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Universitas Philosophica

Print version ISSN 0120-5323

Univ. philos. vol.29 no.59 Bogotá July/Dec. 2012

 

HEGEL: SOBRE LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFÍA

HEGEL: ON TEACHING PHILOSOPHY

Diego Antonio Pineda Rivera*

* Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia.

Recibido: 02.04.12 Aceptado: 17.07.12


RESUMEN

Este ensayo muestra cómo Hegel se opuso a una enseñanza puramente erudita de la filosofía en los gimnasios y universidades, y esboza su propuesta de enseñarla como ciencia, como un saber riguroso y sistemático de conceptos por medio del cual el alma humana se eleva a lo universal. El hombre sólo es lo que es, y sólo podrá llegar a ser lo que desea ser, por medio de la educación como un "segundo nacimiento" al reino del espíritu. La enseñanza de la filosofía no puede quedarse sólo en el estudio de los productos históricos del filosofar, debe familiarizarse con las artes, las ciencias y la religión propia, porque en ellas empezamos a participar de esa sustancia espiritual sin la cual el pensar conceptual queda reducido a mero razonar sofístico.

Palabras clave: enseñanza de la filosofía, educación, formación del espíritu, ciencia, Hegel


ABSTRACT

This paper shows how Hegel was opposed to a purely scholarly teaching of philosophy in gyms and universities, and outlines his proposal to teach it as a science, as a rigorous and systematic knowledge of concepts by which the human soul rises to the universal. Man just is what he/she is, and can only become what she/he wants to be through education as a "second birth" to the realm of spirit. Teaching philosophy cannot remain only in the study of historical products of philosophizing. It should become familiar with arts, sciences and the own particular religion in order to participate in this spiritual substance from beginning to the end. Otherwise, conceptual thinking would be reduced to a mere sophistical reasoning.

Key words: teaching philosophy, education, spirit formation, science, Hegel


Estas dos materias, las concepciones clásicas y la verdad religiosa [...], yo las consideraría hasta tal punto como la parte sustancial de la preparación para el estudio de la filosofía que, si la mente y el espíritu del joven no se hubieran llenado con ellas, al estudio universitario le estaría reservada la tarea, apenas ya realizable, de sensibilizar por primera vez al espíritu respecto a un contenido sustancial y de superar la vanidad y la orientación, ya existentes, hacia los intereses ordinarios que, por lo demás, consiguen ahora tan fácilmente ser satisfechos.

La esencia peculiar de la filosofía debería consistir en que aquel contenido sólido alcanzara forma especulativa. [...] De esta forma, a la enseñanza en el Gimnasio le queda asignada, para sí misma, la condición de miembro intermedio, que ha de ser considerado como el tránsito desde la representación y la fe, que versan sobre la materia sólida, al pensamiento filosófico.

(Hegel: Acerca de la enseñanza de la Filosofía en los Gimnasios)

En cuanto ciencia propedéutica, la filosofía tiene como cometido, de una forma especial, la formación y la ejercitación formal del entendimiento; pero esto sólo puede conseguirlo distanciándose por completo de lo fantástico, mediante la determinabilidad de los conceptos y un modo de proceder coherente y metódico; ella debe poder procurar aquella ejercitación en mayor medida que las matemáticas, dado que no posee, como éstas, un contenido sensible.

[...] La edificación [...] es a menudo algo que se espera de la filosofía; en mi opinión, ésta no debe ser nunca edificante, ni siquiera cuando se la expone a la juventud. [.] En efecto, cuanto más la época reciente ha impulsado de nuevo la orientación hacia una materia sólida, hacia unas ideas más elevadas y hacia la religión, tanto menos, y en menor medida que nunca, resulta suficiente para ello la forma del sentimiento, de la fantasía, de los conceptos confusos. El cometido de la filosofía debe consistir en justificar ante la inteligencia la realidad sustancial, en captarla y comprenderla mediante pensamientos determinados y, de esta manera, preservarla de desviaciones confusas.

(Hegel: Acerca de la exposición de la filosofía en las Universidades)

En la carta que le escribe a su amigo Niethammer1, por entonces Consejero Escolar Central del Ministerio Bávaro del Interior, el 23 de octubre de 1812, le hace Hegel la siguiente confesión:

Por lo demás, falta aún una observación final que yo, sin embargo, no he añadido, dado que acerca de ese punto todavía estoy en conflicto conmigo mismo; a saber: que quizá toda la enseñanza de la filosofía en los Gimnasios podría parecer superflua, que el estudio de los Antiguos es el más adecuado para la juventud gimnasial y que, según su sustancia, constituye la verdadera introducción a la filosofía.
Sólo que ¿cómo podría yo, profesor de las ciencias filosóficas preparatorias, disputar contra mi especialidad y contra mi puesto de trabajo, y privarme a mí mismo del pan y el agua?
Pero, por otra parte, yo, que he debido ser también un pedagogo filósofo -e incluso, en cuanto Rector-, estaba incitado profesionalmente a ello, tendría finalmente, también, el interés más inmediato de que se declarara como superfluos a los profesores de las ciencias filosóficas en los Gimnasios y que, o bien se les ofreciera otra tarea, o que se les destinara a otra parte.
No obstante, una cosa me retiene también de nuevo en la primera posición, a saber: el hecho de que la filología se convierte en algo totalmente erudito y tiende hacia una sabiduría de palabras. [...] Después de la palabrería estética del pulcre quam venuste, acerca de la que todavía oímos ecos significativos, ahora se encuentra a la orden del día la erudición métrica y la crítico-literaria.
No sé si se ha propagado ya mucho de ello en el personal que está a su servicio. Pero tal situación también seguirá acechando; y, en uno y otro caso, la filosofía se quedará bastante vacía (Hegel, 2000: 181-182).

Tal vez lo esencial de esta carta es que, más que cualquier otro de sus textos, nos ofrece el estado de ánimo en que Hegel, por entonces Rector del Gimnasio de Nuremberg2, reflexiona en torno al problema de la enseñanza de la filosofía. Reconoce, para empezar, que el tema lo pone en conflicto consigo mismo, pues duda que la filosofía deba enseñarse en los gimnasios (cree, más bien, que es suficiente con el estudio de los antiguos, concebido como la auténtica introducción a la filosofía3); pero sabe, sin embargo, que exponer dicha opinión le implicaría irse contra su propio oficio de filósofo profesional y de profesor de ciencias filosóficas en el Gimnasio.

