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Signo y Pensamiento

Print version ISSN 0120-4823

Signo pensam. vol.29 no.56 Bogotá Jan./June 2010

 

Prólogo

Tres tesis sobre la educación universitaria en la segunda década del siglo XXI

* CARLOS EDUARDO VASCO URIBE.

* Licenciado en Filosofía y Letras de la Pontificia Universidad Javeriana, y en Teología de la Universidad de Frankfurt, Maestría en Física y Doctorado en Matemáticas en la Universidad de San Luis, Estados Unidos. Durante los últimos cuarenta años ha sido educador en universidades nacionales e internacionales: entre ellas la Universidad Nacional de Colombia, la Pontificia Universidad Javeriana, la Universidad de Princeton, y la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, y el Instituto de Altos Estudios Científicos, en París. Desde la década de 1980 ha sido consejero del Ministerio de Educación y del gobierno colombiano para temas de educación. Hizo parte de la "Comisión de Sabios", un grupo de diez personalidades que diseñaron un plan de desarrollo para Colombia de 1994 a 2019. Actualmente coordina el grupo que diseña el plan decenal de educación 2006-2015, y además trabaja como colaborador en programas de doctorado de la Universidad del Valle, la Universidad de Manizales y la Universidad Distrital "Francisco José de Caldas". Correo electrónico: carlosevasco@gmail.com


Nos parecía que apenas se estaban acallando las fanfarrias que anunciaron el nuevo milenio y apagándose los fuegos artificiales que saludaron el siglo xxi, cuando nos sorprendió la conciencia de que ya se nos fue toda una década. Ahora nos sorprende la conciencia de que, más allá del riquísimo y variadísimo acontecer cotidiano, en la universidad norteamericana-a la que siempre miramos- y en la universidad colombiana-a la que el resto de la sociedad no mira- parece que en toda esa década no sucedió nada nuevo. Y ¿ de la próxima, qué?

Si se revisan los documentos legales y burocráticos; los suplementos universitarios en la prensa; los informes de gestión de ministros y viceministros, rectores y vicerrectores; los presupuestos y balances; los listados de carreras y posgrados; los calendarios de cursos y seminarios; los prospectos, las estadísticas de admitidos y egresados, sólo se ve más y más de lo mismo. Mucho más, mucho más rico y mucho más variado, pero mucho más de lo mismo.

Es verdad que los procesos en el sector terciario de la educación son muy lentos para el ritmo solar del calendario. Como no sabemos nada de las universidades del hinduismo, el budismo y el islam en el primer milenio, en Occidente contamos mil años desde la incierta fundación de la universidad de estudiantes y docentes en Bolonia. Este largo período milenario nos ha permitido escribir muchos volúmenes sobre la historia de los cambios en la educación universitaria en el segundo milenio. Cien años de expansión vertiginosa de la educación terciara forman otro período centenario que nos permite ya escribir enciclopedias, handbooks y series de monografías sobre lo ocurrido en las universidades de cada país en el siglo xx, pues el 99% de ellas no tiene más de cien años. Ese ritmo secular y los exiguos diez años de distancia que nos separan del siglo xx pueden ser buenas razones para que todavía no veamos que haya ocurrido nada nuevo en la universidad en la primera década del xxi; pero el asunto es más grave y las razones más profundas.

Primera tesis

Mi primera tesis es que en la universidad norteamericana-a la que siempre miramos- y en la universidad colombiana-a la que el resto de la sociedad no mira- no podía ocurrir nada nuevo en una década orientada sólo por una pretendida lucha mundial contra el terrorismo internacional y una pretendida lucha patriótica contra el terrorismo nacional.

¿Hubo en esta nueva década perdida alguna inversión en algún país del mundo que tuviera un impacto en la investigación, la ciencia, la tecnología y la universidad comparable con la de Estados Unidos para el viaje a la luna ? No la hubo. No importa que la motivación de fondo para la inversión de entonces fuera la de superar a la Unión Soviética en la carrera espacial, iniciada por el lanzamiento del Sputnik, en 1957. En esta década no la hubo. Desde 2002, toda la inversión en Estados Unidos se ha ido a una guerra en Afganistán y otra en Irak, y que-a juzgar por el primer año de Barack Obama- continuarán hasta bien adentrada la segunda década. Ojalá no toda.

En la última década del siglo xx en Colombia, sobre todo a partir de la Constitución de 1991, hubo siete años de inversión sostenida en el fortalecimiento de la universidad pública, de Colciencias y de los grupos de investigación, de los posgrados en Colombia y en el exterior, y una alta inversión privada en la fundación de nuevas universidades, en la conversión en universidades de muchas instituciones terciarias y en el incremento de calidad de las universidades privadas antiguas y nuevas. Pero en la primera década del siglo XXI se limitaron muchísimo los fondos para investigación en Colciencias, se frenó la inversión en las universidades públicas y los aumentos de cupos en éstas se hicieron con aumentos presupuestales mínimos que bajaron la calidad. No es difícil explicar esas restricciones: todo el superávit de las bonanzas petrolera y cafetera que hubiera podido ir a la investigación y a la universidad se fue a una guerra que ni siquiera se aceptó que fuera guerra en toda la primera década y que-a juzgar por las preferencias electorales de mis compatriotas- continuará hasta bien adentrada la segunda. Ojalá no toda.

Segunda tesis

Mi segunda tesis es que, por grave que haya sido la desviación de la inversión hacia las guerras, lo más grave para la universidad de estudiantes y docentes ha sido la consecuente desviación de las visiones de la juventud y de las clases dirigentes hacia la vivencia efímera y la supervivencia a corto plazo, por un lado, y hacia el rechazo puramente negativo a un terrorismo indefinido o sutilmente mal definido por los obnubilados y obnubilantes medios de comunicación (o por los joseobnubilios de turno), por el otro.

¿Hubo en esta nueva década perdida un ideal mundial, norteamericano o nacional que movilizara los espíritus e invitara a que miremos todos juntos hacia algún punto luminoso más allá del acontecer cotidiano? No lo hubo. Con el colapso del mal llamado socialismo real, en 1989, la última década del siglo xx acabó con las utopías socialistas, como si los socialismos de Noruega, Suecia, Dinamarca y Finlandia no fueran reales; como si Cuba no hubiera podido sobrevivir 50 años de bloqueo con mejores indicadores de salud y educación que todos los países de Centroamérica y el Caribe (20 de esos años sin apoyo de la Unión Soviética ni de Alemania Oriental), y como si el socialismo chino hubiera colapsado con el soviético. Es impactante mirar con lupa los suplementos económicos para ver quién ha utilizado sus excedentes en comprar los bonos del Tesoro de Estados Unidos para financiarles mil millones de dólares del costo de sus guerras (y hablo de mil millones de los de acá para que no se me tilde de alarmista si hablo de un billón de los de allá, que es lo mismo).

No quedó nadie que defendiera la posibilidad de otras maneras más creativas de organizar las sociedades del siglo xxi de forma distinta del capitalismo salvaje, pues (según quedó definido por los fukuyamas de turno), con el neoliberalismo habría llegado el fin de la historia. Sobre esas nuevas utopías de organización política, social, económica y legal de los Estados las universidades norteamericanas y colombianas todavía siguen callando, cuando ellas serían los lugares privilegiados donde pudieran inventarse.

No quiero ocultar los muchos y graves problemas internos a las universidades ni las causas endógenas que los motivaron o agravaron, o que hicieron más difícil su solución. Más bien, mi segunda tesis apunta a señalar que esos dos factores exógenos-las guerras y el opacamiento de las utopías- los agravaron mucho más y debilitaron las energías de los docentes y estudiantes jóvenes que habrían podido resolverlos con enfoques nuevos y soluciones creativas y hubieran tenido la energía suficiente para desbordar los muros de las universidades y proponer y presionar cambios en el país.

En los años sesenta y setenta esa energía que irradiaba de las universidades se notaba en todas partes, y a finales de la década de los ochenta todavía produjo el fenómeno de la séptima papeleta y las propuestas para la nueva Constitución. La reincorporación del M-19 y la presencia de sus delegados, de los indígenas y de las negritudes impulsaron los cambios, pero obligaron a aterrizar las utopías sociales y políticas en propuestas concretas de articulado y a defenderlas con argumentos ante los delegados de los partidos tradicionales. Es innegable que en la Constitución de 1991 se avanzó muchísimo en la vigencia y la concreción de los derechos individuales y sociales, pero pronto volvieron a perderse los horizontes utópicos, tal vez por haber estado ligados a la ideología y al apoyo de los partidos y movimientos que creían haber llegado ya al poder en otros países o que estaban próximos a hacerlo.

También es innegable que desde la última década del siglo xx en Colombia, los estudiantes y docentes de distintas orientaciones socialistas, los partidos comunistas pro soviéticos y pro chinos, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc ) y los grupos supérstites del Ejército de Liberación Nacional perdieron la guerra ideológica y política, por más que las otras guerras todavía continúen. La mencionada situación internacional después del colapso de la Unión Soviética fue una primera causa real de esa derrota de las utopías socialistas. No queremos que nadie nos recuerde la segunda: el holocausto de la Unión Patriótica, el exterminio sistemático de líderes y seguidores de izquierda, periodistas y sindicalistas, docentes y estudiantes y el exilio forzoso de muchos otros.

