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Semestre Económico

Print version ISSN 0120-6346On-line version ISSN 2248-4345

Semest. Econ. vol.12 no.espe24 Medellín Oct. 2009

 

Industrialización y dinámicas espaciales en Bogotá: las urgencias de la gestión territorial*

 

Industrialization and especial dynamics in Bogota: the urgencies of territory management

 

Industrialização e dinâmicas espaciais em Bogotá: as urgências da gestão territorial

 

Jaime Alberto Rendón Acevedo**

** Candidato a Doctor, Universidad Complutense de Madrid, España. Economista. Especialista en Finanzas, Formulación y Evaluación de Proyectos, Magíster en Desarrollo. DEA en Economía Internacional y Desarrollo. Integrante del Grupo de Investigación sobre Globalización y Desarrollo Económico Mundial, Universidad Complutense de Madrid. Correo electrónico: jrendon@unisalle.edu.co Integrante del Grupo interdisciplinario de investigación en Desarrollo, Estructuras Económicas, Políticas Públicas y Gestión. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad de La Salle, Bogotá, Colombia. Director del Centro Transdisciplinario para la Alternatividad al Desarrollo de la Vicerrectoría de Investigación y Transferencia de la Universidad de La Salle, en donde también se adelanta un proyecto de investigación referente a la búsqueda de la ciudad-región, para el caso de Bogotá, Cundinamarca.

 

 


Resumen

Las reformas estructurales e institucionales que debieron adecuar al país, y en especial a Bogotá, a los estándares mundiales de productividad y competitividad, han significado una alta concentración de las actividades productivas en la ciudad capital, cuando se esperaba que fuesen los puertos y las fronteras las que cobraran un mayor dinamismo. Sin embargo, se ha presentado una pérdida de dinamismo relativo y absoluto de la industria manufacturera, tanto de Bogotá como de los centros industriales tradicionales. Esto ha implicado mantener la Ciudad como polo de atracción y requerir una reconfiguración de espacios, incluyendo procesos de conurbación. Se ha convertido entonces en prioridad para la Ciudad, pensar su territorio y su dimensión regional, y concordar un proceso de reindustrialización que la conduzca a responder a las exigencias del país y de la región. Este artículo presenta primero un debate teórico sobre la importancia de la comprensión del espacio y del territorio como elementos necesarios para el diseño de estrategias de futuro. Posteriormente se analiza el caso del comportamiento de Bogotá y sus tendencias espaciales y de la industria manufacturera. Finalmente se presentan las conclusiones del trabajo.

Palabras Clave

Bogotá, territorio, industria, desarrollo local, metrópoli. Clasificación JEL: L52, O14, O18, R11

Contenido

Introducción; 1. La evolución hacia la metrópoli: los lugares, el territorio y la industria; 2. Economías externas: el juego de los actores; 3. Bogotá. La obligatoriedad de la región; 4. Corolario: la región como alternativa de desarrollo; Bibliografía.


Abstract

The structural and institutional reforms that have been adapted to the country, especially in Bogota in order to reach the productivity and competitive world standards, have evolved in a high concentration of the productive activities in the capital city, despite the fact that it was form ports and borders form which more dynamism was expected. Never the less a loss in the relative and absolute dynamism in the manufacturing industry has been seen in Bogota as well as in the traditional industrial centers. This has implied maintaining the cities as attraction poles that require a space reconfiguration, including physical urban integration processes. It has become a priority for the cities, to think their territory, its regional dimension, and reach an agreement in a reindustrialization process that leads to the answer of the county's and region's needs. This article first presents a theoretical debate about the importance of space and territory as necessary elements for the strategy design for the future. Afterwards the case of Bogota´s behavior and its space tendencies in the manufacturing industry are analyzed. Finally the conclusions of the paper are presented.

Key Words

Bogota, territory, industry, local development, metropolis. JEL Classification: L52, O14, O18, R11

Contents

Introduction; 1. The evolution towards the metropolis; the places, the territory and the industry; 2. External economies: the game of the actors; 3. Bogota, the compulsoriness of the region; 4 Corollary: The region as a development alternative; Bibliography


Resumo

As reformas estruturais e institucionais que tiveram que se adaptar ao país, em especial a Bogotá, aos parâmetros mundiais de produtividade e competitividade, tem significado uma alta concentração das atividades produtivas na cidade capital, quando se esperava que fossem os portos e as fronteiras que cobram um maior dinamismo. Embora, se apresentou uma perdida de dinamismo relativo e absoluto da indústria manufatureira, tanto em Bogotá como nos centros industriais tradicionais. Isto há implicado manter a cidade como pólo de atração e requer uma re-configuração de espaços, incluindo processos de co-urbanização. Tem-se convertido então em prioridade para a cidade, pensar no seu território, sua dimensão regional e concordar com um processo de reindustrialização que a conduza a responder as exigências do PIS e da região. Este artigo primeiro apresenta um debate teórico sobre a importância da compreensão do espaço e do território como elementos necessários para o desenho de estratégias para o futuro. Posteriormente se analisa o caso do comportamento de Bogotá e suas tendências espaciais e da indústria manufatureira. Finalmente se apresenta as conclusões do trabalho.

Palavras-Chaves

Bogotá, território, indústria, desenvolvimento local, metrópole. Classificação JEL: L52, O14, O18, R11

Conteúdo

Introdução; 1. A evolução há metrópole: Os lugares, O território e a indústria; 2. Bogotá, A obrigatoriedade da região; 3. Corolário: A região como alternativa de desenvolvimento; Bibliografia.

 

 

INTRODUCCIÓN

La preocupación por el territorio, por su configuración y estructuración como espacio para el desarrollo ha estado por fuera de las decisiones de política, y en consecuencia, de los procesos de planeación y ordenamiento. Las reformas estructurales e institucionales que debieron adecuar al país, y en especial a Bogotá, a los estándares mundiales de productividad y competitividad, incluyendo en esto el establecimiento de parámetros de producción flexible, le han significado, por el contrario, una alta concentración de las actividades productivas en la ciudad capital, no propiamente la más elocuente en materia geográfica frente a la competitividad: sus 2600 metros sobre el nivel del mar, su gran distancia sobre los puertos, hicieron prever una pérdida de dinamismo por la acción de otro tipo de ciudades con mayores fortalezas competitivas.

Sin embargo, la reindustrialización de territorios de frontera y de puertos no ha sucedido en las dimensiones esperadas. A pesar de la pérdida de dinamismo relativo de la industria manufacturera, los demás centros industriales tradicionales lo han hecho a un ritmo mayor, manteniendo la economía del país con una alta concentración en Bogotá, sin que los nuevos territorios de frontera muestren procesos categóricos de industrialización, lo que le ha implicado a Bogotá mantenerse como polo de atracción y requerir una reconfiguración de sus espacios, incluyendo procesos de conurbación. Esto se ha convertido en una necesidad y en una prioridad para la Ciudad, pensar su territorio, su dimensión regional y concordar un proceso de reindustrialización que la conduzca a responder a las exigencias del país y de la región.

Este artículo presenta, primero, un debate teórico sobre la importancia de la comprensión del espacio y del territorio como elementos necesarios para el diseño de estrategias de futuro. Posteriormente, se analiza el caso del comportamiento de Bogotá y sus tendencias espaciales y de la industria manufacturera. Finalmente, se presentan las conclusiones del trabajo.

