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Agronomía Colombiana

versão impressa ISSN 0120-9965

Agron. colomb. v.24 n.2 Bogotá jul./dez 2006

 

Las concepciones de desarrollo rural en los estudiantes de una facultad de Agronomía en Bogotá (Colombia)

 

The conceptions of rural development of the students in an Agronomy faculty in Bogotá (Colombia)

 

Fabio Alberto Pachón1

1Programa de Maestría en Desarrollo Rural, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.
e-mail: fapachona@unal.edu.co


Resumen:

Las instituciones educativas y sus miembros tienen una percepción particular sobre el desarrollo rural. Esta visión puede estar condicionada por vivencias personales, pero también por la formación que se les brinda. Este trabajo identifica las concepciones de desarrollo rural, tomando como base el pensamiento de los estudiantes de la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Con el fin de identificar la visión actual que existe sobre el concepto de desarrollo rural y la perspectiva particular para Colombia, se aplicó una encuesta a estudiantes de diferentes semestres. La información obtenida permite apreciar una visión particular de la juventud sobre el desarrollo rural. Con los resultados obtenidos se verifica el pensamiento de estudiantes en diferentes momentos de su proceso formativo, comparando aspectos como la percepción sobre este tipo de desarrollo, la forma de alcanzarlo y quiénes deben liderar el proceso. Igualmente, contrastar si se podría o no alcanzar desarrollo del sector en un determinado tiempo.

Palabras claves adicionales: transferencia de tecnología, proceso social integral, política agraria, educación superior

 


Abstract:

The educational institutions and their members have a particular perception of rural development. This vision can be conditioned by personal experience and also by the formation that is offered. This article identifies the conceptions of rural development taking as base the ideas of students of Agronomy Faculty, National University of Colombia. In order to identify the current vision that exists on the concept of rural development and the particular perspective for Colombia, an inquiry was applied to students of different semesters. The obtained information allowed us to appreciate a particular vision of young people about the rural development. From the results obtained, the ideas of students are verified at different moments of their formation process, comparing aspects as the perception of the development type, form of obtaining it, and leadership of the process. Equally, an inquiry was made if one could reach a sector development in a certain time.

Additional key words: technology transfer, integral social process, agrarian politics, high education

 


Introducción

TRADICIONALMENTE EL SECTOR RURAL se ha concebido como ‘lo atrasado’ o ‘poco civilizado’ por parte de la corriente que concibe al desarrollo como el único camino hacia la civilización, a la modernidad y reconoce que la humanidad avanza de lo atrasado a lo moderno, lo que equivale a decir ‘de lo rural a lo urbano y de lo agrícola a lo industrial’ (Pérez, 2002). Así concebido el sector rural, es necesario ‘desarrollarlo’, industrializarlo, modernizarlo.

Diferentes autores han propuesto algunos paradigmas para analizar los enfoques que el desarrollo rural ha tenido desde mediados del siglo XX. En la primera parte de este artículo se hará una discusión sobre estas propuestas, recogiendo las similitudes y resaltando sus diferencias más significativas, lo que finalmente será contrastado con las concepciones que sobre este tema tienen los estudiantes de la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.

Un primer elemento que vale la pena resaltar es que, como lo argumentan Ellis y Biggs (2005), “las ideas predominantes o populares sobre el Desarrollo Rural no están atrapadas en ‘cápsulas de tiempo’ convenientemente organizadas en décadas. Ideas que aparecen primariamente en una década, a menudo cobran fuerza en la década siguiente, y solamente comienzan a surtir efectos sobre la práctica del Desarrollo Rural en una forma ampliada, diez o quince años luego de que hayan sido formuladas”. Por tal motivo, no es conveniente aseverar que uno u otro paradigma sobre desarrollo rural se haya mantenido vigente durante un periodo determinado, ya que incluso algunos se traslapan en el tiempo.

Principales paradigmas del desarrollo rural desde mediados del siglo XX

Modernización del sector rural

El principio básico del paradigma de la modernización, que tuvo su mayor auge entre las décadas de 1950 y 1960, concebía a los países del Tercer Mundo como atrasados. La teoría de la modernización proponía que estos países deberían seguir la misma senda que los países capitalistas desarrollados. También contemplaba la penetración económica, social y cultural de los países industrializados del Norte moderno en los países agrarios y rurales del Sur tradicional como un fenómeno que favorecía la modernización: los países ricos desarrollados difundirían conocimiento, capacidades, tecnología, organización, instituciones, actitudes empresariales y espíritu innovador entre las naciones pobres del Sur, propugnando así a su desarrollo a semejanza de los países ricos del Norte (Kay, 2005).

De estea concepto se desprende que los sistemas agropecuarios de estos países eran atrasados, sus habitantes considerados como perezosos y tenían una racionalidad que no beneficiaba el proceso modernizador que llevaría al crecimiento de la agricultura (Ellis y Biggs, 2005). Este crecimiento estaría basado en la transferencia de tecnología y la mecanización de la producción agropecuaria. El enfoque de la modernización privilegiaba soluciones tecnológicas para los problemas del desarrollo rural, por ejemplo, difundiendo con entusiasmo la revolución Verde. El modelo a seguir eran los granjeros capitalistas de los países desarrollados, agricultores plenamente integrados al mercado y que empleaban métodos de producción modernos.

