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Signo y Pensamiento

versión impresa ISSN 0120-4823

Signo pensam. v.28 n.54 Bogotá ene./jun. 2009

 

Leer digital: la lectura en el entorno de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación

Digital Reading: Reading in the midst of new Information and Communication Technologies

 

EDUARDO GUTIÉRREZ*

* Eduardo Gutiérrez. Colombiano. Profesor del Departamento de Comunicación, Pontifica Universidad Javeriana. Magíster en Comunicación, Pontificia Universidad Javeriana. Estudios de Doctorado en Historia, Universidad Nacional, Colombia. Correo electrónico: gilberto.gutierrez@javeriana.edu.co.

Submission date: September 30, 2008 Acceptance date: November 10, 2008

Recibido: Septiembre 30 de 2008 Aceptado: Noviembre 10 de 2008


This article reflects on current cultural changes taking place in the act of reading when using digital aids and supports. These thoughts are then integrated around the question on the transformations which are also taking place in the communications' ecosystem and its regimes and patterns, as a direct by-product of the condensation of new needs and interests in devices and routines associated to the use of technologies devised for reading. This paper is based on the author's study of the practice of reading in a digital context presented to the Centro Regional para la Lectura y el Libro (cerlalc) earlier last year.

Keywords: Reading practices, communicative ecosystem, book, reading aids and supports.


Este artículo recoge la reflexión sobre los cambios en la práctica cultural de la lectura a partir del uso de soportes digitales y la integra en torno a la pregunta por la transformación en el ecosistema de comunicación y el régimen comunicativo, producto de la condensación de nuevas necesidades e intereses en objetos y rutinas asociados al uso de las tecnologías para la lectura. El texto está basado en el estudio de prospectiva sobre la lectura en contexto digital, realizado por el autor para el Centro Regional para la Lectura y el Libro (cerlalc).

Palabras Clave: Práctica lectora, ecosistema comunicativo, libro, soportes de lectura.


Origen del artículo

El texto está basado en el estudio de prospectiva sobre la lectura en contexto digital realizado por el autor para el Centro regional para la lectura y el libro cerlalc.

Introducción

El reto de este texto es ofrecer algunas pistas para replantear la manera como es comprendida la practica lectora y ofrecer referencias que muestren que se está transformando significativamente en el contexto contemporáneo. Se busca, entonces, comprender la práctica lectora en el contexto de la convergencia digital, entendida como un cambio fundamental en la dinámica del ecosistema de comunicación en el que habitamos contemporáneamente, que, más allá de referirse a las tecnologías, describe la movilidad de los modos de hacer humanos, en el proceso de participar en las luchas cotidianas por el sentido y por suplir sus necesidades como habitantes de dicho ecosistema.

Este documento se distribuye en tres secciones. La primera sección, como breve introducción conceptual, se ocupa de establecer elementos que permitan definir cómo abordar la lectura actualmente; además, propone un enfoque y una serie de conceptos emergentes que servirán para dar cuenta del fenómeno en el resto del trabajo. La segunda, por medio de la conexión entre necesidades, cambios y perfiles, establece una serie de condiciones actuales que determinan lo que hoy implica la posibilidad de pensar y tratar de orientar las prácticas lectoras en el contexto actual, así como definir pistas sobre el cambio en el perfil del lector que emerge en este nuevo escenario, integrado a este fenómeno; explora la especificidad de los cambios tecnológicos y sus efectos posibles en la pragmática, los géneros y las narrativas en las cuales se inscribe a futuro el proceso lector. Finalmente, una breve tercera sección se propone concebir algunos escenarios presentes y futuros de la lectura en tiempos de convergencia digital.

Comprender la lectura hoy1

Al hablar de lectura parecería, en apariencia, que se hablara de un único fenómeno; sin embargo,cada vez resulta menos factible asumir la definición de lectura como un concepto obvio o claramente determinado. La lectura ya no puede reducirse a la decodificación del sistema alfabético, tanto porque no basta con descifrar para leer, como por el hecho de que el código alfabético no es el único sistema de signos que es susceptible de ser leído.

Desde la tradición semiótica, sabemos que la idea de lectura se ha flexibilizado para poder abarcar un conjunto de usos e intercambios de códigos diversos, que incluyen desde la imagen hasta los espacios, y desde las gramáticas cifradas de los códigos de máquina hasta las codificaciones magnéticas, legibles únicamente para los artefactos ópticos. Pero, más que la flexibilidad del término lectura, a lo que apela esta extensión es a señalar la paulatina transformación de la cultura que se ha descentrado del código escrito y ha encontrado en otros sistemas simbólicos alternativas para producir, circular y apropiar significados (Martín-Barbero, 2002). Bajo esta perspectiva, la lectura no es un hecho meramente racional argumentativo (Brunner, 1988).

La lectura tampoco es solamente un conjunto de procesos cognitivos de comprensión, cuando ésta se entiende como la habilidad para "extraer" un sentido "contenido" en un mensaje. La descripción de la lectura como un hecho psíquico que se materializa en una serie de habilidades de comprensión es una visión restringida, que hace explícita su limitación, al contrastar con el hecho de que la lectura, más que un asunto mental, es un proceso social, en el que toda decodificación e intento de comprensión está determinado histórica y socialmente en la interacción social. Por tanto, no se trata de sustraer un sentido contenido en un texto, sino de producir ese sentido en el marco de las determinaciones históricas de su interpretación. Aunque, como se ha señalado, este hecho es un fenómeno que implica cerebro y cognición —como todo hecho humano—, no se reduce a esa escala, sino que exige inmediatamente lo social.

Hasta aquí podemos encontrar, entonces, una mirada que recoge tres niveles de lectura: el gramatical, el psicológico y el social. De tal manera que para algunas perspectivas, por ejemplo, la de Daniel Cassany (2006), el abordaje de la lectura hoy exige trabajar sobre estas tres perspectivas, para que, por medio de ellas, podamos encontrar un marco suficientemente consistente para abarcar la lectura.

Sin embargo, a pesar de recoger estas tres dimensiones y, con ello, dar una mirada compleja al quehacer lector, de fondo se muestra que cada uno de los niveles tienen implícita una premisa que se ha mantenido oculta y a la que no se le presta suficiente atención en el debate: la noción tradicional de lectura ha estado amarrada a una idea de comunicación y producción simbólica humana, centrada en el modelo informacional de emisores, receptores y mensajes, que bien sirve para describir el funcionamiento de un telégrafo, pero poco sirve para pensar el proceso humano de interacción y producción de sentido.

Esto implica que, a pesar de que muchos autores tienden a usar el término cultural para definir el proceso por medio del cual se realiza una comprensión de la lectura, definitivamente lo hacen desde una lectura eminentemente social, o pragmática, mas no, necesariamente, desde la cultura.

De tal modo que comprender la lectura desde la cultura es, ante todo, entenderla como parte de un "proceso de luchas y tensiones entre significados y sentidos circulantes socialmente" (Gruzinski, 1995), dentro del cual el ejercicio lector es una práctica emergente2 constituida históricamente, cambiante y en la que los significados y los sujetos se van configurando mutuamente.

