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Signo y Pensamiento

Print version ISSN 0120-4823

Signo pensam. vol.27 no.53 Bogotá Jul./Dec. 2008

 

Definir lo indefinible.El papel de las tecnologías de construcción corporal en las problemáticas sobre el cuerpo como territorio en disputa

Defining the Indefinable: The Role of Body Building Technologies vis-à-vis the Problem of the Body as a

Territory in Dispute

 

MARÍA DEL MAR AGUDELO TORRES*

* María del Mar Agudelo Torres. Colombiana. Comunicadora social de la Pontificia Universidad Javeriana. Correo electrónico: mariadelmar.agudelo@gmail.com

 

 

Recibido: Abril 28 de 2008 Aceptado: Mayo 30 de 2008

Submission date: April 28th, 2008 Acceptance date: May 30th, 2008


Body building technologies are a set of technical objects and practices of sorts that, together with certain discourses and statements, contribute to the composition of subjectivities. Even when cosmetics are presented as an anatomic policy tool used to reconfigure and standardize people's bodies, and at the same time, as a device that makes possible the impingement of the norms that regulate body building, our main goal is to deconstruct the vision of the body as a sort of ontological material prior to its contact with the world, and to stress the importance of technology, not as a mere artificial addition, but rather as a condition of possibility for the human being.

Keywords: Body, subjectivity, technology, cyborg, anatomic policy.

Las tecnologías de construcción corporal son una especie de conjuntos de objetos técnicos y de prácticas que, en combinación con ciertos enunciados, coadyuvan en la composición de subjetividades.

Si bien el maquillaje se presenta como un instrumento de la anatomopolítica, utilizado para reconfigurar y normalizar los cuerpos, y, a su vez, como un dispositivo que hace posible impugnar las normativas que regulan la construcción de los cuerpos, el objetivo fundamental es deconstruir la visión del cuerpo como una materialidad ontológicamente previa a su contacto con el mundo y resaltar la importancia de la tecnología, no como un simple agregado artificial, sino como condición de posibilidad del hombre mismo.

Palabras Clave: Cuerpo, subjetividad, tecnología, cyborg, anatomopolítica.

Origen del artículo

Este artículo es un aparte del trabajo de grado: Tecnologías del maquillaje: el cuerpo como ensamblaje expresivo, sustentado por Maria del Mar con máxima calificación. Aprobado en octubre de 2007, en la Carrera de Comunicación Social; trabajo dirigido por Richard Tamayo Nieto.

 

...toda la textura de la que estamos tejidos [ ...] puede generar el corpus entero de una Enciclopedia General de las Ciencias, de las Artes y de los pensamientos de Occidente.

Jean-Luc Nancy, Corpus

De repente, el hombre empezó a revelarse como una criatura milagrosa cuya naturaleza contenía todos los elementos capaces de convertirlo en su propio arquitecto (Sibila, 2005, p. 10). Si bien la visión del cuerpo como una materialidad que se construye permanentemente es adoptada por el discurso postmoderno, que proclama para sí el auge de nuevas subjetividades, paralelo al colapso de los metadiscursos y de ciertas verdades antiguamente consolidadas, la emergencia del cuerpo como una construcción técnica (mas no como una materia ontologicamente previa a ésta) va más allá de las ideologías, para constituirse como lo propio del hombre desde sus comienzos.

Pese a las problemáticas que han suscitado los avances en la medicina quirúrgica, en la biotecnología y en la genética respecto de las fronteras del cuerpo humano, las ciencias sociales se ven envueltas en discusiones que aún llevan a sustentar los estudios sobre el hombre con base en la polaridad cultura-cuerpo, según la cual la primera se sumaría a una anatomía predeterminada para dar lugar al cuerpo humano. En mi intento por deconstruir este discurso y por entender el cuerpo como una materialidad que se reconfigura en las relaciones con elementos de distinta naturaleza, apelo a la metáfora del cyborg (acrónimo de cibernético y organismo).

En la década de los sesenta, una vez las posibilidades de explorar el espacio exterior se hicieron más accesibles, el término fue acuñado por Manfred E. Clynes y Nathan S. Klyne para hacer referencia a un ser humano mejorado que pudiera vivir en entornos extraterrestres. Más adelante, la constitución organismo-máquina del cyborg sería tomada por la ciencia ficción, específicamente por la corriente del ciberpunk, hija del escritor William Gibson y su novela Neuromante, de 1984.

