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Signo y Pensamiento

versão impressa ISSN 0120-4823

Signo pensam. v.28 n.54 Bogotá jan./jun. 2009

 

Prólogo

Reflexiones y refracciones de un prisma

GERMÁN REY*

* Colombiano. Dirige el programa de Estudios de Periodismo (PEP) de la Universidad Javeriana (Bogotá, Colombia).Promovió el Laboratorio Matrix de creación digital y es profesor en la Maestría en Comunicación de la Facultad de Comunicación y Lenguaje. Entre sus libros recientes están: "La fuga del mundo. Escritos sobre periodismo" (2007), "Las tramas de la cultura" (2008), "La otra cara de la libertad. La responsabilidad social empresarial en medios de comunicación de América Latina" (2008). Correo electrónico: germrey@hotmail.com


Cuando los editores de la revista Signo y Pensamiento me invitaron a escribir el texto introductorio de este nuevo número sobre la convergencia digital, ya traían en mente mi lección inaugural del Curso 2008 de la Facultad de Comunicación y Lenguaje en la Pontificia Universidad Javeriana. En esa lección intenté reflexionar sobre el sentido de un Laboratorio Digital (Matrix) que busca ir más allá de los salones de computadores que existen habitualmente en las universidades, para derivar hacia un proyecto en que el concepto fundamental fuera la creación y la convergencia digital el espacio de diálogo, de interacción y de imaginación que la hiciera posible.

En esa ocasión me referí, como constatará el lector, a un grupo de indígenas arhuacos, wiwas y koguis de la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia, que fueron los primeros habitantes de Matrix. En la segunda parte vuelvo a retomar el tema, por esas coincidencias que nos ofrecen con generosidad el azar o la continuidad de los procesos. Cuatro de los profesores que acompañaron el proceso creativo-formativo de los indígenas en el laboratorio y el arhuaco Cayetano Torres, coordinador editorial de la revista Zhigoneshi, piensan su experiencia y la escriben.

De acuerdo con los editores, hemos decidido que la "Introducción" tenga dos partes. En la primera se publica el texto de la lección inaugural que ha tenido una circulación limitada y, en la segunda, hago una lectura transversal de algunas de las ideas que exponen los autores en esta Revista. Al final los dos textos —espero que así lo sientan los lectores— dialogan entre sí. En un laboratorio imaginario, un prisma recuerda los fenómenos de la luz. En las múltiples paredes del cristal suceden fenómenos de reflexión y de refracción.

La comunicación en el laboratorio1

¿Debo pues respetar al hombre cuando éste me

condena? Que conviva en paz conmigo, y yo, en

lugar de daño, le haría todo el bien que pudiera

llorando de gratitud ante su aceptación. Más no,

eso es imposible; los sentidos humanos son barreras

infranqueables que impiden nuestra unión.

Mary W. Shelley, Frankenstein.

Cuando hace unos años el padre Joaquín Sánchez, S. J, en ese entonces decano de la Facultad de Comunicación y ahora rector de la Universidad, me invitó a pronunciar una lección inaugural, mi conferencia se refirió a los modelos psicológicos de la comunicación humana. Visto en perspectiva, ese texto era el resultado de un debate aparentemente cerrado y de una mirada todavía ambiguamente abierta.

Los modelos son creaciones formales, constructos hipotéticos, que pretenden tener una potencia explicativa, heurística, de un campo amplio y relativamente heterogéneo de fenómenos. Pertenecen a una tradición más cuantitativa que cualitativa y, sobre todo, forman parte de una pretensión humana que nunca acabará: la de explicar lo que nos sobresalta, la de imponer un orden en lo que puede parecernos caótico o la de ofrecernos seguridad en un mundo atravesado por las incertidumbres del conocimiento y de la vida.

Sin embargo, a la vez, los modelos arrastran, como el lastre de su propio destino (un castigo, como el de Sísifo), una cierta soberbia del conocimiento, aunada con algo de ingenuidad y mucho de ilusión. Jean Francois Lyotard se refirió a este tema al preguntarse sobre los cambios en las teorías del conocimiento, tan conmovidas por el arte, la física, las matemáticas o el psicoanálisis. Proponía que la metáfora del reloj, una figura del mundo apreciado desde la mecánica, la integración armónica de las partes y el ideal de la precisión, fuera reemplazada por la metáfora de las nubes, que podría servir mucho más para contar un mundo móvil, evanescente y fluido. Las nubes estremecidas de Van Gogh o las más tenues y delicadas de Rothko son una buena sugerencia para contemplar el mundo. "No hay mayor soberbia —escribía— que la de aquellos que pretenden tener la totalidad de los sistemas explicativos de las nubosidades" (Lyotard, 1992).

Esta idea es la misma que planteó el Premio Nobel de Química, Ilya Prigogine, en "De los relojes a las nubes", cuando escribió que la idea del reloj remite a la de estabilidad y permite estudiar trayectorias individuales en la mecánica clásica y funciones de onda en la mecánica cuántica, pero, en cambio, "la imagen de las nubes enfatiza lo impredecible, el surgimiento permanente de nuevas figuras y formas" (Prigogine, 1994, p. 403).

La aparición de los modelos era apenas un movimiento consecuente de los orígenes discursivos y aplicados de la comunicación. De eso que Eric Maigret (2005) denomina la máquina y sus fantasmas; pero, aún con todas sus limitaciones, los modelos son prototipos, algo rudimentarios, de los mapas. "Un modelo es como un mapa que representa algunas características de un territorio; ningún mapa, como ningún modelo, puede ser completo" (Fiske, 1988, p. 31). No obstante, recuerda el mismo Fiske, que los modelos destacan algunos elementos de su territorio que han sido seleccionados sistemáticamente, señalan algunas relaciones específicas entre dichos elementos y proporcionan una cierta delimitación del campo.

Lo que me parece interesante de esta versión es el ablandamiento del concepto de modelo hacia la idea de mapa, la exploración territorial y el énfasis relacional. Todos presupuestos, que tanto en sus realidades físicas y sociales como en su capacidad cognitiva, han ido cambiando radicalmente en estos años. Los mapas combinan la exagerada precisión con la maleabilidad de las fronteras, los territorios afianzan y se recomponen a la vez y las relaciones humanas se imaginan a través de otras narrativas psicológicas y sociales.

En la presentación que hice hace unos años del libro de Jesús Martín-Barbero, Oficio de cartógrafo, partí de un texto de Joseph Conrad, en el que Lord Jim, ya embarcado, ojeaba una carta de navegar, en la que percibía, a la vez, las profundidades del mar y el resplandor de la superficie del agua. Entonces escribí: Iluminada por una luz tenue, la superficie del mar tenía la misma aparente tranquilidad del mapa que descifraba. Esa es probablemente una de las claves de este párrafo espléndido de Conrad: la cuestionable analogía entre el mapa y el mundo, la ambigua familiaridad entre lo representado y su representación. Sin embargo como lo saben muy bien los navegantes (y por supuesto, el escritor), la tranquilidad de las superficies difiere con frecuencia de las turbulencias de las profundidades. (Rey, 1997, p. 389).