Es evidente, desde luego, que el tema le interesa profundamente, pues no duda en reconocerse como "pedagogo filósofo"; sin embargo, una lectura atenta de este pasaje de su obra revela que le agrada muy poco el modo como hasta entonces se venían enseñando las ciencias filosóficas en los gimnasios. Tal vez su duda y su malestar no se refieran tanto al sentido que pueda tener la enseñanza filosófica en los gimnasios (de hecho, él hace recomendaciones explícitas sobre cómo debe ser la "exposición filosófica" en estos centros educativos), cuanto al hecho de que dicha enseñanza resulte poco seria y termine por convertirse, como la de la filología, en algo "meramente erudito", en una "sabiduría de palabras"; y sobre todo que, a causa de una enseñanza deficiente, la propia filosofía termine por ser un saber vacío y poco serio. Esto último, por cierto, será una preocupación siempre presente en muchos de sus escritos posteriores.

En todo caso, parece haber pocas dudas con respecto al interés que le suscitaba a Hegel, no sólo como Rector de una institución educativa sino también como filósofo que exponía su sistema filosófico a través de la cátedra universitaria, el tema de la enseñanza de la filosofía. No de otro modo se podría entender que le dedicara varios "Informes pedagógicos", que hiciera algunas referencias explícitas a él en sus discursos como Rector del Gimnasio de Nuremberg y, sobre todo, que volviera a ocuparse de él (y, en general, del significado de la educación del género humano, y en particular del papel que en la formación de un nuevo ciudadano tiene la filosofía) en diversos pasajes de sus más grandes obras.

Tal vez convenga destacar aquí que el interés de Hegel por la enseñanza de la filosofía no es un interés estrictamente pedagógico; es decir, que lo que a él le interesa no es propiamente lo que hoy llamaríamos los problemas pedagógicos que plantean el aprendizaje y la enseñanza de la filosofía, sino sólo cuál es su "exposición" más adecuada. No hay, en este sentido, ninguna reflexión por parte de Hegel sobre la metodología adecuada para el aprendizaje de la filosofía, sino sólo una preocupación por el orden en que deben enseñarse lo que él mismo llama las "ciencias filosóficas", entre las que incluye la lógica, la psicología racional, la metafísica y la moral. Más que el cómo deba enseñarse la filosofía, lo que interesa a Hegel es el qué debe enseñarse como filosofía en los gimnasios y universidades y cuál debe ser el orden más adecuado de exposición de un sistema de ideas filosóficas.

No está de más recordar, por otra parte, que, en este período de Nuremberg (que sus biógrafos suelen situar entre los años 1808 y 1816), Hegel no era simplemente un profesor de gimnasio, y ni siquiera simplemente el Rector de una institución educativa. Era, ya por esta época, un filósofo consagrado que hacía una pausa como profesor universitario; y que, al tiempo que presidía el Gimnasio de Nuremberg, estaba dedicado a la elaboración de una de sus más grandes obras: la Ciencia de la lógica. De este hecho se suelen hacer dos interpretaciones diversas: la primera, que por entonces Hegel era un filósofo que, a falta de una oportunidad adecuada para enseñar en la universidad, se había refugiado en la enseñanza secundaria; la segunda, que él quería mantener claramente separados su oficio de profesor de filosofía y su profunda vocación filosófica. Aunque lo primero parece cierto, y seguramente lo es, no ocurre así con lo segundo. Veamos por qué.

A diferencia de otros filósofos -como Abelardo y Schopenhauer-4, que veían la enseñanza de la filosofía como un estorbo, o al menos como un mal menor, con respecto a su trabajo como filósofos, no existe en Hegel ninguna oposición radical entre ser filósofo y ser profesor de filosofía. Si bien, para él, se trata de actividades que requieren espacios y tiempos distintos, no por ello deben ser paralelas u opuestas. Hegel nunca dejó de enseñar filosofía para dedicarse a hacer filosofía, ni dejó de hacer filosofía para dedicarse a su enseñanza. Entre su oficio de profesor de filosofía y su vocación de filósofo profesional no existe una marcada ruptura; y, aunque tal vez sea cierto que no se sentía cómodo en su condición de profesor de ciencias filosóficas en el gimnasio, ello ya no es cierto si se le considera como profesor universitario de filosofía. Hegel se valió, como muchos otros grandes filósofos, de la cátedra universitaria para enseñar filosofía haciendo filosofía. La muestra más clara de ello es que muchas de sus más importantes obras filosóficas fueron escritas para la cátedra universitaria, o como textos para sus estudiantes que luego acompañaba de explicaciones orales o como notas que el autor preparaba para sus clases que luego se enriquecían con su exposición oral y se complementaban con los apuntes tomados por algunos alumnos, como ocurre con obras tan conocidas como sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal y sus Lecciones sobre la historia de la filosofía. Para Hegel, la exposición de un sistema filosófico en una clase universitaria es un lugar propicio para la producción filosófica5.

Nadie duda de que Hegel dedicara toda su vida a la producción filosófica y a la enseñanza de la filosofía. Pero, ¿qué pensaba de esta última? Me ocuparé a continuación de examinar el modo como entendía el filósofo alemán la enseñanza de la filosofía atendiendo a la manera como aborda la tradicional oposición entre "enseñar filosofía" y "enseñar a filosofar", para mostrar cómo, al superar dicha oposición, Hegel nos propone un manera enteramente original de entender la enseñanza de la filosofía como ciencia, esto es, como saber riguroso por medio del cual el alma humana se eleva en la medida en que comprende lo universal. Por limitaciones de espacio y tiempo, tendré que dejar de lado algunos aspectos esenciales del problema, como su tesis según la cual el aprendizaje de la filosofía es condición de otros saberes, sus consideraciones en torno al papel que cumple la filosofía en la formación de la cultura, y el lugar que concede a la historia de la filosofía como condición del aprendizaje filosófico.