Como se hace explícito, la revolución Verde fue una de las formas como se quiso sacar a la agricultura de su atraso. “La revolución Verde fue asociada con una gran inversión del estado en infraestructura, investigación y soporte para la adopción de nuevas tecnologías” (Ashley y Maxwell, 2001, traducción del autor). La revolución Verde consistía en la utilización de insumos químicos y semillas mejoradas para aumentar la producción de alimentos. Los resultados obtenidos sirvieron para alentar en los países en desarrollo el uso de las nuevas tecnologías, con el fin de aumentar significativamente los rendimientos de los cultivos y, por lo tanto, mejorar los ingresos de las familias campesinas, que hacían múltiples esfuerzos para acceder a semillas mejoradas, insecticidas, fungicidas, herbicidas, sistemas de riego y maquinaria agrícola.

El uso de nuevas tecnologías y la modernización del sector rural mostraron, por lo menos, tres grandes efectos. El primero, un crecimiento de los sistemas de monocosecha, que no necesariamente derivaron en un aumento de los ingresos en general, además de su propensión al riesgo y su capacidad de empobrecer al medioambiente (Chambers et al., 1989, citado por Ellis y Biggs, 2005). Estos sistemas de monocultivos generan la pérdida de las costumbres ancestrales de asociación de cultivos para el autoconsumo y además aumentan el riesgo asumido por el cultivador. De igual forma, genera un incremento en la susceptibilidad de los cultivos a los ataques de diversas enfermedades y plagas.

Los incrementos en los ingresos campesinos podrían no ser tan reales, en la medida en que se aumenta el uso de insumos químicos, cada vez más costosos y que por tanto hacen más alta la inversión en cada cosecha, mientras que los precios de éstas no aumentan en la misma medida que aquéllos. Otro aspecto importante para resaltar es el relacionado con la seguridad alimentaria de las familias, ya que un cambio al sistema de monocultivo hace que se destine la mayor parte de la tierra a esa producción y los cultivos de pancoger tenderían a desaparecer, haciendo que una buena parte de los ingresos familiares sean dedicados a la compra de algunos productos alimenticios que probablemente en el pasado se producían en la misma finca.

En segundo lugar, los efectos socioculturales, ya que, cuando existe una mayor inequidad en los ingresos recibidos por las familias campesinas, se generan procesos de dominación a nivel político, concentración del poder, acumulación de tierras en pocas manos, al igual que cambios en algunas costumbres culturales, como los intercambios de productos entre familias y las donaciones.

Como tercer aspecto habría que mencionar el ambiental. Con el uso indiscriminado de insumos químicos, de semillas transgénicas y maquinaria pesada se ha generado un creciente deterioro de la fertilidad de los suelos, la contaminación de fuentes de agua y los conflictos de uso evidenciados, por ejemplo, en presión sobre tierras ubicadas en los páramos para usarse en la producción de alimentos, con secuelas ambientales como disminución de fuentes de agua y desaparición de ecosistemas y especies vegetales y animales, entre otras2.

Industrialización

Esta corriente impulsada, entre otros, por la Comisión Económica para América Latina (Cepal) en cabeza de las Naciones Unidas, daba al estado el papel de dirigir al país hacia la industrialización, aumentando los gastos para su desarrollo. En este modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), se planteaba que el sector rural se debería convertir en uno de los generadores de las divisas necesarias para financiar las importaciones de bienes que soportarían la modernización de la producción industrial, fortaleciendo a cambio las exportaciones de bienes allí producidos. De la misma forma, podría proveer mano de obra, alimentos y materias primas al sector industrial urbano.

“[Esta industrialización] conllevaba un aumento de los gastos gubernamentales dedicados a promover el desarrollo, pero fue incluso más lejos, ya que contemplaba al Estado como el agente crucial en el cambio económico, social y político. A través de la planificación económica, se veía al Estado como el agente modernizador de los países en desarrollo, con la industrialización como punta de lanza. Su ideología era antifeudal, antioligárquica, reformista y tecnocrática” (Kay, 2005).

Aunque este modelo apuntaba más hacia la industria, promulgaba un apoyo al sector comercial agropecuario, al que brindaba subsidios, créditos y asistencia técnica. Como se dijo anteriormente, los modelos no son aislados y muchos de ellos se traslapan en el tiempo y éste es el caso en el que claramente sucede, aunque para temporalizarlo se podría hablar de la década de los setentas.

Los resultados obtenidos con la implementación de este modelo fueron contradictorios ya que se aumentaron las importaciones de alimentos. Otro efecto que algunos autores plantean como consecuencia es que se alentó la realización de una reforma agraria, ya que se argumentaba que el latifundio era ineficiente y, por tanto, entorpecía el proceso de industrialización. Debido a que estas reformas no se hicieron a fondo, el efecto fue contradictorio y se aumentó la concentración de la tierra.