Martín-Barbero lo advierte en el prólogo de su libro, cuando escribe:

... estamos ante una lógica cartográfica que se vuelve fractal —en los mapas el mundo recupera la diversa singularidad de los objetos: cordilleras, islas, selvas, océanos— y se expresa textual, o mejor, textilmente: en pliegues y despliegues, reveses, intertextos, intervalos. (Martín-Barbero, 2002, p. 12)

Ese salto del modelo al mapa y del mapa a lo textil evoca las hifologías de Barthes, el tejido de Penélope en pro de ganar tiempo para el retorno del viajero, uno de los significados del barroco según la lectura que hace Deleuze de Leibtniz y la característica textil del oficio intelectual de que ha hablado Renato Ortiz:

Cuando escribimos —dice el investigador brasileño— trabajamos con un conjunto de ovillos a nuestra disposición. Está claro que siempre existe el riesgo de perderse en la búsqueda de esas referencias textiles. Por eso se impone una selección juiciosa, se trabaja con un número limitado de ovillos. La escritura es el resultado de una costura, de la conjunción entre la aguja y los hilos, la problemática teórica y los datos. (Ortiz, 2004, p. 14)

La vana representación del mundo

Es curioso que el recuerdo me haya traído casi directamente (la memoria siempre es casi) a las cartografías, los pliegues, las representaciones y el mundo. O, para ser más sincero, quizás la razón y la intención han conducido a mi memoria, de manera inexorable, al mapa, para poco a poco entrar en el laboratorio. Los psicólogos nos hemos inventado una figura atormentadora de este mecanismo mental: "la profecía que se autocumple".

En Presencias reales, George Steiner muestra la fractura profunda, telúrica, que se produjo, despuntando el siglo xx, entre la palabra y el mundo, la cosa y su representación, ocasionada por la filosofía del lenguaje de Wittgenstein, la estética de Mallarmé, el psicoanálisis y la poética de Rimbaud.

Estas dislocaciones de la representación se viven profundamente en la información y el periodismo, porque informar es contarle a otros; pero también, oír y comprender sus relatos y ubicarlos en contextos abiertos, bien alejados de las delimitaciones cerradas de los modelos formales. Informar es informarse, contar con los ruidos, como llamaron los cibernéticos a las resonancias culturales o a las imperfecciones instrumentales de los medios. Sólo que lo que ellos veían como interferencia es la materia más esencial de la comunicación, su territorio más propio.

Los centros en que se construía la información en el pasado tienden, a la vez, a concentrarse y a multiplicarse, en una suerte de dinámica paradójica y molecular. Nunca como ahora hemos tenido tanta información en circulación; pero, a la vez, nunca como hoy se habían dado movimientos de concentración tan poderosos y globales. Nunca como ahora hemos tenido tanto acceso a tanta información, aunque nos asalte el convencimiento de que lo que aparece como diverso es sospechosamente más de lo mismo. La información se convirtió en una necesidad básica, en parte de las rutinas cotidianas de las personas y en el insumo de sus decisiones más corrientes.

El periodismo, que comenzó como un oficio de la representación, no se pudo escapar de su propia crisis. Ligado al tiempo y a la narración, el periodismo pretendió contar el mundo, inicialmente, con la ayuda de la reproducción de la escritura y, luego, con la ayuda de la electrónica. Comprender el mundo, a su manera, fue su propósito, en épocas en que lo excepcional eran las noticias sobre un terremoto. Sin embargo, ya la trampa asechaba, porque el mundo, incluso para entonces, ya era más complejo y difícilmente abarcable. Pero se volvería aún más a medida que la mente humana penetraba en sus misterios y las sociedades cambiaban y reconsideraban sus tramas y sus funcionamientos.

La reporteria, que es la base angular del periodismo, refleja muy bien sus posibilidades y límites, porque el reportero sale al mundo con su alforja y con la intención de contar a otros sus vicisitudes, habita en él, capta con mayor o menor intensidad los movimientos (a veces imperceptibles), baja las defensas de sus prevenciones y aumenta los esfuerzos de la comprensión, en uno de los ejercicios más interesantes de captar lo otro, la alteridad. Y se puede valer del detalle más nimio para narrar el portento o el fracaso de las acciones humanas, como cuando Kapuscinski hace saltar de los brazos acunados del Rey de Reyes, su santidad Halie Selassie I, emperador de Etiopía, su pequeño perrito, que corre a orinarse en los zapatos de los ministros y las zapatillas de las damas de la corte, sin que ninguno se inmute.

Cuando le recordé a Kapuscinski esta escena, me contestó: "Pero ¿qué te ha hecho el pobre perrito ?". Lo que esa escena me evocaba no era simplemente la manipulación del poderoso, sino sobre todo la terrible abyección de los súbditos. Nuestro gran cronista Ximénez, que escribió en los años cuarenta, describía prodigiosamente una calle del centro de Bogotá, como "vía macilenta de comercio al detal, monopolizado por la extranjería, dividida en sus dos andenes que la distinguen y diferencian, en guerra de exhibicionismo, en competencia de baratura y bondad de calidades" (Jiménez, 1996, p. 85). Hace además una maravillosa asimilación de Bogotá al puerto que nunca fue: "Yo le veo a esta calle una forma de muelle que se adentra en el mar de lo urbano" (Jiménez, 1996, p. 72). Una imagen muy cercana a la ballena que se hunde en el mar nocturno de la ciudad de Bogotá, pintada por Gustavo Zalamea, quien ya había grabado en el papel, los sueños de Achab.

Titulé mi libro sobre periodismo La fuga del mundo (Rey, 2007). El nombre lo tomé de una intervención en Ciudad de México, de Gabriel García Márquez, durante una reunión de la Junta directiva de la Fundación de Nuevo Periodismo, a la que fui invitado. Debía hacer una presentación del estudio que dirigí sobre la representación del conflicto interno, en 13 periódicos colombianos. Al finalizar mi intervención, salpicada de cuadros y estadísticas que probablemente le hacían perder el tiempo, Gabo soltó una frase magistral: "Lo que pasa es que el mundo se le escapó al periodismo. Ahora lo que tenemos que hacer es reinventarnos el mundo".

Para entonces el orden conocido se había trastocado radicalmente. Si alguna vez hubo la ilusión de representar el mundo, éste se había escapado probablemente para siempre. El mapamundi se había salido de su propio quicio. En Las sombras del mañana, Norbert Lechner escribió:

Construimos mapas mentales para hacernos una idea del mundo y ordenar la complejidad de los asuntos humanos en un panorama inteligible. Pues, bien, parece que los mapas en uso se han vuelto obsoletos. Las cosas han cambiado de lugar, las escalas son otras, los límites se desplazan y para colmo los tiempos ya no son los de la hora marcada. Por mas detalles que agreguemos a nuestros viejos mapas, no recuperamos las proporciones perdidas. (Lechner, 2006, p. 495). [Modelos y mapas han estallado.]

Hay que recordar que mientras esto sucedía, las metodologías de los científicos sociales también se transformaban. La etnografía, la etnometodología, las historias de vida, la micropsicología, la Escuela de los Annales, el análisis del discurso y la narratología apuntaban no simplemente a considerar que el mundo podría verse desde lo particular y local, sino que su aprehensión más total era, además de imposible, soberbia.

Es impresionante observar cómo al tiempo que aumentan los medios, sus visiones del mundo se tornan rutinarias. Casi todos hablan de lo mismo y en el mismo momento. Y, generalmente, nuestra impresión es que lo que queda por fuera de ellos es un mundo que no conoceremos jamás. Por eso la febril sensación que se apodera de nosotros cuando leemos una crónica, en que terminamos sabiendo un poco más o, por lo menos, nos podemos hacer mejores preguntas sobre nuestros vecinos, los seres humanos.