Tal vez por eso nos fijamos más en la tercera causa real de esa derrota: la corrupción producida por el narcotráfico que sufrieron muchos miembros de esos partidos políticos de izquierda y muchísimos miembros de las farc y de los grupos supérstites del Ejército de Liberación Nacional, situación apenas comparable con la corrupción narcogénica de tantos miembros de las otras Fuerzas Armadas, del otro Ejército, la Policía, la Fiscalía, la justicia y la política.

Después de esa derrota ideológica y política de los socialismos criollos o importados, en la última década del siglo xx, en esta primera década del xxi casi no fue quedando nadie que defendiera fuera de las universidades las utopías sociales, los derechos individuales del hombre y la mujer, los derechos sociales de segunda y tercera generación, ni los derechos del pueblo y de los pueblos, pues inmediatamente era tildado de favorecedor del terrorismo y cómplice de la guerrilla, con las secuelas consabidas. En Estados Unidos, las denuncias de la Unión de Derechos Civiles y de las demás organizaciones no gubernamentales (ong) locales callaron toda la década ante la erosión continuada de esos derechos por parte del gobierno de George Bush, y todas las denuncias de las ong colombianas-y aun de las extranjeras- defensoras de esos derechos fueron acalladas por el gobierno de Álvaro Uribe. Aquí y allá, todo eso se cubrió y se encubrió con el manto gris absolutorio de la lucha contra el terrorismo. Así se perdió toda una década.

Por fortuna, no todo es uniformemente gris. De vez en cuando, en una conversación de cafetería, en el blog de algún profesor universitario, en algún grafiti aislado en una pared de una universidad pública saltan destellos multicolores que nos permiten percibir que en las universidades públicas y privadas todavía quedan muchos estudiantes y docentes visionarios, cuyas utopías para Colombia lograron sobrevivir la primera década gris del nuevo siglo.

Sin esa capacidad de contener la respiración por parte de estudiantes y docentes, sindicalistas y abogados, periodistas e intelectuales utópicos, que yo calificaría de submarina y sobrehumana, no se explicaría el inesperado éxito de la consulta verde y la resurrección de Antanas Mockus. Pero en esa necesaria inmersión en el variado y laborioso acontecer cotidiano se perdió toda una década sin que nada pasara en la universidad de los estudiantes y los docentes. ¿Podrá cambiar esa tendencia en la década siguiente?

Tercera tesis

Mi tercera tesis responde a esa pregunta con mucha y muy bien fundada cautela, aunque con mucha y muy bien fundada esperanza: afirmo que hay una pequeña probabilidad, no infinitesimal sino real y positiva (mayor o igual que cierto número real épsilon mayor que cero, como diría un matemático), de que en la segunda década de este siglo ocurra algo positivo, ojalá muy positivo, primero en las universidades de estudiantes y docentes y luego en todo el país, que logre revertir la uniforme tendencia descendente de esta gris década perdida.

Por casualidades de la historia, esta segunda década está enmarcada por los años 2010 y 2019, fechas rituales del bicentenario de la independencia de Colombia y del bicentenario de la república. A pesar de todas las reservas de los críticos sobre lo ilusorio de nuestra independencia y lo vacío de nuestra república, estas coincidencias patrióticas incrementan la probabilidad real de volver a crear un clima favorable a las utopías para Colombia, ahora más cercanas a las realidades y las capacidades del país y ya no tan fácilmente descalificables como comunistas, proclives a la guerrilla o cómplices del terrorismo.

En 2005, un tímido documento titulado Visión Colombia ii Centenario: 2019, del Departamento Nacional de Planeación (dnp), intentó dar una visión de un futuro deseable para el país hacia el año 2019. Lástima que sea particularmente pobre respecto a la educación y más pobre todavía respecto a la universidad, la investigación, la ciencia, la tecnología y la innovación. El mismo Ministerio de Educación Nacional consideró muy pobre la visión del dnp en los aspectos educativos y contrató a la consultora Margarita Peña Borrero, ahora (2010) directora del Instituto Colombiano de Fomento a la Educación Superior (icfes), quien escribió un excelente documento, titulado Educación: visión 2019 (2006).

Más ambicioso y todavía pertinente es el documento Colombia: al filo de la oportunidad (1995), de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, que dibujó en 1994 una visión a 25 años, proyectada por otras casualidades de la historia precisamente hacia el mismo año 2019. En 1994, las probabilidades de aprovechar la oportunidad de la nueva Constitución de 1991 parecían muy altas; pero tras un breve impulso de dos años, disminuyeron rápidamente con el Proceso 8.000 y con la crisis económica del fin del siglo, y la oportunidad desapareció. Después de una década perdida, mi tercera tesis afirma que estamos de nuevo al filo de la oportunidad.

Aunque en los diez años anteriores no encontré diferencia alguna entre ser realista y ser pesimista, ahora hay múltiples indicios que me permiten sustentar esta tercera tesis optimista, así sea mínimamente probabilística. Veamos algunos.

Un clima favorable al fin de las dos guerras

Vislumbro un cuatrienio de transición, en el que el cansancio de la opinión pública colombiana con diez años más de guerra contra las guerrillas comunistas-que ajustó ya 50 años sin contar los 15 años anteriores de las guerrillas liberales- y el cambio en la opinión pública norteamericana y colombiana respecto al fracaso de la guerra contra las drogas-que ajustó ya 30 años sin resultados siquiera en las áreas de siembra de coca y amapola, ni en el precio o pureza de las drogas en las calles de las ciudades norteamericanas- irán preparando el terreno para esta década de cambio de tendencia de descendente a ascendente. Durante la primera parte de la segunda década que ahora comenzamos, el trabajo intelectual serio y callado en las universidades de estudiantes y docentes y en los círculos de intelectuales de nuevo aire, empresarios de nuevo cuño y políticos de nueva visión podrá extenderse a todas las capas sociales y aumentar sus probabilidades reales de impactar las decisiones legales, políticas y cotidianas del país que vislumbro en la segunda parte de la década.

Las crecientes probabilidades para que se llegue al fin de las dos guerras en la primera parte de la siguiente década marcan la condición necesaria para que las demás probabilidades vayan incrementándose hacia el cambio de tendencia de descendente a ascendente. Veamos un poco más despacio el panorama que vislumbro respecto a las dos guerras y el papel de la universidad de estudiantes y docentes en ese tiempo de transición.

Los diálogos de paz con la guerrilla fueron impensables durante toda la década perdida tras el fracaso del Caguán. Las voces que empezaron a pedir el fin de la guerra no reconocida por medio de un nuevo diálogo-como terminan todas las guerras- se volvieron inaudibles ante la orquestación estruendosa del antiterrorismo; pero a medida que se ha ido desgastando la ilusión del pronto fin de la guerra no reconocida y se vislumbra el agotamiento del flujo de dólares del Plan Colombia, se vuelven a contar y recontar las luces y las sombras de las negociaciones de paz anteriores, se vuelven a pensar y repensar los diálogos del Caguán, y se pesan y sopesan los de Ralito bajo la luz roja del neoparamilitarismo y bajo la oscuridad del manto de aparente impunidad de la Ley de Justicia y Paz.

Una historia suprimida por los partidarios de la guerra es la de una de las propuestas de las farc en el Caguán: la de hacer realidad el discurso etéreo y engañoso del "derecho al trabajo" con un seguro de desempleo. Nicanor Restrepo, entonces negociador del gobierno, consultó con sus colegas de la banca, la industria y el comercio, y encontró que casi todos ellos estaban dispuestos a cofinanciar la guerra total, que creían que duraría unos tres o cuatro años, pero no a cofinanciar un seguro de desempleo a término indefinido. Así fracasó esa negociación, sean cuales hayan sido las jugadas sucias de las farc para aprovechar el territorio del Caguán y las jugadas sucias del gobierno y de las otras Fuerzas Armadas para ampliar y reforzar el paramilitarismo en ese mismo período.

Esto último parecía calumnia de la oposición, pero ahora se puede documentar año por año en las confesiones de los jefes paramilitares. No hay por qué extrañarse: en las conversaciones de paz no se sientan ángeles a negociar, porque si fueran ángeles, no se habría librado esa guerra previa entre ellos, a la cual se trataría de poner fin por diálogos y negociaciones. Los que más obstaculizan ese fin de las guerras son los que se creen ángeles y demonizan a los otros para tener disculpa por no sentarse a negociar con ellos.

Respecto al seguro de desempleo, los estudios laborales y el cambio de la estructura de la producción, el trabajo y el empleo hacen ahora de nuevo pensable la idea de "impuesto negativo a la renta", que se desarrolla e investiga ya en universidades de Suecia, España y Alemania y se empieza a analizar en algunas de Colombia. Este tipo de tributación positiva, cero o negativa garantizaría el ingreso mínimo y la recalificación a los y las jefes de hogar que quedaren sin trabajo, y podría combinarse con un multiplicador fijo del salario mínimo para el tope del 100 % de tributación positiva, que podría comenzar por 20 veces. Este multiplicador cambiaría en los empleadores el incentivo a la depresión del salario mínimo por el incentivo de subir el mínimo para poder ganar ellos mismos el máximo.