A Hegel le correspondió vivir en un lugar y una época, la Alemania de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, en que el problema educativo estaba a la orden del día. Mientras la Ilustración enfatizaba la necesidad de una más amplia divulgación del saber y una más elevada educación de las masas, el Romanticismo -siguiendo en muchos aspectos algunas de las grandes intuiciones germinales de Rousseau- ponía el énfasis en que la educación debía adecuarse a las necesidades de los individuos, seguir el curso de la naturaleza y cobrar un sentido lúdico y creativo. Mientras unos, como Humboldt, ponían el énfasis en el más elevado desarrollo de la individualidad como el fin mismo del Estado, otros, como Lessing y Herder, insistían en la necesidad de la educación para la mejor configuración del género humano. Todos los grandes intelectuales de la época se ocupaban, desde distintos intereses y perspectivas, de los problemas de la educación. Era la época de grandes pedagogos (como Pestalozzi, Herbart y Froebel), de magníficos poetas y escritores (como Schiller y Goethe) y de los grandes filósofos alemanes (como Kant, Fichte y Schelling). Y, todos ellos, cada uno a su manera, tenían algo que decir sobre la educación. Pero fue, sin duda, Kant quien mejor expresó el estado de ánimo en que su época se encontraba con respecto a la educación cuando afirmó en su Pedagogía que "tras la educación está el gran secreto de la perfección de la naturaleza humana" (Kant, 1983: 32).

Hegel, por supuesto, nunca fue ajeno a este interés educativo. Más aún. Mucho más que otros filósofos alemanes, incluso que otros que escribieron obras educativas importantes, como Fichte y Schelling, Hegel tuvo una injerencia directa en el mundo educativo y ejerció la docencia de las más diversas formas: como preceptor privado, como profesor de gimnasio y de varias universidades de la época, como Rector del Gimnasio y Consejero Escolar de la ciudad de Nuremberg y como consultor del gobierno para temas educativos. Aunque no sea en ningún sentido lo que hoy llamaríamos un pedagogo (no se destacó por proponer o llevar a cabo grandes reformas educativas, o por elaborar un sistema propio de ideas pedagógicas; y ni siquiera dedicó una de sus muchas obras filosóficas a los problemas educativos), resulta indiscutible que la noción de "formación" (Bildung) es central en la filosofía hegeliana, pues, en la misma línea de pensamiento de Kant, considera que el hombre sólo es lo que es, y sólo podrá llegar a ser lo que desea ser, por medio de la educación, a la que concibe como una especie de "segundo nacimiento", un nacimiento al reino del espíritu. Así lo afirma en el parágrafo 521 de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas : "La eticidad [...] ligada a la procreación natural de los hijos, se realiza en el segundo nacimiento de éstos, o sea, en el nacimiento espiritual: su educación para [llegar a ser] personas autosuficientes" (Hegel, 1997: 541).

Más allá de su interés general por la educación, es evidente que a Hegel le preocupaba el estado en que por entonces se encontraban tanto las disciplinas filosóficas como la enseñanza de éstas. No sólo le preocupaba, desde esta perspectiva, el predominio cada vez mayor de los intereses técnicos y pragmáticos sobre la formación de los individuos, o lo poco que los sistemas educativos se ocupaban del pensamiento abstracto, sino la tendencia cada vez más marcada a juzgar sobre asuntos filosóficos por parte de quienes no se han tomado el trabajo de aprender las ciencias filosóficas. Su queja a este respecto se hace evidente, por citar un solo ejemplo, en el parágrafo 5 de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas. Dice allí:

Esta ciencia sufre frecuentemente el desprecio que [se le hace cuando], incluso aquellos que no se han esforzado por alcanzarla, se hacen la ilusión de saber desde pequeños de qué va, de modo que, con una educación general, y, sobre todo, desde los sentimientos religiosos, se sienten capaces de echarse a andar y pararse, es decir, de filosofar y juzgar sobre filosofía. [Generalmente] se concede que, para conocer las otras ciencias, es necesario haberlas estudiado y que, para juzgarlas, se necesita estar facultado por aquel conocimiento. Se concede que, para fabricar un zapato, es necesario haber aprendido a hacerlo; y, por mucho que todo el mundo tenga la horma en su propio pie, se ha de haber ejercitado en ello, ha de tener además manos y, juntamente con ellas, el talento natural para dedicarse a tal ocupación. Sólo para filosofar sería superfluo estudiar, aprender y esforzarse (Hegel, 1997: 105).

Es claro lo que le molesta a Hegel: que se crea, sin que haya fundamento alguno para dicha creencia, que para filosofar es suficiente con un cierto buen sentido y una cultura ordinaria, mientras que se reconoce que, para cualquier oficio o ciencia, todo el mundo acepta que se requiere de un estudio cuidadoso y de una práctica continua. Pero, ¿de dónde puede provenir este modo de ver las cosas? Se trata, sin duda, de una creencia demasiado extendida, tanto en los tiempos de Hegel como en los nuestros; y seguramente proviene, entre otras cosas, de una interpretación ligera de la famosa máxima, que se suele atribuir a Kant, según la cual "no se puede aprender filosofía, sino que sólo se puede aprender a filosofar". Creo que la molestia de Hegel es razonable al menos por dos razones básicas: en primer lugar, porque Kant nunca dijo propiamente eso; y, en segundo término, porque las consecuencias que se suelen sacar de la máxima resultan inaceptables.

Lo que afirma Kant es otra cosa bien distinta a lo que suele atribuírsele: que "no se puede en absoluto aprender filosofía, porque no la ha habido aún''' (Kant, 1998: 27), es decir, que la filosofía no es meramente un contenido ya dado que ha de ser asimilado por parte de un aprendiz, del mismo modo que se aprenden otros saberes, como la geografía, la física o las matemáticas; y que, más bien, el aprendizaje de la filosofía reposa sobre una disposición previa para el filosofar. No es que Kant pretenda que se puede aprender filosofía sin ninguna referencia a un contenido, sino que no basta con aprender el contenido histórico de la filosofía (eso sería para él aprender un contenido puramente histórico); y que, para aprehender dicho contenido, no basta con "asimilar" lo que otros ya saben, sino que es necesario hacer sobre dicho contenido un ejercicio personal y libre de filosofar.

