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Lingüística y Literatura

versión impresa ISSN 0120-5587

Linguist.lit.  no.65 Medellìn ene./jun. 2014

 

¿ES POSIBLE REESCRIBIR UNA HISTORIA DE LAS LITERATURAS LATINOAMERICANAS EN EL CONTEXTO DE LOS ESTUDIOS CULTURALES?*

IS IT POSSIBLE TO REWRITE A HISTORY OF LATIN AMERICAN LITERATURE IN THE CONTEXT OF CULTURAL STUDIES?

 

Alfredo Laverde Ospina

Universidad de Antioquia, Colombia, alfredolav@yahoo.es.


 

Resumen

Este estudio se propone establecer una lectura crítica de algunas de las teorías conocidas como estudios culturales. En primer lugar, se discute su carácter hegemónico en el contexto académico actual de América Latina y, paso seguido, se polemiza en torno a su rechazo de la crítica literaria y su tradicional énfasis en el valor estético. La argumentación está dirigida a una resemantización de la historia de la literatura, el papel de la estética y la recuperación de la tradición de los estudios lite-rarios en el continente, junto con lecturas comparativas de conceptos de los estudios de la subalternidad, el postmarxismo, el psicoanálisis y la crítica y teorías literarias latinoamericanas.

Palabras clave: síntoma, significante, frontera, desplazamiento discursivo.


 

Abstract

This study proposes to establish a critical reading of some of the theories known as cultural studies. In the first place, it argues their hegemonic character in the current academic context of Latin America and, next, it polemicizes about their rejection of the literary criticism and their traditional emphasis in the aesthetic value. The argumentation is headed to a resemantization of the history of the literature, the paper of the aesthetics and the recovery of the tradition of the literary studies in the continent, along with comparative readings concepts such as subaltern studies, post-Marxism, the psychoanalysis and criticism and literary Latin American theories.

Keywords: Symptom, Significant, Border, Discursive formation.


 

A Susana Zanetti,
generosa maestra, gran amiga

[...] esas prácticas de alta literatura retienen con todo cierta posibilidad parcial de expresión de historicidad en la medida en que representan una clase específica de performatividad sociocultural.

Alberto Moreiras

 

1. ¿Cisma, conflicto o desplazamiento?

El actual conjunto de prácticas rotuladas bajo el nombre de estudios culturales tuvo su origen en la Escuela de Birmingham con los trabajos de Edward P. Thompson, Raymond Williams, Stuart Hall y Richard Hoggart. Su principal vocación fue el estudio de la cultura inserta tanto en la política y la economía como en la historia y la sociedad. En general, se entendió a la cultura como un sistema de prácticas sociales, o trama socio-ideológico-política, junto con la consideración de la literatura como un sistema diferenciado. Esta diferenciación, no obstante, no implicaba el divorcio entre la textualidad de lo artístico y la heterogeneidad de lo literario, sino que reiteraba las propiedades intrínsecas del lenguaje de las producciones estéticas y su batalla del «valor», tanto en las fronteras como en el interior de los campos especializados. Asimismo, se deben resaltar los trabajos realizados por Williams y Hall en el contexto del marxismo continental (Gramsci y Althusser) en relación con los conceptos de «hegemonía», lo dominante, lo emergente y lo residual, junto con la redefinición de lo popular, lo periférico, lo subalterno, etc. (Richard, 2010: 69-70). De acuerdo con la profesora Nelly Richard, el aporte fundamental de la Escuela de Birmingham es el reconocimiento del papel activo de la cultura en los procesos sociales en oposición al reduccionismo economicista del marxismo clásico.

En la actualidad, debido a que este campo de trabajo se compone de una multiplicidad de metodologías y objetos de estudio provenientes de diferentes ámbitos, no es posible abarcar toda su complejidad con una denominación tan genérica como la de «estudios culturales». Asimismo, es evidente que esta atomización de los estudios culturales iniciados en la Escuela de Birmingham, en el ámbito latinoamericano, ha tenido diversos resultados: por un lado, la aparición de posturas eminentemente latinoamericanas como el decolonialismo, en cuanto expresión del denominado postoccidentalismo, y, por otro, lo que, desde 1996, el crítico Alberto Moreiras ratificó en la reunión de la Asociación Brasileña de Literatura Comparada (ABRALIC) en términos de «sustitución» del «aparato de los estudios literarios» por el «aparato académico denominado estudios culturales», además de confinar a los primeros en una posición que, en adelante, se denominará subalterna. En consecuencia, se ha efectuado una reestructuración del poder académico y la redistribución del capital simbólico (Richard, 2010: 73-74), con el consecuente menosprecio tanto de la crítica como de la historia, la historiografía literaria latinoamericana y, por supuesto, la teoría. Sin embargo, de acuerdo con la profesora Richard: «Algunas de las disputas en torno a los estudios culturales en América Latina han resultado, en sus intervenciones y bifurcaciones críticas, más interesantes que el relevamiento canónico de sus definiciones de contenidos obsesionadas con la estandarización académica» (2010: 75).

De lo dicho hasta aquí se colige que entre los estudios culturales, no ya del ámbito inglés sino los provenientes de la academia estadounidense y la crítica cultural -en la que evidentemente se inscriben los estudios literarios que ocuparon a los latinoamericanos durante mucho tiempo-, no es posible establecer una línea de continuidad puesto que, si los estudios culturales giran en torno a la cultura y al rechazo de lo culto, central y hegemónico, la crítica cultural en el ámbito latinoamericano siempre ha estado ligada al papel de los intelectuales en la sociedad, así como con «el funcionamiento del poder y las instituciones, el lugar del subalterno, la relación entre el centro y la periferia, la alta cultura y la cultura popular; la naturaleza de las prácticas sociales y el estudio crítico de lo canónico» (Lazzara, 2009: 60). A lo anterior habría que reiterar el hecho de que los estudios culturales son la denominación de una multiplicidad de tendencias cuyos orígenes y fines políticos varían, aunque, desafortunadamente, dicha variación, en el traspaso del Norte al Sur, ha terminado por compartir la repulsa del papel del intelectual como figura central en la reflexión teórica y cultural, así como la oposición a cualquier tipo de legitimidad, en cuanto performatividad sociocultural, tanto de la alta cultura como de la hegemonía y lo canónico.