En una sociedad democrática en la que se dice que reinan la igualdad y la fraternidad, ¿qué razones puede uno dar para querer ganar 20 veces más en el día o en el mes que otro compatriota honrado y trabajador? Todas las posibles razones que quisiera dar el interrogado apuntarían a que es la sociedad misma la que le ha dado las posibilidades de ganar tanto, y tendría que callar para siempre respecto a la igualdad de oportunidades. Si de razonar se trata, más bien habría muchas más razones para bajar el multiplicador que para subirlo o eliminarlo. Dos millones de desempleados no pueden seguirse atribuyendo a incompetencia, pereza o mala suerte.

Hablemos ahora de la otra guerra, la guerra contra el narcotráfico, en la que los consumidores europeos y norteamericanos ponen las narices y los eurodólares, y los colombianos y los mexicanos ponemos el hedor de los muertos y la corrupción de los vivos. Afortunadamente, el apoyo social a esta segunda guerra también se va desgastando. El aumento del consumo y de los consumidores en Estados Unidos lleva a la creciente convicción de que en la pretendida guerra contra el narcotráfico no le preocupa tanto al gobierno norteamericano cerrar los canales de ingreso de drogas como los de fuga de dólares. Calculemos que las ganancias netas en el negocio de la droga en Estados Unidos rondan los 5.000 millones de dólares anuales y, doblando los estimativos de la Rand Corporation, calculemos que los narcotraficantes mexicanos y colombianos se quedan cada uno con el 10 % de esas ganancias. ¿Dónde están los otros 4.000 millones de dólares anuales de estos últimos 30 años? Allá. ¿Cuándo se han visto las capturas y las condenas de esos grandes narcotraficantes norteamericanos? Nunca. A veces se oye de capturas de mafiosos de las familias sicilianas por hacer demasiado ruido con las metralletas en las calles de Nueva York, Chicago o Los Ángeles. Si no murió la víctima del atentado, los detienen y sólo los multan por evasión de impuestos, pues allá ni siquiera es un crimen el porte de armas de asalto. Pero ellos no son los grandes narcotraficantes de la cocaína y la heroína. A éstos no les pasa nada, mientras laven sus dólares dentro de los mercados financieros internos o los jueguen a la ruleta en Las Vegas o en Wall Street.

Durante toda la década perdida fue, quizá, Antonio Caballero el único que tuvo el valor de repetir una y otra vez su estribillo sobre el poder asesino y corruptor del diferencial entre las ganancias de la droga y las demás formas de ganancia, mantenido artificialmente por la penalización del tráfico de estupefacientes. De vez en cuando algún columnista sugería un paralelo con el fin de la Prohibición del Alcohol en Estados Unidos, sin que se oyera siquiera un eco a su llamado de atención. Pero ese clima va cambiando rápidamente en Colombia y en el exterior, y el tema de la despenalización del consumo y el tráfico vuelve a circular en los comités del Senado y la Cámara de Estados Unidos, y hasta en los pocos clubes de magnates donde los narcos no han logrado comprar acciones. Poco a poco, sólo los narcos y sus senadores y representantes seguirán oponiéndose a la despenalización. Ellos sí saben por qué: es la única manera de defender su diferencial de ganancias.

Mientras tanto, hacen falta muchas investigaciones, reflexiones y ejercicios de simulación que analicen, cuantifiquen y sistematicen los efectos de la despenalización o descriminalización del consumo y del mercadeo de estupefacientes (no necesariamente equiparable con su legalización); los esquemas impositivos y los flujos de caja que provendrían de los nuevos regímenes de tributación; los mecanismos y riesgos de los distintos dispositivos de expendio y regulación del consumo, y las estrategias educativas, preventivas y terapéuticas para tratar el problema de las adicciones. Las universidades y los institutos de investigación ligados o cercanos a ellas son los únicos lugares donde ahora pueden adelantarse esas reflexiones e investigaciones y otras igualmente necesarias sobre adicción, desintoxicación, desadicción y consumo recreativo de fármacos psicoactivos por los jóvenes y no tan jóvenes.

Sería hipócrita seguir negando que en la universidad muchos estudiantes y no pocos profesores consumen estupefacientes, e igualmente hipócrita seguir pretendiendo cero tolerancia e impidiendo la investigación sobre el fenómeno. Es un campo problemático que no quiere aceptarse como interno a la universidad. Cero tolerancia es máxima intolerancia, e impide los acercamientos investigativos y educativos a esta problemática y las reflexiones e investigaciones necesarias para terminar la pretendida guerra contra el narcotráfico. Sin el fin de esta segunda guerra, todo intento de solución será sólo muy parcial y efímero.

Estas dos condiciones necesarias sobre el fin de las dos guerras deben ir ligadas con los estudios paralelos y continuados en las universidades e institutos sobre negociaciones de paz, con marcos filosóficos-como el actuar comunicativo habermasiano y el reconocimiento honnetiano-, así como con los estudios de situaciones posconflicto en otros países. Hay mucho que estudiar, reflexionar e investigar en las universidades e institutos sobre el derecho supranacional, los tribunales penales y civiles internacionales, los marcos constituciones y legales, la regulación de los mercados íntimamente relacionados de armas, drogas, medicinas, minerales de alto costo y piedras preciosas, los pagos de deudas públicas y los mercados de futuros ambientales. Volveré más abajo sobre algunos de estos temas de investigación.

La maduración y operación de estos temas psicosociales, económicos, financieros, administrativos, legales y políticos preparatorios al fin de las dos guerras sólo pueden avanzar ahora mismo en las universidades e institutos de investigación, para acopiar suficiente información y suficiente base social comunicativa para preparar, adelantar y finiquitar exitosamente las múltiples jugadas políticas, legales, administrativas, financieras, económicas y psicosociales que posibilitarán el fin de las dos guerras.

Fortalecidas con este saber acumulado, ya estarán preparadas las universidades para contribuir eficaz y oportunamente a las futuras comisiones de diálogo, de la verdad, del posconflicto, de la reinserción, del consecuente manejo de regiones, cuencas, bosques, saneamiento de ríos y lagunas y gestión de parques naturales con los sobrevivientes de las dos guerras. Es posible desde ahora, y ha comenzado ya en algunas universidades la creación de institutos de investigación y desarrollo con profesores en comisión que estudian estos temas y dialogan y enseñan en seminarios inter y transdisciplinarios, y con estudiantes de distintas facultades que terminan sus carreras con prácticas y tesis en esos temas y prestan un semestre o un año de servicio social organizado.

Sin ese avance interno en las universidades e institutos de investigación, el paso prematuro a las negociaciones para terminar las guerras sería improductivo. Más aún, si por puro voluntarismo bien intencionado se iniciaran, pronto fracasarían sin remedio. Pero en unos pocos años pueden prepararse los documentos previos, las comisiones y los proyectos de legislación que permitan poner fin a estas dos guerras. Si no se logra esta doble transición al posconflicto, las demás probabilidades positivas que se conjugan ahora en un nuevo filo de oportunidad se irán extinguiendo otra vez, con lo cual no quedaría otro futuro para Colombia 2019 que lamentar el gris oscuro de otra década perdida. Estudiemos ahora algunas de esas otras probabilidades positivas.

Un clima favorable a la inversión en la investigación, el desarrollo y la innovación

El cambio de la adscripción de Colciencias, que formaba parte del dnp, para quedar ahora como departamento administrativo autónomo hace pensar en que es posible volver a incrementar los fondos para investigación, para las becas de posgrado en el país y en el exterior, para el apoyo a las publicaciones y para los grupos de investigación. Así lo confirman otras provisiones de la nueva Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación, aunque la articulación quedó muy recortada por el Ministerio de Hacienda en su última redacción.

La acreditación y reacreditación de las normales superiores y las universidades, con los incentivos para la acreditación voluntaria de alta calidad de programas e instituciones, permiten prever una mayor propensión de las directivas, los consejos superiores y los ministerios de Educación y Hacienda hacia el apoyo económico a la calidad de la educación universitaria, la investigación, los grupos, los proyectos, los congresos, los simposios y las publicaciones.

Las futuras negociaciones de paz permitirán disminuir el presupuesto de guerra y aumentar el presupuesto de educación e investigación, en particular para la educación universitaria y para la inversión en investigación y desarrollo en ciencia, tecnología e innovación. Esta última inversión, en vez de orientarse sólo hacia las ciencias y las tecnologías duras, se reorientaría hacia las ciencias sociales y humanas y hacia las tecnologías e innovaciones sociales, para que no se pierda la s de cts (ciencia, tecnología y sociedad), como lo señaló oportunamente Guillermo Hoyos Vásquez respecto al articulado final de la nueva Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación. Esa reorientación permitiría el avance en las reflexiones, estudios e investigaciones necesarios para preparar el fin de las dos guerras, y una vez logrado, las evaluaciones y seguimientos necesarios para el doble posconflicto.

