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Revista de la Universidad Industrial de Santander. Salud

versión impresa ISSN 0121-0807versión On-line ISSN 2145-8464

Rev. Univ. Ind. Santander. Salud vol.55  Bucaramanga dic. 2023  Epub 04-Dic-2023

https://doi.org/10.18273/saluduis.55.e:23025 

Ensayos

Salud y prácticas higiénicas en el Quijote: el baño corporal, el aseo personal, la limpieza y los olores

Health and hygienic practices in Don Quixote: body bath, personal hygiene, cleanliness and odors

Orlando Mejia Rivera1  * 

1 Profesor Titular de Humanidades Médicas y Medicina Interna. Universidad de Caldas. Manizales, Colombia.


"Entraron a don Quijote en una sala, desarmóle Sancho, quedó en valones y en jubón de camuza, todo bisunto con la mugre de las armas: el cuello era valona a lo estudiantil, sin almidón y sin randas; los borceguíes eran datilados, y encerados los zapatos. Ciñóse su buena espada, que pendía de un tahalí de lobos marinos; que es opinión que muchos años fue enfermo de los riñones; cubrióse un herreruelo de buen paño pardo; pero antes de todo, con cinco calderos, o seis, de agua, que en la cantidad de los calderos hay alguna diferencia, se lavó la cabeza y rostro, y todavía se quedó el agua de color de suero, merced a la golosina de Sancho y a la compra de sus negros requesones, que tan blanco pusieron a su amo".

Don Quijote de La Mancha (Primera parte, capítulo XVIII, p 842-843).

La España del siglo XVI y de la primera mitad del XVII reflejó también cambios profundos en relación con las concepciones de la salud e higiene. Algunos de ellos coincidieron con el resto de Europa, pero en otras se dieron situaciones específicas determinadas por la contrarreforma religiosa y la expulsión de los moriscos. Sin embargo, la herencia medieval todavía dominaba en varios sectores de la sociedad: la salud del alma era más importante que la salud del cuerpo; la vanidad era una expresión del orgullo demoníaco y se reflejaba en los afeites, la limpieza de la ropa y los perfumes de los individuos.

Las imágenes de los anacoretas y vagabundos vestidos de harapos, con las costras de la suciedad amontonadas en sus rostros y manos, las pulgas y piojos saltando en sus cuerpos y el olor nauseabundo que los precedía a la distancia podían representar todavía la evidencia de la humildad espiritual y la entrega abnegada a los designios de Dios. No en vano Tertuliano, el gran crítico cristiano de las costumbres paganas, había dicho con ironía que la única agua medicinal que otorgaba la salud era "el agua del bautismo"1.

Sin embargo, el legado hipocrático-galénico fue asumido en el Renacimiento como una búsqueda obsesiva de la salud individual a través de una interpretación novedosa de las "Seis causas no naturales", que Galeno había referido en su obra Hygienia (Higiene), cuyo titulo en latín fue De sanitate tuenda. Ellas eran: 1- Aire y ambiente. 2- Comida y bebida. 3- Ejercicio y descanso. 4- Sueño y vigilia. 5- Retenciones y evacuaciones y 6- Estados de ánimo2.

La salud se preservaba si los humores del cuerpo estaban en armonía, sin excesos ni defectos, al igual que evitando su putrefacción interna. La medida central de prevención era la moderación, una actitud que provenía del "justo medio" de la ética aristotélica. Este énfasis se manifestó en la medicina renacentista española con la aparición de los Regimientos de salud, un género de literatura médica que recibió el legado de la Higiene de Galeno, el tratado hipócrático Sobre los aires, aguas y lugares y dos obras medievales: el Regimen Sanitatis de Salerno (siglo XII) y el Regimen sanitatis ad regem Aragonum de Arnau de Vilanova (siglo XIV). Las principales obras publicadas en este periodo fueron: El vergel de sanidad (1542) y el Libro del regimiento de salud (1551) de Luis Lobera de Ávila; el Libro del ejercicio corporal y de sus provechos (1553), de Cristóbal Méndez; el Aviso de sanidad (1569), de Francisco Núñez de Coria; La conservación de la salud del cuerpo y del alma (1597), de Blas Álvarez de Miraval y la Medicina Española contenida en proverbios vulgares de nuestra lengua (1616) de Juan Sorapán de Rieras.

Estas obras deben ser contextualizadas en la coexistencia, en mayor o menos grado, de lo que José María López Piñero3,4 denominó tradiciones del galenismo bajomedial, galenismo humanista, galenismo hipocrático ambiental y galenismo integrista o de la contrarreforma. El primero fue seguido por los médicos que defendían la tradición galénica de los intérpretes árabes y en especial del Canon de Avicena. El segundo correspondió a los que rechazaron las versiones árabes galénicas y conocieron las nuevas traducciones directas del griego. El tercero redescubrió el tratado hipocrático Sobre los aires, aguas y lugares, por consiguiente, el énfasis ambiental de la salud dejó de relacionarse con la astrología y comenzó a tener un carácter ecológico y colectivo. El cuarto fue una reacción más religiosa que científica, cuyos médicos defensores asumieron que la versión del Galeno medieval era la única que respetaba la ortodoxia católica y debía imponerse.

Aunque las prácticas higiénicas renacentistas están presentes en el Quijote de Cervantes, no existen documentos que demuestren que él leyó o conoció algunos de los libros enumerados. No obstante, sí hay una prueba documental significativa de que en su biblioteca se encontraba el Tratado de las cuatro enfermedades cortesanas (1544) de Lobera de Ávila5. Luego, es plausible que haya conocido también su Regimiento de salud, pues existen coincidencias entre este libro y algunos fragmentos del Quijote.