En esta perspectiva, al hablar de lectura será necesario localizar el contexto histórico, el régimen comunicativo y los sentidos dominantes socialmente; las prácticas de significación incluidas, las retóricas, formas narrativas y reglas de interacción de esa coyuntura; los tipos de lectores existentes y en formación, y las necesidades sociales de significado (Darnton, 2003). Es decir, deberá describirse el ecosistema comunicativo en el cual esa práctica opera (Martín-Barbero, 2002; Gutiérrez, 2008).

Con esto queda explícito que la necesidad de redefinir la lectura desde la perspectiva cultural ofrece la oportunidad de asumir que ésta no es una práctica, ni universal ni constante, y que realmente se produce históricamente. Así que entender la lectura como experiencia implica tratar de describir las líneas y tensiones de fuerzas de la cultura que están y que, a futuro, estarán determinando la configuración de dicha práctica.

De esta manera, la práctica lectora será la síntesis del conjunto de acciones y operaciones con las que un sujeto interactúa con un discurso construido, a partir de una serie de sistemas simbólicos y procesos de producción de significación, y en el que intenta, más que llevar a cabo la comprensión como consumo de significado, insertarse en el flujo de producción social de sentido. Esta práctica no se restringe al sujeto, sino que es un hecho colectivo que, en su naturaleza, apela a las comunidades y a los contextos culturales donde este tipo de prácticas son llevadas a cabo, de modo que el sujeto no es, ni puede ser un poseedor universal de la comprensión, sino que es, en concreto, parte de la dinámica de producción social.

Así, por ejemplo, mientras en una época la lectura estaba orientada a obtener un sentido absoluto contenido en la palabra y en la verdad del texto escrito, en otra época esa actividad está orientada a cargar de sentido dicho texto, y, con eso, connotarlo de presente (Carvalho y Chartier). Que una u otra sean las concepciones de la práctica lectora dependen, fundamentalmente, de las maneras en las cuales esa cultura va delimitando lo que tiene sentido para ella.

Esta concepción de la lectura como práctica cultural ofrece como herramienta importante para el análisis poder desprenderse de la obligación propia del contexto presente e inmediato, de los presupuestos aparentemente obvios y de los implícitos que la hegemonía largamente llevada por la palabra escrita impone sobre el pensar; esto es posible gracias a la objetivación de todas aquellas dinámicas que inscriben el proceso de la lectura y que pueden permitir comprender tanto su lugar, como los cambios que ocurren a su alrededor, y la red de fuerzas y tensiones en la producción de significados sociales en la que se encuentra inscrita3.

Finalmente, es necesario hacer algunas afirmaciones acerca de las tecnologías, en cuanto más que ser comprendidas como instrumentos que pueblan la cotidianidad, deben entenderse como síntesis y materialización de la racionalidad y los procesos cognitivos, y de producción cultural que desarrolla una sociedad y época determinadas. Así, entender la tecnología no se refiere a comprender un artefacto externo que viene a incidir sobre los haceres humanos; significa entender la profunda relación entre las tecnologías y el desarrollo de las formas como los sujetos y las sociedades están supliendo sus necesidades de producir información, apropiar sentidos, hacer colectividad y configurar sus identidades. Es, entonces, la tecnología parte fundamental de la manera como se ha venido consolidando históricamente un proceso dominante de representar, ordenar y producir sentido (Stiegler, 2002).

En tal perspectiva, la tecnología no se define por sustraer o destruir lo que son los humanos,como lo plantean las versiones apocalípticas de Sartori o de Baudrillard, e incluso de Virilio, sino, sobre todo, por ser una huella concreta de las presentes luchas por producir, apropiar e imponer los sentidos dominantes en la sociedad y las formas de acceder a ese sentido.

Convergencia: necesidades y cambios que configuran el escenario del lector y la práctica de lectura

El ecosistema comunicativo actual se encuentra en rápida evolución. Luego de varios siglos de hegemonía de la escritura y el régimen del libro, en cuanto centros articuladores del poder sobre la producción social de sentido, el siglo xx ha visto crecer, expandir y transformarse las condiciones en las que ocurre la comunicación humana, a través del desarrollo, hasta la escala mundial de tecnologías para la transmisión ágil de datos (Olson y Pollard, 2004). Este texto asume, entonces, que la convergencia no puede ser entendida de manera exclusiva como la integración de tecnologías, sino que debe apuntar a establecer que la convergencia se da en la forma como emergen y se transforman las prácticas culturales en la dinámica de luchas por el sentido en el que los sujetos se hallan inmersos.

Es en la medida en que podamos leer el proceso complejo de configuración de las nuevas tecnologías, como modos de materializar las formas de ser de la sociedad y como ejercicios integradores de la diversidad de necesidades humanas de comunicación, interacción y procesamiento de información, como podemos identificar cuál es el perfil del lector que hoy y a futuro se enfrenta a la posibilidad de integrarse a los flujos y tensiones de producción de sentido en la sociedad contemporánea. Es decir, se trata de ver cómo la tecnología y las particularidades del perfil del lector emergen y se insertan en el futuro dentro del contexto del profundo cambio en los modos de ser humanos que han venido tomando forma en los dos siglos anteriores. La era de la información (Castells) en la que nos hallamos inmersos está contribuyendo a redefinir y configurar el modo de ser humanos, las identidades y las narrativas en las que podemos reconocernos, y no sólo hallar sentido a lo que se dice, sino responder a la pregunta por el sentido de la propia existencia individual y colectiva de la especie.

Visto lo anterior, comprendemos que hacer una prospección de la lectura en el futuro próximo no se restringe a hacer una descripción del cambio en las tecnologías y la relación de los sujetos con los artefactos, sino a exponer las transformaciones en el escenario de producción de sentidos, y describir las movilidades en los procesos sociales y culturales que dan forma al proceso lector, para, más bien, inscribir allí las tecnologías y los artefactos, como instrumentos y formas que sintetizan esas necesidades y, con el tiempo, se van configurando en vehículos para delimitar, regular y tratar de orientar los modos de producir sentido en la sociedad.

Igualmente, dado que los procesos de cambio no son homogéneos, muchos de los fenómenos que pueden apreciarse como pasados desde las vanguardias son los presentes o futuros para otros grupos o comunidades, y precisamente esa asincronía es parte esencial del presente y futuro de América Latina.

El estado de alerta se da cuando los sistemas de información en desarrollo sobre el sistema de redes y el volumen de procesamiento de información parecen absorber el mundo para convertirlo en contenido virtual: este cambio incluía los libros, que, de una u otra manera, inician el dilema de cambiar el soporte en el que se sustentan. Lo que aún quedaba por definir es si esto obligaba a cambiar la naturaleza de las prácticas lectoras y las necesidades humanas que con ellas se suplen, perfilando un nuevo tipo de práctica lectora y, con ello, de algún modo, el cambio en los sujetos y en la cultura (Virilio, 2002).

Necesidades y prácticas de lectura

Si seguimos la reflexión de Murray (1997) en el pasado, el presente y, aún, el futuro, no cambia mucho el sentido del acto lector. Un Hamlet leído y visto en la Inglaterra victoriana; uno presentado en el cine o releído en el presente en una edición comentada y con un marco rigurosamente desarrollado; su posible representación inmersiva holográfica en el escenario virtual, y una lectura sobre un soporte digital hipertextual no llamarían diferencia, más que en las formas de representación y las técnicas de soporte. Las tres situaciones llevarían a pensar que el lector puesto en cada escena suple una necesidad de autocomprensión que responde alguna pregunta esencial para lo humano: ¿cuál es el sentido de la existencia?

