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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.23 Bogotá ene./jun. 2002

 

NIETO OLARTE, Mauricio,

Remedios para el Imperio. Historia natural y la apropiación del Nuevo Mundo, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2000, 279 pp.


Néstor Miranda Canal

Profesor de Historia de las Ciencias (Departamento de Historia, Universidad de los Andes) y de Historia de la Medicina (Facultad de Medicina, Universidad El Bosque).


Este libro de Mauricio Nieto, profesor y ex-Director del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, recoge lo fundamental de su trabajo de doctorado en el Imperial College de la Universidad de Londres, llevado a cabo en la primera mitad de la década de los años 1990. Aborda, en el contexto de las políticas imperiales de la España del siglo XVIII –la de la "Ilustración insuficiente", en términos de Eduardo Subirats 1.-, el papel que las ciencias (particularmente la botánica y la medicina) jugaron en la "apropiación" de estas nuestras tierras americanas por parte de ese imperio, se detiene en lo que se relaciona con las plantas medicinales, en particular la quina, y estudia de manera especialmente crítica uno de los mitos fundadores de la historia de nuestras tradiciones científicas, el del médico José Celestino Mutis y algunos de sus discípulos criollos.

Desde la Introducción del libro, Nieto destapa sus "cartas" metodológicas y teóricas. Se derivan de su lectura de autores de lo que globalmente yo llamaría, en aras de la brevedad, los Estudios Sociales de la Ciencia (SSS, en inglés), que engloban a una grupo numeroso y diverso de sociólogos, etnólogos, filósofos, científicos y hasta historiadores. Todos ellos, y desde diferentes ópticas, se han propuesto desmontar la ciencia mostrando cómo este tipo de conocimiento –que constituye un elemento central de la racionalidad occidental- es cuestionable (o por lo menos examinable) en sus pretensiones de absoluta objetividad y universalidad. Plantean que, como otras clases de representaciones del mundo, la ciencia responde a intereses económicos, políticos e ideológicos y está sometida a procesos de negociación en lo que se refiere a su "construcción" y "legitimación" social. Allí son citados nombres no muy conocidos en nuestros medios académicos, como Mary Louis Pratt, Anthony Padgen, Peter Bowler, Barry Barnes, Bruno Latour, Michel Callon, David Mackay, entre otros. Unos de estos estudiosos, Roy Macleod, nos declara sus radicales intenciones en un epígrafe que encabeza el último capítulo de este libro: "El punto no es el papel de la ciencia en la historia imperial, sino la ciencia misma como historia imperial" (p. 235).

El autor maneja una bibliografía secundaria básica sobre la ciencia de la época en España y sus colonias y sobre los contextos sociales y políticos de la España de los Borbones. Se apoya, desde el punto de vista de la documentación primaria, en el Archivo del Real Jardín Botánico de Madrid, donde se encuentran, entre otros muchos, documentos originales correspondientes a las Reales Expediciones Botánicas españolas (la de Hipólito Ruiz y José Pavón en Perú y Chile, y la de José Celestino Mutis en la Nueva Granada), sobre las cuales centra su atención el autor. La interacción entre las orientaciones metodológicas y teóricas y la documentación primaria y secundaria, le permite a Nieto elaborar una visión fundamentalmente crítica y desmitificadora de los temas y las figuras tratadas. Sana y conveniente labor en una país de próceres y precursores que nunca se cumplen y en un campo –como el de la ciencia- repleto de héroes y mártires convertidos en estatuas. Una visión que, en definitiva y afortunadamente, no sería conveniente para publicar con motivo de las efemérides celebradas a la colombiana, en la tradición de las exaltaciones hagiográficas y de dudosa intencionalidad 2.