Veamos la huella de estas prácticas higiénicas en el libro de Cervantes6 a la luz de su contexto histórico, pues es la metodología historiográfica acertada para no hacer interpretaciones anacrónicas que desvirtuan la realidad simbólica y empírica de su época. En este ensayo mostraré de manera específica una de las formas de las evacuaciones: el baño corporal y su relación con el aseo personal, las concepciones de limpieza y la valoración social de los olores.

La primera parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha salió publicada en el año de 1605 y diez años después su autor publicó la segunda parte, a pesar de sentirse muy enfermo y cansado, gracias a la presión de la publicación del apócrifo firmado por un tal Avellaneda. Sin embargo, como refiere el escritor Andrés Trapiello:

"El Quijote de Avellaneda, contra lo que se ha supuesto, fue una suerte para el de Cervantes. Le llevó a éste, en primer lugar, a mezclar, más aún, los planos novelescos y de la realidad. Pudo también comparárselos a los personajes de una y otra novela. Incluso obligó a los de Cervantes a ser más ellos, a vivir más aún su propia identidad, como dicen que hacen los discípulos con los maestros, obligándolos a éstos a ser mejores. La lección cervantina es portentosa: a un mismo tiempo estaba haciendo crítica y creación literaria, y aprovechaba una y otra como drenajes a su natural consternación y sus agravios"7.

El tiempo interno del libro Don Quijote de La Mancha no es evidente ni lineal y ha generado en los críticos discusiones que están lejos de terminar. Aunque hay cierto consenso en que la primera parte dura treinta y ocho días (del 28 de julio al 8 de septiembre) y estaría ubicada en el año 1600, la segunda parte abarcaría alrededor de cuatro meses (del 23 de abril al 29 de agosto del año siguiente), y entre la finalización de la segunda salida y el comienzo de la tercera se supone que ha transcurrido solo un mes. Sin embargo, la carta de Sancho Panza a su mujer Teresa está fechada en el año de 16148. Es decir, otro rasgo de la modernidad de la novela es que su tiempo interno está regido por la memoria subjetiva de sus personajes y no hay una correlación con el tiempo objetivo del calendario.

Además, se ha querido ver en la fecha del veinte de julio de 1614 el guiño de Cervantes a sus lectores para corroborar que hasta ese capítulo (el XXXVI de la Segunda parte), la obra ya estaba escrita y solo después fue que conoció publicado el apócrifo de Avellaneda (4 de julio de 1614), asimismo, los capítulos que siguieron los elaboró en respuesta y confrontación con las aventuras del Quijote falso9. Lo cierto es que el cronotropo10 de la novela abarca entre cinco meses y medio y los seis meses.

La importancia de ello radica en que, a pesar de los diversos eventos en los que Don Quijote y Sancho Panza se ensucian por situaciones evidentes, o en el transcurso de sus largas jornadas por los polvorientos caminos de La Mancha, jamás se bañan el cuerpo de manera completa y voluntaria. De hecho, ningún otro personaje de la obra se baña la totalidad del cuerpo. Incluso, ante episodios cómicos y catastróficos como la diarrea ocasionada por el miedo de Sancho en el episodio de los batanes (Primera parte, XX), los requesones untados en el pelo y la cara de Don Quijote que cité en el epígrafe, la vomitada de Sancho sobre la humanidad del Quijote ante la evocación del bálsamo de la alcuza (Primera parte, XVIII), o este escatólogico incidente que él sufre después de estar enjaulado durante varias horas:

"-Digo que yo estoy seguro de la bondad y verdad de mi amo; y así, porque hace al caso a nuestro cuento, pregunto, hablando con acatamiento, si acaso después que vuestra merced va enjaulado y, a su parecer, encantado en esta jaula le ha venido gana y voluntad de hacer aguas mayores o menores, como suele decirse. -No entiendo eso de hacer aguas, Sancho; aclárate más, si quieres que te responda derechamente. -¿Es posible que no entiende vuestra merced de hacer aguas menores o mayores? Pues en la escuela destetan a los muchachos con ello. Pues sepa que quiero decir si le ha venido gana de hacer lo que no se excusa. -¡Ya, ya te entiendo, Sancho! Y muchas veces; y aun agora la tengo. ¡Sácame deste peligro; que no anda todo limpio!".

(Primera parte, XLVIII: 611-612).

Es sorprendente que Don Quijote no captara el significado inicial de "aguas menores y mayores", pues era un santo y seña rutinario en las ciudades españolas de su tiempo. Al no existir letrinas públicas ni privadas, los ciudadanos arrojaban los orines y la materia fecal a través de las ventanas de las casas y advertían de ello con el grito de "van aguas menores" o "van aguas mayores". Era tan habitual esa conducta que las personas salían a la calle con grandes sombreros, pues si tenían la desgracia de pasar en el momento inadecuado las inmundicias no los empaparían del todo.

De otro lado, ambos caen al agua de manera accidental en el río Ebro cuando Don Quijote se lleva un barco en el capitulo titulado De la famosa aventura del barco encantado:

"Púsose Sancho de rodillas, pidiendo devotamente al cielo le librase de tan manifiesto peligro, como lo hizo por la industria y presteza de los molineros, que oponiéndose con sus palos al barco le detuvieron, pero no de manera que dejasen de trastornar el barco y dar con don Quijote y con Sancho al través en el agua; pero vínole bien a don Quijote, que sabía nadar como un ganso, aunque el peso de las armas le llevó al fondo dos veces, y si no fuera por los molineros, que se arrojaron al agua y los sacaron como en peso a entrambos, allí había sido Troya para los dos. Puestos, pues, en tierra, más mojados que muertos de sed, Sancho, puesto de rodillas, las manos juntas y los ojos clavados al cielo, pidió a Dios con una larga y devota plegaria le librase de allí delante de los atrevidos deseos y acometimientos de su señor".

(Segunda parte, XXIX: 954).

