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Iatreia

versão impressa ISSN 0121-0793

Iatreia v.17 n.4 Medellín out./dez. 2004

 

EDITORIAL

 

Docencia e investigación

 

 

RICARDO CARDONA1; CARLOS EDUARDO PELÁEZ2

 

1. Médico y Cirujano, Magíster en Inmunología. Director, Corporación Académica Ciencias Básicas Biomédicas, Universidad de Antioquia.

2. Candidato a Doctor en Filosofía, Universidad Pontificia Bolivariana. Profesor Universidad Tecnológica de Pereira.

 

 


 

 

LOS CONCEPTOS DE DOCENCIA E INVESTIGACIÓN encuentran su naturaleza y límite solamente en los ámbitos académicos, en las instituciones que promueven el saber como un asunto de máxima importancia para el despliegue de la vida humana y su entorno; ambas hacen parte de los proyectos de desarrollo de las instituciones académicas; por ello, urge definirlas como asuntos que no están concluidos ni completamente formalizados. Es un deber definirlas en su completa formación, es decir, hacer que respondan las preguntas que surgen de su actividad y ejercicio, con lo que podrán contribuir a desempeñar tareas en las que la responsabilidad y la libertad contribuyan a la realización del individuo en su vida institucional.

La problemática surge cuando se quiere conjugar estos dos conceptos en los individuos que conforman la institución. La tensión que puede albergar esta relación no puede ser medida bajo las condiciones de cada individuo y sus propios intereses y, menos aún, hacerla desaparecer pretendiendo que el olvido sea la forma más razonable de acabar la problemática. Para abordar la legitimidad de tal relación y situarla como asunto que debe ser deliberado en la forma más correcta posible, se presenta un texto (1) que impone su dignidad no solamente por su antigüedad y permanencia sino además por su pertinencia ante el particular. En él, de manera constructiva, Aristóteles produce en el lector una predisposición hacia el retorno a las fuentes originarias de nuestra cultura. En ellas, la docencia de los maestros del conocimiento fue una de las bases fundamentales de desenvolvimiento y permanencia. Por esos ''sabios'' que trasmitían sus teorías, sus dificultades, sus críticas, sus hallazgos y sus errores, a jóvenes que no sólo procuraban la comprensión, sino también poner en marcha sus propias investigaciones para lograr su realización como individuos y como seres históricos, poseemos un horizonte de la investigación como parte central de la docencia. ''La investigación de la verdad es, en un sentido, difícil; pero en otro, fácil. Lo prueba el hecho de que nadie puede alcanzarla dignamente, ni yerra por completo, sino que cada uno dice algo acerca de la Naturaleza; individualmente, no es nada, o es poco, lo que contribuye a ella; pero de todos reunidos se forma una magnitud apreciable... Y es justo que estemos agradecidos no sólo a aquellos cuyas opiniones podemos compartir, sino también a los que se han expresado más superficialmente. Pues también estos contribuyeron con algo, ya que desarrollan nuestra facultad de pensar'' (1). Aquí se puntualiza la importancia de asumir el saber como una construcción donde la opinión logra relacionarse con el saber específico, y ambos alcanzan un sentido más correcto. Se indican también la interrelación de los individuos y el valor que los aportes específicos y de la generalidad deben alcanzar en todo saber.

Parte fundamental del hiato de los dos conceptos se cierra cuando se logra convertir un saber de académico, en institucional, al ser comunicado. La exposición de aquello que ocupa al investigador es una tarea que se efectúa cuando el producto alcanza aprobación y plenitud y, de similar manera, durante las etapas de su conformación. A medida que el investigador está en permanente contacto con el problema que lo ocupa, tienden a desaparecer las dificultades que entraña el saber en relación con aquél que lo busca. El desafío de los investigadores es llegar a la verdad en medio de la gran complejidad del conocimiento, pero la dificultad no existe en la cosa investigada sino en ellos mismos. Esto nos conduce irremediablemente al concepto de profesión. ¿La profesión del investigador es de naturaleza diferente a la del docente? La respuesta que le demos a este interrogante nos conducirá a lo que se quiere dilucidar. La aparente riña de naturalezas no es más que un malentendido que debe resolverse por las reglas que rigen la investigación y la docencia y por la actitud que ante ellas debe tener quien quiera aprender. La profesión es una generalidad que está por encima de cualquier pretensión particular. ¿Quién en su profesión no desempeña actividades que por su propio gusto jamás haría? ¿Quién no ve en la práctica de su profesión el contacto del ser individual con una sociedad? ¿No son las frustraciones profesionales una ausencia de respuesta de la sociedad hacia las inclinaciones y esfuerzos de un individuo dado? Estos y muchos más interrogantes conducen a concebir al profesional como un ser que no se pertenece a sí mismo, como sucede en un objeto cualquiera.

La pertenencia del saber comporta una posición con respecto al otro, quien penetra un campo donde el conocimiento comprende un momento que tenemos que llamar moral, esto es, las acciones que alcanzan una finalidad donde todos concebimos previamente lo correcto. La moralidad es una forma peculiar de verdad que señala hasta que punto somos orientados por lo correcto y no por nuestras propias inclinaciones, donde la ventaja, la genialidad para el mal, distorsionan la vida humana.

Las reglas que subyacen en la actividad profesional de un investigador son las mismas que orientan el ejercicio de la docencia; esto conduce a una homogeneidad de naturalezas que resuelve en su actuación aquel compromiso que vincula el saber con la finalidad que le otorgamos. Pretender la imposibilidad de unir estos campos conceptuales tiene que ver con relaciones de poder ajenas al adecuado proceder profesional. ¿Para qué nos jerarquizamos en el saber?, quizás para engrosar los puestos burocráticos y acceder a derechos institucionales que nos alejan de la comunicación con los otros entes que animan la vida académica; o por el contrario, esta jerarquización nos guía hacia una expresión, lo más clara posible, de sus problemáticas. En la relación que establecemos con los otros, en torno a un objeto dado, efectuamos todo lo que tiene que ver con ese objeto y con nosotros mismos. Mostrar esfuerzo, dedicación, disciplina, por resolver un determinado problema, es señalar nuestra propia relación con él y con los objetivos buscados.

La docencia conduce a la investigación y ésta a la docencia; este círculo no se establece como algo fatídico sino que coloca al individuo frente a la institución como elemento de un cuerpo ordenado y vivo. Ejercer un contacto constante con el problema que se va a resolver es una actividad que no puede ser ajena a la comunicación de los avances logrados. Las palabras de Aristóteles toman pertinencia al decirnos que es fácil y difícil. Fácil porque se puede por medio de un método obtener el saber; difícil, porque en la relación con nosotros se tiene que resolver algo que está por encima de nosotros y de nuestras inclinaciones particulares. La comunicación no solo indica el resultado, sino también el camino que hemos recorrido para entregarlo. Don José Luis Luz y Caballero, al ser interrogado de por qué no se dedicaba a escribir su sabiduría, respondió: ''estaba formando hombres y no tenía tiempo para la literatura''.

 

BIBLIOGRAFÍA

1. ARISTÓTELES. La Metafísica, edición trilingüe. Madrid: Gredos; 1992.

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