[...] No puede llamarse filósofo -dice Kant- nadie que no sepa filosofar. Pero sólo se puede aprender a filosofar por el ejercicio y por el uso propio de la razón. [...] El que quiere aprender a filosofar [...] sólo puede considerar todos los sistemas de filosofía como historia del uso de la razón y como objetos para el ejercicio de su talento filosófico. El verdadero filósofo tiene que hacer, pues, como pensador propio, un uso libre y personal de su razón, no servilmente imitador. [...] Para la utilidad del ejercicio en el pensar propio o filosofar, tendremos que mirar más al método del uso de nuestra razón que a las proposiciones mismas a que por medio de él hayamos llegado (Kant, 1998: 27-29).

No pretendo hacer aquí una defensa de las ideas de Kant sobre el sentido de la enseñanza de la filosofía, pues, por una parte, me he ocupado del tema ya en otro escrito (Cfr. Pineda, 2008); y, por la otra, no es el asunto central que aquí me interesa. Sólo pretendo mostrar que de una interpretación errada de una máxima que suele atribuírsele a Kant se siguen una serie de consecuencias indeseables, y que la concepción de la enseñanza de la filosofía que encontramos en Hegel es, entre otras cosas, una reacción justificada a dichas consecuencias indeseables. Pero, ¿de qué consecuencias se trata?

En primer lugar, de la idea de que no se puede aprender ni enseñar filosofía porque ésta no existe como un contenido, sino sólo como una serie de opiniones más o menos elaboradas sobre las que elegimos según criterios de afinidad o gusto lleva, según Hegel, a ver la filosofía como una saber vacío, sin contenido. En segundo lugar, la pretensión de que, por tanto, lo único importante en el aprendizaje de la filosofía es el ejercicio y el uso individual de la razón que haga el aprendiz (y, por tanto, a la idea de que el método debe primar sobre el contenido), conduce inmediatamente, según Hegel, a la desafortunada consecuencia de que se puede aprender a filosofar, y se puede aprender filosofía, sin necesidad de estudio ni práctica y sólo por la ejercitación de unos talentos filosóficos innatos. En tercer lugar, se trata de la suposición de que los contenidos históricos de la filosofía no son más que "historia del uso de la razón", es decir, opiniones o puntos de vista más o menos consolidados a partir de los cuales podemos ejercer nuestros talentos filosóficos, Hegel, sin desconocer el peligro de un aprendizaje de la filosofía que sea meramente histórico, propondrá una manera enteramente nueva de concebir la relación de la filosofía con su propia historia.

Lo que todo buen lector de Hegel aprende del trato con su filosofía es que, para comprender las relaciones existentes entre dos términos, no es preciso separarlos y oponerlos, sino buscar su unidad dialéctica. No se trata, entonces, en este caso particular, de oponer el "enseñar filosofía" al "enseñar a filosofar", como si se tratara de dos asuntos que se excluyen mutuamente. Tampoco, se trata de invertir la oposición ya planteada por la máxima que se suele atribuir a Kant, para decir sin más que basta con enseñar filosofía, en el sentido de un contenido histórico, para que como por arte de magia devenga un sujeto filosofante, como parece sugerirlo el español Fernando Savater en el comentario crítico que hace a la máxima que aquí examinamos. Dice Savater al respecto:

Enseñar filosofía es una tarea evidentemente mucho más dogmática y menos inventiva, pero puede ser paradójicamente mucho más abierta en lo tocante a estimular la originalidad del alumno. En efecto, si se opta por enseñar "filosofía", es decir, algo más o menos acabado, un conjunto de voces y documentos del pasado, un repertorio de noticias y textos célebres, unas cuantas anécdotas significativas, junto con algunas reglas de criterio diríamos estético que le hagan a uno alcanzar cierto "buen gusto" filosófico [...], al menos se puede ser útil al neófito y descubrirle un secreto de importancia incalculable: que toda filosofía es una filosofía, pero que tiene que presentarse como la filosofía. [...] En una palabra, quien enseña abiertamente un contenido, cuya pretendida validez universal quizá ni siquiera es capaz de cuestionar, compromete ese mismo contenido con la incidencia de su particularidad: contagia a lo general de la individualidad por él representada, y lo que vende como perenne queda marcado por su circunstancialidad transitoria. Esto es sano, me parece, es casi un sucedáneo aceptable de una verdadera lección. Pero los que insisten en enseñar a filosofar, en lugar de en transmitir filosofía, enmascaran de modo mucho más eficaz la parcialidad de sus objetivos, la forzada perspectiva de la que parten: los métodos se desligan con mayor facilidad de la identificación con quien los predica y parecen menos directamente implicados en la rigidez del contenido que acarrean (Savater, 1994: 27-28).

No pretendo entrar aquí en la polémica sobre si se debe enseñar filosofía o se debe enseñar a filosofar, sobre todo porque me parece que no hay que ver estos dos asuntos como excluyentes y, porque me parece que el propio Hegel no se deja enredar, en este caso, en una polémica estéril. Es claro, para él, que ni en este ni en otros casos se deben separar método y contenido. Tan necesario es para el auténtico filosofar el contacto con los productos históricos de la filosofía como lo es para el aprendizaje de la filosofía, como contenido histórico, que éste no se asuma como una doctrina que debe ser aprendida, sino como un motivo a partir del cual despertar el propio filosofar. Lo que pretendo mostrar, más bien, es que, a diferencia de la solución simplista propuesta por Savater, encontramos en Hegel una solución más sugerente y compleja al problema en cuestión, que no opone los términos a la manera de un falso dilema, sino que los conjuga entre sí para comprenderlos en su unidad; y, sobre todo, que Hegel es capaz de ver el problema del aprendizaje y la enseñanza de la filosofía en un contexto más amplio: el del lugar que tiene la formación en la vida humana, el del papel que ésta tiene en relación con la constitución de los diversos saberes, el de la importancia que tiene la filosofía para la formación del individuo como ciudadano y para la formación de una cultura que aspira a una más plena realización.