Lo más interesante es que entonces sabemos que Don Quijote sí sabía nadar, pero nunca se baña por iniciativa propia en los arroyuelos cristalinos de la Sierra Morena, a pesar del calor del verano y las semanas que estuvo allí solo. En en el capítulo titulado Donde se da fin a la novela del curioso impertinente él es descrito así:

"Y con esto entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a don Quijote en el más estraño traje del mundo. Estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y nonada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado, grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien el porqué, y en la derecha, desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante".

(Primera parte, XXXV: 455).

Es decir, sus piernas están sucias y el gorro de dormir grasiento, pero esta descripción era esperable en un hombre que al parecer jamás se ha bañado, aunque es la unica vez en toda la novela que Cervantes acusa a su héroe de poco limpio. Más adelante sabemos que se encuentra en un estado de sonambulismo:

"Y es lo bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante: que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón y que ya estaba en la pelea con su enemigo; y había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino. Lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo, que arremetió con don Quijote y a puño cerrado le comenzó a dar tantos golpes, que si Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra del gigante; y, con todo aquello, no despertaba el pobre caballero, hasta que el barbero trujo un gran caldero de agua fría del pozo y se le echó por todo el cuerpo de golpe, con lo cual despertó don Quijote, mas no con tanto acuerdo, que echase de ver de la manera que estaba".

(Primera parte, XXXV: 455-456).

Fuera de estos dos acontecimientos involuntarios, Don Quijote nunca recibe agua en todo el cuerpo y tampoco Sancho Panza. Ahora bien, lo enigmático es que él se considera una persona limpia y aconseja a Sancho cuando ha sido nombrado gobernador de la ínsula Barataria que:

"En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si aquel escrementoy añadidura que se dejan de cortarfuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero, puerco y extraordinario abuso".

(Segunda parte, XLIII: 1062).

Esto se aclara cuando conocemos la relación entre el agua y el aseo personal en la época de Cervantes. A partir del siglo XVI y en la primera mitad del siglo XVII se dieron varias situaciones que proscribieron el baño corporal. La primera tiene un origen médico. Con la recurrencia de las epidemias de peste bubónica y la aparición de la grave epidemia del mal de bubas (sífilis), surgió la hipótesis de que los miasmas, que iban mezclados con el aire pútrido, podían penetrar de manera más fácil en los poros abiertos de la piel por el contacto con el agua caliente o templada11. Además, la nueva teoría de las "semillas contaminantes" de Fracastoro fue divulgada por autoridades médicas como Francisco Franco en su Libro de las enfermedades contagiosas (1569) y Luis Mercado en el Libro en que se trata con claridad de la naturaleza, causas, providencia, y verdadero orden y modo de curar las enfermedad vulgar, y peste que en estos años se ha divulgado por toda España (1599).

Entonces, la introducción de la teoría de las semillas del contagio de Fracastoro12 se combinó con las viejas teorías medievales hipocrático-galénicas del miasma y sus aires pútridos generando pánico en la antigua costumbre del baño corporal. Esto se refleja también en la mayoría de los regimientos de salud mencionados, que se apartaron de las indicaciones de Galeno de los baños prolongados y en aguas termales como excelente evacuante de los humores corrompidos y proscribieron su uso de las practicas higiénicas. Estas advertencias médicas se difundieron en las sociedades de toda Europa y explican la desaparición de los baños públicos en las grandes ciudades, la cual fue una costumbre popular durante el siglo XV.

Sin embargo, la prohibición del baño corporal tuvo otras razones culturales en España, que la convirtieron en la nación europea más estricta en el rechazo del lavado con agua como elemento higiénico. La contrarreforma religiosa incidió en el cierre de los baños públicos de Madrid, Sevilla y Barcelona al denunciar que allí se ejercía la prostitución. Aunque el motivo real era más profundo: la Inquisición consideró que el baño del cuerpo y otros costumbres del aseo personal eran prácticas islámicas heréticas que los moriscos españoles persistían en continuar, a pesar de su condicion de conversos y cristianos nuevos. De hecho, una diferencia entre los cristianos viejos de sangre pura y los cristianos nuevos de ancestros judíos o árabes era la apetencia por el baño y la higiene.

La Pragmática de 1567 prohibió construir nuevos baños públicos en el Reino de Granada, ordenó la destrucción de los existentes y tambien invitó a los ciudadanos a denunciar a los vecinos que tuvieran baños privados o fueran a los ríos a darse un chapuzón. Como refiere la investigadora María José Ruiz Somavilla:

"Las prácticas higiénicas habituales "eran aducidas como grave testimonio de apostasía" [...] Si las prohibiciones parecían no adentrarse mucho en las prácticas corporales, la realidad no iba paralela a ellas. En los Edictos de Fe de la Inquisición se incluyeron listas muy detalladas de costumbres moriscas, de manera que todo aquel que pudiese imaginar que su vecino o alguien conocido realizaba prácticas que se pudiese pensar que estaban relacionadas con lo prohibido, tenía obligación de denunciarlo. Esto condujo a que, en la segunda mitad de siglo, los procesos motivados por baños y lavados fueran frecuentes en el tribunal de la Inquisición. En 1560 tuvo lugar un proceso en el que se castigó a una mujer por haberse "lavado en baño particular. Estos baños y lavatorios hacen las moriscas en sus casas, lavándose todo el cuerpo, que en efecto es hacer guado". Los inquisidores empezaron a creer que los rituales de lavado moriscos no se daban tanto en los baños públicos como en los privados. En la carta del inquisidor Beltrán a la Suprema, Guerrero, arzobispo de Granada, a la vuelta de Trento en 1563, se quejó al Papa de los moriscos. Para él, sus fieles eran cristianos sólo de nombre. El Papa envió un mensaje a Felipe II por el cual, Guerrero convocaría dos años más tarde un Concilio en su diócesis. El resultado fue la pragmática publicada en 1567 en la que la radicalización era ya evidente"13.

