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Signo y Pensamiento

Print version ISSN 0120-4823

Signo pensam. vol.27 no.53 Bogotá Jul./Dec. 2008

 

Puntos de vista

El poder de la palabra : o la 'mirada inversa' de Michel de Certeau sobre el mayo francés

The Power of Speech

 

LUIS IGNACIO SIERRA GUTIÉRREZ*
El poder de la palabra
The Power of Speech

NANCY AGRAY VARGAS
¿Qué le pide hoy la sociedad colombiana a un profesor de lenguas extranjeras?
What does Colombian Society expect from a Foreign Language Teacher?

CARLOS GARCÍA TOBÓN
2008: Año Internacional de los Idiomas
2008: International Year of Languages

* Luis Ignacio Sierra G. Colombiano. Profesor Titular del Departamento de Comunicación, Facultad de Comunicación y Lenguaje, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: lisierra@javeriana.edu.co

Recibido: Marzo 20 de 2008 Aceptado: Mayo 13 de 2008

Submission date: March 20th, 2008 Acceptance date: May 13th, 2008


This commentary is an attempt to reflect on Michel de Certeau's "inverse outlook", considering the idea of "possessing words" as pivotal in the symbolic actions of May' 68 and their echo in Colombia's socio-political reality.

Keywords: Event, power, communication, nation, strategy, victim.


Este comentario pretende reflexionar sobre la 'mirada inversa' de Michel de Certeau, a partir de la 'toma de la palabra' como eje central de las acciones simbólicas de mayo del 68 y su resonancia en la realidad sociopolítica de la nación colombiana.

Palabras Clave: Acontecimiento, poder, comunicación, nación, estrategia, víctima.


Origen del artículo

Este ensayo se origina en la conferencia: "Michel de Certeau: la inversión de la mirada frente a las prácticas cotidianas", proferida por el autor el 31 de marzo de 2008, en el marco del seminario-taller de cotidianidad, de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad Externado de Colombia, Bogotá, Colombia.

En mayo del 68 nos tomamos la palabra, así como en 1789 nos tomamos la Bastilla.

Michel de Certeau

La cultura de hoy consiste en hablar. Michel de Certeau (1995, p. 36)

La vida de los pueblos y naciones del siglo XX estuvo constituida en buena parte por acontecimientos que marcaron con impronta indeleble su propio devenir histórico. Las dos guerras mundiales, la revolución china, la revolución de mayo de 1968, la primavera de Praga, y, sin ir muy lejos, nuestro histórico 9 de abril de 1948, el holocausto del Palacio de Justicia (1985), los múltiples asesinatos y masacres impunes que configuran nuestra cotidianidad nacional, sólo para citar algunos acontecimientos, y muchos otros relativamente cercanos en el tiempo, que de una u otra forma han contribuido a darle identidad en distinta escala al siglo que acaba de pasar.

De modo particular, el mayo francés de 1968 se inscribe en la historia como un movimiento de afirmación cultural con cariz político y romántico, a la vez; de marcado liderazgo universitario de reivindicación de utopías, de efervescencia juvenil de imaginación, libertad y autonomía, desde luego; no reductible exclusivamente al movimiento estudiantil parisino, pero incomprensible sin la necesaria referencia al movimiento y revuelta de los trabajadores, con vasta resonancia transnacional (Martinache, 2008). Se vivió en la época una verdadera "embriaguez de la palabra", que dejó traslucir muchas expresiones de cultura y comunicación, y que fue el momento cuando más hablaron los muros y paredes y permitieron aflorar sentimientos reprimidos.

Cuarenta años más tarde, y en el escenario de un nuevo siglo global —cada década que pasa aporta sus propias interpretaciones—, abundan las opiniones, las críticas y los elogios del mítico acontecimiento; no obstante, y más allá de la simple conmemoración, flota en el ambiente y en la sociedad, a manera de eco de la efemérides francesa, una persistente voluntad de ser, a través de la palabra, artífices de nuestros destinos y derechos inalienables, como expresión de una exigencia democrática elemental: el derecho a la libre expresión (Martinache, 2008).