Nada me entusiasma más que conocer las historias que subyacen a las narraciones, los relatos que dejan ver la arquitectura del oficio periodístico. Cuando Josefina Licitra, una periodista independiente de Rolling Stone ganó el premio de Nuevo Periodismo, por su conmovedora historia de una niña secuestradora, "Pollita en fuga", uno de los editores del Clarín de Buenos Aires me dijo al oído: "Y pensar que nosotros publicamos esa noticia, pero no vimos esa historia". Esta confesión descarnada muestra en parte por qué el mundo se le fugó al periodismo, que no alcanzó a ver lo que significa la historia de una niña, despojada de todo, que añora en medio de sus sueños más infantiles, como también de sus pesadillas, tener unas zapatillas de marca y ser instructora de natación. La noticia registra, la historia cuenta. Y entre el hecho y el relato hay un abismo.

O la que me hizo un joven fotógrafo mexicano, que retrató al torturador argentino Ricardo Cavallo en su celda de la penitenciaria, a punto de salir deportado hacia España, donde lo había pedido en extradición el juez Baltasar Garzón. "¿Hay muchas gente afuera?", le preguntó, después de que la cámara lo captó rasurándose frente al espejo con una mirada imperturbable de dandi. Se sabía que él acostumbraba fotografiar a sus víctimas.

En los estudios que he realizado estos años sobre las representaciones mediáticas de la pobreza, la guerra, la educación o la cultura se encuentran algunos trazos que advierten esta fuga. Los periódicos acogieron una forma de representación que dividió al mundo en secciones, generalmente separadas y autistas, que disolvieron paulatinamente la diversidad de los géneros y achataron la pluralidad de las fuentes. Quizá lo hicieron sobrecogidos por la avalancha de sucesos que ellos mismos promovieron y la creencia de que el mundo se haría más asible en cuanto se compartimentara más precisamente; pero el mismo mundo empezó a salirse por los márgenes, a escurrirse por los formatos, a escaparse.

Esta avalancha irresistible no se explica simplemente por la enorme acumulación de los acontecimientos o por el tiempo vertiginoso de los sucesos, sino por las fallas (uso esta palabra en todos sus sentidos) y los déficits de su interpretación. La algarabía reemplaza al reposo, y la histeria, al silencio, cuando no se logran ubicar los hechos ni en su historia, ni en sus procesos, ni en sus contextos.

Nada mejor que analizar los cambios físicos de las salas de redacción, así como investigar las transformaciones de las prácticas y las rutinas periodísticas. En El Tiempo, que es el periódico que he conocido más entrañablemente (estuve varios años en sus entrañas, como una especie de náufrago o de extraterrestre), de la sala panóptico se pasó a la sala radial, que convergía en una mesa central; de ésta, a la irrupción de las luces y las cámaras de televisión en los austeros salones de la escritura, y, finalmente, a los planos horizontales que se interconectan como si fueran el reflejo de un barco, en que se entrelazan los diversos lenguajes de la narración, a través de las tecnología.

La representación de la ciudad, nos recuerda Jean Pierre Vernant, no es más que una metáfora próxima de su representación mental. Algo muy semejante a lo que dibujó Richard Sennet, en Carne y piedra: "Los constructores de la ciudad romana estudiaban los cielos para ubicar la ciudad terrena y trazaban los límites de la ciudad para definir su geometría interna. Los planificadores de la moderna Nueva York concibieron la cuadrícula urbana como un tablero de ajedrez en expansión" (Sennet, 1994, p. 382).

Estas ciudades-redacción son metáforas de las comprensiones simbólicas del periodismo. En el primer momento, la escritura, ordenada por secciones, era observada desde las oficinas transparentes en que los directivos veían y eran vistos. Como en una cadena taylorista, las tareas estaban claramente diferenciadas y el producto iba pasando de un lugar al otro, hasta llegar a las manos de los lectores. El mundo respondía a un orden, que además se imponía en el relato informativo. En el segundo momento, se trata de romper la cuadrícula del mundo, a través de una zona de distribución de tareas y responsabilidades de forma radial, en el que se acentúa un centro: la mesa. Las secciones se encuentran y dialogan parcialmente. En el tercer momento, el desorden se anuncia con la aparición de la televisión en la redacción, que preconiza un mestizaje, hasta entonces desconocido. Los periodistas dejan sus cubículos para pasar a ubicarse en una escenografía que transparenta la sala de redacción. El espectáculo que demanda un medio como la televisión, es cubierto por la visión translúcida de la credibilidad que aún confiere la escritura. Como pensaba hace tres siglos Adam Smith, el trabajo de los hombres de letras, aunque improductivo, es serio. Presumo que en los oficios improductivos frívolos, de los que también habló el padre de la economía moderna, la televisión podría estar al lado de músicos, bufones y cantantes de ópera. Se trata, al fin de cuentas, como él pensaba, de oficios en que lo producido se consume en el mismo momento en que se produce. Finalmente, la ciudad-redacción se convierte en una gran bolsa de contenidos a la que convergen diferentes noticias que se distribuyen a los medios del entramado multimedial.

Cuando entré por primera vez a El Tiempo, hace más de 20 años, los diseñadores recortaban las noticias sobre las tablas de un papelógrafo, con un bisturí afilado. Hacía décadas se habían extinguido los poetas del plomo, los linotipistas, alguno de los cuales encontró Pablo Mora, perdidos entre efluvios y daguerrotipos, en la Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo. Cuando fui defensor del lector, colindaba con la sección de diseño, en la que ya se trabajaba casi todo por computador. Hoy en día, la sección prácticamente se extinguió, porque el diseño acompaña, en el software, la tarea diaria de los periodistas.

Las vicisitudes del oficio periodístico se entremezclan con la fuerza de las lógicas comerciales sobre las informativas, los cambios producidos por las tecnologías, las demandas en ascenso de la sociedad o las fisuras de la confianza y la credibilidad; pero también con las modificaciones de la representación de eso que llamamos realidad y que hace que la información no sea más sino una de las dudas que hace siglos acompañaron al obispo Berkeley.

Retortas, alambiques y precipitados: la creación posible

La figura que tengo del laboratorio pertenece por igual a la memoria, a la literatura y al cine. En mis años de colegio, el laboratorio era el lugar diferente, donde las hipótesis se comprobaban y los resultados concretos desvanecían las dudas con la contundencia de lo que se confirmaba en las retortas y los alambiques. La electricidad pasaba de un lado a otro de las esferas, los elementos se salían de la tabla periódica y los reactivos transformaban aguas incoloras en preparados de colores. Sólo años después tuve una comprensión más cabal de todo ello, al leer la novela de Primo Levi, El sistema periódico. Sólo la creación, por el azar, une química y periódicos, laboratorio y ficción, en unos vínculos muy semejantes a los que Clifford Geerts encuentra en las ciencias de la interpretación y que hacen posible las relaciones entre los crisantemos y las espadas.

Mientras en los salones de clase Dios estaba en todas partes; en el laboratorio, la fe sólo duraba lo que demoraba la transformación browniana de un líquido o la fugacidad de una evaporación. La creencia —un viejo problema de la comunicación— se recluía en la intimidad, en tanto los experimentos del laboratorio se apoderaban del testimonio del presente. El laboratorio era entonces la suspensión provisional de la fe, el mundo laico en medio de las tradiciones religiosas, la comprobación de lo posible en el mundo de lo temporal.