Posteriormente, las conexiones establecidas entre el hombre y las máquinas suscitarían la identificación del hombre como cyborg, en tanto que su existencia estaría predeterminada por esta relación. No obstante, la idea se hace obsoleta una vez surge el reconocimiento del hombre como un ser determinado por los elementos que lo constituyen, independientemente de su naturaleza, punto que la epistemóloga feminista Donna Haraway tomaría en cuenta para proponer una política de integración, basada en la anulación de las diferencias hombre-mujer, humano-animal, hombre-máquina, interior-exterior y de las dicotomías propias de síntomas sociales como el racismo.

Lo que aquí se pone en juego es la definición misma del hombre como un cyborg, en razón de su especificidad como un ensamblaje material y semiótico, esto es, un ensamblaje constituido por elementos corporales e incorporales; tecnologías y discursos que configuran y reconfiguran el cuerpo. Con miras a la justificación del problema me baso en el trabajo de Donna Haraway para sustentar la indefinición y la plasticidad del ser humano, y con esto comprender las tecnologías de construcción corporal o tecnologías del maquillaje, no como agregados al cuerpo, sino como configuradoras de su realidad y virtualizadoras de sus acciones.

Ahora, puesto que una sociedad además de los individuos que la componen, del territorio que ocupa, de las cosas que utiliza y de las acciones que en ella se realizan es, fundamentalmente, por la idea que tiene de sí misma (Durkheim, citado en Marín, 2007), acudo al trabajo de Judith Butler, para reconocer el poder del lenguaje en la materialización de los cuerpos a través del concepto performatividad, es decir, "[ ...] la práctica reiterativa y referencial mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra" (Butler, 2002, p. 18).

Para dar comienzo a este análisis y observar la importancia de las tecnologías de transformación corporal en la construcción de cuerpos y subjetividades, parto de los dos vectores del biopoder: anatomopolítica y biopolítica, identificados por Michel Foucault en su estudio sobre las sociedades disciplinarias, para dar cuenta de la adquisición de poder sobre el hombre en tanto ser vivo.

Posteriormente, Butler proporciona argumentos para exponer la cualificación normativa de la vida por medio de la materialización de los cuerpos a partir de la penetración del poder disciplinario.

Una vez la autora pone de manifiesto que el género (femenino o masculino) es tan solo el resultado de la repetición estilizada de actos, gestos y movimientos corporales, mas no una realidad natural predeterminada, doy entrada al concepto de cyborg para dar cuenta de la posibilidad de estudiar un cuerpo en virtud de sus relaciones, más allá de las dicotomías gobernantes, propias de la matriz heterosexual, o lo que con Butler podría definir como aquella composición de elementos discursivos que preexiste al deseo del sujeto, y contribuye de manera decisiva a fijar roles, identidades y modalidades de dicho deseo.

Efectos anatomopolíticos: el hombre y la mujer

Los agenciamientos en que se inscriben los cuerpos, en los cuales estos se construyen, piensan, hablan y actúan son formaciones de poder, y como tales tienen la necesidad de un saber del que si bien no dependen, de éste sí deriva su eficacia. Es lo propio de los agenciamientos que funcionan como máquinas de Estado; por ejemplo, la máquina de rostridad del Medioevo, cuando el papel de la filosofía clásica fue el de proporcionar al aparato de poder (Iglesia) el saber que le convenía, para señalar con malos ojos y prohibir toda práctica que se desviara de las normativas impuestas con respecto al uso del cuerpo de la mujer.

Si bien la vida humana se encuentra constantemente atravesada por el poder y el saber que configuran una época determinada, Foucault descubre dos vectores del biopoder, un tipo de proyecto biopolar de ortopedia social que apunta directamente a la vida; estos son la anatomopolítica y la biopolítica. La primera, dirigida a cierto tipo de cuerpo, y la segunda, a la población; ambas están constituidas como instrumentos de normalización destinados a maximizar, ordenar, canalizar y expropiar las fuerzas humanas con miras a la optimización de su utilidad. Su implementación estaría a cargo de una serie de instituciones (educativas, médicas) que distribuyen a los sujetos en concordancia con la norma, estableciendo de ese modo los límites que definirían los comportamientos normales, y catalogando todos los desvíos posibles.