Además, existe una tercera razón para la satanización del baño corporal en la España cervantina. Autores como Alonso Díez Daza en su Libros de los provechos y daños que provienen con la sola bebida del agua: como se deba escoger la mejor y rectificar lo que no es tal, y como se ha de beber frío en tiempo de calor sin que haga daño (1576), sostenía una antigua creencia que venía de la época de Alfonso VI (siglo XI): el baño corporal y las diversas prácticas higiénicas le quitaban el valor a los soldados e incluso hacía blandos, lujuriosos y feminoides a los hombres.

Entonces, se entiende el por qué Don Quijote y Sancho Panza nunca se bañaron el cuerpo: eran hombres, cristianos viejos y no querían enfermar de pestes tan graves como las que tuvo que sufrir España en este tiempo. Además, al ser Don Quijote un andante caballero guerrero no podía correr el riesgo de perder su coraje y hombría, que demostró con suficiencia en las inumerables batallas contra gigantes, molinos, endriagos y otros malandrines.

Don Quijote se considera limpio y pulcro debido a que respetaba las costumbres usuales de su condición de hidalgo pobre: el baño de las manos antes y después de las comidas, el enguaje de la boca con agua fría y la utilización del mondadientes después de la ingesta de alimentos. Estos episodios de aseo están referidos en los siguientes fragmentos de la obra:

"Vistióse don Quijote, púsose su tahalí con su espada, echóse el mantón de escarlata a cuestas, púsose una montera de raso verde que las doncellas le dieron, y con este adorno salió a la gran sala, adonde halló a las doncellas puestas en ala, tantas a una parte como a otra, y todas con aderezo de darle aguamanos, la cual le dieron con muchas reverencias y ceremonias".

(Segunda parte, XXXI: 966).

"Cuenta la historia que desde el juzgado llevaron a Sancho Panza a un suntuoso palacio, adonde en una gran sala estaba puesta una real y limpísima mesa; y así como Sancho entró en la sala, sonaron chirimías, y salieron cuatro pajes a darle aguamanos, que Sancho recibió con mucha gravedad".

(Segunda parte, XLVII: 1096).

"Al polvo y al cansancio que don Quijote y Sancho sacaron del descomedimiento de los toros socorrió una fuente clara y limpia que entre una fresca arboleda hallaron, en el margen de la cual, dejando libres sin jáquima y freno al rucio y a Rocinante, los dos asendereados amo y mozo se sentaron. Acudió Sancho a la repostería de sus alforjas y dellas sacó de lo que él solía llamar condumio; enjuagóse la boca, lavóse don Quijote el rostro, con cuyo refrigerio cobraron aliento los espíritus desalentados".

(Segunda parte, LIX: 1209).

"¿Y, después de la comida acabada y las mesas alzadas, quedarse el caballero recostado sobre la silla, y quizá mondándose los dientes, como es costumbre".

(Primera parte, L: 625).

"Y prosiguió: "¡Miserable del bien nacido que va dando pistos a su honra, comiendo mal y a puerta cerrada, haciendo hipócrita al palillo de dientes con que sale a la calle después de no haber comido cosa que le obligue a limpiárselos".

(Segunda parte, XLIIII: 1076).

El "aguamanos", como refiere la nota explicativa de Francisco Rico, era el "conjunto de piezas -jarra o aguamanil, palangana y toalla- para lavarse las manos (Segunda parte, XXXI: 966). Sancho también recibe el honor del aguamanos en su nueva condición de gobernador de Barataria. La voz que nos recuerda que el palillo de dientes servía para disimular la pobreza y el hambre de los hidalgos es la del mismo Cide Benengeli y aquí se evoca un tema popular de la literatura del siglo de oro, cuya primera alusión aparece ya en la famosa novela picaresca del Lazarillo de Tormes (1554).

El aseo personal y las costumbres higiénicas estaban bien codificadas en la jerarquía social de la nación. Por ello, hay que entender los siguientes episodios como una burla clasista en el palacio de los duques hacia sus invitados Don Quijote y Sancho Panza:

"Finalmente, don Quijote se sosegó, y la comida se acabó, y en levantando los manteles, llegaron cuatro doncellas, la una con una fuente de plata, y la otra con un aguamanil, asimismo de plata, y la otra con dos blanquísimas y riquísimas toallas al hombro, y la cuarta descubiertos los brazos hasta la mitad, y en sus blancas manos (que sin duda eran blancas), una redonda pella de jabón napolitano. Llegó la de la fuente, y con gentil donaire y desenvoltura encajó la fuente debajo de la barba de don Quijote; el cual, sin hablar palabra, admirado de semejante ceremonia, creyendo que debía ser usanza de aquella tierra, en lugar de las manos, lavar las barbas; y así, tendió la suya todo cuanto pudo, y al mismo punto comenzó a llover el aguamanil, y la doncella del jabón le manoseó las barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras, no sólo por las barbas, mas por todo el rostro y por los ojos del obediente caballero; tanto, que se los hicieron cerrar por fuerza. El Duque y la Duquesa, que de nada desto eran sabidores, estaban esperando en qué había de parar tan extraordinario lavatorio. La doncella barbera, cuando le tuvo con un palmo de jabonadura, fingió que se le había acabado el agua, y mandó a la del aguamanil fuese por ella; que el señor don Quijote esperaría. Hízolo así, y quedó don Quijote con la más extraña figura y más para hacer reír que se pudiera imaginar.

