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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.25 Bogotá jan./jun. 2003

 

HISTORIA CRÍTICA: UNA AVENTURA INTELECTUAL EN MARCHA

Renán silva
Sociólogo e historiador, profesor del Departamento de Ciencias Sociales y miembro del Grupo de Investigaciones sobre Sociedad, Historia y Cultura del centro de Investigaciones -CIDSE- de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del Valle.


I. introducción

El análisis histórico de revistas no tiene gran tradición en el país, posiblemente por la sencilla razón de que la propia definición del género resulta un ejercicio complejo1. En el caso de las revistas de historia y de ciencias sociales es muy poco lo que se ha avanzado, a pesar de los esfuerzos grandes que en ese terreno realizó el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, a partir de 1984, y a pesar de que muchas de tales revistas resultan de innegable calidad y de aparición casi regular. Por lo demás, la existencia desde hace unos años de una asociación de revistas culturales (ARCCA) y, en un campo estrictamente académico, la reciente creación de sistemas de clasificación de revistas por parte de COLCIENCIAS, son signos más o menos seguros de que el número de revistas ha estado creciendo y que las exigencias y metas que cada una de ellas se coloca tienden a ser más elevadas que en el pasado, como lo pone de presente el hecho de que muchas de ellas son efectivamente revistas arbitradas, en las que la definición respecto de la publicación de un artículo puede tomar varios meses2, aunque en este movimiento reciente de crecimiento no deja de observarse que muchas de las nuevas revistas universitarias responden no tanto a una acumulación previa de conocimiento, al deseo de dar a conocer de manera amplia las investigaciones en curso o al interés en propiciar debates, cuanto a una intensa labor de maquillaje que busca dar la impresión de que ciertas instituciones universitarias se encuentran a tono con las nuevas exigencias que en el terreno de la calidad ha impuesto la política modernizadora del Estado.

Existen, desde luego, investigaciones sobre grupos que tuvieron su trinchera y laboratorio de formación en una revista -como en el caso del Grupo Mito-, pero en ese caso el análisis descansa de manera particular en el grupo y no en la revista3, caso contrario al nuestro, en donde intentaremos hacer de una revista tanto el objeto como la fuente del análisis.

Podemos, pues, comenzar preguntándonos por la riqueza de la fuente que buscamos interrogar, y responder de inmediato que la lectura completa y cuidadosa de la revista Historia Crítica -en adelante HC- deja la impresión de que trata de una fuente de no mucha riqueza, cuando la misma revista constituye el objeto de indagación, lo que desde luego no significa ningún juicio sobre la calidad de los textos ahí publicados a lo largo de mucho de más de una década.

Si aceptamos la división convencional entre testimonios directos y testimonios indirectos, podemos decir que, en relación con los testimonios directos, HC es una fuente más bien parca. Ni su "Presentación", incluida desde el primer número -aunque no en todos ellos-, ni su posterior "Carta a los lectores", presente desde el número 17, cuando la revista adoptó un nuevo formato y una nueva maqueta, han resultado, para bien o para mal, suficientemente parlanchinas, como para ofrecer al investigador observaciones suficientes para concluir sobre los propósitos explícitos de la revista. Desde luego que se trata de materiales que habrá que tener en cuenta, pues ahí aparecen definiciones importantes, pero ello no obvia la parquedad que atrás mencionamos, lo que tal vez permitiría afirmar que de alguna forma manifestaciones explícitas sobre el estado de la investigación histórica en el país y sobre las características de la coyuntura historiográfica nacional han sido eludidas por la revista, aunque afirmar esto constituye ya una interpretación que habría que respaldar con amplias pruebas documentales.

En relación con los testimonios indirectos -por ejemplo, un cambio de director o la modificación del comité editorial, tal como se lee en varias ocasiones en la página de la revista dedicada a ofrecer tal información-, habrá que decir que resultan de la misma pobreza, y que no disponemos de otras fuentes a partir de las cuales pudiéramos profundizar en tales datos, con el fin de convertirlos en hechos que permitieran realizar afirmaciones plausibles sobre ésta o aquella evolución de la revista. Desde luego que no es difícil suponer, por ejemplo, que un comité editorial significa una cierta "relación de fuerzas", que se concreta en una u otra orientación, pero estamos lejos de poder conocer de manera particular lo que haya ocurrido tras bambalinas, máxime en el caso de HC, una revista de ondulaciones suaves, en donde antes que saltos bruscos lo que se puede más bien observar son evoluciones medidas y regulares.

Pero además, en la historia de una revista, sobre todo en Colombia, el "azar" viene constantemente a alterar el curso de la "necesidad", por cuanto elementos por completo ajenos al funcionamiento intrínseco de la revista se encuentran siempre presentes. El problema de los siempre escasos recursos económicos -aunque mecenas y patronazgos no le han faltado a HC, según indican algunos de sus números-, los cambios en el grupo de profesores que forman parte de un departamento académico y que son los responsables de una revista, el incumplimiento de éste o aquel articulista o la evaluación solicitada de un artículo y nunca o de manera tardía recibida, etc., son elementos todos que pueden convertirse en una trampa para el analista, máxime cuando no hay posibilidad de contrastar tipos de fuentes (por ejemplo, en nuestro caso la imposibilidad de revisar las actas de reunión de un comité editorial, de entrevistar a antiguos directores, de establecer los tirajes y distinguir entre ejemplares vendidos en librería y número de suscriptores, etc.).

Ese carácter de azar y de acontecimiento aleatorio que ronda a todo acontecimiento social, incluida desde luego una revista, es lo que hace desconfiar un tanto de los ejercicios cuantitativos puntillosos, que se toman por más de lo que son. El conteo de palabras, la medida de superficies, el número de artículos dedicados a este tema por comparación con el número de artículos dedicados a aquel otro, etc., pueden ser indicios importantes si se toman por lo que son: indicios de una situación difícil de establecer en toda su complejidad, pequeñas guías que nos pueden ayudar a orientar la indagación, pero que de ninguna manera aseguran éxito en el análisis.

Otro aspecto mayor de la dificultad del análisis de una revista de historia tiene que ver con el problema de sus relaciones con la sociedad -un problema en mi opinión casi imposible de resolver-, y de manera más limitada con el problema de sus relaciones con el conjunto de la investigación histórica en una sociedad y con quienes son sus practicantes. Si se trata en verdad de las relaciones profundas que se pueden establecer entre una revista y su entorno historiográfico, habrá que decir que aquí la palabra final sólo la tiene el tiempo, pues sólo en la "duración" es posible establecer qué puede haber llegado a ser una influencia duradera. HC es una revista joven, una "obra en marcha" respecto de la cual toda afirmación rotunda corresponde a un ejercicio simple de retórica. Respecto de sus influencias sobre el entorno y la manera como ese mismo entorno (historiográfico) la ha determinado, varias cosas se pueden postular, pero todas ellas con carácter completamente tentativo.

De tal manera que, como en cualquier otro análisis, lo que se impone es la prudencia, la afirmación condicional y el recurso a fórmulas del tipo "parecería que...", lo que permite aliviar en algo la incertidumbre que corroe todo análisis histórico, tanto en términos explicativos, como en relación con las fuentes que le sirven de apoyo.

