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Lingüística y Literatura

versión impresa ISSN 0120-5587

Linguist.lit.  no.75 Medellìn ene./jun. 2019

https://doi.org/10.17533/udea.lyl.n75a01 

Artículo de investigación

ÁNGEL CUERVO: CURIOSIDADES DE LA VIDA AMERICANA EN PARÍS O DE LA DEFENSA DE LA IDENTIDAD LATINOAMERICANA*

ÁNGEL CUERVO: CURIOSITIES OF THE AMERICAN LIFE IN PARIS OR IN DEFENSE OF THE LATIN AMERICAN IDENTITY

John Fredy Ramírez Jaramillo1 

1Universidad de Antioquia, Colombia. fredy.ramirez@udea.edu.co


Resumen:

Este artículo estudia la forma en que Ángel Cuervo, intelectual colombiano del siglo xix, argumenta en su libro Curiosidades de la vida americana en París la defensa de la identidad latinoamericana. Se comprobará que dicha tutela, además de corresponderse con una crítica a los europeos que subvaloran a las naciones y habitantes de la América Meridional sin establecer matizaciones de ningún tipo, incorpora un llamado de atención a los ricos inmigrantes latinoamericanos que, renegando de su propia cultura e idiosincrasia, buscan imitar el estilo de vida de la aristocracia europea.

Palabras clave: Ángel Cuervo; Curiosidades de la vida americana en París; identidad latinoamericana; nación; rastaquouère

Abstract:

This paper studies how Ángel Cuervo, a nineteenth-century Colombian intellectual, presents the defense of the Latin American identity in his book Curiosidades de la vida americana en París. It will be demonstrated that this protection not only corresponds to a criticism of the Europeans that undervalue the nations and inhabitants of South America without establishing nuances of any kind, but also calls attention to the wealthy Latin American immigrants that, disowning their own culture and idiosyncrasy, try to emulate the lifestyle of the European aristocracy.

Keywords: Ángel Cuervo; Curiosidades de la vida americana en París; Latin American identity; Nation; rastaquouère

1. Introducción: El prejuicio de Europa hacia América

Desde la época colonial el proceso de formación de la conciencia criolla vinculó la necesidad de asegurar la integración de América al mundo civilizado. Con el surgimiento de las nuevas repúblicas latinoamericanas en el siglo xix y la pretensión que tuvieron sus élites intelectuales y políticas de figurar en pie de igualdad con las demás naciones europeas, tal deseo se hizo cada vez más patente y prioritario. No obstante, los europeos fueron reticentes a reconocer los pueblos latinoamericanos dentro del orden de la civilización; una actitud motivada, en buena medida, por la visión negativa que los escritores de los siglos xviii y xix proyectaron hacia la naturaleza y los hombres de la América Meridional. Gerbi (1960) recoge la discusión que a nivel científico y cultural suscitó la idea sobre la inferioridad del continente americano. Autores de la talla de Buffon, Montesquieu, Hume, Voltaire, Raynal, De Pauw, Schopenhauer y Hegel, entre otros, se encargaron de proporcionar semblanzas inexactas y opiniones falsas sobre las especies animales, los pueblos nativos y las sociedades americanas; todo esto con el propósito de mostrar la supuesta debilidad, inmadurez e incluso estado de degeneración propio de las Américas. Si bien hubo un grupo de autores europeos y americanos que enfrentaron tales argumentos propiciando un intenso debate denominado en su momento como «la querelle d’Amérique» (entre estos intelectuales figuran Pernety, Humboldt, Goethe, Thoreau, Jefferson, el padre Clavijero, el padre Molina y el sabio Caldas), las calumnias hacia el Nuevo Mundo, relacionadas con su supuesto estado de barbarie y decadencia absolutos, se fijaron como verdades incuestionables.

Pese a estas infundadas detracciones, durante la primera mitad del siglo xix, cuando los historiadores europeos quisieron abordar las aspiraciones independistas de América Latina y la configuración de sus nacientes Estados, algunos de ellos, como fue el caso de Georg Gottfried Gervinus, se esforzaron por delinear un semblante positivo al ver allí una posibilidad de desarrollo significativo de las ideas liberales y republicanas, las cuales gozaban ya de especial interés de estudio en ciertos ámbitos académicos europeos (Gartz, 2003). Desgraciadamente, esta visión pronto quedó empañada debido a los disturbios postindependistas, la fragilidad política de sus repúblicas, los continuos motines militares y la violencia generalizada; aspectos que, al decir de Hegel (2001), mostraban un continente inmaduro, inferior, lleno de insuperables discontinuidades y por fuera de la historia. No sobra agregar que, a raíz de las apreciaciones de este filósofo sobre la región indio-ibérica de América, en décadas posteriores muchos intelectuales perdieron interés por estudiar el continente latinoamericano y las causas reales de sus problemas políticos y sociales (König y Kusche, 1995). Fue este silencio, mantenido desde el ámbito de las ideas, aquello que en buena parte contribuyó a reforzar en el imaginario de los europeos de la segunda mitad del siglo xix, la idea de una América Latina exótica, imperfecta y subdesarrollada, cuyas naciones, aun cuando presumieran de tener unas constituciones modernas, no podían considerarse a la altura de las naciones occidentales civilizadas. A esto se suma la publicación de los libros de viajes hechos por los europeos en tierras suramericanas, cuyas descripciones sobre el territorio recorrido, sus apuntes respecto al bajo nivel de desarrollo económico y de infraestructura de las poblaciones y ciudades visitadas, así como el relato de las costumbres encontradas, sirvieron para confirmar, desde un marcado enfoque eurocentrista, la idea de inferioridad y exotismo de dichas regiones del mundo.

2. La lucha contra el prejuicio europeo

Una década antes de finalizar el siglo xix, desde su estancia definitiva en París, el escritor colombiano Ángel Cuervo constata que la sociedad europea mantiene hacia el Nuevo Continente aquel mismo prejuicio. En su libro Curiosidades de la vida americana en París, publicado en 1893, donde recoge una serie de crónicas etnográficas sobre la forma de vida de la colonia latinoamericana instalada en París -estos artículos fueron escritos entre 1889 y 1891 para la revista parisina Europa y América-, registra la ligereza con la cual articulistas de prestigiosos diarios de la época reflexionan sobre los acontecimientos políticos de Hispanoamérica. Entre otras cosas, remarca cómo ante el desmán cometido por un presidente o caudillo político de cualquier república, se concluye, de forma apresurada y sin consultar fuentes confiables, que todo el continente está gobernado por tiranos «más ó menos sanguinarios y aun ladrones» que no tienen «más móvil que el ansia de enriquecerse» (Cuervo, 1893, p. vii). Si en algo coincide la gran mayoría de los europeos, al decir de Cuervo, es en la forma simplificada con que se mira e interpreta todo cuanto sucede en Hispanoamérica, ya que «ellos no se ponen á averiguar si la revolución ó el escándalo de que se habla es en tal o cual país, sino que se lo achacan á toda la raza» (p. 338).