De acuerdo con Nestor García Canclini, una de sus más grandes falencias es la falta de una constante reflexión teórica y epistemológica, al punto de hacerles correr el riesgo de convertirse en «una ortodoxia fascinada por su poder innovador» (1997). En primer lugar, la ausencia de dicha reflexión ha evitado el necesario enfrentamiento con los «puntos teóricos ciegos» y las inconsistencias epistemológicas que han surgido como efecto del transitar entre las fronteras de las disciplinas y las culturas. En consecuencia, ante la seriedad de la problemática propuesta, el teórico argentino concuerda con Fredreric Jameson cuando afirma que: «El deseo llamado estudios culturales es tal vez más abordable política y socialmente como el proyecto de constituir un bloque histórico que, teóricamente, como fundamento de una disciplina novedosa» (1993: 93).

Por su parte, contrario a lo que se afirma a propósito de las tendencias agrupadas bajo la etiqueta de «estudios culturales», íntimamente ligada con una tradición del pensamiento latinoamericano, la «crítica cultural» ha tenido en los estudios literarios uno de sus más fecundos campos discursivos en la producción de pensamiento latinoamericano, teniendo como uno de sus más efectivos aliados al valor estético. Al respecto, encontramos las reflexiones teóricas realizadas por Sarlo (1997) y Richard (2001), entre muchos otros. Esto se explica, en últimas, por el hecho de que si bien los teóricos latinoamericanos que escriben «desde» América Latina1 coinciden en su filiación con los estudios culturales de la Escuela de Birmingham, junto a la Escuela de Frankfurt, la semiótica y los estudios literarios, así como una filiación con el pensamiento althusseriano y gramsciano del marxismo, los desacuerdos empiezan a hacer su aparición cuando se retoman los problemas concernientes al predominio de una concepción antropológica de la cultura (Sarlo, Richard), el relativismo de los fines de los estudios culturales en torno a un compromiso político que, aunque se ha definido como inherente a ellos, se ha ido desdibujando, así como el rechazo rotundo de prácticas culturales y estéticas provenientes de la élite, esto sin contar con la desestimación de categorías marxistas vigentes en el ámbito latinoamericano como clase social, dependencia, etc.2

 

2. Estudios literarios vs. estudios culturales

La multiplicidad de tendencias que abarca la denominación "estudios culturales", cada una con su objeto y método junto con sus peculiares cruces de frontera disciplinar, ha irrumpido en el ámbito académico latinoamericano con tal fuerza que pareciera haber inaugurado los estudios de esta naturaleza en el continente. Sin embargo, tal como lo han manifestado en innumerables ocasiones teóricos como Néstor García Canclini, Jesús Martín Barbero y Hugo Achugar, entre otros, sobre todo desde las década de los noventa, junto con la recuperación del papel de la crítica literaria en relación con el valor estético de la obras estudiadas, es evidente que este tipo de estudios ha sido el objeto de la ensayística continental desde los siglos XIX y XX. De igual manera, la reflexión estética y la necesidad de recuperar a la crítica literaria no tienen las mismas consecuencias políticas en América Latina que en Norteamérica y Europa, pues es evidente la multiplicidad de fuentes de las que ha bebido en la primera, junto con el carácter periférico de la producción literaria. Esto puede ratificarse a partir de lo planteado por George Yúdice en relación con el énfasis en las ciencias sociales de los estudios literarios latinoamericanos y el hecho incontrovertible de que «las bases de la cultura hegemónica nacional descansan en lo popular», junto a la evidencia de que la escritura literaria ha ido ganando terreno en las prácticas de deconstrucción y reconfiguración de la cultura nacional por parte de las minorías y grupos subalternos, mientras los estudios culturales del norte se consolidan en torno al paradigma de la llamada política de representación (Yúdice, 1993).3

A este sentido es al que apunta el epígrafe extraído del libro Tercer espacio, literatura y duelo en América Latina (1999) de Alberto Moreiras, para quien la literatura, más allá de una potencialidad liberadora de la identidad nacional, en cuanto un primer espacio, o la imitación como efecto de la postura «subalterna», en relación con la «hegemonía cultural metropolitana» como segundo espacio, se constituye en un tercer lugar a modo de «práctica de residuo», en calidad de una «práctica de pensamiento y expresión que resiste tanto a la imitación cultural como a cualquier tipo de reacción identitaria entendida como la práctica del entre pensar poético y teoría». Es decir, «los textos pueden ser pensados como intervenciones de amplio rango estético y político». De ahí que Moreiras defienda el estudio de las obras que integran el canon literario, no ya como fuentes privilegiadas para la emancipación cultural del continente o su autoafirmación endógena, sino de la interpretación cultural del continente que se constituye en la expresión, si bien parcial de historicidad, al menos no se puede negar que sea una forma sui generis de «performatividad sociocultural » (1999: 8).

En franco rechazo a la imposición de unos conceptos, metodologías e, incluso, temáticas, provenientes de los ámbitos académicos ajenos a las lógicas latinoamericanas,4 en el Diccionario de estudios culturales latinoamericanos, publicado en México por Siglo xxi Editores y el Instituto Mora en 2009, se defiende la tradición de los estudios inter y transdiciplinarios que han caracterizado al pensamiento latinoamericano desde mediados del siglo xix y todo el siglo xx . Es así como en la «Presentación», estudio introductorio del diccionario, al referirse a los orígenes de los estudios culturales en América Latina, encabeza el listado de cuatro fuentes la tradición ensayística latinomericana. A propósito se cita a Alicia Ríos, para quien la ensayística mencionada debatió temas capitales como «las cuestiones de lo nacional y lo continental, lo rural y lo urbano, la tradición contra la modernidad, memoria e identidad, subjetividad y ciudadanía y, especialmente, el papel de los intelectuales y las instituciones en la formación de discursos y de prácticas sociales, culturales y políticas» (Szurmuk-Mckee Irwin, 2009: 12). A propósito de este diccionario, comenta García Canclini que es de enfatizar el que se «analicen los movimientos de circulación del saber entre norte y sur de las Américas» y, por ello logra «representar mayor diversidad de perspectivas». Igualmente, su mayor mérito es «seguir, a propósito de muchos términos, las condiciones sociales distintas de producción intelectual en Estados Unidos y América Latina» (García Canclini, 2010: 27-28).

