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Lingüística y Literatura

versión impresa ISSN 0120-5587

Linguist.lit.  no.71 Medellìn ene./jun. 2017

https://doi.org/10.17533/udea.lyl.n71a04 

Artículos

LA GEOGRAFÍA PATRIA: TRES VERSIONES Y UNA MISMA TRADICIÓN, 1827-1842 *

COLOMBIAN NATIONAL GEOGRAPHY: THREE VERSIONS AND THE SAME TRADITION, 1827-1842

Patricia Cardona Z1 

1Universidad Eafit, Colombia azuluaga@eafit.edu.co


Resumen:

Sobre la base de una metodología que contrasta ediciones de libros, este artículo se propone estudiar el saber geográfico patrio elaborado a partir de versiones establecidas desde finales de siglo xviii y principios del xix. Más que un saber objetivo, la geografía patria constituía un crisol de variados discursos que todavía estaban entremezclados y hacían parte de los géneros literarios y las técnicas comprendidas por la retórica, y no tanto de una disciplina científica y autónoma con métodos, procedimientos e instrumentos propios, sino la mixtura entre relatos de viajes, descripciones, datos e información histórica, cuyo propósito era elevar el fervor de los ciudadanos y proveer de una representación común del territorio a una población habituada a aprender más a través del oído que de la visión.

Palabras clave: ediciones de libros; libros populares; geografía patria; retórica; refiguración; historiografía.

Abstract:

Based on a methodology that contrasts book publishing, this article aims to study the knowledge of national geography in Colombia based on versions established from the end of the 18th century to the beginning of the 19th century. More than being objective knowledge, the nation’s geography constituted a crucible of several discourses which were still intertwined; they were part of the literary genre and of techniques comprised by rhetoric, and they were not part of an autonomous scientific discipline having its own procedures and instruments. Instead, it was a mixture of narrations of voyages, descriptions, and historical data and information whose purpose was to increase citizens’ fervor and provide a common representation of the territory of people who were accustomed to learning more by hearing than by seeing.

Key words: book publishing; popular books; national geography; rhetoric; re-figuration; historiography.

Los conocimientos geográficos son el termómetro con que se mide la ilustración, el comercio, la agricultura y la prosperidad de un pueblo.

Francisco José de Caldas. Semanario del Nuevo Reino de Granada,

núm. 1, 3 de enero de 1808, p. 1

A modo de introducción

La geoografía patria se erigió como uno de los discursos que permitió la «conciencia nacional», esto es, un sentimiento de arraigo y compromiso vital con relación al territorio que se habita. En este sentido, las descripciones vividas sobre la belleza, la bondad o la riqueza del «país» constituyeron un relato que buscaba fortalecer las relaciones entre los hombres y esas vastas tierras, no las raizales en las que había nacido o en las que habitaba físicamente, sino aquellas que formaban una patria que se extendía más allá de lo que los ojos podían contemplar. Benedict Anderson señala que la nación, más que un discurso, constituye una experiencia empírica verificable a través de muchos registros, llamados por él artefactos, entre ellos, el registro impreso que logró, mediante variados formatos y modalidades, dar una concreción material a una idea abstracta, emergente y compleja como la de nación, que debía reemplazar a la fratría original, entendida casi como un vínculo de sangre, por otra, que se extendía más allá de los lazos locales y de los conocidos. Una noción que hermanaba a seres dispersos por una cartografía generalmente ignota, pero hermanados por lazos que subordinaban la relaciones parentales a vínculos más abstractos, como el de la comunidad «nacional», y la hermandad política (Anderson, 1993).

Pero no queremos hablar de geografía nacional en el sentido en que ello supondría dos cosas: la primera tiene que ver con una conciencia propiamente nacional, de una comunidad política que ha hecho racionales sus vínculos cívicos, sus adhesiones al Estado y sus derechos; por otra parte, supondría pensar la geografía como una ciencia más o menos definida de acuerdo con los parámetros establecidos a finales del siglo xix, en términos de un saber que procedía de acuerdo con ciertos requerimientos del positivismo y de la instrumentación requerida para el estudio de los territorios y los hombres diseminados en él. Si bien en el párrafo anterior hacíamos alusión a la idea de nación referida por Benedict Anderson, lo hacíamos más bien como un preludio que ayudará a comprender la dificultad del término y la variedad de herramientas que requirió para su comprensión y legitimación. En este artículo nos queremos referir más a la idea de patria, en el sentido de un reconocimiento preliminar de la tierra en la que se nace y por la que se muere, en la que el hombre es más sujeto de deberes que de derechos y en la que prevalece un lazo emotivo de responsabilidades frente a la defensa del territorio y de sus instituciones que una adhesión racional, mediada por un cúmulo de derechos que reclama el ciudadano (Cardona Z., 2013, p. 65).

Buscamos pensar el discurso de la geografía patria en Colombia entre 1825 y 1842, entendida como un saber que buscaba incentivar la emoción y el sentimiento por la recién formada república. La fecha de 1825 coincide con la primera edición de un libro de geografía de uso escolar destinado para el uso de las juventudes de la República de Colombia, un país que emergía de las cenizas de la independencia, con un territorio inmenso que abarcaba a Venezuela, Colombia y Ecuador y cuyo conocimiento apenas empezaba a sistematizarse y concretarse a través de variadas estrategias, entre ellas el conocimiento geográfico. La otra fecha, 1842, tiene que ver con la publicación del catecismos de geografía en una época en la que empezaba a asimilarse el tremendo golpe que significó la disolución de la República de Colombia (1831) dejando a la entonces Nueva Granada sumida en un caos que significaba replantear la Independencia y sus implicaciones sociales, políticas y culturales.

