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Universitas Philosophica

versão impressa ISSN 0120-5323

Univ. philos. vol.32 no.65 Bogotá jul./dez. 2015

 

Slavoj Žižek presenta a Robespierre. Virtudy Terror
Žižek, Slavoj. (2010).
(Textos seleccionados por Jean Duncange. Trad. J.M. López de Sa y de Madariaga).
Madrid: Akal. ISBN 978-84-460-2833-8. Número de páginas: 256.

doi: http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana.uph32-65.rzpr

Encontrarse con una presentación de Slavoj Žižek (pp. 5-51) a una selección de textos de Maximilien François Marie Isidore Robespierre en pleno siglo XXI, en medio de una democracia rampante quizá, y de la crítica ideológica como herramienta de deslegitimación de cualquier iniciativa a gran escala, es un fenómeno normalizado. Sin embargo, encontrar su nombre asociado a la palabra «virtud» es un acontecimiento, lo cual, de entrada, ya expresa o bien, un dogmático ocioso que dedica su tiempo a la apología del terror; o bien, un intelectual que resignifica el trabajo crítico (p. 7) y, aún más, la crítica ideológica.

Hallar a: Slavoj Žižek presenta a Robespierre. Virtud y Terror, en medio de textos de J. Butler, A. Negri, G. Agamben, entre otros; y, bajo un gran rótulo de archivo: sociología, hace que nos preguntemos ¿qué hace Žižek para estar vinculado a propuestas como las de J. Butler, A. Negri y G. Agamben? o, ¿qué hacen ellos para asociarse con el trabajo del filósofo esloveno? Nosotros optamos por interrogar, tanto el libro como el archivo, bajo la pregunta ¿por qué la presentación de Maximilien Robespierre, hecha por Žižek, sitúa al político francés dentro de la crítica actual a la ideología? Esta interrogación, lejos de ser proyectada desde una pura nada, viene precedida de otra: ¿cuál es la vigencia de Maximilien Robespierre en pleno Siglo XXI?

A lo largo de su texto, Slavoj Žižek persigue el fantasma de Robespierre. Reconstruir las huellas de este, dentro de la política actual, es el proceder metodológico que emplea el filósofo esloveno para mostrar cómo en la base del pensamiento de izquierda o bien, hay una malformación del legado jacobino o bien, hay un brote neurótico que acompaña su recepción. La pregunta que inquiere a cada postulado del pensamiento de izquierda es la siguiente: ¿cómo se está afrontando el «núcleo racional del terror jacobino»? (pp. 9, 15-18).

Responder al legado jacobino no es una tarea fácil para los ideólogos actuales. Pues, por un lado, el pensamiento de izquierda, entendiéndose por este: demócrata, socialista, comunista y social-demócrata, lleva en sus espaldas la piedra de Sísifo que le recuerda "una amarga verdad que debemos respaldar siempre" (p. 8), a saber: que la producción del bien general, en cualquier lugar y momento del tiempo, es terrible. Por otro lado, el ascenso del capitalismo ya es un lugar común en la totalidad del hemisferio; de modo tal que, quienes abrazaron la Tercera Vía, como quien se rinde ante la llegada de su Dios, hoy viven la desacralización de un proyecto cada vez más socio-histórico, impersonal, anónimo e impulsado por un capitalismo global que pretende mostrarse con rostro humano (p. 49). Capitalismo que, tal como lo compartió Žižek con la BBC, a propósito de la condición monetaria de Grecia, es una estrategia de largo plazo que consiste en extender y fingir; en definitiva, dar curso libre a la fantasía capitalista que se alimenta con el terror democrático. Este último opera bajo la dinámica constitutiva de un terror abstracto que se dirige hacia un terror concreto (p. 46) que, curiosamente, fue denominada por los críticos de cualquier pensamiento hijo de la Revolución Francesa como el «núcleo racional del terror jacobino» (pp. 8, 26-28, 32-40). Sin embargo, tras las huellas del fantasma de Robespierre, Žižek encuentra una forma del temido legado jacobino, la cual ya no se sitúa dentro del pensamiento de izquierda, sino que es el núcleo fundacional del neoliberalismo: la institucionalidad que acompaña toda democracia. Esta nueva forma del «núcleo racional del terror jacobino» opera bajo la trampa totalitaria de lo constatativo y lo performativo (p. 27), es decir, bajo la imposición del bien general a través de un acto que deja de ser performativo (por ejemplo: la votación), para tornarse constatativo (conocer la voluntad pública/ la voz de Dios).

