REFLEXIÓN
El emperador de todos los males, así titula, en parte, una de sus recientes obras Siddartha Mukherjee. En ella, relata con minucioso detalle la historia del cáncer, responsable de la muerte de millones de seres vivos en la historia de la tierra y de cuyos orígenes en la humanidad hay antiquísima evidencia 1. El cáncer ha sido, y según los pronósticos seguirá siendo, una de las primeras causas de muerte en el mundo 2. Ciertamente, esta enfermedad ha “reinado” sin mayor competencia, como una de las enfermedades más mortales y por consiguiente, más temidas por la humanidad. Se ha librado una lucha incesante para detenerla y siglos después, no se ha logrado alcanzar esa meta 3. Las consecuencias de su curso y de los tratamientos médicos disponibles han mantenido la idea de que es sinónimo de muerte y sufrimiento 4. Por consiguiente, es comprensible que el cáncer haya sido, entre otros, objeto de estigma 5, prejuicio 6, discriminación 7 y diversidad de actitudes 8. Las actitudes, objeto de esta reflexión, son un concepto psicológico ampliamente investigado, entre otras, por su capacidad de actuar en todos los ámbitos de la influencia social (individual, interpersonal e intergrupal) 9. A mediados de la década de los años 30 del siglo XX, Allport definió las actitudes como un estado psicológico y neurológico que se organiza a partir de la experiencia y ejerce influencia dinámica en su respuesta ante objetos y situaciones con los cuales se relaciona 10. En el siglo XXI, otros autores han definido las actitudes como “una organización de creencias y cogniciones en general duraderas, dotadas de cargas afectivas a favor o en contra de un objeto social definido, que predispone a una acción coherente con las cogniciones y afectos relativos a dicho objeto” 11. De manera general, se ha aceptado que las actitudes tienen un componente cognitivo (conocimientos y creencias), emocional (reacciones emocionales y sentimientos) y comportamental (conducta e intenciones conductuales) 9. Específicamente, el modelo tripartito ha sido uno de los modelos teóricos para estudiar las actitudes. De acuerdo con este, “las actitudes consisten en elementos afectivos (sentimientos, emociones), cognoscitivos (creencias, asociaciones percibidas entre el objeto actitudinal y sus atributos) y comportamentales (intenciones comportamentales o comportamientos efectivos)” 12. Además, incluye varios factores del individuo que facilitan, u obstaculizan, la presentación de determinada conducta 13. Es pertinente resaltar que el modelo tripartito surge aproximadamente en 1940 y tuvo mayor auge en la década de los años sesenta del siglo XX, por su utilización clínica en los tratamientos para modificar tanto conductas como actitudes y por su amplia inclusión en los libros de Psicología Social 14. No obstante, entre los investigadores este modelo fue criticado por centrarse en el afecto o emoción más que en los otros componentes de la actitud, y por considerar que los componentes podían sobreponerse 14. Si bien estos componentes son distinguibles, no siempre se correlacionan. Esto puede restar claridad a lo que se está midiendo específicamente cuando se estudian las actitudes, por lo tanto, los investigadores deben ser precavidos a la hora de establecer relaciones de causalidad 14. Pese a lo anterior, la relación entre las actitudes y la conducta ha sido ampliamente estudiada 15 y se ha concluido que las primeras son predictoras al explicar el comportamiento humano en un marco contextual específico 16-17. En consecuencia, las actitudes que las personas han desarrollado hacia el cáncer tienen un efecto en la forma como se comportan ante este diagnóstico. Tan diversos son los objetos como las actitudes que se generan hacia ellos. Las enfermedades han sido, históricamente, objeto actitudinal. Así lo describen diversas publicaciones científicas 18-20 y de divulgación 1,21; de manera magistral, Susan Sontag (2012), en su obra La enfermedad y sus metáforas, alude al impacto emocional que el cáncer y el Sida han provocado en la humanidad 21. En consonancia con lo anterior, el objetivo de este escrito fue reflexionar en torno a las actitudes hacia el cáncer, estudiadas desde el modelo tripartito, a partir de una revisión exhaustiva de la literatura publicada entre 2005 y 2017.