 

1. LA EVOLUCIÓN HACIA LA METRÓPOLI: LOS LUGARES, EL TERRITORIO Y LA INDUSTRIA

La nueva geografía económica y las teorías del desarrollo endógeno1 le han aportado al análisis productivo una dimensión abandonada por el efecto de la idea de aldea global, donde el Estado- Nación, como ente administrativo, y las fronteras como tales, perderían trascendencia: el espacio. La localización de las actividades productivas en territorios concretos ha hecho que las políticas tomen forma y presencia sobre actores económicos reales. El fortalecimiento de estas tendencias se da gracias a la capacidad de mayor flexibilidad que tienen las localidades para promocionar actividades productivas y adecuarse a los cambios que exigen tanto las épocas como los mercados. En últimas, es en el espacio de lo local donde se configuran las relaciones sociales de producción que permiten la construcción, la evolución de escenarios productivos, el florecimiento de estructuras empresariales, la generación de redes de ciencia, tecnología, conocimiento y capacidad laboral para lograr estadios más avanzados de crecimiento y desarrollo, para estructurar, para construir social y productivamente territorios2.

Las teorías (concepciones) alternativas al modelo dominante, que hoy continúa su trayectoria de resquebrajamiento, se convierten en los baluartes de los cambios, de los devenires históricos que en la ciencia se han dado para poder hoy intentar no constituir un cuerpo teórico único, de explicaciones al desarrollo y al crecimiento, sino, por el contrario, al cada vez mayor reconocimiento de la dificultad de explicaciones simples, al reconocimiento de las diversidades, de la obligatoriedad de la complejidad como elemento integrador del conocimiento sobre el espacio, en la vieja geografía, y el territorio con las posturas sistémicas, complejas, pero también modeladas, que han hecho crecer el pensamiento económico y la ciencia de lo regional, en las nuevas posturas del desarrollo endógeno, la nueva geografía económica y los enfoques desde la diversidad que postulan una alternatividad del desarrollo3.

Con las crisis de la industria y los procesos de deslocalización y reindustrialización, característicos del modelo de producción capitalista desde la década de 1970, han recobrado presencia en la discusión teórica temas de la geografía económica, del espacio, la economía urbana y regional como estrategias de política para enfrentar el crecimiento y desarrollo de las comunidades insertas en espacios geográficos concretos. Es decir, las concepciones emanadas desde la nueva geografía económica y de las teorías que proponen la necesidad del desarrollo endógeno le han posibilitado al pensamiento económico enriquecer las categorías de análisis propias del modelo fordista, donde el espacio se convirtió en la decisión de las empresas en busca de la optimización de los costos de producción, básicamente renta y transporte, y las ha convertido en categorías complejas, sistémicas, policéntricas donde lo local y lo global interactúan para convertirse en los generadores de mejores condiciones de producción y de calidad de vida (Vásquez, 1999, p. 245-250).

El espacio recobra, entonces, un papel esencial en la definición de la estrategia competitiva de las empresas y se constituye en el escenario de las decisiones de política económica y social. No obstante, hoy no se trata del espacio como lugar de producción, tal y como ha sido entendido tradicionalmente por la geografía económica e incluso por los resultados teóricos de la nueva geografía económica, que le han posibilitado un mayor estatus en la ciencia económica, pero que tampoco han podido trascender del espacio como lugar de producción, optimizador de costos productivos y de transacción. Es decir, ya no se trata del lugar como centro de explotación económica sino del territorio como construcción social para la producción y el bienestar (Alburquerque, 2002; Boiser 1993 y Becattini, 2006).

En los procesos de crecimiento y evolución del sistema capitalista de producción, la industria, las aglomeraciones y las ciudades consolidaron una fórmula histórica para lograr el crecimiento económico y el desarrollo industrial. En efecto, de los gremios, partiendo del artesanado, siempre en la búsqueda de espacios de sinergia, la industria se convirtió en el puntal para la estructuración de formaciones sociales, de aglomeraciones humanas, de capacidades infraestructurales, es decir, de las ciudades como causa y efecto de un nuevo sistema que procuraría un crecimiento y desarrollo de la producción y del bienestar humano.

Las ciudades, como agentes económicos fundamentales del actuar en el sistema capitalista, se convirtieron en los centros de poder, en las aglomeraciones que con su cada vez mayor dinámica se consolidaron en los centros de atracción de capitales, recursos y personas (de factores de producción), en los polos de desarrollo, de acuerdo con los postulados de Perroux, 1955 y Vaudeville (1966). Sin embargo, los impulsos que ha provocado el postfordismo, o las categorías de análisis que conducen a la producción flexible como la característica básica del nuevo modelo de desarrollo no se han apartado de los espacios en aquellas metrópolis que como París, Londres, Milán, New York, entre otras ciudades o áreas metropolitanas tradicionales del sistema capitalista, se han constituido históricamente en los estandartes del crecimiento productivo y del éxito del modelo de producción. Es decir, si bien podrían mencionarse casos exitosos de industrialización reciente o aquellos que como el Silicon Valley, Italia o España muestran lo posible de emprender procesos eficaces de industrialización o reindustrialización, también es cierto que los procesos de acumulación se siguen realizando soportados sobre las grandes áreas urbanas, que son, en últimas, las que facilitan las sinergias necesarias, son las que poseen las infraestructuras y el conocimiento para posibilitarles a las empresas ser competitivas en los escenarios de la internacionalización de la economía.

Tampoco hay que olvidar el papel de estas ciudades en el crecimiento de los mercados internos. Es más, la idea de los mercados externos como motor al progreso del capitalismo se convierte en una “verdad a medias” al representar, de acuerdo con cálculos realizado a partir de la OMC (2006) , las exportaciones un 26.4% de la economía mundial. Así que la economía no sólo se desenvuelve en las grandes ciudades; en los centros tradicionales de producción y consumo, ellas siguen concentrando el crecimiento, negando, una vez más, la pretendida convergencia del crecimiento, postulada por la teoría ortodoxa y lo que puede ser más relevante, su dinámica de crecimiento y desarrollo depende fundamentalmente de la capacidad de demanda de la economía interna, del mercado y de la demanda propias; de allí que las aglomeraciones no sólo se mantengan sino que trasciendan hacia la idea de metrópoli y de megaciudades que es hoy la característica en el mundo desarrollado pero también en los países subdesarrollados, quienes concentran en sus principales ciudades, capitales, población, recursos y decisiones económicas de trascendencia para el avance de todo el país.

La década de 1970 representó entonces un replanteamiento del modelo. Las nuevas condiciones de movilidad, tanto de capital como de mercancías, hizo que se reconfiguraran las condiciones de producción en la economía internacional y que se repensara la división internacional del trabajo. Las industrias comenzaron a buscar nuevas y mejores alternativas de producción que consistieron fundamentalmente (y aún hoy lo hacen) en deslocalizar la producción a partir de ubicar procesos productivos en lugares donde fuera más rentable (menor costo) hacerlo. Esto condujo necesariamente a la desindustrialización de los tradicionales centros de producción, pero allí se mantuvo (se ha mantenido) la centralidad de la producción, es decir, aun a pesar de la pérdida de importancia relativa de los centros industriales tradicionales, la planeación, las decisiones, el mayor valor agregado posible siguió, permaneció en estos centros productivos.

Obviamente, en estos procesos las ciudades han jugado un papel crucial. Las grandes ciudades, que se organizan en diferentes formatos urbanos, asumen de acuerdo con Borja y Castells (1997, p. 42-45), características de red, no de pirámides, a partir de cuatro funciones básicas: actividades de investigación, desarrollo e innovación, fabricación de alta calificación, producción electrónica y la producción al cliente, postventa y atención personal. Es decir, si bien la producción manufacturera puede desarticularse y producirse de acuerdo con algunas ventajas espaciales y territoriales en el aprovechamiento de la deslocalización productiva y de los sistemas informáticos en red, el crecimiento y desarrollo de los países y con ellos de sus metrópolis, continúa atado a la producción industrial y a un sector de los servicios que crece de acuerdo con las especificidades y agregación de valor que la producción manufacturera es capaz de permitirle y, obviamente, de los ingresos que le facilita para que otros sectores, como el financiero, la construcción, el comercio y el turismo, por ejemplo, puedan nutrirse de su evolución. Decisiones que no son solamente empresariales sino que también pasan por las negociaciones de política, de instancias mesoeconómicas donde prevalecen las estrategias que como sociedad se han trazado para mantener estatus de consumo, empleo y crecimiento en los territorios.