A la hora de responder al legado jacobino, estas dos tensiones están presentes y constituyen el fundamento de una práctica sintomática de la ideología actual; se trata del descentramiento del «yo» en beneficio de una coparticipación del «nosotros» con el porvenir, el cual excede la individualidad de la existencia y se proyecta como salvación (pp. 13-16, 49). Al respecto, el filósofo esloveno reconstruye los matices de la práctica sintomática. Por un lado, encuentra que la vida concreta se descentra entre su compromiso factico, es decir, la responsabilidad autónoma del acto, y una legalidad que deviene histórica. Ejemplo de ello es la retórica mesiánica del "Che" Guevara, quien manifiesta no interesarle una posible desaparición de la isla cubana a manos de los Estados Unidos, pues su pueblo está unido y dispuesto a morir por la causa (p. 21); una causa que es, de inicio a fin, una descentralización de la subjetividad a partir de una voluntad velada. Por otro lado, Slavoj Žižek reconstruye la postura bivalente del «anti-humanismo teórico». Este considera al hombre, en un primer momento, como un ser sujetado a la ideología y a la máquina capitalista que corroe su autonomía. Sin embargo, poco después, lejos de vincularnos bajo este presupuesto, vivimos la presencia del hombre con nostalgia y un sentimiento rememorativo: la vieja autonomía y heteronomía (pp. 15-16) que acompañó el esplendor de lo humano.

Ahora bien, cabe preguntarnos, ¿qué revela la práctica sintomática de la ideología actual? Haciendo uso de la jerga psicoanalítica, en especial, de los trabajos de Jacques Lacan, Žižek devela como fondo de la práctica sintomática, un «yo» asediado por su descentramiento y el auge de las teorías del sujeto, las cuales, en su recepción del legado jacobino, tienden, o bien a borrar el sujeto que toca lo Real con su acción, de modo tal que la inhumanidad que habita al sujeto sea negada; o bien, a una proyección de lo Simbólico sin necesidad de subjetividad existente. A fin de cuentas, este asedio del «yo», en términos más fundamentales, es el carácter prescriptivo y normativo de las distintas formulaciones del terror jacobino. Así, por un lado, encontramos que las teorías del sujeto, las cuales le otorgan el papel fundador de la totalidad a lo real, vuelcan al «yo» entre una acción constituida y una acción constitutiva (pp. 33-34) de la cual este es una imagen. Por otro lado, están las teorías que lo sitúan de manera bivalente: humano-inhumano; desligan de su acción prescriptiva una incidencia entre el cuerpo social estructurado y la parte de ninguna parte (p. 37). En consecuencia, este sujeto siempre se encuentra inmerso en una dialéctica de la necesidad.

Llegados a este punto es conveniente retomar la pregunta fundamental con la cual abrimos nuestro texto, a saber: ¿cuál es la vigencia de Maximilien Robespierre en pleno siglo XXI? Según lo expuesto, las formas políticas que ha tomado el temido «núcleo racional del terror jacobino» que aparece en el horizonte público y como modelo de poder a partir de los discursos que Robespierre pronuncia en la Asamblea, se centran, categorialmente, en la revolución como virtud y terror (p. 7). Sin embargo, esta afirmación, lejos de mantenerse en su ambigüedad, entre la figura de Robespierre y su destino, fue eje angular de interpretación, tanto por el pensamiento radical que buscaba una continuación de su proclama en la dictadura del proletariado, como por los detractores de la Revolución Francesa. Ahora bien, ¿cuál es la actualidad de esta afirmación? El filósofo esloveno ha mostrado las vertientes políticas que surgieron a partir de una torsión del legado jacobino. Entre estas encontramos: (i) «virtud y terror», haciendo énfasis o bien, en la virtud y desechando el terror; o bien, tal como lo hacen los radicales, en el terror y la virtud como un algo que la acompaña. La primera es ejecutada por los hombres y la segunda por la divinidad; de modo tal que, a partir de un imaginario de divinidad se legitima el terror, y este último se produce en la realidad a propósito de un Gran Otro que cohabita en lo Real. En otras palabras, se acepta la experiencia del terror pero, no su culpa (p. 43). (ii) «virtud o terror», en donde se resalta el papel de la virtud, y se hace de los izquierdistas un partido de moralistas y una asociación del olvido. Esta afirmación moralista constituye la proclama del totalitarismo de los «nadie», en donde la acción apela a una justificación como meta-acción en el momento en que su carácter de acontecimiento quiebra con el horizonte de la realidad y se acerca a lo Real. (iii) «Humanismo o terror», que eleva lo "humano" al término de lo virtuoso, hasta el punto de rechazar el terror revolucionario a la luz de una presencia divina: justicia divina. En esta forma, se intenta rescatar lo humano a partir de su negación, no hay espacio para la parte constitutiva del ser-con-el-otro de lo humano, a saber, la ambigüedad y el anclaje de diferenciación de la acción.