Cercado por el riesgo y la precisión, el laboratorio también se entremezcla en mi memoria con el museo de ciencia natural, en el que la vida saltaba de las manos de los taxidermistas a los ojos de los niños, y los colmillos de una zarigüeya, encerrada en una inmensa alacena, quedaban suspendidos en el gesto de un mordisco sin fin, que poco a poco se convertía en una mueca teatral, casi sin sentido. Sólo he vuelto a sentir algo semejante en El aura, la estupenda película del director argentino Fabián Bielinsky. La vida permanecía hundida en grandes frascos llenos de formol, en una suerte de escaparate de las monstruosidades y las anormalidades, y a diferencia del laboratorio, el museo de ciencia natural mezclaba la creencia con la imaginación, el conocimiento con la admiración y la pesadilla. ¡Qué buenas enseñanzas nos dejó el colegio!

La referencia literaria del laboratorio a Frankenstein es la segunda de mis evocaciones. El laboratorio, en la obra de Mary Shelley, es un lugar de excitación, de promesa a punto de cumplirse, de transfiguración que hace existir seres que finalmente se salen de las manos: "Durante casi dos años —se lee en la novela—había trabajado infatigablemente con el único propósito de infundir vida en un cuerpo inerte. Para ello me había privado de descanso y de salud. Lo había buscado con un ardor que superaba toda moderación" (Shelley, 2004, p. 79).

Normalmente, el laboratorio tiene como una de sus propiedades el control de todo lo que sucede en este y la reproducibilidad universal de sus experimentos. En el laboratorio del doctor Frankenstein, por el contrario, la criatura se escapa del control y la copia es un imposible moral. Así, el laboratorio es un lugar de conflictos éticos, de cumplimiento o trasgresión de los límites, de alucinación ante la omnipotencia de la creación. El laboratorio conduce más allá a la voluntad, la desgarra hasta el delirio, rompe en trizas las intenciones que desnudan la fragilidad de nuestras barreras. El científico vive atormentado por su creación. En uno de los episodios más dramáticos de la novela, la criatura le pide al doctor Frankenstein que le cree su pareja:

Lo que te pido —dice el monstruo— es razonable y justo; te exijo una criatura del otro sexo tan horripilante como yo: es un consuelo bien pequeño pero no te puedo pedir más, y con eso me conformo. Cierto es que seremos monstruos alejados del resto del mundo, pero eso precisamente nos hará estar más unidos el uno al otro. Nuestra existencia no será feliz pero sí inofensiva, y se hallará exenta del sufrimiento que ahora padezco. ¡Creador mío, hazme feliz! Dame la oportunidad de tener que agradecer un acto bueno para conmigo; déjame comprobar que inspiro la simpatía de algún ser humano; no me niegues lo que te pido. (Shelley, 2004, p. 207)

Y a continuación promete irse a los lugares "más salvajes de la tierra". Nada más ni nada menos, que "a las enormes llanuras de América del Sur". La sola divagación sobre esta huida daría para otra lección inaugural; sin embargo, hice una prueba. Traté de saber si el nieto de Frankenstein, un científico sádico que vive en Ciudad de México y que aparece en la película, Santo y Blue Demon contra el Dr. Frankenstein, podría ser la promesa cumplida del monstruo de Shelley. Hay un simple detalle que me hace dudar. En un momento de la película, que se desenvuelve entre tijeretas, patadas voladoras, máscaras, quebradoras, el molinete y el tope suicida, el científico confiesa que tiene más de 100 años, gracias a que ha descubierto el maravilloso factor beta, una especie de elixir de la eterna juventud. Conclusión provisional: creo que por lo menos en el mundo de la imaginación, el Frankenstein mexicano podría ser el nieto del Frankenstein de Mary Shelley.

En la película de Frankenstein, protagonizada por Boris Karloff, en 1931, hay una escena en que el doctor, encerrado en su laboratorio, entre máquinas que destellan y los truenos de una terrible tormenta, es decir, entre el tremor de la ciencia y la furia de la naturaleza, asciende a la criatura en una camilla metálica hacia la energía de los relámpagos. Una bella metáfora telúrica y ascensional de la creación. Cuando lo baja a tierra, la cámara se dirige hacia una de las manos de la criatura, que con lentitud empieza a moverse entre los gritos del científico.

En La mosca, la película de David Cronemberg, Seth Brundle experimenta en teletransportación. La película que comienza con la teletransportación fetichista de la media negra velada de la protagonista finaliza con el horror del científico convertido en un monstruo deforme, que se llama a sí mismo, Brundlemosca, el resultado de la fusión entre lo humano y lo animal. En una escena preciosa, el monstruo le dice a su amiga, desde un rincón sombrío de su laboratorio: "Los insectos no tienen política. Son brutales. No tienen compasión. No transigen. No podemos confiar en un insecto. Me gustaría convertirme en el primer insecto político" (La mosca, 1986).

En Eduardo Manos de Tijera, de Tim Burton, el inventor, bellamente interpretado por Vincent Price, que además actuó en La mosca, en la versión de 1958, y después en The Hilarious House of Frightenstein (1971), aparece en medio de un laboratorio con inmensas ruedas dentadas, muñecos de ojos rojos que amasan la harina con sus manos-batidores y payasos-fuelle que hornean galletas. Una de ellas, en forma de corazón, la colocará el inventor sobre el muñeco de lata.

El laboratorio es prueba, mezcla, precipitado. En el laboratorio se experimenta, se está a la búsqueda, se crea. Posiblemente esta sea una de las razones más sobresalientes de un laboratorio: en éste la creación es un empeño alcanzable, que se enfrenta a la naturaleza a través de la razón que desentraña sus misterios. El laboratorio ha sido una de las invenciones más profanas, porque se inmiscuyó en un terreno en que sólo sobrevivía Dios. "Numerosos teólogos y metafísicos han ido tan lejos como para discernir en la absoluta equivalencia entre Dios y el acto de crear, el único límite para la libertad de Dios: éste no puede sino crear", dice Steiner (2001, p. 28) en su Gramática de la creación.

Por eso, a pesar de que existieron alquimistas en los tiempos medievales, en los que el crecimiento personal era el nombre más de un proceso que de un resultado, según lo anota Mircea Eliade, el laboratorio es un asunto moderno, que se alzó desde la magia hacia la ciencia, como se confirma en la historia de la Florencia de los Médicis. A su manera, laboratorio y democracia pertenecen a un mismo terreno. Y, vale decir,aunque suene extraño, que también democracia y monstruosidad. "La democracia —dice Paolo Flores D'Arcais— es un sistema frágil y contra natura". Quizá algo de esto puede ser una clave para entender por qué los neoconservadores estadounidenses y las derechas fundamentalistas quieren retornar a un creacionismo a ultranza.

La experimentación, por el contrario, se expandió más allá del campo de ciencias como la química, la biología, la hidráulica o la física, para actuar en la música, las artes plásticas, el video, el teatro o las tecnologías. Cuando hice el estudio sobre el teleteatro colombiano de la mitad del siglo xx, me encontré con unas confluencias muy interesantes entre la radionovela, la naciente televisión, el teatro y los movimientos de vanguardia que, por ejemplo, se expresaban a través de la revista Mito.