Es decir, a pesar de que la deslocalización es una alternativa para la optimización de costos productivos y que la industria moderna se basa en la electrónica y en sistemas flexibles, no es menos cierto que las ciudades y sus periferias mantienen una infraestructura industrial “normal”, muy fordista o incluso neofordista, que posibilita el empleo y el sostener los patrones de consumo necesarios en las áreas metropolitanas. No se puede caer en el error de la virtualidad; tampoco hoy todas las empresas se dirigen a producir en las economías donde la mano de obra es más barata, como si este fuese el único factor de competitividad. La producción del mundo se sigue realizando en las grandes ciudades, incluso las economías recién industrializadas dan muestra de cómo ello ha generado grandes centros urbanos; incluso, dos terceras partes de la Inversión Extranjera Directa (IED) del mundo en el año 2007 se realizó entre los países industrializados, participación que se mantiene en el largo plazo.4

Crecimiento y desarrollo siguen siendo realidades de las megaciudades, de los centros urbanos e industriales capaces de dinamizar actividades modernas, no necesariamente atadas a aquellas propias del período fordista (fabricación en masa o en líneas de producción), aunque se mantengan en esencia como actividades estratégicas de generación de empleo, sino a centros de conocimiento, producción electrónica e innovación que garanticen el funcionamiento de la producción manufacturera en condiciones de competitividad sin priorizar su localización pero teniendo en esta, en la ciudad, el ápice o el centro de producción, negocios y consumo, la concentración de la demanda como fuerza propulsora del mercado. Dicho en otras palabras, el proceso también ha implicado la presión a la frontera metropolitana, a la producción en localidades cercanas a los centros, en procura de menores costos pero usufructuando las bondades competitivas de la gran ciudad5.

Se tiene entonces que la industria debe reivindicarse como sujeto protagónico para el crecimiento y desarrollo de las naciones (Chang y Grabel, 2006), y no es menos cierto que esta se ubica, se localiza y se territorializa a pesar de los intentos fallidos e incluso ingenuos de considerar la virtualidad y los sistemas de comunicaciones en tiempo real como el reemplazo de los fundamentos de la producción, la espacialidad y el territorio6. Las sociedades en red, la capacidad de profundizar la internacionalización de las relaciones económicas, la producción y comercialización de bienes y servicios, el despliegue de los flujos financieros y de capitales, la fase actual de la llamada globalización de las economías, han conducido a repensar los territorios como espacios necesarios, como agentes partícipes en el ejercicio de la productividad y competitividad de las empresas.

El territorio, entendido como actor del desarrollo, donde se concibe la “heterogeneidad y complejidad del mundo real, sus características ambientales específicas, los actores sociales y su movilización en torno a estrategias y proyectos diversos, así como la existencia y acceso a los recursos estratégicos para el desarrollo productivo y empresarial” (Alburquerque, 2002, p. 85), se convierte en la trascendencia del espacio como aspecto de la localización empresarial y se materializa como elemento constitutivo y complejo de la competitividad, haciendo que este contribuya con la productividad de las empresas y con el mejoramiento de las condiciones de vida de la población que lo conforma.

Así, el desarrollo endógeno y la promoción del desarrollo regional y local se convierten en los elementos esenciales para posibilitarles a los territorios ser actores de competitividad, donde sus sinergias se enlazan a las de las empresas, a las unidades de producción, para dinamizar actividades de innovación, productividad y competitidad no sólo de cara a los mercados globales, sino como procesos de generación de condiciones que contribuyan a la calidad de vida de las personas y del entorno institucional y natural que habitan. En otras palabras, a garantizar el desarrollo humano sostenible. En esta dinámica se inscriben los procesos exitosos de industrialización y reindustrialización de territorios, que en España, Italia, Francia, EUA, Brasil y Corea, entre otros, se han convertido en las alternativas de mediación entre los intereses desaforados de las Empresas Transnacionales (ETN) y las decisiones territoriales de crecimiento y desarrollo local y regionalLa materialización del desarrollo endógeno se da a partir de la estructuración y aprovechamiento de las economías externas del territorio, propiciadoras de un ambiente sistémico para la innovación o si se prefiere para la competitividad, esto es, de acuerdo con Esser y otros (1996), con dimensiones que tienen que ver con los necesarios equilibrios de tipo macroeconómico, pero también con escenarios de innovación y productividad (microeconomía) y apuestas sociales de consenso, tanto en la definición de políticas e instituciones (mesoeconomía) como en la definición de metas, aprendizajes colectivos y estrategias de futuro para la sociedad partícipe del territorio. En otras palabras, se trata del aprovechamiento de la construcción social de territorio para generar los encadenamientos, las redes productivas necesarias para lograr el crecimiento y desarrollo requerido para posibilitar unas condiciones de vida dignas para las poblaciones que lo habitan.

 

2. ECONOMÍAS EXTERNAS: EL JUEGO DE LOS ACTORES

La discusión sobre el territorio y su gestión tiene en la economía un nodo muy importante en el concepto de economías externas. Este debe ser entendido a partir de los postulados de Marshall (1920) y se ha unido al de competencia imperfecta, así como al de los rendimientos crecientes para explicar las aglomeraciones, las ciudades industriales como fenómenos de crecimiento y desarrollo.

evolucionado en el tiempo; cada vez se entiende mejor, pero en realidad no dista mucho del proferido por Marshall, véase cuadro 1, o mejor, siempre se parte de entender las economías externas como el usufructo de los aprendizajes colectivos, de los spillovers de conocimiento y tecnología que se disponen espontáneamente como producto de la cercanía de empresas, bien de la industria o de otras industrias, pero que ayudan a potenciar las ventajas competitivas de todos los agentes de los procesos económicos.

En esto juega un papel importante el tema de la innovación y de los entornos competitivos. Un elemento importante, referido por Oughton y Whittam (1997), se da cuando las empresas deciden que el proceso no sea espontáneo sino que sea deliberado a través de la cooperación planificada, posibilitando así canalizar y darle un mejor aprovechamiento a las economías externas. Es decir, la espontaneidad, en realidad, tiene poco que ver con los procesos de innovación y mejoramiento productivo, tal y como lo anotan los autores neoschumpetereanos, y si bien esta puede ser posible, en tanto casos fortuitos, lo cierto es que el empresario innovador no solo se plantea en su entorno, en su territorio, sino que difícilmente el sistema opera bajo la racionalidad neoclásica, es decir, con plena información y el mínimo de incertidumbre; por el contrario, en las empresas, la producción se realiza bajo un manto de incertidumbre donde los problemas no se conocen, escasamente se pResumen. Se puede concluir, entonces, que el entorno de la firma se constituye en el determinante de los usos de las tecnologías, de la innovación y de los aprendizajes. Ahora, el entorno lo define el territorio y a este, los agentes, las instituciones, las empresas, las redes y los factores que allí se involucran (factores como los recursos naturales, ambientales, tecnológicos, capital financiero y especialmente humanos, entre otros). Por lo demás, el territorio termina por influir en las técnicas, en los procesos de I+D+I que realicen las empresas o en cooperación con instituciones privadas o públicas.