Esta visión se despliega a lo largo de los cinco capítulos que conforman la obra comentada, sin que el lector la perciba como una camisa de fuerza, gracias a la libertad y flexibilidad con las cuales se maneja el autor. Aquí se ponen en entredicho algunos de "los supuestos comunes existentes en la literatura sobre las expediciones españolas" –y sobre muchos otros aspectos de la historia de las ciencias-, tales como las nociones de "descubrimiento" ("entendido como el hallazgo de algo que ya existía pero no se conocía"), la diferenciación entre aspectos internos y aspectos externos de la ciencia (la superada discusión internalismo/externalismo) y la idea sobre el carácter progresivo y políticamente neutral del conocimiento científico. Como contrapartida, se postula que los tales descubrimientos, que en los campos de la botánica y la medicina realizaron aquí los españoles, son, además de investigaciones dirigidas por la sacrosanta autoridad de Linneo y otros naturalistas europeos, procesos de "legitimación" (vale decir, negociaciones entre metropolitanos) y "traducción" (en los cuales estaban involucrados los nativos, sin mayor reconocimiento). También se demuestra que los llamados "factores externos" de la ciencia suelen mezclarse de manera inextricable y compleja con los "factores internos" y que la ciencia de esa época –como la de todos los tiempos-no siempre es progresiva ni políticamente neutral. Más aún, en este caso de la expediciones españolas, sus rotulaciones, nomenclaturas y taxonomías, en relación con la variedad de la flora de nuestros países, son funcionales con los propósitos de la colonización, además de satisfacer apetitos comerciales estatales y privados. Este clima "científico" se expresa puntualmente en el capítulo dedicado a las luchas alrededor de las quinas de Perú y Nueva Granada, titulado "la condesa, los jesuitas, el cardenal, el demonio, linneo y sus polvos" (así en minúsculas, pp. 183-232), en el cual, además, se pone en tela de juicio el concepto de "descubrimiento" en la ciencia, muy similar, por cierto, al de descubrimiento geográfico diseñado por los europeos: antes de ellos no existía nada por esta tierras.

Luego de un primer capítulo centrado en las condiciones sociales y políticas de la España del siglo XVIII y en los antecedentes de las expediciones europeas y españolas de esa época, el segundo capítulo del libro se dedica al papel activo que tuvo, en los procesos de apropiación del Nuevo Mundo, el trabajo de los botánicos, desde la recolección de los especímenes hasta la edición y difusión de las láminas que representaban tales especímenes. En este asunto, el énfasis está puesto en el papel activo (pero dirigido desde los "centros") que los ilustradores cumplieron en la "traducción" del mundo natural americano a las dos dimensiones del papel, con miras a inscribir este nuevo conocimiento en las "redes" de la ciencia occidental –en este caso la botánica-, cuyo centro legitimador estaba en los laboratorios, jardines y museos de Europa (con un punto de referencia de primera importancia, para nuestro caso, en el Real Jardín Botánico de Madrid) y un "sol *copernicano" (*o coperniciano) en Suecia: Linneo y su sistema binario de clasificación. En este sentido, Casimiro Gómez Ortega, a la sazón director del jardín madrileño, era explícito en las instrucciones (mandatos) a los pintores y botánicos de las expediciones reales. A los primeros, les señalaba que debían "dibujar únicamente lo que ha sido precisamente determinado por los botánicos, y trabajar siempre bajo su supervisión, siguiendo obedientemente sus instrucciones, y tener cuidado especial en dibujar aquellas partes que el botánico pueda considerar importantes para el conocimiento y reconocimiento de las plantas; y a veces, si es necesario, representar separadamente y en mayor tamaño esas partes" (p. 71). A los segundos, les remachaba que "la definición y descripción de cada planta seguirá los ya universalmente reconocidos principios y normas linneanos" (p. 111). Cumplidos estos y otros requisitos, las plantas americanas representadas entraban al circuito de la ciencia occidental y al ya consolidado de la industria editorial (libros, láminas, etc.), adquirían –digamos- status ontológico y, claro está, estaban listas para ser reconocidas (y no sólo representadas) como santas en el non-sancto mundo de los negocios de importación-exportación.