Con miras a dar cuenta de la construcción de un cuerpo en virtud de prácticas políticas específicas, me enfoco en las tecnologías anatomopolíticas "... puesto que a través de estas se gestiona la vida de los cuerpos individuales e, incluso, se determinan sus condiciones de viabilidad" (Tamayo, 2007). Propagadora del imperativo de la salud y la vida eterna, la anatomopolítica instauraría -además de una moral del trabajo, la organización racional de la vida cotidiana, la autodisciplina y unas normas de conducta- una serie de tecnologías de construcción corporal destinadas, en sus comienzos, a la higiene y la salud, en el marco de lo que Norbert Elias denominó proceso civilizador (Sibila, 2005, p. 256). No obstante, esta serie de prácticas tan solo hacen parte de uno de los esquemas o formalizaciones a través de las cuales la anatomopolítica "... confiere a la materia corporal una forma contingente que será, a la vez, efecto, expresión, referente y objeto de la disciplina misma" (Tamayo, 2007).

Además de los esquemas corporales o aquellos que dan forma al cuerpo mediante lo que aquí denomino tecnologías de construcción corporal, como las pinturas, los tatuajes, la deformación y la cirugía estética, están los esquemas incorporales, esto es, los cánones e ideas de una figura socialmente deseable, que transmitidos a través de las pin-ups, libros de salud, imágenes de esbeltas modelos y actrices de la pantalla sobrecodifican el cuerpo mismo "... como una materia segmentarizable y susceptible de ser organizada según coordenadas discursivas" (Tamayo, 2007).

De este modo, un cuerpo es el resultado tanto de la operación de tecnologías como de normativas que lejos de recaer sobre él como un agente externo y represivo, lo producen de un modo en particular. Un ejemplo de esto lo expone Georges Vigarello acerca de la educación física en los regímenes totalitarios.

.. .se organizan alrededor del adoctrinamiento las actividades corporales de la juventud fascista italiana regidas por una 'Carta de los deportes' desde 1928. La 'educación física higiénica' está al servicio de la 'salud física de la raza' [ Mussolini] , prometiendo una solidaridad casi carnal de lo colectivo, fabricando antropología hasta pretender metamorfosear lo orgánico. El 'hombre nuevo de estas ficciones nacionales pretende convertirse en un 'ser físicamente transformado' [Scorza] [...] La gimnasia y los deportes deberían cumplir prioritariamente esta función.

Los movimientos totalitarios captaron el lado oscuro de estos impulsos voluntaristas y deportivos: lo vemos en el 'triunfo de la voluntad' exaltado por Leni Riefenstahl en las puestas en escena nazis, la explosión de sus cuerpos soleados y musculosos [Taschen] , las poses deportivas, los músculos tensos. [...] Los ejercicios de voluntad, la promesa de temperamentos vigorosos y cuadrados (derb und rauh) [Diersch] están simplemente instrumentalizados. De ahí el refinamiento físico pensado para 'tensar' mejor los cuerpos, la imagen loca de una nación voluntariamente soldada por la fuerza y por la sangre: 'el hombre nuevo' [Mosse] , convertido en un mito de vigor y de voluntad. Sólo queda el sueño de encarnar al pueblo en el cuerpo: 'El cuerpo es un don de Dios, pertenece al Volk, que hay que proteger y defender. Quien templa su voluntad sirve a su pueblo' [Kluhn].

'Belleza, fuerza y destino son una misma cosa' [ Riefenstahl, citada en Viagrello, 2006] , aseveran estos proyectos que mitifican la potencia colectiva de los cuerpos. Debemos detenernos en estos contornos formales, estos gimnastas uniformemente alineados en Los dioses del estadio [ Riefenstahl] de Leni Riefenstahl, estos mármoles agrandados y tornados en la estatuaria de Arno Breker [ Zavrel] : envolturas impasibles, rostros congelados, transforman la belleza en referencia teórica, reduciendo a menos SIGNOs abstractos los cuerpos griegos en los que supuestamente se inspiran. Tienen una mirada ausente, un aspecto 'ideologizado': la erotización y la personalización no están permitidas. '¿Qué es la belleza?', pregunta a ambos sexos la publicidad de los periódicos alemanes de la década de 1930 : potencia y vigor se imponen en la respuesta sobre cualquier otra cualidad [Kracauer] . 'Inevitable' tema guerrero: 'Estos aires, esta prestancia militar, contaba más que cualquier otra cosa: se requería una apariencia nítida, dura, controlada y valerosa' [Mosse] (2006, pp. 184-185).

Si bien el régimen fascista demandó un esquema corporal en particular, el régimen de belleza straight occidental lo ha hecho del mismo modo, aun en los siglos XX y XXI cuando se proclama con tanto ahinco el respeto por las diferencias y la pluralidad de la belleza. Tanto es así, que basta con mirar los famosos Extreme Makeover de la televisión y una buena cantidad de portadas de revistas. Nos queda por entender, entonces, cómo opera la norma en la constitución de los diferentes cuerpos.