ACTITUDES HACIA EL CÁNCER
En lo referente al componente cognitivo de las actitudes, la literatura indica que algunas creencias sobre el cáncer incluyen que es un castigo de Dios, Alá o una prueba de vida 22-26; una enfermedad contagiosa 22,27-28; que se produce por estrés y estilos de vida no saludables 29-30, “mal comportamiento” (ej. homosexualidad, promiscuidad) 28,31-33; suerte o casualidad 33-34; lesiones previas 35-36 o infecciones 25. Las reacciones emocionales y sentimientos hacia el cáncer incluyen preocupación relacionada con desarrollar la enfermedad 26 o que personas cercanas la padezcan 37; miedo, fatalismo, pesimismo, preocupación, desesperanza, impotencia, perturbación emocional y estrés respecto al curso de la enfermedad 22-23,26,34-35,37-38-44. En relación con el comportamiento, la literatura disponible indica que el cáncer genera intenciones conductuales como la disposición a tomar decisiones sobre el estilo de vida que se ha tenido, dependiendo de la información sobre la prevención de la enfermedad de la que se dispone 45-46 y de la creencia de que el estado de salud es controlado por sus conductas 34,37. Los componentes descritos interactúan definiendo así el complejo actitudinal hacia el cáncer. Donnelly et al. (2013), encontraron que las personas que creen que el cáncer es un castigo de Dios tienden a no tener conductas de prevención y detección temprana de la enfermedad 24. Quienes creen que la enfermedad es el resultado de un castigo divino por su mal comportamiento, sienten culpa de tenerla 32. Además, el miedo al cáncer se debe a creer que la enfermedad es mortal, intratable o incurable 41,47-48. Los conocimientos y las creencias, afectan las prácticas de prevención del cáncer de seno 49, como el autoexamen 50-52. Okobiaet al. (2006), encontraron en su estudio que las mujeres con mayores conocimientos sobre el cáncer de seno eran más propensas a aceptar la mastectomía como una forma de tratamiento, en comparación con las mujeres con menores conocimientos 25. Así mismo, encontraron que aunque la mamografía y el autoexamen son pruebas de detección temprana del cáncer, las participantes del estudio no llevan a cabo estas prácticas con frecuencia 25. Por otro lado, en un estudio realizado en Turquía a mujeres mayores de 20 años, se encontró que si se aumenta el nivel de conocimiento sobre el cáncer de seno, se eleva la conciencia sobre la importancia del diagnóstico temprano y, en consecuencia, se aumenta la realización del autoexamen y la mamografía 53. De acuerdo con lo anterior, el conocimiento es un factor mediador para que se presente un cambio conductual 54 y por tanto, el conocimiento sobre el cáncer y las creencias culturales, influyen en el tipo de tratamiento que se busque 22-23,25,33. Las actitudes negativas hacia el cáncer afectan de forma también negativa a la comunicación del diagnóstico a otros 4 y a la realización del autoexamen de seno 18. Así, en algunos países como Francia e Italia, solo se comunica el diagnóstico a la familia por considerar que no es tolerable por parte de los pacientes 21. En contraste, una actitud positiva hacia la prevención conlleva al uso de métodos de detección temprana de la enfermedad, como el autoexamen 51. Según Sontag (2012), mientras se trate el cáncer como un ente desconocido e invencible y no como un padecimiento físico, la mayoría de los pacientes con este diagnóstico sentirán desesperanza al enterarse del mismo 21. En consecuencia, la solución para Sontag reside en desmitificar y rectificar las ideas que tiene el paciente sobre la enfermedad y no en ocultarle la verdad 21.