Por nuestra parte, en las páginas que vienen trataremos -de la manera más clara posible y apoyándonos en todos los indicios que la revista ofrece y en otras informaciones más- de presentar algunas observaciones que sirvan para trazar un cuadro de las evoluciones más visibles de la revista al cabo de casi quince años de trabajo, teniendo en cuenta desde luego el proyecto original que parece haber alumbrado sus comienzos, todo ello para intentar formular algunas preguntas acerca de la identidad de la revista y su papel dentro del conjunto de la investigación histórica en el país, dos preguntas que resultan centrales cuando se trata de pensar en el futuro de un instrumento cultural de esta naturaleza4.

Para tratar de enfrentar nuestro objeto y objetivos procederé de la siguiente forma: en primer lugar trataré de recordar algunos de los rasgos de lo que se puede llamar la "coyuntura historiográfica nacional" en el momento de la aparición de HC y en los años inmediatamente posteriores, haciendo un uso laxo del término "historiografía", término que, mientras no se advierta lo contrario, utilizaré como sinónimo de investigación histórica, y sólo en ocasiones en su significado preciso y restringido. Debe anotarse que los rasgos que retendré de lo que denominamos la "coyuntura historiográfica nacional" son solamente aquellos que me parecen interesar en función del problema construido, y que el cuadro que presento separa y enfatiza ciertos rasgos, traicionando a veces el contexto original en que los inscribieron los autores en que me apoyo.

En segundo lugar realizaré una presentación descriptiva de HC, recordando al mismo tiempo, sin ninguna pretensión comparativa, algunas de las características principales de revistas colombianas de historia y ciencias sociales que son contemporáneas y, por algunos aspectos, similares a HC. Luego trataré de seguir las diversas presentaciones que de sí misma ha hecho HC y algunas otras informaciones que la revista ha brindado a sus lectores y posibles articulistas, informaciones complementarias que serán de gran ayuda en nuestro trabajo, todo ello para concluir con algunas observaciones puntuales respecto a lo que renglones arriba mencionamos como la identidad y el papel de una revista por relación con el entorno historiográfico que es el suyo.


II. la coyuntura historiográfica reciente en Colombia

Poco antes de su temprana desaparición, el historiador Germán Colmenares realizó de la manera más ecuánime y constructiva un balance de la investigación histórica en el país, una tarea que, según decía, no le entusiasmaba mucho, a pesar de que muchos años antes hubiera realizado un ejercicio similar, pero aquella vez bajo una forma estrictamente programática, en un texto titulado "¿Por dónde comenzar?", un texto por desgracia olvidado. En el texto de balance historiográfico al que nos referimos, y en la parte que nos interesa, Germán Colmenares ofrecía un diagnóstico positivo de los estudios históricos nacionales, a cuya pujanza tanto había contribuido. Colmenares, quien notaba ya el despertar de la historia cultural y pensaba que los jóvenes historiadores se interesaban por "las innovaciones más recientes de escuelas historiográficas como Annales y Past and Present", escribía hacia 1990:

En todo caso puede concluirse que tenemos una historiografía que ha ido madurando en los últimos 30 años y que ha ido adaptando con éxito a nuestras propias circunstancias paradigmas europeos y anglosajones de investigación5.

En el mismo momento en que G. Colmenares presentaba un diagnóstico relativamente alentador de los estudios históricos en el país, uno de sus más cercanos amigos, el historiador Jorge Orlando Melo -posiblemente la persona más informada entre nosotros acerca de la producción histórica nacional-, publicaba un texto en el que parece compartir algo del optimismo de Colmenares, pero en donde soltaba ya la primera alarma juiciosa sobre la posible deriva de la investigación histórica en el país. El texto, que debía haber sido entendido como un llamado a la discusión y a la revisión de programas de trabajo, y que no demonizaba de manera fácil lo que ya en esa época se conocía como la actitud "postmoderna en los estudios históricos", recordaba el éxito y la alta productividad de los estudios históricos nacionales entre 1970 y 1990, pero reconocía que el panorama se encontraba cambiando. J. O. Melo hablaba de

    ... cierta sensación de que la producción histórica está perdiendo algo del entusiasmo que la impulsó en años anteriores y de que la disciplina se encuentra en una situación de perplejidad: sus orientaciones actuales [...] no son claras y no se sabe muy bien en qué dirección puede avanzar6.

Tendencias contradictorias, pues, como decía J. O. Melo, ya que si bien por una parte la criatura mostraba síntomas de buena salud y sus practicantes -en realidad algunos de ellos- gozaban de amplio reconocimiento social y político, de otra parte no sólo ninguna obra importante se había producido en años recientes sobre la historia del país, sino que se multiplicaban los artículos y pequeños ensayos sobre los más variados y a veces insustanciales aspectos, un poco como efecto de la última novedad editorial leída, un poco como resultado de una mirada presa del exotismo y la frivolidad, mirada que encontraba para cada uno de sus "pequeños objetos" dos o tres documentos que permitían borronear unas cuartillas sobre el "nuevo objeto descubierto"7.

Diez años después, J. O. Melo volvería sobre el problema de los estudios históricos nacionales en el último medio siglo y sobre lo que él ha llamado la "perplejidad de los noventa", reconociendo ahora sí de manera directa no sólo la existencia de una crisis, sino también el hecho de que el diagnóstico de tal crisis no se había hecho, es decir que la discusión no había nunca comenzado, por lo menos de manera explícita. En ese nuevo texto8, Melo señalaba algunos elementos más, en los que no se ha insistido con fuerza, pero que me parecen básicos para comprender la coyuntura historiográfica de los años 90. Dentro de ellos, destaco la aparición, en los años 80, de grandes compilaciones sobre la historia del país producidas por prestigiosas casas editoriales (Planeta, Salvat, Oveja Negra, Círculo de Lectores), que si bien de ninguna manera ofrecían verdaderas visiones de síntesis sobre la base de la masa de conocimientos acumulados, sí constituían un resumen de los resultados que los historiadores ofrecían a las nuevas capas de lectores urbanos de clase media, resultados que sin ninguna duda, y por imperfectos y hasta equívocos que fueran, ofrecían otra visión del país, más ecuánime, más informada y profesional, y menos izquierdizante y sectaria que la que ofrecieron algunos de los historiadores de los años 70, sobre todo los menos profesionales y menos provistos de capital cultural, algunos de cuyos libros habían terminado reemplazando los viejos manuales de Arrubla y Justo Ramón y volviéndose a su manera en "clásicos" y bestsellers en las universidades de menor desarrollo intelectual y en muchos colegios de secundaria9.

Desde luego, esas nuevas "obras colectivas" de gran tiraje no representaban ninguna revolución historiográfica -la pequeña revolución ya estaba sintetizada años atrás en el Manual de Historia, publicado por COLCULTURA-. Eran apenas la normalización de resultados adquiridos en los años anteriores, prueba de un mercado editorial en crecimiento y un ejercicio de ampliación del número de historiadores capaces de enfrentar con mediano rigor un problema y una documentación, pero sí deberían haber sido la ocasión de un balance y de nuevas definiciones para quienes a principios de los años 90 intentaban abrir la historia nacional a "nuevos temas, nuevos enfoques y nuevos problemas", hecho que no ocurrió.