Como se puede evidenciar en el párrafo anterior, se afirma la existencia de una tradición de los estudios culturales en América Latina, incluso antes de su aparición en otros ámbitos académicos y, aunque no lo fuera, se explicita una tradición propia en este tipo de estudios.5 Esta postura, si bien ha sido polémica, se puede interpretar como respaldo a la siguiente protesta de Achugar:

El marco teórico de los estudios poscoloniales que intenta construir un supuesto nuevo lugar desde donde leer y dar cuenta de América Latina no sólo no toma en consideración toda una memoria (o un conjunto polémico de memorias) y una (o múltiples) tradición de lectura, sino que además aspira a presentarse como algo distinto de lo realizado en nuestra América. Pero ese «nuevo» marco teórico se ha llamado de múltiples modos en América Latina, se ha llamado pensamiento latinoamericano y ha estado, para bien o para mal, detrás de la discusión que por lo menos desde Andrés Bello hasta nuestros días recorre el debate latinoamericano. (1998: 214)

 

3. ¿Reemplazan los estudios culturales a la crítica literaria?

Al leer algunas de las publicaciones hechas desde 1996,6 por mencionar una fecha emblemática de una polémica aún no terminada, se evidencia la preocupación ante el abandono de una tradición de los estudios literarios y de la crítica cultural latinoamericana, que se caracterizan por constituir un lugar de enunciación respaldado no solo por la «ubicación geo-cultural» o «geo-ideológica-cultural», sino con antecedentes de múltiples memorias que pueden ser llamadas Guaman Poma de Ayala, Atahualpa, el Inca Garcilaso, Bolívar, Artigas, Martí, Hostos, Mariátegui, Torres García, etc. Así lo afirma Achugar, haciendo eco del trabajo de Walter Mignolo en relacion con la «semiosis colonial», pero, sobre todo, en la defensa de una «hermenéutica pluritópica» en que se enfatizan las «tensiones existentes entre la inscripción epistemológica del sujeto en una determinada estructura disciplinaria y su inscripción hermenéutica en un contexto social en el cual su etnia, su sexo o su clase social entran en conflicto con las normas y las convenciones del juego disciplinario» (Mignolo: 2005).

En el mismo documento citado, Walter Mignolo, al referirse al desplazamiento del concepto «literatura colonial» por «discurso colonial», realizado por Peter Hulme en 1986, lo define como un cambio afortunado para los estudios literarios en la medida en que ha permitido la inclusión de múltiples manifestaciones culturales. Por un lado, posibilitó la ampliación de los criterios del canon de la literatura colonial y, por otro, pero aún más importante, se relativizó el concepto de literatura. En este sentido, cuestiona la tendencia a denominar «literatura» a las producciones amerindias tanto orales como sus reproducciones escritas; paso seguido, afirma:

La negación de cualidades «literarias» a la producción discursiva amerindia no es, por cierto, un juicio de valor negativo, ni tampoco una sugerencia de su inferioridad cultural. Las cosas hubieran sido vistas así, sin duda, por parte de los letrados europeos del período colonial. Pero, claro está, no sería cómodo para nosotros seguir viendo las cosas de la misma manera. Por eso es importante modificar los criterios mediante los cuales reconocemos o categorizamos la «literatura» y, sobre todo, verla como una práctica regional y europea, más que como un universal de la humanidad a la cual todas las culturas deben aspirar. Significa, en cambio, reconocer que «literatura» es un concepto regional, culturalmente dependiente y no un universal de la cultura (Mignolo, 2005).

En lo que concierne a los estudios literarios y su relación con los estudios culturales, la polémica aludida arriba se refiere a la importancia de retornar a las funciones de la crítica literaria que, por un momento, le cedió a la reflexión sociológica gran parte de su terreno. De acuerdo con Beatriz Sarlo:

Los estudios culturales tienen una legitimidad que me parece obvia. Sin embargo, quisiera detenerme brevemente en los motivos por los cuales los estudios culturales no resuelven los problemas que la crítica literaria enfrenta. Con la disolución de la crítica literaria dentro de los estudios culturales no se responde a las preguntas que enfrentamos como críticos literarios, y los problemas no se desvanecen en el trance de nuestra reencarnación como analistas culturales (2000: 235).

Es evidente que los estudios culturales tienen en su haber la reflexión en torno al todo social, entendido en términos de cultura; no obstante, Beatriz Sarlo enumera, al menos, tres aspectos fundamentales en relación con la cualidad específica del texto literario, tales como la literatura y la dimensión simbólica del mundo social, las cualidades específicas y su carácter estético (no necesariamente institucional) y, por último, los diálogos entre discursos literarios y sociales. En términos generales, la estudiosa argentina centra su interés en el valor estético de lo literario como un asunto que le concierne a la crítica literaria de cualquier orientación política y reafirma algo que, para los estudios culturales, parece estar superado: la diferencia de los textos. Es así como, haciendo tabla rasa, en el contexto del problemático y ambiguo campo de los estudios culturales, a la postre determinan que «la igualdad de los textos equivale a la supresión de las cualidades que hacen que sean valiosos» (2000: 235).

La negación de este aspecto de los estudios literarios en los estudios culturales parece encontrar su más fuerte argumento en la concepción del arte en que se debate la dicotomía de alta y baja literatura, arte hegemónico y heterogéneo, popular y culto, dominante y subalterno. En este sentido, las diversas posturas adoptadas por los teóricos que se han ocupado del tema oscilan entre la defensa de una tradición artística no solo literaria -aunque esta pesa más en sus reflexiones, que históricamente se ha ocupado de la reflexión estética y política en torno a la identidad latinoamericana-y la construcción de discursos interpretativos nacionales y continentales que, desde sus circunstancias históricas, han contemplado no solamente los discursos hegemónicos (criollos y eurocéntricos) sino que por su naturaleza sociohistórica indefectiblemente integran a los sectores marginales en los llamados «entre lugares».

