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Iatreia

versão impressa ISSN 0121-0793

Iatreia vol.16 no.1 Medellín jan./mar. 2003

 

EDITORIAL

 

Neurociencia, humanización y educación

 

 

JORGE OSSA LONDOÑO

 

JORGE OSSA LONDOÑO, Grupo Bioantropología-Reproducción- BIOGÉNESIS, Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia.

 

A propósito del ''Tercer Congreso Internacional de
Cerebro y Mente. La integración''
Abril 22 al 25 de 2003
Medellín, Colombia

 

 


 

 

ESTE NUEVO SIGLO, con su carga de simbolismos y con la presión de los milenios anteriores, en especial las expectativas creadas por la ciencia del siglo XX, ha llevado a muchos a predecir que la nueva será la centuria del cerebro, para significar el deseo y el compromiso de los neurocientíficos de develar el funcionamiento del binomio cerebro/mente.

Como en toda intención científica, debemos recordar que ésta lleva implícita una discusión ética que sería impertinente evitar. Por ejemplo, podríamos preguntarnos, ¿cuáles serían los efectos del conocimiento de los mecanismos cerebrales y mentales sobre el bienestar de la humanidad y sobre el proceso mismo de humanización?

Aceptamos que el cerebro humano es el producto de las fuerzas biofísicas que Darwin esquematizó en su teoría evolutiva. Así apareció el humanoide y después de múltiples intentos (habilis, erectus, neanderthalis, etc.) emergió el autodenominado sapiens., que según Morin es también ludens y demens. Pero éste no fue el producto simple y llano de la physis, sino también, de la inteligencia, que ya era notoria y eficiente desde las primeras formas de vida (si entendemos por inteligencia la capacidad de vivir en congruencia con el entorno) y que había dado lugar a primates cazadores, con el beneficio adicional de una infancia prolongada que permitía el entrenamiento y la ''endoculturación''.

Estamos reconociendo que ni la inteligencia ni la caza nacieron con los seres humanos, sino que fueron justamente estos desarrollos los que posibilitaron la emergencia de este linaje. Un cerebro instalado sobre un cuerpo erecto, con manos y mandíbulas libres, y con una reestructuración corporal, permitió la aparición del lenguaje, y se sentaron de esta manera las bases para construir la mente y la cultura. El cerebro nos une a la physis y nos confiere un 100% de animalidad, mientras que la cultura nos separa hacia un 100% de culturalidad. Somos el producto de ese 100% (animal cultural) y por más que tratemos de separar este nudo, más nos daremos cuenta de la imposibilidad: por tanto, este no es un objetivo de la neurociencia.

Después del largo proceso de hominización, desde el origen de la vida hasta los homínidos (¿5-6 mil millones de años?), empezamos el también largo y tortuoso ciclo de la humanización que aún no ha concluido. Por esto dice E. Morin que ''en el terreno de las ideas estamos apenas en la prehistoria''. Con este panorama, esto es, ubicándonos en el proceso histórico de la construcción de una sociedad humana ética, digamos que corresponde a la educación acelerar o catalizar este proceso. ¿Cuál es el papel que compete a la neurociencia?, es decir, ¿cuál es el compromiso de los neurocientíficos hoy? Más aún, ¿qué y quién es un neurocientífico? Recordemos que la ciencia es un invento nuevo de la humanidad y que su instauración requirió un gran cambio de mentalidad para desmontar, o por lo menos relativizar, otros métodos explicativos (realmente podría decirse que más que una sustitución lo que se dio fue una sincretización).

Uno de esos grandes cambios requeridos para instalar la ciencia fue lo que Morin llama el gran paradigma de occidente, que se refiere a la separación que hizo Descartes entre cuerpo y alma, entre adentro y afuera, entre cerebro y mente, para crear unas realidades exteriores (a nosotros, los cognoscentes), y de esta manera hacerlas susceptibles de ser analizadas. Pero la escisión no paró allí, sino que llegó hasta el panorama que tenemos hoy: múltiples divisiones y subdivisiones del conocimiento, y estructuras organizacionales verticales, como departamentos y disciplinas. Se dice que disciplina viene de ''fuete'' con el que el monje expiaba sus pecados mentales y los otros, y que era útil para mantener el redil dentro de los límites esperados. De esta manera nos hemos dividido el mundo en pequeñas parcelas, dentro de las cuales la disciplina ejerce control definiendo quién está adentro y quién está afuera; y con ello, creando subculturas, con sus lenguajes o jergas propios, que sólo en cada compartimento tienen sentido. Sin embargo, el éxito de la ciencia ha estado asegurado por la disciplina que nos ha permitido conocer a profundidad; de la misma manera, el fracaso de la ciencia está en la disciplina que nos ha permitido cultivar la ignorancia del conjunto sistémico.

Frente a este diagnóstico -optimista/pesimista- debe proseguir la acción oportuna, la cual podría estar en la amplias avenidas de la transdisciplinariedad. Del desarrollo de esta dimensión se espera que logremos, gradualmente, la capacidad de reconocer nuestras ignorancias, la posibilidad de reconocer las múltiples fuentes de error, la posibilidad de dialogar y de identificar las preguntas que yacen en el terreno interdisciplinario. En resumen, necesitamos integrar los conocimientos que la ciencia produce desintegrando, hasta llegar a reconocer que las partes son más, pero son menos que el todo; o como decía Heráclito: es imposible conocer el todo sin conocer las partes como es imposible conocer las partes sin conocer el todo.

En la neurociencia no podremos avanzar sin hacer este reconocimiento, pues parece claro que la integración de cerebro y mente requiere toda la biofísica y toda la cultura. La primera que dio origen al humaoide y, la segunda, creada y creadora del humano en un sendero complejo de humanización que apenas se inicia y que a la Educación, muy especialmente en el nivel universitario, le corresponde acelerar.