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Semestre Económico

Print version ISSN 0120-6346

Semest. Econ. vol.16 no.33 Medellín Jan./June 2013

 

ARTÍCULOS

 

ECONOMÍA: CIENCIA IMPERIALISTA*

 

ECONOMICS: IMPERIALISTIC SCIENCE

 

ECONOMIA: CIENCIA IMPERIALISTA

 

 

Guillermo Maya**

 

** Profesor titular, Universidad Nacional de Colombia, Departamento de Economía, Sede Medellín. Correo electrónico: gmaya@unal.edu.co.

 

Recibido: septiembre 21 de 2011

Aceptado: mayo 24 de 2013

 

 


RESUMEN

La economía ha estado dominada, desde el siglo XIX, por la ortodoxia neoclásica, que impuso sus premisas, sus métodos y su orientación. La crítica de John Keynes, en la década de 1930, fue uno de los retos más desafiantes para la ortodoxia, basada en el pleno empleo y la neutralidad del dinero, y que Keynes cuestionó de manera exitosa. Sin embargo, la teoría de Keynes significó un desvío temporal, que si bien fue importante y lo sigue siendo, fue asimilada por la teoría ortodoxa, que sigue sosteniendo el pleno empleo y la neutralidad del dinero como sus fundamentos. También, la economía ortodoxa extendió sus métodos y sus razonamientos a otras ciencias sociales, colonizándolas, con el principio de maximización, proceso que se ha denominado imperialismo. ¿Cómo los economistas cambian de teoría? En Colombia, hasta los marxistas se rindieron ante la economía neoclásica.

PALABRAS CLAVE

Ortodoxia, individualismo metodológico, heterodoxia, economía keynesiana, incertidumbre, marxismo, imperialismo.

CLASIFICACIÓN JEL

B13, B14, B22, E11, E12, E13

CONTENIDO

Introducción; 1. La economía ortodoxa; 2. La revolución keynesiana; 3. La idea de incertidumbre de Keynes; 4. De la revolución keynesiana a la contrarrevolución ortodoxa; 5. El camino colombiano, del marxismo a la ortodoxia; 6. La ciencia social imperialista; Bibliografía


ABSTRACT

The economy has been dominated by the neoclassical orthodoxy since the XIX century, imposing its premises, its methods and orientations. The criticism made by John Keynes, in the decade of the 30s, was one of the greatest challenges that orthodoxy faced, based on full employment and money neutrality, and that Keynes successfully criticized. Nevertheless, Keynes criticism meant a temporal deviation that despite its importance then and even now, was assimilated by orthodox theory that keeps as main fundamentals full employment and money neutrality. Orthodox theory also extended its methods and reasoning to other social sciences colonizing them with the maximization principal, process that has been named imperialism. How do economist change theories? In Colombia, even Marxists gave themselves away to neoclassical economy.

KEY WORDS

Orthodoxy, methodological individualism, heterodoxy, Keynesian economy, uncertainty, Marxism, imperialism.

JEL CLASSIFICATION

B13, B14, B22, E11, E12, E13

CONTENT

Introduction; 1. Orthodox economy; 2. Keynesian revolution; 3. Keynes uncertainty ideas; 4. From Keynesian revolution to the orthodox counter revolution; 6. The imperialistic social science; Bibliography.


RESUMO

A economia tem estado dominada pela ortodoxia neoclássica, desde o século XIX, impondo suas premissas, seus métodos e sua orientação. A crítica de John Keynes, na década de 1930, foi um dos retos mais desafiantes para a ortodoxia, baseada no emprego pleno e a neutralidade do dinheiro, e que Keynes questionou de maneira exitosa. Porém, a teoria de Keynes significou um desvio temporal, que se bem foi importante e o continua sendo, foi assimilada pela teoria ortodoxa, que continua defendendo o emprego pleno e a neutralidade do dinheiro, como seus fundamentos. Também, a economia ortodoxa estendeu seus métodos e seus razoamentos a outras ciências sociais, colonizando-as, com o principio de maximização, processo que tem se denominado imperialismo. ¿Como os economistas mudam de teoria? Em Colômbia, até os marxistas se renderam perante a economia neoclássica.

PALAVRAS CHAVE

Ortodoxia, individualismo metodológico, heterodoxia, economia keynesiana, incerteza, marxismo, imperialismo.

CLASIFICAÇÃO JEL

B13, B14, B22, E11, E12, E13

CONTEUDO

Introdução; 1. A economia ortodoxa; 2. A revolução keynesiana; 3. A ideia de incerteza de Keynes; 4. Da revolução keynesiana à contrarrevolução ortodoxa; 5. A mudança colombiana, do marxismo à ortodoxia; 6. A ciência social imperialista; Bibliografia.


 

 

INTRODUCCIÓN

En el siglo XIX algunos intelectuales, como Thomas Carlyle (1795-1881) y John Ruskin (1819-1900) consideraron la economía como la ciencia lúgubre, filosofía para cerdos, una materia sórdida, mezquina y sin valor (Harcourt, 1982, p. 380). Sin embargo, no pasaría mucho tiempo para que la economía se hubiera elevado sobre las otras ciencias sociales en sofisticación matemática y en pretensión científica, lo que ha llevado a sus practicantes a mirar por encima del hombro a otros científicos sociales: el Premio Nobel de 1982, el economista George Stigler, de acuerdo con Kuttner (1985, p. 79), ante la pregunta de por qué las otras ciencias sociales no tienen Premio Nobel como sí lo tiene la economía, dijo: ''Si lo tienen... el Premio Nóbel de Literatura''.

Por su parte, el austriaco Joseph Schumpeter (1982) consideraba que la ciencia económica había tenido un progreso ascendente: ''podemos decir que ha habido progreso en la economía, como lo ha habido en la técnica de la extracción de dientes, desde el tiempo de J. S. Mill al nuestro''. Por su parte, un seguidor de Paul Samuelson manifestaba (Harcourt, 1982, p. 382), que no era necesario estudiar a los clásicos de la economía en sus propios textos, de manera directa: ''Nunca leí a los grandes (los clásicos). Si lo que ellos dicen no es importante no estará en Los Fundamentos (el texto de P. Samuelson). Si lo que ellos tienen que decir es importante, será dicho mucho mejor en Los Fundamentos''1.

Este artículo se divide en cuatro partes. En la primera parte se hace una caracterización de la ortodoxia económica neoclásica, y se desarrolla la crítica de Keynes a los fundamentos teóricos de la ortodoxia, entre ellos, la Ley de Say y sus corolarios del pleno empleo, y la neutralidad del dinero. Igualmente, se presentan el principio de la demanda efectiva, la naturaleza del dinero en Keynes, al igual que el principio de incertidumbre, que son fundamentales para entender la revolución de Keynes.

En la segunda, el sometimiento de la revolución keynesiana a las críticas de la contrarrevolución ortodoxa. La teoría keynesiana va a ser reincorporada a la tradición ortodoxa, eliminando la incertidumbre, y el tiempo histórico, y reduciendo el principio de la demanda efectiva, a través de la búsqueda de los microfundamentos, a un problema de asignación de factores, centrado en las críticas a la curva de Phillips, tanto monetarista, como neoclásica. Sin embargo, el abandono de la economía keynesiana por parte de los economistas se produce más por razones sociológicas e ideológicas que por razones de superioridad de la teoría.

En la tercera, se elabora la narrativa de cómo en Colombia, si bien la heterodoxia, especialmente la marxista, era dominante en las décadas de 1960 y 1970, en las escuelas de economía, esta situación va a ser transformada radicalmente, y la ortodoxia se entroniza como el pensamiento dominante en la academia. Esta situación da pie a la pregunta ¿Cómo los economistas cambian de teoría?

En la última y cuarta parte, se analiza cómo el principio de optimización ha colonizado otras ciencias sociales, y de esta manera, la economía ha asumido un papel imperialista frente a las otras ciencias sociales, que a veces se rechaza, pero que también, en algunas ocasiones, se acepta. En este sentido, a manera de colofón, se pone de presente la necesidad de que la economía tenga un enfoque menos especializado y más integrador con las otras ciencias sociales. En especial, se hace necesario el estudio de la historia por parte de los economistas.

 

1. LA ECONOMÍA ORTODOXA Y LA REVOLUCIÓN KEYNESIANA

La teoría económica convencional es la teoría neoclásica, que usa el enfoque general, los métodos y técnicas de los economistas marginalistas de la segunda mitad del siglo XIX, en especial J. M. Clark, F. Y. Edgeworth, I. Fisher, A. Marshall, V. Paretto, L. Walras, y K. Wicksell. El término neoclásico se deriva del entendimiento de que los economistas de la revolución marginal extendían y mejoraban las bases o fundamentos de los economistas clásicos, en especial, David Ricardo y J. S. Mill.

En general los economistas neoclásicos sostienen que:

- En cuanto a la teoría del producto, las fuerzas del mercado dejadas a su libre operación, sin intromisiones externas, logran un nivel del producto y del empleo, de pleno empleo.

