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Lingüística y Literatura

Print version ISSN 0120-5587

Linguist.lit.  no.70 Medellìn July/Dec. 2016

https://doi.org/10.17533/udea.lyl.n70a10 

RESEÑAS / REVIEWS

Castañón, Adolfo. Por el país de Montaigne. México D. F.: El Colegio de México, 2015, 351 p.

Liliana Weinberg1 

1 Universidad Nacional Autónoma de México, México. weinberg@unam.mx

Castañón, Adolfo. ., Por el país de Montaigne. ., , México D. F: .:, El Colegio de México, ,, 2015. ,, 351p. p.


Celebro las muchas afinidades electivas que me ligan a Adolfo Castañón: coincidimos en nuestro entusiasmo por el ensayo y la edición, por el buen estilo del pensar y del decir, por el don de la lengua española. Y sobre todo nos reúne -nos une cada vez más- nuestra común devoción por Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, así como por la ejemplar forma de trabajo intelectual que ellos nos enseñaron. Hemos coincidido también en nuestra lectura de la obra de Octavio Paz y Ezequiel Martínez Estrada.

Y hoy, sobre todo, al participar en la presentación de este exquisito libro, Por el país de Montaigne, publicado por El Colegio de México, confirmo y celebro nuestra común pertenencia a otra gran familia: la familia de Montaigne, en nuestra coincidente predilección por algunos de sus ensayos y algunas de sus reflexiones, así como celebro la común admiración que ambos sentimos por pensadores casi secretos, como Carlos Thiebault, él mismo gran estudioso del autor francés.

Al hablar de Montaigne no se puede dejar de hablar de su amor por la verdad y la libertad, la celebración gozosa y prudente de nuestra estancia en el mundo, el deseo de conocimiento y la sinceridad consigo mismo. Como dice el autor, con los ensayos asistimos a «la siembra de la semilla de lo humano» y a «la sobriedad intelectual de quien se vuelve hacia la experiencia y su lectura en busca de un aprendizaje abierto y desprejuiciado». No se puede tampoco dejar de descubrir la omnipresencia del tema de la amistad intelectual, el juego del retrato y el autorretrato, el tránsito de la glosa al texto, el descubrimiento del nuevo mundo del ensayo y del ensayo del nuevo mundo -«Nadie negará que el humanista feliz fue uno de los parteros intelectuales del Nuevo Continente» (p. 158)-, como no se puede omitir el asomo a grandes zonas, como la constituida por ensayos como «De la experiencia». Al respecto anota Castañón:

La experiencia de la lectura del ensayo sobre la experiencia nos da la clave de la lectura de la experiencia: la vida humana sólo alcanza su plenitud cuando es vivida como experiencia, y la dimensión ética es la prueba de la calidad de la lectura […] La universalidad de la razón con sus principios queda puesta entre paréntesis por la universidad de la experiencia, espacio de lo múltiple y diverso […] El deseo de conocimiento empieza por la maravilla y la perplejidad -pero el relato del conocimiento, la glosa y su teoría llevan de nuevo a la duda, una duda oscura y ya sin el fulgor de la maravilla-. (p. 113)

Es que -añadimos- en efecto y en cuanto fundador de la forma más alta de la literatura de ideas, Montaigne reflexionó también sobre la relación entre la experiencia viva y la escritura, el autor y su libro, la curiosa búsqueda del conocimiento y su versión en el papel.

Me he referido a la celebración de la amistad, y cito al respecto las palabras del propio Adolfo Castañón, quien en «De la inclinación al arte de vivir: lectura de Montaigne», nos dice: «El gusto nace en familia, es necesariamente gregario y múltiple […] Pues si bien es cierto que los hombres se asocian apremiados por el código de la necesidad, no lo es menos que las formas de esa asociación las dictan la simpatía y la amistad, esos imponderables gratuitos y graciosos, hipnóticos y mágicos que se envuelven en el espejo del carisma» (p. 133).

El formato elegido por Adolfo Castañón para su libro resulta particularmente feliz, en cuanto nos lleva también a transitar por estaciones diferentes, entre las cuales aparecen, por ejemplo, los propios textos de Adolfo -algunos extensos, otros breves, algunos nacidos ya como ensayos independientes sobre la obra del gran francés-: «Encuentro con un clásico», «La inminencia del reino», «En el país de Montaigne» I y II, entre otros, hasta «Cultivemos nuestros jardines», «Príncipes y laberintos de Montaigne», y otros dedicados a seguir a «Montaigne en Alfonso Reyes» y a «Montaigne en Octavio Paz», así como también a «Michel de Montaigne y afines en los libreros de A. Castañón». Los textos dedicados a la reflexión aguda y la explicación amorosa de ciertos asuntos montaigneanos: «De la prudencia», «De la inclinación al arte de vivir: lectura de Montaigne», «Montaigne al trote escéptico»,