Antes de continuar avanzando en los alegatos contra esta actitud simplificadora, resulta importante aclarar que cuando Cuervo emplea la palabra “raza” para designar al continente hispanoamericano, está relacionando la identidad que guardan entre sí los habitantes de las naciones centro y suramericanas a partir del vínculo establecido con la sangre y la cultura ibérica. En el pensamiento del autor bogotano, como ocurrió con la mayor parte de la élite criolla de los siglos xviii y xix, la concepción identitaria de “raza” hispanoamericana es excluyente en la medida en que no visibiliza los valores de las poblaciones aborígenes, negras y mestizas que también interactuaron en los territorios de la nación y del continente. Si bien hay un reconocimiento respecto al avance que llegaron a alcanzar algunos pueblos indígenas de América antes de la conquista, Cuervo considera que el aporte de la raza ibérica, dado a través de su sangre, su lengua y sus costumbres, fue lo que determinó el verdadero impulso civilizador en Hispanoamérica. Tomando a Europa como el máximo referente civilizador alcanzado en la historia del mundo, plantea que el desarrollo del continente americano está directamente relacionado con las contribuciones de las dos razas europeas que ocuparon su territorio. De esta manera advierte que, mientras la raza anglosajona, habitante del norte de América, en virtud de su disciplina y trabajo «prospera hasta abismar al mundo con su desarrollo», la raza española -y por lo tanto latina: caracterizada por su apasionamiento y rebeldía (Arboleda, 1951)-, habitante del sur-centro, «va día por día enfrenando las bellas cualidades que tanto ilustraron á sus mayores, como la independencia y altivez de su carácter que raya en insubordinación, el valor indómito que corre tras de los peligros aun en detrimento de la disciplina, y la imaginación, creadora de ilusos y de soñadores» (Citado en Cuervo, 1890, p. 3).

El autor colombiano lucha para transformar la imagen falseada que las metrópolis europeas tienen de las naciones y gobiernos americanos, y que poca justicia hace respecto a su compleja realidad. Para dar prueba de este inmerecido descrédito, refiere las observaciones de Émile Ollivier (exministro de Napoleón III y miembro de la Academia Francesa) sobre los políticos de Estados Unidos en su ensayo La guerra social, publicado el 10 de enero de 1893 en la revista Le Correspondant. Allí el célebre político e intelectual francés admite que la enorme vitalidad de dicha nación, por la cual se mantiene en un movimiento de acelerada expansión, se debe a su admirable poder de asociación; no obstante, arremete contra sus dirigentes políticos calificándolos como una clase de individuos inmorales y corruptos. Cuervo cita el pasaje donde es formulada esta tajante condena: «Democráticos por divisa, es en realidad una oligarquía de políticos desvergonzados, rapaces y viciosos que ruborizan á Washington, Franklin y Jefferson» (Cuervo, 1893, p. vii).

Cuervo remarca que, debido a unos casos aislados, no se puede llegar a conclusiones generalizadoras de ese tipo. Incluso, le recuerda a Ollivier que también en Europa hay políticos que arrastran un igual o mayor grado de deshonestidad. En lo que respecta a la realidad política de las naciones de la América Meridional señala que sus distintas agitaciones, en vez de tomarse como evidencias de una supuesta depravación y declive de la política, son muestras del juvenil vigor y el deseo que tienen de consolidarse como naciones independientes que marchan sobre la senda del progreso iluminadas por el conocimiento del mundo moderno. La convicción de que los países independizados de Latinoamérica son tierras de promisión, le permite formular la siguiente sentencia: «Las revoluciones de América son la ebullición donde se están formando aquellas sociedades nuevas y vigorosas: es la Edad Media alumbrada por la civilización moderna» (p. 310).

Esta interpretación positiva hecha acerca de las revoluciones y los estados de anarquía intermitente de algunas de las repúblicas hispanoamericanas, así como la idea de lo que están llamadas a cumplir desde el momento de su independización, se alinea con los discursos que anticipadamente formularon José María Samper (1861) y Sergio Arboleda (1951). Estos autores lucharon también contra la visión negativa que los europeos tenían de las democracias hispanoamericanas. Con el propósito de excusar el estado beligerante y caótico de muchas de estas naciones y los tropiezos para poner plenamente en marcha el progreso civilizatorio, enfatizaron el estado de infancia y de juventud por el que aún pasaba el continente hispanoamericano. A pesar de estas dificultades, ambos autores visionaron una imagen de redención de todo el mundo dado a partir de lo que social y políticamente había venido aconteciendo en América desde las guerras de independencia (Arias, 2007, p. 22). En consonancia con este criterio, Cuervo reitera la idea sobre el futuro esperanzador que se desprende desde el continente americano:

En el pomposo inventario que dejará el siglo xix a su sucesor, aparecerá como uno de sus timbres de mayor gloria la elevación del continente americano, que, así como surgió del fondo del océano allá en época inmemorial, así se ha levantado como por encanto del seno de la servidumbre, y ha venido á ser una especie de jardín de nacionalidades, donde el espíritu democrático adquiere el prestigio que demanda la civilización moderna. En el transcurso de los siglos tal vez no se presenta un espectáculo más grandioso que el que ofrece todo un hemisferio constituyéndose, guiado por un mismo espíritu, en nacionalidades y adoptando por forma de gobierno el ideal de los filántropos. Las naciones del otro continente han necesitado siglos y torrentes de sangre para formarse, y aun parecen vacilar en su base, mientras la América ha sabido hallar el gobierno que más conviene á su carácter y a sus aspiraciones, y con ello ha tenido la suerte de resolver gran parte de los problemas que aun inquietan a las naciones europeas; así es que la civilización encuentra allí un campo fecundo donde arraigarse (Cuervo, 1890, p. 3).

Sin embargo, a diferencia de Samper y de Arboleda que visionan este esplendor de América y con ella el resurgimiento de la raza humana, incorporando pensamientos de tinte religioso, Cuervo concibe este porvenir, en el que igualmente están comprometidas las naciones hispanoamericanas, desde un horizonte más sensato y realista. A juicio suyo, y dejando de lado su conocido fervor religioso, la futura gloria de América -por la cual piensa en una era sostenida de progreso, de paz, de prosperidad, de hermandad y de entendimiento-, se encuentra directamente relacionada con el perfeccionamiento de las instituciones republicanas y con el sano debate democrático de las ideas. De ahí que vea las luchas políticas en el continente como parte de dicho proceso de afirmación y engrandecimiento del espíritu democrático, y no como una incapacidad para gobernarse como Estados independientes, libres y soberanos:

Allí las revoluciones, con una que otra excepción, no son golpes de cuartel, ni conjuración de eunucos tramada en lo recóndito de una alcoba, sino el desenlace de una lucha acalorada en la tribuna y en la imprenta, donde se desarrollan poderosas fuerzas intelectuales, y donde templan sus armas los civiles que han de gobernar en los días de paz y de bonanza. Desgraciada la democracia que duerme bajo la indiferencia del egoísmo, porque ella misma se asfixia: la democracia necesita, como en los mejores días de Atenas, aire, movimiento y aun tumulto (Cuervo, 1893, p. 310).

Los europeos justifican el desprecio contra los latinoamericanos por tratarse de una población mayoritariamente indígena y mestiza que, a juicio de ellos, posee un rango de inferioridad étnica y cultural. Ya desde la época de la conquista las percepciones europeas acerca de la naturaleza de los indígenas americanos, los llevó a creer que eran de razas fisiológicamente inferiores y bárbaras. Si bien, después de las largas discusiones desatadas a partir del siglo xvii, a los nativos del continente americano les fue admitida la condición humana y el uso de la capacidad racional, la visión negativa hacia esta población sobrevivió de distintas formas (Collier, 1986). Un juicio que se hizo extensivo a los demás grupos raciales que conformaron la población americana: negros, mulatos, mestizos, etc. A todo lo anterior se agrega el marcado desprecio que todavía para el siglo xix, los europeos sentían contra España y todos los pueblos ibéricos y americanos que tuvieran trazos de su sangre, sus costumbres y su cultura (Bernand, 2009). Cuervo refiere este doble estigma recalcando la idea que los europeos tienen de los gobernantes hispanoamericanos, los cuales son vistos como burdos oligarcas criollos que están alejados del verdadero espíritu democrático:

¿Quiere por dicha saberse qué opinan los entendidos sobre la raza hispano-americana? «Las Repúblicas suramericanas se componen de indios y mestizos; sobre esta base han instituido unos pocos blancos, descendientes de los españoles, una especie de oligarquía que no afloja el poder» (Cuervo, 1893, p. viii).