Basada en el argumento foucaultiano, según el cual la sexualidad lejos de ser una categoría natural es una categoría construida a partir de la experiencia, Judith Butler presenta el género como efecto de una performatividad. Con base en esto, las prácticas de producción corporal operan como algunas de las prácticas mediante las cuales las normas reguladoras materializan los cuerpos, en virtud de una matriz heterosexual que les demanda de un modo específico. En este sentido, destaca la importancia de la mujer, su estrecha relación con el maquillaje en Occidente y la visión del género femenino como mascarada.

La identidad como práctica

Garbo se emperifollaba como una "vestida" cada vez que tenía que representar a un personaje muy glamoroso, cada vez que se derretía dentro o fuera de los brazos de un hombre, cada vez que simplemente dejaba que ese cuello divinamente flexionado [ ...] llevara el peso de su cabeza echada hacia atrás. [ ...] ¡Qué resplandeciente parece el arte de actuar! Todo es personificación, sea o no verdadero el sexo que está detrás.

Parker Tyler, The Garbo Image

Judith Butler define el cuerpo como "... un proceso de materialización que se estabiliza a través del tiempo para producir el efecto de frontera, de permanencia y de superficie que llamamos materia" (2002, p. 28). Parto de ahí para observar una concepción según la cual no hay una naturaleza estable y permanente sobre la que la cultura se imprime como un sello, sino una materialidad que se reconfigura en las relaciones sociales.

Con el objetivo de despojar el género de la naturalización que en la historia de Occidente ha reforzado las estructuras normativas binarias de las relaciones sexuales, Butler argumenta que el género es tan solo una categoría normativa que materializa un cuerpo específico a través de prácticas reiterativas que lo producen, gobiernan y controlan, a la vez que lo demarcan, lo circunscriben y lo diferencian. Esta materialización estaría a cargo de instituciones como la familia, la escuela y la empresa.

Debido a la importancia de la distinción de sexos, conforme a la matriz heterosexual, las prácticas de singularización corporal son fundamentales, en tanto que a través de ellas se intenta establecer códigos específicos de coherencia cultural, como puede observarse desde las mismas sociedades primitivas, en las que los trazos y las marcas en el cuerpo varían según el género atribuido a su portador, sea hombre o mujer, hasta en el siglo XVI en Occidente, época en que las normas de la civilitas demandan la construcción de un cuerpo que no ha de fluctuar entre los rasgos de lo humano y la animalidad ni entre los SIGNOs de uno y otro sexo.

Para el caso de la mujer en Occidente, las prácticas de singularización corporal operan desde muy temprana edad, una vez la denominación niña inicia el proceso mediante el cual se le obliga al nuevo ser viviente a adoptar la posición de niña, para que se la considere un sujeto viable y para poder conservar esa posición (Butler, 2002, p. 326). Una de las primeras prácticas -en algunos casos, la primera- es la perforación, casi ritualizada, de los lóbulos de las orejas, lo que se constituiría como uno de los SIGNOs de distinción respecto al hombre en ciertas culturas. De forma paralela, las fronteras materiales de la mujer estarían delimitadas por el color de su ropa, los elementos con los que juega, las posturas que se le imponen y por la aplicación de pinturas en su cara; aspectos que continuarían reiterándose a lo largo de su vida, con todas las implicaciones que conlleva explorar la feminidad de una forma legítima.

La debida resonancia entre los SIGNOs atribuidos a un género en particular y el cuerpo al que le es imputado dicho género procede de una máquina binaria, pieza importante de los aparatos de poder (Deleuze-Parnet, 2004), en la que los márgenes de desviación son calculados según un procedimiento de elección binario. En este caso, la dicotomía hombre-mujer sería tan respetada, que a cada uno ha de corresponder un rostro conforme a lo que se espera de él.

Los cuerpos se conciben, entonces, como territorios de agenciamiento1, compuestos por líneas de segmentos que bloquean posibles desterritorializaciones. Se es hombre o se es mujer; a cada uno corresponde un conjunto de SIGNOs específico, que ha de hacer resonancia con determinado cuerpo para su identificación respecto a la matriz heterosexual. A la mujer correspondería el adorno y todo cuanto le sirva para ilustrar su belleza (Baudelaire, 1995, p. 94) y construirse como mujer.