Mirábanle todos los que presentes estaban, que eran muchos, y como le veían con media vara de cuello, más que medianamente moreno, los ojos cerrados y las barbas llenas de jabón, fue gran maravilla y mucha discreción poder disimular la risa; las doncellas de la burla tenían los ojos bajos, sin osar mirar a sus señores; a ellos les retozaba la cólera y la risa en el cuerpo, y no sabían a qué acudir: o a castigar el atrevimiento de las muchachas, o darles premio por el gusto que recibían de ver a don Quijote de aquella suerte. Finalmente, la doncella del aguamanil vino, y acabaron de lavar a don Quijote, y luego la que traía las toallas le limpió y le enjugó muy reposadamente; y haciéndole todas cuatro a la par una grande y profunda inclinación y reverencia, se querían ir; pero el Duque, porque don Quijote no cayese en la burla, llamó a la doncella de la fuente, diciéndole: -Venidy lavadme a mí, y mirad que no se os acabe el agua.

La muchacha, aguda y diligente, llegó y puso la fuente al Duque como a don Quijote, y dándose prisa, le lavaron y jabonaron muy bien, y dejándole enjuto y limpio, haciendo reverencias se fueron. Después se supo que había jurado el Duque que si a él no le lavaran como a don Quijote, había de castigar su desenvoltura; lo cual habían enmendado discretamente con haberle a él jabonado".

(Segunda parte, XXXII: 975-977).

"Estaba atento Sancho a las ceremonias de aquel lavatorio, y dijo entre sí:

-¡Válame Dios! ¿Si será también usanza en esta tierra lavar las barbas a los escuderos como a los caballeros? Porque en Dios y en mi ánima que lo he bien menester, y aun que si me las rapasen a navaja, lo tendría a más beneficio.

-¿Qué decís entre vos, Sancho? -preguntó la duquesa.

-Digo, señora -respondió él-, que en las cortes de los otros príncipes siempre he oído decir que en levantando los manteles dan agua a las manos, pero no lejía a las barbas, y que por eso es bueno vivir mucho, por ver mucho; aunque también dicen que «el que larga vida vive mucho mal ha de pasar», puesto que pasar por un lavatorio de estos antes es gusto que trabajo.

-No tengáis pena, amigo Sancho -dijo la duquesa-, que yo haré que mis doncellas os laven, y aun os metan en colada, si fuere menester.

-Con las barbas me contento -respondió Sancho-, por ahora a lo menos, que andando el tiempo Dios dijo lo que será [...].

-No quiere este señor dejarse lavar la barba, como es usanza, y como se la lavó el duque mi señor y el señor su amo.

-Sí quiero -respondió Sancho con mucha cólera-, pero querría que fuese con toallas más limpias, con lejía más clara y con manos no tan sucias; que no hay tanta diferencia de mí a mi amo, que a él le laven con agua de ángeles y a mí con lejía de diablos. Las usanzas de las tierras y de los palacios de los príncipes tanto son buenas cuanto no dan pesadumbre; pero la costumbre del lavatorio que aquí se usa peor es que de diciplinantes. Yo estoy limpio de barbas y no tengo necesidad de semejantes refrigerios; y el que se llegare a lavarme ni a tocarme a un pelo de la cabeza, digo, de mi barba, hablando con el debido acatamiento, le daré tal puñada, que le deje el puño engastado en los cascos, que estas tales cirimonia y jabonaduras más parecen burlas que gasajos de huéspedes. [...].

Cogióle la razón de la boca Sancho, y prosiguió diciendo:

-¡No, sino lléguense a hacer burla del mostrenco, que así lo sufriré como ahora es de noche! Traigan aquí un peine, o lo que quisieren, y almohácenme estas barbas; y si sacaren dellas cosa que ofenda a la limpieza, que me trasquilen a cruces.

A esta sazón, sin dejar la risa, dijo la duquesa:

-Sancho Panza tiene razón en todo cuanto ha dicho, y la tendrá en todo cuanto dijere: él es limpio, y, como él dice, no tiene necesidad de lavarse; y si nuestra usanza no le contenta, su alma en su palma, cuanto más que vosotros, ministros de la limpieza, habéis andado demasiadamente de remisos y descuidados, y no sé si diga atrevidos, a traer a tal personaje y a tales barbas, en lugar de fuentes y aguamaniles de oro puro y de alemanas toallas, artesillas y dornajos de palo y rodillas de aparadores; pero, en fin, sois malos y mal nacidos, y no podéis dejar, como malandrines que sois, de mostrar la ojeriza que tenéis con los escuderos de los andantes caballeros".

(Segunda parte, XXXII: 984-986).

Aunque autores como Ullman14 y Salazar Rincón15 han visto este episodio como una sátira política y velada a la obsesión por la "limpieza de la sangre", ellos han tomado los hechos descritos como una simple analogía. Ayala16) y Grilli11 han referido que era una broma conocida en la sociedad del siglo XVII. En mi concepto los detalles del acontecimiento deben ser entendidos más a la luz de una burla clasista, con relación a las costumbres higiénicas de su tiempo. La sorpresa de Don Quijote cuando llevan la fuente de agua y comienzan a enjabonarle la barba es muy grande, pero piensa que pueda ser una práctica de la alta nobleza y esto parece corroborarlo la "pella del jabón napolitano" con que es refregado. En efecto, este jabón era representativo de la aristocracia y se componía de una mezcla de leche de adormidera, almendras amargas, leche de cabras, salvado de trigo y tuetano de ciervo y azúcar18. Solo se usaba en ocasiones muy especiales para limpiar la cara de las mujeres y en los hombres se empleaba en eventos únicos como el día de una boda, o una ceremonia funeraria importante.