Entendemos la geografía patria como un saber concreto, que en los inicios de la República distaba de lo que hoy conocemos por geografía como disciplina moderna. Se trataba, de una geografía que atendía más a consideraciones descriptivas e históricas del territorio, cuyo ánimo era avivar entre los pobladores el conocimiento de un país que apenas se formaba y del que se ignoraba casi todo, y dar sentido de unidad a partir de las descripciones de las principales poblaciones, de los accidentes geográficos e hidrográficos, y de las riquezas que auguraban un futuro promisorio de abundancia y bienestar.

A pesar de tener un sustrato objetivo, caracterizado por las mediciones, las descripciones fieles de las observaciones y el uso de instrumentos para precisar y fijar la naturaleza, la geografía patria constituía un fundidor de variados discursos todavía entremezclados y vinculados con los géneros literarios y las técnicas comprendidas por la retórica. Todos unidos con los datos de una disciplina como la geografía, practicada por los ilustrados a finales del siglo xviii, que empezaba a constituirse en ciencia autónoma con métodos, procedimientos e instrumentos propios, y que brindó a las representaciones de la patria, datos, descripciones y valoraciones que ayudaron a dibujar sentimentalmente el territorio y a promocionar el orgullo y la fidelidad de los ciudadanos.

El trabajo de contrastación entre ediciones y reimpresiones resulta de gran utilidad para comprender los modos de circulación de los saberes, las continuidades que ayudaron a la legibilidad y la construcción de sentidos de los textos, y los modos de apropiación y adaptación de los mismos. Aspectos que nos hablan de cómo una sociedad constituye sus referentes culturales y sus modos de comprensión y constitución de los decantados culturales que ayudan a configurar la «idea de verdad» y conocimiento. También nos hablan de las tensiones políticas que se traslapan en las páginas de los textos y de los nexos sociales de los autores que, en el siglo xix, crearon las «versiones» autorizadas del país, de su pasado y de su territorio. Por otra parte, el estudio de las ediciones permite analizar de qué manera circulan los saberes, cómo llegan al vulgo y cómo se producen formas de apropiación, adaptación, actualización y uso, que nos muestran que el sentido es histórico y que se configura en relación con las tradiciones que se actualizan y se hacen relevantes para una sociedad en un momento histórico determinado. Nos permitimos indicar al lector que dedicamos más tiempo a la comprensión del primer texto, el de Pedro Acevedo, con él podemos abordar nociones como libros de uso popular, escritor de historia patria y geografía patria, que ayudan al desarrollo del ejercicio analítico de los otros dos libros.

1. Componer y compendiar la geografía política: un libro para todos

En los albores de la república, escribir y dar a conocer los hechos y la grandeza de la recién fundada república era un servicio a su causa, era una vía para ilustrar a los patriotas sobre el futuro promisorio oculto en su ignoto territorio, llamado a ser fuente de riqueza y felicidad. Además, la escritura de libros ayudaba a dar a conocer al país entre sus congéneres civilizados y a atraer inversión para el progreso y colonos provenientes del mundo ilustrado para mejorar moral y racialmente la población.

Escribir sobre la patria era una práctica que rebasaba el escenario intelectual y académico; quien se ocupaba de ella debía estar en posesión de un repertorio amplio de temas y autoridades del ramo del que se ocupaba y gozar de cierto prestigio para dirigirse a otros a través de textos escritos. Este reconocimiento indicaba la elevación social y política del escritor y refrendaba su papel como emisario de las ideas (Woodmansee, 1984, p. 426).

Más allá de oficio claramente establecido o vinculado con la formación académica de los colegios mayores, las letras patrias se asumían como una función ejercida solamente después de la afirmación social derivada de tres instancias. La primera, entroncada con los saberes, es decir, con el dominio o experticia que tenía el hombre de letras del ramo del cual escribía. La segunda, con el conocimiento de las técnicas de escritura, es decir, con el uso de fórmulas y estilos comprendidos por la retórica, las cuales aseguraban la organización, la legibilidad y el formato que el texto asumiera (fuera didáctico, para expertos, historia verdadera o ficticia, narraciones o descripciones). La tercera estaba ligada a la disposición moral, es decir, con reconocimiento público de hombre virtuoso y patriota (Cardona Z., 2013, p. 71).

La composición de libros de uso popular requería que el escritor desplegara su conocimiento de manera simple, ordenada y comprensible para todos. La tarea, a la sazón, era aglutinar y seleccionar el corpus de textos y autores más importantes de una materia, decantar de manera sencilla aspectos sustantivos y ponerlos al alcance de una sociedad en la que convivían la lectura individual y silenciosa, con lecturas colectivas, en voz alta, hechas por mediadores (Chartier, 2005, p. 120-121). La composición de textos de uso popular implicaba el acopio, la elección y la síntesis de textos considerados básicos y autorizados, organizados de modo tal que fueran secuenciados y legibles para los lectores (Hebrard, 1989, p. 67).

Luego de esta ambientación se puede entender mejor lo sucedido con relación a la escritura de textos de geografía patria y la posición de sus escritores en el contexto social y político de un país emergente, que buscaba proveerse de los medios para incentivar el fervor patriótico entre sus habitantes, dar a conocer las riquezas y ponerse en sintonía con el resto de las naciones civilizadas. Un país en el que los letrados y responsables del saber y su consecuente popularización hacían parte de un círculo social más bien estrecho, en el que las vidas política, militar y «literaria» se entremezclaban. La analogía entre la pluma y la espada representaba muy bien su carácter patriótico y belicista: la espada aludía a la defensa militar de la patria, al sacrificio de la propia vida en su nombre. La pluma, por su parte, refería la lucha contra la ignorancia, la labor patriótica de engrandecer al país a través del saber. Cabe señalar que por literaria se reconocía aquella actividad que sin importar el ramo del saber, encontraba en la escritura su manifestación más concreta, esta definición provenía también de los géneros literarios que solo se desagregaron en disciplinas como la historia, la literatura, la geografía o el periodismo hacia mediados del siglo xix (Cardona Z., 2014, pp. 69-95).