Aparentemente, nos moveríamos hacia un progresivo intento de completar y aprovechar al máximo las formas de representación para obtener mejores versiones de lo que somos esencialmente como humanos. Este escenario permite extraer un criterio que es fundamental para la proyección futura de la lectura, y es que a pesar de las variantes diversas que ofrecen las nuevas tecnologías, estará profundamente arraigado el hecho de hallar sentido sobre la propia existencia en los significados circulantes. Pero, entonces, ¿dónde están esos significados?, ¿en qué condiciones se producen?

Este punto de vista debe ser complementado con otra versión de los hechos. Si podemos constatar que hay variaciones en la configuración de las necesidades humanas, ya sea en su dimensión, forma o definición, entonces, estaríamos no sólo ante la reiteración de una necesidad, sino ante el requerimiento de explicar cómo esa necesidad ha variado y cuál es la nueva forma de suplirla. Pero si además de eso se muestra que las formas de representación no se reducen a nuevos empaques para las comprensiones ya existentes, sino que las nuevas tecnologías y sus formas de representación atienden (y en algún sentido emergen de) la transformación en el modo de ser humanos y su desarrollo propicia la conformación de nuevas identidades; entonces, estamos ante un nuevo escenario, y, por tanto, la lectura tomaría un perfil diferente.

En el cambio de las necesidades asociadas a procesos simbólicos y de las formas de representación estaría vinculado un cambio en la forma de ser de los humanos y de las formas de sociabilidad en las que ellos comparten y se constituyen. De tal manera que la rápida evolución del ecosistema de comunicación a la que se hacía referencia antes, más que ser un contexto en el que ocurre la transformación de la práctica lectora, es la descripción del cambio, en el sentido que los sujetos dan a su propia existencia y a las formas de narrar, intercambiar y comprender la experiencia humana (Virilio, 2002).

La que a su vez, de forma dialéctica, se ha transformado, por efecto de la existencia de otras posibilidades narrativas, de nuevas tensiones en la producción de sentido y, sobre todo, por la emergencia de nuevas posibilidades de suplir sus necesidades (Stiegler, 2002). Esto significa que habitar en ese contexto implica desplegar habilidades que acogen la complejidad de la escena: comprender la simultaneidad, desplegar los diversos planos, construir sobre textos abiertos, apropiar sentidos que se van expandiendo mientras se les trata de apropiar, leer textos que adoptan una convergencia multimedial, etc.

Lo emergente en el ecosistema en evolución

Buena parte de las transformaciones en las necesidades humanas que se suplen con la lectura se pueden comprender plenamente al abordarlas desde la manera como son perfiladas por las sinergias y tensiones entre diversos medios. Y su carácter no se dirime en las nuevas habilidades lectoras, sino en la transformación de la experiencia, que exigirá el desarrollo tanto de las velocidades de transmisión, la ruptura de las distancias, la transformación de los lenguajes, como la aparición de nuevos dispositivos para el transporte y procesamiento de información.

Por ejemplo, la actitud investigativa cambia al tener que moverse entre los datos impresos, los volúmenes de libros y las páginas que se exploran en la lectura, y hallar en ese contexto un dato o un fragmento que ilumina la propia exploración; ese lector es un seguidor de huellas que abarca todo el terreno. En tanto, la actitud investigativa basada en las estrategias de búsqueda de información con motores desarrollados por medio de formatos digitales actúa en un tipo de búsqueda que se centra más en la habilidad de hallar términos adecuados y, con ello, de lanzar anzuelos, más que de seguir huellas.

Tres grandes necesidades agrupan dimensiones fundamentales de la existencia en la sociedad hoy: información, autocomprensión e interacción; a ellas podría adicionarse la de conocimiento o aprendizaje y la de entretenimiento. Cada una de ellas se ve configurada por las tensiones entre medios y transformación de la experiencia. A continuación se abordan las tres primeras necesidades y se busca localizar la práctica lectora y el libro, en cuanto satisfactores de esas necesidades.

La necesidad de información. Los sujetos siempre han necesitado información; sin embargo, la transformación de la oferta y la posibilidad de acceso a aquélla han generado un nuevo proceso de relación con ella. La oferta informativa ha implicado la posibilidad de habitar en nuevas arquitecturas, que, además de aportar datos necesarios para actuar en la vida cotidiana, movilizan una necesidad constante de incluirse en los flujos de información. Hecho que no se distancia de las prácticas que se fueron configurando desde el periodismo y a través de las crónicas y novelas por entregas de la prensa sensacionalista del siglo xix, y que hoy se recoge en los sistemas multimediales de oferta informativa.

La premisa básica es que consumimos y apropiamos información como una estrategia para orientarnos en el mundo. Pero, más allá de esto, las informaciones tecnológicamente mediadas se imponen como el contexto mismo en el que habitamos. Habitar en el mundo contemporáneo y a futuro será, sobre todo, saber sobrevivir y habitar en un entorno informativo. En una medida creciente, la experiencia cotidiana estará mediada por sistemas de información más cualificados, que no sólo harán más precisa y racional cualquier decisión, sino que harán menos autónomos a quienes no estén en posibilidad de acceder a dicha información a los ritmos que estas nuevas alternativas ofrecen. Leer información especializada y movilizarse en los sistemas de interfase con el sujeto que los dispositivos ofrecen comenzarán a ser parte fundamental de la alfabetización. Leer pantallas, formatos virtuales, tablas de datos y escenarios gráficos diseñados para la captura y apropiación de datos será necesario para orientarse en las decisiones cotidianas.

Incluso, es necesario decir que cada vez es menos probable acceder, sin la mediación de sistemas de decodificación digital, a algunos procesos que antes podían ser intervenidos desde lo analógico. No se posee alfabetización en los códigos de máquina en diversas ocasiones.

Sólo una parte de la información que usamos cotidianamente en esa arquitectura es apropiada a partir de una fuente de escritura alfabética; el uso cotidiano de la información parte de la construcción de sinergias entre varios mecanismos de distribución de datos. Informarse implica, en grado creciente, tener una oferta diversa que integra varios niveles de acceso, profundidad y velocidad de la información. La sensación de que sin un conjunto de informaciones que pongan al sujeto en el presente no se puede vivir ha sido sustentada y reiterada por los modelos de oferta de información.

De tal modo que no son las herramientas tecnológicas en sí, sino la presencia constante y multiforme de la información la que inscribe las condiciones del actuar cotidiano. La actualización constante de las noticias a través de sistemas RSS; la capacidad de compresión de video, y la agilidad para su transporte y descarga; la presencia de dispositivos personales para la recepción, convergen en crear y modificar tanto los escenarios informativos como la velocidad con la que ellos cambian, lo que crea la sensación y el afán por obtener la actualización inmediata. Esto hace que los formatos y esquemas de circulación de la información cambien, en la medida en que deben ajustarse tanto por un necesario ordenamiento del volumen de información que puede ser entregada en pequeñas dosis, como por la disponibilidad que deben tener para ser leídos rápida y eficazmente en medio de las actividades del usuario.

