SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.32 issue64MESA I LÓGICA Y ÉTICA EN PERSPECTIVA AUTOBIOGRÁFICA author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Universitas Philosophica

Print version ISSN 0120-5323

Univ. philos. vol.32 no.64 Bogotá Jan./June 2015

 

IN MEMORIAM

Luis Eduardo Suarez Fonseca
10 de mayo de 1943 - 21 de octubre de 2014

UNIVERSITAS PHILOSOPHICA se une a los sentidos homenajes que se han realizado y a los que vendrán en conmemoración del deceso de nuestro querido amigo, colega y maestro, Luis Eduardo Suárez Fonseca. Siempre atento y dispuesto a colaborar con nuestro trabajo comunicativo y editorial, Luis Eduardo fue para nosotros un sincero reflejo de una vida verdaderamente filosófica. Como un tributo rendido a su eximia memoria, en esta ocasión presentamos las palabras pronunciadas en sus exequias por uno de sus más cercanos amigos, colegas y alumnos: Alfonso Flórez Flórez; mencionamos su producción académica, registrada en su mayoría en artículos publicados en las revistas Universitas Humanística y Universitas Philosophica, y finalmente, entregamos a los lectores las intervenciones de los ponentes invitados al Homenaje In Memoriam al Profesor Luis Eduardo Suarez Fonseca, que se llevó a cabo el 21 de abril de 2015 en nuestra Facultad. De este acto académico respetamos la organización temática de las mesas y el orden de presentación de los ponentes; además, agradecemos la participación del P. Fabio Ramírez S.J. (Pontificia Universidad Javeriana), de quien no disponemos de documento escrito de su participación en el evento, la cual tituló: "José Celestino Mutis (1732-1808) y la enseñanza de la filosofía en el Nuevo Reino de Granada".

* * *

Treinta y cinco años -la mitad de su vida- corresponde al tiempo que traté a Luis Eduardo Suárez, primero como su alumno, después como su colega, por último, y de un modo más especial, como su amigo, sin que esto último desvirtuara lo primero, pues ya como amigo seguí siendo su colega y nunca dejé de ser su alumno; en una palabra, y como tantos de los aquí presentes, y como muchos más ausentes, siempre fui su discípulo.

Ante la dificultad de trazar un bosquejo de este excepcional ser humano, he de limitarme por necesidad a hacer referencia a algunas notas sueltas de su carácter y de su espíritu, con la conciencia clara de que cada uno de nosotros podría hacer aportes sustantivos a este ensayo desde su propia experiencia personal con Luis Eduardo.

Ya con esto estoy señalando uno de los rasgos más característicos de Luis Eduardo, cual fue la extrema generosidad de su ser, dispuesto siempre a prestarle su colaboración a las personas que lo rodeaban. De aquí resulta el sentimiento que cada uno tenía de ser alguien singular para él, puesto que no escamoteaba recursos de ideas, de libros, de tiempo, a veces incluso de dinero, dentro de las posibilidades escasas de un profesor con responsabilidades familiares que siempre honró. No es tanto la magnitud de la ayuda lo que cuenta sino el espíritu con que se da, espíritu de disponibilidad, de entrega, de liberalidad.

En este respecto, pienso en particular en lo más valioso que tiene el ser humano, que es el propio tiempo, que sobre la base de una férrea disciplina consigo mismo, Luis Eduardo compartió sin restricciones con todos aquellos que se le acercaban, en especial con sus alumnos, después de su adorada familia, la razón de su vida.

Este desprendimiento de sí mismo podía incluso llegar a verse como una cierta dispersión, imagen falsa para quienes lo conocimos, pues su enorme capacidad de lectura y de estudio, aunada a su preclara inteligencia, su facilidad para las lenguas, y la amplitud y precisión de sus conocimientos, hacían que Luis Eduardo fuese un profesor cabal, concreto y económico. Es cierto que en el aula de clase les planteaba a los estudiantes retos constantes para su propia formación, pero esta era su manera peculiar de hacer manifiesta la primera y mayor virtud de un verdadero maestro, la paciencia que no se impacienta de sí misma.