En la dinámica de la nueva geografía económica y del desarrollo endógeno se han propuesto los llamados sistemas territoriales de innovación (Castro y Fernández, 2001), donde las sinergias de los sectores productivos, académicos e institucionales se aprovechan, en cooperación, en ayuda y socialización del conocimiento y las tecnologías para lograr procesos de difusión de las innovaciones y crecimientos de la productividad y competitividad de las empresas, las economías y el mejoramiento de la calidad de vida. Sin embargo, las tendencias neoliberales frente al manejo de las economías y la opción por desregular los mercados y minimizar los efectos de las políticas industriales han hecho que los sistemas de innovación reemplacen las políticas verticales, como si estas fuesen el resultado de las soluciones que los sistemas de innovación puedan desarrollar, pero no posibilitando que estos se conviertan en una estrategia para el crecimiento de sectores estratégicos de la producción.

Sin embargo, en el concepto de economías externas está implícito el territorio, no como el espacio de la localización, sino como el soporte socio-económico de los fenómenos que se suceden para posibilitarlas, sobresaliendo de esta forma el carácter social de la economía. Se hace claro, entonces, para todos los autores, el papel de las instituciones, las aglomeraciones, las cercanías en el espacio y la dinamización de actividades que procuren el aprovechamiento máximo de las externalidades producidas que terminan por fortalecer los factores específicos del territorio y, por ende, el fortalecimiento a su capacidad de brindar condiciones competitivas a las empresas e industrias que lo estructuran. En definitiva, según Alburquerque (2005, p. 7), se tiene que “el análisis del desarrollo económico en la práctica, involucra o exige un enfoque integrador de todos estos aspectos relativos al desarrollo socioeconómico, el desarrollo institucional, el desarrollo humano y el desarrollo sostenible”.

La construcción social del territorio, las búsquedas por una competitividad sistémica que procure la evolución de las fuerzas productivas locales en un escenario económico y social complejo por la presión que se ejerce desde una sociedad y una economía abierta a las relaciones y flujos internacionales implica, asimismo, concebir la economía y la industria en particular a partir de categorías de análisis que posibiliten comprender la interacción de actores y procesos. Surgen, entonces, los distritos industriales, aquella idea marshalliana en contextos modernos de agrupación espacial de unidades de producción, que estimulan la generación de ambientes propicios para el mejoramiento de la innovación, la productividad y la competitividad de las empresas, donde instituciones, empresas, trabajadores hacen sinergias con los recursos específicos del territorio para posibilitar un potencial productivo y de consumo capaz de apalancar decisiones de crecimiento y desarrollo, una espiral que, como se dijo, termina por involucrar especialmente a las grandes ciudades, aunque no se requiere que éstas sean un punto de partida, ya que éstas cuentan con potenciales competitivos, con ventajas creadas y se convierten, al estilo de los viejos polos de desarrollo, en puntos focales y de atracción de inversión, capital y recursos humanos7.

Esta capacidad de las grandes ciudades para endogenizar el desarrollo se ve “aumentada” por su disposición a la flexibilidad de sus factores de producción, es decir, la flexibilidad tiene poco que ver con aquella “virtud” de una economía de ser capaz de llevar al deterioro las remuneraciones al trabajo, tanto en calidad como en ingreso, que lastimosamente ha sido mal entendida por parte de algunas autoridades académicas y de política, con ahínco en los países subdesarrollados. Se trata no obstante, de la capacidad de los sistemas productivos por adaptarse a las cambiantes circunstancias de sus entornos o a la necesidad de establecer la innovación y el cambio permanente como estrategia de sobrevivencia o mejor de competitividad y generar así entornos innovadores, competitivos, especializados y flexibles que logren capturar sinergias propias, sino rápidas acciones en los mercados globales para adaptarse a las cambiantes circunstancias de las economías internacionales.

El territorio se constituye en el soporte de la intervención pública o privada para la generación de instancias de competitividad; es desde el territorio donde se pueden establecer esas instancias -sociales, económicas, políticas, institucionales y ambientales- que no son solamente elementos de una producción puntual. La estrategia de desarrollo, en realidad, es una articulación del sistema productivo, una articulación que, además, tiene que ver con la sustentabilidad y la estabilidad macroeconómica. La competitividad se basa en aprovechar el capital acumulado dentro del territorio: ese capital es físico, humano, institucional, tecnológico, social, cultural y se debe potenciar de acuerdo con las propias sinergias entre territorios, sociedad e instituciones que sean capaces de dinamizar su propio contexto en una relación con la globalidad, o mejor con la internacionalización de las economías8.

Se asume, entonces, ante la deslocalización y la desindustrialización, el reto por la reindustrialización de las economías. El apostar por la generación de valor; la creación de empleos productivos pasa entonces por la definición de criterios de cooperación productiva, del establecimiento de consensos sobre las prioridades productivas, sociales y sectoriales, los sectores a potenciar o construir, la definición de las estrategias industriales, de políticas públicas definidas, el trabajo conjunto sobre enfoques de innovación, productividad y competitividad con base en los recursos específicos del territorio y con unas políticas definidas en cuanto a la política industrial, urbana y de ordenamiento territorial que se han de seguir con el fin de dinamizar procesos de desarrollo endógeno en contextos de economías abiertas.

 

3. BOGOTÁ. LA OBLIGATORIEDAD DE LA REGIÓN

Los procesos que condujeron a la industrialización del país, aunque incipiente, tardía y dependiente, fueron estableciendo un orden territorial a través de la delimitación de polos de desarrollo manufacturero que se convirtieron en núcleos atrayentes de población, de inversión y obviamente de consumo; es decir, el país, como ha sido usual en las urbes latinoamericanas y del mundo, fue constituyendo aglomeraciones, ciudades, centros poblacionales, urbes con capacidad de potenciar procesos de crecimiento económico y desarrollo humano, aunque con la característica de poseer distintos centros regionales de importancia y una capital (ciudad-región), potencialmente concentradora.

En efecto, la historia del país es la evolución de sus regiones, de sus territorios aislados geográficamente por grandes cordilleras. Hasta bien entrado el siglo XX, las difíciles condiciones de movilidad hicieron que el florecimiento de los centros territoriales de desarrollo productivo y social fueran configurando polos de desarrollo, que se mantienen aún, y que no son otra cosa que el resultado de las necesidades de independencia y autonomía (no de complementariedad entre las regiones y sus localidades)9. Esto, además, condujo a que en el siglo XIX y comienzos del siglo XX, ante los conflictos y guerras regionales y en especial, por la separación de Panamá, el fantasma de la desarticulación como país generara cambios en las divisiones políticas y administrativas internas, en reordenamientos ficticios, que aún, a pesar de establecerse, conservaban las ciudades históricas como centros vigentes de desarrollo. Estos núcleos históricos se fueron consolidando en todo el siglo XX, en especial después del advenimiento de los programas de obras públicas, en el decenio de 1920, y cuando las vías y el ferrocarril (producto de la comercialización del café) lograron configurar un mercado interno capaz de demandar bienes y servicios nacionales, es decir, cuando se logró competitividad interna frente a las importaciones.

Bogotá logró configurarse en las primeras décadas del siglo XX como la ciudad industrial, el centro histórico vigente en los ámbitos político y económico que concentra no sólo la población, sino, y es lógico, las dinámicas sociales, productivas y políticas del país, aunque sus elites regionales nunca lograron dimensiones que impidieran el acceso de las élites “provinciales”. Cundinamarca, territorio departamental donde se encuentra el Distrito Capital, tiene una importancia económica y social similar a la del Atlántico (Barranquilla). Su mayor importancia, aun a pesar del reconocimiento como territorio histórico de poder, la va adquirir en los últimos años cuando se ha logrado entender como región de aglomeración y metropolización para la Capital.

Bogotá ha sido el resultado de las fuerzas de la historia, de los mercados, de la geografía, de la política y de las decisiones de las élites. La construcción social de su territorio ha pasado por la guerra, por los consensos y los disensos, por encontrar los senderos de su propio trasegar, aun a costa de un país que se relega ante su crecimiento y desarrollo.