Paralelo a este proceso de legitimación de nuevas visiones de la historia nacional, entre 1985 y 1989 se desarrolló en el país lo que Germán Colmenares llamaría "La batalla de los Manuales", pues aparecieron textos escolares para primaria y secundaria que fueron ocasión de comprobar de qué manera la enseñanza de la historia seguía siendo un punto sensible para las academias, la gran prensa liberal y conservadora y algunos intelectuales y políticos, todos los cuales consideraron su aparición como una profanación de la historia nacional. De tal manera que si años atrás el Manual de Historia había sido considerado como un desafío a los incontables tomos de la Historia Extensa de Colombia, ahora los libros de historia con alguna orientación crítica dirigidos a niños y jóvenes despertaban el recelo del viejo establecimiento, el que no dudó, con poco éxito, en pedir el retiro de tales libros, cuando el Ministerio de Educación decidió la compra masiva de alguno de ellos.

Finalmente -y sin ninguna conexión directa con nada de lo anterior-, Germán Colmenares publicó en 1986 un libro -escasa y superficialmente reseñado- que hubiera podido ser una invitación al debate para los más jóvenes historiadores, porque significaba la puesta en escena de algunos de los temas más controvertidos en la investigación histórica de los años recientes. En Las convenciones contra la cultura, Colmenares intentaba, sobre la base de la lectura de textos teóricos conocidos desde los años 70 (por ejemplo H. White y R. Barthes), realizar un examen de la imaginación histórica del siglo XIX, pasando revista a algunas de las mejores producciones historiográficas de países del continente, para lo cual no mostraba ningún temor de adentrarse en el análisis textual, en pedir elementos prestados a la crítica literaria y enfrentar la historiografía como relato y narración. Pero el libro de nuevo pasó de largo, y a más de algunas observaciones superficiales sobre su "carácter postmoderno", fue poco lo que se dijo, olvidando todo lo que de novedad e impulso para nuevos desarrollos historiográficos contenían lo que Colmenares sabiamente llamó "Ensayos"10.

De una manera que llamaremos indirecta, HC propició por lo menos en una ocasión la ampliación de ese balance que debería haber conducido a un debate sobre los rumbos de la historiografía nacional. Nos referimos a la publicación que HC hizo del texto de Gonzalo Sánchez sobre las paradojas y encrucijadas de la investigación histórica en el país11, texto que debió ser sin duda ampliamente discutido en su Comité Editorial, pero cuyas consecuencias no parecen haberse expresado en la evolución de la revista, como si el ponqué hubiera quedado sobre la mesa sin haber sido probado.

Gonzalo Sánchez retoma en su texto los anteriores balances de J. O Melo, pero simplifica un poco el campo de análisis al preferir, antes que el inventario de las publicaciones, "la enumeración de una serie de problemas", aunque reconoce también su perplejidad -lo que ya va siendo una constante- sobre el curso de la investigación histórica nacional, y declara que en su opinión las cosas andan al mismo tiempo muy bien... pero muy mal, lo que lo conducirá a plantear un decálogo -en el sentido etimológico del vocablo-, algunos de cuyos puntos me parece pertinente recordar, para lo que son aquí nuestros propios propósitos.

G. Sánchez saludará la aparición de la interdisciplinariedad, pero mencionará que posiblemente ella se esté logrando con pérdida del perfil profesional del historiador, visto este perfil no en términos académicos profesionalizantes, sino como dominio en el manejo del tiempo, de las perspectivas diacrónicas que permiten observar la presencia de cambios y de continuidades, y como vocación holística, como aspiración a captar los sistemas de relaciones entre grupos de elementos complejos, lo que él menciona como "totalidades relativas".

Sánchez comprobará la existencia de nuevas y multiplicadas "tribunas" de difusión de las investigaciones que en historia se realizan, pero anotará la ausencia de debate y de crítica, hecho que hay que lamentar, si se tiene en cuenta que "Un buen balance puede contribuir tanto o más que una buena obra al desarrollo de una disciplina", es decir al desarrollo del conocimiento de una sociedad particular, en este caso desde el ángulo del tiempo, y a la reflexión crítica sobre los instrumentos puestos en marcha en tal esfuerzo de conocimiento.

Recordará enseguida el autor que ha habido en historia un notable aumento de la producción y una diversificación temática grande, pero anotará que siguen ausentes los trabajos de síntesis, que son los que pueden dinamizar la disciplina, si se tiene en cuenta que las síntesis bien realizadas son la mejor ocasión para volver sobre un cuestionario, para poner al día un conjunto de problemas examinados, en fin, para pulsar el avance de un campo particular del saber y para proponer hipótesis nuevas sobre la base de lo conquistado. G. Sánchez mencionará que las grandes obras colectivas de los años anteriores -cuyo desarrollo más notable parece haber sido la Nueva Historia de Colombia de Planeta Editorial-, no constituyen estrictamente hablando trabajos de síntesis, sino más bien compilaciones cuyos criterios de unidad no pasan del número de páginas asignadas a cada uno de los autores participantes12.

Finalmente -pero el orden de enumeración y la selección son míos-, y me parece lo más importante en nuestra dirección, Sánchez señalará que en el país los trabajos de historia son cada día más numerosos, que la producción comienza a "industrializarse", a partir del crecimiento de los pregrados y de los postgrados, del aumento de las revistas y otro tipo de publicaciones, pero que en cambio no avanza la disciplina, lo que se comprueba, también, cuando se constata la inexistencia de obras mayores, realmente importantes, que pudieran emular con algunas de las producidas en los años 70. El mismo problema, visto desde otro ángulo, podría ser expresado diciendo que hay muchos proyectos... pero pocos programas, que la articulación entre unos y otros es baja o inexistente, y que el término de comunidad académica es usado en ocasiones con ligereza, si se observan con cuidado los hechos13.

Con énfasis diferentes, pero con coincidencias de fondo, los autores que hemos mencionado bosquejan una "coyuntura historiográfica" que desde de la presentación más bien optimista de Colmenares hasta la visión pesimista de Bejarano, pasando por el inventario juicioso de Melo y la síntesis crítica de Sánchez, ofrecen un cuadro aproximado de la situación de la investigación histórica en el país en el momento de la aparición de HC. Habrá que ver de qué manera la revista se definió frente a ese panorama -o trazó otro- y de qué forma su trabajo ha podido modificar la situación con la que se encontró.


III. el mundo de las revistas

Nada tan atrayente para el análisis del campo intelectual como el mundo de las revistas. Por encima de muchas otras formas de difusión, una revista siempre constituirá una tentación mayor para los "hombres de letras". Carta de presentación en sociedad, estandarte de grupo, la revista de alguna manera sintetiza para los intelectuales la "omnipotencia" que le conceden a las ideas con las cuales piensan cambiar el mundo.

