del 2007, a través del análisis de la prensa local gratuita. En ese período tuvo lugar el desalojo del centro social ocupado de más renombre y tradición en la ciudad, Can Ricart, que albergaba lo que fue quizá la primera universidad okupa del mundo, con cursos y talleres regulares.

Adrien José Charlois examina en su artículo "La historia como proceso narrativo de construcción de sentido" el problema de la veracidad del discurso histórico al hilo de la teoría narrativista de la historia de Hayden White. Para este autor, las narrativas históricas tienen mucho de invento y hallazgo, lo cual permite equiparlas con las teorías científicas. María Antonieta Navarro enmarca su artículo en la comunicación política y estudia el discurso parlamentario chileno, específicamente el discurso conservador del Senado. Plantea como tesis central que la concepción de nación tradicional, formulada como ideología, impide perfeccionar la democracia chilena y, específicamente, se usa contra las aspiraciones de representatividad del principal pueblo indígena chileno: los mapuche. Hace un análisis del discurso donde estudia los debates parlamentarios chilenos pertenecientes a los partidos políticos conservadores, referidos al pueblo mapuche.

Un volumen sobre las nuevas espacialidades posmodernas no estaría completo sin hacer referencia a una intelectual, profesora y activista que ha dedicado buena parte de su trayectoria a teorizar el papel del espacio en el capitalismo globalizado. Afortunadamente, gracias a Patria Román y Alejandra García, podemos contar para este número con una entrevista a Doreen Massey. Empieza a ser un lugar común decir que la percepción moderna acostumbró a privilegiar el tiempo frente al espacio; al tiempo que este último se convirtió en un mero residuo conceptual del tiempo. Los fenómenos sociales contemporáneos, de entre los cuales el más notable es la globalización, han forzado de alguna manera a tener en cuenta el espacio.

Como bien apunta Massey, la desintegración del lugar, la multiplicidad de culturas en coexistencia, la hibridación y el bombardeo constante de objetos que nos llega a través de la red y de los medios han colocado el espacio en el centro de la agenda intelectual. Se trata de un espacio repleto de desigualdades y asimetrías en todos los ámbitos -local, regional, étnico, cultural, económico y de género- que reclama ser pensado de nuevo, más allá de los esencialismos clásicos propios del siglo XIX.

Incluimos, además, los siguientes informes de investigacion: el de Adriana Ángel, quien en el artículo "Análisis de retóricas políticas y periodísticas" trabaja con las retóricas empleadas por los candidatos presidenciales y los periodistas que los entrevistaron durante la campaña electoral colombiana del 2006, que contó con la peculiaridad de permitir la reelección presidencial inmediata. El de José Pablo Carro, en el texto "El mundo peronista a través del noticiero cinematográfico Sucesos Argentinos (1946-1952)", que aborda el análisis del espacio público como articulador de la comunicación y de la política mediante el estudio de un noticiero cinematográfico que se proyectaba en las salas de cine durante la Argentina peronista.

El de Juan Carlos Arias, quien analiza las estrategias publicitarias, los discursos periodísticos y los relatos audiovisuales a los cuales nos exponemos a diario; esto con el propósito de examinar mediante qué estrategias empleadas en los medios de comunicación se nos hace presente la nación; así mismo, para analizar qué tipo de discursos y de herramientas retóricas se emplean para construirnos un referente unificado que denominamos Colombia, el cual incluimos permanentemente en nuestras prácticas cotidianas.

Por su parte, Antoni Castells i Talens analiza cómo la radio ha ayudado, durante la mayor parte del siglo XX, a difundir un discurso nacionalista en el proceso de formación del Estado mexicano. Para ello toma el caso de la península de Yucatán, donde tres radios gubernamentales transmiten en maya, usan una iconografía parecida a la del nacionalismo oficial y tienen un contacto con la población más cercano y directo del que han tenido los medios comerciales.

María Teresa Soto, en su investigación experimental, observa la influencia de la profesionalidad en la locución, el contenido del habla y la percepción audiovisual en la formación de impresiones sobre hablantes mediáticos en el contexto comunicativo español. De igual manera, Zulima Iglesias presenta en "Los protagonistas de la realidad informativa local en España" una investigación sobre los contenidos de las televisiones locales de una región española (Castilla y León), con el propósito de conocer cómo estos medios pequeños construyen la realidad informativa.

En la misma línea de investigaciones en comunicación, Eduardo Gutiérrez revisa de manera crítica el proceso de monitoreo de medios de comunicación, realizado por la Misión de Observación Electoral y un grupo de profesores y estudiantes de ocho regiones pertenecientes a universidades miembros de la Asociación de Facultades de Comunicación Social (Afacom), durante las elecciones de octubre de 2007. Alejandro Ulloa y Giovanna Carvajal, en el artículo "Teoría del texto y tipología discursiva" diagnosticaron cuáles eran las condiciones en que se encontraban los estudiantes de primer año de la Universidad del Valle (Colombia), en relación con la lectura, la escritura y el uso de dispositivos tecnológicos de comunicación e información.

Finalmente, la cuestión del cuerpo en los espacios educativos está presente en este volumen gracias a la contribución de Harold Castañeda. Su trabajo "Positioning Masculinities and Feminities in Preschool EFL Education" analiza las formas por medio de las cuales se transmiten y manifiestan masculinidades y feminidades en un colegio de preescolar bogotano y, más precisamente, en el aula de inglés lengua extranjera. La investigación revela cómo en el espacio escolar se desarrollan determinados tipos de patrones conductuales, construidos discursivamente, basados en prácticas de género.

Referencias

Pardo, J. L. (1992), Formas de la exterioridad, Valencia, Pre-Textos.         [ Links ]

Herrera, D. (edit.), (2007), (Des) territorialidades y (no) lugares, Medellín, Instituto de Estudios Regionales.        [ Links ]

PABLO PÉREZ NAVARRO Y VLADIMIR NÚÑEZ CAMACHO

Profesores del Departamento de Lenguas Facultad de Comunicación y Lenguaje Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.

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