No se puede abordar adecuadamente el problema de la enseñanza de la filosofía sin elaborar a la vez una concepción propia de aquello en que consiste el filosofar como ejercicio y la filosofía como modo de saber. En tal sentido, Hegel considera que, para que la filosofía pueda cumplir su auténtica función formativa (del individuo, de la ciencia y de la cultura), es preciso que ella se reivindique a sí misma como ciencia, es decir, como un saber con contenido propio y como una actividad seria que requiere esfuerzo y preparación. Dicho reclamo está ya presente en el prólogo a la primera de sus grandes obras filosóficas, la Fenomenología del espíritu. Dice allí Hegel:

[...] es especialmente necesario que la filosofía se convierta en una actividad seria. Para todas las ciencias, artes, aptitudes y oficios vale la convicción de que su posesión requiere múltiples esfuerzos de aprendizaje y de práctica. En cambio, en lo que se refiere a la filosofía parece imperar el prejuicio de que, si para poder hacer zapatos no basta con tener ojos y dedos, y con disponer de cuero y herramientas, en cambio cualquiera puede filosofar directamente y formular juicios acerca de la filosofía, porque posee en su razón natural la pauta necesaria para ello, como si en su pie no poseyese también la pauta natural del zapato. Tal parece como si se hiciese descansar la posesión de la filosofía sobre la carencia de conocimientos y de estudio, considerándose que aquélla termina donde comienzan éstos. Se la reputa frecuentemente como un saber formal y vacío de contenido; y no se ve que lo que en cualquier conocimiento y ciencia es verdad aun en cuanto al contenido, sólo puede ser acreedor a este nombre cuando es engendrado por la filosofía; y que las otras ciencias, por mucho que intenten razonar sin la filosofía, sin ésta no pueden llegar a poseer en sí mismas vida, espíritu ni verdad (Hegel, 1982a: 44-45).

Que la filosofía es, según reza un pasaje del parágrafo 2 de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas, "un modo peculiar de pensar, un modo mediante el cual el pensar llega a ser conocer, y precisamente conocimiento concipiente" (Hegel, 1997: 100) es una de las tesis esenciales de la filosofía hegeliana. Ahora bien, a este modo peculiar del pensamiento no se accede de forma inmediata, ni por el simple ejercicio del sentido común, por cuidadoso que éste sea. Se accede sólo en la medida en que el pensamiento se acostumbra a transitar por su propia esfera, y que es capaz de ocuparse de sí y por sí, y no sólo en orden a la satisfacción de las necesidades inmediatas de la vida. Sólo en la medida en que nos acostumbremos a pensar abstractamente y que nos elevemos al pensar por medio de conceptos es posible aprehender la ciencia filosófica. Para que ello sea posible, sin embargo, no basta con la ocupación inmediata con los productos históricos del filosofar, sino que es preciso familiarizarse con las artes, con las ciencias y con la propia religión, no porque ellas sean en sí mismas un camino seguro hacia el filosofar, sino porque a través de ellas empezamos a participar de esa sustancia espiritual sin la cual el pensar por medio de conceptos queda reducido a mero razonar sofístico.

Tal vez comprendamos mejor esto último si entendemos lo que, para Hegel, significaba la educación. La importancia que tiene la filosofía en la formación del individuo, la ciencia y la cultura sólo resulta comprensible a la luz de su idea de la formación humana, de la educación, como una práctica de universalización. Desde sus tiempos de Rector en el Gimnasio de Nuremberg, Hegel insiste no sólo en la necesidad del estudio de los Antiguos como base de toda cultura superior, sino en la necesidad de no separar materia y forma en la educación, pues no es el mero ejercicio sobre un contenido indiferente el que propicia la formación del individuo, sino que el contenido mismo sobre el que se ejercita el espíritu tiene un valor formativo.

De la misma manera que las plantas -dice Hegel en su primer discurso como Rector del Gimnasio de Nuremberg, el 29 de septiembre de 1809- no sólo ejercitan sus fuerzas reproductoras mediante el contacto con la luz y el aire, sino que en este proceso absorben a la vez su alimento, así también la materia en la que se desarrolla y ejercita el entendimiento y la capacidad anímica en general debe constituir a la vez un alimento. [.] tan sólo el contenido espiritual, que posee valor e interés en y para sí mismo, es lo que fortalece el alma y le proporciona esta apoyatura independiente, esta interioridad sustancial, que es la madre del sosiego, de la sensatez, de la presencia y la lucidez del espíritu. [...] El progreso de la formación no ha de ser concebido como la tranquila prolongación de una cadena, a cuyos eslabones anteriores se conectan los posteriores, [...]. La formación debe poseer una materia y un objeto previos, sobre los que trabaja, a los que cambia y forma de nuevo (Hegel, 2000: 79 y 80-81).

El proceso educativo, en este sentido, no es concebido por Hegel como algo meramente lineal o acumulativo, sino como un ir y venir constantes, como un proceso continuo de pérdida y reconocimiento. La educación misma es, a la vez, conservación y avance; conservación de un contenido espiritual ya existente y avance, como despliegue constante de nuevas posibilidades. Su idea misma de la filosofía como sistema expresa esta idea de formación: el espíritu no avanza por un camino recto superando obstáculos, sino que se desenvuelve al tiempo que se mantiene y se recoge en su unidad.

Un filosofar sin sistema -agrega Hegel- no puede ser nada científico; por lo demás, porque tal modo de filosofar expresa de suyo, más bien, un modo subjetivo de sentir; es él contingente según su contenido. Un contenido sólo se justifica como momento del todo; fuera de éste es una suposición infundada o certeza subjetiva; muchos escritos filosóficos se limitan así a expresar solamente pareceres y opiniones (Cfr. Hegel, 1997: 117).