A partir de lo que llegó a ser como profesor, Luis Eduardo se constituyó como una persona autónoma y libre, que siempre contó con el conocimiento, sin hacer del conocimiento un ídolo; que dio lo mejor de sí a instituciones que quiso y que respetó, como la Universidad Javeriana y el Seminario Mayor, sin que ello equivaliera a un declinar las banderas de la sana crítica y de la independencia de pensamiento. Esta actitud la aplicaba primero que todo respecto de sí mismo, verdadero filósofo, buscador de la sabiduría, que nunca sucumbió al autoengaño de estar en posesión de la verdad, sino que, por el contrario, proclamó y propició siempre el estudio constante de los saberes junto con su examen infatigable, lo que de cierto modo lo hacía más afín, más cercano, a los estudiantes que a las autoridades.

Modesto en sus modos personales, ajeno a todo afán de figurar y a la aspiración de honores y de reconocimientos, Luis Eduardo llegó a ser, sin quererlo ni buscarlo, emblema y símbolo de la Facultad de Filosofía de la Universidad Jave-riana. En este triste día despedimos al esposo amantísimo de su esposa María Luz; al padre bondadoso y entregado de sus hijos Mónica, Javier y Diana, y por supuesto del esposo de Dianita, Marcel; al hermano mayor, guía y faro de sus tres hermanas, Rosaura, Nubia y Esther, y de su hermano Libardo. A su familia cercana y al resto de sus familiares les expresamos nuestro profundo sentimiento de abandono y soledad por la partida de este ser humano excepcional que ha sido Luis Eduardo Suárez Fonseca. Con el mayor respeto, empero, les pedimos su anuencia para hacer nuestros sus propios sentimientos, pues hoy también despedimos a un maestro en el sentido auténtico y pleno de la palabra; hoy despedimos una época de nuestra Facultad de Filosofía, un modo de ser, una presencia, una lucidez, una sonrisa.

Luchito, nos vas a hacer una falta inmensa y te vamos a extrañar allí donde el dolor es más hondo, en la cotidiana familiaridad de tu figura lectora en el sofá o en la cama, cuando en casa, y en el día a día de nuestra Facultad, con sus largos corredores ahora vacíos y silenciosos.

Pero Luchito, a nuestro amargo llanto de pesar, se unen cálidas lágrimas de agradecimiento, por todo lo que entregaste, que fue todo, primero a tu hermosa familia, y también a tus amigos, compañeros y alumnos, que también fue todo.

El Señor misericordioso y bondadoso te acoja en su santa gloria y nos dé a nosotros la fortaleza para en tu memoria proseguir el camino que iniciaste.

Amén.

* * *

Suárez Fonseca, L.E. (1991). Sobre juegos y otros divertimentos. Universitas Philosophica, 9(17-18), pp. 117-131.

Suárez Fonseca, L.E. (1989). La filosofía en los primeros escritos de Wittgenstein. Universitas Philosophica, 7(13), pp. 9-30.

Suárez Fonseca, L.E. (1987). Wittgenstein: Sobre la naturaleza de las proposiciones matemáticas. Universitas Philosophica, 5(8), pp. 69-74.

Suárez Fonseca, L.E. (1985). La naturaleza de la verdad matemática. Universitas Philosophica, 2(4), pp. 79-93.

Suárez Fonseca, L.E. (1984). Filosofía-Lógica-Matemática. Universitas Philosophica, 1(2), pp. 65-78.

Suárez Fonseca, L.E. (1981). Las metáforas sobre el lenguaje y la idea de filosofía en Ludwig Wittgenstein. Universitas Humanistica, 14(14), pp. 39-68.

Suárez Fonseca, L.E. (1974). Explicación - Teorización en ciencia. (Notas para una epistemología científica). Universitas Humanistica, 8(8-9), pp. 195-213.

* * *

Homenaje In Memoriam al Profesor Luis Eduardo Suárez Fonseca 21 de abril de 2015

Palabras de apertura

Buenas tardes para todos.

Un afectuoso saludo a los familiares del Prof. Luis Eduardo Suárez, a quienes expreso nuevamente, en nombre de la Universidad Javeriana, nuestras sinceras condolencias y completa solidaridad.

Sentimientos que quiero extender igualmente a los miembros de la comunidad educativa de la Facultad de Filosofía, quienes se vieron iluminados por más de 45 años con la presencia, el trabajo y, ante todo, con el ejemplo de Luis Eduardo.