El giro ambiental, global y local

Decía en mi segunda tesis que durante toda esta década perdida la juventud universitaria parecía orientarse hacia la vivencia efímera y la supervivencia a corto plazo, por un lado, y hacia el rechazo puramente negativo al terrorismo, por el otro. Parecía que hubiera llegado el abandono definitivo de las utopías sobre Colombia por parte de la juventud. Sin embargo, durante la misma década gris fue consolidándose lo que podríamos llamar el giro ambiental. Poco a poco más y más jóvenes se interesaron, así fuera sólo ocasionalmente y sin mucha dedicación activa, por los temas de la conservación de los parques y reservas naturales; por el rescate de las especies en vías de extinción, como el oso de anteojos, el delfín rosado o el manatí; así como por el aire puro y el agua limpia, la reforestación y la preservación de las quebradas, los páramos y los humedales. En un congreso de epistemología y en un libro del Centro Editorial Javeriano, editado en 2003, propusimos desde la extinta Unidad de Construcción del Conocimiento de la Facultad de Ciencias la tesis de que los temas ambientales parecían los más prometedores para reorientar las energías utópicas de la juventud y sacarlas del marasmo posmoderno en que empezaban a caer (Vasco Uribe, 2003).

Desde entonces, cada uno de estos siete años me ha confirmado en esa intuición, la cual configura ahora una elevada probabilidad respecto a la reorientación de la juventud universitaria, así como la de los pregrados y posgrados hacia las causas ambientales. El lema "Pensar globalmente, actuar localmente" y su paradójica inversión "Pensar localmente, actuar globalmente", posibilitada por internet, especialmente por el correo electrónico y las redes sociales, dan esperanzas fundadas para recoger las inquietudes utópicas de la juventud y reorientar su descontento profundo, pero difuso hacia el cambio de tendencia, del gris de la década anterior a un nuevo verde de esperanza.

El giro ambiental en el mundo así lo confirma, y ese clima mundial apoya la reorientación ambiental de la juventud a través de los medios masivos de comunicación, especialmente desde los canales de televisión National Geographic y Animal Planet. Las causas ambientales globales y locales; la expansión del Protocolo de Río de Janeiro y las sucesivas reuniones sobre el calentamiento global y el cambio climático; la resurrección de Al Gore con el documental Una verdad incómoda; el auge de las carreras de biología, ingeniería ambiental, ingeniería civil especializada en construcción sostenible, agroecología, y otras formas de sostenibilidad y sustentabilidad (según la terminología del paradigma preferido) en muchas carreras, profesiones e industrias, preparan el ambiente social y cultural para que en Colombia también se reorienten tanto la juventud como la universidad de estudiantes y docentes hacia utopías concretas ambientales y sustentables o sostenibles.

Otra versión del mismo giro ambiental se configura en las éticas globales de Hans Küng (quien pudo presentar sus ideas personalmente en la Universidad Jorge Tadeo Lozano), de Leonardo Boff, de Enrique Dussel y otras similares provenientes de India y de Japón, que permiten prever un cambio de prioridades en las reflexiones en la universidad y en las preocupaciones no sólo de los filósofos y teólogos, sino de los científicos, los empresarios y los políticos. Ese cambio de prioridades se articula con los cambios en las preocupaciones de los y las jóvenes universitarios por los mencionados temas ambientales.

Si se prevé el fin de las guerras en Colombia en el mediano plazo, puede volver a pensarse desde ahora en los bosques y la silvicultura, en la preservación de la Amazonia y en la reforestación de muchas regiones del país, al estilo de países Finlandia y Canadá, sobre los cuales tenemos la ventaja inmensa de la exposición solar doce horas diarias doce meses al año. La producción de bio-masa para madera, pulpa, papel y combustibles nos daría energía y exportaciones suficientes para el país, aunque se acaben el oro y el petróleo.

Por ello, para el posconflicto es factible prever la apertura de numerosas sedes locales de las universidades en cada una de las cuencas, reservas y parques naturales, para el manejo integral ambiental y productivo. Ese manejo será clave en las negociaciones con la guerrilla y en la reconstrucción y sustitución de los cultivos después de la despenalización de los cultivos y mercados de la marihuana, la coca y la amapola.

Los institutos de innovación regional (Innovar), que propuso Eduardo Aldana en la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo desempeñarán un papel preponderante en esas sedes locales y cambiarán el concepto de educación rural, el de los institutos técnicos agropecuarios, el del Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena) y el de las facultades de agronomía, veterinaria y zootecnia.

Como anticipación actual que aumenta las probabilidades de éxito del giro ambiental en las universidades, los proyectos ambientales del programa Ondas, de Colciencias, en todo el país, y los Proyectos Ambientales Educativos (prae), en los colegios y escuelas, las ferias de la ciencia, la convocatoria de campañas de saneamiento, limpieza, aire puro, protección de los humedales, la oposición a la tala de árboles y otros fenómenos parecidos muestran que al menos en muchos colegios sí ha estado sucediendo algo nuevo en esta primera década. Esos precedentes elevan significativamente las probabilidades de un giro ambiental en las universidades en la segunda década del nuevo siglo. A medida que avancen en sus carreras, los estudiantes que ahora van ingresando a los primeros semestres con sus utopías ambientales empezarán a empujar a los docentes y directivos a aceptar y apoyar los cambios necesarios.

Un clima favorable a la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad

A comienzos de los años setenta, participé con el P. Alfonso Borrero, S. J., José Enrique Neira, Agustín Lombana y Hernando Arellano en el diseño de la Facultad de Estudios Interdisciplinarios (fei), que tuvo una brillante pero difícil trayectoria en la Universidad Javeriana durante 20 años. No estaba todavía maduro el ambiente para este tipo de facultades y sus posgrados interdisciplinarios, y el experimento resultó inviable. Pero, hoy día, la transversalidad, la interdisciplinariedad y la trans-disciplinariedad cobran nuevo sentido y vuelven a estar en la agenda de todas las universidades. Todos apreciamos ahora la capacidad de impacto social, político y ambiental de estas facultades, institutos o escuelas, lo cual da un nuevo aire a los ensayos de programas e investigaciones inter y transdisciplinarios, por lo menos en las maestrías, los doctorados y los posdoctorados, aunque todavía no tengamos soluciones concretas para los distintos problemas de orden administrativo, estatutario, organizativo y curricular que surgen de los intentos de institucionalizarlas.

Vamos superando un período de posmodernismo ligero, en el que el uso y el abuso de lo transdisciplinario sirvió como disculpa para pontificar "sobre todas las cosas sabibles" desde la ignorancia crasa de las disciplinas clásicas y desde el rechazo apresurado a sus aportes. Se va estableciendo una nueva aprehensión de la trans-disciplinariedad como intento de avance desde las disciplinas clásicas hasta llegar a la ruptura y transgresión de fronteras artificiales entre esas disciplinas para articular nuevas interdisciplinas y crear novísimas transdisciplinas.

Se ha logrado en algunos pregrados, por ejemplo en la Universidad de los Andes, articular esquemas de doble titulación de otras ingenierías con la ingeniería ambiental, con cursos, seminarios, proyectos de investigación y tesis que sería imposible ubicar en una sola disciplina.

En algunos posgrados hay ejemplos de empalme pregrado-maestría y maestría-doctorado, y se empiezan a diseñar y a ofrecer maestrías, doctorados o aun posdoctorados en estudios ambientales, sociología urbana y rural, trabajo social, reinserción, psicología social para reconstrucción de tejidos sociales, apoyo a la resiliencia y reorientación de proyectos de vida.

Revive la idea de los institutos superiores para muchas áreas científicas y tecnológicas, con el modelo del Instituto Superior de Pedagogía que propuso la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo para la investigación en educación y que ensayó primero la Universidad del Valle y en otra forma la Universidad Pedagógica Nacional. Así se puede romper el tradicional feudalismo de las facultades y la centralismo disciplinar de los departamentos y se flexibilizan las carreras y titulaciones, haciendo inútil la semaforización de las carreras aisladas.

El trabajo universitario inter y transdisciplinario irá exigiendo cada vez más el dominio de la teoría general de sistemas y su desarrollo hacia una teoría general de procesos como metalenguajes para la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad. Este desarrollo hacia la teoría general de procesos se intentó ya en el desconocido volumen segundo de los documentos de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, publicado en 1995 (Vasco Uribe, 1995). Su uso y ulterior refinamiento será tarea para todos los programas y proyectos universitarios que quieran superar el marco de una sola disciplina.

Recorramos brevemente algunos ejemplos y propuestas específicas de áreas, carreras, posgrados, departamentos y facultades que pueden concretar en cada universidad y en cada facultad las ideas anteriores y consolidar las esperanzas de incremento de probabilidades del cambio de tendencia al que me refiero en mi tercera tesis.