Aunque el siglo XX presenta modelos emancipadores con respecto al deber ser de la mujer en otros tiempos, curvilínea y ataviada (femenina), como puede observarse en las denominadas figuras andróginas, las pinturas, las dietas, los tratamientos para la piel y la cirugía estética continúan imponiéndose como unos de los "... procedimientos normativos que determinan los límites de los cuerpos con el fin de formalizar su inteligibilidad social..." (Tamayo, 2007). En otras palabras, prácticas que fijan los contornos del cuerpo de la mujer, bien para que no se confunda con un jovencito, bien para que no sea repudiada por su carencia de belleza, como hemos podido observar, de nuevo, en los Extreme Makeover, en los que los casos de obesidad, afecciones de la piel, deformación corporal y otros defectos físicos se corresponden con un modo de vida indeseable, asediada por el rechazo y la indiferencia. Dramático, grotesco o cierto, es lo que vemos.

Otras interpretaciones (como la de Gilles Lipovetsky) sugieren que además de proporcionar a la mujer una imagen más deseable, la oferta de tecnologías de construcción corporal y de manuales de belleza que las promocionan sería un nuevo recurso para instalar a las mujeres en una condición de seres que existen más por su apariencia que por su hacer social y, con ello, recomponer la jerarquía tradicional de los sexos, muy a pesar de la emancipación femenina de antiguas servidumbres (sexuales, procreadoras o vestimentarias). "Al suceder a la prisión doméstica, la prisión estética permitiría reproducir la subordinación tradicional de las mujeres" (1999, p. 126).

Los escritos relativos a la belleza femenina (anota Lipovetsky) establecen con minuciosidad los criterios para considerar su hermosura; enumeran y clasifican las cualidades que deben poseer las mujeres para que se las considere perfectas (1999, p. 113), así como las prácticas mediante las cuales es posible obtener la silueta socialmente deseada.

Ahora, si bien el género debe imponerse -a través de una serie de prácticas reiterativas- a un conjunto de atributos que de otra manera sería discontinuo (Butler, 2001, p. 145) es porque la mujer no termina de producirse... Y el mismo hecho de que su producción esté sujeta a resingularización permanente, conlleva plantear su condición como mascarada. Puesto que la posibilidad de una realidad femenina -genuina o auténtica- refuerza la dicotomía hombre-mujer que sostiene la matriz heterosexual, la lucha por impugnar dicha dicotomía deberá fundamentarse en la visión de la mujer como un ser inconsistente. Su continua modulación a través de las tecnologías que la singularizan, si bien intenta establecerle un rostro, no logra concederle el significante del que carece para construir su identidad.

La visión de la mujer como mascarada permite saltar de un aparato de Estado a una máquina de guerra2, en virtud de su potencia de metamorfosis y posibilidad de establecer nuevas conexiones, impugnando con ello toda pretensión de verdad. El maquillaje atraviesa los cuerpos y rompe la referencia del sexo como un origen, una instancia natural y ontologicamente predeterminada; hace y deshace el cuerpo sin imponer obstáculo a las líneas deseantes que desbordan el organismo.

El maquillaje deja de abordarse como una máscara mediante la cual la mujer finge un rostro que oculta la verdadera cara. Más bien, permite reterritorializar el cuerpo a través de procesos de anulación: anular los ojos con unos ojos más hermosos; borrar los labios con unos labios más brillantes; anular la piel envejecida por una más joven; un busto pequeño por uno más voluptuoso. La pintura, el botox, los implantes no esconden nada detrás. Utopía propia de un régimen de verdad.

El drag queen, producto de una performatividad generizada, subversiva y paródica (Spargo, 2004, p. 71) es el ejemplo al que Judith Butler recurre para poner de manifiesto la estructura imitativa del género mismo y, con ello, para replantear las concepciones sobre lo natural; en últimas, para mostrar que aunque

La práctica mediante la cual se produce la generización, la incorporación de normas, es una práctica obligatoria, una producción forzosa, [ ...] no por ello resulta completamente determinante. Puesto que el género es una asignación, se trata de una asignación que nunca se asume plenamente de acuerdo con la expectativa, las personas a las que se dirige nunca habitan por entero el ideal al que se pretende que se asemejen. (Butler, 2002, pp. 326-327). 