Destacamos aquí, a modo de comentario personal muy sucinto, el papel que desempeñó un pensador "orgánico" excepcional, de reflexiones fecundas, historiador e historiógrafo, místico, psicoanalista, antropólogo político, sociólogo de la vida cotidiana y filósofo polifacético, como lo fue Michel de Certeau, cuyo pensamiento ha permeado las ciencias sociales, equiparado a pensadores y escritores del talante de Michel Foucault, Paul Ricoeur, Pierre Bourdieu, Paul Veyne, Jacques Rancière, Jacques Lacan, Julia Kristeva, Roger Chartier, Hayden White, entre otros (Delacroix, 2003 ; Ortega, 2004; Rico de Sotelo, 2006).

Después de una primera fase existencial en la que sobresalió y fue reconocido como historiador, especialista de la espiritualidad y mística cristianas de los siglos XVI-XVIII, particularmente con sus trabajos sobre el controvertido místico Jean-Joseph Surin (1500-1665) (Dose, 2003; Ortega, 2004), a de Certeau lo asalta el ímpetu por una ruptura interior, que se convierte con los días en opción de vida y que se va a evidenciar en una modificación del sentido recibido de la ortodoxia, que lo lleva a desarrollar más su interés por un análisis social contemporáneo, con una mayor preocupación por los agenciamientos del sujeto social. Sobreviene, en efecto, una fase de marcado compromiso sociopolítico, que lo lleva a publicar sus trabajos y comentarios sobre la escena europea en prestigiosos medios intelectuales franceses como Études, Esprit, Annales, Christus Traverses, Politique Aujourd'hui, plasmando en ellos su atención sobre las urgencias del presente (Ortega, 2004; Rico de Sotelo, 2006).

De modo muy particular, el acontecimiento de mayo de 1968 le ofreció el escenario más propicio para concretar su nueva opción vital. Se asoció y apoyó a su manera la gran revuelta nacional que sacudió el orden social imperante y se apropió en serio de los reclamos de esa revolución simbólica, a través de múltiples interrogantes que se convirtieron en nuevo eje de preocupación para su trabajo.

El resultado de esta experiencia de inserción social lo hace explícito en un par de artículos que publicó por aquellos días en la revista Études: "Pour une nouvelle culture: prendre la parole" y "Pour une nouvelle culture: le pouvoir de parler" (Certeau, 1968a y 1968b), y que se recogen al poco tiempo tanto en la edición de Desclée de Brouwer, en La prise de la parole et autres écrits politiques (Certeau, 1968c), como en la edición establecida y presentada bajo el mismo título por Luce Giard en Éditions Du Seuil, de París (Certeau, 1994). Tales escritos son realmente iluminadores de los acontecimientos, aún frescos entonces, que lo lanzan con notable proyección pública a la opinión académica e intelectual francesa de la época.

Cobra particular relevancia su análisis político de lo sucedido en torno a la "palabra revolucionaria", entendida y asumida como "acción simbólica". Se hizo famosa, en ese entonces, una expresión suya: "En mayo del 68 nos tomamos la palabra, así como en 1789 nos tomamos la Bastilla" (Certeau, 1995, p. 39) y también aquella otra que reproducía su pensamiento innovador: "Seamos realistas, pidamos lo imposible". Desde ese momento se interesa y participa mucho más en la esfera pública con sus reflexiones sociales posteriores a mayo de 1968. Sin afiliarse a ningún partido político específico, supo mantener la distancia crítica e independencia necesarias para adelantar sus reflexiones sobre cuestiones acuciantes de la sociedad de su época.