1.1 Pedro Acevedo y la edición de la geografía política de Colombia

En 1825 el coronel Pedro Acevedo Tejada (1899-1827) publicó un libro de geografía política de Colombia «proporcionada a la enseñanza de los niños en este importante ramo de su educación» en la imprenta de M. Calero en Londres. El libro tuvo buena acogida, tal como evidencia la publicación de una segunda edición, dos años después en Nueva York. Pedro Acevedo acopió descripciones y datos recogidos por Francisco José de Caldas en el Estado de la geografía del Virreinato de Santafé, con relación a la economía y al comercio, publicado en el Semanario del Nuevo Reino de Granada en 1808, usó también la Geografía de las plantas de Alexander von Humboldt, traducida por Jorge Tadeo Lozano y con notas del mismo Caldas (1809); tomó datos de la Relación territorial de la Provincia de Pamplona escrita por Joaquín Camacho (1809) y del Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia escrito por José Manuel Restrepo (1809), todos los textos mencionados fueron publicados en el Semanario del Nuevo Reino de Granada entre 1808 y 1809 y, sin lugar a dudas, hicieron una contribución importante en la alineación de posiciones políticas con respecto a la emancipación del virreinato y a la conciencia de promisorias riquezas de estas tierras, una vez separadas de España.

Además de los títulos señalados, Acevedo añadió a sus fuentes Relación del viaje a la América meridional de Jorge Juan y Antonio de Ulloa publicado en 1798 y Viaje a la parte oriental de tierra firme en América Meridional de Françoise Depons, publicado en francés en 1806 y en inglés en 1809. Extrajo informaciones de Colombia: Relación geográfica, topográfica, agrícola comercial y política de este país, libro publicado en Inglaterra en 1822, cuya función propagandística se encaminaba a promocionar las riquezas mineras y agrícolas dispuestas para la explotación de inversionistas extranjeros y a incentivar entre colonos europeos su deseo de asentarse en el país. En la preparación de este libro participaron varios editores y compendiadores, pero se atribuyó a Francisco Antonio Zea (1766-1822), ocupado en la época en tareas diplomáticas en Inglaterra, principalmente en la consecución de préstamos para sufragar los gastos que imponía la fundación de una nueva república.

Pedro Acevedo asumió la tarea de organizar y presentar los datos sobre Colombia, a fin de dar una visión completa de lo que era en la época: de sus fronteras, su extensión, sus riquezas naturales, su división político-administrativa, sus ríos y mares, sus principales centros de población, mezclados con datos históricos, especialmente fechas de fundación y poblamiento de los más importantes centros urbanos del país, y reminiscencias de la Independencia.

2. Libros de uso popular: el caso de la geografía de Acevedo

En consideración al público al que se dirigía, Acevedo procuró que su escrito tuviera características propias de los textos populares, esto es: lenguaje sencillo, estilo secuenciado y contenidos sintetizados a fin de hacerlos fácilmente legibles para lectores diestros y legos. Más que simples formatos, publicaciones baratas o vectores de transmisión ideológica, estos libros enseñan modos de concebir y transmitir la verdad y dejan pistas sobre las maneras en las que se han efectuado los procesos de circulación y apropiación de saberes y discursos.

Usamos la noción uso popular para remarcar la idea de que estos libros buscaban organizar de manera simple y didáctica los saberes, para ponerlos al alcance de un público más amplio que el de las aulas; fueran lectores habilidosos u oyentes que atendían a formas colectivas de lectura. A diferencia, por ejemplo, de las grandes obras o los libros eruditos, los de uso popular se identificaban por ser menos grandes y voluminosos, diseñados para ser portables y leídos en espacios distintos al gabinete o la biblioteca del estudioso.

Los rasgos de estos libros como el formato portable, las rúbricas editoriales, la tipografía, el contenido y su presentación (tipo de letra, espacios, encuadernaciones rústicas, tamaño reducido y menos volumen, etc.) facilitaron el acceso a sus páginas a lectores poco instruidos y familiarizados con lectura individual y también a aquellos diestros en la lectura solitaria y en el estudio metódico de un saber.

En términos de Paul Ricoeur, se trata del proceso de refiguración (1996, p. 859), mediante el cual los textos atienden culturalmente a estructuras narrativas, editoriales y de contenido que permiten su inteligibilidad. Lo que significa que un texto no se produce al margen de los modos de narrar, de las usanzas editoriales y la vigencia de los contenidos, so pena de ser ilegible para una sociedad en un momento dado. Un texto es un producto histórico, que condensa lenguajes, saberes, formatos y modos de concebir la verdad en una sociedad y en una época. El sentido es también histórico, resultado de las relaciones entre el texto, el soporte, los contextos y los modos de lectura; en palabras de D. F. McKenzie, la performance (2005, p. 30) signa públicos y formas de apropiación y uso.

Los libros de uso popular actualizaban los saberes, ya que buscando la inteligibilidad en relación con el contexto y los públicos, los escritores debían organizar los contenidos para hacerlos comprensibles, además de conseguir las novedades, datos y referencias cercanos al momento de su escritura y publicación, una labor de la actualización que era, al mismo tiempo, una forma de apropiación que ayudó a perfilar potenciales usos y lectores.