- En cuanto a la teoría del valor, abandonan la teoría del valor clásica, los costos de producción, y la reemplazan por la teoría subjetiva del valor en la determinación de los precios, por la oferta y la demanda. Los precios, así determinados, expresan la conducta racional maximizadora de los consumidores. Esta teoría es, en esencia, una teoría de la asignación de recursos, en una economía estática.

- En cuanto a la teoría de la distribución del producto, abandonan la teoría clásica de la determinación exógena, y la reemplazan por la teoría de la productividad marginal del trabajo, el capital y la tierra.

- Adoptan la visión de un sistema económico armonioso, cada cual recibe lo que se merece, en reemplazo de la teoría clásica del conflicto de clases y la explotación.

La metodología particular utilizada por los economistas neoclásicos se conoce como el individualismo metodológico (IM), expresión inventada por J. Schumpeter de acuerdo con Hodgson (1986, p. 212). Este método consiste en explicar el fenómeno social en términos de la conducta individual. El IM es el rechazo a examinar los factores institucionales u otras fuerzas que están involucradas en el moldeamiento de las preferencias e intenciones de los individuos. Para Von Mises, según Hodgson (1986, p. 213), el IM involucra el reconocimiento de que ''todas las acciones son realizadas por individuos'' y que ''el colectivo social no tiene existencia y realidad por fuera de las acciones de los miembros individuales''. George Stigler y Gary Becker (1977, p. 76-90) argumentan que las preferencias y los propósitos individuales son la base, y el edificio económico tiene que ser construido a partir de estos fundamentos, no solo firmes sino también, casi que sagrados: la función de utilidad es considerada inmutable y más allá de toda disputa. De esta manera se niega el moldeamiento de las preferencias individuales, es decir, que estas no cambian a través del tiempo. En gustos no hay disgustos, es el lema de Chicago.

La crítica al IM no es que el individuo esté de manera completa sobredeterminado por las condiciones socioeconómicas; también hay lugar para una autonomía relativa del individuo; lo que se argumenta es que el ambiente socioeconómico e institucional tienen un efecto significativo sobre la clase de información que se recibe, el conocimiento de ella, las preferencias, y además gran parte de la conducta. Y por lo tanto, según Davis (1988, p. 35), la formación de las preferencias es de todas maneras una actividad intersubjetiva, no-privada.

En cuanto a la metodología general de la economía moderna, que incluye todas las variantes neoclásicas, de acuerdo con McCloskey (1983), esta es una amalgama de positivismo lógico, conductismo, operacionalismo y el modelo hipotético deductivo de la ciencia. La familia modernista inspiradora de esta metodología incluye desde Descartes, a Hume, Comte, Russell, Hempel, hasta Popper.

En este sentido, McCloskey (1983), el modernismo metodológico positivista es un método pobre, y presenta varios argumentos para sustentar su afirmación: es obsoleto en filosofía; el falsacionismo no es convincente; la predicción es imposible en economía; el modernismo es en sí mismo imposible y no se le sigue; cualquier método es arrogante y pretencioso, y otras ciencias no siguen el método modernista2.

Por otro lado, el modernismo positivista promete el conocimiento libre de duda, metafísica, valores y convicciones personales. Sin embargo, lo que hace es renombrar como método científico la metafísica, la moral y las convicciones personales del científico (MacCloskey, 1983).

 

LA REVOLUCIÓN KEYNESIANA

Entre las innovaciones teóricas más importantes del siglo XX, y que podemos considerar por su naturaleza como verdaderas críticas a la teoría neoclásica, y que para Davis (1988) representan los tres grandes aportes metodológicos a la teoría poskeynesiana, están las siguientes: la crítica de Piero Sraffa (1926) contenida en el ensayo ''Las leyes de los rendimientos en régimen de competencia'', que destruye los supuestos de la competencia perfecta; la crítica de J. M. Keynes (1936) desarrollada en la Teoría general, donde destruye las teorías del producto y del empleo neoclásicas, y por ultimo, el debate de los dos Cambridge, el inglés y el americano, en la década de 1960, originado por los trabajos de P. Sraffa (1982), Producción de mercancías por medio de mercancías, sobre la naturaleza del capital. Esta obra fue llevada a cabo por los neorricardianos. Aquí en este trabajo solo se examinará la segunda crítica, la de Keynes.

Para Keynes una de las principales carencias que aqueja a los tratados de economía, de la ortodoxia de la economía política inglesa, en especial los Principios de economía de Marshall, los libros de Pigou, etc., y los que se escriben en otros idiomas y países, ''es lo que podría llamarse una teoría monetaria de la producción'', según Keynes (1933). Y ¿por qué es importante una teoría monetaria de la producción? Para explicar el problema de las crisis que estaba sin resolver, debido a que, según Keynes (1933, p. 411), ''los auges y las depresiones son peculiares a una economía, en la cual -en un sentido significativo que no estoy tratando de definir aquí- el dinero no es neutral''.

La economía que estudian los tratados ortodoxos, según Keynes (1933, p. 411), ''usa el dinero, pero lo hace solo como un eslabón neutral entre transacciones, de cosas reales y activos reales, y no permite que se introduzca en los motivos y decisiones, podría ser llamada, ya que no tenemos un nombre mejor, una economía de intercambio real''. ''En donde ''las condiciones requeridas para la 'neutralidad' del dinero (...) son, yo sospecho, precisamente aquéllas que aseguran que la crisis no ocurren. Si esto es verdad, la economía de intercambio real (...) es de manera singular un arma tosca para tratar los problemas de los auges y las depresiones, ya que ha hecho a un lado la verdadera materia bajo su investigación''.

Se podría decir que esta crítica puede ser válida para la economía neoclásica del siglo XIX, pero no para la que se produce bajo la modalidad moderna; valga como ejemplo, la caracterización de una economía real, aquella que se conoce como el axioma de los reales de Frank Hahn (1983), citado por Davidson (1984, p. 570) de la siguiente manera: ''Los objetivos de los agentes que determinan sus acciones y planes no dependen de las magnitudes nominales. A los agentes solamente les interesa las cosas 'reales', como los bienes (...) el ocio y el esfuerzo. Nosotros conocemos este axioma como la ausencia de la ilusión monetaria, que es imposible de abandonar en cualquier sentido significativo''. Davidson (1984, p. 570) agrega, con sentido crítico, que ''el axioma de los reales significa que el dinero es un velo, que las decisiones son tomadas sobre la base de fenómenos reales y los precios relativos. El dinero no es importante''.

La idea de que el sistema económico se ajusta automáticamente y opera a pleno empleo proviene del hecho de la aceptación de la ley de Say. Es decir, que toda oferta crea su propia demanda, pudiendo haber sobreproducción en algunos mercados y subproducción en otros, que en el agregado se cancelan. Entonces, no hay sobreproducción general. En este sentido, según Keynes (1939, p. 256) ''una teoría así basada es claramente incompetente para solucionar los problemas del desempleo y del ciclo de negocios''.

En contraposición a la Ley de Say, Keynes (1936) desarrolla la teoría de la demanda efectiva. Según el mensaje de la Teoría general, la demanda efectiva determina el volumen de la producción y del empleo en una economía capitalista. El desempleo puede ser explicado por una demanda efectiva insuficiente, pero no por la rigidez de los precios. Para Maya (2008b), esa insuficiencia no significa que no exista un ingreso para respaldar la demanda y así lograr un nivel alto de producción y de empleo. El problema es que la gente decide aplazar las decisiones de inversión y de consumo, pero principalmente las primeras, porque las expectativas sobre el futuro son pesimistas3.

En este sentido, la clave para explicar el desempleo (y la crisis) es la preferencia por la liquidez, es decir, por dinero (Keynes, 1937). Los activos de las personas pueden estar representados en capital físico, títulos financieros de diverso orden, y dinero. Los activos transfieren riqueza en el futuro, pero no todos tienen la capacidad de transferir la riqueza sin que esta cambie de manera negativa.

Keynes explica esta preferencia por la liquidez con los bonos perpetuos, que transfieren riqueza en el futuro, y tienen una renta o cupón anual, es decir, tienen un rendimiento, pero el precio de los bonos cambia de acuerdo con el mercado, es decir, su precio puede subir o bajar. Bajo ciertas circunstancias, la transferencia de riqueza en el futuro por parte de los bonos no es óptima. El dinero también transfiere riqueza en el futuro, y aunque no se obtenga un rendimiento, por tener el dinero debajo del colchón, el dinero es un vehículo más idóneo que los bonos para trasferir riqueza en el futuro sin que su precio cambie. Es decir, el dinero es más seguro que los bonos. Un dólar es un dólar.