CONCLUSIONES
Las actitudes hacia el cáncer son predominantemente negativas. Algunos hallazgos, aún incipientes e insuficientes, indican que esto puede verse afectado por variables sociodemográficas (edad, género, nivel educativo, estado civil) y culturales (cultura de origen y religión). Estos dos datos son importantes, pues recuerdan la pertinencia de conocer el perfil de nuestros pacientes, de reconocerlo como factor predictor de sus actitudes y por ende, de sus posibles conductas ante la enfermedad (prevención primaria, de detección precoz, la búsqueda de ayuda profesional o la elección del tratamiento). El contexto sociocultural de cada paciente es, entre otros, el nicho en el que se aprenden y refuerzan conductas relacionadas con la enfermedad, se le da significado y se desarrollan actitudes hacia ella. De hecho, tan determinantes han sido las actitudes hacia el cáncer y en general el significado que este tiene para las personas, que tras haber sido paciente oncológico, se adquieren diversas identidades: paciente, persona que tuvo cáncer, víctima y sobreviviente 55. Como pudo evidenciarse, las emociones frente al cáncer también son fundamentalmente negativas, con un predominio importante del componente de la ansiedad. Esto permite inferir que la tendencia será a considerarla amenazante y por tanto, a afrontarla por medio de la evitación, la supresión emocional o la lucha 56-57. En consecuencia, todo lo que represente al cáncer (profesionales de la salud, tratamiento, sistema, etc.) puede ser considerado como una amenaza y por lo tanto, pueden intentar protegerse asumiendo una postura defensiva. De alguna manera, esto permitiría comprender que las conductas emitidas por los pacientes y por los profesionales de la salud parezcan o resulten eventualmente aprehensivas para el otro. Sin embargo, siempre y sin excepciones, el paciente oncológico es el objetivo central del profesional de la salud y, de acuerdo con el planteamiento de Hopman y Rijken, se beneficiará del apoyo para aliviar su percepción de gravedad y amenaza del cáncer 57. Contrario a lo que pueda considerarse, los profesionales de la salud, quienes día tras día se confrontan con la realidad del cáncer que amenaza la vida de sus pacientes, también tienen actitudes hacia este, y en consonancia con lo expuesto en esta reflexión, estas superan su conocimiento científico para mezclarse o afectarse por creencias y emociones propias. Por lo tanto, cabe preguntarse como profesional de la salud ¿cuál es su posición frente al cáncer?, ¿reconoce que sus actitudes afectan su comportamiento, la forma en que interactúa y se relaciona con sus pacientes?, ¿es consciente de que sus actitudes pueden llevarlo a emitir juicios de valor y debilitar su objetividad en el actuar profesional?, ¿cuántas veces se ha detenido a pensar como profesional de la salud en aquello que lo angustia en la cotidianidad de su trabajo, en la forma en que sus actitudes afectan a otros? y, ¿es funcional hacer caso omiso de sus emociones? Es probable que pensar sobre estos aspectos y reconocerlos contribuya de manera determinante en su proceder como profesional de la salud. De acuerdo con lo anterior, es posible afirmar que las actitudes hacia una enfermedad se convierten en un elemento relevante que debe ser analizado, estudiado y considerado para facilitar la relación del profesional de la salud con el paciente. Estudiar las actitudes desde el modelo tripartito puede resultar útil para definir cuáles son los componentes (cognitivo, emocional, conductual) predominantes en las actitudes hacia el cáncer y establecer así medidas de intervención oportunas, ideográficas y efectivas para modificarlas. Variables psicológicas como las actitudes y cada uno de los componentes que las conforman, están presentes en todos los escenarios del trabajo que se desarrolla en los contextos de salud. Es un error considerarlas como de interés exclusivo de la ciencia psicológica. Al contrario, a partir de esta reflexión, es propositivo y pertinente, considerarlas como transversales en estos contextos y transdisciplinares. Por lo tanto, será de interés pensarlas como una variable central en la práctica y en la investigación de diversas ciencias de la salud, para promover así, el trabajo y la investigación interdisciplinarios.