La risa nerviosa contenida de los sirvientes y los duques cuando lo observan untado de jabón y con los ojos cerrados se explica porque la situación podría ser peligrosa si Don Quijote sospecha de una burla. El dejarse tocar y mojar las barbas para un hidalgo era una gran afrenta contra su honra y virilidad. Quizá, por ello, el duque pide que le hagan lo mismo, para disipar cualquier duda en Don Quijote. De otro lado, la reacción de Sancho Panza es muy interesante. Como un miembro de la plebe su habitual contacto con la higiene es casi inexistente, pero al ver la calidad del jabón se antoja de tener la experiencia. Su rabia justificada radica en el intento cruel de lavarle las barbas con "lejía de diablos" y no con "agua de ángeles" como piensa que lo hicieron con su Señor. La lejía era un jabón barato y nada oloroso que se empleaba para lavar la ropa blanca muy curtida por la mugre. El "agua de ángeles" era una loción perfumada elaborada con más de treinta ingredientes, que incluía el ámbar, aroma que simbolizaba el refinamiento de la alta nobleza. Se usaba empapando una toalla, la cual se pasaba y masajeaba por el rostro y los cabellos al levantarse la persona.

La duquesa trata de calmarlo y pasa desapercibida su expresión anterior hacia él de "yo haré que mis doncellas os laven, y aun os metan en colada, si fuese menester". Sancho dice que no es necesario y que basta las barbas. En realidad la expresión "echar en colada" significaba cuando alguien estaba tan sucio y mal oliente que requería de ser lavado. Sebastián Covarrubias, en el Tesoro de la lengua castellana o española, refiere que: "al que no viene limpio dezimos, que le pueden echar en colada"19. Al final Sancho está irancundo y afirma su pulcritud y reta a que si de sus barbas "sacaren dellas cosa que ofenda a la limpieza, que me trasquilen a cruces". A lo que se está refiriendo Sancho es a que en su barba no encontrarán restos de comida, liendras o piojos, porque insinúa que él como Don Quijote, se limpiaban de manera manual los pelos.

La burla de este episodio es clasista debido a que la diferencia esencial entre las prácticas de aseo de la alta nobleza, los hidalgos y el pueblo llano radicaba en el uso de los perfumes, los jabones aromáticos y la limpieza de la ropa interior. De ahí la presencia del "jabón napolitano" que entusiasmó al caballero y su escudero. No obstante, el agua asociada a la limpieza estaba abolida casi en su totalidad en todas las clases sociales de la España cervantina. Nadie se bañaba el cuerpo y el agua en el rostro fue disminuyendo a raíz de teorías médicas provenientes de Francia, que asociaban el lavado de la cara y la pérdida de la visión20.

El aseo era seco y la diferencia social de la higiene radicaba en los olores, que se apreciaban o juzgaban en las mujeres y no tanto en los hombres, a no ser que la hediondez superara el límite de la acritud tolerada. De allí los fragmentos de la obra en la que se hace alusión al mal olor corporal o el mal aliento de ciertas mujeres del pueblo y del campo, en comparación con las damas de alta alcurnia. Señalemos los episodios.

Don Quijote está acostado y entra la posadera Maritornes a buscar al arriero, pero el caballero de la triste figura la atrapa entre dormido al pasar por su lecho:

"Tentóle luego la camisa, y, aunque ella era de arpillera, a él le pareció ser de finísimo y delgado cendal. Traía en las muñecas unas cuentas de vidro, pero a él le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales. Los cabellos, que en alguna manera tiraban a crines, él los marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mesmo sol escurecía; y el aliento, que sin duda alguna olía a ensalada fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático; y, finalmente, él la pintó en su imaginación, de la misma traza y modo, lo que había leído en sus libros de la otra princesa que vino a ver el malferido caballero vencida de sus amores, con todos los adornos que aquí van puestos. Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto ni el aliento ni otras cosas que traía en sí la buena doncella no le desengañaban, las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera arriero; antes le parecía que tenía entre sus brazos a la diosa de la hermosura".

(Primera parte, XVI: 188-189).

Sancho Panza le está contando a Don Quijote de su encuentro con Dulcinea del Toboso, que sabemos los lectores que es un embuste del escudero.

"Pero no me negarás, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a dalle nombre? Digo, ¿un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero?

-Lo que sé decir -dijo Sancho- es que sentí un olorcillo algo hombruno, y debía de ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa.

-No sería eso -respondió don Quijote-, sino que tú debías de estar romadizado, o te debiste de oler a ti mismo, porque yo sé bien a lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído. -Todo puede ser -respondió Sancho-, que muchas veces sale de mí aquel olor que entonces me pareció que salía de su merced de la señora Dulcinea; pero no hay de qué maravillarse, que un diablo parece a otro".

(Primera parte, XXX: 393-394).

Don Quijote cuenta a los duques que los encantadores transformaron a su Dulcinea en una labradora:

"halléla encantada y convertida de princesa en labradora, de hermosa en fea, de ángel en diablo, de olorosa en pestífera, de bien hablada en rústica, de reposada en brincadora, de luz en tinieblas, y, finalmente, de Dulcinea del Toboso en una villana de Sayago".

(Segunda parte, XXXII: 979).

Doña Rodriguez le dice a Don Quijote que:

"Porque quiero que sepa vuesa merced, señor mío, que no es todo oro lo que reluce, porque esta Altisidorilla tiene más de presunción que de hermosura, y más de desenvuelta que de recogida, además que no está muy sana, que tiene un cierto aliento cansado, que no hay sufrir el estar junto a ella un momento".

(Segunda parte, XLVIII: 1115).

El olor "hombruno" y la piel correosa (sudorosa y mezclada con polvo) era de labradoras y pastoras, porque tenían que trabajar a la par con los hombres. La halitosis en las mujeres distinguía muy bien la clase social, porque las damas de la nobleza enjuagaban su boca con agua perfumada y también utilizaban los perfumes en el cuello, las axilas y las manos. El aliento "cansado" de Altisodora, aparente enamorada del Quijote por ordenes de la duquesa es todavía más significativo. La expresión "cansado" aludía a un tipo de halitosis más penetrante que lo usual y se entendía como un síntoma de enfermedad. Debió ser tan frecuente e importante este signo clínico que el famoso médico Francisco de Villalobos describe, en su obra El Sumario de la medicina, con un tratado sobre las pestiferas bubas, lo siguiente:

Las causas de aver en la boca hedor Es dientes o enzías podrido o dañado o haber en el estómago pútrido humor o hacello llaga o dañado calor. o de las narices se ha participado: Cuando es de otro miembro, curalde primero. Pero si estuviere la enzía podrida, Sangrar y purgar el humor por entero; Si es diente dañado, arrancalle, y postrero Lavar con pelite en vinagre hervida21.