«El interés por la literatura autobiográfica», entre otros, conviven con textos surgidos en diálogo con otros libros y otros autores (Jean Lacouture, autor del primoroso Montaigne a caballo, o Carlos Thiebault, coautor, con José Miguel Marinas, de una gran edición del Diario de viaje a Italia de Montaigne), o bien con prólogos por él mismo preparados a distintos ensayos de Montaigne: finísimos ensayos críticos sobre «La educación de los hijos» y «De la experiencia». Ellos hacen familia a su vez con otras formas textuales, tales como las citas por él escogidas del propio autor de los Ensayos o las reflexiones que a lo largo del tiempo y el espacio ha merecido a distintos autores la obra de Montaigne y, dado que estamos en la casa de Alfonso Reyes, recordemos que, de acuerdo con Sainte-Beuve, don Alfonso decía que «hay momentos en que todos los ciudadanos de un pueblo debieran leer, noche a noche, una página de Montaigne» (p. 225), así como la decisión de intercalar ilustraciones

que acompañan nuestro recorrido, tales como las que reproducen el retrato, la torre, la obra de Montaigne, y permiten el asomo a su país, como la copia de algunas de sus páginas, sumamente intervenidas por comentarios de puño y letra, o los emblemas de Alciato (1531), ellos mismos reunión de imagen alegórica y epigrama. Esta deliciosa pluralidad hace eco de la no menos delicada marquetería, colección y montaje de piezas de diversa procedencia en los Ensayos de Montaigne.

Una vez atravesado el umbral de la primera página, «Ex libris, no sé si sé», donde se reproduce «La lección», un grabado de Brueghel el Viejo (por cuya obra yo misma siento también particular admiración), que Adolfo Castañón ha elegido como su ex libris, transcurrido el umbral, insisto, nos vemos conducidos a un extraño país donde Montaigne es celebrado a la manera de los filósofos y de los escritores, así como también de los conocedores, especialistas, bibliófilos y editores, y por sobre todas las cosas a la manera de los grandes montañistas y de los grandes lectores.

Montaigne es la materia y el método de su libro, la errancia en su obra no se da como algo externo: «explorar los mundos interiores es vagar en ellos» (p. 180). Transitar por el país el Montaigne es seguramente transitar por este complejo país del pensamiento y la edición, olvidarnos de la lectura lineal y superficial para viajar por los textos, recorrerlos, asomarnos al diálogo y las resonancias que pueden establecerse entre palabra e imagen, obligarnos a la lectura detenida, gozosa, reflexiva, intensiva: no correr sino recorrer, saborear las palabras, entenderlas al punto que se encienda la chispa del diálogo de este su lector con nuestro autor. Las reflexiones (ya no me animo a llamarlas meditaciones), alusiones, búsquedas filológicas, indagaciones históricas y discusiones filosóficas constituyen otras tantas invitaciones a asomarnos e internarnos por distintas vías del sentido hasta encontrar resonancias infinitas.

Como dice el propio Adolfo Castañón, «No se sabe si al concluir esa expedición alrededor de su casa él o ella serán los mismos» (p. 135). A través de sus propias reflexiones sobre imágenes y palabras, conceptos y expresiones cuya historia y sentidos rastrea, Adolfo Castañón propone una serie de asomos a la densidad de los textos y a la demanda de un lector atento y competente, lector curioso y buen entendedor, ese «suffisant lecteur» que buscaba el propio Montaigne. Palabra, amistad y sentido necesitan para comunicar toda su fuerza y energía, para vivificar al mundo, fortalecer los aires de familia entre autor y lector, pues -como nos lo enseñó también el autor de los Ensayos- la palabra es mitad de quien la dice y mitad de quien la escucha.

Debo confesar que me da mucho gusto que «Por el país de Montaigne», uno de los grandes textos que integran esta obra y que da ahora título al conjunto, haya sido presentado como conferencia inaugural en el coloquio «Ensayo/interpretación» que yo misma organicé hace ya algunos años, y que no pierde ni la fuerza ni la belleza que tuvo cuando fue leído por primera vez sino que, por el contrario, confirma nuestra confluencia intelectual.

Concluyo con la glosa de las palabras que nuestro autor dedica al ensayo de Montaigne: «No es el libro que el lector tiene entre manos, no quiere serlo, un libro ornamental ni accesorio. Aspira a ser como un amigo y consejero cuyos dichos deben ser rumiados y asimilados hasta el hueso y la sangre».

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