El lector, entonces, hace también convergencia entre la plácida lectura del periódico impreso o el seguimiento de las noticias en televisión, la escucha radial integrada a la vida cotidiana o el constante bombardeo de las informaciones en el computador y el teléfono celular. Es un lector multiforme que aplica habilidades diversas, pero lo hace en el marco de las variadas ofertas informativas y, sobre todo, para suplir su necesidad de estar informado, como mecanismo para orientarse en el presente. Sus habilidades en desarrollo constante muestran cómo

la necesidad busca materializarse en formatos que unas veces conducen a la profundidad reflexiva, otras al sensacionalismo visual y algunos más, como en el caso de Internet, al vértigo de la información.

En este sentido, no es el libro en sí, o la pantalla del computador, o el Ipod o el Poket Book, sino que es la manera como cada uno de ellos se integra a las necesidades de los sujetos en sus procesos de acceso a la información y a suplir sus necesidades. Sin olvidar que cada vez con mayor intensidad, esas ofertas, en apariencia disímiles, representan a una misma fuente monopólica del poder de producción de la información, centrada en grandes corporaciones, que no sólo ofrecen datos organizados, sino que conocen e intentan orientar el perfil del lector.

Las luchas del futuro serán, entonces, las tensiones entre corporaciones multimedia que se confrontan por insertar en su arquitectura comunicativa la mayor cantidad de sujetos, y esto lo harán por medio de un sistema de información que permitirá comprender de manera detallada el contexto a la medida para cada usuario o lector. Una oferta personalizada con lectores perfilados por el marco informativo en el que se desenvuelven (Jewitt, 2008).

En este terreno, el libro constituye sus propias arquitecturas y sinergias, tanto las tradicionales propias de su hegemonía, que implican la serie, la colección, el sistema de referencias mutuas, el valor del objeto y la carga simbólica de su apropiación o uso. Pero, a la vez, la capacidad que pueda mostrar de integrarse a las arquitecturas existentes: como la relación ya menos frecuente entre el "mamotrético" manual y la máquina o las posibilidades actuales de imprimir la Wikipedia, como se ha planteado en Alemania, lo que en apariencia parece inimaginable, pero es real hoy.

La necesidad de información indica, entonces, una fuerte transformación de la práctica lectora para orientarse hacia escenarios sinérgicos y convergentes, y, a la vez, una relocalización del libro en un sistema de medios de información en el que posee sus propias virtudes y desventajas: limitado volumen de información, carácter portátil, accesibilidad; pero, sobre todo, su lugar va a depender de la conectividad con otros soportes y su localización en las arquitecturas informativas.

La necesidad de autocomprensión. Independientemente de la época o el sentido de la lectura, los géneros y las formas de expresión, los sujetos siempre han buscado, por medio de la lectura, resolver un proceso de autocomprensión. Esto quiere decir que la lectura, en su configuración histórica materializada en la escritura alfabética, iba emergiendo como un mecanismo de registro del acumulado histórico existente y una base fundamental para que las sociedades constituyeran tradición, tanto a través de la memoria como de los documentos filosóficos que dan cuenta de la unidad de las comprensiones del mundo y de la vida, que son narradas y puestas en relato. El libro será en más de una cosmovisión el soporte central de un saber y un sentido compartido que lo pone en el centro de prácticas sagradas en diversas religiones.

Los lectores suplen la necesidad de autocomprensión en el abordaje de variadas narrativas y géneros, como las visiones propias de las parábolas, decálogos, textos fundamentales, cantos a lo sagrado. Tanto así como lo hace la literatura, que en sus formatos realiza, de manera propia, el ejercicio de permitir que más allá de la similitud o realidad de los hechos, los lectores hagan una extensión de sus universos de sentido y produzcan con ello comprensiones de la realidad nuevas o enriquecidas (Ricoeur, 2001).

En esta perspectiva, fácilmente podemos identificar elementos concretos, que desde libros filosóficos y obras literarias, hasta manuales de autoayuda y textos de orientación práctica, se muestran como ofertas que se orientan a suplir las necesidades de autorreconocimiento en los lectores. El soporte tradicional de la lectura se ve complementado por narrativas de diversa índole en los nuevos soportes de información y comunicación. Desde los telepredicadores, hasta sitios web de acceso a versiones tecnológicas de comunidades religiosas, sectas y grupos; desde literatura popular en radio o televisión, hasta la literatura hipermedial que ha ido emergiendo o las versiones filosóficas que en pocas diapositivas de Power Point entregan sabiduría dosificada, y se replican en cadena dentro de la red.

El lector se encuentra, entonces, en un escenario en el que las representaciones diversamente construidas se ven como un posible marco en el cual hallar sus respuestas, construir mundos o cosmovisiones alternas y, en el fondo, hallar sentido a su propia existencia.

Las ofertas, quiérase o no, van alimentando el perfil del lector que va construyendo un tipo de exigencia estética o ética a las versiones con las que se enfrenta, y, con ello, va hallando nuevas formas de narrar, o en las que encuentra relatados sentidos que le dan alguna perspectiva sobre sí mismo y sobre el contexto en el que habita. Es en esta zona donde la escritura y la lectura en Internet parece tener mayor similitud con las formas de escrituras alfabéticas, y, al mismo tiempo, es el lugar donde la deriva en nuevas narrativas muestra una inmensa distancia con los modos tradicionales de autocomprensión.

Encontramos una oferta amplia para los lectores que, básicamente, se aprovecha del soporte tecnológico para facilitar el acceso a las fuentes o textos que posibilitan la autocomprensión; pero, a la vez, nuevas narrativas convocan a que la búsqueda de autocomprensión y las mismas tensiones en las que ella se dirime necesiten y perfilen a un nuevo lector, que encuentra sentido para sí en la lectura de una novela abierta de carácter hipermedial o en las representaciones multimediales de un relato místico contemporáneo. Las búsquedas son las mismas, pero el proceso no se reduce a una nueva forma, sino que se orienta a la capacidad de los nuevos medios tecnológicos de dar cuenta de la experiencia actual, en la que nuevos sentidos se juegan para el lector. Misterios y relatos que no se verían contados eficientemente en las formas escritúrales tradicionales.

En el futuro próximo, como lo veremos más adelante, cada vez habrá mayor disponibilidad para el acceso constante e inmediato a estas ofertas de sentido. La necesidad de vinculación a redes y la velocidad de la entrega de información podrá hacer que los lectores no tengan que diferenciar entre el tiempo de su vida cotidiana y el de la lectura, dado que los relatos, enviados a su móvil o entregados a la medida en la televisión interactiva, le llevarán a un ejercicio y sensación de comunidad permanente. Los grandes clásicos de la literatura pueden ser leídos en pequeñas dosis, enviadas diariamente por el correo electrónico. Formato que se aplicará igualmente para quienes exploran las formas narrativas interactivas en red, que, desprendidos de las actuales comunidades de juegos en línea que implican el acceso a Internet, podrán desdibujar la separación entre tiempo de ocio y tiempo de trabajo, al jugar el rol de un personaje de manera constante e inmerso allí, al tiempo que habita su cotidianidad.

