SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número24SAENZ ROVNER EDUARDO, COLOMBIA AÑOS 50. INDUSTRIALES, POLÍTICA Y DEMOCRACIA, BOGOTÁ, UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA. COLECCION SEDE, 2002, 265 PPSCHORSKE CARL E. PENSAR CON LA HISTORIA, MADRID, TAURUS, 2001, 393 PP índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.24 Bogotá jul./dic. 2002

 

PROST ANTONIE, DOCE LECCIONES SOBRE LA HISTORIA, MADRID CÁTEDRA, 2001, 319 PP (1ERA EDICIÓN EN FRANCÉS, SEUIL, PARIS, 1996).


Reseña elaborada por los estudiantes del curso de "Fuentes II – Metodología de la investigación en historia y crítica histórica" (2002-I, Universidad de los Andes): Paola Castaño, Angela Fajardo, Camilo García, Claudia Gómez, Franz Hensel, Lucas Higuera, Germán Navarrete, Laura Osorio, Javier Pérez, Paula Ronderos, Andrés Soto, José Camilo Vásquez, Cristina Vélez e Ivonne Vera. Para su publicación, esta reseña fue revisada por la profesora Muriel Laurent1.

La obra Doce lecciones sobre la historia de Antoine Prost, publicada originalmente en francés en 1996 y traducida al español en 2001, ofrece una importante reflexión sobre la disciplina, resultado de un curso que su autor impartió en la Universidad de la Sorbona a estudiantes de primer ciclo. Como su título lo indica, se trata de un viaje pedagógico y epistemológico que no pretende tanto ofrecer soluciones concretas a los problemas que plantea la historia, sino invitar a reflexionar en ellos. Un trabajo de estas características generalmente es el resultado de años de desempeño en la labor de historiador y este caso no es la excepción2. El texto recurre constantemente a la palabra de reconocidos historiadores, en su mayoría franceses, a quienes pone a dialogar con los historiadores de hoy y con sus incertidumbres. En este sentido, por sus fuentes y sus referencias bibliográficas, se trata de una obra eminentemente francesa, sin pretensiones de neutralidad o universalidad, no precisamente porque en ellas se aborde la historia de Francia, sino porque el grueso del libro aborda lo que ha sucedido con la historia, como disciplina, en Francia. Sin embargo, como lo señalan sus traductores, el libro también debe ser leído en otro registro: como una obra propiamente historiográfica, cuyos nudos problemáticos son comunes a la práctica de los historiadores en general.

En las dos primeras secciones del libro, Prost se pregunta por la historia de los usos y prácticas históricas en la sociedad francesa y desarrolla la pregunta por su profesionalización en ese país; la tercera y la cuarta delimitan el campo metodológico al referirse a las fuentes, la crítica y las preguntas del historiador; la quinta y la sexta abordan la cuestión del tiempo y los conceptos; la séptima enfatiza el papel de la comprensión; de la octava a la duodécima se exponen los debates en cuanto a la pregunta por las causas o la imaginación, la influencia del método sociológico, la historia social, la trama y la narratividad, y, finalmente la historia como escritura. En la conclusión, se retoman algunos puntos y se hace énfasis en la relación entre la verdad y la función social, que es un tópico recurrente a lo largo del texto. Como puede observarse, la lista de temas es bastante nutrida, y resultaría difícil hacer una reseña exhaustiva de cada uno de los temas abordados. Por tal motivo, la lectura de la obra se articulará a partir de tres ejes principales que se encuentran entrelazados a lo largo del escrito: la historia como práctica social, el método histórico y las herramientas del saber histórico.

En cuanto al primer eje, se encuentra una línea argumentativa que recorre las doce lecciones: la historia es una disciplina científica, pero sobre todo es una práctica social. Su objetivo científico es también una forma de tomar posición y de dispensar sentido en una sociedad dada, y la labor del historiador no puede entenderse en ausencia del complejo entramado social, profesional y personal del que participa simultáneamente. La pregunta por la profesionalización de la disciplina aclara el punto anterior a partir de la caracterización del doble proceso en el que se inscribe el trabajo del historiador: por un lado, los criterios de "cientificidad" que guían su tarea y por otro, el sustrato social e institucional en el que ésta se encuentra inmersa. A su vez, esto se traduce en un "doble mercado" para los trabajos históricos: el académico y el de las grandes audiencias. La divergencia entre los criterios de valoración no es otra cosa que la materialización de la "realidad bifronte de una profesión especializada que ejerce una función social" (p. 60).