Cuervo quiere combatir esta mirada despectiva con la que es calificada toda Hispanoamérica, estableciendo, simultáneamente una defensa de su identidad como subcontinente que agrupa poblaciones con una similitud de rasgos dados por el uso de una misma lengua (la castellana), la práctica de una misma religión (la católica) y de unos mismos valores morales, el desarrollo de un mismo sistema de gobierno (el republicano), así como la asimilación de unos elementos históricos y culturales comunes (determinados por los antecedentes de la Conquista y de la Colonia). Es necesario recordar que José María Torres Caicedo, amigo de los hermanos Cuervo, es uno de los primeros intelectuales que plantea la necesidad de construir un imaginario de identidad que responda no solo al orden de lo local (nacional), sino también al orden de lo regional (subcontinental). Es así como propone emplear el término Latinoamérica para evocar implícitamente aquellos rasgos culturales e idiosincrásicos que son compartidos por los pueblos hispanoamericanos y que van a permitirle a la élite letrada reflexionar sobre una identidad y un discurso común (Torres, 1865). Poco nos hemos interesado en reconocer el papel de Cuervo como intelectual comprometido con el proceso de construcción de la identidad latinoamericana; sin embargo, al leer con detenimiento sus relatos etnográficos escritos sobre la colonia hispanoamericana radicada en París, encontramos una defensa irrestricta respecto a la dignidad que tiene cada una de las naciones de donde provienen los inmigrantes de la América Meridional, al igual que una defensa de sus instituciones políticas, de sus costumbres, de su moral, del carácter fraternal, hospitalario y sencillo de sus habitantes, de su fe religiosa, de su lengua, de su historia y su cultura. En lo que se sigue, veremos la forma como es proyectada esta defensa de la identidad latinoamericana.

3. Crítica a un llamativo caso de desprecio: la Exposición Universal de 1889

La Exposición Universal de 1889 será permanentemente recordada porque con ella Francia celebró el primer centenario de la Revolución francesa e inauguró oficialmente la Torre Eiffel. Dicho evento, el mayor de su clase realizado en París en el siglo xix, además de exaltar la inquebrantable fe en el progreso, buscaba rendir un homenaje a los valores democráticos, liberales y republicanos que configuraban el mundo moderno. Amparada por la idea de progreso, esta feria promovió el conocimiento y la producción industrial alcanzados hasta ese momento por la civilización; en cuanto a su carácter internacional, este radicaba, como lo corrobora el investigador mexicano Mauricio Tenorio Trillo, en que «estaba destinada para ser asistida por todas las naciones importantes del mundo» (Tenorio, 1996, p. 15).

Conscientes los gobiernos latinoamericanos invitados de que las exposiciones constituían la oportunidad para proyectar la identidad de un Estado-nación ante el mundo entero, la mayoría no escatimó en gastos pretendiendo estar a la altura de dicho certamen. De hecho, la exposición de 1889 fue recordada por la alta inversión que la mayoría de estas naciones realizaron en sus delegaciones y por el vistoso montaje de sus pabellones. Cuervo registra la expedita y positiva respuesta que tuvo la convocatoria por parte de las naciones hispanoamericanas, a pesar de la poca importancia que las élites europeas le otorgaron a este enorme esfuerzo económico cuyo objeto no solo era ofertar materias primas a potenciales inversores, sino difundir la imagen de países modernos: «Se hace en Francia la exposición de l889, y siendo ellas las primeras en acudir al llamamiento, visto casi con desdén por los gobiernos europeos, gastan cerros de dinero para salir con lucimiento» (Cuervo, 1893, p. viii).

Émile Monod (1890) detalla la lista de los países latinoamericanos que allí hicieron presencia: México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Salvador, Costa Rica, Colombia, Venezuela, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Perú y Uruguay. Si bien pabellones como los de Argentina, Brasil y México despertaron gran interés en los inversores y visitantes debido a la muestra hecha allí del grado de modernidad alcanzado por esos países, y a la exhibición de sus más importantes productos de exportación, precisa Cuervo que parte de la crítica francesa mantuvo una actitud despectiva generalizada hacia lo que ostentaban los edificios de las naciones latinoamericanas. Como prueba de ello, reproduce el comentario de Melchor de la Vogue aparecido la Revue des Deux Mondes. Este escritor y miembro de la Academia Francesa, pretendió mostrar que lo único importante que tenían estas naciones eran sus materias primas de exportación como el café, el tabaco, los cereales, la lana, la madera, el cuero curtido y los metales preciosos. He aquí sus palabras:

Pertenecen al segundo tipo de industria las riquezas brutas ya explotadas, pero que aún necesitan para adquirir todo su valor, la hábil trasformación de la mano europea. Este tipo es casi el único que presentan las Repúblicas americanas en la confusa y variada localidad que han construido en el Campo de Marte. En esos pabellones de tan diversos aspectos es idéntico el contenido: quien ha visto uno, los ha visto todos […] (Citado en Cuervo, 1893, p. ix).

También refiere Cuervo que, a pesar del número significativo de países iberoamericanos que ocuparon los alrededores del Campo de Marte, estos estuvieron a punto de no ser reconocidos el día de la inauguración por parte de la comitiva del gobierno francés. Fue solo a última hora, y por recomendaciones protocolarias, que el itinerario se modificó logrando que el presidente Sadi Carnot pasase frente a los pabellones americanos, pero sin dignarse entrar a ninguno de ellos -al menos así es relatado en el prólogo de Curiosidades- mostrando espontáneamente estar más interesado con los de Oceanía. El autor colombiano no deja pasar por alto este detalle que toma como una afrenta contra el honor de los países latinoamericanos. Apelando a la dignidad que tiene cada Estado-nación, su reclamo no se hace esperar:

Si entre los comisionados de los gobiernos americanos hubiese habido un hombre de fibra, protestara dignamente o cerrara la sección que dirigía. Un desaire de estos puede sufrirlo un individuo, pero nunca una nación. Tan nación es Rusia ó Alemania como el Ecuador ó Nicaragua (Cuervo, 1893, p. ix).

No podemos desconocer que este tipo de llamado se corresponde con el proceso de construcción de la identidad latinoamericana, determinada a partir de la defensa del estatus de naciones modernas de todas las repúblicas que conforman la América Hispana. Un aspecto que implica a juicio no solo de Cuervo, sino de muchos otros intelectuales coterráneos, el reconocimiento y la socialización a nivel transnacional de los distintos logros económicos, políticos, sociales, culturales y artísticos que han sido alcanzados por todas y cada una de las naciones iberoamericanas en sus cortas carreras de consolidación bajo el modelo institucional republicano.

Aun cuando la divulgación de estas realizaciones permite mostrar el compromiso de dichos países con el progreso moderno y la búsqueda de su propio destino, los europeos siguen generando resistencias y apreciaciones peyorativas hacia los latinoamericanos. Ahora bien, lo cierto es que esta mirada despectiva no obedece a un simple prejuicio o al mero despliegue de un sentimiento de superioridad. Como intentaremos explicarlo a continuación, el comportamiento arribista asumido por los latinoamericanos a su llegada a Europa fue también un factor determinante para la generación de dicho desprecio.