Es el futuro de un espacio hipernarrado, donde las ofertas de autocomprensión, ante el debilitamiento de otras comunidades o ante la necesidad de su fortalecimiento, deberán integrarse cada vez más a la rutina de los lectores. Quienes no dejarán de buscar el libro que desde la tradición les ofrece respuestas trascendentales o un goce estético particular, pero que encontrarán en estos otros formatos las opciones vigentes para habitar en un presente cambiante, y en el que, incluso, la misma información puede ser vista como objeto de una pregunta trascendente, como lo dejan apreciar las películas, los juegos multimedia y la misma literatura virtual. No es que los sujetos vayan al medio tecnológico y sus narrativas para buscar respuestas a un "afuera" inexistente, sino que el espacio digital mismo se mostrará como un lugar posible para la autocomprensión y la trascendencia.

Es muy probable, entonces, que los procesos de autocomprensión no se reduzcan a la inserción de viejas versiones impresas del mundo en el soporte digital, aunque de ello también habrá mucho, sino que el mundo, ahora extendido en dimensión hacia lo digital, propone una serie de preguntas que permiten encontrar tanto las posibilidades de narrar la propia experiencia de nuevos modos, como hallar en el universo ignoto de la información, razones para interrogarse trascendentalmente sobre el sentido de la existencia.

Poco sabemos si esto podrá configurarse como la simple frase del día puesta en el teléfono móvil o la orientación dogmática de la propia acción, por medio de relatos que van interlocutando con el sujeto en el marco de su vida cotidiana, e, incluso, si se trata de la vivencia de un relato interactivo hipermedial, en el que el propio lector es un jugador más en el relato literario y sus acciones o visiones contribuyen a perfilar el acontecimiento narrado. Lo que sí podemos afirmar es que ante esta necesidad, como ante la anterior, los sujetos seguirán combinando el uso de soportes tradicionales como el libro, y el goce de su contacto y movilidad, con alternativas diversas de procesamiento de información o de interacción en telecomunidades participativas o juegos inmersivos de rol, para hallar respuestas y dar sentido a su propia existencia.

La necesidad de interacción. Sí hay un lugar propiamente humano, en el sentido de la constitución de sentidos, que permita la propia definición como sujeto y la emergencia de la colectividad en las tensiones entre interlocutores; este carácter interactivo de lo social se ha visto potenciado en el desarrollo de las nuevas tecnologías de información y comunicación, cuyo poder, en parte, radica en haber potenciado la comunicación entre sujetos, sin el paso o dependencia obligatoria de un centro o núcleo generador jerárquicamente localizado como conductor de las posibles interacciones.

El desarrollo y extensión de formas interactivas como el chat, en cuanto formato oral-escrito de intercambio en la red, que hace más frágil la obligación de los rigores retóricos o de las reglas ortográficas, su complemento con el uso de "emo-ticones" y de una serie de reemplazos gráficos de letras, palabras o expresiones completas, han generado nuevas habilidades para la lectura y la escritura entre los hablantes, lo que amplía exponencialmente las comunidades de interlocutores y genera nuevos sitios de encuentro virtual, que, incluso, han derivado en mundos paralelos, como Second Life o Habbo.

Pero la mayor transformación en este caso corresponde al desarrollo de los sistemas móviles de mensajes, que cada vez con mayor agilidad aprovechan el espesor del ancho de banda para facilitar interacciones múltiples en tiempo real, lo que hace cada vez más notorio el crecimiento de las interacciones en una especie de urgencia de la interacción, que, aparte de cambiar la rapidez de los mensajes de ida y vuelta, han cambiado de modo trascendental el volumen de interacciones cotidianas.

Los llamados nativos digitales, es decir, los que han nacido en una época en la que los computadores y la era de la información ya se han extendido ampliamente, interactúan con otros, y, en este sentido, encuentran más puntos de intercambio con otros para producir colectivamente coordinaciones mutuas de acción e intercambios simbólicos, o para propiciar la transformación de las relaciones interpersonales y su extensión.

En tiempos de racionalización y pérdida de la interacción social, dado el ritmo y modos de la identidad, el chat y los mensajes a móviles expresan la posibilidad de reencantamiento de las relaciones cotidianas, lo que obviamente no implica la restitución de los viejos contenidos del lazo social, sino una recomposición de ese lazo, que trae a lo íntimo incluso lo distante y cambia el sentido de lo público.

Refundar el lazo social en las nuevas formas de interacción implica, entonces, la ratificación de lo humano en las interacciones, pero implica, a la vez, que las nuevas tecnologías se han convertido en el soporte connatural a dicha interacción, y que, por tanto, una vez escogido este camino, las tecnologías entran a integrarse como órgano fundamental de la necesidad de interacción.

La práctica lectora, en este cambio en el ecosistema, aporta un papel central; al desplazar su formato de las obligaciones gramaticales y retóricas vuelve a fundar el sentido de la escritura y, en cierto sentido, reinventa el sistema. Es una escritura que no se apropia en la escolaridad, que posee su propia pragmática y que moviliza formas de expresión que, por más que se formalicen —como los "emoticones", que inicialmente se formaban con signos usando recursos existentes en el teclado y ahora son diseñados con capacidad de movimiento en pequeñas animaciones—, tienen un carácter de movilidad permanente, y de cambio y ajuste a las necesidades de interacción. Sin olvidar, obviamente, que este soporte obliga a recoger y hacer uso de un sistema que, al soportar las interacciones, se vuelve constitutivo del intercambio humano, y, por tanto, en ausencia, es capaz de debilitar o romper el lazo social. Es una lectura multimodal y con multiplicidad de códigos.

En su conjunto, es el aprendizaje de un nuevo tipo de lectura y escritura que recoge la densidad de la experiencia de interacción social y la traduce en formas del "cara a cara", a pesar de basarse en un sistema mediado. Este proceso es precisamente una de las redefiniciones fundamentales de la escritura y la lectura en la red y en los nuevos soportes: prima la interactividad más que la recepción, y lo emergente comunicativamente más que lo establecido. A futuro, como se ve en este sentido, mantendremos una lucha entre el bien decir y el mal decir en los medios electrónicos, y las comunidades buscarán, para su sostenimiento, hacer diferencia por medio de los códigos, los modos de interacción y sus rasgos distintivos comunicativamente.

En este punto los sistemas de comunicación emergentes guardan mayor distancia con el libro, que, a pesar de su proximidad en lo físico, realmente no posee las posibilidades de interacción que tienen estas tecnologías.

Cambios y prácticas de lectura

Los cambios ocurren en el contexto y emergen de las tensiones entre el presente y las prácticas, comprensiones y representaciones vigentes. En este punto, la referencia no es ni a las tecnologías en sí, ni a las prácticas de lectura en su capacidad innovadora, sino a las transformaciones en el modo de ser de la sociedad, en el cambio en su rumbo y la manera como en ese cambio se integran tanto las tecnologías como las prácticas de lectura en cuanto materialidad y expresión de ese cambio. Con la complejidad que esto implica, miramos algunos de los cambios para identificar las posibles transformaciones de la lectura y las tecnologías que estarán conectadas con el modo de ser de la sociedad.