El siglo pasado, en especial la segunda mitad, representó para Bogotá el constituirse en la ciudad colombiana de mayor alcance, no sólo por su condición de centro político, sino, y en especial, por consolidarse como ciudad económica, como el núcleo poblacional de mayor peso en el país, lejos incluso, en indicadores productivos y sociales, de las otras ciudades manufactureras. Pero fue, lógicamente, en la primera mitad del siglo, e incluso antes en la segunda mitad del siglo XIX, aun a pesar de lo convulsionado del escenario político, donde se fundamentaron las condiciones materiales e institucionales para posibilitar los procesos de formación empresarial y urbana que hoy hacen de Bogotá una ciudad competitiva en su entorno10

Algunos hechos en la historia del país y de la sabana de Bogotá se convirtieron en los puntos de inflexión hacia un sistema capitalista:

a. La llamada revolución liberal de mitad de siglo (1848) que logró poner en la discusión y en la política la necesidad de involucrar al país en las condiciones económicas y sociales propias de los sistemas productivos que ganaban terreno en Europa. Sin embargo, los conflictos regionales, las disparidades territoriales y la imposible construcción nacional mantuvieron al país en condiciones de atraso productivo, dependiente de productos primarios de exportación y con un inexistente mercado interno nacional.

b. Los procesos de la regeneración y la Constitución de 1886 que no sólo centralizaron al país, dándole primacía a Bogotá, sino que instauraron las condiciones para el ordenamiento institucional, que no vendría sino hasta muy entrado el siglo XX, y hacia el proteccionismo como una forma de lograr dinámicas económicas y condiciones sociopolíticas para la producción.

c. La Guerra de los Mil Días se constituyó en el hecho social y político que marcó las nuevas condiciones de las relaciones económicas en tanto posibilitó la lucha contra características feudales en el altiplano cundiboyacense. Como resultado relevante, la Guerra produjo la expansión de la frontera agrícola hacia el sur y el sur occidente de Bogotá y obligó una institucionalidad en pro de la reconstrucción y el ordenamiento de país, es decir, al intervencionismo estatal como una política abierta y decidida, aunque valga recordar que este conflicto no alteró el ordenamiento económico, social y político en el occidente del país, es decir, en territorios de la colonización antioqueña.

d. La venta o separación de Panamá y la consecuente indemnización, que implicó la entrada de recursos pero también el endeudamiento con la economía estadounidense, generando una época floreciente de recursos que se invirtieron, como ya se ha dicho, en la construcción de una infraestructura primaria que se utilizó de palanca para la estructuración de un mercado interno nacional.

e. El decenio de 1920 representó una década importante para las configuraciones de mercado e institucionales del país. Para esto y como antesala a las venideras políticas keynesianas de la postcrisis, en el país se emprendieron una serie de normas e intervenciones que llevarían a ubicar la economía, de una vez por todas, bajo los preceptos de la modernidad, es decir de relaciones y regulaciones de tipo capitalista. Esto, es de anotar, se realizó bajo el concurso de intelectuales de la élite formados en Europa y el Reino Unido, bajo la tutela de la Universidad de Cambridge.

f. La crisis de 1929-1930, el cierre de fronteras y las doctrinas keynesianas de protección, garantía de la demanda agregada y en especial de políticas públicas planificadas, representaron de una vez por todas las obligatoriedades de forjar y/o consolidar una base industrial para hacerle frente a los requerimientos de los mercados sin depender de la oferta de importaciones.

Se generó, entonces, a diferencia del resto del Continente donde los países concentraron sus actividades en una o dos ciudades, un sistema socioeconómico alrededor de cuatro puntos focales de desarrollo (la cuadricefalia, en términos de Gouëset, 1998, p. 79) situación que se consolidó a partir del decenio de 1960 cuando la emigración del campo a las ciudades hizo revertir las tradiciones de un país rural hacia uno de ciudades, que seguirían creciendo, como se aprecia en el cuadro 2, para mantener, en estos primeros años del siglo XXI una similar configuración espacial y de poder (incluso más acentuada) en el territorio colombiano, con algunas características que se pueden sintetizar en lo siguiente:

El crecimiento poblacional de Bogotá dista de lo sucedido en los demás territorios e incluso del total del país. En el siglo que va de 1905-2005, la población de Bogotá aumentó 62.2 veces mientras que el departamento que le sigue es el Valle del Cauca (cuya capital es Santiago de Cali) que creció 20.7 veces. Nótese cómo Antioquia parte de una alta población, con una apreciable participación en el total nacional y su crecimiento es significativamente menos, 8.5 veces; igual tendencia tiene Cundinamarca.

Los cuatro polos de desarrollo de mayor importancia del país (los territorios que los incluyen) presentaron a comienzos del siglo pasado una concentración del 25.05% de la población, en un país que para entonces era netamente rural. Para el año 2005 la participación creció en 1.8 veces, pasando a concentrar el 43.95% de la población del país. Si a esto se le suma la población de Cundinamarca, se tiene que en estas cinco regiones habita el 49.27%. Los cálculos demográficos del país (DANE) estiman que para el año 2020 el 50.22% de la población colombiana habitará en estas zonas, y será Bogotá- Cundinamarca el territorio de mayor concentración poblacional: 22.13% de la población total del país.

Como se puede analizar, las modificaciones estructurales en materia demográfica se consolidaron en los decenios de 1950 y 1960. Desde el censo de 1973 los departamentos de Antioquia y Valle son los únicos que pierden participación, sin embargo, es Bogotá quien ha mantenido la tendencia de una mayor concentración poblacional.

El mercado interno jugó un papel preponderante en la construcción de las urbes. Las obras de interconexión vial (e incluso de ferrocarriles) lograron incentivar no sólo los procesos de intercambio de bienes y servicios sino que sirvieron para adecuar en las ciudades una infraestructura necesaria para impulsar su poblamiento. Población, industria, comercio y servicios generaron un halo de progreso pero también una espiral de negocios y de mejoramiento en la calidad de vida, respecto al campo claro está, que hizo abrir la brecha, hasta muy entrada la década de 1980, entre estas cuatro ciudades y el resto del país.

La primacía de Bogotá, como centro urbano, político, social, cultural y económico, que se convirtió, además, en el puntal de conexión del país con la economía mundial, el nodo de interacción con la economía o el sistema-mundo, en palabras de Wallerstein (2005, 2006, 2007)

La consolidación industrial de Bogotá, aun a costa de los tres centros, generando, además, aglomeraciones en torno a una infraestructura, a la logística disponible y a un sector de servicios en crecimiento, elementos que lograron incrementar los ingresos y promocionar aún más la inmigración (aunada a la explosión demográfica) y la atracción de la IED.

El estancamiento, incluso con pérdida de participación en el PIB y en población de las otras tres ciudades y la irrupción, aunque tenue, de otras ciudades intermedias, que como Bucaramanga, Manizales, Pereira, Pasto, Cartagena y Cúcuta, han logrado convertirse en otros polos alternos, con alguna importancia económica, una relativa industrialización, de bajo valor agregado, pero ante todo las han hecho sobresalir socialmente como centros regionales.

Los mercados internos han sido entonces un elemento potenciador de las economías y las aglomeraciones existentes; son la razón de la distribución espacial, ya que las condiciones topográficas (aislamiento geográfico) existentes obligaron al establecimiento de centros productivos y sociales, con plena capacidad y con poca dependencia de un ente central. Sucedió con las ciudades tradicionales (Cali, Barranquilla, Medellín y Bogotá) en tanto concentración del ingreso pero también de producción y de consumo11. Tal vez esto explica por qué ha sido distinta la configuración espacial y los centros urbanos en Colombia frente a América del Sur: la topografía y el aislamiento geográfico hicieron indispensable la proliferación de núcleos poblacionales y económicos regionales, pero también han permitido que sean los centros industriales tradicionales los que se mantengan en relación con las grandes economías mundiales, es decir, con los mercados externos, no obstante, Bogotá, por su concentración, sus economías de escala, externas y de aglomeración, ha logrado consolidarse como la urbe, la ciudad colombiana de mayor relevancia.