4. El rastaquouère latinoamericano

Ángel Cuervo, al igual que otros intelectuales criollos viajeros, recoge y describe el desprecio de los europeos hacia los latinoamericanos que visitan el Viejo Continente. Ciertamente parte de esta actitud se debe a la idea de que quienes provienen del continente americano están marcados por el signo del atraso y la ignorancia. A este prejuicio se suma la miopía que los europeos tienen para ubicar geográficamente las naciones de la América Meridional. Fueron estos factores los que contribuyeron a mantener un sentimiento de distancia, superioridad, desdén e, incluso, en no pocos casos, de curiosidad mezclada con burla (Martínez, 2001). A fin de corroborar este prejuicio, el autor bogotano reseña que aun cuando alguien se tome el trabajo de explicarles las particularidades geográficas, culturales, idiosincrásicas e históricas por las cuales se distingue un mexicano de un venezolano, un chileno de un hondureño o un argentino de un colombiano, su esfuerzo será inútil, pues «todos somos iguales á sus ojos» (Cuervo, 1893, p. v).

Es importante recordar que las visitas e instalación de los latinoamericanos en el continente europeo durante la segunda mitad del siglo xix se elevaron exponencialmente, siendo París la ciudad que captó el mayor flujo de inmigrantes de los territorios americanos (Streckert, 2012). No obstante, fue el incremento de las colonias centro y suramericanas en la capital francesa lo que motivó que su comunidad empezara a ser objeto de atención por parte de la farándula cosmopolita. En este caso, la mirada se posó sobre aquel individuo adinerado, excéntrico y arrogante que, deseando exhibirse ante la alta sociedad dándose aires de grandeza, con sus ademanes y actitudes dejaba al descubierto su escaso capital cultural. Frédéric Martínez (2001) reseña cómo en los espectáculos escénicos de la época se comenzó a representar esta clase de burgués latinoamericano a través de la creación de un personaje caricaturesco que hacía reír fácilmente al público en razón de su carácter «advenedizo, pretencioso, grotesco, ávido de glorias mundanas y de placeres comprados» (p. 250). De esta manera, surge el arquetipo satírico del latinoamericano en Europa denominado despectivamente por los parisinos con el nombre de rastaquouère.

Con el propósito de explicar el significado de la palabra rastaquouère (la cual es una adecuación del término suramericano rastacuero), Cuervo cita un pasaje del libro Fisiologías parisinas (Physiologies Parisiennes) -publicado en 1886 por el periodista y autor dramático francés Albert Millaud bajo el seudónimo de La Bruyère- donde se describe la utilización que los parisinos de la segunda mitad del siglo xix le dieron a dicho término:

Si bien es verdad que en París se llama rastaquouères á todos los habitantes de otra zona, el nombre se aplica por excelencia al brasilero, al chileno, al boliviano, al argentino ó al venezolano. […] Va sembrado de joyas, y son tantos sus diamantes, como si no valieran más que tapones de garrafa […]. El rastaquouère es generoso, amigo del fausto, ruidoso y basto en sus alegrías; no tiene más fin, más vida, más sueño que el placer, en el cual pierde el vigor como la pluma (Citado en Cuervo, 1893, pp. v-vi).

Según Millaud, la palabra rastaquouère estuvo preponderantemente vinculada a la descripción de una casta de hombres adinerados provenientes del continente suramericano, caracterizados por su engreimiento y su bajo refinamiento social; no obstante, indica que con dicha expresión también se hacía referencia a todas aquellas personas extranjeras arribadas a París que mostraban actitudes vanidosas y vulgares. Efectivamente, el neologismo rastaquouère fue en un inicio destinado para denominar de forma genérica a todos aquellos incultos ricos extranjeros y de la propia Europa que llegaban a París haciendo una burda ostentación de su riqueza. Incluso, según lo consigna el Deuxième Supplément du Grand Larousse de 1890, citado por Charles Aubrun (1955), el término también fue empleado para referirse en algunas ocasiones a los «franceses sospechosos de ser simplemente caballeros de industria» (p. 436), es decir, acaudalados hombres de negocios, pero sin un elevado nivel cultural. Cuervo, por su parte, agrega que la palabra rastaquouère reemplazó «en el argot parisiense el antiguo parvenu» (Cuervo, 1893, p. 300), expresión con la que antes se designaba a los nuevos ricos que socialmente buscaron distinguirse y parecerse a la aristocracia europea imitando, sin embargo, de forma tosca su estilo de vida.

Si bien es cierto que la palabra rastaquouère fue utilizada en la época del Segundo Imperio para designar a los burgueses ordinarios y vanidosos, fueran estos foráneos o autóctonos, Cuervo destaca que el término prontamente fue destinado «para designar á los individuos de la América latina, que por sus maneras prestadas, exageración en el vestido y pretensiones a ser grandes señores, se exhiben como tipos verdaderamente grotescos» (p. 301).

El autor franco-americano James Harden-Hickey (1877) detalla el interés que suscitó la presencia de los rastaquouères latinoamericanos en Europa. Entre otras cosas señala cómo, efectivamente, esta clase de individuos se daba sus ínfulas de nobleza al registrarse en los hoteles parisinos «con una multitud de nombres bárbaros pescados en los bosques vírgenes y reunidos entre sí de forma innumerable» (p. 136). En cuanto al gusto del rastaquouère, refiere que este sobresalía por su marcada extravagancia. Sin embargo, Harden-Hickey tiene la suficiente sensatez y tacto para mostrar que en este tipo de gente vulgar, que abarrotaba las calles de París con sus desatinos y su ignorancia y que ampliaba permanente la expansión de la colonia latinoamericana en Europa, también era posible encontrar personas cultas y elegantes que ratificaban con su presencia y modales la existencia de «una sociedad encantadora en todos los aspectos» en la América Meridional (p. 138).

El propio Cuervo testifica que no todos los procedentes de las naciones latinoamericanas reciben tal apelativo. No solo por su propia experiencia y la de su hermano don Rufino José, sino por la de muchos otros ilustres compatriotas, constata que mientras un latinoamericano conserve el recato y actúe con arreglo a su posición social, siempre será tratado con deferencia; incluso, este trato digno se transforma en franca admiración cuando los europeos descubren que dicho inmigrante es además un intelectual. Así lo afirma el autor bogotano: «Por ejemplo, un hombre que vive entregado al estudio y produce obras de mérito, nunca es un rastacuer [sic] y se le respeta y acata en París, como en Berlín y en Londres» (Cuervo, 1893, p. 301).

Enrique Piñeyro (1947) indica que la descripción de los caracteres y escenas de la colonia americana en París hecha por don Ángel deja por fuera a quienes van allí con el firme propósito de estudiar o de residir tranquilamente entregados al simple disfrute de las ventajas materiales y culturales que ofrece dicha ciudad. Pues estas son personas que evitan, como precisa el crítico literario cubano, «cuidadosamente de darse ellos mismos como espectáculo y ofrecer nuevos tipos de rastaquouère a la maligna burla de los periodistas franceses» (pp. 189-190). La crítica que aparece desplegada en los cuadros de costumbres que componen Curiosidades de la vida americana en París, va dirigida a la clase burguesa criolla que se fijó como meta reproducir el refinado estilo de vida europeo queriendo con ello alcanzar un prestigio y reconocimiento social, no importando que para esto se tuviera que abandonar los hábitos, las costumbres, las raíces y, por lo tanto, la propia identidad latinoamericana. Para Cuervo, como lo veremos seguidamente, todas estas actitudes representan escenas de una divertida e interminable comedia en la que sus participantes quieren engañar y engañarse intentando vanamente mostrar aquello que no son.