En su mirada a la relación de la sociedad francesa con la historia, se insiste en la importancia editorial y el éxito comercial de los libros, así como en la forma en que la historia y su enseñanza han sido pensadas como constitutivas de la identidad nacional (p. 36). En este sentido, se habla de la función eminentemente política de la disciplina, desde su papel en el siglo XIX como el dispositivo central para la configuración de un pasado común, hasta la ruptura de los años 1960, donde la historia queda inmersa en lo que el autor denomina "un gran movimiento conmemorativo" producto de "una sociedad sorprendida por el crecimiento y bruscamente separada de sus raíces" (p. 294) que demanda de los historiadores una contribución experta y legitimadora. El problema es que se termina por hacer solo el tipo de historia que la sociedad demanda, una historia vinculada a la memoria y a la identidad, una historia que se aleja del presente para proponer un pasado con el cual enternecerse o indignarse. En este marco, el desafío es convertir esa demanda de memoria en una demanda de historia, recordar un acontecimiento no basta, es necesario "hacer comprender cómo y por qué ocurrieron las cosas" (p.302). Esa es la condición de posibilidad de su función social.

La referencia al método histórico, segundo eje de nuestra aproximación al trabajo de Prost, está articulada alrededor de la relación entre los hechos, las preguntas y la crítica. El autor sostiene la idea de que la historia no puede ser definida por su objeto ni por sus documentos; es decir, no hay tal cosa como "hechos históricos". Es entonces a partir de la pregunta y de una forma particular de interrogar las fuentes que se construyen los hechos. Estos son los principios de la profesión: cualquiera que sea la escuela de la que se reclame miembro, el historiador respeta los principios de la crítica, la cual, en palabras de Charles Seignobos, es "antinatural". Cualquier trabajo histórico debe presentar lo que Krzysztof Pomian denomina "marcas de historicidad", es decir, debe rendir cuentas de todo, administrar pruebas verificables: "en historia no hay afirmaciones sin pruebas" (p. 68). Este "espíritu crítico", entendido como las reglas de la crítica y la elaboración de referencias, es lo que permite establecer la diferencia entre el historiador profesional, el aficionado y el novelista.

En las preguntas se constata de nuevo la compleja articulación de la función profesional, social y personal de la historia. El cambio constante del repertorio de las preguntas posibles y legítimas se entiende desde varios ejes: los problemas propios de cada época que configuran un horizonte temático, la pertinencia social de ciertos temas, los criterios imperantes en la disciplina tanto en la enseñanza como en la selección de artículos para las publicaciones, las modas historiográficas o los centros de investigación, y algo que no puede dejarse de lado: el historiador como individuo, con su personalidad, sus intereses y compromisos. Aquí se destaca un problema interesante que plantea Prost, referido a la existencia de un "círculo vicioso", en el sentido de que se necesita ser ya historiador para formular una pregunta histórica, pero que, a su vez, es sólo en la labor histórica, en la formulación de preguntas, en la aplicación del método crítico, que se llega a ser historiador (p. 91). Tal afirmación se sostiene sobre la base de que la disciplina no es un conjunto de reglas o un método formalizado que simplemente deba ser aplicado: el historiador se hace en su trabajo.

El tercer eje, las herramientas del saber histórico, permite dar cuenta de las tesis de Prost sobre tres problemas específicos: el tiempo, los conceptos y la imaginación e intriga como procedimientos en el trabajo del historiador. En cuanto al tiempo, el autor señala que es en la dimensión diacrónica donde reside la especificidad de la Historia como tal. Sin embargo, lo más interesante son sus señalamientos sobre las formas en que el historiador opera sobre el mismo: lo segmenta, lo nombra, lo manipula, lo cual siempre implica tomar decisiones interpretativas. En una concepción que retoma la línea braudeliana, se señala cómo el tiempo de la historia permite jerarquizar los fenómenos de acuerdo al ritmo de sus cambios y permanencia.

Sobre los conceptos, el autor plantea otros nudos problemáticos centrales al oficio del historiador. Un primer elemento está referido a la tensión entre el uso de conceptos propios de la época que se está estudiando y que hoy en día carecen de equivalente, o conceptos contemporáneos que son extraños a ese tiempo, con lo cual se corre el riesgo de caer en el anacronismo. Esta es la doble exigencia de la elaboración intelectual del texto histórico y de una evocación más expresiva de esa realidad que el lector común pueda representar. En segundo lugar, está la relación entre el carácter abstracto y fijo de los conceptos y la necesidad del historiador de localizar y datar su uso, de convertirlo en una herramienta flexible, propia para hacer historia. En últimas, la apuesta por los conceptos como herramientas parte de la necesidad de historiarlos antes que adoptarlos. El caso de los conceptos que designan grupos sociales es otro aspecto con el cual los historiadores deben ser particularmente cuidadosos. Esto en la medida en que, por un lado, no es tan claro hasta qué punto se puede pensar en estos grupos como si fuesen personas, como si actuaran de forma unitaria, y, por otra parte, en tanto que las designaciones de los grupos sociales son resultado de luchas a través de las cuales los actores han buscado imponer un reparto de lo social. De esta manera, el uso de los conceptos es un aspecto delicado que implica que el historiador deba estar cuestionando constantemente la validez y la pertinencia tanto científica como social de las herramientas conceptuales con que trabaja.