En la visión de Certeau, todo gira en torno a un acontecimiento: la toma de la palabra. La palabra se constituye en eje y lugar simbólico del acontecimiento. Todo acontecimiento comienza por ser una narración, por un relato de primera vez, a menudo autobiográfico: la del testigo (Certeau, 1995, p. 47). En ese sentido, para de Certeau la revolución de aquella primavera francesa se caracteriza por su rasgo más esencial y enigmático: "una revolución caracterizada por la voluntad de articularse en 'lugares de la palabra' que impugnan las aceptaciones silenciosas" (Certeau, 1995, p. 35). El poder de hablar adquiere un nuevo estatuto simbólico, que irrumpe como algo impensado y permite a la sociedad interpelarse sobre sí misma. "La irrupción de lo impensado es peligrosa para todo 'especialista' y para toda la nación [ ...] La palabra, de principio a fin, ha desempeñado un papel decisivo" (Certeau, 1995, pp. 31 y 32).

En ese sentido, los acontecimientos de mayo-junio de 1968 son analizados por Certeau como expresión de una reivindicación simbólica, que buscaba ante todo un efecto de lenguaje: "eran subversivos porque eran escogidos, en la lengua nacional, para tomar en contrasentido los SIGNOs de su articulación: el lugar del conocimiento pasaba a las manos de sus 'objetos'; una unión sagrada superaba el muro entre universitarios y trabajadores" (Certeau, 1995, p. 33).

Interesaba destacar sobremanera que "aquí todo el mundo tiene derecho de hablar" (Certeau, 1995, p. 39), y así se produjo efectivamente una "fiesta prolífica de la palabra", enlazada con los acontecimientos de la calle y las barricadas (pp. 39 y 40). Una experiencia que se volvió poética, como lo ratifica el propio Certeau: "Una experiencia creadora, es decir, poética: 'El poeta arrancó la palabra', anunciaba un cartel en la Sorbona. Es un hecho del cual somos testigos por haberlo visto y haber participado en él: la multitud se volvió poética" (p. 41).

Una palabra que servía para impugnar el sistema social, político, educativo imperante, "lo que se vivió positivamente sólo pudo enunciarse negativamente. La experiencia simbólica era la toma de la palabra" (p. 42), el poder expresarse, manifestarse desde su propio lugar de producción social, sin importar quién lo hiciera. Lo trascendental era hacerse oír, tener un "modo de decir" algo. En realidad, era el interés por "restituirle al lenguaje su sentido de ser una verdadera comunicación" (p. 56). Parafraseando a Ricoeur, el acontecimiento daba qué pensar y qué hablar, porque según Certeau "también pensar es un deber" (1995, p. 76).

No obstante la lucidez alcanzada a través de los acontecimientos espontáneos y desordenados en las calles parisinas, el mismo Certeau es el primero en reconocerlo y admitirlo, esa toma de la palabra o palabra liberada se convirtió, paradójicamente, en poco tiempo, con el retorno al orden y la represión, en palabra retomada por parte del sistema social que, mediante la retoma de palabras, que no eran las suyas, todo lo pudo reducir y aislar a un pasado efímero y memorable (1995, pp. 57 y 58).

Se aniquiló así una experiencia transgresora que no dejó de ser controvertible en sus implicancias políticas, por cuanto, desde la óptica certeauiana, la palabra tiene un poder y "es imposible tomar la palabra y conservarla sin una toma del poder [...] es decir, unos pueblos, unos hombres hoy corren el riesgo de ser los sujetos políticos de una organización cultural, es decir, de adquirir el poder de hablar" (Certeau, 1995, p. 60).

Creemos no equivocarnos al pensar que esa realidad utópica y contradictoria se pretendió simbolizar en los muros con grafitis como:

La imaginación toma el poder/No tomen el ascensor, tomen el poder/La revolución es increíble porque es verdadera/ La libertad es el derecho al silencio/Prohibido prohibir/La acción no debe ser una reacción sino una creación/Las libertades no se dan, se toman/La revolución debe dejar de ser para existir/Tengo algo que decir, pero no sé qué... (Thomas, 2008)

Una realidad que equivale a decir, desde la óptica foucaultiana, que "donde hay palabra hay poder de resistencia". En ese sentido, "la autoridad de la palabra hace posible una nueva praxis" (Dose, 2003, p. 169). Como agudo observador, Certeau propone una inversión de la mirada: un cambio completo de escala, que tendría por resultado hacer surgir de la sombra las prácticas de lo cotidiano. Sugiere una apropiación creativa, una acción imaginativa, una forma de subversión interior; atención preferencial a los pequeños detalles, a las diferencias cualitativas, al reconocimiento de una creatividad efímera.