Desde la "temprana expedición" de Francisco Hernández a la Nueva España (México), llevada a cabo entre 1571 y 1577, los españoles –y en general los europeos-manifestaron un enorme interés por la plantas con posibles aplicaciones médicas, a lo cual se le añadía (o le precedía) el interés por su comercialización dentro de un proceso que el autor llama de "substitución de importaciones". En esta problemática, el interés de Nieto se desplaza hacia "lo local", en el sentido de enfatizar el papel que las prácticas y los saberes médicos indígenas y populares americanos tuvieron en la identificación de muchas de esas plantas y en su "traducción" a la tradición de la ciencia occidental dominante. Algunas de estas plantas fueron privilegiadas por los "expedicionarios" españoles, de acuerdo a sus esquemas conceptuales y sus prácticas alimenticias y terapéuticas, como sucedió con la "canela americana", el "té de la Nueva Granada", el "bejuco de la estrella" y la "raíz china". Otras derivaron su importancia del exitoso uso que de ellas hacían los nativos, como en los casos de la Calaguala, la Ratanhia, el Yallhoy, y otras. Aquí se muestra cómo confluyen en el proceso taxonómico y de identificación de sus "virtudes" (principios activos), la botánica, la incipiente química, los intereses imperiales y económicos de la España de los Borbones y los de los comerciantes de la metrópoli y de las colonias, algunos de ellos también científicos (caso de Ruiz y Mutis). En el proceso de "validación" de los saberes ya traducidos, jugó un importante papel la Real Botica de Madrid, además del Jardín Botánico. El proceso estaba cumplido cuando la planta se ubicaba –no siempre de manera "natural"- en el sistema de Linneo y su nombre indígena era substituido por el nombre latino, cuando la planta estaba ya representada gráficamente (y ojalá publicada su representación), cuando sus "virtudes" se establecían de acuerdo a las nosotaxias europeas y se indicaban los preparados farmacéuticos que a partir de ellas eran posibles dentro de ese mismo esquema. Entonces sí, la América española existía. El caso de la Cinchona (quina), tan polémico por esa época y profusamente estudiado por autores nacionales y extranjeros, es tratado –como se señaló atrás- en el capítulo IV de Remedios para el Imperio, y es ejemplar en este sentido.

En el último capítulo del libro, "Las expediciones y la creación de una tradición científica en América", Nieto concluye su expedición crítica y desmitificadora al poner en el centro de su interés historiográfico a José Celestino Mutis y algunos de sus discípulos criollos, especialmente Francisco José de Caldas. En los estudios que sobre estas figuras se han adelantado en el país predomina el tono laudatorio y patriótico en todos sus registros, además de un dudoso cientifismo. El naturalista español nos habría traído la ciencia y la medicina modernas y habría educado en las mismas –además de en las tradiciones liberales y democráticas de la Ilustración- a toda una generación de próceres, incluido Caldas, el mártir a pesar suyo. Desde la apertura misma del capítulo su autor identifica a Mutis como un "agente de poder", que lo fue además porque combinó en su persona los diversos rasgos que han sostenido el poder en nuestro país desde antes de la llamada Independencia: era "hombre, blanco, europeo, médico, sacerdote y naturalista". A pesar de ello, se le ha identificado como un hombre progresista y enemigo del oscurantismo escolástico, reviviendo el viejo mito burgués del oscurantismo medieval, que pasó a sus discípulos. Nieto nos recuerda la fidelidad del sabio-sacerdote al Imperio español, y por mi parte recordaría su deísmo, muy alejado del de los ilustrados ingleses y franceses del Siglo de las Luces.

Su carácter de "agente de poder" también sería palpable en el ejercicio (¿consciente?) que Mutis hizo de la medicina y la llamada "historia natural" (a la cual Lamarck llamaría "biología", desde comienzos del siglo XIX) como mecanismos imperiales. La labor de Mutis se concentró –puede deducir el lector- en servir de representante de los intereses de la metrópoli en la apropiación de la Nueva Granada desde la ciencia y para el comercio de ultramar, en trabajar por sacar adelante sus iniciativas económicas personales y servir de puente –tal vez inconscientemente- para generar, desde la ciencia y la investigación científica de su época, un nuevo tipo de dominación y de exclusión, esta vez en manos de los criollos, algunos de los cuales fueron sacrificados en la dinámica de los acontecimientos independentistas. Aquí el caso de Caldas es ilustrativo: sentido de aislamiento e inferioridad frente a Humboldt y la ciencia europea, resentimientos con Mutis, desprecio por lo indígena y lo afroamericano.