La comedia de costumbres representaba a un país "ñoño", como diría Hernando Valencia Goelkel, es decir, a un país ensimismado en su tradición, cerrado y discriminador. En otras palabras, aburrido, excluyente y premoderno; pero, poco a poco, se generó el movimiento del teatro universitario, los pintores modernos, el debate de las ideas, la educación de la Escuela Normal Superior, el nacimiento de la enseñanza sociológica o el despunte urbano e industrial. El teatro se tornó experimental. Y el experimento ve de otra manera al país. Y al hacerlo, los presidentes expulsan a Seki Sano y a Marta Traba. Las histéricas de Feliza Burtztyn, el cineclub de Hernando Salcedo Silva y las composiciones musicales de Jacqueline Nova forman parte de este laboratorio de la creación artística de la modernidad colombiana.

Cuando el decano Jürgen Horlbeck propuso diseñar un Programa de Estudios de Periodismo, tuvimos en cuenta que no fuera escolarizado. Una paradoja, o mejor, una aparente contradicción, en el entorno escolar de la Universidad. Por eso el programa se creó como un espacio de reflexión, de creación, de intercambio y de conexión, de la información, con los problemas de la sociedad. El periodismo, si bien posee técnicas, es muchísimo más que ellas. Es respeto a las palabras (como le escuché decir hace poco a Ana María Cano), encuadre, comprensión, exploración.

La gran mayoría de problemas que encontré cuando fui defensor del lector de El Tiempo no eran técnicos, sino de actitud, de valoración, de entendimiento. "El periodista necesita amoblarse el cerebro", dijo Alma Guillermoprieto, al resaltar la necesidad de leer, de aproximarse sinceramente a los cambios cognitivos y de la sensibilidad que viven las personas y las sociedades, de enriquecerse con los aportes del arte, la historia, la ciencia y, por supuesto, de la vida corriente.

Al convertirlo sólo en un oficio, la investigación sobre el periodismo se estancó, mientras sus cambios y sus exigencias desbordaron sus moldes prácticos. Para la investigación comunicológica existían los medios, pero no el periodismo. En la Universidad de Columbia, donde una de las joyas de su corona es la Escuela de Periodismo, se ha dado un proceso de renovación que ha puesto a conversar muy activamente al periodismo con la ciencia, la política, la estética. Es decir, con campos donde también se están produciendo transformaciones radicales. Esta conversación no es tanto para mejorar la representación como para comprender los movimientos de sus cambios. El periodismo es mucho más que la pirámide invertida.

Por no entenderlo, muchos medios se han ido secando, incluso en el más obvio sentido de la palabra: caben perfectamente por el tragaluz de la puerta de entrada y, lo que es peor, se nos caen de las manos a los pocos minutos de iniciar su lectura amodorrante. Por eso el periodismo se ha ido escurriendo hacia revistas innovadoras, libros de reportajes, periódicos desparpajados y experiencias digitales. Tal vez esa sea la razón por la cual hace mucho los jóvenes dejaron de leer periódicos y casi es un imposible metafísico que vuelvan a lo que no ha sido suyo y a lo que no les hace la más mínima falta.

En el análisis que hice de la Encuesta Nacional de Consumo de Libros y Hábitos de Lectura en Colombia constaté el desplome de la lectura de libros, la lectura imperturbable de periódicos y revistas y el crecimiento vertiginoso de la lectura de internet. Los que se desgarran las vestiduras diciendo que internet está disminuyendo la lectura no tienen la más mínima razón, por lo menos si se leen con cuidado los resultados de las estadísticas nacionales. Los que más leen en internet son también los que más leen libros, los que tienen más libros y los que van más a bibliotecas. Lo que se está produciendo es una interesante complementariedad entre formas de lectura, así como unas intersecciones muy productivas, entre lectura y música, lectura y video.

En poco tiempo, el Programa de Estudios de Periodismo ha estado participando en proyectos sobre medios y democracia o sobre modelos de responsabilidad social en empresas mediáticas de Iberoamérica. Estamos iniciando, además, un proyecto llamado Virtual y Social, cuyo objetivo es encontrar relaciones imaginativas (nada analógicas y menos ideológicas) entre la creación digital y la salud, la educación, la cultura o el medio ambiente.

Hemos estructurado una línea de trabajo llamada Periodismos desde..., que intenta rastrear otros márgenes y otras formas de producción de información socialmente relevante, que atiende no sólo a los mercados, sino a las necesidades y demandas de sectores sociales específicos. Por eso, en la noche de la lección inaugural en la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana nos honraron con su presencia un mamo y siete comunicadores indígenas de las comunidades arhuaca, kogui y wiwas de la Sierra Nevada de Santa Marta, que han venido a experimentar en nuestro Laboratorio y cuyo propósito comunicativo es que los mensajes de los hermanos mayores (los mamos) lleguen a los hermanos menores, sea a través de una agencia de prensa, de una película hecha desde su propia voz y su propia mirada, un libro de fotografías o una página web.

Han bajado de la Sierra Nevada hasta aquí, para aprender; pero también para enseñarnos y para hablarnos desde sus comprensiones ancestrales y sus preocupaciones de futuro, acerca de la convivencia, de la fragilidad de un territorio que les pertenece y que a la vez es un patrimonio de toda la humanidad. Recuerdo la extraordinaria reflexión kogui, que se refiere a los comienzos del mundo: "en el principio todo era pensamiento y memoria". La memoria es lo que está en nuestro origen más preciado, pero también lo que prefigura nuestro porvenir más entrañable.

Los niños de escuelas populares de Usaquén han correteado por el laboratorio, se han emocionado con el lenguaje de sus computadores, han construido y reconstruido sus propios relatos infantiles, ante la sorpresa de sus maestros. En las próximas semanas, tendremos a dos investigadores digitales que viven en Lisboa haciendo biocollage, una experiencia que muestra la continuidad creativa entre el recorte de papel, el teatro de sombras y la elaboración de artefactos digitales. En una isla virtual, los niños crearán monstruos, personajes míticos y fantasmas, a los que les asignarán reglas de relación. Saldrán otras criaturas de nuestro laboratorio; pero esperamos que en el Laboratorio se experimente con videojuego, fusiones sonoras, escrituras, software libre y narrativas no lineales.

Así, el Laboratorio, que trabaja hoy con otros cerebros en el edificio que fue precisamente del antiguo Instituto Neurológico, además de un sitio físico para la creación, es una idea pedagógica, una conspiración cognitiva, porque poner la comunicación en el Laboratorio significa resaltar la creación sobre la reiteración, el experimento sobre el mandato; es generar esporas que se conecten con la vida y desde ella con el pensamiento, el debate, la duda, las palabras y las imágenes de otros. Estar en laboratorio, es poner a prueba las certezas, salirse de casillas, pero también ocuparse de la tradición, intercambiar con otros.

Cuando los profesores y los estudiantes empezaron a visitar el Laboratorio de Periodismo, lo llamaron Matrix. Una evocación cinematográfica y de la ciencia ficción le dio el nombre a este espacio. Matrix es una metáfora sobre la confusión de los mundos, una especie de Babel digital, en que la realidad se entremezcla con lo virtual y la memoria de la máquina intenta subyugar a la memoria humana.