Ellis y Biggs (2001) argumentan las deficiencias del modelo así: “preferencia a las zonas urbanas a costa el sector rural”, ya que en ellas era en donde se ubicarían las industrias; “distorsiones en la asignación de recursos”, pues la mayor asignación se dirigía a la industria y dentro del sector rural, se privilegiaba a la agricultura comercial y exportadora; “exenciones fiscales y subvenciones que crearon importantes déficit presupuestarios”, en vista de que, como el Estado era el eje central del proceso de industrialización, todos los privilegios a las industrias eran asumidos por él mismo, lo que a su vez generaba un gran déficit; “sobrevaloración de los tipos de cambio”, explicada en la necesidad de recibir más dólares por las exportaciones de los productos nacionales. Para estos autores el efecto más importante del modelo se manifestó en la crisis de la deuda de 1980, que abriría la puerta a las medidas de ajuste estructural.

Dependencia estructural

La teoría de la Dependencia plantea algunos problemas de origen estructural que determinan el subdesarrollo de los países.

“La teoría de la dependencia surge a raíz de una crítica a los paradigmas sobre el desarrollo existentes en esos años (segunda mitad del siglo XX), cuyos defectos eran imposibles ocultar, menos aún con los problemas de subdesarrollo que enfrentaba América Latina. La teoría de la dependencia propuso un nuevo orden económico internacional al tiempo que una de sus tendencias planteaba una transición hacia el socialismo como medio para salir del subdesarrollo” (Kay, 1998).

Como rasgo importante de esta corriente cabe destacarse el que se atribuya al sistema capitalista el subdesarrollo generado en muchos países. El modelo de desarrollo económico al que han sido sometidos los países del Tercer Mundo ha hecho que cada vez más se aumenten las diferencias entre los países, pero también dentro de ellos, entre ricos y pobres. Sólo una superación de esta dependencia de los países industrializados podría generar procesos de desarrollo. Esta explicación es parte del modelo de desarrollo llamado Centro-Periferia, ya que se basa en el hecho de que un grupo de países dependientes –los de la Periferia– juega un papel particular para el beneficio de otro grupo de países –los del Centro.

Raúl Prebisch, siendo presidente de la Cepal, planteaba que en este modelo el Centro (países industrializados) siempre tendería a ganar más, mientras que los países de la Periferia (subdesarrollados) perderían. La razón radicaba en que, mientras que lo producido por los países del Centro cada vez se haría más costoso por ser productos procesados, la producción de la Periferia se haría más barata, ya que eran productos primarios sin ningún tipo de procesamiento. Además, los países periféricos siempre deben importar los productos procesados. Indudablemente esta situación haría que se perpetuara cada vez más este modelo de desarrollo (Kay, 1998).

La cuestión agraria

En cuanto a la discusión sobre la cuestión agraria, una de las más trascendentes –y que aún sigue vigente con algunas evoluciones temáticas– es la relacionada con los campesinistas y descampesinistas. Los descampesinistas aseguran que por el desarrollo capitalista la mayoría de los campesinos tiende a desaparecer convirtiéndose en proletariado. Los campesinistas aseguran que el campesinado persistirá, ya que se ha ido adaptando a las nuevas situaciones y permanecerá sobre la base de nuevos tipos de relaciones solidarias a su interior.

Esta discusión nace en México a mediados de los años setentas y se propagó por toda América Latina. El pensamiento de Chayanov sobre la economía campesina fue uno de los más importantes en alentarla. Al respecto, Kay (2005), citando a Eric Hobsbawn (1994), dice que “el cambio social más drástico y de mayor alcance de la segunda mitad de este siglo es la muerte del campesinado, un cambio que nos separa para siempre del mundo del pasado”.

Con respecto a la visión chayanovista, Kerblay (1979) plantea que la economía campesina debería ser una categoría productiva adicional a las ya planteadas por la filosofía marxista. Este tipo de economía haría parte de un sistema económico particular, que no es ni capitalista incipiente ni de pequeña escala. Esboza que en el campesinado hay un balance entre las necesidades subjetivas de subsistencia y el disgusto subjetivo por el trabajo manual; es decir, que el trabajo en la economía campesina llegaría únicamente hasta el punto en que lo que se produzca sirva para la reproducción de la familia y no existiría trabajo adicional, bien sea porque no se quiere acumular bienes o porque la molestia que genera dicho trabajo no lo permite. Sobre la base de este pensamiento, se argumenta que el campesinado no está desapareciendo e incluso se muestra a los campesinos como competitivos, en comparación con los granjeros capitalistas, a los que muchos consideran como ineficientes comparados con éstos.

El pensamiento contrario es el de los descampesinistas, a quienes Salgado (2002) define como “[aquéllos que] proclaman la desaparición del campesino como fruto de la extensión de las relaciones capitalistas del campo” y “[…]defienden que la forma campesina de producción es económicamente inviable a largo plazo y que, en tanto que pequeños productores mercantiles, los campesinos estaban inmersos en un proceso de descomposición que acabaría por eliminarlos” (Kay, 2005).

Con las nuevas relaciones de mercado, la consolidación capitalista y la globalización económica, los campesinos en su inmensa mayoría tenderían a desaparecer. Sólo algunos de ellos lograrían convertirse en campesinos ‘capitalistas’. Los que desaparecen como campesinos se convertirían en proletarios u obreros de las fábricas de las ciudades.