Por ello su atención se centra en aquello que le parece más significativo: la multiplicidad de acciones variadas y comunes, las distintas maneras de hacer, o estilos de acción del hombre ordinario, que se concretan en actos discursivos, en tomas de palabra o modos de decir, según circunstancias de tiempo, lugar, espacio y formas, como epicentros de sentido y entendimiento (Rico de Sotelo, 2006; Ortega, 2004).

Ese es el contexto investigativo que antecede y lleva a La invención de lo cotidiano: artes de hacer (1996), en el que Certeau plantea los ejes propios de su dispositivo teórico: la estrategia, que postula un lugar a partir del cual se ejerce una imposición externa, unas racionalidades política, científica, económica e ideológica; a las cuales contrapone las tácticas de los practicantes, que se constituyen en el recurso de los débiles, los practicantes anónimos, comunes y corrientes, privados de un lugar propio estable, obligados a sortear con astucia, con "táctica", con ingenio imprevisible, las limitaciones impuestas por la estrategia exterior dominante. De esta manera, Certeau privilegia y encuadra el lugar o territorio simbólico en el cual se inscribe el valor de la dignidad humana que no puede ser reducida a una lógica totalizante, cualquiera sea su índole (Ortega, 2004, p. 36).

Ahora bien, y para concluir este comentario, guardadas las proporciones y salvadas la diferencias de tiempo y lugar respecto del acontecimiento parisino, pueden explicitarse algunas resonancias de la intuición de Certeau con relación a nuestra realidad nacional: nuestro país vive épocas no tan románticas cuanto desesperadamente utópicas, pero no por eso menos significativas y reales. Al valerse "tácticamente" del impulso de las modernas tecnologías electrónicas, las masivas marchas ciudadanas del pasado 4 de febrero y 6 de marzo, con repercusión y reflejo global, reivindicaron una toma de la palabra que, por la fuerza alarmante de las circunstancias que seguimos atravesando, no es otra que el reclamo y voz de las víctimas, encarnada en los campesinos expulsados de sus tierras, las viudas, los huérfanos, los secuestrados y sus familiares, los incontables pobres, los desplazados y los desahuciados socialmente, que persisten en hacer escuchar sus gritos, por todos los modernos medios posibles, para exigir verdad, justicia, reparación, rechazo rotundo a la impunidad.

En esa polifonía inconclusa se expresa también el poder y el derecho de retorno al territorio que es propio, a la pertenencia cultural a la nación, y se reclama el derecho de expresarse, el derecho a no ser relegados al olvido y a sentirse libres de cualquier poder que pretenda reducirlos al silencio y la invisibilidad.

Aunque en nuestro medio la historia paradójicamente tiende a repetirse, particularmente cuando se trata de las víctimas, el poder de esta toma de la palabra pareciera seguir siendo esquivo para el pueblo, porque cada vez termina siendo retomado por la ideologización del poder político de turno, o por la trivilización espectacularizada que de ella hace y de la cual se nutre la maquinaria mediática.

Sin embargo, y contra todo lo previsible, el proceso continúa visibilizándose en el "poder subversivo" de la palabra y los símbolos, de los cuales hacen uso las ingeniosas y recursivas "tácticas" cotidianas de tantos silenciados y silenciadas que se atreven a romper su silencio, a reclamar su reconocimiento, y que constituyen con su palabra la real voz de la nación porque, como lo afirma el escolio: "La palabra no se nos concedió para expresar nuestra miseria, sino para transfigurarla" (Gómez Dávila, 2001, p. 306).

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