Se debe resaltar que estos «entre lugares» se evidencian en el análisis de obras literarias y artísticas consideradas centrales en la tradición literaria del continente, tal como lo plantea Moreiras en relación con Borges y Lezama Lima, pues dichas obras ya no se constituyen en una interpretación privilegiada de América Latina, sino en una de las muchas que se puedan encontrar en la producción cultural del continente con dos aspectos por realzar:

1. Se construyen bajo los parámetros de lo estético e institucional: en la reelaboración de las concepciones estéticas hegemónicas metropolitanas. Es decir, están regidas por una concepción de lo literario que debe ser colegido en la obra misma;

2. Es evidente la importancia que tiene el concepto de «sujeto migrante» propuesto por Cornejo Polar, pues este ratifica las denominadas tensiones entre la inscripción epistemológica del sujeto en una determinada estructura, ya no disciplinaria como lo ha planteado Mignolo, sino textual y la inserción de la interpretación de un sujeto «ajeno» al sistema predominante y que se constituye en la lectura emblemática de la diferencia o la alteridad.

En este sentido, Cornejo Polar, en 1996, en su texto Heterogeneidad no dialéctica: sujeto y discursos migrantes en el Perú moderno, afirma que al caracterizarse el «sujeto migrante se debe evitar la perspectiva que hace de este un "subalterno sin remedio, siempre frustrado, repelido y humillado" y a su vez escapar de estereotipos celebratorios, pues el triunfo y la nostalgia no son términos contradictorios para el migrante» (Cornejo Polar, 1996: 840). En general, la hipótesis central de Cornejo Polar, contraria al concepto de transculturación, es que el: «[...] discurso migrante es radicalmente descentrado, en cuanto se construye alrededor de ejes varios y asimétricos, de alguna manera incompatibles y contradictorios de un modo no dialéctico» (841).

Valdría además recordar que, para 1982, Cornejo Polar llama la atención sobre el desplazamiento de los estudios literarios por parte de las ciencias sociales y humanas, todo por causa de los nuevos enfoques y el empecinamiento de los estudios literarios en viejas e inadecuadas metodologías o lo que él denomina «la pervivencia de un modo inactual de entender lo que es (o no es) la literatura [...]», y defiende la importancia de «adoptar una perspectiva y articular categorías teóricas con conocimientos históricos» y, de esta manera, esquivar los riesgos de una falsa neutralidad, ya que asumir un tiempo significa adoptar su conflictividad y, por último, ubicarse «[...] en el espacio formado por la relación dialéctica donde debe fundarse una nueva concepción de la literatura [...]» (Cornejo Polar, 1982: 55).7

De acuerdo con Françoise Perus, los grandes aportes de Cornejo Polar, en relación con la literatura latinoamericana, se organizan en dos aspectos fundamentales: por un lado, en torno a la perspectiva teórico-crítica relacionada con la relectura de los textos y, en segundo lugar, a la historiografía literaria con miras a transformar el legado de la tradición establecida hasta el momento (Perus, 2006: 99).8

Pero antes de continuar con una reflexión en torno a la posibilidad de una historia de la literatura en el contexto de los estudios culturales, la globalización y el posmodernismo, y que se ubique en el denominado «tercer espacio» o el «entre lugar» propuesto por Homi Bhabha en relación con la cultura y elaborado por Alberto Moreiras, en lo que concierne a la literatura, es importante retomar lo que se ha denominado el «valor estético» dentro de los estudios literarios. Aquí valdría hacer una petición de principio sobre lo que se entendería no solamente por historia, sino por literatura en el contexto específicamente latinoamericano.

 

4. Valor estético y escenarios discursivos de frontera

Sin pretender reproducir los errores cometidos por algunos teóricos del poscolonialismo, como Fredreric Jamenson, para quien las literaturas latinoamericanas se definen por un único fin como es el de la construcción de nación e identidad nacional, lo que sí es evidente es el hecho de que una gran porción de las obras literarias efectivamente producidas en el continente latinoamericano no ha podido independizarse de la superestructura, es decir, está íntimamente articulada a las problemáticas sociopolíticas, culturales y económicas de un continente que no ha cesado de interrogarse sobre los límites discursivos de su existencia en términos históricos, étnicos, culturales, políticos y económicos. Se podría afirmar que la denominada «tecnificación» de la literatura latinoamericana, recordando el artículo de Ángel Rama, se constituyó no solamente a partir del proceso de internacionalización de la literatura continental, bajo los efectos de las editoriales multinacionales, sino como el resultado de una serie de tomas de posición dirigidas a explicitar las condiciones sociopolíticas surgidas de los efectos del capitalismo internacional.9 Este proceso de tecnificación, visto de una manera pesimista por Ángel Rama, podría ser definido como una etapa propia del proceso de «autonomización» parcial del artista en relación con las políticas estatales tradicionales, es decir, no en términos de aislamiento de la superestructura, sino como un conjunto de dispositivos dirigidos a hilar en detalle los problemas de la dependencia continental y sus consiguientes efectos sociopolíticos sin que signifique un desprecio por la dimensión estética que incluso era defendida por Gabriel García Márquez en la década de los ochenta cuando afirmaba, en la entrevista hecha por Plinio Apuleyo Mendoza, que una novela es una «representación cifrada de la realidad, una especia de adivinanza del mundo [...] Pienso que una novela de amor es tan válida como cualquier otra. En realidad, el deber de un escritor, y el deber revolucionario, si se quiere, es el de escribir bien» (Mendoza, 1994: 76).