El carácter problematico que presenta el travestismo es su crítica al régimen de verdad del sexo, la desnaturalización del hombre y de la mujer como instancias anteriores al momento de ponerse una máscara y, en últimas, la estructura imitativa del género, así como su contingencia (Butler, 2001, p. 169 ). Si bien Butler toma este ejemplo con el fin de poner en tela de juicio el poder de la matriz heterosexual, en este caso recurro al mismo para exponer las posibilidades de impugnación de las normas que materializan los cuerpos socialmente viables, a través de ciertas construcciones del cuerpo.

La importancia de la pintura corporal, de las prótesis, de las pelucas o los tintes para el pelo, sumados a una forma de vestir particular es precisamente su poder de producción de subjetividades alternas a las legítimamente aceptadas femenina y masculina. Incluso, subjetividades que si bien no intentan impugnar la dicotomía hombre-mujer impugnan la naturalización del cuerpo mismo como una materialidad previa a lo que usualmente se denomina modificaciones corporales.

El cyborg surge entonces no sólo como respuesta a las problemáticas de género y otros dualismos, sino como la posibilidad misma de conocer los cuerpos según sus conexiones. Se trata de comprender al sujeto como una intersubjetividad que desborda las máquinas binarias. Un límite variable (Butler, 2001, p. 170) sin punto de origen, heterogéneo, que se hace y se deshace en las relaciones.

Fragilidad: una respuesta a la pregunta

por el hombre

La dificultad para responder a la pregunta por lo que constituye al individuo radica en que éste no termina ni empieza en la piel.

Donna Haraway, Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza

No tiene una posición ontológica distinta de los diversos actos que constituyen su realidad

Judith Butler, El género en disputa

Una de las preguntas que suscitó y ha dado continuidad al desarrollo de la filosofía ha sido la pregunta por el hombre. Si bien en el transcurso histórico ha surgido repetidas veces la pretensión de definir lo humano mismo a partir de una esencia, la imposibilidad se observa en virtud de la especificidad del hombre como un ser condicionado por los elementos que determinan su existencia. Desde los alimentos que ingiere, el fuego del que hace uso para cocinar y calentarse y las pinturas que utiliza para proteger su piel de los efectos del clima, hasta implantes que hacen posible su existencia, como el marcapasos, y otros para ejercitarse y limpiar su cuerpo, todos atraviesan y hacen posible la emergencia de un individuo en particular.

Si bien el despliegue tecnológico que caracteriza los últimos tiempos ha permitido a diversos pensadores definir la actualidad como la época del bricolage corporal, del cuerpo como algo indecible, imprevisible y aleatorio, ciencias como la paleontología y la antropología han demostrado que tan solo se trata de una época en que gracias a los avances en el conocimiento sobre el cuerpo humano y a las sobrecodificaciones de las materias utilizadas para moldearlo, las posibilidades de hacerse un cuerpo son diversas, mas no novedosas.

Desde prácticas como la deformación del cráneo a través de tablas, la incrustación dentaria, el tatuaje, la escarificación y la mutilación, tanto en antiguas civilizaciones como en algunas sociedades tribales que aún se conservan, hasta el uso significante que hoy se hace de las mismas en Occidente, sumadas a otras variaciones en los procesos de singularización corporal, como la cirugía estética, ha sido evidente que las tecnologías de construcción corporal no son propias de un tiempo ni de un espacio específicos, así como tampoco lo son las necesidades que las demandan, como el embellecimiento y el cuidado del cuerpo o la impresión de un SIGNO de distinción. En últimas, son muestra de la especificidad del hombre como cyborg, metáfora idónea para explicar su cuerpo en términos maquínicos, sin la necesidad de apelar a un origen con el que se pretenda sustentar una homogeneidad que no existe.

Aunque se tiene presente esta visión a lo largo del análisis, en la ideología el cyborg de Haraway se produce en una máquina que agencia una serie de elementos y acontecimientos que desbordan las máquinas binarias, rostrificadas y de líneas que obstaculizan posibles desterritorializaciones, dando paso a máquinas deseantes en las que las posibilidades de conexión son múltiples3. La muerte del sujeto autónomo, autorreflexivo y capaz de actuar según principios universales; la muerte de la historia, anunciada por Fukuyama y Lyotard, con el consecuente final de los grandes relatos de corte esencialista y monocausal y, por último, la muerte de la metafísica, como la imagen de un mundo que alberga la presencia plena del ser y el fundamento atemporal de toda verdad, se agencian para hacer posibles nuevos modos de subjetivación en los que los enunciados y las prácticas dejan de hacer resonancia con un centro o con un origen que les otorgue su inteligibilidad.