La decisión de transferir la riqueza en bonos y no en dinero está determinada por las expectativas sobre la tasa de interés futura. Si esta va a subir es más seguro preferir el dinero, porque, en caso contrario, el precio de los bonos va a caer y se van a producir pérdidas para los poseedores; en cambio, si tienen dinero podrán hacer uso de la oportunidad de lograr un mayor rendimiento que el de los bonos, cuando se presente la ocasión. Igual sucede con el capital físico, o su representación en acciones. El precio de las acciones captura las expectativas de ganancias futuras; si son optimistas, el precio sube; si pesimistas, sucede lo contrario. Por eso, bajo ciertas circunstancias la gente prefiere el dinero, mientras las acciones, los bonos, y los famosos derivados de hoy, no. El dinero es un medio para aplazar decisiones, para obtener conocimiento en el contexto económico y para no dejar pasar de largo las oportunidades, mientras la inversión, y especialmente de largo plazo, congela a sus poseedores en sus posición.

La inversión está sujeta a la incertidumbre y no al riesgo. El futuro no es predecible. No se puede tener una probabilidad calculable sobre los rendimientos futuros de una inversión. ¿Cuáles eran los pronósticos del precio del petróleo cuando se encontraba por encima de los 140 dólares en el 2008? La mayoría de los analistas señalaban una trayectoria hacia los 200 dólares por barril, y llegó a estar por debajo de los 50 dólares. Si los eventos económicos estuvieran sometidos al riesgo, se podría tener una probabilidad calculable, y el futuro simplemente sería una imagen del pasado. Los seguros de vida, accidentes e incendios están basados en el riesgo, y su probabilidad está basada sobre los eventos de accidentes, muertes, incendios pasados, y de acuerdo con ello se cobra una prima, que puede ser recalculada a medida que la ocurrencia de los eventos cambie.

¿Qué liga el presente con el futuro en el caso de la inversión? El hecho de que los bienes de capital tienen una vida útil larga. Esto hace que cuando las expectativas de las decisiones que llevaron a invertir en bienes de capital cambien, las decisiones de los agentes cambien en cuanto a mantener las posiciones sobre esos activos y sobre la decisión de mantener activos o dinero. ¿Qué pasa cuando todo el mundo, o una parte de él, deciden que ellos desean liquidez (su dinero ahora) y seguridad? En tiempos normales, no pasa nada, porque habrá otros inversionistas que están deseosos de tomar esos activos a los precios del mercado. En tiempos no tan normales, como los actuales, en pleno desenvolvimiento de la crisis que empezó en 2008, pero que todavía hace sus estragos, como en la Unión Europea, es imposible. Por ejemplo, escribe Brad Delong (2008)4,

... una inversión en una fábrica de semiconductores es una inversión de alto riesgo, de largo plazo, y no se pueden liquidar los activos fácilmente. Entonces, como todo el mundo quiere liquidez y seguridad, la economía no puede, mágicamente liquidar el stock de capital físico, a un precio razonable. Entonces, su liquidación a precios a la baja crea desempleo masivo. Esta es la clave de la depresión.

Por otro lado, según Strange (1998, p. 10), Keynes (1936) fue quien desarrolló probablemente uno de los análisis más potentes, coherentes, rigurosos e influyentes, acerca de cómo funcionan los mercados financieros. Según Minsky (1975, p. 15), la Teoría general de Keynes (1936) sigue teniendo influencia sobre los economistas modernos, a pesar de que se diga que en Keynes ''lo válido no era nuevo y lo nuevo no era válido'' y a pesar de la influencia monetarista y de los nuevos clásicos.

En este sentido, uno de los aportes keynesianos más significativos a la teoría económica moderna es el de que las decisiones económicas se toman en condiciones de incertidumbre e ignorancia frente al futuro, en un horizonte de tiempo histórico, contingente y sin leyes.

Este supuesto está en abierta contradicción con el supuesto neoclásico de la completa información, que significa no solo el acceso libre a la información y sin costo, sino que elimina el futuro como tiempo histórico y, por lo tanto, contingente. El futuro se convierte en una extrapolación del pasado, donde los hechos son expresados en funciones de probabilidad, y de esta manera la incertidumbre es reducida al riesgo. En este sentido, la incertidumbre, como desconocimiento, ignorancia, no existe. La incertidumbre significa que hay eventos cuya probabilidad no se conoce y que, por lo tanto, los resultados de las decisiones a futuro no se pueden prever, pues estos están sujetos al tiempo histórico real y a las contingencias.

Y es por esta razón que el dinero, a través de la función de la preferencia por la liquidez, ocupa el centro de la explicación del volumen del producto y del empleo, determinados, a su vez, por la demanda efectiva, principalmente el volumen de la inversión, dado por la tasa de interés, determinada, a su vez, en el mercado monetario, por la demanda y oferta de dinero, y la eficiencia marginal del capital. El dinero, entonces, afecta motivos y decisiones porque no se puede conocer el futuro incierto, y la posesión de dinero elimina esta pesadilla. En este sentido, la explicación del desempleo involuntario está dada por la insuficiencia de la demanda efectiva, limitada por la liquidez y una baja rentabilidad esperada del capital que Keynes denominó eficiencia marginal del capital5, y no debido a la inflexibilidad del mecanismo de los precios, principalmente los salarios, tanto reales como monetarios, como afirman los neoclásicos.

Por otro lado, Keynes (1930) no era partidario6, debido a la falacia de composición, de que la macroeconomía debería construirse sobre microfundamentos. Él pensaba que el nivel agregado era radicalmente distinto al de la firma o agente individual, es decir, que de la sumatoria de las decisiones individuales pudiera construirse un escenario global simétrico. Por ejemplo, del hecho de que la firma pudiera beneficiarse de una reducción de salarios, y las ganancias subieran, no se seguía que en general, el resultado fuera el mismo, cuando las demás firmas imitaran a la primera. Al contrario, Keynes (1930, p. 136) planteaba que una disminución de salarios reduciría la demanda efectiva, los precios caerían y, por lo tanto, la rentabilidad y, en consecuencia, el volumen del producto y del empleo, un resultado diferente a aquel derivado de los modelos de equilibrio general, que recomiendan la flexibilidad de los salarios para alcanzar el pleno empleo.

Una teoría que suponga, como la neoclásica, que el futuro es una réplica del pasado, y que además lo conocemos, porque el tiempo histórico, contingente y sin leyes es reducido al tiempo lógico, y por esta vía el tiempo igual al espacio, no puede dar cuenta del mundo de lo real, donde las decisiones son individuales y, por lo tanto, anárquicas, pero lo efectos globales, los resultados, no pueden ser predichos (Maya, 2008b). Esta teoría, al igual que las ciencias naturales, en especial las ciencias físicas, no las biológicas, según De Uriarte (1990, p. 612) estudia ''un mundo donde los eventos son independientes del contexto temporal''.

Por otro lado, si se acepta que las decisiones económicas, y la actividad económica general se asumen a futuro en un ambiente de incertidumbre, se concluye que la predicción de qué pasará es imposible, y está ''más allá del poder de cualquier hombre mortal'' (Von Misses). Para McCloskey (1983, p. 487). El hecho de que la verdadera ciencia se reclame como tal, por su capacidad predictiva, y que la economía posea esta característica está abierto a la duda.

Para empezar, Keynes explica que la inversión corriente está determinada por los rendimientos probables, futuros de la inversión. Sin embargo, las bases del conocimiento que determinan el cálculo de los rendimientos probables son precarias en extremo, y esta precariedad, determinada por la incertidumbre o desconocimiento del futuro incierto, impredecible, contingente y sin leyes (no existen las funciones de probabilidad de los eventos), es lo que explica por qué el volumen de inversión es insuficiente para lograr el pleno empleo. Esas bases son limitadas y muchas veces nulas.

En los tiempos en que la propiedad de las empresas estaba unida a la gestión, la inversión dependía de que hubiera suficientes individuos con temperamento sanguíneo e impulsivo, que emprendieran negocios como una forma de vida. Hoy, cuando prima la separación entre la propiedad y la dirección en la empresa, ha entrado un nuevo factor en juego, que algunas veces facilita la inversión, pero que en otras contribuye de manera importante a la inestabilidad del sistema. Este factor es el siguiente: en las bolsas se revalúan, a diario y a cada momento los rendimientos probables de las inversiones, dándole oportunidad de tomar decisiones sobre los compromisos; al respecto Keynes (1936, p. 142-143) plantea: ''Es como si un agricultor, habiendo observado su barómetro después del desayuno, decidiera retirar su capital del negocio agrícola entre las 10 y 11 de la mañana y reconsiderar si debía volver a él posteriormente durante la semana''. Pero, como muestra este ejemplo, si bien para el individuo las inversiones pueden ser tan líquidas como el dinero, la bolsa permite hacer esto, a lo que Keynes (1936, p. 142) dice: ''las inversiones no pueden ser líquidas para la comunidad como un todo''. Los inversionistas adversos al riesgo tratan de colocar sus capitales en activos de gran liquidez, y a diario hacen cálculos sobre las bases convencionales de valoración de los activos, para evitar pérdidas y aprovechar las oportunidades.