En Colombia -pero la situación es más extendida de lo que se cree- son centenares las revistas que, lanzadas en un clima vocinglero, no logran pasar de su primer número. Como lo anotamos ya, hoy mismo asistimos a un florecimiento ampliamente sospechoso de revistas universitarias que, puede asegurarse con relativa confianza, no irán más allá de sus primeros dos o tres números, ya que antes que la expresión de un saber acumulado a través de juiciosos procesos de investigación, se trata de respuestas de última hora a mecanismos formales de modernización del sistema universitario, como los procesos de acreditación.

Sin embargo, en el campo de la disciplina histórica y de las ciencias sociales la situación de florecimiento de revistas en los años pasados parece coincidir de alguna manera con un aumento real del trabajo de investigación sobre la vida del país y sobre las teorías que soportan tales análisis, y no puede dejar de señalarse que en los últimos 15 años hemos conocido más y mejores revistas, revistas de gran calidad, tanto desde el punto de vista de su contenido como de su propia presentación. Algunas de ellas ya no existen, y hay que lamentarlo; otras continúan y parecen tener asegurada una vida larga; otras más se encuentran en proceso de aparecer y es de esperar que consolidadas sirvan para animar una vida académica y cultural que a veces tiene mucho de rutinaria.

En 1984 apareció el nuevo Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. De una vieja revista, editorialmente sin ningún atractivo, destinada a favorecer un pequeño círculo de amigos escritores y difundida de manera gratuita sin importar a quién ni para qué, sus nuevos directores lograron hacer una revista de ciencias sociales, historia y literatura, que se caracterizó por una cierta vigilancia sobre la calidad de lo publicado, por organizar "dossiers" sobre temas diversos y gratamente sorprendentes, y por la decidida atención a los aspectos de diagramación y al material gráfico. Además de ello, y por relación con lo que más nos interesa, la revista presentó a cargo de plumas diversas y dentro de un criterio de completa libertad balances del conjunto de las ciencias sociales, y una amplísima sección de reseñas que fue ocasión de debate sobre libros claves dentro de la producción bibliográfica nacional. Con un Consejo Editorial compuesto en sus inicios por tres escritores de amplia y reconocida trayectoria, por un historiador que ha sido en el final del siglo XX el más activo organizador cultural del país (en el sentido gramsciano de esa noción) y por una periodista, el Boletín, con un precio módico, se difundió bien, llegó a las universidades y parece haber sido una oportunidad bien aprovechada por los lectores, sobre todo por aquellos de ciudades diferentes de Bogotá, en donde el Banco de la República mantiene sedes culturales. Desconocemos si hoy continúa apareciendo, pero es claro que desde hace por lo menos un lustro su aparición se volvió completamente irregular, y en los últimos números publicados ya el anterior dinamismo de reseñistas y articulistas parecía cosa del pasado.

En 1987, en el marco de trabajo del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional, fue creada Análisis Político, en nuestra opinión la gran revelación en el mundo de las revistas nacionales. La revista ha cumplido sus quince primeros años de vida, ha acumulado una valiosa experiencia editorial y ha logrado por primera vez que en una universidad pública una revista no institucional pueda contar con un pequeño grupo de académicos dedicados a la tarea de organizarla, editarla y sostenerla. Análisis Político, que ha llegado a su número 47 (un CD recoge los anteriores números publicados) es hoy una revista arbitrada, definida como interdisciplinaria, y que declara publicar artículos inéditos "que recojan resultados de investigación que puedan ser considerados como «estudios políticos»", una definición lo suficientemente amplia como para haberle permitido publicar en sus tres lustros de trabajo textos relacionados con muy diversas temáticas y enfoques. Análisis Político, más allá del "sello de calidad" que se desprende del hecho de que sus artículos sean reseñados por seis importantes publicaciones de "indexación" internacional, ha sabido ser regular en su aparición, garantizar una presentación de alta calidad estética, divulgar en sus portadas las obras de importantes pintores nacionales y lograr la colaboración en sus páginas de autores de primer orden en el campo de la historia y las ciencias políticas, a más de haber permitido aparecer a jóvenes investigadores de la Universidad Nacional. Excelente revista que sale bien librada de cualquier comparación con sus similares del continente, en el terreno puramente local ha tenido el mérito de abrir sus páginas a debates importantes sobre el presente y el futuro del país, al mismo tiempo que ha sido uno de los lugares más visibles del rompimiento entre lo mejor de la intelectualidad nacional y la insurgencia armada, por la propia discusión que sobre las posibilidades de la democracia ha desarrollado en sus páginas.

En el campo estricto de la investigación histórica debe mencionarse, para comenzar, el Anuario de Historia Social y de la Cultura, la vieja revista fundada por don Jaime Jaramillo Uribe en 1963 en la Universidad Nacional, y en donde tuvieron ocasión de aparecer los artículos con los cuales Jaime Jaramillo fundó para el país la Historia Social. De aparición no exactamente regular (29 números para 39 años), cuenta con un Consejo de Redacción de cuatro miembros que, en la actualidad, incluye a cuatro historiadores que en el pasado reciente estuvieron ligados de diferentes maneras con HC. El Anuario, que declara recibir solamente trabajos originales e inéditos, describe de manera un poco vaga como su objetivo principal la divulgación de "investigaciones sobre la historia de Colombia", aunque señala que también se interesa por ensayos "comparativos sobre América Latina" -pero es difícil saber con cuánta conciencia se ha utilizado ahí la palabra "ensayo"-, lo que efectivamente ha comenzado a ocurrir desde hace un cierto tiempo. El Anuario, que ha conocido a lo largo de su historia distintos "aggiornamentos" de forma, dejando la fea presentación que lo caracterizó en sus comienzos, es también una revista "arbitrada", aunque no anuncia por ninguna parte haber recorrido el camino que significa lograr la inclusión en "index" internacionales. Para el objetivo de estas notas, el Anuario, cuya última aparición es un grueso volumen de 330 páginas, resulta muy interesante como expresión de la propia dificultad del "género" revista, pues hay de hecho que hacerse la pregunta de si un "anuario" es, estrictamente hablando, una revista. En la tradición internacional no lo es, y muchas características diferencian esas dos clases de productos editoriales. Entre nosotros, la diferencia parece no existir, y el término "anuario" se usa al parecer sólo en el sentido de periodicidad.

Lo anterior se comprueba también en el caso del Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, la revista de la Escuela de Historia de la Universidad Industrial de Santander, que ya ha llegado a su séptimo número, y que en sus comienzos tuvo como objetivo la divulgación de "trabajos históricos sobre Ecuador, Colombia y Venezuela", comprometiendo instituciones académicas de los tres países: la UIS de Colombia, FLACSO/Quito, del Ecuador, y la Universidad del Zulia, de Venezuela. En el plano institucional, el proyecto no marchó, pero la revista se sostiene, un poco por la dedicación de su director, y la edición del 2001, que corresponde al número seis, tiene la cantidad (increíble) de 483 páginas, resultando por esta razón muy difícil saber de qué producto editorial se trata: una revista, un anuario, una compilación de artículos diversos, bajo un título que ya poco parece corresponder a su contenido, todo esto dicho sin desconocer la calidad de muchos de los trabajos que ahí se han publicado. La distribución de esta revista -una dificultad de casi todas las revistas colombianas en ciencias sociales- es nula y es de temerse que buena parte de este esfuerzo no sirva más que para gloria personal de sus articulistas y para mejora en los escalafones universitarios.