Los referentes de la imaginación e intriga como parte del trabajo del historiador son probablemente dos de los aspectos más interesantes que propone el libro. Esto en tanto que se insertan en la discusión sobre las relaciones entre Historia y Literatura, pero desde el terreno seguro que le provee a Prost su previa discusión sobre el método crítico. Sobre la imaginación, el autor plantea que su importancia radica en que se trata del elemento que preside la búsqueda de las causas, proceso que nunca puede darse por completo debido a la complejidad de entramado causal en la historia. La imaginación sería entonces aquello que permite transferirse a otros momentos históricos, "ponerse mentalmente en el lugar de aquellos de quienes se hace la historia" (p. 168), es decir, formarse una representación sobre los mismos. Por otro lado, Prost sostiene que la historia se compone como una intriga. Esto pasa por dar cuenta de los principios de construcción y de explicación a partir de las estrategias de organización del relato, de su hilo conductor, disposición interna, contextura, ligazón y jerarquía entre las partes que lo componen. La definición de los planos sucesivos de análisis, las cuestiones subordinadas que se plantean, la definición de un periodo y un territorio, no es otra cosa que la configuración del objeto histórico. Todos sus componentes son decisiones interpretativas "en la definición de la obra histórica como intriga, la configuración supone la explicación" (p. 247). Se aclara así que la idea de que la historia "cuenta" no es tan sencilla, contar ya supone un tipo particular de explicación: el encadenamiento mismo del texto expresa las imbricaciones de las causas, las condiciones, las razones y regularidades. La intención del autor es mostrar que la narratividad es parte inherente de la historia, en tanto que la explicación es indisociable del relato.

Prost cierra su libro articulando una respuesta a lo que el autor llama el desencanto escéptico, que lleva a una preocupación por la construcción de verdades en la historia. Específicamente se refiere al problema de historia desmitificadora de la segunda mitad del siglo XX que remite a Michel Foucault y al giro lingüístico. El autor muestra aquí su preocupación ante una historia desencantada que renuncia a decir algo sobre los problemas actuales y que despliega tesoros de erudición y de talento para tratar objetos insignificantes y sea el fin de la historia total y la historia verdadera. La pregunta es, entonces, ¿dónde queda la función social de la historia si no hay verdad, sino interpretaciones subjetivas y relativas? ¿por qué prestar atención a lo que dicen los historiadores? ¿Cómo justificar la enseñanza? Sin embargo, subraya que, si bien es claro el "relativismo que es de buen tono aparentar hoy en día" (p. 284), los historiadores siguen operando en términos de la fundamentación de sus análisis y la creencia en la verdad de lo que escriben. Por lo tanto, insiste en que sería mejor que "reflexionaran sobre las distintas formas de pertrechar sus métodos, de endurecer su armadura y de reforzar el rigor, antes de dedicarse a repetir con complacencia que la historia no es una ciencia" (p. 289).

La obra de Antoine Prost se constituye así en un interesante análisis de las características de la práctica de la historia a partir de un amplio espectro temático, el cual resulta profundamente revelador sobre sus límites y posibilidades y, principalmente, sobre la multiplicidad de tensiones a las que se enfrenta el historiador y que sólo en su trabajo podrán ser resueltas. El valor de esta obra radica en la claridad con que el autor pone de manifiesto la necesidad de reflexiones epistemológicas sobre la disciplina, así como la complejidad del horizonte de preguntas y discusiones en torno a la labor del historiador.


Comentarios

1Profesora asistente del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.

2El autor es especialista en la historia de la sociedad francesa del siglo XX, así como en temas relacionados con la educación; además, dirige el Centro de investigación de la historia de los movimientos sociales y del sindicalismo. Desde aquí se aclaran algunos de los énfasis que caracterizan a esta obra, especialmente las referencias a la función social de la historia, el problema de la enseñanza y la problematización de los conceptos asociados con las colectividades y los grupos sociales. Adicionalmente, con sus trabajos, Prost ha estado en contacto con la problemática del giro lingüístico y la relación entre literatura e historia, la cual es abordada de forma particularmente interesante en este libro.