Kay (2005), con respecto al debate planteado, concluye que el proceso de diversificación y semiproletarización es la tendencia dominante entre el campesinado latinoamericano actual. Una proporción creciente de los ingresos de los hogares campesinos se origina en actividades no agrícolas y en salarios obtenidos por la venta de su fuerza de trabajo, lo que les permite aferrarse a la tierra, bloqueando por lo tanto su plena proletarización. Este proceso favorece a los capitalistas rurales, dado que elimina a los pequeños campesinos competidores por la producción agrícola, al tiempo que quedan disponibles como mano de obra barata. Esta posición resultaría en un punto intermedio entre las posiciones campesinistas y las descampesinistas, ya que ni supone su desaparición ni los proletariza totalmente: los ubica como campesinos, pero que han diversificado las fuentes de sus ingresos hacia otras actividades no prediales, en las que se ven obligados a vender su mano de obra, es decir, semiproletarizarse.

Neoliberalismo

Este modelo se ha implementado con mayor fuerza desde la década de los ochentas. Contrario a la propuesta de industrialización por sustitución de importaciones, en la propuesta neoliberal el estado deja de tener la importancia que tenía y reduce su intervención para garantizar el libre mercado. Los efectos de la política implementada han afectado a todos los sectores, ya que se privatizaron empresas, se flexibilizaron las relaciones laborales, se disminuyeron las áreas de cultivos y se aumentaron las importaciones de alimentos. A juicio de Kay (2005), en este modelo no ha existido ni existe una política de desarrollo rural, aunque existiesen en la práctica algunas medidas particulares.

Su implementación hace parte de las medidas de estabilización y del programa de ajuste estructural. Los países deberían tomar las siguientes medidas: devaluación de la moneda nacional; reformas fiscales –reducción de gastos del gobierno, disminución del número de empleados estatales, control de salarios–; liberalización de precios –no hay control del estado en los precios y eliminación de subsidios–; desregulación del sector bancario –tasas de interés sin control estatal– y privatización de empresas del estado –ingreso de dólares para ser usados en el servicio de la deuda y no, en su pago como tal (Castillo, 2006).

Las políticas neoliberales afectaron de manera significativa al sector rural, puesto que el estado ya no habría de cumplir con ciertas funciones y servicios de apoyo, como provisión de crédito, educación, extensión e investigación (Ellis y Biggs, 2001; Ashley y Maxwell, 2001). Más grave aun fue la situación, si se tiene en cuenta que se venía de años en los que el estado, a través de instituciones como el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), Instituto Colombiano para la Reforma Agraria (Incora), Instituto de Mercadeo Agropecuario (Idema), entre otros, hacía presencia ante el campesinado con diversos programas, como el de Desarrollo Rural Integrado.

Las cifras de la implementación de estas medidas en el sector rural, según la evaluación de Sarmiento (2002), muestran la magnitud del desastre. El sector agrícola disminuyó su participación en el PIB nacional de 18% a 11%; se aumentaron las importaciones de muchos de los alimentos y productos que anteriormente se cultivaban en el país –tal vez el único sector que no se vio afectado fue el de las flores–; los precios de los productos agrícolas disminuyeron en cerca de 20%; los cultivos transitorios disminuyeron en un 0,47% anual y los permanentes aumentaron en un 2,6% anual; los productos de origen pecuario crecieron en un 2,51% anual, sólo en los noventas, índices a todas luces menores que los promedios históricos. En los años noventas el área agrícola disminuyó cerca de 20%. El desempleo rural pasó de 4% en los años setentas a 10% en los noventas. La producción creció a la tasa más baja del siglo. La pobreza superó el 80%. Las importaciones anuales pasaron de US$400 millones a US $1.500 millones, mientras las exportaciones aumentaron en US$500 millones, dando un balance absolutamente negativo.

Al parecer quienes se vieron beneficiados de las medidas neoliberales en el sector rural fueron los granjeros capitalistas o grandes agricultores, quienes cuentan con los recursos necesarios para poder adaptarse y responder a las nuevas oportunidades y desafíos del mercado, mientras que para los campesinos el mercado de la exportación es demasiado arriesgado y no cuentan con los volúmenes y calidades exigidos; además de que la nueva tecnología es demasiado costosa, sin mencionar que muchas veces es inapropiada para la agricultura de pequeña escala y los suelos de baja calidad, dos rasgos conspicuos de la agricultura campesina (Kay, 2005).

Neoestructuralismo

El enfoque neoestructuralista surge a finales de los años ochentas y principios de los noventas, liderado por la Comisión Económica para América Latina (Cepal) como respuesta al enfoque neoliberal, pero también como una necesidad de acomodamiento a la nueva realidad liderada por la globalización.