A partir de 1986 comenzó a circular Estudios Sociales, la revista de la Fundación Antioqueña de Estudios Sociales, FAES, revista que se definía como semestral, aunque ya desde su primer número de septiembre de 1986 y el segundo correspondiente a marzo de 1988 se podía observar que habría problemas con su aparición regular. La revista, que pedía a sus posibles articulistas enviar trabajos que se refirieran a las ciencias sociales "o a asuntos de interés general de otras disciplinas que puedan servir de apoyo interdisciplinario a las ciencias sociales", fue durante su existencia estrictamente una revista de historia, no sólo por los materiales que publicó, sino por el Consejo de Dirección que rigió sus destinos.

De carácter similar por muchísimas razones a la desaparecida Estudios Sociales resulta ser Historia y Sociedad, la revista que animan los profesores del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Medellín y que ha llegado en marzo de 2002 a su número 8 (335 páginas en ese número y un promedio de 240 para el conjunto). Orientada desde su creación -diciembre de 1994- por el viejo Maestro de historiadores, Antonio Restrepo, Historia y Sociedad se dotó en sus inicios de un Comité Editorial constituido por los profesores del Departamento que la edita, pero ya en su segundo número se auxilió con un Comité Asesor, constituido por cuatro reconocidos miembros de la llamada Nueva Historia -algunos de ellos ya habían figurado en Estudios Sociales- y una historiadora más joven. En su primer número la revista hizo una definición sencilla de sus objetivos, señalando que aspiraba "a abrir un nuevo espacio para la difusión de las investigaciones históricas en Colombia", papel al que en general parece haberse sometido -empezando por la publicación de los profesores y algunos de sus estudiantes y graduados-, aunque de hecho sus intereses han sido más amplios. Su aparición ha sido un tanto irregular, y aunque la definición sea la de revista, podría ser considerada como un "anuario de investigaciones" que en parte recoge la producción de los propios académicos que allí laboran.

No muy diferente de las dos anteriores, aunque más humilde en el momento de su fundación (mimeógrafo) y muchísimo más irregular en cuanto a su periodicidad resulta ser Historia y Espacio, la revista del Departamento de Historia de la Universidad del Valle, que volvió a reaparecer en 2001 (Número 17, 226 páginas) y cuyo número 19 deberá aparecer en junio de 2003, si las cosas marchan bien. Como casi todas nuestras revistas de historia, Historia y Espacio declara una serie de propósitos que regularmente son incumplidos y que no parecen haber sido meditados con cuidado. Así por ejemplo, en este caso, se nos dirá que el objetivo es el de "divulgar ensayos rigurosamente inéditos y exclusivos para la revista" -lo que no siempre ha sido cierto y lo que no siempre es deseable- y "que traten acerca de cualquier aspecto de la historia de Colombia y de América Latina". La palabra ensayo -utilizada también por el Anuario de Historia Social y de la Cultura-, un género específico, por lo demás de gran dificultad, parece estar ahí escrita de manera más bien descuidada -un informe de investigación, por ejemplo, no es un ensayo- y la frase "acerca de cualquier aspecto" podría resultar mucho más que problemática. Historia y Espacio cuenta hoy con un Comité Editorial, formado por profesores del Departamento que la edita, y cuenta con un Comité Internacional, una moda reciente en el país, que de ningún modo asegura de manera automática la mejora de una revista.

Mencionemos finalmente, dentro de esta enumeración puramente parcial y centrada en las revistas que parecen haber logrado mayor visibilidad, a Fronteras, una revista en su origen "órgano de expresión intelectual y académica" de un centro de Investigaciones especializado en historia colonial, que tenía su sede en el Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. La revista, que tenía como animador principal a un viejo maestro de historia, el profesor Hermes Tovar, se declaraba abierta "a investigaciones originales sobre la historia y las ciencias sociales de Colombia y América Latina", aunque declaraba admitir "todo tipo de colaboración científica que contribuya al desarrollo del conocimiento histórico", una fórmula tan amplia como las que hemos constatado en Historia y Espacio, pero que parece una constante de la mayoría de las revistas de historia del país, aunque en otra parte Fronteras acuñó una fórmula mucho más concreta para definir el perfil de la revista, al señalar que tenía como objetivo principal "divulgar artículos inéditos sobre historia y ciencias sociales [.] que por su información constituyan un aporte empírico, teórico y metodológico", aunque la fórmula hubiera podido ser más clara si no dijera solamente por su "información". Fronteras contó desde sus inicios con un Comité Editorial y con un Comité Asesor, compuesto por 10 historiadores de diversos orígenes y tradiciones, pero todos caracterizados por la pertenencia a importantes instituciones académicas y autores de trabajos notables en sus campos de investigación, aunque resulta imposible saber acerca de la vinculación real de tales historiadores con la revista.

Con su número 5, correspondiente al año 2000, Fronteras - ahora Fronteras de la historia- ha dado un viraje de 360 grados respecto de sus propósitos originales. Coincidiendo con cambios en el Instituto Colombiano de Antropología, ICAN, que ahora agregó la letra "H" a su tradicional denominación, luego de la asimilación a ese Instituto del otrora Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, la nueva Fronteras se ha situado de manera decidida en el campo de las propuestas postmodernas para la historiografía y ha importado una cierta jerga de difícil comprensión, en la que define ahora su objetivo principal, escribiendo que tal objetivo es el de "delinear un campo textual donde coexistan diversas interpretaciones y observaciones críticas del pasado", o, en una fórmula más elíptica, "delinear un campo textual siempre abierto a las yuxtaposiciones", teniendo como meta, como era de esperarse, "iniciar la relectura de la historia colonial desde la historia cultural", y "sentar las bases de una nueva historia cultural", abierta a la antropología, el psicoanálisis y la crítica literaria14.

Habrá que esperar qué ocurre con la publicación así redefinida -esperemos que lo mejor-, pues se trata de altas y difíciles metas. De todas maneras, lo que hasta ahora conocemos indicaría un fuerte asalto a las trincheras de lo que se estima como el conformismo histórico y el anuncio de una "nueva refundación" de los estudios históricos en el país, los que en adelante deberán ser parte de los llamados Estudios Culturales, para que por fin, bajo la inspiración transdisciplinaria, la antigua disciplina histórica importe de manera directa las preguntas centrales de las nuevas ciencias sociales, de la nueva antropología, de la nueva filosofía y de la nueva crítica literaria. Habrá que esperar para saber qué resulta de este experimento, en la medida en que alguno de sus propulsores produzca y publique alguna obra sobre alguna dimensión concreta de las sociedades coloniales. Por ahora, todo parece confinado en el nivel de la retraducción de algunas obras innovadoras (como las de Michel Foucault), de otras menos innovadoras y de algunas que no lo son en absoluto, a través de un lenguaje poco afectuoso con el castellano, lo que indicaría tal vez que el proceso de asimilación de las lecturas realizadas aún no ha dado sus frutos15.