El Laboratorio, por el contrario, afirma la memoria, porque sus creaciones no son sólo conservación del pasado, sino diseños del futuro, porque su centro es la creación y porque sus conexiones más explícitas y subterráneas son deliberadamente conexiones con los procesos que vive la sociedad. En El espejo profundo, Pedro Gómez Valderrama escudriña la vida de Basilio Valentín a través de sus huellas "y su ingente obra alquímica". Su casa es la imagen del laboratorio:

En él se veían vetustos libros encuadernados en pergamino, grimorios oscuros y secretos, y al lado un atanor gigantesco. Un enorme globo terrestre ocupaba el centro del salón, y en un ángulo se veía la esfera terrestre. Mapas colgaban de las paredes. En frascos de cristal, alimañas sumergidas en un líquido transparente. Sobre una mesa aparecía un espejo que permanecía siempre empañado. Otra mesa tenía compases, redomas, frascos, calderos, una extraña piel de león en el suelo, una cabeza metálica sobre un pedestal. (Gómez Valderrama, 1996, p. 286)

A través del espejo, Nicolás Flamel, otro alquimista, se interna en una inmensa galería, que lo conduce a los lugares más remotos. Uno de ellos es "una ciudad en lo alto de las montañas llamadas Andes" (que obviamente sería Bogotá, la misma de la ballena sumergida, como un homenaje de Gustavo Zalamea a Melville), en la que toma el nombre de José Celestino Mutis:

Me adentré —dice— en la exploración de la selva, que no es una selva pacífica como son las nuestras, apenas con jabalíes y ciervos, zorros y unicornios, sino una selva densa y tremenda que despide un vaho animal que mata, una selva que tiene todos los animales feroces: tigres, serpientes, hombres. Participé en la vida colonial, creé una empresa que se volvió de revolución, la expedición botánica, que era una universidad itinerante por aquellas latitudes, y que reveló a los hombres criollos que los progresos de la ciencia significaban libertad. (Gómez Valderrama, 1996, p. 291)

Ojalá el Laboratorio de Periodismo, como espacio de la creación, física y virtual, y como conspiración pedagógica, sea una auténtica expresión de la libertad.

Los matices del prisma

El mundo de las nuevas tecnologías posee un efecto prismático. Como una metáfora de su naturaleza y de sus alcances, se entrelazan conceptos emergentes que buscan explicar lo que sucede dentro del prisma, tan lleno de matices y de perspectivas, como su propio objeto. Están, por un lado, las innovaciones que sorprenden tanto por sus versiones como por su rápida obsolescencia. Por el otro, hay otro concepto del tiempo y, por supuesto, del lugar que reta las comprensiones que tenemos de nuestro mundo real y que ponen a prueba los sistemas explicativos con los que intentamos entender las complejidades de la red o sus narrativas no lineales.

El contexto cotidiano de los seres humanos se ha poblado de nuevos objetos, pero sobre todo de nuevas relaciones. En apenas unas décadas, el paisaje corriente se ha renovado de una manera asombrosa y ha ocupado los momentos y las experiencias de prácticamente todos los habitantes del planeta, incluso los de aquellos que desenganchados no pueden eludir la presencia activa de estas nuevas tecnologías. Sin embargo, más que los objetos, las relaciones influyen en el cambio de los modos de vida. La lentitud se reemplaza por la instantaneidad, las distancias por la cercanía, lo estable por la movilidad; estos cambios no son totales, porque la vida no se resuelve simplemente en lo tecnológico. Quedan entonces lentitudes, distancias y estabilidades necesarias, que contrastan con las otras y que no forman parte de un mundo pasado, sino también del futuro posible.

El prisma es una figura plural de entrecruces e intersecciones, así como de formas de uso y apropiaciones individuales y sociales. Una de las características más evidentes de las nuevas tecnologías es precisamente esta de tramar, de entrecruzar, que es la manera como desde siempre se generan los tejidos, las redes. Y las intersecciones llaman la atención por su novedad y por la posibilidad de poner en contacto los temas aparentemente más distantes: electrónica y artes, cuerpo y prótesis digitales, movimientos sociales y ciberciudadanías.

No son cruces analógicos, sino diagonales, tal como los entendió hace años Roger Callois en Medusa y compañía, los que componen campos inéditos que producen desde conceptos, intervenciones y operaciones prácticas hasta economía o políticas diferentes. Así como se delibera sobre qué aportarán las nuevas tecnologías a la democracia, es un hecho significativo el crecimiento y la diversificación de la economía creativa, buena parte de la cual está fundamentada en el soporte tecnológico y la digitalización.

La conocida reflexión de Paul Virilio acerca de que toda nueva tecnología crea su accidente es tan cierta como la que postula la modificación de los usos o la aparición de otros que hasta ahora eran desconocidos. Toda la industria de la música, así como la del audiovisual, se ha transformado con los sistemas de producción digital y con la oportunidad de generar circuitos virtuales para su conocimiento y comercialización. Aquellos quienes se estancaron en los viejos modos han colapsado y sólo se mantienen aquellos que han comprendido esta renovación de los usos que significa, además de una forma de utilización, unas nuevas maneras de representación y de expresión.

Cuando un transeúnte camina conectado a su Ipod a través de unos auriculares de última generación o habla por su teléfono móvil y observa los mensajes que le llegan al instante a la pantalla de su celular, no sólo inventa unos usos que modifican sus rutinas, sino que encuentra representaciones y narrativas que entrecruzan la escritura con la movilidad, los sonidos y las imágenes con la inmediatez. El mundo se le revela de otra manera y él lo reconstruye con otros instrumentos.

Es muy interesante que este efecto prismático sea profundamente comprendido por los integrantes de comunidades ancestrales, como queda patente en el dosier dedicado a la experiencia de arhuacos, wiwas y koguis de la Sierra Nevada de Santa Marta, en el laboratorio Matrix:

Hasta hace poco —escribe Pablo Mora— en el mundo de los pueblos indígenas de la Sierra Nevada, las tecnologías mediáticas, con sus formas de narración textual y audiovisual, eran impensables y prohibidas; no sólo no hacían parte de sus arreglos culturales, siempre dispuestos a la comunicación oral, sino que eran evitadas celosamente como un mecanismo de defensa frente a las artimañas del mundo occidental, que desde hace siglos viene amenazando su integridad cultural.(Pablo Mora De laboratorios y ezwamas en el artículo "La tecnología al servicio de la madre naturaleza". Sección puntos de vista de este número).

Pero ha llegado el momento de que el mundo de afuera los conozca y escuchen el mensaje de los mamos:

Lo verdaderamente sorprendente y que quizás explique en parte esa actitud imperturbable que adoptaron los indígenas frente a las tecnologías de punta de la Matrix es la constatación de un dejá vu que ha incorporado míticamente los artefactos de la comunidad occidental a su pensamiento tradicional. La revelación me la hizo Saúl Gil, hijo de un reconocido mamo wiwa; la secundó el joven kogui Silvestre Gil Zaragata, y la constaté al lado de las autoridades tradicionales en Dominguera. Según ellos, el uso de imágenes es escaso en su mundo. Sólo a nosotros —sus hermanitos menores— nos gusta esa forma de representación como una manera de transmitir información y conocimiento. Ahora que ellos están empeñados en dominar o "domesticar" esos lenguajes (como antes lo hicieron con la escritura y las matemáticas) se han enterado de la existencia de un sitio sagrado en plena Sierra Nevada de Santa Marta (una gran piedra o montaña negra de ubicación secreta) donde está el dueño o padre de las imágenes y de sus tecnologías generadoras. Siempre ha estado allí y domina todas las cosas del mundo que brillan como los espejos, los televisores y las cámaras" (ibid).