5. La comedia de las apariencias sociales

Al libro Curiosidades se integran retratos etnográficos jocosos que relatan la forma como los burgueses latinoamericanos, residenciados en la gran metrópoli francesa, exhibieron aquel rastacuerismo que fuera objeto de una inacabable burla. Y es que, en medio de la amplia colonia hispanoamericana radicada en París durante las últimas décadas del siglo xix, no faltaron individuos ostentosos y trepadores, sin apellido de renombre, buscando por todos los medios ganar reconocimiento en la esfera social. Como lo llegara a anotar el hispanista Henri Peseux-Richard (1894), en la obra de Cuervo aparece caricaturizada toda esta laya de especímenes singulares: familias que están tras la búsqueda de alianzas matrimoniales por conveniencia, individuos que, movidos por un afanoso arribismo, ansían obtener un título honorífico que los ponga por encima de los demás compatriotas, al igual que insensatos personajes deseosos de olvidar su cultura, su lengua y su país. Lo más importante que cabe señalarse es que en cada una de las escenas de Curiosidades -en las que, como lo afirma su propio autor, «no hay sino lo curioso, lo excepcional, presentado al través de un prisma que hace resaltar la tontería» (Cuervo, 1893, p. xvi) -, hay una reflexión tendente a corregir aquellos comportamientos que no se ajustan a la sensatez ni al decoro social por los cuales se debe distinguir también cualquier individuo proveniente de Hispanoamérica.

El escritor colombiano critica a aquellos latinoamericanos que, por el afán de mostrarse como personas distinguidas ante sus coterráneos, buscan a toda costa tener un contacto con la clase aristocrática europea, no importando que para este propósito empeñen su dignidad o el bienestar de sus propios seres queridos. Es así como menciona el caso de aquellos ricos comerciantes que, apoyados en sus baúles llenos de dinero, casan a sus hijas con algún noble a fin de ostentar ante la colonia su nuevo estatus. En uno de los cuadros son recreados los devaneos de una familia que proyecta un matrimonio por conveniencia para una de sus hijas: «El padre vacila si se llega el caso, pero la mamá resuelve que la felicidad no vale nada ante eso de llamar á su hija la señora marquesa de la Choucroute ó duquesa de la Souricière» (p. 11).

En algunas ocasiones, sin embargo, los partidos para estas jóvenes no son más que aristócratas europeos caídos en la ruina que, al saber de la llegada de adineradas familias latinoamericanas, acuden ante ellas presentando sus títulos nobiliarios dispuestos a firmar contratos matrimoniales que los liberen de aplastantes deudas bancarias. A este respecto, Cuervo refiere el caso de un empobrecido príncipe italiano, calculador, sibarita y libertino, quien se casa con la hija de un rico comerciante latinoamericano por puro interés económico. Detalla que el aventajado aristócrata con la dote recibida, libra sus propiedades de los acreedores y vuelve a darse la derrochadora vida que siempre se había acostumbrado a llevar. Pese al oneroso costo económico que ha debido asumir la familia de la joven, aquella se llena de vano orgullo presentándose como padres y hermanos de la «princesa Tagliarini»; en tanto que aquel pícaro príncipe no deja de burlarse al ver tanta ingenuidad y generosidad, diciendo para sí: «¡Bueno que gasten estos idiotas!» (p. 295).

En la novela Los trasplantados de Alberto Blest Gana (1993), una de las temáticas desarrolladas se corresponde también con las alianzas matrimoniales a través de las cuales las familias latinoamericanas instaladas en París pretenden ganar la aceptación de la aristocracia europea. Uno de los personajes principales de la obra es Mercedes, hija mayor de don Graciano Canalejas y doña Quiteria Gordanera. Dicha joven desea casarse con su compatriota, el también joven ingeniero Patricio Fuentealba. Sin embargo, en la trama se describe cómo, debido a la presión y ambición de sus padres, Mercedes finalmente accede a casarse con Stephan Roespingsbrück, un ambicioso y calculador príncipe que ve en esta alianza la manera más cómoda para pagar sus acrecentadas deudas económicas y disponer en adelante de la fortuna de su mujer.

La enorme admiración que la colonia hispanoamericana de finales del siglo xix radicada en París siente por la élite aristocrática, es referida por Luis Orrego Luco (1894). El escritor chileno plantea que estas distinciones la mayoría de los ricos latinoamericanos las ven como una suerte de dones divinos que solo tienen derecho a disfrutar unos pocos privilegiados, y que los convierte en seres superiores que se mantienen por encima de los demás mortales. Orrego corrobora que muchas familias chilenas se trastornaban al oír hablar de títulos nobiliarios: «Los Concha Subercaseaux, los Errázuriz, Eugenia Huici y muchas otras, no hacían más que hablar de sus amistades tituladas, dándose, con esto, ínfulas de grandeza» (p. 417). Sin embargo, tanto Orrego como Cuervo coinciden en señalar que estas continuas alusiones respecto al trato familiar sostenido con la nobleza europea, no pasaba de ser una falsa presunción, ya que si alguna vez los aristócratas les permitían un acercamiento o alianza era solo para abusar de su dignidad y confianza.

Más allá de la coincidencia en la temática presentada por Cuervo, Blest Gana y Orrego Luco, estas historias y descripciones adquieren relevancia por cuanto revelan la poca conciencia que muchas familias ricas latinoamericanas tienen sobre la condición política moderna a la que ellas mismas pertenecen. Algo que se relaciona directamente con el hecho de que proceden del continente de las nuevas repúblicas donde se ha abolido la condición de las castas sociales y de los títulos nobiliarios, y donde la dignidad de sus habitantes se mide por otra escala de valores institucionales. A pesar de la importantísima condición ciudadana otorgada por el modelo republicano que prevalece en los Estados latinoamericanos, hay quienes siguen soñando con la ostentación de un título de los antiguos regímenes políticos. En Curiosidades es caricaturizado un acaudalado latinoamericano que negocia en España el título de conde, y que a partir de su adquisición se siente con el legítimo derecho de mirar y tratar a los demás con un absoluto desdén. Lo paradójico, y así es remarcado en la historia, es que entre más este hombre pretende reflejar su pertenencia a una elevada jerarquía social, «más se descubre la bajeza de su origen» (Cuervo, 1893, p. 351).

Así como hay sectores de la élite latinoamericana que realiza viajes a Europa con la intención de nutrirse directamente de su cultura intelectual e histórica, hay otros que van con el propósito de establecer alianzas comerciales o adquirir conocimientos técnicos para cualificar sus empresas. No obstante, otra amplia mayoría realiza el viaje pretendiendo cumplir con las metas de distinción de su clase social, sin tener una idea clara y unos propósitos específicos de lo que se va a hacer y alcanzar. El escritor argentino Lucio Vicente López refiere esta situación caracterizando a aquellos ricos rioplatenses ostentosos que quieren ir a Europa pensando solo en la gruesa suma de dinero que han de llevar para derrochar «y gastar los ochocientos mil pesos moneda corriente, en que nuestro viajero ha calculado su presupuesto, incluidos pasajes, regalitos y provisiones consiguientes de un regreso del viejo mundo» (López, 1915, p. 350). En sus viajes vacacionales, estos viajeros, ya sea solos o acompañados de sus familias, suelen instalarse en elegantes hoteles; cuando su intención es la de radicarse definitivamente, alquilan o compran casas ubicadas en los barrios más elegantes de las capitales europeas, rodeándose de lujos y gustos caros. Un ejemplo de este ostentoso estilo de vida llevado por los acaudalados viajeros suramericanos de la segunda mitad del siglo XIX, lo ofrece el empresario antioqueño Carlos Coriolano Amador, quien, además de su extensa fortuna, es recordado por la profusa cantidad de objetos que traía siempre de sus viajes a Europa (Molina y Castaño, 1987).

