Este año nos ha dejado uno de los grandes de las neurociencias en Colombia, Gabriel Toro González, líder en el área de neuropatología a nivel nacional e internacional, autor de múltiples publicaciones, aportes a la ciencia y profesor universitario.
Proveniente de una familia campesina de Concordia, Antioquia, Colombia, desde sus inicios fue un ejemplo de superación, al mostrar un buen desempeño en sus estudios y lograr el apoyo familiar para acabar el bachillerato y luego estudiar Medicina en la Universidad Nacional de Colombia, donde posteriormente cursó la Especialización en Patología. En 1959, ganó una beca y viajó a Praga, República Checa, donde hizo su especialización en Neuropatología y obtuvo su Doctorado en Ciencias en la Charles University. A pesar de tener varias ofertas de trabajo en otros países, estaba convencido de que su país era el sitio a donde debía regresar, pero eso no fue fácil, ya que fue rotulado como comunista y vetado en varias instituciones, pero finalmente logró ser nombrado docente en la Universidad Nacional y patólogo en el Hospital San Juan de Dios, donde ejerció de forma continua hasta su infortunado cierre. A pesar de estar pensionado, siguió trabajando varios años más. Desde 1970 se vinculó al Instituto Nacional de Salud, donde participó en investigaciones de salud pública y logró los más altos reconocimientos a su trabajo. También colaboró como consultor y asesor de varias instituciones a nivel nacional e internacional 1,2.
Las contribuciones del profesor Gabriel Toro a las neurociencias fueron bastantes; trataré de mencionar las más importantes: fue autor de las primeras descripciones patológicas a nivel mundial del paludismo cerebral, al describir la presencia de una vasculomielinopatía diseminada 3-4; tuvo múltiples publicaciones sobre tumores cerebrales, en las que describió varias series de casos pocos frecuentes, algunas en compañía de su esposa Gladys Calderón que también era patóloga 1; fue un experto en infecciones del sistema nervioso y en compañía de varios colegas publicaron una serie de 400 casos de meningitis 5, otra de 110 casos de abscesos cerebrales 6, además de múltiples publicaciones sobre meningitis tuberculosa y micosis del sistema nervioso. Además, fue autor de un capítulo de paracoccidiomicosis en el Handbook of Clinical Neurology, uno de los muy pocos autores colombianos en esa publicación 7; también describió los primeros casos de panencefalitis esclerosante subaguda en Colombia, algunos de ellos provenían de hospitales de salud mental, enseñándonos que la patología mental también puede tener causa orgánica 8; fue pionero en el tema de las enfermedades priónicas, incluso fue parte de la campaña para impedir la importación de ganado infectado el país 1,9; y fue asesor de la Organización Panamericana de la Salud con relación a los casos de Guillain Barré asociados con la vacuna antirrábica de cerebro de ratón lactante y con plaguicidas 1.
Toro siempre mostró su preocupación por la influencia del hambre, el ambiente y la contaminación en el sistema nervioso 10, fue muy estudioso de los efectos de los pesticidas y de alguna manera adelantado a la evidencia actual que los relaciona con enfermedades degenerativas, como por ejemplo la enfermedad de Parkinson.
También se interesó por problemas fuera del sistema nervioso y de salud pública, como la enfermedad venoclusiva del hígado por ingesta de infusiones de Senecio formosus o árnica de la Sabana, que se confundía con el árnica europea, que no es tóxica; e incluso, en conjunto con varios colegas, lograron describir el problema y hacer la difusión necesaria para evitar nuevos casos; cuando trabajé con él hicimos la revisión final de esta situación con la doctora Elsa Rojas 11.
Los libros de Toro sobre infecciones del sistema nervioso y neuropatología tropical son verdaderos clásicos de las neurociencias, escritos con otros importantes especialistas como Jaime Saravia, Ignacio Vergara, Charles Poser, Gustavo Román y Lidia Navarro de Román, son todavía válidos y con un muy importante valor histórico, ya que hay pocos libros con ese enfoque 12-13, particularmente el titulado "Neurología tropical: aspectos neuropatológicos de la medicina tropical".
Además, fue un gran interesado de la historia de las neurociencias en Colombia; destaco dos libros publicados a través del Instituto Nacional de Salud: uno de ellos sobre la historia de este instituto y el otro elaborado en conjunto con Carlos Santiago Uribe, Gustavo Román y con su editor de largo tiempo, Mauricio Pérez, donde se realizó una revisión de la historia de las neurociencias, del concepto de demencia y del tratamiento de las enfermedades neurológicas; estos dos manuscritos son, en mi opinión, verdaderas joyas que vale la pena leer 14-15.