No otra es la explicación que se puede dar al hecho de que sea Julio Cortázar quien inicie, en 1973, el ciclo de la novela política con el Libro de Manuel. De acuerdo con María Eugenia Mudrovcic:

«Todo es político» se ha dicho de los setenta y el emblema parece, por lo menos en parte y en cuanto a Latinoamérica se refiere, hacer justicia a la producción más visible del periodo [...] En el compuesto que derivó la unión de literatura e ideología, lo político se comportó como topos o dato narrativo, pero también circuló como valor, punto de vista permanente y centro legitimador y organizador del sistema de referencias discursivas. Es el caso (paradigmático sin lugar a dudas) del Libro de Manuel (1973), novela clave del periodo que dramatiza este rito de pasaje (ya que cuenta la «conversión» estética de Cortázar) al mismo tiempo que explica cómo llegar al otro lado (que tampoco oculta como firme pretensión programática). (Mudrovcic, 1993: 447)

A lo planteado hasta el momento, sin desconocer su complejidad, sobre todo si nos atreviéramos a hacer una lectura de la literatura latinoamericana bajo estos preceptos, habría que agregarle lo que en determinado momento se puede colegir del trabajo de Walter Mignolo en Teoría del texto e interpretación de textos (1986). Mignolo, en el capítulo titulado «Género literario y tipología textual», propone el género literario como un aspecto eminentemente histórico, por consiguiente, de carácter interpretativo, y, a las tipologías textuales, como el nivel explicativo e inmanente del lenguaje. Desde esta perspectiva, la heterogeneidad de la literatura latinoamericana surge del conflicto de esta entre la «institucionalidad» impuesta por la literatura metropolitana, en cuanto serie autónoma en el contexto occidental y, por otro lado, el denominado proceso de semiotización (inscripción en lo «literario» como sistema secundario) de estructuras discursivas propias de la literatura «trivial» (memorias, testimonios, biografías, ensayo, crónica, etc.) que no han sido tenidas como constituyentes de las formaciones discursivas literarias pero que, no obstante, han caracterizado a las grandes obras literarias latinoamericanas. Es el caso de Facundo, de Sarmiento. Dice Mignolo:

El libro hace explícita la intención de «explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga». Esta intención general puede llevarnos a considerarlo o bien un libro histórico (e. g. biografía como género historiográfico) o como un libro sociológico («explicar la revolución argentina»). Pero el libro nos da también indicaciones (marcadores genéricos que invocan marcos discursivos en vigencia) para que lo consideremos un libro de «memorias» [...]. (Mignolo, 1986: 105)

A lo anterior habría que agregarle lo planteado por Julio Ramos:

En Sarmiento operan dos modos contradictorios de representar el pasado: por un lado la visión del mundo oral de la tradición como aquello que había que eliminar si se deseaba modernizar (o «civilizar»: expandir la ciudad). Y, por otro, la visión de esa voluntad de ruptura como generadora de nuevos conflictos y ansiedades. (Ramos, 1989: 26)

Este tipo de análisis se repite, en cuanto a la descripción de la heterogeneidad del fenómeno literario en América Latina, a lo largo de la obra de Mignolo en relación con José Enrique Rodó y el ensayo, Roa Bastos y Yo, el supremo (1974) para mencionar tan solo algunos. Claro está, sin desconocer la presencia del fenómeno semejante en obras emblemáticas del canon literario occidental, aunque casi siempre estas se ubican en una zona fronteriza.

 

5. Entre lo «subalterno» y el «sujeto migrante»: una lectura complementaria

La referida «heterogeneidad» de la expresión estético-literaria latinoamericana, en términos de su no sumisión a la «institución literaria» metropolitana, aunque se haya convertido en un tema polémico, posibilita la formulación de una propuesta de historia de la literatura de América Latina en que la finalidad no sea explicar las obras tenidas como «centrales» por un canon literario y organizadas cronológicamente sino, tal como lo plantea Bhabha en relación con la narrativa de la nación, sobre la construcción del «discurso performativo», es decir, la naturaleza contingente de una narrativa de la historia literaria de América Latina.10 La complejidad de este tema, trabajado en profundidad por Antonio Cornejo Polar en oposición a las metáforas o préstamos que se han vuelto comunes en la crítica e historiografía literaria, indudablemente distancia a la reflexión teórica de la aceptación eufórica de conceptos como transculturación e hibridación, incluso de una narrativa histórica tendiente a respaldar las teorías antropológicas del mestizaje (Cornejo Polar, 1997: 5-12).

En este sentido, la crítica literaria india, Gayatri Chakravorty Spivak, en Estudios de subalternidad: deconstruyendo la historia (2008, publicado inicialmente en 1985), al hacer referencia a lo propuesto por el Grupo de Estudios de la Subalternidad, en el contexto de la elaboración de una teoría de la conciencia o la cultura, toma como punto de partida dos aspectos que ella considera fundamentales: por una parte, se refiere a la importancia de que los momentos de cambio sean pluralizados y tramados como confrontaciones más que como una transición. De acuerdo con los teóricos de este grupo, esta lectura permitirá el reconocimiento del contexto de dominación y explotación de las historias; en segundo lugar, el hecho de que tales cambios estén señalados por un cambio funcional en los sistemas de signos (Spivak, 2008: 33), aunque ha sido denominado por ellos «desplazamientos discursivos», resalta el carácter violento de dichos desplazamientos (2008: 34). En consecuencia, para la autora, la sobriedad con que son tomados cada uno de sus aportes les impide «enfatizar» el hecho de que ellos están empujando a la historiografía hegemónica a una crisis (2008: 34-35). De acuerdo con Spivak, habría que pensar la historia, no ya como la suma de momentos cumbres, sino como un conjunto de «momentos de cambio» tramados y pluralizados como «confrontaciones» y en los que se enfrentan sistemas de signos y se representan desplazamientos de un sistema discursivo a otro. Desde esta perspectiva, para la crítica literaria india, en lo que concierne a los estudios de la subalternidad, ellos estarían empujando a la historiografía hegemónica a una crisis en tanto que se empeñan en la descripción del funcionamiento de la suplementariedad. Sin embargo, el obstáculo que presenta todo intento de establecer una conciencia de lo subalterno se concreta en el hecho de que no es posible hablar de una conciencia-en-general del sujeto subalterno, sino de una forma política e historizada de la misma (2008: 35-36).

De acuerdo con lo anterior, en relación con la «historiografía como estrategia », Gayatri Spivak denuncia los peligros de la tendencia a establecer de una vez por todas la restauración al subalterno de una posición de sujeto en aras de una continuidad imposible, pues nunca podrá gozar de ella debido a «la entrada desigual y situacional del subalterno al campo de la hegemonía política». Es por esta razón que acude al uso del «sentido histórico» mencionado por Foucault, en 1971, a propósito del boletín del diario revisado continuamente. El peligro de no reconocer la provisionalidad se encuentra en el hecho de que: «Si, por otra parte, el historiador percibe que la restauración al subalterno de una posición-de-sujeto en la historia equivale a establecer una verdad inalienable y final de las cosas, entonces cualquier énfasis en la soberanía, la consistencia y la lógica [...], objetivará inevitablemente al subalterno y quedará atrapado en el juego del conocimiento como poder» (Spivak, 1985: 49).11 En este contexto, la autora defiende la postura de Althusser en relación con el carácter heterogéneo y discontinuo de la historia y la filosofía en relación a la práctica social subalterna.