Digamos, como resumen de lo expuesto, que, tal como ya lo hemos mencionado, ha crecido el número de tribunas que sirven como difusoras de las investigaciones históricas y que ha aumentado su calidad, sobre todo por la introducción de procesos arbitrados y la existencia de comités asesores compuestos por reconocidos especialistas, aunque no se sabe cuánto pueda tener de gesto formal la aceptación de este tipo de procedimientos; que esas tribunas han estado aquejadas de los males eternos de las revistas entre nosotros: la falta de periodicidad y los problemas de distribución, aunque en este campo mucho se ha mejorado; que aunque algunas de ellas han sido fundadas bajo la dirección de algún gran "patrón", todas parecen haber evolucionado hacia formas de dirección colegiada, aunque no es menos cierto que parece haberse formado hace ya cierto tiempo una "República de Comités Editoriales", en donde de manera sistemática se repiten los mismos nombres. Hemos constatado, además, que las revistas de historia tienden a definirse en términos bastante vagos y abstractos, y que todas se inscriben en una tradición "generalista", en donde no se reconoce énfasis ninguno ni en periodo ni en temática, que todas afirman de manera formal el lazo que une a la historia con las ciencias sociales y manifiestan su vocación interdisciplinaria. Igualmente, que todas ellas han tratado recientemente de sacudirse el aspecto provinciano que por siempre las había caracterizado, incluyendo artículos sobre otros países del continente y buscando la colaboración de historiadores de otras partes del globo.

Es claro, así mismo, que la investigación en historia ha crecido, sobre todo como consecuencia de la aparición de las maestrías y del interés que sociólogos y antropólogos han mostrado por la historia y que hoy hay más por publicar, pero no parece que por ello la disciplina se haya hecho más fuerte en términos de los debates que sostiene y de la autoconciencia que haya desarrollado respecto tanto del papel del conocimiento histórico en la sociedad, como respecto de las dificultades mismas de la disciplina en cuanto a su estatuto epistemológico, a su definición como práctica científica o como saber humanístico y, en fin, frente a la especificidad del oficio de historiador.

El material examinado deja también la impresión de que la revista de historia, en tanto género de escritura y género de lectura de investigaciones históricas, no es un objeto bien definido entre nosotros, lo que puede ser un obstáculo cuando las revistas quieran de manera más expresa definir su forma de intervención en los debates que sobre el curso de la historiografía nacional nos aguardan. Por ahora, con excepción de Análisis Político -que de todas maneras no es una revista de historia-, las revistas de historia parecen condenadas a mejorar de número en número respecto de su contenido, pero a retroceder en cuanto a su definición desde el punto de vista del género, y eso amenazará con volverlas vitrinas de exposición y canales de circulación de una producción histórica creciente y miscelánea, que sufre un cierto envejecimiento en razón de su especialización prematura y de su desconexión frente a los procesos mayores que aseguran el mínimo de inteligibilidad que todo estudio histórico necesita para ser algo más que descripción -buena o mala- de aspectos parciales del funcionamiento de una sociedad. La mayor parte de estas observaciones pueden aplicarse a HC.


IV. historia crítica (1989-2002): definiciones y evoluciones

A lo largo de su breve historia, HC se ha mostrado como una revista que ha cumplido de manera casi estricta con la aparición regular que se propuso. Desde luego que han existido problemas a ese respecto y en tres ocasiones HC ha faltado a la cita semestral con sus lectores. Pero aun así, atendiendo a lo que constituye la tradición nacional y a lo que ha sido el comportamiento de sus similares en el campo de la historia, HC ha sido un ejemplo de constancia y esfuerzo.

En sus 14 años de circulación, HC ha publicado 24 números que forman un total aproximado de 3.500 páginas, con un número promedio de 143 páginas (con extremos de 200 y 88 páginas). Los 162 artículos publicados por HC pueden de manera aproximada clasificarse, desde el punto de vista del "área cultural" que toman como objeto, de la siguiente forma (aunque desde luego "historiografía" no constituye un área cultural)16:

Amplitud de miras, cierto cosmopolitismo, deseo de conectar a sus lectores con las realidades de un mundo en transformación y en parte prueba de la diversificación "regional" de los intereses de los profesores del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, HC ha resultado desde este punto de vista ejemplar y sólo comparable en este punto con la tarea adelantada por Análisis Político.

La misma diversidad y amplitud de miras resalta al examinar esos 162 artículos desde el punto de vista de su temática, aunque el ejercicio de clasificación resulta mucho más arbitrario en razón de las propias evoluciones recientes de la investigación histórica en el país, la que, muy a tono con lo que viene ocurriendo con la historiografía internacional, ha especializado, diversificado y reformulado sus tradicionales separaciones en campos.

Es claro que con otros criterios de clasificación las cifras y porcentajes se alterarían, pero hemos tratado de proceder de la forma más equilibrada posible, atendiendo no tanto al título del artículo en cuestión como a su contenido efectivo. Las cifras deben ser vistas como simplemente indicativas y, como debemos repetir, construidas con cierta arbitrariedad. De hecho, no parece existir, por ejemplo, ningún criterio seguro para que lo que llamamos "historia urbana" no pueda ser clasificado como "historia social", por fuera del hecho de que queríamos insistir en la presencia en HC de un campo de trabajo de cierta novedad y no muy desarrollado por la historiografía nacional.

La clasificación tiene también el peligro de ocultar ciertas novedades importantes que han hecho presencia en HC. Así por ejemplo, los artículos clasificados como "historia política" incluyen aquellos que se ocupan de la historia de las relaciones internacionales, un campo nuevo en la reflexión de los historiadores nacionales. O, en sentido contrario, en los artículos clasificados en el rubro "Historia de la cultura y del arte" se incluyen tanto textos con alguna influencia de lo que hoy se denomina la "nueva historia cultural", como textos, muy convencionales, que responden al enfoque de la llamada "historia de las ideas".

Ciento sesenta y dos artículos, que corresponden a un número menor de autores -de hecho en HC parece haber articulistas "de planta"-, en una combinación sorprendente que incluye gentes de diversas regiones, de distintas generaciones y de instituciones universitarias públicas y privadas de la más grande variedad. Desde un maestro consagrado como don Jaime Jaramillo Uribe, quien escribe en el primer número de HC sobre la historia de Bogotá, hasta el articulista del "espacio estudiantil" del No 24 -tan distintos los dos en sus pretensiones, en su escritura, en sus referencias-, HC, fiel a la idea expresada en su primer número, ha publicado textos de la más diversa índole, correspondientes a historiadores tout court, a sociólogos, economistas, antropólogos, filósofos y politólogos, extrañándose tal vez solamente las reflexiones de los geógrafos, en verdad ausentes de la mayor parte de la historiografía nacional, a pesar de que recientemente el "espacio" haya sido de nuevo recordado como una dimensión básica de todo proceso social. Una diversidad que ha enriquecido, pero que sin duda ha convertido algunos números de HC en un producto editorial difícil de definir por la falta de unidad y de relaciones entre los textos publicados.