La educación ha de concebirse, entonces, desde esta perspectiva, no como una simple práctica auto-reproductiva, como una mera transmisión de una generación a otra de ciertos conocimientos o valores, sino como una práctica auto-formativa del espíritu de un pueblo, como una práctica a través de la cual el espíritu llega a saber de sí. Esto, que ya lo señalaba Hegel en sus discursos como Rector del Gimnasio de Nuremberg -que educarse es, ante todo, adquirir un sentido de lo universal-, lo retomará luego en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, en las que afirma:

Lo supremo para el espíritu es saberse, llegar no sólo a la intuición, sino al pensamiento de sí mismo. El espíritu tiene por fuerza que realizar esto y lo realizará. [...] Un pueblo hace progresos en sí mismo, experimenta adelanto y decadencia. Aquí viene la categoría de la educación, [...]. Con la palabra educación no se ha precisado todavía nada sobre el contenido sustancial del espíritu del pueblo. Es un término formal y se construye en general mediante la forma de la universalidad. El hombre educado es aquel que sabe imprimir a toda su conducta el sello de la universalidad, el que ha abolido su particularismo, el que obra según principios universales. La educación es una forma del pensamiento. Más concretamente: la educación consiste en que el hombre sepa reprimirse y no obre meramente según sus inclinaciones y apetitos, sino que se recoja. Gracias a esto da al objeto una posición libre y se habitúa a conducirse teóricamente. Con esto va unido el hábito de aprehender los distintos aspectos en su singularidad y de analizar las circunstancias, de aislar las partes, de abstraer, dando inmediatamente a cada uno de estos aspectos la forma de la universalidad. El hombre educado conoce en los objetos los distintos aspectos; éstos existen para él; su reflexión educada les ha dado la forma de la universalidad. Sabe también dejar que en su conducta se manifieste cada aspecto particular. El ineducado, por el contrario, al aprehender lo principal, puede echar a perder, con la mejor intención, media docena de otras cosas. Por cuanto el hombre educado fija los distintos aspectos, obra concretamente; está habituado a obrar según puntos de vista y fines universales. La educación expresa, pues, esta sencilla determinación: imprimir a un contenido el carácter de lo universal (Hegel, 1980: 69-70).

Resulta evidente, desde esta perspectiva, el papel que cumple la filosofía en la formación del individuo y de la cultura: el de ayudarle a adquirir la forma de lo universal. Es cierto que ella no responde a las necesidades inmediatas de alimento y protección pero, también, lo es que obedece a una necesidad espiritual más fundamental: la de proporcionarle, en consonancia con otras ciencias, una unidad espiritual. Como bien lo sugiere Hegel, no es posible un pueblo culto sin metafísica, pues la filosofía, más que ninguna otra ciencia, constituye el culmen de una cultura que alcanza el más alto grado de conciencia de sí, pues una filosofía no es más que "una época concebida en conceptos".

La idea de la filosofía como la más elevada expresión del espíritu de una época tiene una consecuencia fundamental sobre el problema que nos ocupa: la enseñanza de la filosofía. Si a todo individuo y a toda cultura corresponde un esfuerzo por adquirir un sentido de lo universal, rebajar la enseñanza filosófica o al aprendizaje de un conjunto de opiniones consolidadas o al mero ejercicio del talento filosófico, sin al mismo tiempo dotar a ésta de un contenido sistemático, conduce al error garrafal de querer siempre encontrar algo a costas de no buscarlo en ninguna parte. Esta vana pretensión de aprender a filosofar sin relación con un contenido la equipara Hegel, en su texto Acerca de la exposición de la filosofía en los Gimnasios, con un viajar incesante sin detenerse en ningún lugar. Dice Hegel:

Según la obsesión moderna, especialmente de la Pedagogía, no se ha de instruir tanto en el contenido de la filosofía, cuanto se ha de procurar aprender a filosofar sin contenido; esto significa más o menos: se debe viajar y siempre viajar, sin llegar a conocer las ciudades, los ríos, los países, los hombres, etc.
Por lo pronto, cuando se llega a conocer una ciudad y se pasa después a un río, a otra ciudad, etc., se aprende, en todo caso, con tal motivo a viajar, y no sólo se aprende, sino que se viaja realmente. Así, cuando se conoce el contenido de la filosofía, no sólo se aprende el filosofar, sino que ya se filosofa realmente. [...].
[...] La filosofía contiene los más elevados pensamientos racionales acerca de los objetos esenciales, contiene lo que hay de universal y verdadero en los mismos; es de gran importancia familiarizarse con este contenido y dar cabida en la mente a estos pensamientos. [.].
La filosofía debe ser enseñada y aprendida en la misma medida en que lo es cualquier otra ciencia. El desdichado prurito de educar con vistas a pensar por sí mismo y al propio producir ha oscurecido esta verdad (Hegel, 2000: 139-140).

¿Qué quiere decir Hegel cuando afirma que la filosofía debe ser enseñada y aprendida "en la misma medida en que lo es cualquier otra ciencia"? ¿No es ello, acaso, rebajar el saber filosófico al mismo nivel de otros saberes? ¿No es acaso decir que se ha de enseñar y aprender filosofía de la misma manera que se enseñan y aprenden otras cosas? No necesariamente. Lo que afirma Hegel es que la filosofía debe ser enseñada y aprendida "en la misma medida en que lo es cualquier otra ciencia"; y, ello significa que, por una parte, la filosofía puede y debe tener el estatuto de una ciencia; y que, por tanto y, por otra parte, se debe estudiar con el mismo rigor que se estudian las matemáticas, las lenguas o las ciencias naturales. Con ello no se dice nada con respecto a la metodología de su enseñanza (tema que ciertamente preocupa muy poco a Hegel); sólo se afirma algo con respecto a la profundidad y dedicación con que hay arde aprender filosofía.

Al igual que, para aprender música, parece inconveniente y hasta dañino empezar por ejecutar o componer piezas propias, es preciso ejecutar una y otra vez las más famosas composiciones de los grandes maestros; o, al igual que los pintores se forman a través de imitar una y otra vez a los más importantes pintores; para aprender filosofía, cree Hegel, se requiere de una tradición y de un contenido: el de una ciencia ya configurada que el aprendiz debe percibir como un tesoro del que puede disfrutar al tiempo que forma su espíritu por la adquisición de una disciplina intelectual. Desde esta perspectiva, el aprendiz requiere primero asimilar un contenido dado precisamente porque necesita habituar su pensamiento al trato con los pensamientos universales de todos. Es justo este trato con las ciencias filosóficas el que va moldeando su espíritu; y en ese trato su pensamiento individual adquiere paso a paso la forma de lo universal. En este punto es explícito Hegel:

Las ciencias filosóficas contienen, acerca de sus objetos, los pensamientos universales, verdaderos; ellos son el resultado del producto del trabajo de los genios pensantes de todos los tiempos; estos verdaderos pensamientos sobrepasan lo que un joven no formado puede aportar con su pensamiento, en la misma medida en que aquella masa de trabajo genial sobrepasa el esfuerzo de un tal joven (Hegel, 2000: 141).