Cambio en las identidades. Las identidades están en fuga, hay una movilidad de los rasgos que permiten integrarse a otros y saberse como sí mismo, por lo que no podremos esperar otra cosa que un cambio veloz en las identidades. En tiempo de redes, este fenómeno se sustenta en una crisis: parece cada vez menos posible hallar un tipo de referente de identidad que pueda preciarse de ser original. En ausencia de centro y en la disolución de los criterios de autoridad contamos con la dispersión o con el ablandamiento de los criterios para la identificación con una cierta identidad emergente.

Esto quiere decir que si la búsqueda de algún modo se orienta hacia hacer comunidad en el sentido tradicional, tendrá que buscarse el sentido "oficial", y, con ello, los centros de referencia son garantizados por la escritura y lectura oficial, y, sobre todo, por el papel de los editores, que seleccionan, ordenan y disponen unos significados para ser propuestos y compartidos. Y que, como complemento, si el carácter fugaz de las identidades también pasa por el modo de buscar identificarse, se tendrá, entonces, un juego constante de identificaciones diversas, que así como emergen se desdibujan, y riñen explícitamente con otras versiones en juego.

Para la experiencia de lectura, si el oficio del editor en cuanto agente ordenador y articulador de la oferta simbólica se mantiene y es previo al ejercicio de contacto o construcción de identidades, o si es un ejercicio propio del sujeto que hace las veces de editor y en la misma interacción va elaborando tanto los criterios como las identidades, estamos ante un nuevo escenario donde el lector editor se ve obligado a tomar decisiones en un aparente "espacio libre" de luchas por el sentido.

Cambio en la sociabilidad. Las formas de sociabilidad se inscriben en la existencia de lazos que, aparte de la no presencialidad y la existencia de una agenda de preocupaciones compartidas propia del hecho de ser comunidad (Anderson, 1993), encuentran alternativas para la conformación de vínculos que superan las fronteras del Estado nación, y así como pueden retrotraerse a las formas étnicas que se encuentran en los fenómenos planetarios, pueden cifrarse en algunos campos compartidos de sentido como el género o la edad (Castells, 1997). Las sociabilidades mediatizadas se constituyen a partir de las fronteras difusas entre unos y otros significados, y en la dificultad de hacer comunidad en lo cotidiano, frente a la relativa facilidad que eso implica en su modalidad virtual.

Una sociabilidad vuelta a fundar en el marco de las nuevas tecnologías contemporáneas depende, de manera radical, de las formas de lectura y escritura, pero, más que eso, de la conformación de agendas comunes. En esta perspectiva, más que la convergencia territorial de la comunidad, lo que se muestra es la construcción de sociabilidad en el marco de las agendas construidas en el terreno simbólico y ante las crisis y demandas planetarias.

La sociabilidad persistente, extensiva, pero frágil en dar razón de las preguntas por el vínculo social tradicional, se presenta como un gran interrogante que apunta a la necesidad de establecer nuevas definiciones de lo que significa lo social. Es aquí donde alternativas como Internet 2.0 muestran la posibilidad, no de reproducir el sentido tradicional de la comunidad y la sociabilidad, sino de las condiciones de sociabilidad en las que se propician oportunidades de construcción colectiva de sentidos emergentes en nuevos escenarios. Esto da la posibilidad a que el sujeto perciba de forma muy tangible, por medio del soñado ejercicio kantiano de los escritores autónomos, como forma de la ilustración, que escribir es una forma de ayudar a orientar la opinión y, en este caso, la realidad de la que se coparticipa con otros.

¿Un lector ilustrado por fin en la web 2.0? Podríamos pensar en las mismas desventajas que en el escenario del pasado, sólo quienes cumplan el requisito del dominio del código alfabético y el de las gramáticas digitales estarán preparados para opinar, construir y acceder a significados en este escenario. En este sentido, un espacio "democrático", pero restringido.

O tal vez una "intoxicación", como plantean algunas perspectivas. Los procesos de filtro social en las folksonomias, proceso por el cual es el etiquetado y la validación por parte de la comunidad la que da el posicionamiento a un cierto contenido, y, a la vez, va disponiendo las conexiones para hacer vínculos, alternativas que implican el rediseño de los criterios de validez; y esta "democracia al extremo" también puede tener consecuencias catastróficas, al menos en la lógica del control de calidad de los contenidos que exige cualquier rol de editor.

Aquí los libros parecen dejar de ser el instrumento central de la articulación social y comienzan a aparecer, más bien, como un dato central de referencia a lo vinculante pasado al origen y a las antiguas redes que sustentaron la vinculación, y que, en medio de otras opciones, son convocadas para sostener el orden propio de esa tradición. No porque el libro y la escritura que soporta su configuración no mantenga su sentido al hacerse virtual, sino porque en los nuevos escenarios el tipo de lectura, aproximación a la información e inserción en redes, pero, sobre todo, la capacidad para intervenir y cambiar los sentidos establecidos, hacen que el valor de verdad "connatural" a la escritura haya cambiado.

Cambios en la actuación política. El punto anterior prefigura la pista de la actuación política. Cada vez más las modalidades básicas, como el voto electrónico, podrán estar más cerca y diseñarse con un formato amigable, incluso para analfabetos digitales; pero eso no va a garantizar que el acceso a la "escritura" del universo digital pueda estar disponible para todos.

En el proceso de convergencia hacia el ámbito digital, un hecho como el dominio de la lectura y la escritura, entendidos como requisitos básicos para ejercer una democracia de calidad, se ven cada vez más explícitamente planteados. La calidad de la democracia depende, en buena parte, de la calidad de la participación que ejercen los ciudadanos, y, en este sentido, los ciberciudadanos serán cada vez más convocados a regímenes autoritarios o populistas, a ejercer la democracia como un simulacro interactivo, pero en realidad estarán jugándose en una democracia frágil inserta en la red.

La lectura de otros sistemas simbólicos no parece solucionar satisfactoriamente las exigencias que implica una política basada en la racionalidad y la argumentación. Opongamos de una vez a este hecho una versión divergente, la cual puede mostrar que en la existencia de nuevos vínculos sociales y nuevos significados identitarios y, en alguna medida, sensibilidades "no escriturales" para identificarse como colectividad, estamos ante nuevas sensibilidades políticas que se relatan y se escenifican en lo sonoro musical, en el cuerpo y en otra serie de sistemas simbólicos y formas de expresión, cuyo sentido básico se desprende, pero aparentemente no depende de la densidad del argumento, en el sentido de su soporte escrito (Maffesoli, 2004).

Es en la reconstrucción de ese espacio público y en esas formas de lo político donde el libro tendrá aún su espacio, pero combatirá muy fuertemente, no con los otros formatos, sino con la naturaleza misma de la actuación política, que, en el nuevo ecosistema, estaría mutando.

Cambios en las formas de producción y creación. Las alternativas digitales son el soporte de nuevas formas creativas, no es posible negarlo, y los resultados son visibles en la vida cotidiana. Sin embargo, la pregunta se orienta hacia un escenario más cercano, y es la disponibilidad de las nuevas tecnologías para ofrecer alternativas para la producción y creación innovadora en el ciudadano lectoescritor común (Casanny, 2006).