Por fuera de sus artículos habituales, cuerpo central de la revista, en la mayoría de las ocasiones HC ha tenido lo que se denomina "Secciones", inconstantes en su aparición y no bien definidas. HC ha publicado alrededor de 89 reseñas de libros -en ocasiones reseñas de libros esenciales- y 148 "Notilibros", pero no parece haber existido criterio uniforme ni frente a la extensión, ni frente al contenido ni al estilo de tales secciones, en especial la de reseñas. De hecho, un libro sobre el empresariado colombiano, por ejemplo, fue reseñado en el No 7, para aparecer en el número siguiente en la sección de "Notilibros", sin que la segunda ocasión agregara nada a la primera. Y aún se puede citar un ejemplo más: un texto colocado en la Sección de reseñas, que resulta ser una ponencia presentada en un evento internacional (Cf. No 6. Igualmente cf. No 19, para el caso de un "ensayo" bibliográfico, completamente inorgánico, incluido en la Sección de reseñas, tal vez por referirse a varios libros y autores. Y la lista de ejemplos podría ampliarse).

Similares observaciones podrían plantearse frente a la Sección de "Debates", la que en sus tres primeras apariciones (Nos 3-5) parece haberle apuntado a temas que no parecieran constituir en ese momento objeto de debates importantes conocidos, pero que tampoco generaron ningún tipo de debate posterior. La Sección dejó de aparecer por unos meses y reapareció en el No 8 sin que hubiera mejorado su perfil -el verdadero debate es ese número podría estar más bien en el artículo ya mencionado de Gonzalo Sánchez-y de nuevo se esfumó hasta el No 16, con un tema de actualidad política, en donde no se hacía la menor referencia historiográfica al problema considerado, a pesar de que los participantes en el debate habían producido obras con pretensión histórica sobre el problema, de tal manera que el asunto se resumió más bien en las "opiniones" de los autores respecto del tema que trataban17.

En sus primeros tres números, HC no incluyó ninguna indicación que pudiera aclarar a sus posibles articulistas cuáles deberían ser las características de los textos propuestos para publicación, tal vez porque el problema no se había planteado, tal vez porque dentro de la mayor informalidad sus animadores se encontraban en contacto con historiadores que trabajaban sobre sus temas de interés -el primer número recogía artículos de Jaramillo Uribe y de dos reconocidos historiadores de la Universidad Nacional-, tal vez porque se pensaba que los miembros del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes podrían sostener con sus propias investigaciones el proyecto iniciado18. Lo cierto es que sólo a partir de su No 4 HC lanzó la primera señal -aún no muy clara- a sus posibles colaboradores, a través de un breve anuncio que decía: "Se reciben artículos de 20 a 40 páginas [...]. Comunicarse con el Departamento de Historia", y tan sólo en 1995 (No 10) HC incluyó una "Guía para colaboradores", lo que quiere decir que durante siete años las relaciones de amistad o de colegaje fueron determinantes para la producción de la revista, en cuanto a sus artículos centrales, una forma de trabajo que en ocasiones puede resultar problemática. Ahora aparecía por fin una fórmula de gran exactitud, que aunque mantenía la misma discutible extensión para un artículo de revista, condensaba un criterio objetivo que debería darle un perfil preciso a la revista (aunque tal criterio no ha sido siempre norma cumplida):

    La revista considera solamente artículos inéditos que contengan investigación empírica substancial o que presenten innovaciones teóricas sobre debates en [sic] interpretación histórica [.] El Consejo Editorial se reserva el derecho de hacer correcciones menores de estilo19.

El criterio resulta juicioso y normal -para una revista de historia-, aunque su necesario complemento: la existencia de "jurados anónimos", tardaría varios años en llegar, por lo menos de manera explícita (cf. No 24), lo que ahora le otorga a la revista el carácter de "revista arbitrada", con una posibilidad enorme de mejora de su calidad -para fortuna de sus lectores-, novedad que debe ser vista en consonancia con su inclusión en "Index" internacionales (cuatro en la actualidad) y en el "ranking" de COLCIENCIAS, planteándole a la revista un reto más: el de eludir la trampa que confunde la calidad de una revista, su lugar en un conjunto de debates y su capacidad de organizar un programa de trabajo con repercusiones sobre la actividad de una comunidad académica, con la pertenencia a una serie de "tribunales" que pueden terminar siendo instancias formales de legitimación y no lugares en donde se elaboran los mejores trabajos de una disciplina.

HC, que ha tenido en sus 14 años de existencia seis directores, parece haber tenido desde el principio un equipo grande de personas para garantizar la calidad y la continuidad de su trabajo -en el primer número se menciona cerca de diez personas y un Consejo Editorial de seis miembros. Los directores de HC han tomado en varias ocasiones la palabra para definir los objetivos de la revista. Seguir algunas de esas formas de "editorial" -una definición de tareas, pero al mismo tiempo una manera de representarse y de fijar un lugar, a veces más imaginario que real-, puede servirnos para aclarar un poco la evolución y el papel de la revista, sobre todo si tales declaraciones se ponen en relación con su marcha real.

En el primer número de HC, el director de entonces hizo una breve "Presentación" del proyecto de revista, pero prefirió referirse ante todo al ámbito institucional de ella -la Universidad de los Andes y su Departamento de Historia-, antes que a elementos de la "coyuntura historiográfica", respecto de la cual optó, más bien, como Historia y Sociedad y otras revistas nacionales, por recordar que se trataba de un "medio de divulgación amplio", abierto a la colaboración de propios y extraños, y que la revista aspiraba a abrir "un nuevo espacio crítico" para el desarrollo de la investigación histórica nacional, a través de un "aporte fresco e innovador a la discusión y debate que sobre historia se realiza en Colombia", pero sin avanzar una sola palabra sobre los elementos que definían esa discusión y ese debate, dejando en ascuas al lector. Con la revista ya en circulación, la temperatura debió subir entre los profesores que animaban la publicación, pues el director hablará en la "Presentación" del segundo número de los equipos estudiantiles de redacción y de promoción, del respaldo de los anunciantes y de las múltiples voces de apoyo llegadas desde dentro y fuera del país. Hay en la "Presentación" de ese segundo número un generoso tono exaltado, típico de quienes amamos el papel y la tinta. Febrilidad, pues, en el cuartel general: el primer número se agotó, hay que volver a imprimir (para un total de 2.000 ejemplares. En Colombia, un éxito mayor). Pero más que el éxito comercial, la gran victoria se encontraba en otra parte: "el aporte que la revista ha podido brindar a la discusión y desarrollo de la historia" -de la historiografía-, necesitada de "mecanismos cada vez más amplios y originales de expresión", ya que se encuentra "actualmente en una etapa de auge y de controversia", aunque de nuevo ni la más mínima información sobre el contenido o la forma de esa "coyuntura historiográfica" -papel que tampoco cumplían los artículos publicados-, como si eludirla fuera un designio.

El tono exaltado y la decisión de trabajo deben haberse afirmado mucho más con las 170 páginas del No 3, lo que le permite al director, en el número siguiente, hablar de un "equipo humano" conformado y de una revista consolidada, a la que califica como "diferente, variada e innovadora", y de la cual afirma que ha tenido una excelente recepción académica y comercial. Unos meses después, y poco antes de que se presenten sus dos más importantes baches de periodicidad, el director escribirá en su "Presentación" que HC es ya "un esfuerzo consolidado y que marcha solo" y que ha terminado la etapa de despegue y consolidación, palabras a las que se sumará el nuevo director (cf. No 6), quien ahora hablará de una etapa de "permanencia y ampliación" -las llamadas etapas caracterizadas en un lenguaje que nos resulta de inmediato familiar a las gentes que rondamos o pasamos los cincuenta años-, etapa en la cual los objetivos de difusión se han hecho mayores, pues ahora la meta es la de convertir HC en "la primera revista de historia con un radio de difusión para todo el mundo de habla castellana" -nos imaginamos que incluida la Madre Patria, que es parte de ese mundo-, objetivo desproporcionado que por fortuna no se ha vuelto a mencionar.