En efecto, de acuerdo con Naciones Unidas, (1957)12 en 1953 Bogotá se había convertido en la ciudad de mayor presencia manufacturera en el país, aportando el 26% del PIB industrial colombiano. Antioquia participó en este año con el 25% de la producción mientras el Valle del Cauca produjo el 19% de las manufacturas. Estas tres regiones (que en últimas son ciudades: Bogotá, Medellín y Cali) aportaron para este año el 70% de la producción industrial.

En las demás regiones del país la producción estuvo irrigada en unas pocas localidades. Las ciudades puerto (Atlántico-Barranquilla y Bolívar- Cartagena) pasaron de ser los necesarios ejes industriales, competitivos por su condición portuaria, a ciudades de paso de mercancías, con poca infraestructura para la producción tecnificada y moderna. Sin embargo, allí ha estado el otro gran componente, en términos de concentración espacial, de la producción industrial. Santander-Bucaramanga, que otrora fuera una región próspera con el cultivo del tabaco e incluso con algo de café, no logró establecer procesos de crecimiento manufacturero acordes con la evolución de las demás ciudades principales, no obstante ser uno de los grandes centros poblacionales del país (junto con Cúcuta se han constituido en los centros regionales del oriente), con fuertes influencias de inmigraciones europeas, como en el caso de Antioquia.

Así, y de acuerdo con los datos presentados en el cuadro 5, para 1974, los tres principales departamentos (las tres ciudades mayores) representaron el 65.5% del valor agregado de la industria, manteniéndose con un aporte alto, aunque menor que las contribuciones de 20 años atrás. Las regiones portuarias, en las que se incluye el Valle del Cauca por poseer el puerto de Buenaventura, relativamente próximo a la ciudad de Cali, tuvieron el 32.4%, es decir que si se consideran solo las ciudades de los puertos del mar Atlántico, el aporte de estos tres centros productivos a la producción manufacturera del país fue del 13.6%.

Si el análisis se realiza por la participación de los cuatro centros industriales del país, en los que además de los tres comentados se incluye al Atlántico, se tiene que estas regiones concentraron en 1974 el 73.9% del valor agregado y el 77.3% del empleo industrial; para el último dato disponibles, esto es en el año 2006, la concentración es menor, 56.7% para el valor agregado y 75.8% para el empleo, descensos expresados en cada una de las cuatro regiones, es menor el efecto en Bogotá y mayor la pérdida presentada en Antioquia (Medellín). Si a estas últimas cifras se les agrega el aporte del departamento de Cundinamarca, se tiene que el valor agregado se concentra en el 64.2% y el empleo industrial en el 82.7%.

Estos datos dan muestra de una configuración del territorio que se mantiene durante el siglo XX y pervive en el presente siglo, aun a pesar de los cambios en los modelos de crecimiento y desarrollo. Las regiones portuarias, las fronteras y los grandes centros tradicionales concentraron para el año 2006 el 71.96% del valor agregado y el 85.16% del empleo manufacturero. Se deduce, además, como estos territorios, centros económicos y sociales, mantienen su importancia demográfica pero pierden valor agregado de la producción sectorial existente, hecho que ha significado el despliegue de otros territorios alternos cómo Caldas y Risaralda, Santander e Ibagué, en especial ante el aprovechamiento de programas transitorios de promoción e incentivos fiscales.

La urbanización de Bogotá ha estado estrechamente ligada con la concentración de actividades económicas y de servicios, que implica su función de centro político y administrativo del país. Su crecimiento como urbe, como ciudad, tuvo y tiene aun, la característica de realizarse a partir de su ubicación geográfica, es decir la ciudad nace pegada a los cerros orientales, que es en realidad un límite natural, y tiene en el occidente, su mayor margen de crecimiento, al encontrarse en esta dirección su comunicación al rio Magdalena, así como los demás grandes centros, Medellín y Cali, que le van a posibilitar no solo el acceso a fuentes hídricas sino a otro tipo de combustibles y en general a diversos sistemas de generación de energías.

A partir de esto, la ciudad se expande hacia el occidente, pero también hacia el norte, donde va a recibir el potencial de municipios como Usaquén, Suba (adicionados posteriormente al Distrito), Chía, Zipaquirá, entre otros y obviamente el departamento de Boyacá como parte estratégica en las cadenas económicas del altiplano Cundiboyacense. Hacia el sur la ciudad logró conurbación con Bosa pero a través de la carretera del sur instauró sinergias con municipios como Soacha, Sibaté, Sivania, Fusagasugá, y extiende las comunicaciones con el departamento del Tolima, el Viejo Caldas y el Valle del Cauca. Hacia el occidente, donde fue mayor su potencial de crecimiento como municipio, tanto en el ámbito de vivienda como en el industrial, la ciudad también absorbió al municipio de Fontibón y se extendió comercial y productivamente, vía la carretera de Occidente hacia municipios como Mosquera, Madrid, Funza, Facatativá y enlazó al puerto de Honda en el río Magdalena.

El proceso de urbanización y localización industrial fue expandiéndose en la medida que las fincas se fueron parcelando y la disponibilidad de los suelos se fue ofreciendo para las distintas actividades que el crecimiento de la ciudad exigía. Así, con la demanda de suelos aptos para la industria y para el establecimiento de vivienda, fundamentalmente de obreros, la ciudad tuvo en los equipamientos viales y del ferrocarril sus más importantes ejes para potenciar la urbanización y el establecimiento de una industria manufacturera: este papel lo cumplieron los ejes viales de la autopista Norte, que empalma en el centro histórico con la avenida Caracas y al sur con la carretera a Usme; también es relevante la avenida Jiménez que al convertirse en la avenida Colón (calle 13) logra potenciar el sector de puente Aranda, aun hoy uno de los mayores nodos industriales de la capital; y obviamente los ejes confor- mados por la carretera de occidente y la carretera del sur. También fueron trascendentes los trazados de las líneas norte-sur y de la sabana del ferrocarril, así como el aeródromo de Techo y posteriormente, ya en el decenio de 1950 la construcción del actual aeropuerto El Dorado (se inició su construcción en 1955 y empezó operaciones en 1959), punto final del corredor vial de la calle 26.

Estos desarrollos urbanos y regionales fueron posibilitando no solo la expansión de la ciudad sino la localización de una industria manufacturera que, a la par con el crecimiento de la urbe, fue dinamizando los procesos de localización productiva, centros de servicios y de habitación. Se debe considerar, como ha sido común en la evolución de las ciudades, que estas situaciones no sólo conllevaron al desorden urbanístico a través de la “toma de los márgenes” por parte de la población que llegó, aún lo sigue haciendo, a la ciudad en búsqueda de oportunidades, sino que se deben considerar los intentos o mejor la necesaria “formalización” hecha a posterioridad (con retardos en el tiempo) desde el Gobierno, a lo que se suma la política pública de construcción de obras públicas y de promoción de vivienda, que fueron consolidando barrios con una infraestructura adecuada para garantizar unas condiciones ambientales, de sanidad, mínimas para permitir un desarrollo normal de la vida cotidiana y la competitividad.