El análisis neoestructuralista asume que, “las causas del subdesarrollo en Latinoamérica no se localizan en distorsiones de las relaciones de precios inducidas por las políticas gubernamentales (aunque haberlas, las hay), sino que más bien tienen sus raíces en factores endógenos estructurales” (Ramos y Sunkel, 1983). Tomando esta premisa como punto de partida, la propuesta neoestructuralista se basa principalmente en que el estado debe representar un papel decisivo en la promoción del desarrollo, alentando, por ejemplo, el desarrollo de los recursos humanos y una distribución equitativa del crecimiento económico. El éxito económico del modelo de Asia Oriental refuerza la posición neoestructuralista, pero reconoce la necesidad de reformar el aparato estatal para así lograr una mayor y mejor capacidad de gestión del estado, que a su vez obtenga una mayor legitimidad de la ciudadanía (Kay, 2005).

Las políticas agrarias deberían, antes que cualquier cosa, reconocer que existe heterogeneidad entre los productores agrícolas y, por esta razón, se necesita diseñar políticas diferenciadas que tiendan a favorecer la economía campesina, ya que es la que más se encuentra a merced del mercado globalizado. En este contexto, se buscarían unas reglas de juego más justas, que generen igualdad de oportunidades para participar en el mercado, eliminación de distorsiones y acceso a información veraz y oportuna. Según estos postulados, las recientes negociaciones que suscribió Colombia con Estados Unidos en el marco del Tratado de Libre Comercio (TLC) son a todas luces distantes de las reflexiones neoestructuralistas, ya que no se eliminarán las subvenciones y ayudas que Estados Unidos tiene para sus agricultores3.

El objetivo propuesto por los neoestructuralistas para el sector rural es: crear un campo de juego nivelado, con igualdad de oportunidades para todos los participantes en el mercado; reducir distorsiones y facilitar el acceso de los campesinos a información. Además de fomentar programas especiales que incrementen la competitividad de los campesinos.

La nueva ruralidad y las estrategias de vida

La nueva ruralidad es un término que se ha venido utilizando desde la década de los noventas, lo que lo hace relativamente nuevo. Algunos autores que han hablado sobre el tema la entienden como una propuesta en la que,

“[existe un] planteamiento alternativo sobre la necesidad de mirar el territorio como visión integral de procesos históricos, sociales, culturales, políticos, que conforman un conjunto mucho más complejo de relaciones sociales y relaciones económicas que es necesario trabajar, enfrentar en forma integral, en forma transectorial” (Echeverri, 2001).

Kay (2005) argumenta que la nueva ruralidad se refiere a la caracterización de las transformaciones experimentadas por el sector rural, en gran medida como consecuencia de la globalización y la implementación de políticas neoliberales. Una de las más significativas, según la nueva ruralidad, es la creciente multi- o pluriactividad de la economía campesina por su creciente empleo en actividades que no son agropecuarias, como las artesanías, el comercio, el transporte y el turismo rural.

Esta diversificación de actividades se convierte en una alternativa. Por ejemplo, las familias campesinas pobres la asumen como un mecanismo clave para mantener su acceso a un pequeño pedazo de tierra y lograr un ingreso de subsistencia. En cambio, para las familias campesinas ricas dichas actividades son una forma de acumular capital. Pareciera que este cambio de actividades en el medio rural y los ingresos que ellas generan han variado de alguna forma el modo de vida de los habitantes rurales, pero con expectativas diferentes para los campesinos pobres y para las familias rurales ricas. Para éstas últimas significa comprar más tierra y hacer inversiones que eleven su productividad. También se inutilizan para invertir en capital humano, es decir, financiando más años de educación para una mayor proporción de los hijos.

Llambi (2001) aporta a la discusión argumentando que,

“[el término nueva ruralidad] tiene sentido si se le vincula al concepto de globalización. Cada época del desarrollo de la humanidad tiene su nueva ruralidad. Así, hubo una nueva ruralidad vinculada en América Latina al período primario de importación, otra al período de crecimiento hacia dentro, cepalino, y hay una nueva ruralidad vinculada a la globalización, que todavía no se ha manifestado completamente y por eso nos cuesta definirla”.

Esta afirmación concuerda con la inquietud de algunos autores, como Cristóbal Kay, en el sentido de considerar a la nueva ruralidad como manifestación del proceso de modernización o de la aplicación de la política neoliberal; argumentos que tiene en cuenta para no considerarla como un nuevo paradigma del desarrollo rural.

A partir de los aspectos discutidos, los puntos a tener en cuenta para la nueva ruralidad son: promover una estrategia de desarrollo centrada en la agricultura campesina y el empleo rural, considerando en especial a la juventud que allí habita; abordar aspectos ambientales y de sostenibilidad, la equidad, la participación social, la descentralización, el desarrollo local, el empoderamiento, la igualdad de género, la agricultura orgánica, la mejor calidad y diversidad de productos agropecuarios, la promoción de mercados ecológicos y de comercio justo (Barkin, 2001).

La nueva ruralidad indudablemente va de la mano con el estudio de las estrategias de vida del campesinado. Un aspecto que ha llamado la atención es la diversificación en la generación de ingresos de las familias rurales, en los que actividades no agrícolas o extraprediales que efectúan algunos de los miembros de las familias campesinas poco a poco adquieren una mayor relevancia económica. Según Ashley y Maxwell (2001), entre 30% y 40% de los ingresos campesinos en América Latina corresponden a actividades no agrícolas. Es de tal magnitud el fenómeno que en muchos lugares ha logrado desplazar incluso a las actividades agrícolas y pecuarias, haciendo que los campesinos acudan a la atención de turistas, al trabajo en agroindustrias o al cuidado de fincas de recreo, abandonando las labores habituales o cotidianas en sus predios.