El libro que analizamos en este apartado tuvo acogida, como lo prueba la segunda edición puesta en circulación por una imprenta en Nueva York en 1827. En un manuscrito del mismo texto que reposa en la Biblioteca Nacional (probablemente destinado a la tercera edición), el escribiente, seguramente Pedro Acevedo, agradecía la aceptación que había tenido la primera edición del libro, por lo que se disponía a corregirlo y a mejorarlo «a reveerlo [sic] y presentarlo segunda vez al público con las enmiendas que han estado a mi alcance» (BNC, RM 212, Geografía de Colombia, sin fecha, Introducción) claramente este era un trabajo de actualización, entendiendo que el texto debía ponerse en condiciones que expresan la situación geográfica y política del país, incluyendo datos actualizados.

Las tensiones políticas entre los estados, así como las pugnas alrededor de la figura de Bolívar, hacían pensar al escritor que en lo atinente a la geografía política el libro quedaría obsoleto, pero que no pasaría lo mismo con la «parte descriptiva de las producciones, vegetales y animales». Según Acevedo, esas producciones estaban llamadas a «aumentar la felicidad de la nación», su conocimiento y explotación serían una vía segura hacia el prosperidad, esto les confería un valor «absoluto e inestimable» (Acevedo, 1827, p. 7). La situación política y administrativa podía variar, pero los recursos seguían allí como promesa de un mejor porvenir.

Acevedo destacaba que las descripciones sobre las producciones vegetales eran una redacción «preciosa de los trabajos de un sabio asesinado por el sicario Morillo» (Acevedo, 1827, p. 7), refiriéndose a Francisco José de Caldas, argumento que tenía dos consecuencias, la primera la exaltación de Caldas bajo la figura combinada del estudioso y del patriota ejecutado por la causa libertaria, la otra es la reivindicación en el uso de fuentes autorizadas incorporadas a los textos, evidentemente bajo otra forma de concebir tanto la autoría como de referir las fuentes usadas. El último aspecto enfatiza la situación de los textos de uso popular, y es que sus compendiadores, antes que hacer aportes o desarrollar disertaciones propias, se ocuparon de sistematizar, resumir y sintetizar datos y saberes conocidos y considerados verdaderos. Era pues trabajo de selección y síntesis, tras el cual el escritor debía ocupar largas horas en la consulta y lectura de los principales datos y una cuidadosa selección de aquellos que por su importancia, claridad y pertinencia debían incluirse por ser básicos para un saber. Dar a conocer las riquezas, la extensión y las producciones del país, era, en el caso del libro en cuestión, una labor indispensable para infundir el amor, el orgullo y el fervor que harían de cada lector un patriota defensor de la libertad.

2.1 Escritores y patriotas

La exaltación a la patria no era solo un problema textual; la adscripción a la lucha por la independencia fungió en muchas ocasiones como mecanismo legitimador de los textos y del escritor. La simpatía hacia los bandos patrióticos, la cercanía a los próceres y las dedicatorias a los prohombres de la República, daban a los escritores y a los libros una validez especial. El libro del coronel Pedro Acevedo al que hacemos alusión es un ejemplo. Hijo del llamado Tribuno del Pueblo, José Acevedo y Gómez (1773?- 1817), y hermano de la escritora Josefa Acevedo, hacía parte de la elite de los primeros patriotas, influenciados por la Ilustración, víctimas de la guerra y de la persecución de la lucha emancipadora.

Perucho, como era llamado por Francisco de P. Santander, acompañó a su padre José cuando huyó al Caquetá, buscando la frontera con el Brasil para fugarse de los pacificadores, quedando ambos (padre e hijo) confinados en las selvas de los Andaquíes. A pesar de no ser un personaje muy conocido en los registros patrióticos, el historiador de la Academia Mario Germán Romero escribió en 1962 un libro en su honor llamado El Héroe niño de la Independencia (Romero, 1962).

Culminadas las guerras de Independencia, Pedro Acevedo se integró a la elite política cercana a Santander, con quien mantuvo buena relación, fue nombrado jefe civil de Antioquia (1820-1821), hizo parte del grupo de jóvenes que redactaron el periódico La Miscelánea (1825). Esos asuntos, aparentemente anecdóticos, indican la posición social y los círculos que ayudaban a configurar la función de un escritor de un libro de uso popular. En otras palabras, el grupo social que respaldaba la función del escritor como vocero cultural y político de una clase que resguardaba y legitimaba su papel, y propendía al establecimiento de ciertas pautas y normas de comportamiento acordes con el nuevo orden. Por ello, además del dominio del ramo del saber, el escritor debía ser un modelo patriótico, un verdadero apóstol de la causa libertaria.

La noción de escritor patrio (no nos ocupamos de la escritura científica, ni universitaria, o en otras manifestaciones escritas como los textos polémicos, las sátiras o las escrituras panfletarias) ayuda a entender esta función como un oficio, que se alternaba con otras ocupaciones y que más que considerarse una profesión en la moderna acepción del término (autor), era una práctica ineludible para el hombre público, parte integral de sus atribuciones morales y sociales.

3. Noticias, descripciones y geografía patria

Las nominaciones de los textos vistas en perspectiva histórica ayudan a entender los propósitos, los alcances, los métodos de estudio, las nociones de verdad y los públicos a los cuales van dirigidos. Por eso es la retórica una herramienta útil para entender los textos y los contextos de enunciación y uso (que no necesariamente coinciden), así como formatos y performances. La retórica fue el saber y la técnica responsable de la legibilidad del discurso, de las formas de organización y la disposición de este en el pensamiento y de su correcta enunciación a fin de asegurar la inteligibilidad y el cumplimiento de sus propósitos.