    "No es legítimo afirmar que los científicos europeos –concluye Mauricio Nieto-, aún personajes como Mutis, quien consagró toda su vida a América y a su gente, contribuyeron a la liberación americana. Por el contrario, diseminaron una ideología y una serie de instrumentos de apropiación que fortalecieron mecanismos de control de las colonias por un grupo de criollos privilegiados. La independencia de las colonias españolas fue posible en parte porque los mecanismos europeos de control fueron establecidos dentro del continente y quedaron en manos de un número significativo de no-europeos".(p. 272).

Esta conclusión –así como el tono general del libro de Nieto- puede no ser compartido por algunos. Es posible que suene a ideología o a política u otras formas de pensamiento que penetran las ciencias, en particular las ciencias sociales. Puede incluso irritar a algunos de los muchos "cientifistas" que pululan en las llamadas ciencias humanas, incluida la historia como disciplina, y que con sus silencios o sus llamados a la "ciencia" contribuyen a velar el conocimiento del pasado –y de paso impiden la toma de posiciones políticas para enfrentar el presente-, o propugnan por las "políticamente correctas". Por mi parte, valoro muy positivamente este tipo de acercamiento al pasado, en especial el de un país tan penetrado de imposturas, como el nuestro. También pienso que cuando se adelanta una guerra mundial por una parte del mundo, que se considera a sí misma como la quintaesencia de "la humanidad", y que apoya esa pretensión –así como las acciones bélicas que le corresponden- sobre el poder derivado de la ciencia y la tecnología, las miradas críticas sobre la historia de las ciencias son convenientes. Quizás en un futuro muy lejano la ciencia y las técnicas recuperen el sentido liberador y verdaderamente universal que las hizo nacer y que siempre las ha animado.

Ojalá que el libro de Mauricio Nieto, con sus orientaciones teóricas y sus juicios sin ambivalencias, sea un estímulo para la discusión y para nuevas investigaciones en el campo de la historia de las ciencias en Colombia. Y ojalá que su autor retome este libro que "nunca se termina", como él mismo afirma en la dedicatoria, porque sugiere retoques, profundizaciones y nuevos desarrollos.


Comentarios

1 SUBIRATS, Eduardo, La ilustración insuficiente, Madrid, Tecnos, 1981.

2 Para un debate en torno a las orientaciones señaladas y en relación con las visiones tradicionales de la historia de las ciencias, remito a los siguientes trabajos: RESTREPO, Olga, "La sociología del conocimiento científico o de cómo huir de la «recepción» y salir de la «periferia»", en OBREGON, Diana (edit.), Culturas científicas y saberes locales, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2000; RESTREPO, Olga, "En busca del orden: ciencia y poder en Colombia", Asclepio, Madrid, *editorial, 1998, pp. 33-75; OBREGON, Diana, Batallas contra la lepra: Estado, Medicina y Ciencia en Colombia (en prensa, por parte del Banco de la República; obra ganadora del premio nacional en Ciencias Sociales y Humanas de la Fundación "Alejandro Ángel Escobar 2001); y MIRANDA CANAL, Néstor, "El doctor Antonio Vargas Reyes (1816-1873) y la «ruptura» hacia la «Medicina propiamente moderna»: a propósito de la historia de las ciencias y de la medicina en Colombia", en Colombia, Ciencia y Tecnología, Bogotá, edit, vol. 19, No. 1, 2001. En dónde va este pp? Estas orientaciones tienen, antes de la llamada "nueva sociología de la ciencia", antecedentes internacionales y nacionales importantes, pero no han logrado romper el sentido común de la interpretaciones que ven en la ciencia un conocimiento "superior" que escaparía a las determinaciones sociales y culturales Esas interpretaciones refuerzan la utilización de la ciencia como factor de poder.