Un ejemplo latinoamericano es el caso de la llamada 'Revolución de los pingüinos' en Chile. Los estudiantes de una generación no educada políticamente en formatos tradicionales como la protesta y el debate ideológico son capaces de poner a tambalear el gobierno y dan cuenta de una gran movilidad, basada, fundamentalmente en reacciones en cadena soportadas por el teléfono celular, sistemas de decisiones ágiles por medio de blogs y consolidaciones de plataformas elementales basadas en correos electrónicos.

Nuevas formas de política en las que, fácilmente, se podría hallar la base lectoescritora, por el simple perfil de los participantes, pero signo inconfundible de otras redes de actuación política posible. Su densidad, persistencia o carácter episódico no quitan para nada la capacidad de dar cuenta de un posible rumbo convergente de la democracia soportada en las nuevas tecnologías.

El libro, en cuanto formato de organización de la información, ya sea en soporte virtual o real, parece enfrentar una competencia radical con los nuevos formatos fragmentarios, episódicos y leves, en el sentido de que están centrados en otras perspectivas, representaciones y formas de lo político para poner en juego en el debate público.

Este es el terreno donde el libro, en su acepción y forma original de unidad cerrada en su constitución global, aunque abierta a las interpretaciones, entra en una gran crisis. La unidad de la obra y los límites entre autor y lector se hacen difusos. De modo que la intervención de otro puede modificar continua, profunda y permanentemente una producción existente, sin que necesariamente esto signifique violentar o destruir la obra, sino que, en su naturaleza, este nuevo objeto de creación está abierto a esa posibilidad por naturaleza.

Y en este sentido, más que a la disponibilidad para apropiar e incluso debatir significados circulantes, el escenario de la producción se interroga acerca de quiénes están habilitados para crear en el nuevo entorno lector marcado por las nuevas tecnologías de información y comunicación.

Con los límites que impone el hecho de que la oportunidad de actuar como lector escritor común que "toma la pluma" está connotada hoy con nuevas determinaciones: la existencia de programas de procesamiento de imagen o texto, que son, a la vez, gramáticas que se superponen a las expresiones específicas de parte del autor. Aunque obviamente se debe afirmar que todo arte depende del dominio de una cierta técnica, pero en este caso no sólo es la técnica, sino las determinaciones que el mismo lenguaje recibe de un código de máquina y unas lógicas de la narración implícitas en él (Scolari, 2004).

Aunque, desde otra perspectiva, el lector, cada vez más, es invitado como parte del nivel de interacción con el texto a intervenir de manera directa, construyendo nuevos vínculos e, incluso, rehaciendo partes del texto, como en las wikipe-dias, y en todo el tipo de procesos de producción colectiva en la web 2.0. Fenómeno que dejaría ver la posibilidad de actuación del lector escritor y que apuesta por la autonomía de las comunidades de escritores, renunciando a la presencia de un editor. El cual, en el formato de libro existe hasta hoy, implícito en la construcción y debate del texto, como soporte y generador de las gramáticas de producción e intercambio, y, en esa medida, como orientador del significado.

Se debe volver, entonces, a debatir lo que significa específicamente creación en la red y en los escenarios de soporte digital para la interacción y comunicación de las innovaciones. Creatividad y producción resultan parte fundamental de los interrogantes sobre el sentido de las plataformas de comunicación e información. Es importante resaltar que, obviamente, el desarrollo de plataformas y software libre son parte central de este cambio, así como el desarrollo de enfoques, como creative commons, los cuales abren la alternativa de recrear no sólo en la superficie, con herramientas predispuestas, sino de intervenir el sistema y actuar sobre el código. Actividad que obviamente implica el desarrollo de ciertas habilidades en el dominio del lenguaje propio de las tecnologías, pero cuya apertura propicia el escenario para la recreación y visibilización de lo encubierto como caja negra.

El libro, en el sentido de la "obra abierta" planteada por Umberto Eco, se radicaliza, y en el largo plazo veremos como natural la posibilidad de ingresar a lo inconcluso e, incluso, reconocer que una buena obra es aquella que deja mucho espacio para ser ocupado por el lector escritor que la configura y transforma a su medida.

Cambios en las formas de aprender. Un importante terreno en los cambios en la lectura y la escritura en el contexto de las nuevas tecnologías, y que luego de lo ya dicho necesita ser establecido con toda claridad, es el del aprendizaje. Una vez dispuesto el universo de contenidos, la pregunta central hace referencia al papel que debe desempeñar el sujeto para apropiar y usar lo disponible, gestionar sus estrategias para renovar, transformar y reorientar sus aprendizajes, y, sobre todo, la posibilidad de seleccionar aquello que puede o no ser aprendido, en el sentido de obtener un criterio sobre su validez, vigencia y calidad. (Piscitelli, 2005).

Por ejemplo, todos los contenidos están a mano en la red, pero no necesariamente se ha habilitado al sujeto para diferenciar entre aquello que tiene mayor calidad, lo que presenta un estado actual o pasado del asunto. No siempre se tiene claro cuál es la institucionalidad que respalda una información emitida, el grado de error o la confiabilidad de las perspectivas propuestas por un cierto paquete de información, así como los fines y sentido ético de ofrecer ese acceso. Normalmente, se confía en los buscadores, pero su regulación por el mercado, tanto en la oferta (quién puede publicitar) o en la demanda (lo que la gente más ve o busca o lee), hacen que la confiabilidad pase por perspectivas que podrían someterse a debate. A futuro, así como es de esperarse la extensión y pluralización de este fenómeno, será necesario el desarrollo tanto de procesos de alfabetización como de lectura crítica, que ayuden a identificar, bajo criterios sólidos, la calidad de la oferta educativa.

Pero un cambio central en el proceso tiene que ver con la disponibilidad de las nuevas tecnologías de transmisión de mensajes y de procesamiento de información para realizar procesos formativos por medio de una dosificación y permanente comunicación a través de dispositivos móviles o información portátil, en sistemas no especializados, como Ipods. Los escenarios educativos producto de la red han roto la frontera que implicaba en otro momento el espacio-tiempo y la necesidad de sincronía de la interacción, y, peor que ello,permiten un proceso interactivo en tiempo real. Si no sobrevienen cambios radicales en las formas de procesamiento de la información, es de esperarse que los procesos de aprendizaje estén, si no mediados únicamente, sí acompañados por estrategias de circulación de información y desarrollo de interactividad en soporte digital.

Igualmente, este proceso se relaciona con el desarrollo de nuevas habilidades cognitivas soportadas en lo tecnológico y basadas en las narrativas y formas comunicativas propias del nuevo entorno digital: la habilidad para leer imágenes, la capacidad de seguir rutas expansivas por medio de la navegación hipertextual, la lectura global basada en mapas cognitivos, mentales o diagramas que suponen una lectura visual.

Nuevos lectores y nuevas formas del libro: perfiles emergentes en la convergencia digital

Una vez construido el contexto complejo de los cambios y tensiones en los que se encuentra inmersa la práctica lectora en el contexto actual, y marcando algunas pistas de los interrogantes que proponen a futuro las necesidades y los cambios, es necesario identificar el perfil emergente de los lectores, del libro, y dibujar algunas pistas de las dinámicas que demarcarán su porvenir en la convergencia.