Si bien en las máquinas binarias los opuestos se afirman como si tuvieran una definición propia, las máquinas del cyborg impugnan las dicotomías, problematizan las fronteras que culturalmente definen lo humano y lo animal, el organismo y la máquina, lo natural y lo artificial, el cuerpo y la mente, el desarrollo personal y el planeado desde el exterior, el hombre y la mujer. El cyborg escapa a los estereotipos al subvertir las normas que se le imponen para regularlo, en virtud de las relaciones discontinuas y contingentes que sostiene en el marco de una comunidad de habla y de acción.

Dada la fluctuación de sus límites, su negación de lo propio y la posibilidad de inscribirse e identificarse en un terreno particular, la figura del cyborg es utilizada dentro del discurso feminista con miras a desmentir una matriz natural y a construir una unidad política que pueda pensarse como multiplicidad abierta a reconfiguraciones permanentes, en la medida en que logra expandir sus fronteras hacia otras subjetividades.

Acudo en esta oportunidad a la categoría cyborg (acrónimo de cibernético y organismo) para definir al hombre en razón de su condición de fragilidad, esto es, su carencia de un rasgo característico que lo defina, no solo con respecto al animal, como lo explora Giorgio Agamben, sino respecto a todos los elementos que entran a constituir su naturaleza. Es en este punto donde las fronteras entre lo natural y lo artificial se problematizan.

Usualmente, la tecnología es vista como un desarrollo propio de las sociedades industrializadas y -a modo de herencia de la Modernidad- ha estado claramente relacionada con el progreso de la humanidad, razón por la que las sociedades llamadasprimitivas han quedado por fuera de dicho proceso. En adelante, partiría una división que distingue a la raza humana, además de todas las dicotomías históricamente existentes, entre naturales y civilizados o, en su acepción más despectiva, entre salvajes y civilizados. La cercanía del hombre a la naturaleza sólo sería posible en tanto que la tecnología no mediatizara dicha relación.

En la actualidad abundan los discursos sobre las posibilidades que tiene el hombre de transformarse, de optimizar sus capacidades y/o de ser más bello. Innumerables sustancias de aplicación para la piel, tecnologías de adelgazamiento, productos light, sustancias estimulantes y cirugías estéticas, entre muchas más de las que la anatomopolítica se alimenta para administrar los cuerpos en las sociedades con Estado son promocionadas por sus grandes beneficios en la construcción de los cuerpos socialmente deseables e incluso de aquellos que no.

Sin embargo, desde una perspectiva según la cual las tecnologías de construcción corporal, lejos de asediar al cuerpo desde su exterior, se instalan en los propios miembros como ensamblajes materiales que posibilitan diferentes despliegues de su existencia y que, en últimas, la condicionan, observamos claramente que este es un hecho que ha sucedido desde los primeros tiempos del hombre.

Ante la negativa de concebir las posibilidades de producción corporal como propias de la actualidad, Peter Sloterdijk afirma:

... si hay hombre es porque una tecnología lo ha hecho evolucionar a partir de lo prehumano; entonces ella es la verdadera productora de seres humanos, o el plano sobre el cual puede haberlos [ ...] de modo que los seres humanos no se encuentran con nada nuevo cuando se exponen a sí mismos a la subsiguiente creación y manipulación, y no hacen nada perverso si se cambian a sí mismos autotecnológicamente. (Citado por Sibila, 2005, p. 160 ).

Si bien el devenir histórico muestra una evolución de las tecnologías de producción corporal, es en razón de los agenciamientos en que se producen. Un ejemplo actual es un agenciamiento en el que la contaminación ambiental, nuevos conocimientos sobre el cuerpo humano y la consecución de nuevas fuentes de extracción de materias se agencian para producir sustancias que previenen el envejecimiento o ciertas afecciones susceptibles de convertirse en enfermedades graves.

Ahora, respecto a la producción de cuerpos, la posibilidad de experimentarlos no es independiente de la norma que los constituye (Tamayo, 2005). Si bien durante siglos se impusieron a los cuerpos limitaciones puritanas que les obligaban a una prestancia formada por un porte rígido, modestia en la mirada, lentitud de los movimientos, ausencia de contacto con otros cuerpos y la moderación en el adorno, dando como resultado una serie de cuerpos uniformados y una división que distinguía entre aquellos que estaban conformes con la norma y aquellos que no, toda la historia del siglo XX presenta una inversión de estos valores. Hoy, las prácticas de construcción corporal acercan

... a ambos sexos y, en el plano de la realidad social, [ .] a las múltiples etnias, en ambos casos hasta llegar al mestizaje. De los pantalones de las mujeres a los dreadlocks4de los adolescentes occidentales: las identidades no se 'entremezclan', se combinan profundamente. Aunque las exigencias económicas pueden insidir en la aceleración del fenómeno, limitarse a ellas no es suficiente para explicar este doble movimiento de mezcolanza, que también es un movimiento de igualación. [ ...] algo tiene de político esta liberación de algunas limitaciones corporales antiguas. (Ory, 2006, p. 162).