Cuervo, a su vez, bosqueja las historias de los ricos sudamericanos que, seducidos por el refinado estilo de vida europeo, se entregaron a todo tipo de excesos hasta quedar en la absoluta ruina. En Curiosidades relata la anécdota de Pedrito, un acaudalado joven que, a causa del derroche desmedido, «volatizó su riqueza en menos de seis años» (Cuervo, 1893, p. 108), al igual que los lances de Juan Bueno, otro joven latinoamericano, quien remató la fortuna heredada de su padre entregándose al alcohol y las mujeres (Cuervo, 1893, pp. 295-300). El pintor chileno Ramón Subercaseaux refiere, justamente, cómo algunos sudamericanos llegados a París, se dejaron atrapar por la vida artificiosa y licenciosa que allí era ofrecida: «La capital de los placeres los subyuga, los marea, los hipnotiza; la parte sensual y regalona de la vida es la que ellos han adoptado» (Subercaseaux, 1936, p. 294). Este comentario se corresponde con el conjunto de experiencias rememoradas de su primer viaje a Europa y que marcaron su formación personal entre los años 1874 y 1884. Subercaseaux evoca puntualmente el caso de Florián, un compatriota amigo suyo, quien, al cabo de poco tiempo, después de su arribo a la capital francesa, sucumbió ante el irresistible influjo de aquel artificioso y eclipsante mundo que la bohemia parisina ofrecía para propios y extraños. Detalla que el remolino de festejos y de placeres nocturnos absorbió el ánimo de aquel joven a tal punto que ya no volvió a ser el mismo de antes. Las siguientes líneas describen cómo Florián, a su regreso a Chile, consumió el resto de su corta existencia: «¡Pobre Florián! Se había inveterado en el noctambulismo. Cuando después volvió a Chile siguió lo mismo, hasta que perdió la salud y la vida» (p. 292).

Las anécdotas referidas tanto por Cuervo como por Subercaseaux, hacen parte del acervo de historias individuales explotado por las novelas modernistas latinoamericanas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, y que muestran el modo como la metrópoli francesa -símbolo por aquel entonces del máximo desarrollo cultural y material del mundo occidental- alcanza a atrapar, ahogar y devorar en el torrente de su vida banal y concupiscente, las almas de muchos burgueses latinoamericanos (Noguerol, 1998). A propósito, en su obra Rastaquouère (1890), Alberto del Solar visibiliza a quienes, venidos de la América del Sur, buscan solo de París el disfrute de sus placeres. Estos individuos se encuentran encarnados en la figura de Luciano, hijo de don Cándido Talagante y Palmacarrillo, un rico sudamericano que se ha trasladado con su familia a París para gozar de su fortuna y ofrecer a sus hijos (dos mujeres -Elena y María- y un varón -Luciano-) la oportunidad de vivir con las comodidades de una ciudad cosmopolita. Luciano es un joven a quien no le interesa detenerse a pensar en lo que le puede deparar su futuro; lo único que le importa es disfrutar del esplendor hedonista de la ciudad. A su vez, en la ya referida novela de Blest Gana encontramos a Juan Gregorio, hermano de la desdichada Mercedes, quien desde su llegada a París, lleva una vida de lujo y de excesos. Dicho personaje representa también a los rastacueros latinoamericanos que son reconocidos en la Ciudad Luz por su derroche de dinero y su búsqueda de placer. El mismo Juan Gregorio así lo admite: «Nosotros, los trasplantados de Hispanoamérica, no tenemos otra función en este organismo de la vida parisiense que la de gastar plata…, y divertirnos, si podemos» (Blest,1993, p. 263).

En Curiosidades no hay referencias directas a las conductas antisociales e ilegales de los rastacueros latinoamericanos, ya que, por una suerte de decoro defendido por parte de Cuervo al interior de su obra, como él mismo lo expresa, «no hay sino lo curioso, lo excepcional, presentado al través de un prisma que hace resaltar la tontería, cubriendo con ella cuanto pudiera haber de indigno o criminoso» (Cuervo, 1893, p. xvi). Sin embargo, como ya lo dijimos, la actitud de recelo o de rechazo de los franceses hacia la comunidad latinoamericana en París, no obedece exclusivamente a un simple prejuicio o a una especie de sentimiento de superioridad. Los reportes de las comisarías de policía de la época documentan las numerosas infracciones cometidas por los ricos y diplomáticos latinoamericanos relacionadas con celebración de fiestas escandalosas, querellas, peleas violentas, comportamientos inadecuados, al igual que con la realización de juegos y negocios ilegales. Fueron estas conductas reprochables las que también contribuyeron en la elaboración de la imagen negativa de los emigrantes latinoamericanos radicados en París (Streckert, 2013, pp. 187-188).

Cuervo elogia la amplia vida cultural alcanzada por Europa, su desarrollo intelectual y artístico, su cosmopolitismo, así como la moralidad y la virtud y de la gran mayoría de sus habitantes; sin embargo, reconoce que también al interior de su sociedad habitan las impurezas, la corrupción de los valores, el engaño, la voluptuosidad y la frivolidad. Justamente, una de sus preocupaciones con respecto a muchos de los latinoamericanos que viajan a Europa es que aquellos, en vez de llevar a su patria todos esos aspectos positivos por los cuales se distingue el viejo continente, tiendan a volver cargados de los vicios y veleidades que, a juicio suyo, tan graves perjuicios han ocasionado en la sociedad moderna.

No podemos pasar aquí por alto los jóvenes pertenecientes a familias latinoamericanas acomodadas que llegaron a Europa con el loable propósito de ampliar y cualificar sus conocimientos, pero que desaprovecharon tan privilegiada oportunidad formativa. En los retratos de Curiosidades son mencionados jóvenes que, después de haber permanecido por casi una década estudiando en una universidad europea, sin poner en su formación el verdadero empeño, regresaron a su país incapaces de solucionar los más sencillos problemas de utilidad pública: «Cuando vuelve el educado en París lleva la cabeza repleta de proyectos descabellados que obligan á decir á cuantos le oyen: ¡Qué cosas la de este niño: anda por la luna! ¡Lástima de lo que se gastaron en él!» (Cuervo, 1893, p. 90). En otro de los cuadros es narrada la historia de un joven latinoamericano recién llegado a París que, en vez de continuar sus estudios universitarios, se dedica a llevar una vida de excesos y de vicios. Avezado en todo tipo de engaños aprendidos durante los tres años que vivió en la Ciudad Luz, antes de regresar a su país de origen, dicho joven compra una tesis que manda a imprimir con su nombre para así acreditar ante los suyos, sin el menor tipo de recato, el falso título de cirujano egresado de la Facultad de Medicina de París (pp. 32-33).