Claramente, Hegel está en contravía de toda la pedagogía naturalista proveniente de Rousseau6. No hay nada en la naturaleza ni en el pensamiento inmaduro de un joven que le inclinen hacia el aprendizaje filosófico. Lo único que nos inclina hacia ello es el trato habitual con los pensamientos más universales, precisamente aquello que constituye el contenido mismo de las ciencias filosóficas. Lo propio del aprendizaje filosófico es que éste implica romper con el punto de vista a que nos inclinamos naturalmente y formar hábitos que entran en conflicto con nuestra tendencia a pensar en términos particulares, contingentes y arbitrarios. Sólo cuando el pensamiento se ocupa de sí, cuando hace de él mismo su objeto, se dan las condiciones para un auténtico aprendizaje filosófico.

Ahora se entiende la preocupación de Hegel por el desarrollo de la capacidad para pensar de forma abstracta y su insistencia en la necesidad de romper con nuestras sensaciones inmediatas y nuestras representaciones habituales como condición necesaria para elevarnos hasta el pensamiento en conceptos. Detrás de esta preocupación hay un interés a la vez filosófico y pedagógico: la renuncia al pensamiento especulativo no es sólo un mal síntoma de una época filosófica como la suya (¿qué cosa más absurda puede haber que un pueblo culto sin metafísica?), sino que es un terrible peligro para la educación de la juventud y el futuro de una nación. Tal vez en ninguna otra parte exprese mejor Hegel esta preocupación que en el prefacio a la primera edición de la Ciencia de la lógica, de 1812, donde dice:

La doctrina exotérica de la filosofía kantiana -es decir, que el intelecto no debe ir más allá de la experiencia, porque de otra manera la capacidad de conocer se convierte en razón teorética que por sí misma sólo crea telarañas cerebrales- justificó, desde el punto de vista científico, la renuncia al pensamiento especulativo. En apoyo de esta doctrina popular acudió el clamor de la pedagogía moderna, que toma en cuenta las exigencias de nuestra época y las necesidades inmediatas, afirmando que, tal como para el conocimiento lo primordial es la experiencia, así para la idoneidad en la vida pública y privada las especulaciones teóricas son más bien perjudiciales; y que lo único que se requiere es la ejercitación y la educación prácticas, que son lo sustancial.
Mientras la ciencia y el intelecto humano común trabajaban juntos para realizar la ruina de la metafísica, pareció haberse producido el asombroso espectáculo de un pueblo culto sin metafísica -algo así como un templo con múltiples ornamentaciones pero sin sanctasantórum- (Hegel, 1982b: 35-36).

El pensamiento especulativo es esencial, para Hegel, como el ámbito en que se constituyen un individuo y una sociedad libres. Renunciar a éste, y conformarse con las representaciones habituales de las cosas, sería como retornar a la caverna en que, como nos lo describe bellamente Platón, estamos atados de pies y manos y somos incapaces de mover nuestras cabezas en cualquier dirección distinta a la del muro en que se nos proyectan imágenes prefabricadas. Aprender a pensar especulativamente tiene que ser, considera Hegel, la meta irrenunciable de todo aprendizaje filosófico, no importa el nivel en que éste se desarrolle (Cf. Hegel, 2000: 144-145).

La filosofía es un bien universal al alcance de todos. A nadie se le habrá de negar, y más que nadie los jóvenes requieren de él. La confianza en la ciencia y la fe en la razón, frutos necesarios de una seria y rigurosa enseñanza de la filosofía, son los tesoros más grandes que podemos heredarles. Concluyo, pues, con las palabras finales del discurso con que Hegel daba inicio a su curso académico en Berlín, el 22 de octubre de 1818:

Por mi parte, saludo e invoco la aurora de este espíritu, del cual sólo he de ocuparme, porque sostengo que la filosofía tiene un objeto, un contenido real y este contenido es el que espero exponer a vuestra vista. Apelo sobre todo al espíritu de la juventud, porque ella es la época feliz de la vida en que aún no se ha extraviado el hombre en los fines limitados de la necesidad exterior, en que puede ocuparse libremente en la ciencia, y amarla con un amor desinteresado, en que el espíritu, en fin, no ha tomado aún una actitud negativa y superficial frente a frente de la verdad, ni se ha perdido en indagaciones críticas, hueras y ociosas. Un alma aún sana y pura experimenta la necesidad de alcanzar la verdad en cuyo reino la filosofía habita, el cual funda y del cual participamos cultivándola.
Todo cuanto hay de verdadero, de grande y de divino en la vida, obra es de la idea, y el objeto de la filosofía consiste en aprehender la idea en su forma verdadera y universal. En la naturaleza, la obra de la razón está encadenada a la necesidad; pero el reino del espíritu es el reino de la libertad. Todo cuanto forma el lazo de la vida humana, todo cuanto tiene valor para el hombre, tiene una naturaleza espiritual y este reino del espíritu no existe sino por la conciencia de la verdad y del bien, es decir, por el conocimiento de las ideas.
Me atrevo a desear y a esperar que me será dado ganar y merecer vuestra confianza recorriendo el camino en que vamos a entrar. Pero lo que hoy os pido es confianza en la ciencia y fe en la razón. El amor a la verdad y la fe en el poder de la inteligencia son la primera condición de la indagación filosófica. El hombre debe tener el sentimiento de su dignidad y estimarse capaz de alcanzar las más altas verdades. Nada se pensará demasiado grande ante la magnitud y el poder de la inteligencia. La esencia oculta del universo no tiene fuerza que pueda resistir al amor a la verdad. Ante este amor el universo debe revelarse, y desplegar todas las riquezas y profundos misterios de su naturaleza (Hegel, 1973: 13-14).