El mismo Keynes (1936, p. 142) explica, que los inversionistas se forman las bases convencionales que guían su comportamiento como en:

... esos concursos de los periódicos en los que los concursantes tienen que seleccionar las seis caras más bonitas entre un centenar de fotografías, ganando el premio aquel competidor cuya selección corresponda aproximadamente al promedio de las preferencias de los competidores en conjunto; de tal manera que cada concursante ha de elegir, no los semblantes que el mismo considere más bonitos, sino los que crea que serán más del agrado de los demás concursantes, todos los cuales observan desde el mismo punto de vista, no es el caso de seleccionar aquellas que según el mejor juicio propio, son realmente la más bellas, ni siquiera las que la opinión general cree que lo son efectivamente. Hemos alcanzado el tercer grado en el que dedicamos nuestra inteligencia a anticipar lo que la opinión promedio espera que sea la opinión promedio7.

Y además, plantea Keynes (1936, p. 148) que ''al calcular las posibilidades de inversión se deben tener en cuenta, por tanto, los nervios y la histeria, y aun la digestión o reacciones frente al estado del tiempo, de aquellos de cuya actividad espontánea depende principalmente''.

En las bolsas de valores, las revaloraciones diarias, sostiene Keynes (1936, p. 143), que

... aunque se hacen con el objeto principal de facilitar traspasos entre individuos de inversiones pasadas, ejercen inevitablemente influencia decisiva sobre la tasa de inversión corriente. (...) Por eso ciertas clases de inversiones se rigen por el promedio de las expectativas de quienes trafican en la bolsa de valores, tal como se manifiesta en el precio de las acciones, más bien que por las expectativas genuinas del empresario profesional.

Según Keynes (1936, p. 143), esto es lo que hace que la inversión más ventajosa para la sociedad, la del ''inversionista de largo plazo, aquel que más promueve el interés público'', así no coincida con la más rentable. En este sentido, según Keynes (1936, p. 146)

... el espectáculo de los mercados de inversión modernos me ha llevado algunas veces a concluir que la compra de una inversión debe ser permanente e indisoluble, como el matrimonio, excepto por motivos de muerte o de otra causa grave, (...) y esto sería un remedio útil para nuestros males contemporáneos; porque tal cosa forzaría a los inversionistas a dirigir su atención solamente a las oportunidades a largo plazo.

Porque, para Keynes (1936, p. 145), ''los especuladores pueden no hacer daño cuando solo son burbujas en una corriente firme de espíritu de empresa; pero la situación es seria cuando la empresa se convierte en burbuja dentro de una vorágine de especulación. Cuando el desarrollo del capital en un país se convierte en subproducto de las actividades propias de un casino, es probable que aquel se realice mal''8. Y si la inversión es el factor clave para el empleo, el crecimiento económico y el bienestar, entonces el buen manejo de los factores que determinan la inversión se vuelve clave para hacer la diferencia entre la pobreza y la riqueza.

El diagnóstico de Keynes (1936) de cómo funcionan los mercados financieros se confirma a cada momento. En un seminario en Inglaterra, de la Society of Investment Professionals, sobre la conducta financiera, para examinar cómo las actitudes de los inversionistas determinan el comportamiento de los mercados (Maya, 2006b), el Financial Times desarrolla el argumento: si los mercados son eficientes, los precios reflejan la información disponible de las empresas. Si los precios están fuera de línea con los fundamentales, entonces, el arbitraje corrige las desviaciones, se compran las acciones baratas y se venden las caras. En la vida real, el arbitraje es muy peligroso. Hacia el comienzo del año 2000, en los mercados accionarios, los administradores de los fondos de inversión pensaron que las acciones de las compañías de tecnología estaban sobrevaloradas, pero no tenían otra alternativa que comprar estas acciones. El mayor riesgo para los administradores de fondos es quedar por debajo de sus pares. Esto crea una mentalidad de manada que lleva a los administradores a comprar las acciones más populares. Así, de esta manera los precios de las acciones no son gobernados por los fundamentales (por lo menos en el corto plazo) sino por la psicología de los inversionistas, que tiene un buen número de sesgos. Ellos tienden a ser adversos a las pérdidas monetarias: es más dolorosa una pérdida de 100 dólares que el placer de una ganancia de 100 dólares. Además, los inversionistas tienden a estar muy confiados sobre sus habilidades predictivas. Sin embargo, son muy pobres en diferenciar una tendencia de un evento fortuito, ven patrones donde los resultados son producto del azar. En general tienden a ser muy optimistas con las acciones que se han comportado bien y muy pesimistas con aquellas que no. Este es el efecto ganador-perdedor (Financial Times, 2002)9.

Algunos dirán que Keynes está muerto y bien muerto, es decir, Keynes no es relevante para el mundo de hoy. Sin embargo, algunos representantes conspicuos de las finanzas y de la academia moderna ortodoxa reconocen la naturaleza desestabilizadora de los mercados financieros, cuando responden a la pregunta: ¿Cómo se comportan los mercados financieros internacionales? Fischer (1997, p. 4-5), subdirector del FMI y prestigioso académico, presenta algunas pistas sobre esto:

Los mercados no siempre trabajan bien. Algunas veces los flujos de capital son excesivos, y algunas veces esto se prolonga por mucho tiempo. Los mercados tienden a reaccionar tarde, y cuando reaccionan tienden a reaccionar rápido, y algunas veces excesivamente. Además, es de gran preocupación que las sobre-reacciones, algunas veces, toman la forma de efectos de contagio, una crisis en un mercado produce efectos en otro mercado. Algunos efectos son completamente racionales y eficientes, por ejemplo, cuando un país devalúa, la tasa de equilibrio para sus competidores también se devalúa. Pero algunas veces, incluyendo la reciente crisis en el Este asiático, y la de Argentina en 1995, los efectos de contagio parecen ser sobre-reacciones, quizás basados en información incompleta, quizás en el comportamiento de manada, quizás en una valoración imprecisa de las condiciones subyacentes de la situación. Los efectos de contagio son, de todos, los más preocupantes a la luz, de la posibilidad, de que los ataques se conviertan en profecías que se auto-cumplen (...). La liberalización financiera incrementa la vulnerabilidad de la economía a las oscilaciones en el sentimiento del mercado. Casi siempre estas oscilaciones están dadas racionalmente, pero ellas pueden ser en ocasiones excesivas, y podrían algunas veces reflejar los efectos de contagio, que podrían ser excesivos en ocasiones. Esta es una preocupación validad para aquellos que contemplan la liberalización de la cuenta de capital, y para la comunidad internacional.

Greenspan (1997, p. 249), el célebre expresidente de la Fed de los EE. UU., también tiene su versión, al expresar sus dudas sobre la hipótesis de los mercados eficientes:

Seguramente, es justo decir que la propia eficiencia de los mercados financieros globales, engendrada por la rápida proliferación de productos financieros, también tiene la capacidad de transmitir errores de una forma más rápida a todo el sistema, de maneras que fueron desconocidas hace una generación, e incluso ni imaginadas en el siglo XIX.

Blinder (1999, p. 53), académico y exbanquero central, también se expresa bajo las mismas consideraciones:

Manías, pánicos y excesos especulativos son inherentes en el capitalismo de libre mercado. Los mercados especulativos han estado sujetos a olas alternantes de codicia y miedo. Se van a los extremos, exhiben un comportamiento como de manada, y probablemente siempre lo harán (...) El presente sistema deja que la epidemia financiera florezca en una pandemia global.

Sin embargo, este es el precio, los costos, de un capitalismo 'vibrante', 'altamente productivo'10.

 

2. DE LA REVOLUCIÓN KEYNESIANA A LA CONTRARREVOLUCIÓN ORTODOXA

La formulación keynesiana de Hicks (1937), Mr Keynes y los Clásicos, dio como resultado el modelo IS-LM, donde el mercado de bienes y el mercado monetario determinan de manera simultánea el nivel del producto y del empleo en la economía. La inversión es transformada en una función la tasa de interés corriente, y se elimina la influencia de la eficiencia marginal del capital (EMgK) sobre la inversión, al igual que se elimina la tasa de interés futura en la función de la demanda de dinero, y así la incertidumbre es reducida al riesgo.

Esta interpretación se convirtió en la versión del consenso keynesiano que, más tarde, tanto Hansen (1953) como Samuelson (1947), la transformaron en la síntesis neoclásica, que fue ''aceptado por el 95 % de los economistas, excluyendo al 5 % de extrema derecha y de extrema izquierda'' (Samuelson, 1955, p. 212; citado por Snowdon y Vane, 1997, p. 6). Con esta versión de la teoría keynesiana comienza la integración del análisis de Keynes en la economía ortodoxa.

Sin embargo, en la década de 1970, en conversaciones con Paul Davidson (2009), Hicks (1937) estaba listo para aceptar que su versión de Keynes era una versión enlatada (Davidson, 2009, p. 174). Después, en un artículo de Hicks (1980-1981), afirma que la formulación del IS-LM no describe el enfoque de la TG de ninguna manera, y a medida que el tiempo pasa, se siente más insatisfecho con ella.