Conocí al doctor Toro en 1994, cuando cursaba V semestre de Medicina en la Universidad Nacional de Colombia y ya estaba decidido a dedicarme a las neurociencias. Sus clases de Neuropatología fueron apasionantes y, a su vez, una ventana hacia el futuro, lo que me confirmó que estaba en el rumbo correcto.
Un punto de particular impacto para mí fue la definición que daba de demencia: "es lo peor que le puede pasar a un ser humano, todo lo que construye durante décadas, lo pierde de forma irremediable en pocos años". Considero que no hay mejor descripción que esta, ya que nos hace caer en cuenta del impacto severo que tiene este problema. Curioso por ampliar mis conocimientos, me acerqué a él, al principio con algo de miedo por el respeto que generaba su figura y amplio conocimiento, aunque con gran sorpresa accedió a que trabajara con él, con la condición de no descuidar mis estudios. Tuve la oportunidad de asistir a varias sesiones de cortes de cerebros, que generalmente eran los lunes, donde había que tener preparados los casos, ya que era indispensable discutir antes la clínica y estudios previos del paciente, de esta manera se determinaba cómo se iba a cortar ese cerebro, si era mejor de forma axial o coronal, a qué se le debía prestar más atención y, de acuerdo con los hallazgos macroscópicos, se seleccionaban las muestras para estudio histológico. Siempre dictaba la descripción que alguien a mano transcribía en el "cuaderno de cerebros", que luego se anexaba al protocolo de autopsia.
Con cada hallazgo que se hacía, siempre explicaba su experiencia con esa patología, una actividad enriquecedora. Eso sí, era exigente con los datos clínicos y la adecuada preservación de los especímenes, expresaba su molestia en algunas situaciones como: no extraer la médula espinal si la sospecha era un Guillain Barré, por ejemplo, pero siempre mantenía la tranquilidad y jamás lo oí levantar la voz, con su característico acento paisa.
La revisión de los casos al microscopio, ya fuera de autopsia o de piezas quirúrgicas, era un espacio muy académico. Explicaba los hallazgos y tenía una habilidad singular para hacer diagnósticos acertados con las tinciones usuales, en una época en que la inmunohistoquímica estaba apenas empezando. También recibía casos externos para consulta y en más de una ocasión le pedí ayuda con casos de difícil diagnóstico, logrando siempre una solución u orientación en beneficio del paciente. Sus oficinas, tanto la del San Juan de Dios como la del Instituto Nacional de Salud, estaban siempre llenas de libros y artículos, era un gran lector y siempre estaba al día, les daba gran importancia a los estudios clásicos, como fundamento para el avance de la medicina. Algo que me enseñó es que antes de criticar algo o a alguien, hay que documentarse muy bien y estudiar bastante. Era una persona sencilla, culta y amante de su tierra. Durante los años que pude compartir con él, me regaló muchas de sus publicaciones que hoy en día conservo como un tesoro, algunos de ellos con firma y dedicatoria. Con su impulso y guía, se publicaron unas series de casos y me dio la oportunidad de ser parte en el capítulo final de la enfermedad venoclusiva hepática 9,16. En ese momento, el doctor Toro estaba terminado su carrera como docente y era claro que tenía ganas de seguir, pero ocurrió un hecho trágico, como fue el declive y posterior cierre del Hospital San Juan de Dios, que hizo que al quedar sin casa, igual que otras personas tan importantes como Ignacio Vergara, decidiera su retiro definitivo de la docencia. Este momento fue algo inesperado y literalmente nos tocó salir corriendo, aunque pude rescatar el equipo de disección que él utilizaba en los cortes de cerebro y, apenas tuve oportunidad, se lo llevé a su oficina del Instituto Nacional de Salud y no me lo recibió, me pidió que lo conservara para ver si en algún momento lo volvíamos a utilizar. Infortunadamente eso no ocurrió. Alguna vez cuando estuvo dando clases en el Hospital Militar, me invitó a participar en una de ellas hablando de distonías, gran sorpresa me llevé al ver que el otro conferencista invitado era Salomón Hakim, me sentí pequeño pero orgulloso de poder compartir este espacio con dos verdaderos genios.
Conocí al doctor Gabriel Toro al final de su carrera, por lo que solo me refiero a lo que pude conocer en esta etapa de su vida. Por este motivo, los invito a revisar los obituarios escritos por Gustavo Román, Lidia Navarro de Román, Mauricio Pérez y Moises Wasserman 1-2, para conocer otros aspectos de su vida y obra.
Profesor Gabriel Toro, su extenso legado y enseñanzas serán recordados y agradecidos, son parte fundamental del desarrollo de las neurociencias en Colombia, además de ser un ejemplo de vida dedicado a la academia y a la investigación, logrando superar muchas dificultades y obstáculos.