Dado que es imposible prever el cambio en los soportes tecnológicos de manera precisa, tanto por la variabilidad de su avance como por lo cambiante de las formas de apropiación de la sociedad, que en breves lapsos, como en el caso del celular, han modificado este artefacto hasta integrar en un solo cuerpo un procesador de texto y una base de datos, una central de comunicaciones y una memoria personal, aparte de otros aditamentos múltiples, desde dispositivos de almacenamiento de audio y video, hasta receptores de radio y televisión. Estamos,entonces, ante la necesidad de identificar un perfil, y centrarnos en los flujos más densos de los cambios culturales, los que si bien no demarcarán cambios espectaculares, sí mostrarán pistas sobre el rumbo de las prácticas lectoras.

Viviremos la modificación social del concepto de libro. Probablemente los cubos de papel cargados de letras no desaparezcan, pero de lo que sí podemos estar seguros es que el concepto de libro se extenderá, tal como viene haciéndolo. Por un lado, para aceptar nuevos soportes —lo que será el paso más fácil— y, por otro, para aceptar que formatos y estructuras específicas de información dispuestas para la apropiación de un lector puedan también llamarse libro.

Así, libro se podrá llamar, por ejemplo, a la experiencia vaga de la lectura de fragmentos de información dosificados, que asaltarán la rutina de alguien a través de mensajes furtivos, a lo largo de semanas, en su dispositivo móvil. Libro será, también, una reproducción digital en soporte virtual de alta definición de las páginas reales de un libro, experiencia visual convergente en una experiencia hiperestésica; un libro intocable, pero existente. Será un cambiante bloque asimilable al viejo formato de papel, pero que, en una dinámica constante, cambiará de página sin voltear físicamente un trozo de fibra vegetal (éste ya existe y se vende en el mercado). Libro será una experiencia en la que durante unos días o semanas, e incluso meses, una versión básica será mutada colectivamente hasta llevarla a un estado que por consenso se defina que está acabada, lo curioso será que podremos llamar libro a la experiencia de construirla y no al producto final. Por supuesto, los libros sonoros evolucionarán de ser lecturas algo sosas de obras completas, para constituirse en alternativas inmersivas de paisajes sonoros, que puedan llevar a experiencias globales. No siempre derivarán en imagen, pero, en alguna medida, se podrán encaminar allá. Llamaremos libro, también, al acumulado de una larga interacción entre un autor robot simulador de generación de contenido y de interacción social, que va, al estilo borgeano del destino, tejiendo la historia negociada en la misma interacción por el lector y por muchos lectores simultáneamente. Libro será un álbum tridimensional de lectura de imágenes. E, incluso, una enciclopedia de sabiduría popular integrada por las expresiones sociales de experiencias escritas en Power Point serán ofertadas como referencias diversas para las búsquedas de autocomprensión.

Un lector flexible, cuya alfabetización no se limita al dominio del código alfabético, toca con el perfil del lector escritor ideal del presente; dispone no sólo de alternativas de comunicación permanente, como la conexión a red telefónica y a Internet, sino la posibilidad de renovar constantemente el hardware sobre el que trabaja; así mismo, reconoce y selecciona la oferta de medios tradicionales y tiene acceso y practica el contacto con libros y medios impresos de diversa índole.

Su ecosistema está irrigado de escritura y, por tanto, sin saber leer y escribir en términos tradicionales, está ante un obstáculo insalvable, pero a la vez, si es un nativo del contexto digital y no un migrante del mundo analógico, es probable que haya aprendido simultáneamente gramáticas básicas de más de una lengua, y entienda, en alguna medida, los procesos de intervención sobre códigos para el diseño y no sólo la apropiación de entornos digitales. Busca tecnologías convergentes y, a la vez, ha desarrollado dos dimensiones fundamentales para su experiencia del mundo actual: una, la de narrar su experiencia en formatos hipermediales o, al menos, multimediales, incluyendo el hecho de que estas posibilidades aportan la alternativa tanto de goce estético como de expresión artística; aparte de esto, ha desarrollado la habilidad de interactuar y construir redes, no sólo como parte de su actividad académica o laboral, sino como parte de la configuración de su identidad.

Esto no excluye que en el ejercicio cotidiano usa, apropia y manipula información en formatos tradicionales de tipo analógico, como los impresos. Es lector, pero también se ha centrado muy claramente en su rol de escritor. La habilidad para el procesamiento de información y la posibilidad de mezclar y usar textos basados en códigos y gramáticas distintas que permiten recoger la información cotidiana, realizar procesos de aprendizaje, negociar los contextos de interacción y hacer factibles formas de reconocimiento con otros, en las que se hace comunidad y se moviliza como actor político, tanto en su contexto local como en escenarios globales o virtuales.

El lector del futuro es, entonces, un lector habitante e integrado, e incluso suscrito a arquitecturas de información que convaliden su propia necesidad de información, interacción, autorreconocimiento, aprendizaje y entretenimiento. Ejerce, por medio de ello, una ciudadanía lectora de nueva dimensión. Las arquitecturas que use serán convergentes y tendrán parte de material impreso, imágenes, interfaces digitales o bancos de información virtual, tanto de inmediatez como de memoria.

Quedan pendientes para este texto y para el debate los componentes de aprendizaje y entretenimiento como formas emergentes de las prácticas lectoras y de los lectores en tiempo de convergencia, pero estos dos puntos ameritarán otro artículo, tanto o más extenso que éste.


1. Una aclaración previa: la expresión comprensión de la lectura sugiere, al menos, tres niveles: el tradicional, que apunta al ejercicio lector como el acto de llevar a cabo la apropiación de un texto determinado; un segundo nivel opta por asumir que la lectura como hecho cultural debe ser explicada, "comprendida", de nuevas maneras en los procesos de reflexión, y el tercero apunta a describir el territorio que abarca el problema de la lectura en el contexto contemporáneo, es decir, el ámbito que "comprende" la lectura como hecho social y cultural. El presente trabajo se compromete a abordar las dos últimas acepciones de la comprensión de la lectura.

2. La que se produce en la relación entre agentes (como autores, productores, editores y lectores o comunidades lectoras) y objetos culturales (como los discursos, las formas narrativas, los géneros, los libros o los computadores, los contenidos ideológicos, las cosmovisiones, etc.).

3. Para abordar la comprensión de este fenómeno, entonces, se identifican dos abordajes metodológicos importantes, uno de orden descriptivo y otro de orden problémico. El de orden descriptivo asume que al hacer una exigencia de observar y registrar densamente, e identificar los elementos del ecosistema de comunicación obtenemos un balance más claro de lo que es el lugar de la práctica lectora, en medio de las múltiples prácticas de producción de sentido en la sociedad, sus tensiones, la manera como alimenta o transforma el régimen comunicativo dominante; las relaciones que guarda con las necesidades, los cambios en las herramientas, la movilidad de las narrativas vivas socialmente y la aparición de dispositivos, soportes y nuevas tecnologías. El otro abordaje de orden problémico implica tomar un fenómeno, proceso o cambio significativo y leer en profundidad la multiplicidad de hilos de significación, sus determinaciones, la genealogía de su configuración, las luchas de sentido implícitas o explícitas en este proceso y, sobre todo, la incidencia que tiene en la configuración del perfil del lector y en las prácticas lectoras. Una y otra perspectivas se usarán en el proceso de análisis en las secciones que siguen.


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