El turismo rural se ha convertido en una opción para generar ingresos adicionales que sirvan para el sostenimiento de las familias campesinas. En Colombia son variados los ejemplos: en la zona Cafetera es muy clara esta tendencia luego de la crisis de los precios del grano; en Santander, al turismo rural se le suman los deportes extremos y, en algunas ocasiones, la venta de productos agropecuarios orgánicos. Por la gran diversidad biológica y de ecosistemas presentes en el país, los parques nacionales naturales como isla Gorgona, los Katíos, Sanquianga, entre otros, se convierten en una oferta importante de turismo rural. Sin embargo, resultaría cuestionable el contexto de concesión a empresas privadas de algunos de ellos –como Gorgona, Amacayacu y Sierra Nevada de Santa Marta–, ya que, al ser entregados, los beneficios se dirigen hacia estas empresas y no a los habitantes de las zonas donde se encuentran ubicados.

En concepto de Ellis y Biggs (2005), otra forma de ingresos no agrícolas para las familias rurales son las remesas de los familiares que han migrado hacia otros países. Para ellos, se han convertido en una forma tan importante de ingreso como los salarios y jornales de otras actividades que tienen poco o nada que ver con lo rural.

Al analizar la diversificación de labores de los campesinos para superar sus niveles de pobreza, la preocupación de los investigadores es crear un nuevo enfoque para estudiar dichos fenómenos y lograr una mejor comprensión de una realidad, de la que pocos se habían percatado. Así, el enfoque de las ‘estrategias de vida’ busca comprender la racionalidad de los pobres al emprender nuevos caminos en búsqueda de la sobreviviencia.

“Por tanto, el enfoque de las estrategias de vida le da una importancia central a los actores, ya sea individual o social, porque argumenta que ellos, en mayor o menor medida, tienen la capacidad de construir sus propias estrategias de vida. Por ejemplo, los pobres tienen capacidad de acción y no sólo son víctimas del desarrollo” (Kay, 2005).

En este contexto, el análisis de las estrategias de vida brinda gran valor a los activos que la gente tiene; también quiere comprender las formas como la gente logra el acceso a dichos activos y los combina en el proceso productivo, transformándolos en medios de vida. Los activos que tiene en cuenta son: el capital humano –educación, destrezas, salud–; el capital social –redes familiares, comunitarias y sociales–; el capital natural –tierra, agua, bosques–, el capital físico –infraestructura, maquinaria, animales, semillas–; el capital financiero y el capital cultural (Bebbington, 2004).

Al hacer un rápido recorrido por las más importantes orientaciones que ha tenido el desarrollo rural durante los últimos sesenta años, es importante destacar la propuesta más reciente que hace el World Bank (2002) como estrategia de desarrollo rural, en la que retoma muchos de los elementos que se planteaban durante los años cincuentas y sesentas del siglo pasado, en los que concebía al sector rural como atrasado y necesario de modernizar a través de nuevas tecnologías que le permitan al pequeño productor integrarse a un mercado globalizado.

Materiales y métodos

La información con que se identifican las concepciones de desarrollo rural de los estudiantes de la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de Colombia fue recolectada mediante la aplicación de un formulario de encuesta. A continuación, se muestra la fórmula empleada para calcular un tamaño de muestra estadísticamente significativo de estudiantes para encuestar:

donde n, tamaño de muestra; Z, nivel de confianza de 95%; P, variabilidad positiva de 0,5%; q, variabilidad negativa de 0,5%; N, tamaño total de la población (742) y E, error permitido de 5%.

Todas las preguntas de la encuesta –algunas abiertas, otras cerradas– pretendían averiguar la concepción de desarrollo rural de diferentes formas, pero todo el formulario giraba en torno a la pregunta ‘¿para usted qué es desarrollo rural?’, que se analizó en profundidad, buscando extraer el máximo de elementos destacados por los estudiantes en sus respuestas. La población se dividió en dos grupos: el primero correspondió a los estudiantes que estaban cursando sus primeros semestres; se escogieron los de cuarto semestre, que aún no habían tomado ninguna asignatura relacionada con la temática. El segundo grupo fue de estudiantes en la parte final de su proceso formativo, en este caso séptimo semestre, quienes ya habían tomado casi la totalidad de las asignaturas del pensum de la carrera.

Resultados y discusión

En total, se encuestaron 91 estudiantes. La totalidad de la población encuestada se muestra en la figura 1.

Se indagó por el origen de los estudiantes, preguntando dónde habían vivido durante los últimos 10 años. Teniendo como base los diferentes departamentos de origen, se clasificaron sus municipios en urbanos y rurales. Para clasificarlos se tuvo en cuenta, además de la población, su cercanía o no a un centro urbano. En el caso de Cundinamarca, los municipios de la Sabana de Bogotá se tomaron como urbanos por su cercanía a la capital (figura 2). Los resultados de esta pregunta sólo muestran a quienes la respondieron, en total a 45 estudiantes.