Lo anterior significaría, para una reescritura de la historia de las literaturas latinoamericanas, no solamente provisionalidad en el sentido histórico y político de dicha conciencia subalterna, pues es evidente la importancia de reconocer «[...] el efecto de sujeto como parte de una inmensa red discontinua ("texto" en sentido general) de hebras que puedan llamarse política, ideología, economía, historia, sexualidad, lenguaje, etc. [...]».

Lo que no significa adherir a

[...] una conciencia deliberativa continuista y homogeneizante [que] requiere sintomáticamente de una causa continua y homogénea para ese efecto y por lo tanto postula la existencia de un sujeto soberano y determinante. Este último sería el efecto de un efecto, y su postulado de una metalepsis, o sea la sustitución de un efecto por una causa. (Spivak, 2008: 55)

No fue de otra manera que Cornejo Polar pensó la naturaleza del «sujeto migrante» cuando afirmó que los contenidos de multiplicidad, inestabilidad y desplazamiento que llevan implícitos, junto a la referencia «inexcusable a una dispersa variedad de espacios socio-culturales que tanto se desparraman cuanto se articulan a través de la propia migración, la hacen especialmente apropiada para el estudio de la intensa heterogeneidad de buena parte de la literatura latinoamericana» (Cornejo Polar, 1996: 838). Sin embargo, habría que hacer una salvedad en relación con la concepción de «subalterno» y «sujeto migrante», pues para el teórico y crítico literario peruano no es privativo de la minoridad sino que se define a partir de la incursión de un sujeto proveniente de un sistema literario a otro. Esta incursión pone en evidencia la inestabilidad de categorías como centro/periferia o marginalidad (Cf. 1996: 838).

Consciente del origen de la categoría de sistema, por una parte, como producto imprevisto de la inoperancia de nuestra historiografía literaria, y, por otra, derivadas de las postulaciones del primer estructuralismo en el que predomina el deslinde entre sucesividades y simultaneidades, Cornejo Polar le opone el concepto de espesor de una imagen múltiple en relación con la literatura latinoamericana (lo culto, lo popular, lo indígena, lo afrodescendiente, etc.); sin embargo, su gran bemol sería la «verticalización de lo horizontal» que finge la existencia de una estructura concreta y fija hasta el punto de negar la historicidad (1989: 20). Lo anterior, no obstante, una vez aceptado el espesor acentuando lo simultáneo en cuanto más histórico que lo sucesivo, el crítico peruano afirma:

[...] Cada sistema tiene su propia historia, pero también participa de otra, mucho más abarcadora, que es la que distingue a un sistema de otro y al mismo tiempo, directa o indirectamente los correlaciona. Por eso si queremos seguir hablando de sistemas, no queda más remedio que historiarlos, y doblemente, acabando del todo con la oposición que contrapone falazmente estructura a proceso. Los dos son historia o no son nada. (1989: 20)

En consecuencia, se debería escribir más de una historia. En primera instancia, la historia de las literaturas indígenas, afrodescendientes, mestizas (culturalmente), etc., lo que en resumidas cuentas significaría fundar una historiografía otra, en la que en inicialmente se evitaría la imposición del principio de autonomía. Por otra parte, habría que centrarse en la relaciones conflictivas entre los sistemas literarios existentes con el objeto de lograr un conocimiento más objetivo de «la índole y el sentido de la contradicción que los engrana y los hace participar en el corpus y en la historia de la literatura latinoamericana» (1989: 22).

Cabría contemplar la posibilidad de escribir una historia de la literatura latinoamericana, además como parte de un proyecto político destinado a redefinir a América Latina, en la que se haga énfasis en las incursiones «conflictivas» de los «sujetos migrantes» de un sistema literario a otro. Casi siempre se han planteado las incursiones de los «sujetos» pertenecientes al sistema literario marginal (indígena o afrodescendiente) al sistema hegemónico en español, pero no se ha prestado mucha atención al «sujeto» proveniente de dicho sistema hegemónico migrando hacia el sistema literario marginal. De acuerdo con lo planteado por Cornejo Polar, debido a la falta de idoneidad de los conceptos y las perspectivas teóricas, las diversas lecturas de dichos tránsitos han terminado, en el caso de Garcilaso de la Vega, en la plenitud intachable de un mestizaje doblemente imperial o la fraternidad de Vallejo transmutada en una piadosa y ramplona metafísica cristiana (1989: 23).

En cuanto construcción intencional, «portadora de objeciones ideológicas y científicas», la escritura de esta historia «fronteriza» de la literatura latinoamericana, en cuanto multiestable, se dirige a la transformación de los contenidos de la tradición literaria del continente y, en consecuencia, se efectúa un cambio en el destino de las mismas (Cornejo Polar, 1989: 24).

 

6. La multiestabilidad en la escritura y lectura de la historia

El filósofo esloveno Slavoj iek, en su libro El sublime objeto de la ideología (2003), se propone presentar una relectura eslovena de Lacan, junto con un intento de articulación del autor en la perspectiva filosófica y política de su entorno intelectual. En general, el campo de aplicación se extiende a la literatura y al cine, quedando ausente la dimensión clínica. En palabras de Ernesto Laclau, de las múltiples direcciones que ha tomado la recepción de Lacan:

Caracterizan a esta escuela [la eslovena] dos rasgos fundamentales. El primero es su insistente referencia al campo ideológico-político: su descripción y teorización de los mecanismos fundamentales de la ideología (identificación, papel significante amo, la fantasía ideológica); sus intentos por definir la especificidad del «totalitarismo » y sus diferentes variantes (stalinismo, fascismo) y esbozar las principales características de las luchas democráticas radicales en las sociedades de Europa del Este [...] El segundo rasgo [...] es el uso que hace de las categorías lacanianas en el análisis de los textos filosóficos clásicos (2003: 13).