Por otro lado, W. Phillips (1958) encontró una relación estadística entre la tasa de desempleo y la tasa de cambio de los salarios nominales, en los años en que el desempleo fue muy alto, los salarios habían caído, y viceversa. Este hallazgo inspiró a los keynesianos a deducir una relación negativa de largo plazo, entre salarios y desempleo, como la idea original que Phillips estudiaba. De esta manera se introdujo la coherencia entre la determinación del producto y el empleo con el nivel de precios en la economía en el corto plazo. De acuerdo con Tobin (1972, p. 4), la curva de Phillips keynesiana implica que un nivel más bajo de desempleo se puede lograr al costo de una inflación más alta. Así, el análisis de la curva de Phillips se convirtió en el análogo de la teoría de los salarios y el empleo de Keynes, después de la posguerra11.

La curva de Phillips, de acuerdo con Snowdon y Vane (1997, p. 7), hasta la mitad o finales de la década de 1960, dentro del consenso macroeconómico de los keynesianos, fue usada por los formuladores de política para predecir las diferentes tasas de inflación que serían consistentes con los diferentes volúmenes del producto y del empleo obtenidos con un determinado gasto en la economía, que el IS-LM explicaba.

Sin embargo, para Lucas (1981, p. 560), citado por Friedman (1997, p. 4-5), esto no era tan claro:

Los proponentes de la clase de modelos [se refiere a los modelos llamados de curva de Phillips] que prometían de 3.5 % a 4.5 % de desempleo para una sociedad que estuviera dispuesta a tolerar tasas anuales de inflación de 4 % a 5 % tienen que tener una explicación que dar después de la década por la que hemos pasado (por ejemplo, los 70 cuando la inflación creció 16 % y el desempleo 8 % en los EU y 30 % y 6 %, respectivamente en GB). Un error de pronóstico de esta magnitud y de importancia tan central para la política tiene consecuencias, como debe ser (...) en los últimos años del 60 Milton Friedman (1968) y Edmund Phelps (1968) habían argumentado que estas curvas de Phillips predichas era espurias (...) el pronóstico central al que le llevó ese razonamiento era uno de tipo condicional, al efecto de que una década de alta inflación no debería tener menos desempleo en promedio que una década de baja inflación. Nosotros tuvimos la década de alta inflación, y lo que es claro en una discriminación experimental, que la economía no parece que vaya a ver nunca más, Friedman y Phelps estaban en lo cierto.

El mensaje central de Friedman (1997) es que si se trata de usar la curva de Phillips para intercambiar más inflación por menos desempleo, la curva termina por desaparecer. Al cabo, se paga un precio muy alto por la inflación con tal de obtener un desempleo más bajo, y cuando ese precio es, al final, inaceptable, la inflación se hace persistente, incluso frente a un desempleo más alto. La crítica de Friedman al dilema entre desempleo e inflación en el largo plazo, se ubica en la experiencia inflacionaria de la década de 1960 y los primeros de la década 1970, debido al incremento en la expansión monetaria para financiar la guerra de Vietnam, situación que se convirtió en inaceptable para los demás países del mundo y que llevó al rompimiento del acuerdo de Bretton Woods en los primeros de la década de 1970. El fuerte incremento en el gasto no se resolvió en mayores tasas de empleo con inflación, sino que se convirtió en mayor desempleo con mayor inflación, la llamada estanflación, que llevó a la doble aceptación de una curva de Phillips vertical de largo plazo, más tarde aceptada por los mismos keynesianos (Blinder, 1987 y 1999; Mankiw, 1992), y al hecho de que usar la política fiscal para propósitos de estabilización es en extremo limitado.

Para Friedman (1997), la década de 1980 tampoco fue muy generosa con los modelos keynesianos:

En EE. UU. la inflación fue reducida drásticamente, acompañada por un incremento temporal en el desempleo que alcanzó un pico de 11 %, una reacción de corto plazo de una inflación no anticipada como lo describe una curva de Phillips. Sin embargo, desde 1983 en adelante, el desempleo bajó con caídas concurrentes en la inflación, alcanzando 6 % a finales de 1987 cuando la inflación fue 4 %, una contradicción de frente con la afirmación de la relación negativa entre desempleo e inflación incorporada en la curva de Phillips (...) esta experiencia (además de la GB, Alemania, y Japón) es a duras penas consistente con un dilema estable entre inflación y desempleo.

En la misma línea crítica, para Laidler (1986, p. 337), ''la experiencia de inflación y desempleo en el hemisferio occidental constituye una masiva refutación de la 'economía keynesiana' tal y como el término era entendido en la mitad de los 60''. Además, según Snowdon y Vane (1997, p. 11), si alguna batalla ha ganado Friedman en el debate con los keynesianos y que ahora hace parte del consenso macroeconómico es ''lo que se refiere a los determinantes de la inflación sostenida. Una clara mayoría de economistas y de banqueros centrales subrayan la tasa de crecimiento de la oferta monetaria cuando se trata de explicar y de combatir la inflación sobre el largo plazo. Esto permite a los macroeconomistas atribuir los ataques temporales inflacionarios a causas no monetarias como los choques de oferta''.

La posibilidad de explotar el dilema de Phillips en el corto plazo permaneció, a pesar de la crítica de Friedman (1997) que lo admitía, en el caso cuando los trabajadores no anticipaban la inflación. El dilema de corto plazo tendría que esperar la crítica de los llamados economistas neoclásicos, encabezados por Lucas (1981) con su revolución de las expectativas racionales, para que su existencia se viera amenazada.

Lucas y Sargent (1978, p. 49) también recurren a los modelos estadísticos para validar su crítica a la teoría keynesiana; en la década de 1970 plantearon que:

La economía de EU ha pasado por la primera mayor depresión desde los años 30, con el acompañamiento de tasas de inflación que exceden el 10 % por año (...). Estos eventos no han surgido de una reaccionaria reversión a los principios 'clásicos', pasados de moda, de moneda restringida y presupuestos balanceados. Por el contrario, estos eventos fueron acompañados por déficits masivos del gobierno y altas tasas de expansión monetaria: políticas que, aunque implicaban un riesgo de inflación y así se admitía, prometían de acuerdo a la doctrina moderna keynesiana un rápido crecimiento real y bajas tasas de desempleo (y) estas predicciones fueron salvajemente incorrectas, y la doctrina en que estaban basadas es fundamentalmente equivocada.

Y en cuanto a los modelos econométricos keynesianos, Lucas y Sargent (1978, p. 57), argumentan que

... el sesgo inflacionario en promedio de la política monetaria y fiscal en este período debería, de acuerdo a todos estos modelos, haber producido las tasas de desempleo en promedio más bajas para cualquiera de las décadas desde los 40. De hecho, estas políticas produjeron el más grande desempleo desde los 30. Esto fue un fracaso econométrico en gran escala.

Pero ¿los pronósticos prueban la inconsistencia de una teoría? No para Gordon (1997, p. 499), que concede que los pronósticos de la década de 1960 fueron incorrectos, ''pero, los pronósticos incorrectos no proveen la prueba de facto de que los apuntalamientos de una doctrina estén fundamentalmente equivocados''.

Por su parte, Blinder (1988) se ha hace una pregunta: ¿por qué la muerte de la curva de Phillips fue tan salvaje y de manera tan ruidosa anunciada? Blinder (1988, p. 115) tiene dos respuestas: una histórica y otra intelectual.

[La primera] cuando los choques de oferta vinieron a dominar los datos en el 70, la correlación negativa familiar entre la inflación y el desempleo– que es visible en un gráfico que contenga los datos del 50 y del 60- desapareció (...) para aquellos sin ninguna sofisticación para distinguir entre una simple correlación y una relación multivariada, esto era equivalente a la muerte de la curva de Phillips. [Y la segunda] las críticas penetrantes de Lucas de la evaluación de política econométricas dan un argumento elegante a priori de por qué una curva empírica de Phillips podría colapsar bajo el peso de una política más inflacionaria.

Entonces, ¿por qué se abandonó la economía keynesiana? Blinder (1988) contesta su pregunta diciendo que la explicación está más en la sociología de la ciencia que en la simple evidencia empírica, y hay tres factores que explican esto:

Uno, la sociología de la economía. La economía se ha hecho cada vez más técnica y sofisticada en matemáticas, y los jóvenes tienen en gran estima la técnica, es la manera como ellos afilan los dientes. La macroeconomía neoclásica fue como enviada por Dios para los jóvenes, que vieron en esta oportunidad la nueva ola del futuro. Los practicantes del neoclasicismo fueron en su mayoría jóvenes, y muy pocos, de la vieja generación, casi todos en la academia, en las universidades de elite, donde lo importante es ser creativo y fresco que estar en lo correcto, mientras que en el mundo de los negocios y del gobierno se espera que los economistas den la respuesta correcta. Los neoclásicos o los economistas de las expectativas racionales fracasaron en emigrar al Gobierno y al mundo de los negocios. Krugman (1994, p. 52) es de la misma opinión, las propiedades técnicas de la economía neoclásica son más un activo que un pasivo, y ''es cínico, pero es verdad que en mundo académico las teorías que van a atraer más a un devoto seguidor son aquellas que permiten a un joven astuto pero no muy original demostrar su astucia''. El mismo Sargent (1996, p. 541) confirma esta percepción: ''por lo mejor o lo peor, los mejores académicos jóvenes son siempre atraídos al campo técnico más alto''.