No obstante, la inquietud de Žižek, lejos de cercarse en una genealogía de las formas políticas robesperrianas, radica en la categoría «Acto» como acción paradójica, tal como queda enunciada por Maximilien Robespierre en su discurso ante la Asamblea y su ejecución. En Robespierre la acción se encuentra fracturada desde el momento de su formulación, hasta sus múltiples intentos de formalización por partes de sus herederos, quienes hacen de esta un algo que debe apelar a un más allá: posible espacio de autorización y justificación. Este carácter paradójico de la acción le permite al filósofo esloveno situarla «tocando lo Real» -en términos lacanianos- y en constante hostigamiento por parte de un régimen social y político dominante que, mediante formas/parámetros, la justifican causalmente en beneficio de su olvido como acontecimiento. De ahí que releer a Robespierre sea repensar una forma de terror emancipatorio; la cual, como terror, implica "asumir el riesgo de respaldar decisiones colectivas a gran escala" (p. 49) y, como emancipación, afronta la responsabilidad formal y paradójica de la acción, que no deja el ámbito de legitimidad a una exterioridad totalmente otra, sino que la comprende como extimidad, siempre siguiendo una ética psicoanalítica del apropiamiento y el cuidado de sí.

Estructuralmente, el terror emancipatorio está constituido por una justicia igualitaria en la que "todo el mundo debe pagar el mismo precio en términos de renuncias, esto es, habría que imponer a escala mundial las misma normas per cápita de consumo de energía, emisión de dióxido de carbono, etc." (p. 47); el terror, como "castigo implacable de cuantos violen las medidas protectoras impuestas, incluyendo severas limitaciones de las «libertades» liberales" (p. 47); el voluntarismo como la única forma de afrontar problemáticas mundiales, lugar de las "decisiones colectivas a gran escala que irán contra la lógica inmanente «espontánea» del desarrollo capitalista" (p. 47). Y, finalmente, la confianza en el pueblo en donde se tiene la convicción de que "la gran mayoría apoya esas severas medidas, las entiende como propias y está dispuesto a participar en su puesta en vigor" (p. 48).

En suma, el trabajo de Slavoj Žižek permite repensar las formas ideológicas actuales a partir de un uso interdisciplinario de la filosofía como caja de herramientas y del psicoanálisis como tamizador de las estructuras nacientes en la subjetividad que se encuentran operando, de modo versado y legítimo, en el orden de lo objetivo. Si bien, el trabajo de S. Žižek en Robespierre. Virtud y Terror es una presentación a una antología de Robespierre, el filósofo esloveno coloca al político francés dentro de los debates actuales de la crítica ideológica en el momento que devela, tanto las formaciones robesperrianas que se encuentran en la base de la política actual, como la sospecha metodológica de Robespierre por puntualizar la revolución como virtud y terror y, a partir de esto, ver los hábitos retóricos trascendentales que aún habitaban en el acontecer revolucionario. Así mismo, lejos de ser un dogmático ocioso que dedica su tiempo a la apología del terror, Slavoj Žižek afronta, reconstruye y reformula el papel del «terror» dentro de los núcleos racionales de la historia, no como una invitación guerrerista y de guerrillas, sino como forma política que adquiere un determinado contenido a la luz de la ideología.

La antología que sigue a la presentación de Žižek, realizada por Jean Duncange, está dividida en dos grandes partes. Primera: Robespierre en la Asamblea Constituyente y en el Club de los Jacobinos y, segunda: en la Convención Nacional.

Rafael Andrés Rodríguez Hoyos
Pontificia Universidad Javeriana
rafael.r.hoyos@gmail.com