Como la mayoría de los estudiantes son de origen urbano, se les preguntó si en algún momento, previo al inicio de su carrera, habían tenido contacto con el sector rural: 61 estudiantes (67%) habían tenido contacto, ya sea porque habían vivido en zonas rurales o porque las visitaban frecuentemente, y muchos de ellos destacaban que sus familias poseían fincas con explotaciones productivas agropecuarias; 26 estudiantes (28,6%) nunca habían tenido ningún tipo de contacto con el sector y los restantes no respondieron la pregunta.

En este aspecto vale la pena destacar que, si bien la tendencia de origen de los estudiantes es cada vez más citadina, en una gran mayoría de ellos su contacto con el sector rural ha sido con carácter de temporalidad, lo que permite concluir que no existe un conocimiento profundo de las problemáticas que afectan a los campesinos; por tanto, en la formación de estos profesionales es una misión fundamental de la universidad darles a conocer los diversos puntos de vista que existen sobre los problemas del sector al que se verán enfrentados en un futuro.

Las respuestas a la pregunta abierta ‘¿para usted qué es desarrollo rural?’ fueron muy diversas. Para una comprensión mejor se organizaron en tres categorías diferentes, tomando como base su orientación. Su análisis se presenta más abajo, cuando se muestren los resultados de cada una de ellas. La primera categoría corresponde concretamente a ‘¿qué es desarrollo rural?’ y se sistematizó y agrupó como se muestra en la figura 3. Los encuestados destacan que desarrollo rural es el conjunto de posibilidades que tiene este sector; seguido de las prácticas productivas que se pueden realizar para alcanzar un cambio en él. Vale la pena señalar la poca importancia que se da al reconocimiento cultural y al aspecto político. Al respecto, un estudiante responde: “Es la posibilidad que se brinda al sector agropecuario de crecer en el desarrollo de proyectos, los cuales brindan bienestar a las comunidades”.

La segunda categoría de la respuesta tiene que ver con ‘¿para qué hacer desarrollo rural?’, cuyos resultados se muestran en la figura 4. Se privilegia en ella el mejoramiento de los aspectos sociales y, dentro de éstos, el aumento de la calidad de vida fue el más importante; sin embargo, el aspecto económico también fue relevante, como lo muestra esta respuesta:

“Es un paquete de estrategias destinadas a mejorar las condiciones y calidad de vida de la población rural, tendiente al desarrollo económico de una zona o región, involucrando aspectos culturales, ambientales, políticos, etc.”

La tercera categoría de respuesta se refiere a ‘cómo hacer desarrollo rural’ (figura 5). Se destaca mayoritariamente a la tecnología como la manera de alcanzar desarrollo en este sector:

“Es la implementación y transferencia de tecnologías al sector rural con miras a mejorar y/o incrementar la producción agropecuaria allí existente y, por ende, a mejorar los ingresos y la calidad de vida de aquellas personas involucradas en estas actividades.”

Al tomar como base la frecuencia de respuestas en las diferentes categorías, se podría pensar que existe una tendencia entre los estudiantes encuestados a percibir el desarrollo rural como las posibilidades que tiene el sector de mejorar sus niveles productivos por medio de la implementación de nuevas y modernas tecnologías, con el fin de mejorar los ingresos y, por tanto, la calidad de vida de todos sus habitantes. En este momento se podría concluir que existe una tendencia en las respuestas hacia lo que plantea el paradigma de la modernización de mediados del siglo pasado. Otro aspecto importante es que se privilegian las posiciones de tipo económico como alternativa para alcanzar el desarrollo, por encima de visiones como aquéllas que creen que, además de lo económico, hay una serie de factores, como la satisfacción de necesidades tales como el conocimiento, la participación, el reconocimiento, el respeto, la diversidad, el amor, que facilitan el camino hacia un nuevo desarrollo que no sólo se base en la tenencia de bienes materiales como fin último.

Como pregunta control se les expusieron a los encuestados cuatro tendencias de énfasis que tiene el desarrollo rural, indagando con cuál de ellas se sentían más identificados. Entre las cuatro opciones planteadas, tres de ellas hacían referencia al paradigma de la modernización y la transferencia de tecnología y otra mostraba la tendencia hacia un aspecto social integral. En la figura 6 se encuentra el porcentaje de respuesta para cada una de las opciones planteadas, haciendo una comparación entre estudiantes de primeros semestres con los de los finales. Se observa que la mayoría se identifica con la idea del desarrollo rural hacia un énfasis modernizante. Según esta tendencia, los encuestados conciben al sector rural como un sector atrasado y necesario de modernizar. Esta tendencia, como se mostró anteriormente, estuvo de moda en los años cincuentas. Es importante ver cómo un buen número de encuestados se siente identificado con el énfasis que apunta hacia un proceso social integral, principalmente los de semestres avanzados, quienes creen también, en menor porcentaje, que el énfasis tecnológico es el camino para alcanzar el desarrollo rural.

