SER ALUMNO DE MANUEL DOMÍNGUEZ MIRANDA

Juan Fernando Mejía Mosquera
Pontificia Universidad Javeriana
jfmejia@javeriana.edu.co

Manuel Domínguez llegaba siempre puntual a su salón, ubicado al final del corredor en la casa de la filosofía. Todos sabíamos que era su salón porque solamente en ese había un atril móvil de madera, una pieza de mobiliario que hoy día no existe en ningún salón de la Universidad. En algunas aulas encontramos algo parecido, pero se trata de un podio que puede darle a la clase un aire de declaración oficial o de cierta solemnidad. Tener un podio obliga a que uno tenga que quedarse quieto en un punto, y supone que el texto es, en buena medida, la clase. El atril de 'Manolo' era distinto, era como una herramienta, tenía un aire a escalera de albañil, y 'Manolo' lo ubicaba de tal manera que no obstruyese la vista de los alumnos sentados frente al tablero, que en 1988 todavía era de color verde, y en el que, con tiza blanca, su peculiar caligrafía hacía énfasis en términos o en bibliografía; nunca lo usaba mucho, de manera que cuando salía del salón él seguía tan elegante y bien puesto como había entrado. No se ensuciaba.

'Manolo' llegaba con su clase escrita en unos apuntes exhaustivos y minuciosos. La mayor parte del tiempo los leía, con pausas para inscribir una anotación en el margen, una corrección a sí mismo de la que se beneficiarían los alumnos del próximo curso. 'Manolo' nos dirigía la mirada a todos, pero desde los asientos, tan abajo, sus gafas no siempre dejaban ver sus ojos azules.

La clase de Filosofía contemporánea 'Manolo' la iniciaba en Hegel y la llevaba hasta los últimos desarrollos del marxismo, la escuela de Fráncfort y algunas pinceladas de filosofía analítica anglosajona, siempre con la ayuda de comentaristas que escribían en nuestra lengua. Además, en su programa tenía un capítulo sobre América Latina. Muchas cosas pasaron para sus alumnos en ese curso pero, como siempre en filosofía, y como siempre con 'Manolo', uno necesitaba varios años para entender lo que había sucedido.

De ahí la importancia de los otros espacios en que siempre fue posible seguir aprendiendo de 'Manolo'. El mejor de todos era almorzar con él. En esos espacios, durante los siguientes 25 años, pude darme cuenta de qué era lo que 'Manolo' me estaba enseñando: hablar y escribir en español; hablar como respuesta a interpelaciones eternas, básicas, según se encarnan en problemáticas actuales, con apoyo en fuentes de toda la tradición y de todos los orígenes; hablar y escribir en nombre propio; preguntar por las evidencias de pensamiento filosófico en América Latina y discutir las asumidas como intocables respecto a su historia y a su evolución. Aprendí y fui entendiendo en cada conversación.

Poco a poco, la enseñanza de 'Manolo' se convertía en señalamiento de tareas futuras. "Tienes que formarte, investigar, publicar. Usar lo que sabes para el gran proyecto de la Biblioteca Virtual del Pensamiento de Filosófico en Colombia", me decía. Por eso, ser alumno de 'Manolo' es estar invitado a trabajar en su proyecto. Al respecto, basta decir que en el tiempo de mi carrera académica el lugar y la importancia de la filosofía hecha en Colombia ha cambiado totalmente en el mundo universitario y filosófico colombiano; de interés marginal ha pasado a trabajo prioritario. 'Manolo' Domínguez es uno de los responsables más importantes de esta mutación de nuestra academia. Pero lo más importante es que en ese camino de cambios académicos, los que tuvimos la fortuna de estar a su lado y de seguirlo aprendimos a ser personas mejores.