La introducción de la mujer en los deportes, antes propios de los hombres (Vigarello, citado en Ory, 2006, p. 162 ); la feminización de las prácticas de cuidado corporal en aquellos, antes reservadas al sexo femenino; así como la negativa de algunas mujeres a arreglar su cara con pinturas o la proliferación de tatuajes y de piercings en los cuerpos, sean jóvenes o no, tan solo son algunos ejemplos de lo que hoy en día podemos observar. No obstante, esto no significa que los siglos XX y XXI se presenten como la época de la seducción del artificio.

El hecho de que las tecnologías nos produzcan continuamente, sin duda nos revela el carácter contingente de la naturalewza, lejos de la visión de la misma como materia prima de la cultura, a la vez que nos revela nuestra especificidad como ensamblajes que nunca cesan de articularse y desarticularse. Una vez la visión esencialista respecto al hombre queda anulada, el rostro se afirma tan solo como la ficción que hace posible la existencia misma.


1. El agenciamiento se define como un ensamblaje o simbiosis de elementos heterogéneos en un territorio. Dicho ensamblaje es susceptible de posibles desterritorializaciones o movimientos por los cuales se abandona un territorio en virtud de ciertas variaciones en sus reglas de composición. Para el caso de un cuerpo en particular, constituido como territorio de múltiples fuerzas sociales, a saber: la familia y la escuela, determinadas creencias, valores y demás componentes de la cultura que lo precede, las dietas, las rutinas de ejercicio, el tatuaje y la escarificación, la cirugía y la medicina estética le dan forma mediante la intervención en sus procesos de territorialización y desterritorialización orgánicos.

2. El aparato de Estado y la máquina de guerra son dos grandes agenciamientos identificados por Deleuze y Guattari en Mil mesetas. El primero puede considerarse un ensamblaje axiomático, en tanto que sus reglas de composición se presentan como evidentes e incontrovertibles. La visión del género (masculino o femenino) como un origen verdadero e inmutable ha estado amparada por este tipo de agenciamiento, así como el concepto identidad o lo que Guattari y Rolnik (citados en Tamayo, 2007, p. 63) definen como "... aquello que hace pasar la singularidad de las diferentes maneras de existir por un solo y mismo cuadro de referencia identifiable". De distinta naturaleza, la máquina de guerra, en virtud de su apertura y de sus múltiples posibilidades de conexión, se considera un agenciamiento de metamorfosis. En mi trabajo de grado Tecnologías del maquillaje. El cuerpo como ensamblaje expresivo (2007), expongo diversos ejemplos de sociedades premodernas en las que el cuerpo, más que considerarse lo más propio, se vive como lo más ajeno; aquello que se toca y se comparte con los miembros de la comunidad y demás elementos del entorno social. En el orden de este tipo de agenciamiento, el travesti se presenta como una figura que impugna las pretensiones de verdad respecto al género como origen y no como resultado de sus conexiones.

3. La máquina binaria es un claro ejemplo de aparato de Estado. En sus Diálogos con Claire Parnet, Gilles Deleu-ze, explica la importancia o el deber de tener un rostro o determinada condición corporal bajo el orden de las dicotomías: se es hombre o se es mujer; se es blanco o se es negro... no hay otra posibilidad. Por su parte, una máquina deseante es máquina de guerra en virtud de sus potencias de conexión y la viabilidad de posibles devenires. Si bien Deleuze entiende el deseo como producción, una máquina deseante, lejos de obstaculizar posibles modos de subjetivación, les da paso. Superar las fronteras de lo femenino y de lo masculino y otras dicotomías, un devenir cyborg, representa un salto de un aparato de Estado o una máquina binaria a una máquina de guerra o deseante.

4. El look rasta es propio de los miembros del grupo religioso afrocaribeño que venera al antiguo emperador de Etiopía Haile Selassie. Entre sus prácticas culturales, prohíben cortar el pelo y hacen hincapié en la cultura y la identidad negra.


Referencias

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