Dos, la naturaleza de la teoría económica. Los nuevoclásicos eliminaron la tensión entre la microeconomía y la macroeconomía construyendo los microfundamentos de la nueva macroeconomía. El modelamiento de las expectativas como racionales, como un problema de optimización sujeto a restricciones es el análogo del modelamiento de los consumidores como maximizadores de la utilidad, y de los productores como maximizadores de las ganancias. La expectativa racional fue entonces el acompañamiento natural, e incluso con más ímpetus, del movimiento del regreso a los 'fundamentos'. Al ligar las expectativas racionales con los neoclásicos, le ayudó a la teoría para ganar conversos, de la misma manera que el apoyo de las celebridades ayuda a vender los productos.

Tres, el papel de la ideología conservadora. El paradigma neoclásico básico es ultra conservador. Aquellos que toman en serio este punto de vista como una buena descripción de la economía tienden hacia un punto de vista panglosiano de las transacciones privadas, mientras ven con desconfianza la intervención del Gobierno. Cuando esta manera de pensar es transportada de la micro a la macro, esto conduce a modelos teóricos donde los ciclos de negocios son benignos, sin importancia o inevitables, o todas tres. Y como siempre esto conduce a las recomendaciones del Laissez-Faire. Por ejemplo, Prescott (1986; citado por Blinder, 1988, p. 120) afirma que los esfuerzos costosos de la estabilización son contraproductivos porque los ciclos de negocios en una economía de mercado son Paretto óptimo. Los keynesianos, por su parte, creen que la propia existencia de la macro como subdisciplina se debe a las fallas del mercado que se observan en las recesiones, pero que los neoclásicos niegan. Los keynesianos creen que las recesiones son importantes, malignas y que se pueden corregir, y están dispuestos a apoyar la intervención pública diseñada para estabilizar la actividad económica agregada. Los keynesianos están más preocupados con las brechas de Okun que con los triángulos de Harberger, como dijo alguna vez Tobin (Blinder, p. 120). Las fortalezas relativas de los liberales y los conservadores varían de tiempo en tiempo. Blinder afirma que la teoría neoclásica apareció en el momento oportuno cuando la ideología de derecha estaba en ascenso, como lo fue en los EU de los setenta y los ochenta. Tales ideas no hubieran podido ser vendidas en los sesenta a los académicos. Según Blinder (1988, p. 117-121), la clave del éxito es que la teoría neoclásica tuvo la fórmula perfecta: ''Ideológicamente con una mirada hacia el pasado y tecnológicamente con una mirada hacia el futuro''. Eso era ''una fórmula ganadora'' en el momento perfecto. Sin embargo, la fórmula que se tomó la academia como una tormenta, en el mundo de la política fue solo un murmullo.

Por su parte, Krugman (1994) se hace la siguiente pregunta: ¿por qué los conservadores odian la economía keynesiana? Parte de la respuesta es que se odia la persona de Keynes, su vida sexual, esteta y miembro del temido grupo de Bloomsbury. La historiadora Gertrude Himmelfarb (1985) escribe que: ''Existe una afinidad discernible entre el ethos de Blommsbury, que colocaba un premiun en las satisfacciones inmediatas y presentes, y la economía keynesiana, que es basada enteramente en el corto plazo y deshecha cualesquiera juicios de largo plazo''; de esta manera, la oposición a Keynes está menos basada en la lógica de los argumentos que en las implicaciones morales que los conservadores perciben. En este sentido, Krugman (1994, p. 33) afirma que los conservadores desdicen de Keynes por el papel tan amplio que este les da a los gobiernos. Según Krugman (1994, p. 34), desde la década de 1950 hasta la década de 1980, el nombre de Keynes fue sometido a una crítica tan despiadada por los conservadores, que Edward Prescott declaró con orgullo que en su universidad, Carnegie-Mellon, los estudiantes nunca habían escuchado el nombre de Keynes.

La vieja guardia keynesiana, entre los que se encuentra Kaldor (1981), también es crítica frente a los intereses que estaban, en el caso del monetarismo, al frente de las ideas de Friedman, y decía Kaldor (1981, p. 5-6):

... las ideas no ganan una rápida aceptación al menos que ellas sirvan fuerzas o aspiraciones sociales poderosas (...) La más reciente conversión en masa al monetarismo deriva más de la balanza cambiante del poder entre el Capital y el Trabajo que de la adopción de las políticas que el pleno empleo llevaba consigo, y la necesidad de alguna nueva ideología que fuera capaz de restaurar la vieja balanza de poder.

 

3. EL CAMINO COLOMBIANO, DEL MARXISMO A LA ORTODOXIA12

Mientras el resto del mundo estaba cada vez más lejos del keynesianismo, en Colombia a finales de la década de 1960 y principios de la década de 1970 – después de la Revolución Cubana, el movimiento hippie, la música rock, el amor libre, el Mayo de 1968, la intervención norteamericana en Vietnam, la muerte de Camilo Torres en las montañas santandereanas y la del Che en Bolivia, hechos históricos que marcaron las generaciones que habían nacido en las décadas de 1940 y 1950– ''todos éramos marxistas''13, y no solo los estudiantes de economía: los historiadores, los sociólogos, los psicoanalistas, en fin, todas las ciencias sociales tenían una orientación marxista, había una hegemonía marxista.

En economía todos eran marxistas (en sentido generacional). Estudiar a Marx no solo era una opción académica, intelectual; era también una opción política, era construir el socialismo, la sociedad del hombre nuevo. Marx era valorado más por las consecuencias políticas de su discurso, que por la entrega de un instrumental analítico poderoso. Era más la fe que la razón; como Pablo de Tarso, en su camino a Damasco, todos deslumbrados, convertidos, y dispuestos a ofrecer sus vidas por el nuevo evangelio.

Según Bejarano (1977, p. 223), hacia la década de 1980, los mejores economistas colombianos, líderes muchos de ellos de los estudios marxistas de la década 1970, que tuvieron como motivo el problema agrario en Colombia, ya transitaban por proyectos que trataban de asimilar a Ricardo, Sraffa, y Keynes, en las investigaciones y cursos, cuando, según Blinder (1988, p. 109), por ese entonces en EE. UU. ''era difícil encontrar un economista académico, menor de cuarenta años, que se declarara keynesiano''. En la década de 1990, aunque algo había quedado de las décadas de 1970 y 1980, la teoría neoclásica dominaba la educación económica, acompañada de una fuerte dosis de matemáticas, y de econometría, y ahora en los 2000 mucho más, cuando las maestrías y doctorados se han afirmado más en el país.

Pero ¿qué pasó? ¿Por qué esa distinción entre escuelas se borró y hoy todos están en el consenso neoclásico? Una teoría es remplazada por otra o bien porque, al ser refutada o no, los exponentes se pasan al campo de la teoría rival o mueren. En el caso de Colombia, más bien, en grados diversos, de diferentes maneras y justificaciones, los marxistas, de todo tipo, de ayer se han pasado a la teoría rival. Aquellos que en la década de 1970 decían que fuera del marxismo nada, y que en la década de 1980 gritaban viva el déficit fiscal, ahora gritan viva el mercado. Esta transformación en los intereses intelectuales, mientras unos la han vivido como una búsqueda honesta del conocimiento, otros la han vivido como la oportunidad de ser aceptados por el establecimiento, en un acomodamiento intelectual, como premio a la seriedad y a la vejez. En este sentido, Sims (1996, p. 112) ha señalado que: ''Siempre ha habido economistas que han hecho con sinceridad o con cinismo apologistas acríticos de ciertos puntos de vista''.

Fernando Henrique Cardoso, sociólogo y antiguo teórico de la dependencia14, muy influyente sobre los economistas latinoamericanos, y quien fuera presidente del Brasil (1995-2002) es un buen representante de los cambios teóricos que han sufrido los militantes de la izquierda de América Latina. La revista Foreign Affairs Hoge (1995, p. 63) describe así a Cardoso: ''Un antiguo intelectual marxista cuyo pensamiento ha evolucionado del socialismo a su presente enfoque, que combina la economía liberal de mercado con fuertes medidas contra la pobreza''. ¿Cómo resumir el pensamiento de Cardoso? La respuesta de Hoge (1995, p. 65) es una luz sobre los cambios ocurridos:

Suramérica lo ha estado haciendo bien en los 90. Hoy está en buena forma. Las reformas económicas que fueron hechas, en prácticamente todos los países, han integrado sus economías más profundamente con la economía global de mercado, han estabilizado sus monedas, y han dejado sentadas las bases para el crecimiento sostenido (...) Ahora, después de la terminación de la Guerra Fría, hay una convergencia relativa más amplia en los valores de la comunidad internacional. Los países, tanto en el Norte como en el Sur, consideran la democracia, la protección de los derechos humanos, lo mismo que la economía libre de mercado, como la mejor manera de asegurar el desarrollo de sus ciudadanos.