La teología

Los y las docentes y estudiantes de teología de las universidades católicas pueden reorientar sus reflexiones hacia la desreligionización y desfanatización de la teología; hacia una desjuanpablización del diálogo ecuménico que pueda trascender después a otras religiones no cristianas y a otras filosofías no religiosas, y ojalá contribuir al giro ambiental con una resurrección spinoziana del Deus sive Natura, por ejemplo desde el modelo evolucionario de Teilhard de Chardin, análisis que ya progresa en discretos seminarios en la Universidad Javeriana a la luz del Insight de Bernard Lonergan.

Ese diálogo amplio con las religiones no cristianas y las filosofías no religiosas se inició ya, quién lo creyera, con el mismo cardinal Joseph Ratzinger poco antes de ser nombrado Sumo Pontífice, como lo reseñó la prensa en Alemania y lo relataron en Colombia los trabajos de Guillermo Hoyos Vásquez en el Instituto Pensar de la Javeriana y en el libro Ética, política y ciudadanía, el primer tomo de la serie del mencionado Doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud y la editorial Siglo del Hombre (Vasco Uribe, Vasco Montoya y Ospina Serna, 2009).

La filosofía

Los y las docentes y estudiantes de filosofía pueden entrar en ese diálogo sobre la ética global con la teología, o con la bioética de inspiración religiosa o no religiosa; pero si no están dispuestos todavía a esa exposición al diálogo con los teólogos, debido a las seculares alergias antirreligiosas tan endémicas entre los filósofos profesionales y aficionados, podrían al menos seguir trabajando en la destranscendentalización de la razón monológica y en la escucha atenta a las demás culturas, etnias y religiones, y a los nuevos discursos antifilosóficos, posontológicos, posepistemológicos y poscoloniales, para no mencionar otros discursos pos, pre, anti, retro, para, por, sin, sobre y tras.

Esa escucha atenta ha venido ocurriendo en el Instituto Pensar de la Javeriana y en algunos seminarios de los doctorados de Filosofía de la Universidad Nacional, los Andes, la Javeriana, y en los doctorados en Educación de la Universidad Pedagógica, la Distrital y la Universidad del Valle.

La resurrección de Nietzsche y el látigo cientificista de Peter Sloterdijk (2008) empuja a los filósofos a estos cambios, y la resurrección de Hegel en la teoría del reconocimiento de la nueva escuela de Fráncfort bajo Axel Honneth (1997 y 2006) les proporciona una herramienta reflexiva que va mucho más allá de la teoría del actuar comunicativo de Habermas. El enfoque del reconocimiento revitalizará la reflexión sobre diálogos de paz, negociaciones pre y posconflicto, comisiones de la verdad y superación del terrorismo, primero en las universidades y luego en la reapertura oficial de las conversaciones de paz.

Como lo sugirió Rosario Jaramillo Franco para las competencias ciudadanas, tenemos que complementar los parlamentos con los "escuchamentos", pues tenemos ya demasiadas palabras valiosas perdidas, demasiados diálogos de sordos y demasiados malentendidos persistentes. La universidad y sus facultades de teología, filosofía, ética, bioética, ciencias sociales, ciencias políticas, jurídicas y económicas, y ojalá en sus futuras facultades e institutos inter y transdisciplinarios, son los lugares ideales para los "escuchamentos", en los que en lugar de programar decenas de ponencias, a lo más se ofrezca una conferencia inicial y un panel de dos o tres reacciones breves y bien preparadas a esa conferencia, que den lugar a toda una mañana o toda una tarde de escucha de lo dicho y de nuevas reacciones centradas en haber escuchado con cuidado las sucesivas reacciones.

La bioética

Los cambios mundiales que trajo el giro ambiental se extendieron a las éticas globales, como se señaló, y de ahí a las reflexiones sobre la moral, la ética y, sobre todo, la bioética. Las carreras, posgrados, institutos y el doctorado en bioética, que empezaron en los años setenta con discusiones sobre ética médica en la Universidad Nacional y en la Javeriana, con el liderazgo de los doctores Sánchez Torres y Escobar Triana, los capellanes de universidades y hospitales, los profesores jesuitas Alfonso Llano y Gilberto Cely y muchos más. La bioética cuenta ahora con muchísimas publicaciones, revistas, congresos, tesis de pregrado, posgrado y ahora también de doctorado en la Universidad El Bosque, en el Doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud de la Universidad de Manizales y el Centro Internacional de Educación y Desarrollo Humano (Cinde) y en el nuevo Doctorado en Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Javeriana.

La economía y la administración

Ya empiezan los cambios en la dirección señalada en algunas facultades de economía, que, con la crisis mundial de 2008-2009, afortunadamente perdieron la soberbia intelectual que venía creciendo desmesuradamente desde que los Chicago Boys endiosaron a Friedman y creyeron que las fórmulas sin modelos subyacentes y sin teorías explicativas eran suficientes herramientas económicas para asegurar el progreso del capitalismo salvaje, según el evangelio del Consenso de Washington.

Ahora se empieza a recordar que el eco de la palabra economía es el mismo de ecología, y que la economía empezó con la economía doméstica, un pleonasmo adjetival para la administración de la casa de las ciudades griegas, que se extendió a la economía política del Estado moderno entre los siglos xvii y xix, y luego, a la macroeconomía global. Desde la ecología y la economía de la casa y la familia, pasando por las de la empresa y del Estado hasta las de las uniones regionales y las Naciones Unidas, la relación íntima entre la ecología, la economía y la administración privada y pública es evidente. Pero también los y las docentes y estudiantes empiezan a ver que a la economía y a la administración actuales todavía les está faltando la expansión a toda nuestra flotante casa planetaria-que se nos está quedando estrecha- con todos sus procesos físicos y sociales internos, además de su intercambio energético con el Sol y las posibilidades de colonización de los pedazos de roca vecinos.

Esa autocrítica y ese cambio eran imposibles en la década pasada, cuando la microeconomía matematizada a partir de supuestos muy precarios rechazaba todas las críticas exógenas, envalentonada con sus éxitos. Desde la crisis de la década que termina, en la presente década que comienza se detectan mucho mayores probabilidades de avanzar hacia la transgresión de fronteras de la economía y la administración con la ciencia política, la antropología, la geografía humana, la sociología y la psicología social e individual y de rearticular una nueva economía global e integral que incluya la administración pública y privada en los distintos nichos espaciales.

Ya señalaba Paul Krugman la paradoja de que los modelos económicos eran esencialmente no espaciales, tal vez con la excepción del modelo de Johann Heinrich von Thünen para el precio de la tierra en una región agrícola cercana a una ciudad, y la de los incipientes modelos de su propia cosecha para localizar plantas industriales en una bahía modelable como lago circular, extendidos por Fujita, Venables, Henderson y otros economistas urbanos. De ahí en adelante, los modelos y las teorías económicas han tenido que entrelazarse con una nueva geografía económica y no podrán seguir soslayando la exigencia de volverse espaciales en distintos sentidos de la palabra. Esa es la que necesitamos para la planeación y el manejo de las situaciones posconflicto.

La antropología, la sociología y la psicología social e individual

Entre los y las docentes y estudiantes se empieza a revitalizar la antropología como estudio comprensivo y acompañamiento a todo tipo de comunidades diferentes, no sólo las monoétnicas tradicionales, y al aprovechamiento de los saberes acumulados por ellas en forma de modelos y teorías, ritos y mitos, arte y artesanía.

Erving Goffmann, Clifford Geertz y Harold Garfinkel rompieron las fronteras entre la antropología y la sociología, y hoy ya no hay problema en tomar métodos, técnicas y análisis de una y otra para potenciar los estudios de cualquiera de esas disciplinas. Como un ejemplo notable muy atractivo para la juventud posmoderna, los estudios de Michel Maffesoli (1988) y Carles Feixa (1998) sobre los jóvenes de las ciudades como tribus urbanas, cercanas pero desconocidas, confirman esta transgresión de las fronteras de la antropología, que antes se dirigía al estudio de las tribus lejanas, y de la sociología, que antes estudiaba sólo las cercanas, con la falsa creencia de que por cercanas en el espacio y en el tiempo eran más transparentes al análisis. En Colombia, un discípulo de Feixa, Germán Muñoz, con sus colaboradores, estudiantes de doctorado y grupos de investigación, continúa y amplía esos estudios transdisciplinarios sobre las tribus urbanas.

La ciencia política, la geografía humana, la sociología, la psicología social e individual y la lingüística-ahora, como lo veremos luego, extendida a la semiótica y que incluye también los distintos tipos de teorías y análisis del discurso- cruzan caminos y fronteras con la antropología y retoman métodos, modelos y teorías entre sí. Encontramos ahora en casi todos los otrora aislados campos disciplinarios todo tipo de análisis foucaultianos, vandijkianos y bajtinianos del discurso, y el grupo de Georgetown con Rom Harré y Deborah Schiffrin desarrolla nuevos acercamientos al estudio del discurso desde la teoría del posicionamiento (Harré y Langenhove, 1998; Schiffrin, Tannen y Hamilton, 2003).