En atención a la necesidad de que los discursos fueran comprensibles por el público, la retórica diferenció los textos complejos «tratados completos o magistrales», destinados a lectores «iniciados en la ciencia» de los elementales «para la instrucción de aquellos que no la han abrazado [ciencia] todavía» (Gómez Hermosilla, 1826,

p. 92), textos cuyo propósito era dar a conocer de forma secuenciada y en un lenguaje sencillo, aspectos sustantivos de un saber.

En Noticias de geografía hay que poner atención en dos cuestiones: la primera es que tratándose de un libro de enseñanza destinado a lectores menos versados, le era inherente un propósito didáctico, por ello el texto procuraba distribuir secuencial y ordenadamente los contenidos, así como definir y explicar debidamente cada uno de los títulos, haciendo gala de cierta economía textual: procurando decir lo más y mejor posible, sin extenderse ni hacerse voluminoso. La palabra noticia, según la acepción del Diccionario de la lengua castellana, en su 5.ª ed. de 1817, se refería «a ciencia o conocimiento de las cosas» y «las especies diversas en cualquiera arte o ciencia que hacen docto o erudito a otro» (p. 600) es decir, se trataba de un libro que desde su nominación se definía como medianamente «instruido y documentado» (p. 600), destinado a formar en el ramo de la geografía colombiana a los nuevos ciudadanos.

Queda otro término por explorar y nos referimos puntualmente a la geografía política, un saber que para la época cabalgaba entre la descripción de paisajes salpicada de bucólicas referencias, datos sobre extensión y población e informaciones históricas. La descripción fue concebida en el siglo xviii como un tipo de relato que aludía a la objetividad, resultado de la observación y la fidelidad de lo que se contaba y fue, por antonomasia, la escritura característica de los relatos de viaje, mediante ella se hacían evidentes las técnicas de objetivación introducidas con los instrumentos y las mediciones, así como la constatación de que el viajero era testigo presencial de cuanto relataba.

3. 1. Retórica, historia y geografía patria

En los inicios de la república, ni la geografía ni la historia se habían logrado compartimentar como saberes específicos, al menos en los textos de uso popular, señalemos que en Colombia el primer libro de historia de uso popular, dedicado a los hechos que habían dado origen al país, fue el que publicó José Antonio de Plaza en 1850, titulado Compendio de la historia de la Nueva Granada.

El saber histórico específico sobre el país estaba disperso en los libros de geografía patria, teatro patrio, la poesía patria, etc. La historia patria que empezaba a configurarse era más cercana a la retórica que a la comprensión objetiva del pasado. La historia magistra vitae dominaba las narraciones con sus de modelos de virtud y vicio; el pasado patrio se concebía como un depósito de ejemplos necesarios para la moralización de la sociedad. La historia y la geografía patria conformaban una especie de sustrato común que mezclaban descripciones naturales con acontecimientos del pasado, a veces también el teatro y la poesía cumplían con el cometido de avivar el recuerdo exaltado de los sucesos y personajes que originaron la república. La geografía subsumía parte del saber histórico, lo cual empezó a romperse en la década de 1850 cuando aparecieron los primeros libros de historia de la Nueva Granada y cuando la Comisión corográfica introdujo una nueva representación geográfica y cartográfica del país. La existencia de un núcleo común de construcción, organización y elocución como la retórica lo explica. La ruptura paulatina de este núcleo con la ciencia permitió la escisión e individualización disciplinaria de la historia, la geografía, la literatura, etc.

La retórica comprendida como técnica de la palabra (oral y escrita) era responsable de establecer los modos de discurrir, la organización de los contenidos y las técnicas apropiadas para inteligibilidad. La abundancia de las descripciones paisajísticas, del clima y de las riquezas del país, no solo puede explicarse como asunto estilístico característico de la época, respondía también a una manera de concebir el saber, un saber asociado más con las facultades de la memoria que con la reflexión y la crítica, más con la verdad devenida de la autoridad, que con la observación y el análisis del mundo natural. La carencia de ilustraciones, mapas e imágenes (que luego caracterizaron los libros didácticos), producto de las dificultades técnicas de las imprentas, debía ser compensada con el uso de vívidas imágenes verbales que ayudaban a visualizar y a aprehender las ideas impartidas en los textos.

En el contexto cultural de aquella sociedad de los inicios de la república, y en la que la lectura individual no era todavía una práctica generalizada, el saber patrio destinado al público mayoritario se fundamentaba en la recitación y oralización de versiones asentadas en la tradición, antes que ser concebido como el resultado de la observación y la indagación propias de la ciencia. El saber patrio no desconoció los mecanismos orales como vías fundamentales en la transmisión de los valores y los sentimientos; la estructura de los mismos libros (catecismos, prontuarios) preveía la lectura colectiva y la oralización, mientras los sermones, los discursos y la oratoria, en general, siguieron cumpliendo una importante función en términos de la transmisión de saberes y doctrinas.

Los libros de uso popular en los inicios de la república estaban elaborados para dar a conocer la naturaleza, con la ayuda de las descripciones hechas por las voces autorizadas de los viajeros, literatos y patriotas. Ya decíamos que la descripción permitía contar lo que se había visto y fue la manera de narrar por excelencia de los relatos de viaje y de la geografía, pues, a diferencia de la narración que supone una teleología y una comprensión lineal del relato, la descripción en cambio aquieta el tiempo en forma de presente, subraya su carácter testimonial y remarca la idea de que la descripción es casi simultánea a la observación.