La patología dentaria debió ser muy común, pues aunque el enguaje de la boca después de comer y el uso del palillo de dientes para extraer los restos alimenticios eran costumbres asimiladas por todos, no se había incorporado el lavado de los dientes. Miguel de Cervantes nos cuenta en el prólogo de sus Novelas ejemplares (1613) que tenía "la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros"22. De allí el valor supremo que le da Don Quijote a su dentadura y la tristeza cuando pierde varias piezas por las pedradas que le arrojan los pastores y ganaderos (Primera parte, XVIII). Basta recordar la importancia que tuvo para él sus piezas dentales, cuando le dice con pesadumbre a Sancho: "la boca sin muelas es como un molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante" (Primera parte, XVIII: 216).

Ahora bien, cuando Don Quijote dice a los duques que la Dulcinea encantada pasó "de olorosa en pestífera" está describiendo un vínculo que fue fundamental en la creencia de su época para la prevención de la peste. Los perfumes en el cuerpo, los polvos olorosos en el cabello, las pastillas y los enjuagues bucales aromáticos no solo eran asociados al refinamiento social, sino que se convirtieron en medidas de salud pública. Se pensaba que de esta manera se evitaba que los efluvios putrefactos de los aires miasmáticos penetraran al cuerpo. Sustancias como el benjui, la mirra, el estoraque, el almizcle, el palo de rosa, la algalia y el ámbar eran los componentes principales de los productos perfumados. El aroma preferido de Don Quijote es el ámbar y por ello es mencionado en la novela en once ocasiones diferentes.

De todos modos, el costo económico de estas sustancias impedía que la mayoría de la población lo pudiera obtener. Entonces, se usaban sustitutos más baratos para prevenir la peste como el vinagre, la cebolla y el ajo. En este contexto es que se entiende mejor el consejo de Don Quijote a Sancho cuando vaya a posesionarse de gobernador: "No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería" (Segunda parte, XLIII: 1063). Es decir, solo los villanos tenian aliento a ajo y cebollas, porque los caballeros se cuidaban en usar las pastillas o los enjuagues aromáticos.

La alta morbilidad y mortalidad de los brotes de peste se ensañó con la población más pobre y menesterosa23. Por ello, en plena contrarreforma católica las masas de mendigos y vagabundos que deambulaban por ciudades y pueblos comenzaron a ser rechazados, pues fueron vistos como focos de la diseminación de la pestilencia. Además, incluso en España, el "espíritu de la Reforma protestante influyó en toda la Europa renacentista para transformar a los menesterosos en vagabundos peligrosos, que no debían recibir limosnas de la caridad cristiana, sino correctivos severos"24.

La frecuencia y severidad de las epidemias de peste bubónica, tabardillo (tifo) y garrotillo (tifoidea) tienen una obvia explicación contemporánea en la infestación de los vectores causales entre la población de todas las clases sociales, porque ya vimos que no usaban el agua como elemento de higiene y aseo personal. La novela cervantina abunda en la presencia de pulgas, piojos, garrapatas, ácaros y otros ectoparasites25, pero basta mencionar acá un solo comentario de Don Quijote a Sancho Panza para dimensionar la masiva presencia de ellos en su tiempo. En el capítulo ya referido en que se suben al barco y están navegando por el río Ebro, Sancho tiene miedo y piensa que van a dar al mar abierto. Don Quijote, que demuestra gran conocimiento de geografía y astronomía, le explica:

"-Sabrás, Sancho, que los españoles y los que se embarcan en Cádiz para ir a las Indias Orientales, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinocial que te he dicho es que a todos los que van en el navío se les mueren los piojos, sin que les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallarán, si le pesan a oro; y así, puedes, Sancho, pasear una mano por un muslo, y si topares cosa viva, saldremos desta duda; y si no, pasado habemos".

(Segunda parte, XXIX: 951).

Es decir, tanto ellos como el resto de habitantes tenían piojos y era una situación normal para su tiempo. ¿Cómo explicar que los médicos no establecieran un nexo entre la suciedad corporal y la presencia de estos? De nuevo, la comprensión de las teorías médicas de su época evitan el prejuicio del anacronismo. Se pensaba que los humores corrompidos del cuerpo y que salían de manera espontánea a través de las secreciones naturales y la transpiración engendraban los "bichos". Los médicos y los ciudadanos creían que los piojos y las pulgas "nacían" por generación espontánea del interior de los cuerpos humanos, a partir del exceso y la putrefacción de los humores. La suciedad externa no tenía una relación causal con los insectos que infestaban las casas, las ropas y los cuerpos de las personas. La manera de combatirlos era tomando medidas dietéticas alimenticias y hacer purgas para limitar y controlar los humores. Como señala Georges Vigarello:

"Limitación y control de los humores. Por lo demás, este medio corresponde a los innumerables regímenes que son la base de los tratados de higiene hasta el siglo XVII: vigilar la comida, porque de ella depende todo lo que toca al cuerpo. Al determinar los humores y sus cualidades, su composición determina lo que es sano. Variarla es tratar, una vez más, de los parásitos, interviniendo en su origen: «Los cuerpos caquécticos tienen abundantes humores ácidos, tienen fácilmente numerosos animalitos como éstos. De lo que se deduce que para curar bien las comezones que se derivan de ellos habria que purgar esta caquexia por medio de medicinas propicias». Purgar, claro, pero también comprobar. Hay que evitar los alimentos que acumulan el ácido y las viscosidades al descomponerse y todos aquellos que hacen correr el riesgo de que aumente la transpiración"26.