Según el enfoque del desarrollo rural con que cada estudiante se siente más identificado, se les pidió que expresaran si creían que éste era coherente con el énfasis percibido por ellos en la Facultad. Como se observa en la figura 7, los que respondieron al interrogante pensaban, en su mayoría, que sí existía coherencia entre los dos aspectos.

Es importante aclarar que esta pregunta tomó como base lo que pensaban los estudiantes, ya que no es fácil mostrar una tendencia clara en este aspecto en la Facultad, como lo muestra Pachón (2006) al indagar sobre esta temática entre profesores y egresados. Sin embargo, en otro estudio Pachón (2005) hace un análisis sobre la evolución de la formación profesional en las carreras relacionadas con el sector agropecuario en la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, encontrando que la Facultad de Agronomía es la que mayor peso le da al tema del desarrollo rural en la formación de sus profesionales.

Finalmente se preguntó a los estudiantes si en 10 años habría un buen nivel de desarrollo rural en Colombia. La figura 8 muestra las diferentes variables consideradas en la respuesta, como la de las políticas gubernamentales, que para 8,8% de encuestados llevarían a que Colombia tuviera un buen nivel de desarrollo rural, mientras que para 26,3% no lo permitirían.

Otra variable, el conflicto social –en el que se hacía referencia al conflicto armado–, para 9% sería la causa para no alcanzar el desarrollo en el sector rural, aunque para 2% llevaría al país a alcanzarlo. Entre otras razones para no lograr el desarrollo se destacaron además el atraso estructural y la transferencia de tecnologías inadecuadas, mientras que entre las que sí llevarían a alcanzarlo se subrayan la labor de la academia y, aunque resulte contradictorio, el daño que los acuerdos comerciales le producirían al sector rural.

Conclusiones

Los aspectos más importantes encontrados en este trabajo dejan ver la opinión que tienen los estudiantes encuestados sobre un tema que resulta de gran importancia para el sector agropecuario, el desarrollo rural. La academia y las universidades se deben preocupar por fortalecer el trabajo en la conceptualización, el debate y la discusión de estos aspectos, ya que allí se forman los futuros profesionales que estarán al frente de los programas que buscan alcanzar el desarrollo del campo colombiano.

En cuanto a los resultados concretos, llama la atención la tendencia hacia los aspectos ‘modernizantes y tecnológicos’ que existe entre los estudiantes, como forma de hacer desarrollo en el sector rural. Esta forma de concebir el desarrollo rural, implementada desde mediados del siglo pasado y que se convirtió en la punta de lanza de todos los programas que buscaban el desarrollo rural, pareciera continuar en el pensamiento de las personas interesadas en trabajar este tema, como se hace evidente en la última propuesta del World Bank (2002). Este hecho se hace perceptible entre los estudiantes de la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de Colombia y también entre los estudiantes de las demás carreras relacionadas con el sector agropecuario en la sede Bogotá (Pachón, 2005). Es importante anotar que otras tendencias –como el análisis de las estrategias de vida de los campesinos y la nueva ruralidad– no son tenidas en cuenta por los encuestados. Una de las razones podría radicar en que su discusión es aún incipiente y no se ha terminado de comprender en toda su dimensión. Sin embargo, aspectos como la participación política del campesinado o la importancia ambiental del sector rural también pasan desapercibidos para los encuestados.

La universidad debe abrir sus aulas a la discusión de estos aspectos, dotando así de más herramientas a los estudiantes para que en el futuro puedan liderar los procesos de desarrollo del sector rural de forma más integral. El desarrollo rural no sólo debe atender los aspectos de tipo productivo y económico que afectan a la población, ya que la solución de estos aspectos no garantiza mayores niveles de educación y de participación ni tampoco que se disminuyan los índices de violencia o se reconozca la importancia del trabajo de la mujer en el campo. Aunque es evidente que los aspectos productivos y económicos deben hacer parte de todo proceso de desarrollo, no deben ser vistos como el único medio para alcanzarlo.

Las facultades que forman los profesionales para el sector agropecuario deben empezar a comprender que son necesarios cambios estratégicos en sus procesos formativos, en los que se privilegien otras necesidades de la gente en términos de su participación, del rescate de sus valores y costumbres, de su seguridad alimentaria, y que no sólo se piense en lo productivo y tecnológico como alternativas para el desarrollo. Las universidades deben adaptarse a una tercera ola de cambio a la que se está enfrentando la formación profesional agropecuaria. La primera fue el énfasis productivo; la segunda, el énfasis ambiental y ahora se abre paso la última: la formación de profesionales para el desarrollo rural.

Agradecimientos

A los estudiantes y profesores de la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, que dieron su apoyo para la realización de este artículo.

 


2 Para profundizar en los efectos de la revolución Verde en el ecosistema ver León y Rodríguez (2002).

3 Al respecto de las ayudas o subsidios a la agricultura norteamericana, en comparación con las colombianas, Luis Jorge Garay (2004) realizó una evaluación para el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural de Colombia, en la que concluye que, de no establecer equidad en este aspecto, los beneficios para la agricultura colombiana serían muy precarios, ya que, si bien en algunos productos Colombia podría ser más eficiente, los subsidios otorgados en Estados Unidos deforman el mercado y no permiten la libre competencia.


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