6. Entre la vergüenza y el orgullo de ser hispanoamericano

El trato de inferioridad que los europeos mantuvieron hacia los hispanoamericanos hizo a tal punto mella en la conciencia de los burgueses latinoamericanos del siglo xix, que muchos de ellos empezaron a despreciar su propio pasado y su cultura, tomando la civilización europea y norteamericana como el ideal absoluto de vida al cual se debía aspirar. A través de varios cuadros, Cuervo muestra este sentimiento de vergüenza. Uno de ellos cuenta la historia de los esposos Carbonero, quienes llegaron a París con la intención de ingresar a sus dos hijas en un prestigioso colegio privado. Los Carbonero aspiraban a que sus hijas recibieran una esmerada educación y que a su retorno a la patria fueran el centro de atención de todos sus amigos y vecinos. Sin embargo, a medida en que las jóvenes fueron adquiriendo mayor refinamiento empezaron también a sentir mayor vergüenza por el aire acampechado y poco cultivado de sus padres. La historia termina contando la enorme tristeza que, al cabo del tiempo, tuvieron aquellos padres al ver la enorme distancia que mediaba entre ellos y sus hijas, y padecer además el permanente desdén de ellas. Comprendiendo el error que habían cometido al querer educar a sus hijas siguiendo un modelo de vida aristocrático, tomaron la decisión de abandonar prontamente París. No obstante, en su país de origen, las hijas de los Carbonero se volvieron mucho más arrogantes arruinando no sólo a sus progenitores «sino á los infelices con quienes se casaron» (Cuervo, 1893, p. 177).

Con esta historia, Cuervo advierte sobre los estragos que ocasiona en la juventud latinoamericana la búsqueda de una estilización de sus modales y de su comportamiento social, ciñéndose a modelos de formación foráneos como el francés. Las Carbonero representan la nueva generación de hispanoamericanos que ya no sienten un especial apego hacia las costumbres y modales con las que fueron educados sus mayores. José María Cordovez Moure (2015) señala la forma como desde la segunda mitad del siglo xix, en la ciudad de Bogotá empezó a darse el cambio de las costumbres tradicionales, de arraigo colonial, acompasándose con los usos y costumbres de corte parisino y londinense que dominaban en ese momento. Uno de estos primeros cambios estuvo relacionado con el amoblamiento de las casas acorde al gusto decorativo que se imponía en Europa (p. 27). Pero más allá de estos cambios superficiales llevados al espacio decorativo de la vivienda, antes cargada con anticuados gustos heredados por la tradición, el verdadero peligro que pensadores conservadores, como Cuervo, veían con el afrancesamiento de la juventud en las últimas décadas del siglo xix, era el desamor que manifestaba hacia sus propias costumbres y tradiciones; un aspecto que fue considerado totalmente problemático para la formación de la identidad nacional y regional de América Latina.

El deseo de negar las propias raíces motiva en otras familias latinoamericanas la adopción de expresiones extranjeras y hábitos con los cuales pretenden marcar su nuevo estatus social. Cuervo caricaturiza a las madres suramericanas instaladas en París que se resisten a llamar a sus hijos recién nacidos por su nombre de pila y que exigen llamarlos con el distintivo de “Monsieur”. Esta negación de su propia cultura y deseo de adopción de una nueva que limpie por completo su antigua condición “bárbara”, es descrita así:

Llamarlo Pepito, Manolito, sería volver al terruño y condenarlo también á pasar por indio bravo, como generalmente nos creemos unos a otros; mientras que siendo Monsieur Bèbè, queda barnizado de europeo fino y en camino de llegar a ser un gran cotillonero y codearse con duquesas y condesas, aspiración suprema de la gente aparecida (Cuervo, 1893, p. 80).

José María Samper también menciona el absurdo desprecio que algunos jóvenes latinoamericanos residentes en Europa, tienen hacia su propia tierra y su cultura. Refiere que si algún compatriota comete el desliz de evocar algún recuerdo de la patria, aquellos de inmediato lo interrumpirán afirmando que en la América española aún se vive en un estado de barbarie, agregando entre otras muchas sandeces «que el más menguado trapero (no dirán sino chifonier) de París, vale más que el mejor de nuestros escritores u hombres de Estado» (Samper, 1863, p. 117).

Cuervo encara a los hijos y nietos de inmigrantes nacidos en Europa que sienten vergüenza de sus raíces y apatía por aprender la lengua de sus padres y abuelos. Al igual que su hermano Rufino José, comparte la idea de que la lengua tiene un estrecho vínculo con la idea de patria, tanto más cuando en ella, como lo afirma el filólogo colombiano, se incorpora lo más bello e inestimable que puede haber para un individuo y una familia «desde la oración aprendida del labio materno y los cuentos referidos al amor de la lumbre hasta la desolación que traen la muerte de los padres y el apagamiento del hogar» (Cuervo, 1939, p.10). Apelando a la idea de que cuidar el lenguaje es tanto como cuidar los recuerdos de los mayores y las tradiciones de un pueblo, Ángel Cuervo muestra que los hijos de los inmigrantes hispanoamericanos, en la medida en que se han desinteresado por hablar el español, han perdido la posibilidad de forjar su identidad en torno a los valores, creencias e ideas que son inherentes a su “raza”. Así lo deja ver al referirse a uno de estos jóvenes que han aprendido a desenvolverse fluidamente con la mayoría de las lenguas europeas, excepto con la lengua española: «En cuanto al español no sabe ni una frase, ni un adagio, ni una copla que huela á hogar» (Cuervo, 1893, p. 197).

Para Cuervo la identidad de cualquier individuo está directamente arraigada a su nación de origen. En este sentido, reprocha a aquellos latinoamericanos que desprecian el legado social, espiritual, histórico y cultural de los países que los vio nacer, ya que niegan su propia naturaleza. Don Eleuterio Paniagua es otro de los singulares personajes de Curiosidades que representa, en este caso, a un hispanoamericano que reniega por completo de su “raza” y que se plantea como meta vivir en los Estados Unidos, casarse con una joven americana y tener hijos que sean ciudadanos de esa rica nación. Ante este tipo de pretensiones, el escritor colombiano formula las siguientes preguntas:

¿El hispanófobo don Eleuterio Paniagua será más de lo que es hoy al llamarse míster Breadandwater y ser ciudadano de la Unión americana? ¿No llegará para sus descendientes el día de suspirar por la época en que sus mayores se llamaban Paniaguas? ¡Ah! ¡se dirán, ser ahora Breadandwater, y estar de jornaleros! (p. 323).

Contrario a intelectuales como Domingo Faustino Sarmiento (1888) o Mariano Ospina Rodríguez (1969) quienes sostienen que la raza hispánica es inferior con respecto a la raza anglosajona que domina la región norte de América, Cuervo (1890) estima que no se puede establecer un parangón entre ambas razas descalificando de manera tan simple y llana a la primera, ya que aquella encierra una cantidad de valores que no tiene la segunda. Piensa que aun cuando la raza anglosajona posee cualidades inestimables, como su formidable capacidad de trabajo material, la hispana sobresale no solo por su naturaleza bravía -como lo referimos al inicio de este escrito- por su independencia y su poderosa imaginación, sino porque también ha venido trabajando material, moral e intelectualmente en la obra de la civilización. Por este motivo llama la atención a los panegiristas de la civilización anglosajona con el propósito de que se abstengan de exaltar las virtudes de los Estados Federados de la América del Norte, a costa de la difamación de la raza española «desnudándola de toda idea de cultura y civilización» (Cuervo, 1893, p. 321).