Las menciones al mal olor de los hombres son más escasas en la novela que las de las mujeres, porque ya vimos que la concepción de virilidad implicaba una mayor aceptación social de su fetidez natural. De allí que es importante y llamativo cuando se asocia el hedor extremo al mal y lo demoníaco. Pienso que en estos fragmentos aparece en el trasfondo la voz de Cervantes, que según las últimas interpretaciones que hizo el gran intelectual Américo Castro21, era en realidad un "cristiano nuevo". Es decir, que varios de sus antepasados maternos y paternos, que fueron médicos o cirujanos, eran judios. Los cristianos viejos, como ya mencionamos, se ufanaban de no tener ningún contacto con el agua, porque la auténtica limpieza era la de la sangre pura, libre de herencias judias y moriscas. Por tanto, la hediondez era más notoria en los cristianos viejos y quizá de ahí surge la asociación sarcástica de Don Quijote, de catalogar, en forma implicita, de demonios a estos individuos fanáticos que persiguieron sin piedad a los conversos e incrementaron las víctimas de la Inquisición quemadas en la hoguera. Cito, a continuación, el mejor ejemplo que se encuentra en la obra, suceptible de ser entendido con la alegoría propuesta.

"-Par Dios, señor -replicó Sancho-, ya yo los he tocado, y este diablo que aquí anda tan solícito es rollizo de carnes y tiene otra propiedad muy diferente de la que yo he oído decir que tienen los demonios; porque, según se dice, todos huelen a piedra azufre y a otros malos olores, pero este huele a ámbar de media legua. Decía esto Sancho por don Fernando, que, como tan señor, debía de oler a lo que Sancho decía. -No te maravilles deso, Sancho amigo -respondió don Quijote-, porque te hago saber que los diablos saben mucho, y, puesto que traigan olores consigo, ellos no huelen nada, porque son espíritus, y si huelen, no pueden oler cosas buenas, sino malas y hidiondas. Y la razón es que como ellos dondequiera que están traen el infierno consigo y no pueden recebir género de alivio alguno en sus tormentos, y el buen olor sea cosa que deleita y contenta, no es posible que ellos huelan cosa buena. Y si a ti te parece que ese demonio que dices huele a ámbar, o tú te engañas o él quiere engañarte con hacer que no le tengas por demonio".

(Primera parte, XLVII: 591-592).

Queda claro que Don Quijote y Sancho Panza cumplieron con las prácticas higiénicas de su tiempo y de su condición social. Ahora bien, quizá el caballero de la triste figura añoraba otras costumbres de aseo, al igual que deseaba instaurar de nuevo el arcaico reino de la justicia aprendido en las novelas de caballeria y el amor cortés de los trovadores medievales. De allí que es muy significativo el fragmento del capítulo titulado De las discretas altercaciones que don Quijote y el canónigo tuvieron, con otros sucesos, en la que él se imagina como los héroes de ficción de las novelas que amaba y confundió con su realidad.

"¿Y hay más que ver, después de haber visto esto, que ver salir por la puerta del castillo un buen número de doncellas, cuyos galanos y vistosos trajes, si yo me pusiese ahora a decirlos como las historias nos los cuentan, sería nunca acabar, y tomar luego la que parecía principal de todas por la mano al atrevido caballero que se arrojó en el ferviente lago, y llevarle, sin hablarle palabra, dentro del rico alcázar o castillo, y hacerle desnudar como su madre le parió, y bañarle con templadas aguas, y luego untarle todo con olorosos ungüentos y vestirle una camisa de cendal delgadísimo, toda olorosa y perfumada, y acudir otra doncella y echarle un mantón sobre los hombros, que, por lo menos menos, dicen que suele valer una ciudad, y aun más? ¿Qué es ver, pues, cuando nos cuentan que tras todo esto le llevan a otra sala, donde halla puestas las mesas con tanto concierto, que queda suspenso y admirado? ¿Qué el verle echar agua a manos, toda de ámbar y de olorosas flores distilada? ¿Qué el hacerle sentar sobre una silla de marfil? ¿Qué verle servir todas las doncellas, guardando un maravilloso silencio? ¿Qué el traerle tanta diferencia de manjares, tan sabrosamente guisados, que no sabe el apetito a cuál deba de alargar la mano? ¿Cuál será oír la música que en tanto que come suena sin saberse quién la canta ni adonde suena? ¿Y, después de la comida acabada y las mesas alzadas, quedarse el caballero recostado sobre la silla, y quizá mondándose los dientes, como es costumbre, entrar a deshora por la puerta de la sala otra mucho más hermosa doncella que ninguna de las primeras, y sentarse al lado del caballero y comenzar a darle cuenta de qué castillo es aquel y de cómo ella está encantada en él, con otras cosas que suspenden al caballero y admiran a los leyentes que van leyendo su historia?"

(Primera parte, L: 624-625).

Este es el único episodio de la extensa novela en la que Don Quijote de La Mancha se da un baño completo del cuerpo en la imaginación, pero el lector percibe en sus palabras la alegría y el placer tangible de esa posibilidad, más allá de que el pasaje cervantino pueda estar inspirado en el Libro del Cavallero Zifar28 y en el Decamerón de Boccaccio29.

Referencias

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Forma de citar: Mejia Rivera O. Salud y Prácticas higiénicas en el Quijote: el baño corporal, el aseo personal, la limpieza y los olores. Salud UIS. 2023; 55: e23025. doi: https://doi.org/10.18273/saluduis.55.e:23025

Recibido: 26 de Octubre de 2022; Aprobado: 24 de Diciembre de 2022

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