Las ciencias de la salud

El giro ambiental y la situación posconflicto proponen desafiantes tareas para los y las docentes y estudiantes de las áreas de la salud, que seguirán rompiendo cada vez más la tiranía del modelo occidental del organismo individual, para aprender a comprender y manejar sus ambientes macro, meso y micro como prevención, terapéutica y conservación de la salud de los ecosistemas anidados, desde la Tierra entera, pasando por las biotas, las regiones, los entornos locales y familiares hasta volver de regreso al organismo y sus órganos, tejidos y células.

Ya la epidemiología va rompiendo fronteras desde las descripciones y las estadísticas hacia los modelos de difusión, control y prevención de pandemias, epidemias y microdemias, hasta llegar de nuevo a la medicina cotidiana, con la aplicación de esos modelos al organismo individual, para estudiar con ellos el curso de las infecciones y repensar la oncología desde modelos demográficos que reestructuran el panorama de lo que antes pensábamos que era una sola enfermedad llamada cáncer. La farmacología va rompiendo esas fronteras desde abajo hacia arriba: desde la química y la bioquímica, la célula y el tejido, el órgano y el individuo, pasando por las atmósferas, las aguas, los ritmos vitales, la nutrición y la dietética, hasta llegar a secretas alianzas todavía inconfesadas con la homeopatía, la bioenergética y las medicinas étnicas antiguas de India, China y Japón o con las medicinas chamánicas de las etnias africanas, asiáticas y americanas.

Esta explosión hacia lo global y lo ambiental de las ciencias de la salud lleva a estudiantes y docentes a repensar la ética, la bioética y las éticas globales ya no como una ética profesional legalista que les enseñaba cómo evadir demandas por mala práctica, sino como una reflexión abierta y visionaria de la salud, la responsabilidad y la acción social y política de las profesionales de la salud. Ya las escuelas y facultades de salud pública habían transgredido las fronteras de las ciencias de la salud hacia la psicología social, la sociología, la antropología y la ciencia política, para desarrollar una filosofía, una ética y una política propias desde las que denunciaron abiertamente la pobreza y la violencia como las peores enfermedades de Colombia. Esas denuncias causaron la muerte de Héctor Abad Gómez, Leonardo Betancur y otros salubristas, y el exilio de muchos otros, pero sus colegas, discípulos, amigos y seguidores son hoy día una de las más activas fuerzas propulsoras del cambio de tendencia al que nos referimos.

Las ciencias jurídicas y políticas

Tratándose del posible fin de las guerras contra la guerrilla y el narcotráfico y de las posibilidades reales de un doble posconflicto incierto y azaroso, los y las docentes y estudiantes de derecho y ciencia política tienen papeles protagónicos de urgencia inmediata. Ya mencionamos el esperanzador recuerdo de la séptima papeleta y la preparación de la Constitución de 1991. La colaboración de los y las jóvenes de entonces no se quedó ahí: liderados por estudiantes de derecho y ciencias políticas, impulsaron las elecciones de los constituyentes, participaron en las discusiones de comisiones y luego en la difusión de la nueva Constitución. Esas energías de los estudiantes de estas áreas podrían tener ahora intensidad e impacto semejantes en la nueva coyuntura política del país.

Ya señalé en los apartes sobre los cambios globales y ambientales el papel de las legislaciones internacionales, los tribunales y comisiones mundiales y regionales. En el aparte sobre las condiciones necesarias para el fin de las dos guerras, indiqué también la intrincada red de cambios constitucionales, legales y reglamentarios que requiere el doble posconflicto y que no pueden prepararse en poco tiempo ni sin difíciles y detalladas investigaciones y estudios comparativos con otros períodos de posconflicto. He ahí otra gama amplia de tareas necesarias para el cambio de tendencia.

Hablé también del manto de oscuridad y la aparente impunidad de la Ley de Justicia y Paz, porque no presenta todavía resultados en condenas en firme; pero ese manto oscuro oculta también años de trabajo paciente de investigación forense, documental, testimonial y archivística, que ha venido acumulando y procesando la información macabra sobre la magnitud de los crímenes. Por ejemplo, los 30.000 casos documentados atribuidos al Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (auc); las precisiones sobre número, distribución y víctimas de las masacres que hasta ahora no tienen nombre, y la preparación de interrogatorios y cruces de información que nunca se hubieran llevado a cabo sin la vigencia de esta Ley. Los fiscales y los jueces comprometidos y los colectivos de abogados y estudiantes de derecho que han sobrellevado toda clase de obstáculos, insultos, amenazas y atentados están en la primera línea de aquellos héroes callados de los que dije tener esa capacidad submarina y sobrehumana de contener la respiración, que es la que ha permitido mantener las esperanzas y aumentar las probabilidades de cambiar la tendencia de esa década perdida.

El giro del tercer Jürgen Habermas hacia el análisis comunicativo de lo público y hacia la filosofía del derecho, así como el mencionado giro de la Escuela de Fráncfort con Axel Honneth hacia el paradigma del reconocimiento, impulsan también cambios de paradigma en las ciencias jurídicas y políticas. Las reflexiones e investigaciones desde estas ciencias sobre estos temas son imprescindibles para preparar las negociaciones internas y externas necesarias para superar las guerras y para las negociaciones continuadas que exigirá el manejo del doble posconflicto.

El estudio de las éticas globales y ambientales, de la bioética y las morales de mínimos al estilo de Karl-Otto Apel, Habermas y Adela Cortina ha mostrado que las tradicionales fronteras entre el derecho y la moral y entre la política y la moral se han roto, y que la interacción entre prácticas y discursos éticos, políticos, jurídicos, sociales y psicosociales es ahora íntima y permanente. Las oportunidades y tareas de los y las docentes y estudiantes de derecho y de ciencia política son múltiples, inmediatas y potencialmente muy potentes para el cambio de tendencia.

Las ciencias de la comunicación, el lenguaje y la información

En un trabajo para la revista signo y Pensamiento no podía faltar una reflexión sobre estas disciplinas y áreas que ya eran inter y transdisciplinarias antes de que se pusieran de moda esas palabras, y sobre su papel en las actuales y futuras circunstancias del cambio de tendencia. Un horizonte de exploración hacia el futuro de la comunicación, el lenguaje y la información puede ser el de ampliar la visión de las distintas carreras y departamentos hacia la semiótica como transdisciplina englobante de todas esas áreas y de muchas más.

La semiótica se inició en Occidente desde dos tradiciones muy antiguas: la profecía y la medicina. La profecía buscaba signos y señales en los astros, la atmósfera, el vuelo de los pájaros, las vísceras de animales sacrificados y las líneas de las manos para predecir el futuro, y la medicina buscaba signos y síntomas de las enfermedades para curarlas. Esta tradición médica es evidente en las primeras menciones explícitas de la semiótica como disciplina en Henry Stubbes y John Locke en el siglo xvii y continúa hasta hoy en la semiología médica.

A partir de la reflexión sobre los sacramentos y sobre las ideas, el estudio de los signos inició su avance en la filosofía escolástica medieval con Guillermo de Ockham y otros nominalistas, y tuvo auge en el siglo xvii con los jesuitas de la Universidad de Coimbra (los conimbricenses) y, sobre todo, con un antiguo alumno de Coimbra, João Poinsot, más conocido como Juan de Santo Tomás. En Estados Unidos, después de un trabajo poco conocido de Frederick Rauch, la consolidación de la semiótica como disciplina científica se debe sobre todo a la extensa obra de Charles S. Peirce y al redescubrimiento de Peirce por Charles Morris. Desde otras vertientes europeas iniciadas por Ferdinand de Saussure, Roman Jakobson y los postestructuralistas, podríamos decir que con el libro de Roland Barthes, en 1964, Elementos de semiología, y el Tratado de semiótica general, de Umberto Eco, en 1975, se inició su extensión a todo el mundo en las décadas de los setenta y de los ochenta. El éxito de El nombre de la rosa contribuyó no poco a esa difusión.

Sin entrar en las discusiones sobre la sinonimia de las designaciones semiótica y semiología o sobre sus posibles diferencias, ante la mencionada difusión de la primera en todo el mundo, hablo sólo de la semiótica. Igualmente, no me detengo en la discusión sobre si la lingüística es parte de la semiótica o la semiótica de la lingüística. La biosemiótica, que trata la comunicación desde los seres unicelulares hasta los organismos más complejos; la zoosemiótica de Jakob Johann von Uexküll y Thomas Sebeok, evolutivamente muy anterior a la antroposemiótica, y los fenómenos de coordinación y comunicación no asimilables a códigos con sintaxis, como la semiótica de la moda y el cuerpo, la de los deportes y las artes, las religiones y las ideologías, hacen más plausible la elección de la semiótica como disciplina englobante de la lingüística, aunque los especialistas en lingüística prefieran, por supuesto, pensar lo contrario. Para no antagonizar con ellos, les propondría que tomaran semiótica, semiología y lingüística al menos como cuasi sinónimos, y a los especialistas en las distintas teorías del discurso y de la enunciación les propondría que me perdonen su inclusión en esta transdisciplina englobante.