Un consenso que sería impensable que fuera compartido por un marxista en las décadas de 1960 y 1970.

En el caso de Colombia, como ilustración, en una encuesta de El Espectador (1995), se les preguntó a 24 economistas capitalinos, acerca de los economistas que han influido en sus ideas. En gran número resultaron marxistas y keynesianos. Sin embargo, habría que anotar que algunos de ellos han hecho parte de la Administración Pública, como altos funcionarios del Estado. En particular, Salomón Kalmanovitz, ayer marxista fundamentalista y después codirector del Banco de la República, en su actual período como banco central independiente del Gobierno, según Rodríguez (1995, p. 1), explica su evolución como economista de la siguiente manera:

Mi evolución ha sido de la ortodoxia marxista, bastante rígida, a posiciones cada vez más flexibles en mis razonamientos. Desde antes de entrar al Banco de la República había llegado a una posición en la que estaba más de acuerdo con keynes y (...) Kalecki, que con Marx. [Además] nunca estuve de acuerdo con el estructuralismo cepalino. Siempre tuve actitudes críticas frente a él. No tanto en el tema de la intervención como en el de la protección, que me parecía sospechoso (...). Ahora soy una persona ecléctica en mis teorías. [Sin embargo,] todavía sigo pensando algunos problemas con un enfoque marxista, que me parece fructífero sobre todo en el terreno histórico. Por eso no renuncio a todas mis fuentes de pensamiento porque al fin de cuentas es toda una sumatoria (...). Hoy yo no considero el neoliberalismo como algo dañino para la economía. Por el contrario, creo que algunos de sus elementos reflejan necesidades históricas para el desarrollo del régimen económico. [Pero,] sigo sin aceptar que se deban bajar los impuestos a los ricos para quitarle servicios sociales a los pobres, como lo hicieron Reagan o Thatcher''. En España llaman a los marxistas de ayer, convertidos en neoliberales, los arrepentidos.

Entonces, ¿cómo es que los economistas escogen una teoría? Coase, Premio Nobel de Economía de 1991, propone una explicación, y para esto presenta tres ejemplos en la década de 1930: las lecturas de Hayeck Precios y producción en la London School of Economics, la revolución keynesiana, y los libros de E. Chamberlain Teoría de la competencia monopolista y de Joan Robinson Teoría de la competencia imperfecta. Cada uno de estos análisis tuvo una calurosa bienvenida entre los economistas porque proveían una mejor base para pensar el sistema económico, aunque pueden existir otros motivos. En la discusión pública, en la prensa, y en la política, las teorías y los resultados son escogidos no porque faciliten la búsqueda de la verdad sino porque ellos llevan a ciertas conclusiones de política; de esta manera estas teorías se convierten en armas en la batalla de la propaganda. Sin embargo, Coase (1982, p. 30) advierte a todos que ''es incuestionable que la afiliación de los economistas con las organizaciones empresariales u organizaciones sindicales o incluso comprometidos con la consultoría, amenazan la integridad académica. Sin duda, algunos economistas han sido corruptos (...)''.

Sin embargo, en el largo plazo, al decir de Samuelson, los economistas, aquellos de cierta categoría, según Coase (1982) ''trabajan por la única moneda que vale la pena tener: nuestro propio aplauso''. Es decir, la aprobación de los propios pares. Esto como consecuencia de la manera como la actividad de los economistas está regulada o, al menos, influenciada, por las organizaciones profesionales, universidades o sociedades, en tales materias como el diseño de cursos, los requisitos de grado, la asignación de fondos, los estándares para publicar, las calificaciones para el empleo, consideraciones estas no siempre exentas de interferencia política. El respeto y la posición son obtenidos con la publicación de trabajos que cumplen los estándares de la profesión económica. Sin embargo, esto se puede convertir en un obstáculo que impida el desarrollo de nuevos enfoques. La solución es la construcción de una estructura universitaria relativamente libre que garantice autonomía a las escuelas y departamentos.

En el caso de Colombia, no se puede decir que los académicos, por lo menos después del período de los rectores policías durante el gobierno de Misael Pastrana, hayan estado sometidos a la arbitrariedad y la persecución. Incluso, los viejos militantes de la izquierda marxista se convirtieron en los nuevos administradores universitarios, no solo en el ámbito de departamentos, sino también de decanaturas y hasta de rectorías. Y los departamentos fueron copados por los antiguos militantes, que en muchos casos, ese fue su solo motivo para ser vinculados a la docencia.

En este caso, no se llegó al consenso por el miedo y la represión, hubo cambios históricos internacionales de envergadura. El hecho más dramático, según Branko (1982), por las consecuencias políticas, sociales, económicas, ideológicas, es el derrumbe del socialismo realmente existente15, simbolizado por la caída del Muro de Berlín. Por otro lado, el Consenso de Washington diseñó la reforma económica y de ingeniería social más grande y ambiciosa después de la posguerra para América Latina. Este consenso incluye no solo al Gobierno de los Estados Unidos, sino a todas las instituciones y grupos de trabajo, como el FMI, el Banco Mundial, banqueros, ministros de finanzas, y personalidades que se reúnen con frecuencia en Washington, y que de manera colectiva definen que la sabiduría económica convencional del momento descansa sobre dos principios, mercados libres y moneda sana; en palabras de Krugman (1995): haga comercio libre, privatice las empresas estatales, equilibre el presupuesto público, ancle la tasa de cambio, y usted tendrá los fundamentos del despegue económico. Entre otras cosas, según Cukierman y Tommasi (1998, p. 192), poca evidencia se ha encontrado que apoye la asociación entre gobiernos de derecha y las reformas económicas que se han llevado a cabo bajo los auspicios del Consenso de Washington; estas han sido impulsadas por gobiernos llamados progresistas. Incluso, el último gobierno en Brasil, de Lula da Silva, se ha caracterizado por ser neoliberal en lo económico, aunque con fuerte gasto social.

 

4. LA CIENCIA SOCIAL IMPERIALISTA

Los economistas han llevado a la economía, bajo el supuesto de su superioridad, a la colonización de otras ciencias sociales, con la aplicación del principio universal de maximización-minimización. Si la economía es la ciencia de la elección, de la asignación de recursos escasos a fines alternativos, todos los problemas podrían reducirse a este principio: mi suegra se ahoga: ¿la salvo o no la salvo?; la enamorada: ¿me caso o no me caso?; el marido desenamorado: ¿me divorcio o no me divorcio? La economía puede responder estas preguntas porque, según Thurow (1978), ''nosotros (los economistas) pensamos de nosotros mismos que tenemos un mejor aparato analítico para estudiar estos fenómenos que otros científicos sociales''.

Los economistas ortodoxos modernos, Gary Becker, Stigler, Buchanan, etc., han desarrollado la pretensión de extender y de convertir el principio de la maximización (minimización), que está detrás de cada acción humana, en el principio general de la conducta social. Ahora, se tienen, entonces, teorías económicas de la familia, la política, el arte, la filantropía, el crimen, etc.

En cuanto al divorcio, los economistas Becker16, Landes y Michael (1977, p. 1142), citados por Harcourt (1982, p. 381), asumen que ''las personas se casan cuando la utilidad esperada del matrimonio es mayor que la utilidad esperada de permanecer soltero (...) es natural asumir también que las parejas se separan cuando la utilidad esperada de permanecer casado cae por debajo de la utilidad esperada de divorciarse o posiblemente de volverse a casar''. Bueno, ¿Por qué se tienen amigos? Por la misma razón, el cálculo utilitarista.

Por su parte, el Fogel17 y Engerman (1974), encontraron que: ''Los plantadores (esclavistas) buscaron no el sometimiento perfecto sino óptimo (...) conceptos diferentes. Los plantadores no buscaron aplicar la fuerza cruelmente, sino óptimamente''. Si la crueldad tiene una racionalización de beneficio económico, con semejante argumento la sociedad podría desembarazarse de la democracia y de los contradictores, porque aquella es costosa e ineficiente, y estos, un estorbo.

Además, para que el imperialismo sea exitoso, es necesario que los colonizados, acepten la dominación: antropólogos, politólogos, psicólogos sociales y sociólogos, han aceptado, no todos por cierto, que el enfoque económico es un enfoque legítimo o fructífero para estudiar el comportamiento humano. ¿Se puede aplicar por analogía el razonamiento económico a problemas de carácter no económico? No parece correcto, pero aquí empieza el debate18.