Desde estas perspectivas, el estudio inicia con la definición del «síntoma» como aspecto fundamental en la dilucidación de la creencia como un aspecto externo al sujeto, la ideología, la fantasía y lo Real. iek se refiere al «síntoma social» inventado por Marx, de acuerdo con Lacan, y definido como un «[...] elemento particular que subvierte su propio fundamento universal, una especie que subvierte su propio género». Es así como «el procedimiento marxiano de la "crítica de la ideología" es ya "sintomático": consiste en detectar un punto de ruptura heterogéneo a un campo ideológico determinado y al mismo tiempo necesario para que ese campo logre su clausura, su forma acabada». Este procedimiento implica una lógica de excepción: cada universal ideológico, tales como la Justicia, la Libertad, la Igualdad, es «falso» en la medida en que incluye un caso específico que rompe con su unidad, deja al descubierto su falsedad (2003: 47-48).

Tras una larga argumentación, el autor termina por afirmar que:

Los síntomas son huellas sin sentido y su significado no se descubre excavando en la oculta profundidad del pasado, sino que se construye retroactivamente -el análisis produce la verdad, es decir, el marco significante que confiere al síntoma su lugar y significado simbólico. En cuanto entramos en el orden simbólico, el pasado está siempre presente en forma de tradición histórica y el significado de estas huellas no está dado; cambia continuamente con las transformaciones de la red del significante. Cada ruptura histórica, cada advenimiento de un nuevo significante amo, cambia retroactivamente el significado de toda tradición, reestructurando la narración del pasado, lo hace legible de otro modo nuevo. (iek, 2003: 88)

Sin pretender agotar lo propuesto por el filósofo esloveno, interesa en este contexto resaltar el papel asignado al «síntoma» como huella que admite un lectura retroactiva mediante su ubicación en un marco significante que le asigna un lugar simbólico en términos de tradición histórica, claro está, no sin una reestructuración de la narración del pasado. Este síntoma o huella, de acuerdo con la lectura propuesta por Marx, al mismo tiempo subvierte su propio fundamento hasta llegar a convertirse en el punto de ruptura heterogéneo como parte de lo que Lacan ha denominado «procedimiento marxiano de la crítica de la ideología» (iek, 2003: 48).

Aunando ideas, si se parte de una concepción de lo historiable como el conjunto de posibles trayectorias discursivas constituyentes del sistema literario «fronterizo», es evidente que el «síntoma» podría ser definido a partir de la identificación de incursiones de «sujetos migrantes» a sistemas literarios ajenos (hegemónicos o subalternos) que exigen de ellos una multiplicidad de estrategias «discursivas», en términos de locus de enunciación, marcadas por relaciones polémicas. Sin pretender escribir la historia definitiva de dicho sistema (fronterizo o heterogéneo), teniendo en cuenta la variación del significante amo, o del lugar simbólico desde el cual se pueden trazar diversas trayectorias de los «sujetos migrantes», una narrativa propuesta vendría a sig nificar la expresión de una lectura multiestable y representativa de una postura crítica e ideológica propia de una versión que, a la postre, en caso de olvidarse su contingencia, correría el riesgo de convertirse en una narrativa dominante del pasado. Esto significa que la contingencia de una narrativa se constituye a partir de la naturaleza de la historia de los sistemas literarios fronterizos y heterogéneos que, a modo de ejemplo, ya había sido resaltado por Silviano Santiago en 1971 en su estudio El entre-lugar del discurso latinoamericano. De acuerdo con el escritor y teórico brasileño:

La mayor contribución de América Latina para la cultura occidental viene de la destrucción sistemática de los conceptos de unidad y de pureza: estos dos conceptos pierden el contorno exacto de su significado, pierden su peso aplastante, su marca de superioridad cultural, a medida que el trabajo de contaminación de los latinoamericanos se afirma, se muestra más y más eficaz. América Latina instituye su lugar en el mapa de la civilización occidental gracias al movimiento de desvío de la norma, activo y destructor, que transfigura los elementos hechos e inmutables que los europeos exportaban para el Nuevo Mundo. (Santiago, 2000: 16)12

Sin embargo, esta contingencia o provisionalidad, definida en términos de «contaminación» por Santiago, en el caso de Spivak en relación con lo subalterno en la historia del colonialismo en la India, es definida en términos de «efecto de sujeto». Para la autora mencionada, este sujeto se entiende como el resultado de una «red discontinua de hebras que pueden llamarse política, ideología, economía, historia, sexualidad, lenguaje, etc.» que a su vez están compuestas por tejidos de varios hilos (Cf. Spivak, 1985: 44). En consecuencia, la lectura que se desprende de la elección de un significante amo y la elección de un lugar simbólico (constituido a partir de determinaciones heterogéneas y multiplicidad de circunstancias) dará como resultado un precario anudamiento en forma de una configuración y, en consecuencia el transitorio «efecto de sujeto ». De ahí que estas incursiones en los espacios fronterizos de los sistemas literarios del continente latinoamericano inevitablemente signifique la entrada a un orden simbólico en términos de tradición histórica y literaria en el que el significado de las huellas o síntomas elegidos como relevantes adquieren un sentido pero que en ningún momento puede llegar a ser definitivo. En palabras del iek: «Cada ruptura histórica, cada advenimiento de un nuevo significante amo, cambia retroactivamente el significado de toda tradición, reestructurando la narración del pasado, lo hace legible de otro modo nuevo» (iek, 2003: 88).

 

7. A modo de conclusión

Para finalizar, es fundamental reiterar que lo dicho hasta el momento forma parte una reflexión teórica que pretende retomar los diversos aportes de la tradición de los estudios literarios latinoamericanos en el contexto de la multiplicidad de fuentes metodológicas y conceptuales denominadas «estudios culturales». Sustentados en posturas filosóficas coherentes, tanto con las primeras (metodologías) como con los segundos (los conceptos), es insosloyable la importancia de la «multiestabilidad», al igual que el síntoma o huella propuestos por iek. Además, habría que agregar los aportes realizados desde la crítica de los estudios subalternos de Gayatri Chakravorty Spivak. En este sentido, no está de más enfatizar en los «desplazamientos discursivos», los «momentos de cambio» tramados y pluralizados como «confrontaciones» pero, sobre todo, con el reconocimiento de la imposibilidad de establecer una conciencia definitiva de lo subalterno. En relación con este último, es clara la filiación existente entre los conceptos de subalterno y «sujeto migrante» del profesor peruano Antonio Cornejo Polar, con la salvedad de que se define a partir de la irrupción de un sujeto de un sistema literario a otro y se desestima la marginalidad como uno de sus rasgos característicos.