Las tradiciones provenientes de los relatos de viaje y de las expediciones, y algunos elementos técnicos derivados de la preceptiva, ayudaron a conformar una escritura que todavía no se había escindido plenamente de los géneros literarios, en la que quedaron marcas de relatos de viajes y expediciones en el sentido de las descripciones, los adjetivos y los alusiones a paisajes que, a veces, están cargados de sensaciones y connotaciones morales, como en la siguiente descripción que se hacía de Chocó:

[…] puede decirse que es una provincia de oro; pero sus grandes y tristes montañas, sus valles cenagosos, su tierra dondequiera estéril y su cielo siempre armado de nubes, de diluvios y de rayo, parecen haberla secuestrado de la sujeción a los seres naturales. (Acevedo, 1827, p. 42)

Sin la comprensión de ese aspecto configurante de la geografía patria en las primera décadas del siglo xix, y que se entendía más como una variante que amalgamaba tanto las versiones de expedicionarios y viajeros, así como de saberes históricos y de descripciones, quedarían truncas nuestras comprensiones, no solo sobre este ramo del saber, sino de sus conexiones (también configurantes) con la historia patria, la literatura patria y la deuda de estos saberes con la retórica. Esta última entendida como una gran matriz que permitió la organización cognitiva y discursiva de los saberes en cuestión, así como la asignación de ciertas características que fueron perfilando los lenguajes, sus modos de presentación y catalogación, y las rúbricas textuales que contribuyeron a demarcar los saberes y a presentar la arquitectura sobre la cual se asentaron sus conocimientos y sus respectivas búsquedas de la verdad.

En este libro, las noticias sobre la población y el territorio se entremezclaban con referencias históricas, mediciones y descripciones. Por ejemplo, para hablar de las razas de Colombia, Acevedo identificó tres grandes grupos primarios (blancos europeos, indígenas y negros) y muchos más secundarios (mestizos, mulatos, zambos), luego tercerones (mulatos y blancos y cuarterones). Después de hacer esta taxonomía racial, llegó a la conclusión de que tantas mezclas «van dando origen a un individuo que se acerca más y más al europeo» (Acevedo, 1827, p. 8). El cuadro racial desembocó en una reivindicación patriótica al señalar que el sistema de castas había sido para los opresores españoles «uno de los principales baluartes de su poder, y su siniestra política», situación que varió con la república:

[…] no hay ya en Colombia castas, no hay colores, no hay sangre menos noble que otra sangre, toda fue de héroes al correr mezclada en la defensa de la patria inundando los campos de batalla, y toda será igual para recibir las recompensas de la virtud, la ilustración y el valor. (Acevedo, 1827, p. 7)

Sobre la Isla de Margarita, el compendiador destacó que «sola con 1500 habitantes ha resistido ha resistido a los esfuerzos de numerosos y disciplinados ejércitos españoles» (Acevedo, 1827, p. 7), asimismo, que «el héroe de la América, Simón Bolivar, nació en Caracas en 1733! Gloria y bendición eterna a la patria de libertador y creador de Colombia» (Acevedo, 1827, p. 28).

Con estas referencias hemos querido ejemplificar el modo en el que la geografía fusionaba referencias históricas, descripciones de paisajes y alusiones poéticas, todas ellas conjugadas en la figuración de una patria a la que había que dar forma y sentido, y a la que había que amar y defender.

Perucho se ocupó de trasmitir un saber reconocido bajo las condiciones que hemos anunciado, una especie de compendio que pretendía ser el punto de partida de la comprensión objetiva del nuevo país, un país que además de legislación tenía características físicas, rasgos objetivos que le auguraban un grandioso porvenir. Un pequeño libro que consiguió dar una forma a un desconocido territorio que muchos conocieron gracias a él, y cuyos contenidos mantuvieron su vigencia y fueron la base de publicaciones posteriores.

4. Una traducción: el artículo de la Enciclopedia Británica

Hacia 1832 Lorenzo María Lleras (1811-1868) tradujo el artículo de Colombia que hiciera la séptima edición de la Enciclopedia Británica, una de las publicaciones más importantes de la época, ponderada por la seriedad de sus editores y la rigurosidad de sus títulos. La Enciclopedia no era propiamente un libro de divulgación simple, estaba dedicada a los adultos con interés de estudiar con profusión los contenidos, más que fijarlos en la memoria, al mejor estilo de los textos populares. La séptima edición de la Enciclopedia se publicó entre 1830 y 1832 en 29 volúmenes y contó con reputados autores que se ocuparon de hacer las entradas para cada una de las áreas tratadas. El artículo sobre Colombia circulaba en 1832 en Estados Unidos en forma de libro y ese mismo año empezó Lleras la traducción, que solo se publicó en 1837, cuando la República de Colombia había sucumbido entre las guerras caudillistas y el celo legalista de sus líderes (Lleras, 1837). Aquella publicación constituyó en su momento todo un reconocimiento a la existencia de la nueva república y una causa de orgullo patriótico para los colombianos enterados de estos asuntos.