La relación con el mundo alquímico de Pedro Gómez Valderrama es evidente. Recuerdo haber visto, en una exposición reciente de arte cinético en Madrid, una secuencia de espejos sobre los que se reflejaban luces de colores y que ofrecían a la percepción del visitante la existencia de un laberinto que se prolongaba en la mirada, en una suerte de azogues y luces infinitas. Entre indígenas y cinéticos, internautas y bloggers, en alguna parte del mundo, vela el padre de las imágenes.

Traspasos, fronteras y desmitificaciones

El panorama que ofrece el cuerpo de la revista Signo y Pensamiento, dedicada a las nuevas tecnologías, despliega, en mi opinión, un panorama de saberes, un panorama desmitificador y un panorama que moviliza. Es inicialmente un panorama de saberes. No hay acá una mirada única o una disciplina totalizante. No es la comunicación la que explica el mundo que abren las nuevas tecnologías y tampoco existe una prevalencia disciplinar en este intento de comprender el nuevo paisaje. Hay, por el contrario, un discurso emergente, compuesto de traspasos fronterizos, traducciones, interpretaciones, que han ido generando un campo teórico al que confluyen educación, comunicación, filosofía, literatura, arte, sociología, telecomunicaciones, economía, política.

Los traspasos fronterizos son traslados entre el mundo digital y las explicaciones disciplinares que, por una parte, van componiendo un campo particular de pensamiento y, por la otra, van articulando la nueva realidad con la tradición conceptual construida durante años por diferentes disciplinas. Estos traslados inciden en el corpus teórico de las disciplinas, en especial de aquellas que son más maleables y porosas. La idea de redes sociales interroga a la sociología; los artefactos virtuales, al derecho; la memoria, a la psicología, y la interactividad, a la comunicación y a la educación.

Es también un panorama desmitificador que rompe el dualismo de los pesimistas y los optimistas, o de los neutrales y los comprometidos, frente a las nuevas tecnologías, sin eludir los efectos de poder que están presentes en las formas de representación e imaginación que facilitan las nuevas tecnologías. Como lo señala Rocío Rueda en su texto: "la convergencia tecnológica hoy igual que en otros momentos de la historia de las tecnologías de la información y la comunicación, está estrechamente ligada a procesos sociales, tanto de poder como de contrapoder, de dominación y de resistencia" (Rocío Rueda, "Convergencia tecnológica: Síntesis o multiplicidad política y cultural", en la sección eje central de este número)..

Sólo un análisis riguroso permite explorar los límites y posibilidades de las nuevas tecnologías en continentes que como América Latina tienen aún índices bajos de conexión a la web, pero a la vez muestra potenciales indudables de crecimiento. El trabajo de Tamayo, Delgado y Penagos, así como el de Gustavo Cimadevilla, explora esta temática. En este continente y en Colombia están sucediendo cosas muy interesantes con las recreaciones que hacen de las nuevas tecnologías, comunidades populares, jóvenes, colectivos de mujeres u organizaciones sociales. Encerrarnos en el lamento puede oscurecer las experiencias de uso social que, por ejemplo, Rocío Rueda encuentra en su investigación:

Hemos encontrado un flujo de interacciones entre acciones presenciales y otras a distancia, o interacciones off-line y on-line [...] Las tecnologías cumplen una doble función antes y después de las acciones de los colectivos. Una se refiere a ayudar a la comunicación interna y externa del colectivo, a la coordinación de acciones y de la agenda y, la otra, a darle una oportunidad a las acciones locales en un flujo global en otras redes, a través de las páginas web, blogs, correos electrónicos. Adicionalmente hay una presencia e integración de diversos lenguajes, desde boletines escritos, collages, perfomances, emisiones de radio, hasta páginas web, así como el uso de la ironía, el humor, las metáforas y los objetos que buscan el juego con otras formas de comunicación, educación y expresión política (Ibid).

El panorama de las nuevas tecnologías que se recoge en este número de la revista Signo y Pensamiento expresa también su papel movilizador. Tales tecnologías posibilitan otros mundos, otras formas de comprensión y de narración, otras posibilidades de lo público y la política. Sectores sociales olvidados y desenganchados pueden reconocerse, establecer relaciones y hacerse visibles a través de ellas.

Las palabras-baúl y los conceptos emergentes

El material recopilado aborda un complejo e inacabado horizonte de conceptos sobre las nuevas tecnologías, en que se toman elementos teóricos provenientes de otras reflexiones y debates, se construyen nuevos conceptos que a su vez son neologismos (blogs, dromología), se componen palabras generando mezclas inéditas (tecnoexpresiones, cibercultura, ciberciudadanía, multimedial, hipertexto), se revelan nuevos actores (bloggers, hackers, nativos digitales, desenganchados, infopobres) y se tematizan procesos inéditos que hacen parte de un mundo tecnológico ya extendido, como convergencia, interactividad, desterritorialización, comunidades virtuales, inteligencia artificial y autocomunicación de masas.

Todos estos conceptos van conformando un acumulado cognitivo fundamental para comprender lo que está ocurriendo en un campo donde, además de las vertiginosas innovaciones tecnológicas, que producen un paisaje abigarrado de artefactos, usuarios, relaciones, redes, comunidades, se van remodelando las sociedades.

El pensamiento asimilado por la historia disciplinar es permanentemente convocado para entender procesos inéditos y para los que no existen aparatos conceptuales elaborados. Hay así una interesante confluencia de mundos que se entrelazan y se enriquecen mutuamente. Desde una perspectiva filosófica, Sergio Roncallo Dow relee la noción de medio en Marshall McLuhan y lo comprende en un sentido más amplio y acerca su reflexión a la fenomenología, a la hermenéutica y a la filosofía de la tecnología: "Pienso aquí en la idea de los medios como extensiones del hombre pero desde la dialéctica extensión/(auto)amputación que el canadiense traza y que abre el camino para pensar, al menos a contracorriente, en una posible lectura de la idea de medio desde lo protésico".

Una de las ideas centrales en esta revista es la que explora el papel de las nuevas tecnologías en la conformación de la esfera pública. Esta idea merece discutirse por las implicaciones que tiene y también por los malos usos que provoca. Desde hace años, Pierre Lévy ha construido uno de los más lúcidos acercamientos a la comprensión del mundo virtual. En el texto que se publica en este número de la revista, el investigador subraya la importancia que tienen las nuevas tecnologías para la democracia y recuerda que la apertura, las relaciones de pares y la colaboración son los valores de la nueva esfera pública y que los medios tradicionales funcionan desde un centro emisor hacia una multiplicidad receptora en la periferia, mientras los nuevos medios interactivos funcionan todos por todos. De esta manera, la nueva comunicación pública está polarizada por personas que crean contenidos, critican, filtran y se organizan en cadenas de intercambio y colaboración.

Es muy importante observar que las nuevas tecnologías se consolidan en un momento en que las democracias también se reafirman y se rediseñan y la comunicación adquiere en ellas un protagonismo político central. Las plazas devienen pantallas, y la información en las campañas electorales, como sucedió recientemente con aquella en que triunfó Barack Obama, transcurre por redes tecnosociales como Facebook.

Las nuevas tecnologías, por su parte, afectan las capacidades de adquisición de información, de expresión, de asociación y de deliberación de los ciudadanos tal como señala Lévy y, según su texto, se produce una relación entre democracia y espacio semántico, como "nueva posibilidad de conmensurabilidad y de autoreferencia para los procesos de computación y de cognición social". (Pierre Lévy "La mutation inachevée de la sphère publique" en la sección eje temático de este número). Las redes, grupos y comunidades de personas serán capaces —escribe Lévy— de reflexionar su propia inteligencia colectiva en un espacio abierto a la observación e interpretación del punto de vista de cada una de las inteligencias colectivas; así, la noción de deliberación colectiva, esencial a la democracia, podrá tener otro sentido: devendrá indisociable de una práctica masivamente distribuida por las ciencias humanas y de un diálogo hermenéutico ejercido libremente en la memoria mundial.

