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Revista de la Universidad Industrial de Santander. Salud

Print version ISSN 0121-0807On-line version ISSN 2145-8464

Rev. Univ. Ind. Santander. Salud vol.52 no.2 Bucaramanga Apr./June 2020  Epub Mar 18, 2020

 

Reflexión no derivado de investigación

De la peste al Coronavirus: sobre la virtud de lo heroico en tiempos de pandemia

From the plague to the Coronavirus: on the virtue of the heroic in times of pandemic

Katherine Centeno-Hurtado1 

1Hospital Universitario de Santander. UIS. Bucaramanga, Colombia.


Hay un puente muy largo y todos usan mascarillas quirúrgicas. Los rostros como moldes de yeso cubiertos, con la expresión congelada perpetuamente en un preámbulo: El de empezar a moverse.

Es la tercera noche que lo veo, también es la tercera noche sin descanso. Prepararse se parece cada vez más a un ritual y no deja de ser enteramente curiosa la forma en que toda experiencia cotidiana resulta un tanto irreal cuando se la expone constantemente al imperio de la consciencia, me recuerda al juego en el que anteponía la última sílaba de una palabra a la primera y la repetía en bucle hasta que la insistencia la despojaba de sentido. Quizá es la acrobacia mental que nos permite quedarnos a medio camino entre la percepción y el padecimiento. La última venda antes de enfrentarnos al abismo del que hablaba Camus.

Es una guerra y nosotros somos los soldados. Es un castigo. Es una prueba. Es una conspiración. Al mundo le fascina encontrar una razón trascendental y, si no puede, ojalá una causa moral a todo. En La Peste, el narrador afirma que las plagas eran tan comunes a la humanidad como lo habían sido las guerras, y sin embargo ambas la encontraban siempre igualmente desprevenida, abstraída en los dos consuelos más simples, por inmediatos y por exitosos en desplazar la fragilidad del hombre: El nihilismo y la creencia.

Orán, la ciudad azotada por la peste bubónica en donde transcurre la novela, no estaba preparada para la enfermedad ni para la cuarentena. La peste había mandado sus ratas a morir en una ciudad dichosa: ¿Cómo puede concebirse que la naturaleza sea otra cosa que amoral e indiferente?, ¿Cómo puede explicarse que el dolor humano en toda su dimensión le sea insignificante?, la conclusión inicial es que no es posible, la segunda es que no es probable, la tercera es que no puede durar; entonces aun cuando mueren cinco mil personas a la semana, aun cuando las puertas se han cerrado, sus habitantes se niegan a ver -a oler- la pestilencia que impregna las calles, se ensañan en continuar una vida normal, porque darle cabida a la epidemia, -más que eso, comulgar con la idea de que el sufrimiento es distribuido al azar y que no tiene una fuerza superior o una razón ética-, niega el futuro, los viajes, las reuniones. Nos enfrenta al absurdo. Y ante el absurdo las defensas se erigen.

La plaga no tiene dimensiones humanas, la peste -la pandemia/la guerra/la crisis- es algo que habíamos olvidado, la muerte silenciosa e íntima de repente se muestra colorida y pública, se vuelve tangible y concreta. Se pone nombres conocidos.

El bacilo cae sobre Orán corrompiendo más que sólo los cuerpos: Desnuda las almas y quiebra el espíritu: “La ciudad estaba llena de dormidos despiertos que no escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en que, por la noche, su herida, aparentemente cerrada, se abría” Lo humano retrocede.

¿Acaso son héroes lo que demanda un escenario semejante?

El protagonista de esta historia es, de forma muy conveniente, un médico. Un ser humano poco excepcional, sin las más ilustres virtudes y sin los más terribles vicios, el Dr.Rieux es, ante todo, un observador, su respuesta a la crisis es continuar. Trata de apaciguar dolor de sus pacientes en un contexto en el cual tiene más dudas que certezas. Nunca se percibe como adalid o como mártir, sería otorgarse a sí mismo un lugar y una razón especial en un evento producto de un millón de casualidades.

La respiración de un moribundo le parece una prueba irrefutable contra la supuesta bondad de la vida, encuentra que la existencia del hombre es una serie de derrotas constantes y que la única victoria definitiva corresponde a la muerte. Bernard Rieux no es un hombre de fe ni de historias aleccionantes. Diagnóstica, trata y ve morir enfermos de peste, los ve caer también entre amigos y colegas. Constantemente reflexiona sobre la miseria física y moral del hombre, juzga el egoísmo y la ignorancia de sus compatriotas, incapaces de comprometerse incluso con las medidas menos drásticas, carentes de previsión, y en últimas de solidaridad.

¿Es ético luchar por gente así? ¿Vale la pena ponerse en riesgo por esta humanidad?

Rieux no se embarca en discusiones tan metafísicas.

“No es una cuestión de heroísmo” responde “Sino de decencia corriente”

“¿Y qué es para usted la decencia?” pregunta su interlocutor “No sé qué es, en general. Pero, en mi caso, sé que no es más que hacer mi trabajo”

Todos los hombres son hermanos en el sufrimiento.

La Peste comienza un 16 de abril con una rata muerta en un rellano. Acaba con más de un cuarto de la población. Los cadáveres se acumulan en las calles, en las fosas comunes y en último lugar en el crematorio a donde son conducidos en trenes para ser incinerados. Estalla la violencia y la represión. En las noches resplandecen las hogueras y el miedo y el tedio envuelven la ciudad a partes iguales. A ninguno dejan intacto.

A menudo parece que el doctor Bernard no entiende del todo por qué se embarca incesantemente en el intento de preservar la vida de unos enfermos a los que no puede ofrecer cura alguna, hasta que un día, las ratas vuelven a las alcantarillas, a las casas y por último a las calles. La peste ha remitido.

La novela acaba.

“En medio de los gritos que redoblaban su fuerza y su duración, que repercutían hasta el pie de la terraza, a medida que los ramilletes multicolores se elevaban en el cielo, el doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

Finalmente, lo que las catástrofes tienen para recordarnos es que no sobrevivimos con acciones aisladas. La lucha debe ser común o está pérdida de antemano. Es una conclusión muy poco espectacular -y ciertamente poco alentadora-, como lo son las medidas que frenan el avance de la epidemia actual. La solidaridad humana es clave.

Hipócrates dijo alguna vez que allí donde se ama la medicina, se ama la humanidad, yo creo que se ama también la vida y es por eso que lo único que merece ser sacrificado en este momento son las posiciones de aquellos que no estén a la altura de las circunstancias: Sean decentes, cumplan su trabajo. No queremos inmolaciones, queremos sobrevivientes entre los que caen y los que ayudan a levantar.

Un llamado, claro está, que de ninguna forma puede concernir exclusivamente a los trabajadores de la salud.

Correspondencia: Katherine Centeno Hurtado. Residente de Medicina Interna. Correo electrónico: katalix.93@gmail.com

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