El desarrollo de las actividades universitarias se focaliza y encuentra su razón de ser en la relación profesor-estudiante, y es en ella en donde la obra de un maestro como Luis Eduardo alcanza su plena significación. Su aporte esencial en la formación de tantos javerianos y javerianas merece un profundo reconocimiento institucional. Se consagra en esta noble función una vida no solo exitosa sino trascendente, capaz de tocar las fibras más hondas de quienes fueron acompañados privilegiadamente en la formación de su interioridad por un maestro sensible, sabio, sencillo y, sobre todo, de una infinita generosidad.

Esta última virtud es una de las que más ha marcado los testimonios que he recibido de diferentes colegas y amigos de Luis Eduardo, quienes la expresan en diferentes categorías lógicas:

  • Un ser humano abierto al diálogo, instrumento esencial en la construcción de comunidad educativa, siendo este un aspecto de un profundo valor para la Universidad Javeriana y para el desarrollo de su proyecto educativo
  • Erudito en múltiples campos de conocimiento, consecuencia de su pasión por la lectura y la discusión ilustrada, lo que le permitió ser punto de referencia en el desarrollo académico y personal de muchos profesores de nuestra institución, quienes recibieron siempre un acompañamiento efectivo y sin afanes de figuración.

He aquí una referencia de lo que significa asumir, con hechos concretos, la responsabilidad de velar por el desarrollo humano y profesional de sus colegas profesores, factor que es de esencial importancia en el compromiso institucional de promover un genuino concepto de cuerpo docente en la Javeriana.

Estos aspectos, unidos a su excelencia docente, a su calidez y a su buen humor, hicieron del Profesor Luis Eduardo Suárez una persona de una inmensa respetabilidad académica, un ejemplo del ideal ignaciano de "ser más para servir mejor" y de quien la Universidad Javeriana se siente plenamente orgullosa.

Ing. Luis David Prieto
Pontificia Universidad Javeriana
Vicerrector Académico

Hoy hace exactamente seis meses, el 21 de octubre de 2014, y más o menos a esta misma hora, dejó de existir un ser magnífico: nuestro profesor, colega y amigo Luis Eduardo Suárez.

Puedo decir con certeza que ha sido el día más triste que haya vivido en la Facultad de Filosofía en los ya casi 30 años que llevo como profesor.

Presentí su muerte desde el día anterior: primero cuando, en horas de la mañana, que fui a visitarlo, me pidió de forma insistente que le dijera al P. Fabio Ramírez que quería hablar con él; después cuando, en las horas de la noche, recibí una llamada de su hija Mónica contándome de los indecibles dolores que padecía.

Madrugué ese mismo día a visitarlo, esta vez en la sala de cuidados intensivos del Hospital San Ignacio, en donde me avisaron de la inminencia de su muerte. Me correspondió comunicar esta terrible noticia a muchos otros miembros de la Facultad de Filosofía, quienes, como yo, la recibimos con la inmensa tristeza de tener que despedir a un gran amigo y con la inmensa alegría de haber participado durante tantos años de su compañía, de su amistad y de sus enseñanzas.

No voy a referirme ahora a los muchos méritos académicos de Luis Eduardo, ni tampoco a sus inmensas bondades personales. Muchos otros lo harán esta misma tarde, y seguramente lo harán mejor de lo que yo mismo podría hacerlo. Quiero referirme a algo más simple, pero también más fundamental: lo que significó Luis Eduardo (o, como muchos le decían "Lucho", o incluso "Luchito") para la Facultad de Filosofía de la Universidad Javeriana.

Puesto que no quiero extenderme en el tiempo que me ha sido concedido, me limitaré a tres rasgos que considero los más destacables: su generosidad con el saber, la inmensa sabiduría expresada en la sencillez de su trato y sus maneras y su presencia siempre constante a lo largo de los años como un pilar esencial de la Facultad.