La obra de Walter Ong sobre el paso de la oralidad a la escritura, anticipada por algunos escritos de Lev Vygotsky y de su escuela; la obra de Marshall MacLuhan sobre el paso de los manuscritos a la imprenta y a los nuevos medios "calientes"; el trabajo de Jesús Martín-Barbero sobre medios y mediaciones, y los tres volúmenes monumentales de Manuel Castells sobre comunicación, muestran que es necesario inscribir las ciencias, áreas y disciplinas de la información, la comunicación y las lenguas y lenguajes dentro del panorama más amplio de la semiótica: el estudio comprensivo inter y transdisciplinario de los signos y símbolos, desde las mínimas unidades significativas de los códigos, pasando por los símbolos más complejos de las culturas, como las obras literarias, musicales, plásticas y arquitectónicas, hasta los mitos, las religiones y las ideologías.

En cada disciplina o área de estudio académico universitario se cruza la semiótica en este sentido amplio. El giro lingüístico en filosofía señaló la irrupción de la hermenéutica y el análisis del discurso mucho más allá de lo que intuyó la filosofía analítica. El desciframiento del código genético reveló la profundidad de la biosemiosis y la etología revela cada día más variedad de la comunicación entre plantas y animales y entre los animales en todos los ecosistemas o zoosemiosis. Más y más situaciones en todas las disciplinas se remiten a la semiótica, y los métodos cualitativos se multiplican con las herramientas de análisis del discurso, que incluyen no sólo las lenguas articuladas con sintaxis, semántica y pragmática, sino los lenguajes no articulados y los juegos simbólicos de todos los planos.

Desde esta ampliación de la visión hacia la semiótica, los y las docentes y estudiantes de estas áreas y disciplinas se irán convenciendo de que no es suficiente "estudiar comunicación" un par de años y especializarse en uno de los medios; es necesario propiciar una doble titulación simultánea o sucesiva con otra carrera o disciplina, en pregrado o en posgrado, al menos por tres razones: para saber con mayor propiedad qué comunicar, para tener un piso sólido desde dónde comunicar y para poder trabajar desde dentro del "qué" y del "desde dónde" en el "cómo" de esa comunicación.

La educación pública universitaria

Comencemos de abajo a arriba en las pirámides de edad, y analicemos la problemática del ingreso a la educación universitaria desde los candidatos que van a entrar a ella: los y las jóvenes que estudian los últimos grados de secundaria y los dos de educación media. Si en Colombia aprendimos algo sobre la relación entre cobertura y calidad de la educación secundaria y la educación media públicas en esta década perdida es que no es sostenible el aumento de la cobertura sin una atención creciente al aumento de la calidad. Este aprendizaje perturbador se extiende directamente a la educación universitaria. Veámoslo más en detalle.

En estos últimos ocho años, las estrategias gubernamentales de ampliación de cobertura de primero a sexto grados pudieron abrir dos millones de cupos nuevos en la educación pública, pero de nada valieron para evitar que aproximadamente cuatro millones de jóvenes desertaran de ella en los cinco grados restantes. Terminamos la década gris de las guerras con una de las menores coberturas en la franja de 15 a 18 años de todos los países económicamente comparables con el nuestro. Margarita Peña (2006) calculó la tasa alrededor del 65% para la educación media en 2005, y propuso entonces como meta llegar al 77% en 2010, cifra muy optimista que aún no es posible comparar con las últimas mediciones del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (dane).

Calculó también para 2005 los años promedio de escolaridad de la población entre 15 y 24 años en sólo 9 grados, y no se atrevió a proponer la meta de 10 grados completos para 2010. Cita también la aterradora cifra de la Encuesta de Calidad de Vida de 2003, que calculó que había 653 mil jóvenes entre los 16 y 17 años que no asistían a una institución educativa. Sin mejores cifras posteriores, mi temor es que en 2010, por la crisis económica del fin de la década pasada y por el cálculo de la Contraloría de 760.000 deserciones de la educación formal en 2005 (Flórez Enciso, 2005), esa cifra ronde por encima del millón, con lo cual es evidente la limitación estructural de la demanda por educación universitaria.

Este cuello de botella de la deserción en la franja de edad de 15 a 18 años no sólo limita el número de admisiones a los primeros semestres de la universidad, por la restricción en el número de graduados de la educación media, sino que también señala un serio deterioro de la calidad de la educación secundaria y media de los que logran graduarse de bachilleres. Eso lleva a la consiguiente baja en la preparación de los que sí ingresan a la universidad, la cual todos los docentes de los primeros años de universidad-especialmente en la pública, pero no sólo en ella- vienen notando progresivamente en la última década.

Considero que hay dos factores principales para la deserción masiva en ese cuello de botella de los últimos grados de secundaria y media: primero, la doble percepción económica tanto de incapacidad de continuación como de oportunidad de obtener ingresos por interrupción temprana de la educación y, segundo, la percepción de irrelevancia de la educación.

No puede negarse la influencia preponderante del primer factor, el económico, sobre todo desde la percepción de los padres y madres de que no pueden seguir pagando los gastos reales y cotidianos de la educación mal llamada "gratuita". Para lograr la gratuidad efectiva hay algunos programas en progreso en Bogotá, Medellín, Cali y Bucaramanga, que apenas empiezan a despegar, los cuales, al extenderse, pueden disminuir poco a poco en los padres y madres de familia la percepción de incapacidad de continuación de la educación de sus hijos y aumentar las expectativas de continuación hacia la universitaria. Respecto a la otra percepción económica de oportunidad de ingresos, no puede decirse que los jóvenes-casi todos hombres y casi todos de 14 a 18 años- se salieron de los colegios para buscar trabajo, pues en esa franja no lo hay. En la siguiente franja-de 18 a 25 años- tampoco lo hay si se eliminan el Ejército, la Policía, la guerrilla, el neoparamilitarismo y el narcotráfico, prácticamente los únicos cinco empleadores de los jóvenes que no terminan la educación media, o de los que la terminan pero no ingresan o desertan de la posmedia. Faltan más investigaciones que discriminen el empleo y el desempleo lo suficientemente para mostrar cuántos son esos empleos y evidenciar con cifras que todos ellos son improductivos, con excepción del quinto.

Pero el segundo factor es el más grave: en todos estos años juveniles, la percepción de inutilidad de la educación media es cada vez mayor. Faltan investigaciones que confirmen o refuten mis conjeturas de que éste es el segundo factor de deserción de los jóvenes en esa franja de 14 a 18 años, y que éste es el que proporciona la fuerza expulsora al primero, pues la fuerza atractora del salario es casi nula.

La transposición de este problema de la deserción por percepción de inutilidad al caso de la educación universitaria es inmediata. Lo que en otro lugar llamé el dilema cruel del estudiante que pierde los cursos básicos de matemáticas se puede fácilmente reformular para el que abandona su carrera sin graduarse: las directivas y el profesorado universitario van a considerar que "o es perezoso, o es bruto", y quedará estigmatizado para siempre, ensartado en uno o ambos cuernos del dilema cruel. Pero ese dilema es sólo una forma muy hábil que las directivas y el profesorado nos inventamos para disculparnos por no ofrecer una educación que atraiga y motive tanto al estudiante que no se deje sacar de su carrera por ningún motivo.

Es tiempo de repensar la anodinamente llamada educación media y hablar de una educación postsecundaria en su multiplicidad y en su articulación flexible, lo que cambiará el concepto de educación universitaria o terciaria, que ahora se identifica con las ofertas de las universidades profesionalizantes del país. Este cambio, aparentemente sólo de nombre, representa una manera nueva de disminuir la deserción en secundaria y media para aumentar la entrada a la posmedia o terciaria, y rompe conceptual y prácticamente las divisiones artificiales entre educación media y universitaria. Sobre este tema ya hay algunas investigaciones, como las dirigidas por Víctor Manuel Gómez, algunas de las cuales se resumen en el libro que lleva el certero título El puente está quebrado (Gómez Campo, Díaz Ríos y Celis Giraldo, 2009).

Afortunadamente, ya se inició la construcción de puentes, así fuera muy callada y tímidamente, con los grados 12 y 13 en las normales superiores, experimento que empezó a romper esas divisiones, por ser claramente grados de posmedia y, por lo tanto, terciarios. Ya ha tomado mayor fuerza esa tendencia con los múltiples puentes construidos en Medellín y Bogotá, por los alcaldes Sergio Fajardo, Alonso Salazar, Luis Eduardo Garzón y Samuel Moreno, apoyados en los acuerdos entre los colegios oficiales, el Sena y varias instituciones técnicas y tecnológicas públicas y privadas-ciertamente terciarias, llámense o no universidades- para que los jóvenes puedan adelantar carreras intermedias técnicas y tecnológicas sin solución de continuidad y con chimeneas de entrada a semestres más avanzados de las ingenierías u otras carreras relacionadas.

Es tiempo de pensar en aumentarle un grado a la educación secundaria y abrir todo un abanico de puentes y chimeneas de entrada y de salida en una postsecundaria que permita garantizar, al menos, cinco años de educación obligatoria y gratuita para todos los que terminen el actual noveno grado (que sería ya el décimo) con un título de bachillerato básico. Así se propuso ya en Colombia al filo de la oportunidad, donde se sugirió también un mecanismo de financiación por tarjetas de crédito educativo, inspirado en Iván Ilich, que requiere aún mucha investigación económica y financiera sobre rendimientos de la calificación y esquemas de financiación internos y externos, pero que se hace posible y cada vez más probable en una economía que requiere muchos menos empleados mucho más calificados.