De la misma forma, el establecimiento de la industria, buscando accesos a los mercados, a las fuentes de energía y a la materia prima, fueron consolidando áreas líderes en los distintos puntos de la ciudad e incluso fuera de ella, convirtiendo los municipios aledaños (anexados a la ciudad en procesos de conurbación y por disposiciones normativas13), por ejemplo Fontibón o Suba e incluso otros municipios, aún con autonomía, como es el caso de Soacha, Facatativá o Madrid14, en importantes zonas industriales, que se mantienen hasta hoy y que necesariamente son los centros de atención para los cambios que las exigencias de habitabilidad y competitividad exigen ante requerimientos de productividad y sobre todo de sostenibilidad y calidad de vida.

La irregularidad de la evolución urbana, es decir, el caótico poblamiento en tanto los flujos de inmigración y el crecimiento poblacional exceden (tanto en la época como en la actualidad) las capacidades gubernamentales de planificación y en especial de fortalecimiento infraestructural, representa uno de los más grandes problemas a enfrentar para contrarrestar las pobrezas y la desigualdad, así como el ordenamiento de los usos del suelo y la organización industrial. Los decenios de 1950, 1960 representaron para Bogotá y en general para las grandes ciudades de Colombia, la cuadricefalia, una explosión de sus incipientes procesos de plani- ficación urbana, al darse un mayor flujo de personas en busca de actividades urbanas, como la industria y la construcción, desplazando la producción rural, fundamentalmente de economías campesinas, con la particularidad de que esto se convirtió, de un lado, en la consolidación urbana de la economía colombiana, y por otro lado, en la potenciación de la industria manufacturera, a través de un impulso de demanda, que tuvo en el decenio de 1970 uno de sus más importantes período de crecimiento15

La política industrial, hoy debilitada, ante las urgencias de la competitividad y el comercio, deberá reaparecer en el escenario local para trazar los derroteros de la reindustrialización del territorio como alternativa de desarrollo para Bogotá y los municipios que conforman su región inmediata; esto es fundamentalmente los municipio que en los últimos 29 años han recibido industrias y en los que hoy se cierne una estrategia clara de participación productiva a través de parques industriales o de zonas francas, ubicadas fundamentalmente en los municipios de Soacha, Funza, Madrid, Mosquera, Facatativá, Chía, Cajicá, Cota, Sopó, Tocancipá y Zipaquirá, Tenjo, Facatativá, Cogua y Sibaté.

En todo este proceso la industria manufacturera ha sido promotora y usufructuaria, es decir, la urbanización se produce desde la localización industrial y esta se da a la par de un conjunto integral de condicionantes infraestructurales, de políticas y de emprendimientos que van estructurando sinergias de los agentes, el Estado y el territorio para potenciar dinámicas industriales modernas. Dicho en otros términos, Bogotá crece a la par con su industria, con la expansión de su territorio y con las exigencias propias a una ciudad que durante el siglo XX pasa de tener 100.000 habitantes a los 7 millones de personas que hoy la habitan.

 

4. COROLARIO: LA REGIÓN COMO ALTERNATIVA DE DESARROLLO

Lo local trasciende para hacer sinergia en el territorio y constituir la región: así sucedió a mediados del siglo pasado cuando la expansión industrial obligó a una Bogotá extendida hacia la sabana y así deberá evolucionar en los años próximos, hacia el propósito de la metropolización, como alternativa de gestión territorial, como condición para posibilitar el desarrollo de las fuerzas productivas y el mejoramiento de la calidad de vida de la población.

La administración fiscal de la ciudad se ve comprometida ante las decisiones de los agentes empresariales de buscar en los municipios aledaños una alternativa para la reducción de costos de producción sin que por esto se ponga en peligro la competitividad de sus productos, al poder utilizar, y usufructuar, las infraestructuras de la ciudad y la oferta de servicios que en ella existe. Es decir, mientras la ciudad deja de percibir ingresos vía tributos de las empresas manufactureras que han comenzado a desplazarse hacia la periferia, estas disponen de la ciudad competitiva para mantener sus posiciones en el mercado. Y en una racionalidad similar, los municipios generan los alicientes necesarios para promover la inversión productiva en su territorio, so pena de generar los ingresos suficientes para atender las demandas de su población, y para ello es necesario competir en costos de servicios, de predios y de generar una fiscalidad asimétrica respecto a la capital que favorezca la inversión.

Bogotá y el proyecto de ciudad-región que desde años atrás ha servido para dinamizar los discursos electorales en la región deberán enfrentar en los años próximos decisiones enraizadas en los territorios y en los flujos reales de comercio, capita- les, personas y conocimiento. La región se obligará a dinamizarse no a partir de conceptos ilusorios y dilatadores de entender la región como el departamento o incluso como el centro del país, algo que políticamente se presentará como inviable, sino que se debe concentrar en su región de periferia, es decir, en aquellos municipios sobre los cuales hace sinergia directa, sobre los cuales mantiene unos flujos constantes de inversión, comercio, personas y, por lo tanto, de influjo de crecimiento y desarrollo.

Sin embargo, el hecho de pensar la metropolización a partir de la periferia y de los municipios de influencia directa no es de por sí un asunto sencillo. Las vicisitudes políticas, los intereses subregionales, la posible tendencia a centralizar y a entender a Bogotá como el centro concentrador y aglomerador harán, necesariamente, que se entren a considerar elementos de autonomía en la gestión de los territorios inmersos en la Bogotá-región. La ciudad-red tiene necesariamente que convertirse en la razón de la organización y gestión del territorio, de manera que se dinamicen regulaciones conjuntas y se trabaje en la reducción de las asimetrías hoy existentes, sin que por esto se impida el derecho a las comunidades a mantener sus condiciones y decisiones frente a sus opciones de futuro.

El establecimiento de una comunidad Bogotá- región conducirá necesariamente a la optimización de los recursos existentes en el territorio, a potenciar las sinergias que deberán aportar a unos mayores estándares de calidad de vida, tanto económica como ambiental, social y política. Será menester, entonces, deponer los intereses polítiqueros, los gamonalismos, mediar las decisiones de poder y entender que aun a pesar del trasegar de los modelos de crecimiento y desarrollo, Bogotá y su Sabana se han constituido en el centro económico, social y político del país y que de sus decisiones de futuro dependerá no solo la viabilidad de Bogotá sino las alternativas de desarrollo para una región en la que se concentra la producción manufacturera de este país y, por ende, el empleo productivo, el conocimiento, la tecnología y el anhelo de millones de personas por tener una mejor oportunidad sobre la tierra.

 

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Recibido: julio 23 de 2009 Aprobado: septiembre 25 de 2009

 

* Este trabajo hace parte de la investigación realizada en el Doctorado en Economía Internacional y Desarrollo, Universidad Complutense de Madrid, sobre la industrialización en Bogotá dirigida por el Profesor José Déniz Espinós. Agradecimiento especial a la Universidad de La Salle, institución que ha financiado estos estudios doctorales.

1 Es necesario aclarar, de acuerdo con Vázquez (2005, p. 160) las diferencias de esta postura con la teoría del crecimiento endógeno, en cuanto el desarrollo endógeno “integra el crecimiento de la producción en la organización social del territorio”. Se trata de una visión integral y compleja del proceso productivo (instituciones, organización flexible, desarrollo urbano, aprendizajes colectivos, dinámicas de la sociedad civil) entre territorio y producción, en aprovechamiento de sinergias, y no una relación funcional de un factor de producción con los procesos de crecimiento y cambio estructural.

2 Así, la configuración de complejos industriales, distritos industriales y clusters está soportada en los territorios, en donde se efectúa una concentración de industrias en redes y cooperación. Estas tendencias que están en boga en los países industrializados y que con dificultad vienen implementándose en los países subdesarrollados, han tenido en los casos del norte de Italia, de los polígonos industriales en España o los centros de tecnología en EUA ejemplos de su efectividad y de aporte al desarrollo. Sin embargo, hay que destacar el hecho de que la idea de las concentraciones territoriales no es nueva, partiendo de la idea marshaliana de los distritos el concepto ha evolucionado para hoy convertirse en una importante estrategia de industrialización, difusión de conocimiento, crecimiento y desarrollo social.