El artículo de la Enciclopedia Británica tuvo como base algunas dataciones geográficas del libro de Acevedo Tejada, así como información proveniente del libro que, como dijimos antes, se publicara en Inglaterra en 1823 con fines propagandísticos y atribuidos a Francisco Antonio Zea (1822). El artículo en cuestión incluyó las medidas, extensión y datos objetivos sobre el territorio colombiano, además de una cantidad significativa de información histórica atinente a la Conquista, la Colonia y especialmente la Independencia. Es posible señalar que el artículo recogía antecedentes ya elaborados, en cierto sentido aludía a tópicos más o menos establecidos y a ciertos referentes que denotan la continuidad del conocimiento, así como el depósito cultural que a la postre permite el conocimiento y su consecuente divulgación, en síntesis, más que incluir datos novedosos, el texto se ceñía a las versiones conocidas y al corpus de textos ya reconocidos como autoridades en la materia: Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1748), los informes de Alexander von Humboldt publicados con asiduidad en Europa, así como datos del libro atribuido a Zea (1822) y datos de las noticas de Pedro Acevedo (1827).

Lo atractivo de estos textos no estriba exclusivamente en sus contenidos, de por sí importantes, sino en los entresijos políticos y las tensiones que discurren en sus páginas. En este caso particular, se puede señalar que el artículo de la Enciclopedia produjo animadversión entre los partidarios del Libertador. En 1836, en el periódico El Imperio de los Principios, los opositores de Francisco de P. Santander anunciaron la traducción que hacía el señor Lleras del mencionado artículo e incluyeron un fragmento alusivo a la conjura septembrina, indicando que los editores de la enciclopedia falseaban los hechos porque «los materiales de esta obra fueron suministrados por uno de los actores (Santander) que representaron en las escenas que describe» (El Imperio de los Principios, 1836, p. 4). Santander respondió esas acusaciones en una carta al traductor Lleras incluida en la edición, negando que tuviera algún contacto con los editores británicos, de haberlo hecho, decía, el artículo tendría «menos equivocaciones y los redactores no habrían dudado del proyecto de la monarquía» (Lleras, 1837, p. 5).

Lorenzo María Lleras, traductor del texto en cuestión, era cercano a Santander y a los grupos contrarios al Libertador, parte de su vida la dedicó a la enseñanza, específicamente en el Colegio del Espíritu Santo que fundó y regentó, al teatro y a la escritura y el compendio de diversos textos de enseñanza.

El artículo de la Enciclopedia Británica implicaba, para los colombianos de la época, la concesión al país de una forma de existencia más allá de sus fronteras o de su intrincada vida política. La parte histórica de este texto fue una de las primeras que se ocupó de relatar acontecimientos de la Independencia, extraída gran parte de sus datos del Diario Político de Santafé que dirigió Francisco José de Caldas entre 1810 y 1811, y de la Historia de la revolución de José Manuel Restrepo, cuya primera edición fue publicada en París en 1827. Dispuestos los datos de manera menos extendida y con un ánimo ciertamente más sintético.

Llamado República de Colombia, noticias de sus límites, extensión, etc. era una verdadera novedad, en el sentido en que logró compendiar y sintetizar en un mismo escrito una visión general del país, extraída, como decíamos, de textos y escritos reconocidos. La traducción de Lleras incluyó la totalidad del texto que comprendía información sobre el territorio, el comercio y la religión, añadió algunas notas aclaratorias y con el propósito de que fuera «útil a la juventud granadina» incluyó la traducción de un texto de Benjamin Constant «defendiendo las libertades contra la dictadura de Bolívar» (Lleras, 1837, p. 227).

No es fácil examinar el impacto y la apropiación de este libro, pese al listado de suscriptores que aparecen al final de sus páginas y entre los que podemos destacar a Francisco de Paula Santander, Vicente Azuero y Florentino González, entre otros. El libro tuvo una reedición en 1896 a cargo de Santiago Lleras (Lleras, 1896). Esta vez, el énfasis se puso en los contenidos históricos de la publicación, pues, según el editor, con ella podría suplirse la falta de textos sobre «lo comprendido entre 1810 y 1830» (Lleras, 1896, p. B), y redujo su título a Historia de la Gran Colombia, con lo cual un texto que fue información contemporánea a la época de su publicación y en el que la geografía política tenía gran peso, pasó, en el transcurso de varias décadas, a convertirse en un trabajo predominantemente histórico, lo que da una idea de los procesos de actualización y resignificación que pueden sufrir los libros, con miras a comprender que los sentidos no se construyen a priori, sino que se refiguran, esto es, que se construyen en diálogo con los contextos culturales y de lectura de una sociedad.

5. Catecismo de geografía: un saber para la memoria

El otro texto al que hacemos alusión es un catecismo de geografía, una guía básica que daba cuenta no ya de la República de Colombia sino de la Nueva Granada, una entidad política mucho más acotada y que estaba en proceso de redefinir su propio relato patriótico después de la escisión de Venezuela y Ecuador. Este texto, publicado en 1842, resumía el de 1827 e incluía las novedades alusivas a un país que trazaba el camino para su propia existencia política. El Catecismo de Geografía de la Nueva Granada organizaba a la manera de preguntas y respuestas los datos extraídos del texto que 20 años antes produjera Pedro Acevedo. El autor, quien firmaba con las iniciales VBM, incluyó en la edición una carta dedicatoria del libro al señor Alfonso Acevedo Tejada (1809-1851), hermano de Pedro Acevedo, a quien pedía que «con los conocimientos que poseéis en este ramo le hagáis las correcciones que consideréis oportunas» (VBM, 1842, p. II), de este modo el autor buscaba legitimar su libro, no solo por el parentesco filial entre Alfonso y Pedro, sino porque el primero era un reconocido patriota que había participado en la mayor parte de los eventos políticos de inicios de la República, incluso en la llamada Guerra de los Supremos en la que se había hecho general.

La larga vigencia de los textos no solo puede verse como una «falta de avance» en términos de los estudios en el país, más bien tiene que ver con la manera de concebir los saberes como verdades casi inmutables, provenientes de una autoridad ontológica y deontológica, depositaria de la verdad.