Pie de página

1Inmanuel Niethammer, también profesor en Jena, como Hegel, fue nombrado en 1807 como Consejero Escolar Central del Ministerio Bávaro del Interior. A su cargo quedaron, entonces, las reformas de los diversos planes de estudios; entre ellos, por supuesto, los de filosofía. A él presenta Hegel su informe privado "Acerca de la exposición de la filosofía en los gimnasios", de esta misma fecha, que acompaña con la carta cuyo pasaje final cito al comienzo de este texto. Para una presentación más completa de la relación de Niethammer con Hegel en este período de Nuremberg, véase: Ginzo, 2000: 19-30.
2Niethammer le comunica a Hegel, el 26 de octubre de 1808, que ha sido nombrado profesor de ciencias filosóficas preparatorias y, a la vez, Rector del Gimnasio de Nuremberg (unos años más adelante será también Consejero Escolar de la ciudad, lo que lo pone al tanto de toda la actividad docente). Su estadía en Nuremberg se prolongará hasta 1816, año en que retorna a la enseñanza universitaria.
Tal vez convenga recordar aquí, para ayudar a entender mejor el contexto en que se desenvuelve la práctica pedagógico-filosófica de Hegel en Nuremberg, lo que eran los llamados "Gimnasios" en la Alemania de comienzos del siglo XIX. Se trataba de lo que hoy llamaríamos "institutos humanísticos", en donde el trabajo fundamental era el estudio de las lenguas y literaturas clásicas (griega y latina) como preparación para los temas de carácter especulativo e intelectual. Para una explicación sencilla de la organización del sistema educativo alemán por aquellos tiempos, véase: Ginzo, 2000: 21-23. Sobre el modo como entiende Hegel la misión de los gimnasios, véanse sus "Discursos de Nuremberg" (es decir, los discursos que pronunció Hegel como Rector del Gimnasio de Nuremberg), en: Hegel, 2000: 71-130.
3Para destacar la importancia que daba Hegel a este "estudio de los antiguos" como fundamento de los estudios superiores, me permito citar un pasaje del discurso que, como Rector del Gimnasio de Nuremberg, pronunció el 29 de septiembre de 1809. Dice Hegel: "Pero, si aceptamos como válido que en general se ha de partir de lo excelente, entonces la literatura griega de un modo especial, y después también la latina, han de constituir, y permanecer como tales, los fundamentos de los estudios superiores. La perfección y la excelencia de estas obras debe constituir el baño espiritual, el bautismo profano que conceda al alma su primera e imborrable tonalidad y tintura respecto al gusto y a la ciencia. Y para esta iniciación no es suficiente un conocimiento general, de carácter externo, de los Antiguos, sino que nos debemos entregar a ellos de cuerpo y alma para aspirar su atmósfera, sus representaciones, sus costumbres, incluso, si se quiere, sus errores y prejuicios, para familiarizarnos con este mundo, el más bello que ha existido. Así como el primer paraíso fue el paraíso de la naturaleza humana, así éste es el más elevado, el segundo paraíso, el del espíritu humano que se muestra en su naturalidad, libertad, profundidad y serenidad más bellas, tal como la novia sale de su cámara. [...] Creo que no exagero cuando digo que quien no ha conocido las obras de los Antiguos ha vivido sin conocer la belleza" (Hegel, 2000: 78).
4Como medio de contraste, ofrezco a continuación dos pasajes de los citados filósofos en que ellos confiesan cómo y por qué la enseñanza de la filosofía es para ellos un estorbo, o al menos un mal menor, en relación con su ocupación como filósofos: "La intolerable pobreza fue lo que en esta ocasión me impulsó al régimen escolar. Arar la tierra no podía y mendigar me avergonzaba. Así que, incapaz de trabajar con las manos, me sentí impulsado a servirme de mi lengua, volviendo al oficio que conocía" (Abelardo, 1967: 72).
"Desde siempre, muy pocos han sido los filósofos que fueran también profesores de filosofía; y, proporcionalmente, todavía menos los profesores de filosofía que fueran también filósofos. Podríamos decir, en consecuencia, que, al igual que los cuerpos idioeléctricos no son conductores de la electricidad, los filósofos no son profesores de filosofía. En verdad, para el que piensa por sí mismo, esa tarea le estorba casi más que cualquier otra. Pues la cátedra de filosofía es en cierto modo un confesionario público, donde uno hace su profesión de fe coram populo. Además, en orden a la adquisición auténtica de una comprensión fundamental y profunda, es decir, en orden a llegar a ser de verdad sabio, casi no hay nada que sea más contraproducente que la obligación perpetua de parecer sabio, ese alardear de supuestos conocimientos ante unos alumnos ávidos de aprender, ese tener-a-mano respuestas para todas las preguntas imaginables.
Lo peor de todo, sin embargo, es que a un hombre que se encuentre en esta situación, a cada pensamiento que surja en él, le asaltará la preocupación de si se ajusta en efecto a los intereses de su superior. Lo cual paraliza su pensar en tal medida que hasta los mismos pensamientos no osarán surgir más. Porque le es indispensable a la verdad la atmósfera de la libertad. Sobre la exceptio quaefirmat regulam de que Kant haya sido profesor, ya aduje antes lo necesario, y sólo añado aquí que la filosofía de Kant habría sido más grandiosa, más enérgica, pura y bella, si él no hubiese ejercido el profesorado. No obstante, de un modo muy sabio, Kant hizo todo lo posible para separar al filósofo del profesor, puesto que jamás expuso en clase su propia doctrina" (Schopenhauer, 1991: 46-47).
5En la Introducción que hace a su traducción de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas, Ramón Valls Plana, a la vez que muestra cómo se va constituyendo a lo largo de los años esta obra hegeliana, da cuenta de la importancia que tenía la exposición oral de su sistema en la propia elaboración de la filosofía hegeliana. Véase: Valls Plana, 1997.
6Que es un error seguir "la vía de la naturaleza" en el aprendizaje y que, por el contrario, se debe empezar por los pensamientos más abstractos, es una tesis que repite Hegel en muchas ocasiones. Así lo hace explícito, por ejemplo, cuando se refiere al método apropiado para la exposición filosófica en los gimnasios: "[...] constituye un error total considerar como más fácil aquella vía acorde con la naturaleza que comienza por lo sensible concreto y avanza hacia el pensamiento. Es, por el contrario, la más difícil, de la misma forma que es más fácil pronunciar y leer los elementos de la lengua hablada que las letras tomadas individualmente y que palabras completas. Puesto que lo abstracto es lo más simple es más fácil de comprender" (Hegel, 2000: 142).


Referencias

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