3 El tema de la alternatividad al desarrollo se convierte en una postura que rompe con la tradición de los eufemismos frente al término del desarrollo. Es decir, ante las posturas de los organismos internacionales de designar al desarrollo como un estado ideal del progreso, de la modernidad, el lugar al que los países deben de llegar (una especie de Estado estacionario), esa creencia occidental, como lo concibe Rist (2002), donde el otro lado es a lo sumo y lo más radical el subdesarrollo, pero también se designa como en vía de desarrollo, emergente, en desarrollo o simplemente países pobres, el sur o menos desarrollados. Escobar (1993, 1998, 2002) ha mostrado como otros desarrollos son posibles, como la construcción social de la comunidades y del territorio, en atención a las culturas, a la diversidad, a las subjetividades y a las definiciones propias de progreso y calidad de vida, sin necesidad de ser islas o autarquías, hacen posible una alternatividad del desarrollo.

4 Cálculos propio a partir de estadísticas del Banco Mundial.

5 De acuerdo con Polèse (1998, p. 339) “Sólo las industrias manufactureras que pueden hacer un uso intensivo del espacio o cuyos costos de interacción espacial son elevados pueden pagar los precios del suelo en el centro. Mencionemos los talleres de moda, que son muy sensibles a los costos de interacción con sus clientes y proveedores, y cuya producción puede hacerse en edificios de varios pisos, así como las casas editoriales de periódicos y revistas, igualmente sensibles a los costos de interacción. Sin embargo, la tendencia que se observa generalmente en todas las grandes ciudades del mundo es la expulsión de las industrias hacia localizaciones más alejadas, en beneficio de las actividades de oficina y del terciario superior”.

6 Ha sido asombroso ver cómo el mundo académico se obnubiló con la llamada e-conomía donde se requirió de un colapso económico-financiero (la explosión de la burbuja financiera) como el sucedido a finales del decenio de 1990 para comprender qué se produce en fábricas, que los sistemas de software y hardware permiten la deslocalización y las mejoras en comunicaciones y por tanto en competitividad, incluso que es una herramienta de venta y postventa, pero los coches se siguen produciendo en plantas, con operarios y consumos productivos.

7 Mientras en el decenio de 1970 las grandes ciudades experimentaban fenómenos de desindustrialización, en algunas regiones, caso de Toscaza en Italia, se comenzaron a detectar procesos de organización empresarial a partir de micro, pequeñas y medianas empresas (Mipymes) que a través de cooperación lograron generar altos niveles de productividad semejantes a los de las grandes empresas. Este fenómeno, que se asemejó a los distritos industriales descritos por Marshall en Inglaterra, se convirtió no sólo en la estrategia de política para lograr procesos de reindustrialización sino que se constituyó en tema de interés investigativo en el sur de Europa, especialmente en Francia, Italia y España, donde en los decenios de 1980 y 1990 se lograron desarrollos teóricos que han posibilitado enriquecer las ideas sobre el desarrollo industrial de los territorios y la geografía económica. Para una descripción más detallada véase Becattini (2002b y 2005).

8 Las tareas que en últimas se deben emprender, tienen que ver con la territorialización de las cadenas, la conversión de los cluster y las formas asociativas, en clave de distrito, como un soporte al desarrollo, para que se pueda ejercer alguna influencia en la calidad de vida. Esto tiene que ver, primero en que desde las universidades se tiene que infundir la cooperación. Se necesita formación y educación técnica y tecnológica que beneficie al sector. Se necesita una red de información para el desarrollo productivo territorial. Los parques tecnológicos, tiene que ver con una estrategia sumamente importante: cómo lograr generar un emprendimiento, innovación, cómo lograr generar una idea y cómo además se logra potenciar esa idea para que permee las condiciones y potencie las condiciones de vida del territorio.

9 Existen importantes autores que han trabajado a este respecto, véase por ejemplo: Fals Borda (1989, 1998), Zambrano (1998), Uribe y Álvarez (1987), Cuervo y González (1997), Gouëset ( 1998), Meisel (1993,1994), Borja (1999).

10 En efecto, de acuerdo con los ranking de América Economía Intelligence, Bogotá ocupó en 2009 el puesto 6 entre las ciudades de América, incluido Miami, ganando posiciones en lo corrido de esta década ya que en el año 2003 se encontraba en el puesto 16. http://www.americaeconomia.com/Multimedios/Otros/7782.pdf.

11 De hecho las guerras del siglo XIX fueron en su mayoría problemas de poderes regionales. Hasta el decenio de 1920 las ciudades grandes, Bogotá y Medellín, buscaron afanosamente su salida al mar, a través del Río Magdalena, poco les interesaba los flujos comerciales internos, entre ciudades. Sólo las infraestructuras realizadas en esta década y hacía adelante, motivaron los mercados internos y las migraciones.

12 Citado por Echavaría y Villamizar (2007, p. 183).

13 Mediante el Decreto Legislativo 3640 del 17 de diciembre de 1954, se creó el Distrito Especial de Bogotá, como un ente especial por fuera del régimen ordinario municipal, ejerciendo una doble capitalía, de la República de Colombia y del Departamento de Cundinamarca. Según Cánfora (2006, p. 86), en el Artículo tercero se estipuló que “El territorio del Distrito Especial de Bogotá será el del actual Municipio de Bogotá, adicionado con el de los Municipios circunvecinos, de acuerdo con la Ordenanza número 7 del Consejo Administrativo de Cundinamarca. Los municipios anexados fueron: Suba, Usaquén, Engativá, Fontibón, Bosa y Usme. “La constitución del Distrito Especial hace parte de las recomendaciones del Plan para Bogotá, estudio dirigido por Lauchlin Currie y publicado por la Imprenta Nacional en 1953”.

14 La definición de los perímetros urbanos ha tenido en el tiempo una evolución que le ha posibilitado a la ciudad concentrarse para poder optimizar su gestión tanto urbana como fiscal. El ordenamiento de la ciudad estuvo a cargo del urbanista austriaco Karl Brunner, quien estuvo en Bogotá entre los años 1933 y 1949, aunque también se dice que asumió la dirección del Departamento de Urbanismo de Bogotá desde 1929 (Acebedo, 2006, p. 58). La regulación del espacio y del desarrollo urbano tuvo hitos en la normativa de la ciudad a través del Acuerdo 15 de 1940 y el acuerdo 21 de junio 2 de 1944. Posteriormente la Ciudad asumiría un Plan Regulador dirigido por Le Corbusier, Sert y Wiener (1949-1953). Posteriormente, como se dijo fueron asumidas las recomendaciones de Currie, entre las que se encuentran, además de anexar los municipios nombrados, la construcción del aeropuerto. En la actualidad y por normativa, la ciudad debe contar con un Plan de Ordenamiento Territorial (POT), instrumento de planificación y ordenación del territorio establecido mediante la Ley 152 de 1994 (Ley Orgánica del Plan de Desarrollo) y particularmente por la Ley 388 de 1997 (Ley de Desarrollo Territorial).

15 Estas cifras y las características de concentración que se mantienen, aun a pesar de la tendencia a reducirse, en especial frente al valor agregado, muestran como el concepto de cuadricefalia está lejos de perderse y por el contrario se mantiene si el análisis se expande a los municipios aledaños de las grandes ciudades. Porque tampoco la actividad de los puertos y fronteras se ha visto potenciada de manera significativa. Se ha tratado de una deslocalización que mantiene en las ciudades las condiciones necesarias para su productividad y competitividad.

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