El autor del Catecismo de geografía actualizó el texto de Acevedo extrayendo de él los datos de los territorios escindidos de Venezuela y Ecuador, por lo tanto, variaron los límites, la extensión y las medidas, se redujeron los contenidos, aunque mantuvo las descripciones de los paisajes y los datos históricos que Acevedo incluyera en su edición de 1827. El autor observa que «las nociones que he tomado de diversos autores son las únicas en su especie» (VBM, 1842, p. I). Puede verse que en este catecismo copió fragmentos completos de su antecesor, transcribió del libro de Acevedo descripciones del paisaje, las ciudades y los tipos humanos, así como los datos históricos que establecían los nexos entre las ciudades y los acontecimientos. A modo de ejemplo, traemos la parte concerniente a Chocó, que ya mencionamos unos párrafos antes; el lector podrá constatar que es exacta a la del texto de Acevedo:

«puede decirse que es una provincia de oro; pero sus grandes y tristes montañas, sus valles cenagosos, su tierra dondequiera estéril y su cielo siempre armado de nubes, de diluvios y de rayo, parecen haberla secuestrado de la sujeción a los seres naturales» (1842, p. 25).

La elaboración del catecismo requirió de un trabajo cuidadoso que permitiera un recorte adecuado del texto, así como el cuidado a la hora de introducir la nueva información y estructurar el texto a modo de preguntas y respuestas coherentes y secuenciadas, además pertinentes para un público dispuesto más a memorizar que a estudiar críticamente el texto para recitarlo con posteridad. La forma catequística tenía una larga tradición en el mundo occidental donde fue un medio eficaz en enseñanza religiosa, de allí circuló como la forma didáctica por antonomasia para la enseñanza de los principios fundamentales de los saberes. El siglo xix vio aparecer con relativa frecuencia variados catecismos que iban desde la inculcación de preceptos religiosos y morales, hasta catecismos políticos, geográficos, de gramática, en fin, de todos los saberes que se impartían así a grupos numerosos en los que la posesión de libro aún era una utopía, y en un contexto en el que los sistemas de enseñanza seguían fuertemente signados por la memorización de saberes que se aprendían a la manera de preceptos para ser recitados después (Sagredo Baeza, 2009).

El catecismo de geografía que hemos señalado aquí no era, pues, «una producción nueva» sino «un estracto de algunos autores que han tratado sobre esta materia» (VBM, 1842, p. I), dispuesta a la manera de un catecismos que llevara a un grupo mayoritario una versión reconocida y transmitida como verdadera, por lo tanto, digna de ser guardada en la memoria y declamada en espacios públicos para pregonar la gloria de la patria. La geografía patria era un ramo llamado a elevar el fervor patriótico, enaltecer el suelo patrio y promover su defensa y la de las instituciones.

A modo de conclusión

Entre 1827 y 1842 la geografía componía un campo amplio y misceláneo distinto del que hoy conocemos, del que hacían parte: los discursos sobre el territorio y lo sucedido en él, las prácticas de exploración topográfica, observación y recolección de datos, tradiciones narrativas como los informes de viajeros y publicaciones caracterizadas, la presentación de información calculada y clasificada en tablas y cuadros. No obstante, la mayor parte de los libros dedicados a esta materia carecían de mapas o eran escasos.

La geografía patria se erigió como uno de los discursos que permitió la «conciencia nacional», esto es, un sentimiento de arraigo y compromiso vital con relación al territorio que se habita. En este sentido, las descripciones vividas sobre la belleza, la bondad o la riqueza del «país» constituyeron un relato que buscaba fortalecer las relaciones entre los hombres y esas vastas tierras, no ya las raizales en las que había nacido o en las que habitaba físicamente, sino aquellas que formaban una patria que se extendía más allá de lo que los ojos podían contemplar.

La geografía del siglo xix, más relacionada con las observaciones y las descripciones provenientes de las expediciones y de los viajeros, enfocaba su atención en la recolección de datos y en su posterior narración, más que en la utilización de mapas y planos. El mapa «como representación artificial de la tierra» (Actos literarios del Colegio de la Independencia, 1852, p. 3) era un saber concomitante pero no indispensable para la enseñanza de la geografía. El hincapié se hacía en la narración y la descripción de límites, accidentes geográficos, mares, ríos, comercio, industria, población, religión, forma de gobierno e historia.

Esta manera de enseñar y comprender la geografía se correspondía con la de concebir y ofrecer el conocimiento, fundado en descripción de experiencias y observaciones directas transcritas por los testigos, que se vertían en los textos para ser leídas, verbalizadas y memorizadas. Los mapas no eran indispensables en la enseñanza geográfica, su carencia se suplía con recuentos exhaustivos de la topografía y los paisajes.

Con este escrito hemos querido resaltar el carácter emotivo de la geografía patria vertido en libros de uso popular. La noción de refiguración puede ayudar a entender la recurrencia a la descripción, la forma de organización de los contenidos, las estrategias narrativas y editoriales, a fin de garantizar la legibilidad y la comprensión por parte de los posibles lectores de la época. En los libros de geografía patria se mezclaron datos científicos, noticias históricas y reminiscencias poéticas, para insuflar entre sus lectores una relación emotiva con esa nueva entidad política que se extendía más allá de lo que los ojos podían abarcar, y comprendía a miles de hombres que no se conocían, que no se conocerían, y que, sin embargo, compartían un suelo y un devenir.

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Recibido: 05 de Mayo de 2016; Aprobado: 25 de Julio de 2016

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