La idea de una democracia virtual reta la imaginación originaria y persistente de una democracia con cuerpo y de cuerpos (recuerdo nuevamente a Richard Sennet en Carne y piedra), pero rehabilita el ideal aristotélico de la democracia como simetría, es decir, como la posibilidad de estar juntos en la llanura. No sé si algún día las instituciones que conocemos y que tienen arquitecturas con un peso que nos sobrecoge y nos irrita perderán su condición monumental, para urdirse en el inmenso tejido de una red virtual. Por ahora, la deliberación colectiva promovida por las nuevas tecnologías aún no tiene la densidad semántica que requiere la democracia. Quizás se dé una trasformación de la democracia como sistema político, acompañada de una profundización de su significado de ethos, en el que las nuevas tecnologías complementen las figuras que han sido básicas en la vida democrática durante siglos, como la magistratura, el deambular, el respeto a las minorías, el voto y la argumentación pública.

Otra de las ideas que recorren la Revista es la de los vínculos entre nuevas tecnologías y nuevas expresiones de la subjetividad. Rocío Rueda señala como una de las grandes tendencias en que se inscribe el desarrollo de las nuevas tecnologías las:

... transformaciones tecnocognitivas de la cultura en un proceso de individualización de la subjetividad que implica tanto la desintegración de certezas de las instituciones tradicionales configuradoras de la identidad, como nuevas expresiones de subjetividad, de agencia, en redes de ensamblaje de intercambios maquínicos que crean múltiples y diferenciadas interdependencias. [...] es por ello que hoy las tecnologías de la información y de la comunicación y su convergencia requieren comprenderse en un complejo proceso cultural que propicia formas organizacionales, reconfigura las instituciones, los roles y las prácticas de saber y poder, al mismo tiempo que se transforman y producen subjetividades y colectivos sociales. (Rocío Rueda, "Convergencia tecnológica: Síntesis o multiplicidad política y cultural", en la sección eje central de este número)..

Estas subjetividades componen otras maneras de ser sujetos, de habitar este mundo prismático y, por supuesto, de pensar las identidades. La convergencia es uno de los grandes acontecimientos en la era de las nuevas tecnologías. Como lo observan los autores, sobrepasa la confluencia de lenguajes que permiten la electrónica, la computación y las telecomunicaciones:

Para Miller (2004) —nos recuerda Carlos A. Scolari— la convergencia admite dos declinaciones: convergencia digital o convergencia industrial. La primera hace referencia al proceso de digitalización, o sea, la reducción de todos los flujos informativos a una serie de bits. La convergencia industrial es, en parte, una consecuencia de la anterior y reenvía a los procesos de confluencia/fusión de actividades entre diferentes sujetos económicos. (Scolari, C. "Alrededor de la(s) convergencia(s). Conversaciones teóricas, divergencias conceptuales y transformaciones en el ecosistema de medios", en el eje central de este número.

José Alberto Garcia Avilés, en "La comunicación ante la convergencia digital: algunas fortalezas y debilidades", afirma que la convergencia se realiza, por lo menos, en cinco ámbitos: tecnológico, empresarial, contenidos, usuarios y de los profesionales de los medios. La digitalización es una innovación técnica que amplía las posibilidades de convergencia y de desarrollo de multimedia, al profundizar en tendencias ya existentes, al reducir los costos de transmisión y al permitir una oferta mayor de canales y servicios y una mayor fragmentación del consumo, no sin tener antes un proceso de desregulación, ligado a estrategias económicas y políticas globales (César Ricardo Siqueira Bolaño y Valerio Cruz Brittos, "Paradigma digital: capitalismo, cultura e esfera pública").

Según Pierre Lévy, "el carácter de fondo de la cibercultura puede ser resumido en tres tendencias con resonancia mutua: la interconexión, la creación de comunidades y la inteligencia colectiva". La interconexión se lleva a cabo entre medios, documentos, datos, personas, territorios, computadores, grupos e instituciones. "Ella crea corto-circuitos entre niveles jerárquicos y culturas" ("La mutation inachevée de la sphère publique" en la sección eje temático de este número). La inteligencia colectiva es el aumento de las capacidades cognitivas de las personas y grupos, de la percepción, de la memoria, de las posibilidades de razonamiento de aprendizaje y de creación.

Finalmente, los autores, en uno y otro de sus trabajos, exponen algunos de los cambios que producen las nuevas tecnologías. En la radio, afirma César Augusto Rodríguez:

... las audiencias en medio de esta nueva guerra de ondas, exigirán más velocidad y dinamismo de las informaciones. Los programas tenderán a ser más cortos, los locutores hablarán más rápido, con voces cada vez más suaves, pues la pureza del sonido, no hará necesario tener voces demasiado profundas y agudos [...] Con la internet se relativiza pues el directo y se rescata el archivo. (Rodríguez, C. "La Radiodifusión internacional ante la convergencia digital. Futuros, realidades e imaginaciones". En la sección puntos de vista de este número)

En los videojuegos: "Second Life es una plataforma virtual en que el jugador tiene la oportunidad de vivir una vida paralela en la que puede ser y hacer lo que quiera a través de interacciones sociales que le permiten integrarse a comunidades, compartir experiencias, desarrollar proyectos, construir objetos, investigar, hacer negocios, entre otras muchas actividades" ("Juego y cultura digital... ¿ Qué se traen los juegos en línea? ", de Nadya González Romero, Adriana Salazar Sierra y Alcides Velásquez Perilla)

En el encuentro entre comunidades indígenas y tecnologías: "Ahora, en un hecho político sin precedentes, los nuevos autores indígenas reclaman fidelidad y autonomía, en franca reacción a las formas de representación de estilo exotista, discriminatorio o científico que se han hecho sobre ellos" (Pablo Mora, "De laboratorios y ezwamas"). En la narrativa y la literatura: "Sólo bajo un nuevo dispositivo técnico (ciberespacio), enunciativo (hipertexto) y cultural (cibercultura) se pueden realizar muchas de las anticipaciones, deseos y figuras de la tradición "rebelde" (postmoderna) de la escritura" (Jaime Alejandro Rodríguez, "Sueños digitales de un escritor. La convergencia digital al servicio del ejercicio literario"). Y en la lectura, Eduardo Gutiérrez explora las transformaciones producidas por las nuevas tecnologías en el ecosistema comunicativo, entendiendo la lectura como práctica cultural y lucha y tensiones entre significados y sentidos que circulan socialmente. En su texto ubica esta lectura que emerge en nuevos contextos, vinculada con las necesidades de información, de autocomprensión y de interacción (Eduardo Gutiérrez, "Leer digital. La lectura en el entorno de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación").

El lector tiene ante sí un prisma. El recorrido por las páginas de este número de la revista Signo y Pensamiento le permitirá reconocer las perspectivas con que diferentes autores se acercan a un universo que emerge, a sus fenómenos y sus problemas. Como en el espejo profundo que imaginó el escritor colombiano Pedro Gómez Valderrama, podrá recorrer su propio laberinto.


1 Lección inaugural en la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana, pronunciada por el autor el 26 de febrero de 2008.

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