Los oponentes a esta extensión del principio de maximización lo critican en el sentido de que es una aplicación incorrecta a problemas de carácter no económico, y que no pueden ser explicados por este principio. Este afán colonizador ha hecho que Harcourt (1982) denomine a la economía, entendida esta como la expresión de la teoría neoclásica, como la ciencia social imperialista (Maya, 1993).

Nicolaides (1988) por otra parte, considera que la extensión del análisis neoclásico a los fenómenos sociales es inevitable, y es la directa consecuencia de la consolidación de esta teoría como una disciplina estructurada para la investigación científica. Esta expansión, según Nicolaides (1988), es el resultado del proceso de ''armonización de los supuestos'', que proviene de la creencia en la consistencia conductal, basada, a su vez, en el principio de continuidad, es decir, que el agente siempre es racional y maximizador.

Por otro lado, otros economistas son de la opinión de que la teoría ortodoxa se ha constituido en pensamiento único, y excluyente de otras posibilidades teóricas. Rowthorn (1974, p. 65-66) piensa, por ejemplo, que: ''a pesar del formidable aparato matemático, la contribución de la economía neoclásica a tal ciencia social (la economía) ha sido insignificante'', pues desde el punto de vista científico la teoría neoclásica opera como un obstáculo epistemológico, que impide el estudio científico del modo de producción capitalista y otros modos de producción. Y, sin embargo, ''permanece como el sistema general de pensamiento dominante, claramente con los propósitos e intentos de que sea el único, dentro del mundo de la economía académica''.

En este sentido, la encuesta de Colander y Klamer (1987) hecha a los estudiantes de Doctorado de las universidades de Chicago, MIT, Harvard, Stanford, Columbia, y Yale, corrobora la apreciación de Rowthorn (1974). En los resultados a la pregunta ¿la economía neoclásica es relevante para los problemas de hoy? encuentran que el 34 % de los estudiantes de la muestra está de acuerdo totalmente, el 54 % está de acuerdo con reservas, el 11 % está en desacuerdo, y el 1% no tiene una opinión clara. En la Universidad de Chicago solamente está en desacuerdo el 3 %; el 11%, en el MIT; el 22 %, en Harvard; el 6 %, en Stanford; el 8 %, en Yale, y el 8%, en Columbia.

Por otro lado, la reducción de la investigación económica al mero campo de lo que se considera lo económico, las funciones de comportamiento individual a maximizar con la supresión de otros aspectos de la realidad social ha conducido a la súper especialización. McCloskey (1990, p. 1127-1128) ha llamado la atención sobre esto:

La súper especialización en la vida académica no es natural ni productiva (y tampoco) es justificada por los resultados (...) nosotros hemos aprendido más de la economía en nuestras tradiciones permanentes de la aritmética política y la filosofía económica. El capital humano, la economía del derecho y la sociedad, la historia económica y las estadísticas del crecimiento económico son el resultado de los economistas que intercambian con el resto del mundo intelectual (...) Adam Smith fue muy elocuente del daño que la especialización hace al espíritu humano. Lo que es bueno es la especialización y el intercambio (...) para que nos entendamos, el argumento no es contra toda especialización sino contra el fracaso, por último, de intercambiar, es decir, de usar el trabajo de otros [otras disciplinas] para el trabajo de uno mismo.

En este sentido, una de las grandes deficiencias de los economistas, señala Frank Hahn (1987, p. 110), ha sido ''la negligencia de la historia y la ausencia de cualquier sentido de la historia''. Phelps Brown (1972), por su parte, propone un cambio de rumbo en el trabajo de los economistas, que en el presente descansa en una extraña paradoja de que entre más grande su poder para elaborar razonamientos sutiles y vigorosos y la construcción de modelos complejos, es menos su capacidad para diagnosticar y prescribir sobre los grandes problemas de la época actual como la inflación y el desempleo. La propuesta de Phelps Brown (1972) descansa en 4 puntos:

El trabajo del economista debe ser muy diferente del que hace en la actualidad. Es decir, es necesario remover las fronteras entre las otras ciencias sociales y la economía, pues esta ciencia es limitada para explicar el hecho económico en el contexto histórico, social y político. Los estudios de los economistas deben estar determinados más por el campo a que pertenecen, las ciencias sociales, que por la disciplina misma. En este sentido, el estudio de la historia debe hacer parte esencial de la formación del economista. El estudio de la historia sirve como propedéutico contra la miopía del especialista y la mentalidad del sistemático; y, los economistas deberían privilegiar el poder de la observación de manera mucho más elevada que el poder de la abstracción, lo mismo que la penetración del historiador sobre el rigor del matemático (Phelps Brown, 1972, p. 7). Muchos economistas de renombre, ortodoxos, son de la misma opinión, sin embargo, sus opiniones no han sido escuchadas. Por el contrario, según Kuttner (1985, p. 77), en trabajo teórico moderno ''la deducción hace a un lado el empirismo. Aquellos economistas que tienen una curiosidad empírica real y de penetración de la forma como funcionan los bancos, las corporaciones, la producción de tecnologías, los sindicatos, la historia económica o la conducta individual son desechados como empiristas casuales, historiadores literarios o sociologistas; y son marginados dentro de la profesión''. A la pregunta Does the past have useful economics? La respuesta de McCloskey (1976) fue ''Yes''.

En este mismo sentido, Keynes (1938) en cuanto al estatuto científico de la economía, como una rama de la lógica, como una forma de pensar, al contrario de los afanes positivistas de despojar a la economía de los aspectos valorativos, era partidario de considerarla como una ciencia moral, y no una ciencia paralela a las ciencias naturales, o una seudo-ciencia natural, debido a que emplea la introspección, los juicios de valor, motivos, expectativas e incertidumbres psicológicas. Y el material sobre el cual es aplicada no es homogéneo ni constante a través del tiempo. Y llamaba la atención sobre los peligros de no tener en consideración estos elementos en el análisis económico (Keynes, 1938). Juicios y advertencias que han pasado desapercibidos para generaciones enteras de economistas, quienes consideran que la economía tiene el mismo estatuto científico de la física, según Samuelson (1969, p. 12), ''y que ha abandonado el reino de la historia para ingresar al reino de la ciencia''19.

Por otro lado, para entender las crisis, y cómo funciona el capitalismo habría que tomar en serio la invitación del historiador Paul Kennedy (2009) de leer a los grandes economistas, Adam Smith, Karl Marx, Joseph Schumpeter y John Maynard Keynes.

Para terminar, según P. Krugman (1994, p. XI) un economista indio, para sentenciar el domino de la economía y su pretensión de ciencia, más parecida a la física que a las otras ciencias sociales, dijo lo siguiente, que para algunos podría ser un chiste: ''Si usted es un buen economista (ortodoxo neoclásico), un economista virtuoso (matemático), usted reencarnará como físico (Biólogo diría Marshall); si, al contrario, usted es un demonio (heterodoxo), y economista torcido (populista), usted reencarnará como sociólogo''20.

 


Notas:

* Artículo de reflexión. Este trabajo fue presentado como ponencia en las Jornadas de Economía Crítica (Córdoba, Argentina) entre el 25 y 27 de agosto de 2011. Se agradece a los árbitros de Semestre Económico las sugerencias que han contribuido a su mejoramiento, pero toda la responsabilidad es del autor.

1 Citado en Maya (2005).

2 Para una descripción más completa de cada uno de esos ítems, véase McCloskey (1983, p. 486-493).

3 Los pró3imos seis párrafos son tomados de Maya (2008b).

4 En la reseña del libro de Paul Krugman (2009), The Return of Depression Economics and the Crisis of 2008.

5 Keynes (1926, p. 291) precisamente le achaca a la incertidumbre la razón de por qué ''los grandes negocios son frecuentemente una lotería''.

6 Véase Blinder (1987, pp. 134-135).

7 Citado en Maya (2006b).

8 Citado en Maya (2008a).

9 Comentario sobre el libro de Shefrin (2002), Citado en Maya (2006b).

10 Citado en Maya (2006a).

11 Esta parte es tomada de Maya (2008c).

12 Esta parte se basa en Maya (2000).

13 Se hace alegoría a la frase de Richard Nixon (1971): ''Ahora todos somos keynesianos''.

14 La teoría de la dependencia, desarrollada entre las décadas de 1950y 1970, por científicos del área social de Sur América (Argentina, Brasil y Chile), como respuesta al estancamiento social y económico que vivían las economías latinoamericanas después de la primera mitad del siglo XX.

15 Término acuñado por Branko (1982).

16 Premio Nobel 1992.

17 Premio Nobel 1993.

18 Los párrafos anteriores son tomados de Maya (2005).

19 Citado en Maya (1993).

20 Los agregados en paréntesis son míos (GM), citado en Maya (1993).

21 Los textos de Guillermo Maya tienen autorización de El Mundo (Medellín), y de la revista Ensayos de Economía (nota editores).


 

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