Junto con su hermano Rufino José, Ángel Cuervo defiende de forma abierta el vínculo social y cultural de la América Latina con España. Entre otras cosas, ambos autores advierten que la pertenencia al mundo occidental, así como la construcción de la identidad de las naciones hispanoamericanas están determinados, quiera o no quiera aceptarse, por el legado político, social, religioso y cultural del pueblo español dado a partir de la conquista y la colonización de América (Cuervo y Cuervo, 1892).

Así como en Curiosidades encontramos descritos personajes que sienten vergüenza por su origen hispanoamericano, también son representados otros tantos que, a pesar de llevar viviendo varios años en Europa, extrañan su tierra y sus costumbres. Entre estos está don Calixto, un rico terrateniente que se ha instalado con su esposa e hijos en París. A pesar de que don Calixto ha logrado incorporarse al estilo de vida de la cultura francesa, suspira por volver a su antiguo tren de trabajo rudo, pero a la vez para él placentero. Cuando sale con su familia a veranear en las afueras de París, muchas veces lo han sorprendido a solas recostado en la hierba o ayudando a los campesinos en sus faenas. A quienes lo han visto en esas les dice un tanto avergonzado: «Es que yo no puedo estar donde hay campo cerca, porque me atrae. ¡Oh! El campo… el campo… y dos lagrimones ruedan por sus mejillas» (Cuervo, 1893, p. 84).

Asimismo, Cuervo pone de manifiesto el exagerado amor que siguen teniendo muchos otros burgueses de la colonia hispanoamericanos hacia su lejana tierra (estos ricos hombres son comerciantes, banqueros y financistas, propietarios tradicionales de latifundios, terratenientes emergentes, burócratas de la alta clase social, políticos, etc.). En otro de los esbozos de Curiosidades, recrea a un personaje llamado don Epaminondas Cordero cuya adoración vehemente a la patria lo lleva siempre a decir que si bien hay cosas bellas en Europa en su país hay cosas mejores. Al establecer la comparación entre el campo francés y el de su tierra natal, su juicio es el mismo: «Las flores no son encendidas ni fragantes como las de allá, ni los ríos cristalinos y parleros, ni las estrellas brillan en un cielo de zafiro» (p. 98).

Sin embargo, el escritor bogotano no pierde la oportunidad para denunciar la absurda rivalidad y desprecio que guardan entre sí los hispanoamericanos radicados en París. Esta antipatía la pone en evidencia a través del mismo personaje don Epaminondas, quien al momento de comparar su país con los avances de las demás naciones hermanas, no les otorga ninguna ventaja e incluso llega a enojarse cuando en presencia suya exaltan los adelantos obtenidos por algunas de ellas. Su absurdo empecinamiento lo lleva al punto de exclamar enfurecido: «¡Eso no vale nada! Si ustedes vieran lo de mi país, eso sí es grande, magnífico» (pp. 98-99). La falta de solidaridad y de reconocimiento con respecto a lo que viene realizando la comunidad hispanoamericana a nivel material y social, también Cuervo lo ve manifiesto en el campo cultural. En otra de las historias de Curiosidades retrata a un joven que, motivado por el deseo de escribir y difundir temas literarios, tal y como lo alcanzó a hacer en su ciudad de origen durante dos años y medio, decide crear un periódico en París impreso en castellano. Este mozo piensa que no faltará quienes pertenecientes a la amplia colonia iberoamericana se suscribirán al folleto, permitiendo que el proyecto salga a flote. Sin embargo, así lo destaca Cuervo, «el iluso no sabe que en París los de su raza se desprecian unos a otros, máxime en achaques de literatura» (p. 117).

Es esta actitud de menosprecio, sumada al desdén de los europeos, lo que motiva por parte de la élite intelectual un trabajo de construcción y divulgación de la identidad latinoamericana, tomando como punto de reflexión los avances que a nivel social, económico, histórico, cultural, literario y artístico ha logrado cada una de las naciones centro y suramericanas. Es aquí donde la fundación de asociaciones y la creación de revistas y periódicos dirigidos a la colonia hispanohablante, tales como El Americano: ilustrado, político y literario (1872-1874), Le Brésil. Courrier de l’Amerique du Sud (1881-1922), Revue Sud-Americaine (1882-1890, 1913), La Estrella de Chile. Órgano de la colonia chilena en Europa (1891), La Republique Cubaine. La Republica Cubana (1896-1897), Europa y América. Revista quincenal ilustrada de literatura, artes y ciencias (1880-1895), El Mundo Diplomático y Consular (1896) -en estas dos últimas revistas publica Cuervo-, cobran una gran importancia al constituirse en focos y canales difusores de un discurso transnacional latinoamericanista (Streckert, 2013).

7. Conclusión

Al igual que muchos otros intelectuales latinoamericanos del siglo xix, Ángel Cuervo toma la civilización europea como modelo de referencia del progreso del mundo moderno a nivel material, intelectual y social. No obstante, esta admiración corre paralela a un fuerte sentimiento de hispanoamericanismo que lo motiva a valorar todo cuanto han hecho las emergentes naciones americanas en pro de su propio progreso. En este escrito hemos podido comprobar que la defensa de la identidad latinoamericana hecha en su libro Curiosidades de la vida americana en París, se desarrolla a través de dos ejes críticos. De una parte, controvirtiendo el prejuicio europeo por el cual las naciones hispanoamericanas son tomadas como sociedades alejadas política, social y culturalmente de la civilización; de otra, con el cuestionamiento satírico a los burgueses latinoamericanos -conformados en su gran mayoría por comerciantes, terratenientes, librecambistas, políticos, banqueros y militares-que, llegados a Europa, desertan de su cultura e idiosincrasia, buscando solo imitar, aun cuando de forma burda, el modo de vida de la alta sociedad aristocrática.

Cuervo se suma al grupo de los intelectuales criollos de la segunda mitad del siglo xix y de la primera mitad del xx que busca ponerle límite a la imagen clasificatoria del rastacuero, mostrando que ella no se corresponde con la verdadera naturaleza de los hombres y mujeres latinoamericanos. Efectivamente, en los relatos, ensayos, cuentos y novelas de escritores como Lucio Vicente López, Miguel Cané (hijo), Eugenio Cambaceres, Julián Martel, Juan Agustín García, Alberto del Solar, Alberto Blest Gana, Enrique Gómez Carrillo, entre otros tantos, abundan múltiples reflexiones, tramas y personajes a través de los cuales son cuestionados tanto las aspiraciones como los comportamientos de la arribista clase burguesa latinoamericana que se instala en Europa (Streckert, 2013, pp.182-186).

Para un intelectual conservador como lo fue Ángel Cuervo, la búsqueda y defensa de la identidad latinoamericana, además de corresponderse con el reconocimiento de los logros políticos, culturales e intelectuales alcanzados por las naciones de la América Meridional, así como con el estudio de su pasado y de su fisonomía geográfica, se relaciona con la preservación de las costumbres, las tradiciones y los valores que individual y colectivamente las han distinguido y que en buena medida están arraigadas con la herencia hispana. De ahí su exhortación a los latinoamericanos viajeros para que exhiban con orgullo, a donde quiera que vayan, los rasgos sociales de su “raza”, los cuales, a juicio suyo, están estrechamente enlazados con la sencillez, la laboriosidad, la honestidad, la tolerancia, la lealtad y el decoro.

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*Resultado de la primera fase de la investigación CODI Ángel Cuervo: aportes para el desarrollo de la modernidad cultural, literaria y artística en Colombia, iniciada el 16 de mayo de 2017 con acta N°21640001-2016-2.

Recibido: 25 de Enero de 2018; Aprobado: 22 de Septiembre de 2018

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