En vez de perder el tiempo de los congresistas y los electores en reformas constitucionales y referendos para alargarles los períodos a los presidentes, gobernadores y alcaldes, es tiempo de que la Constitución acoja la obligatoriedad y gratuidad de la educación para todos los niños, niñas y jóvenes desde cero hasta 20 años ahora mismo, y ojalá en la siguiente década hasta los 23, para incluir así los pregrados universitarios.

Esto significa, por supuesto, un retardo en la salida de los y las jóvenes a buscar empleo; pero este efecto de la educación terciaria-que tildé en otra parte de "parqueadero laboral"- es ahora plenamente justificable como una consecuencia directa de la nueva economía del Consenso de Washington, en la cual no hacen falta nuevos empleos, ni mucho menos empleos estables. En ella, el pleno empleo es más bien un fantasma aterrador para los empleadores, que impediría la voraz acumulación de capital que se produce con el látigo del desempleo. Esa fue una lección que los capitalistas más astutos aprendieron del marxismo. La otra fue la de la plusvalía, que las clases dirigentes nos siguen cobrando a todos con el impuesto al valor agregado (iva), por nuestra ignorancia de las simples ecuaciones que pasan del lenguaje marxista al capitalista en sólo dos jugadas: plusvalía = Mehrwert y Mehrwert = valor agregado.

Si vamos a juzgar la pertinencia de la educación universitaria sólo por su pertinencia respecto a los empleos actuales, no servirían de nada los esfuerzos por incrementar la educación tecnológica en las universidades, porque apenas hay empleos tecnológicos fuera del sector de los servicios, incluido allí el mantenimiento de artefactos mecánicos, eléctricos y electrónicos. Por lo dicho acerca de los cinco principales empleadores de jóvenes en Colombia, habría que concluir que la educación más pertinente es el entrenamiento paramilitar intensivo que reciben día y noche nuestros colegiales y nuestros jóvenes universitarios con los videojuegos y las "películas de acción", cada vez más violentos. Afortunadamente, aquí no tengo que repetir "los y las", a pesar de la espeluznante popularidad de las "Rosarios Tijeras".

La pertinencia de la educación para el empleo no puede pensarse a corto plazo con los esquemas de producción y empleo actual, sino a más largo plazo, medido en décadas. En primer lugar, hay que reubicar el empleo en la categoría más amplia de ocupación productiva. Lo importante es crear nuevas ocupaciones productivas, generen o no empleos en el sentido de puesto fijo con salario y prestaciones. Supuesta la creación y difusión sostenida de esas nuevas ocupaciones, un esquema de 25 años de preparación, 35 de plena ocupación productiva y 20 o más de retiro gradual con pensión creciente y trabajo remunerado decreciente es perfectamente viable con una expectativa de vida de 80 años y perfectamente compatible con una producción aceleradamente automatizada, pero que supedita el bienestar de las personas a la economía, en lugar de supeditar la economía al bienestar de las personas.

Para avanzar en el cambio de tendencia, necesitamos más y mejor educación en las universidades, más y más investigación en economía y administración; en antropología, sociología y psicología social e individual; en demografía, salud, derecho y ciencia política, y en semiótica como transdisciplina englobante de los estudios de la comunicación, la información y el lenguaje.

A modo de conclusión y reiniciación: tareas para la década que empieza

Por todo lo anterior, no me cabe duda de que las probabilidades de un cambio de tendencia de descendente a ascendente han aumentado significativamente en muchos frentes. Pero son sólo eso: probabilidades, no seguridades ni garantías. Como probabilidades que se originan de muchos y variados procesos en flujo constante, no sólo no seguirán subiendo solas, sino que se volverán a atenuar si no actuamos oportuna y concertadamente para incrementarlas y para aprovecharlas, con el riesgo de que se vuelva a perder una vez más el filo de la oportunidad.

Para incrementar y aprovechar las probabilidades que ahora se conjugan, tenemos todos entre manos múltiples tareas para esta década, entre otras, las que he esbozado arriba. De ellas, quiero ahora recordar algunas en particular, dado el tema de este número de la revista signo y Pensamiento, del cual me honra escribir este prólogo.

Desde esta perspectiva, debo acentuar algunas de las tareas que sugerí en los apartes respectivos a los lectores y lectoras que, espero, tendrán la mayor probabilidad de haberme seguido hasta aquí y de continuar leyendo los valiosos artículos que siguen: los y las docentes y estudiantes, directivos y asesores de las universidades que tienen distintas responsabilidades en la reestructuración y acreditación de carreras y unidades académicas, y los miembros de comisiones redactoras de nuevos currículos universitarios, en nuestro caso los relacionados con la comunicación social, las ciencias de la información, la bibliotecología y la documentación, la lingüística y la enseñanza de las lenguas.

Recuerdo, en primer lugar, que es necesario repensar la educación terciaria en su articulación con la actual educación media, para cambiar la estructura de la transición de secundaria y media a postsecundaria y posmedia, y en su articulación con las salidas y reentradas al mal llamado mercado laboral, para cambiar la estructura de esa transición de la idea de conseguir empleo a la idea de interacción sistémica compleja de ocupaciones, trabajos (y también empleos), capacitaciones y recalificaciones, con múltiples salidas y reentradas a la educación formal, no formal, informal, virtual o presencial, continuada y permanente y otras combinaciones y permutaciones de simultaneidad y presencialidad entre la ocupación y el estudio.

Recuerdo, en segundo lugar, la reubicación de todas las carreras, asignaturas, disciplinas y áreas en redes intra e interdisciplinarias, en particular con la necesidad de ubicarlas en una ética global, mundial o ambiental, y en particular para la facultades de comunicación, información y lenguaje en una semiótica como transdisciplina englobante.

Recuerdo, finalmente, que hacia adentro y hacia afuera de cada facultad, es necesario diseñar y articular las chimeneas de entradas, salidas y reentradas a las distintas carreras tecnológicas, científicas y profesionales de pregrado y de posgrado, tal como las propuso la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo y se han comenzado a implementar en algunas universidades.

Quedan también pendientes muchas otras tareas difíciles en estas áreas, como lo señaló también Guillermo Hoyos Vásquez en el prólogo al número 55 de signo y Pensamiento respecto a la ética, a la ética global y a la bioética en un marco político de formación de opinión pública y de fortalecimiento de lo público. También en esta facultad, como en otras de la Universidad Javeriana, tenemos múltiples tareas para los observatorios curriculares de las distintas áreas, departamentos y carreras: mantener los telescopios enfocados en las luces y las sombras, visibilizar los cambios en la dirección apropiada y aumentarles las probabilidades de éxito, de difusión, adopción y adaptación de las innovaciones en esa dirección.

Mi tercera tesis intentó ubicar todas estas difíciles tareas no como aquellos quehaceres usuales de rutina y mantenimiento día a día que requiere cada carrera, cada facultad y cada universidad, sino como orientadas a aprovechar el filo de la oportunidad para cambiar la tendencia del país de descendente a ascendente.

Las y los comunicadores sociales en todos los medios de comunicación del país y en los nuevos medios de comunicación directa por correos electrónicos, chats, blogs, wikis, foros y redes sociales tienen ahora la posibilidad de impulsar los vientos favorables al fin de la guerra no reconocida, en vez de atizar el odio y la venganza, y de contribuir con un tratamiento discreto y razonado al fin de la guerra contra las drogas.

Sin el cambio en las interpretaciones, en los símbolos, en los discursos, los modelos y las teorías, seguiremos en estas guerras interminables y no podremos aprovechar la actual constelación de probabilidades para el cambio de tendencia. Las universidades, sus docentes y sus estudiantes, en especial los más relacionados con la comunicación y la información en todas sus formas y lenguajes, son los que más pueden contribuir a este cambio de interpretaciones, símbolos, discursos, modelos y teorías que se requiere.

En esta facultad, y en las demás de la Universidad Javeriana, así como en todas las facultades y universidades del país, celebremos la fecha memorable del 20 de julio de 2010 como el segundo centenario de la independencia, con el firme propósito de cambiar la tendencia uniformemente descendente de la década perdida que dejamos atrás. Comencemos con éstas y otras tareas iniciales la nueva década que habrá que ir incrementando y potenciando durante los diez años que terminarán con la celebración del segundo centenario de la república, para no tener que volver a lamentar en esa fecha memorable del 7 de agosto de 2019 no sólo 100 años más de soledad, sino también la pérdida de otra década más del siglo xxi, para seguir esperando sin fecha fija el surgimiento de otro filo de la oportunidad.

Invito a lectores y lectoras a continuar con el estudio de los artículos siguientes, que iluminarán e impulsarán las acciones y tareas que necesitamos emprender para aprovechar la nueva oportunidad de este cambio de tendencia y aumentar así las incipientes, pero esperanzadoras, probabilidades de que ocurra.

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