Todos reconocimos en Luis Eduardo -ya desde las primeras clases que tomamos con él, ya fueran de lógica o de filosofía medieval- a un hombre muy bien preparado: estudioso, dedicado, de unos conocimientos muy amplios y de una gran capacidad para exponer sus pensamientos con una mezcla envidiable de rigor y claridad. En los años que compartí con él el seminario de profesores siempre me pedía hacer el protocolo de sus exposiciones, pues el modo en que iba encadenando un pensamiento con otro, la precisión de sus argumentos y la creatividad de sus ejemplos hacían que resultara un verdadero placer poner por escrito el curso de sus pensamientos. Lucho no solo sabía muy bien lo que enseñaba, sino que enseñaba muy bien lo que sabía. Y ello no por una voluntad a ultranza de claridad pedagógica, sino por una condición más esencial aún: su generosidad con el saber. Le gustaba compartir sus conocimientos con todos los que se le acercaban.

Y no solo en clase. ¡ Qué delicia era pasar un rato por su oficina! Yo lo hice en muchas ocasiones, como alumno y como profesor, y siempre salí profundamente enriquecido. Recuerdo que fue el primero que me invitó a leer la obra de Vigotski o a estudiar algunos asuntos de lógica informal que no se encontraban en los manuales de lógica más usados. Un día, además, me hizo un regalo precioso que aún conservo: una vieja edición de la Introducción a la lógica de Irving Copi, pues con el paso de los años, y por razones filosóficas de diverso orden, mi interés por la lógica se había visto renovado. Muchos seguramente conservamos libros de Luis Eduardo, pues ni siquiera llevaba cuentas de los libros que prestaba, dado que lo realmente importante para él no era atesorar el saber, sino compartirlo con todos.

Con Lucho era siempre rico conversar de filosofía o de otras cosas. De fútbol, de biología, de sus matas, del campo, de su tierra, de su pueblo: Charalá, en el departamento de Santander. Siempre lo hacía con el entusiasmo de un niño a quien le encanta hablar de lo que siente y de lo que vive. Su inmensa sabiduría no se refleja mejor en ninguna otra parte que en su tremenda sencillez. Cuando tomaba su pose de profesor para explicar algo o cuando arqueaba las cejas para cuestionar ciertas tendencias modernizantes que encontraba sospechosas; cuando hablaba de su Atlético Bucaramanga o disfrutaba de una comida compartida con sus amigos; cuando obraba como filósofo y profesor, lo mismo que cuando lo hacía como simple hombre del común, Luis Eduardo era siempre el mismo: un hombre sabio, pero sencillo, que igual podía encontrárselo uno discutiendo la filosofía de Wittgenstein en una sala de seminario o sentado a la vera de un camino disfrutando de un paisaje o en la plaza de su pueblo compartiendo con las gentes de la región. No otra es la razón por la cual nos dolió tanto su partida, pues Lucho era de todos. Los alumnos lo recuerdan porque les hablaba de los enigmas lógicos que su gata resolvía con tanta fruición. Los profesores, la gran mayoría de los cuales fuimos también sus alumnos, recordamos sus intervenciones -a veces pocas, pero siempre certeras- para precisar el sentido de un problema o de una expresión. Las secretarías recuerdan su solidaridad y su capacidad para compartir con ellas de forma espontánea unas onces o un rato de conversación desprevenida.

Luis Eduardo Suárez fue profesor de esta Facultad por más de 45 años. Su interés nunca fue tener una gran figuración. Como hombre sabio y sencillo se preocupó más por las personas concretas que por el reconocimiento público. Por eso mismo su presencia es una constante sin la cual nosotros como Facultad no podemos comprendernos, como no es posible comprender la trama de Cien años de soledad sin la presencia permanente de Úrsula Iguarán. Él siempre estuvo allí: discreto, silencioso, pero siempre firme. Incluso ahora que está ausente su presencia se ha hecho más viva. ¿Cuántas veces, en el curso de estos seis meses, no nos hemos imaginado que de pronto aparecerá para decirnos "Ala, ¿hay reunión esta tarde?"?

El homenaje que hoy le rendimos a la memoria de Luis Eduardo Suárez es, a la vez, una forma más de despedirlo (y despedirlo una vez tras otra es una forma de decirle que no queremos que se vaya nunca); y es también una forma de recordarlo como fue y como lo llevaremos siempre en el fondo de nuestro corazón. A su familia, que hoy nos acompaña, quiero agradecerle por haber compartido con nosotros, con esta Facultad de Filosofía, una persona que es ya parte de su historia.

Diego Antonio Pineda Rivera
Pontificia Universidad Javeriana
Decano - Facultad de Filosofía