En consecuencia, todas las posturas coinciden en la provisionalidad del significado reatroactivo de estos espacios «fronterizos» o conjunto de síntomas, entendidos como huellas que admiten una lectura y redundan en un transitorio «efecto de sujeto» que surge de haber privilegiado a un significante amo. Esta provisionalidad es el resultado de la convivencia de múltiples temporalidades y sistemas literarios (tradiciones) que, a la postre, no pueden ser subsumidos en una «mediación total» o la historia del mundo como totalidad efectuada, En palabras de Agnes Heller: «Es la conciencia histórica, sin embargo, la que decide lo que pertenece al pasado del presente y lo que pertenece al pasado histórico; esto es la conciencia de la época presente de la que la historiografía no es más que una de sus expresiones» (1997: 73). Es a partir de esta conciencia histórica que el «rastro» (entiéndase síntoma o huella, o recorrido del «sujeto migrante») se convierte en mensaje.

Por otra parte, esta lectura retroactiva, además de variar de acuerdo con la concepción del presente en relación con el pasado, estaría limitada por acontecimientos históricos considerados emblemáticos. En el caso de la literatura latinoamericana nos estaríamos refiriendo a los denominados «actos literarios significativos» u obras emblemáticas de la literatura continental que, como es sabido, han estado muy distantes de claudicar ante la autoridad de la «institución literaria metropolitana».

 

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Notas
* Este artículo es resultado de la investigación «La historia de la literatura de América Latina: proyecto intelectual en el contexto de los estudios culturales», aprobada por el Comité para el Desarrollo de la Investigación (CODI) de la Universidad de Antioquia, el 1 de agosto de 2012.
1 Aquí se hace alusión al concepto de «hermenéutica pluritópica» propuesto por Walter Mignolo como una herramienta de análisis a partir de las cuales es posible establecer el «locus de enunciación» entendido como una red de lugares desde donde se realiza la comprensión. El «lugar» desde el cual pensar en oposición a los lugares sobre los cuales pensar. Esta diferenciación posibilita la ruptura de la dominación del sujeto trascendental universal de la modernidad eurocéntrica (Cf. Moreiras, 1999: 16).
2 En relación con este tema, vale resaltar el artículo de Yúdice (1993) en el que se afirma la inscripción de los estudios literarios en América Latina en las ciencias sociales, más que en las ciencias humanas como es común en la academia estadounidense.
3 En el término de entrada, «Estética», desarrollado por Kate Jenckes y Patric Dove en el Diccionario de Estudios Culturales Latinoamericanos (2009), se enfatiza en la multiplicidad de proyectos destinados a la definición de la cultura latinoamericana, por parte de los letrados criollos, distante de la imitación de la cultura europea y la construcción de una expresión propia que, para la crítica, «[...] ha terminado en cada uno de sus productos por ignorar, excluir o apropiarse de las experiencias heterogéneas del continente para fundar una forma de expresión destinada exclusivamente a los metropolitanos y a los extranjeros» (Cf. Jenckes, Kate y Dove Patric, 2009: 101). De cualquier manera, la búsqueda de los discursos incluyentes ha sido la base o el efecto de la denominada búsqueda de identidad latinoamericana que tiene en Antonio Cornejo Polar su último gran teórico, sobre todo, con el concepto de «sujeto migrante».
4 Nelly Richard (2001: 188) hace mención, en tono irónico, a la «Internacional académica» cuando enumera cada uno de los argumentos en contra de los estudios culturales transplantados desde la academia estadounidense al ámbito académico latinoamericano, por los críticos latinoamericanos.
5 A propósito de la complejidad de este tema, consultar el debate «Desde Lima: una conversación (inconclusa) sobre los estudios culturales y otros...». Esta conversación fue llevada a cabo entre el 29 y 30 de octubre de 2009, en la Pontificia Universidad Católica del Perú (Restrepo: 2010).
6 Fecha en la que Alberto Moreiras afirma el desplazamiento de la crítica por los estudios culturales, ABRALIC, 1996.
7 Esta postura nos recuerda el escrito de Alfonso Reyes de 1951 titulado Fragmento sobre la interpretación social de las letras hispanoamericanas (Reyes, 1989: 155-159). Aquí reitera Reyes que «la verdadera historia literaria de nuestros pueblos queda un poco más vinculada con su historia política y social de lo que ha podido acontecer en pueblos más viejos» (1989:156).
8 Paso seguido afirma la profesora Perus: «Una vez ubicada -en parte gracias a la lectura detenida de los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui-, la relación conflictiva entre las herencias española y quechua-andina como eje central de la problemática cultural y literaria por investigar, Cornejo definió su proyecto historiográfico, no con el afán de hacer un recuento exhaustivo de los textos que habrían de configurar la tradición literaria peruana, sino en función de la detección de las obras que mejor le permitieran poner de manifiesto las formas de elaboración literaria del conflicto mencionado» (Perus, 2006: 100).
9 De acuerdo con Ángel Rama, la década de los sesenta está caracterizada por el bestsellerismo, el elitismo y el vedettismo. Citado por Mudrovcic (Mudrovcic, 1993: 446).
10 Bajo ninguna circunstancia se debería abandonar el estudio de las obras denominadas «canónicas», sino que su estudio debería propiciar la dilucidación de las fuerzas sociales, estéticas y políticas que efectivamente se debaten dentro de ellas, los espacios en los que el «desplazamiento discursivo» provocado por el cambio funcional de los sistemas de signos y las consiguientes crisis que lo han provocado y hasta permitido. Así lo plantea Spivak un poco más adelante (2008: 33-34).
11 Es el caso de las diversas interpretaciones de la cultura latinoamericana. Al respecto, confrontar la posición de Nelly Richard en relación con la imposición de temas o la denominada «internacional académica» (2001:188).
12 La traducción es mía.

 

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