Por lo menos hasta su No 19 -más de una década después de fundada la revista- y aun ahí de manera puntual, los "editoriales" serán similares, un tanto repetitivos y rutinarios: ninguna mención directa de los elementos reconocibles que, por fuera de diferencias menores, han definido en estos años la coyuntura historiográfica en el país; reiteración del propósito un tanto abstracto de "contribuir al desarrollo de la disciplina histórica en el país" -cf. por ejemplo HC No 17, momento en que además modifica su formato y su maqueta y se apresta a celebrar una década de existencia, o HC No 18, o HC No 20, etc.-; y definición de los trabajos acogidos por la revista a través de un lenguaje neutro, o más bien vacío, que difícilmente constituye una referencia de orientación importante para un lector20.

En cada una de las ocasiones en que los editorialistas han intentado definir con más precisión algo del carácter que distingue a la revista han insistido en que una de las características distintivas de la publicación es su riqueza temática. Una consideración rápida de sus índices lo comprueba. Pero la lectura más detenida de algunos de sus artículos pone de presente que una de las grandes tentaciones de la investigación histórica nacional de los años recientes también está presente en HC: la tendencia al tratamiento de los objetos históricos como "aspectos" desarticulados, valiosos por ellos mismos por fuera de toda conexión con aspectos mayores de la sociedad. Así se observa en algunos de los textos que han tratado problemas sobre minorías (por ejemplo judíos conversos) o sobre prácticas marginales (brujería, comportamientos sexuales separados de la norma dominante, etc.) o incluso sobre un reglamento hospitalario convertido en "objeto de investigación" (cuando ni siquiera aparece la interrogación sobre su puesta en marcha. que nunca se dio) y se podrían mencionar muchos ejemplos, pero ese no es el interés. Sí lo es en cambio señalar que aquí puede anunciarse una evolución en curso -que en parte algunos de los últimos números confirman-, que indicaría un desplazamiento desde la consideración de objetos definidos en términos de red -no de puntos aislados-, perspectiva dominante en los primeros años de la revista, hacia "objetos menores", no por ellos mismos -ninguno lo es en historia-, sino por su desconexión contextual y por su tratamiento puramente episódico y fragmentado, a la manera de "aspectos" y "factores", sólo que ahora recubiertos de un lenguaje á la mode que no logra ocultar la insignificancia de los resultados.

En su número 21, HC rindió homenaje al escritor Germán Arciniegas a través de un amplio "dossier" (siete artículos muy desiguales entre ellos) y de una bibliografía aproximada de los trabajos de Arciniegas -lo que resulta explicable dada la desmesura de la obra escrita por el escritor. En parte se trató de un homenaje al colega mayor -Arciniegas trabajó en el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes- y al intelectual revolucionario de los primeros años de su vida, pero también al historiador de otra generación y de otras orientaciones. En su "Carta a los lectores", el director de la revista confiesa su esperanza de que el "dossier contribuya a enriquecer el debate sobre el maestro Arciniegas", un debate inexistente en Colombia, pero sobre el cual la revista -o su dirección- había realizado tiempo atrás, en el momento de la muerte del escritor, ya un primer somero balance, que era al mismo tiempo un juicio sobre las relaciones entre un intelectual finalmente bien integrado al "establecimiento" y los historiadores de la llamada Nueva Historia en Colombia, realizado por quienes pertenecen posiblemente a una segunda o tercera generación. Tal vez ha sido la única ocasión en que la revista ha hablado sobre esas relaciones -que fueron en el pasado uno de los rasgos distintivos de la coyuntura historiográfica nacional- y frente a las cuales la revista hubiera debido ampliamente hablar en 1989, en el momento de su fundación. Tal vez sólo ahora se presentaba la oportunidad y la dirección de la revista habló, y nos parece que lo hizo confundiendo por completo el problema.

La "Carta a los lectores" dirá, con ocasión de la muerte de Arciniegas, que el escritor ha dejado una valiosa y polémica obra, lo que sin duda debe ser cierto, "con la que esperamos se reencuentren los historiadores jóvenes, quienes confiamos, podrán superar muchos de los prejuicios ideológicos de la generación que los precede". La afirmación es sorprendente. No hay que tener una "memoria larga" para recordar el comportamiento de Arciniegas en "la batalla de los manuales" librada entre 1985 y 198921. Por fuera de ello, que los "nuevos historiadores" no se reconocieran en la obra de Arciniegas, lo que es un hecho cierto, lógico y explicable -tampoco nos reconocemos hoy en la de Michelet-, no quiere decir que no estuvieron atentos a la importancia de Arciniegas como ensayista, como polemista, como animador y dirigente cultural, tal como aparece claro en las obras de estudiosos como Alfredo Molano o Alvaro Tirado Mejía, quienes en sus obras han tratado aspectos educativos y culturales de los años 30 y 40 del siglo XX y por lo tanto han debido enfrentar la obra administrativa e intelectual de Arciniegas. Por lo demás, no se debe olvidar que la un tanto "promiscua" Nueva Historia de Colombia de Editorial Planeta (cf. Vol. I), incluyó entre sus autores a Germán Arciniegas, quien realizó crónicas adecuadas de acontecimientos de los cuales él mismo había sido actor de primera importancia, lo que es una clara muestra de ausencia de sectarismo22.


V. palabras para no concluir

HC ha ofrecido cosas excelentes a sus lectores. Artículos memorables e importantes han aparecido en sus páginas y la actitud constante de apertura respecto de los temas y los autores ha sido una nota distintiva, que esperamos sea mantenida. No resulta adecuado hacer la lista de los textos destacados que se han publicado a lo largo de estos años -pues sería la simple opinión de un lector-, pero de seguro que constituyen una buena cantidad. A pesar de su escasa definición, las Secciones que conforman la revista también han incluido textos importantes y por sus "Reseñas" y "Notilibros" hemos tomado conocimiento de textos que de otra manera ignoraríamos.

Y sin embargo hay preguntas que debemos continuar haciéndole a HC. Sabemos desde luego que la revista no ha sido la iniciadora de una "nueva historiografía". Ese sería un reproche no sólo injusto sino absurdo. Notamos también al correr de sus páginas, que antes que la coyuntura historiográfica puede haber sido la coyuntura política nacional la que ha tenido mayor peso, lo que se ha expresado, entre otras cosas, en el hecho de que antes de haberse referido a la actualidad historiográfica, la revista ha tomado el camino de la actualidad conmemorativa. Por lo menos eso indica una parte de sus "Editoriales" y la cesión que en una ocasión hizo de sus páginas para un evento de meses atrás sobre los problemas de la paz en Colombia. Esto puede ser normal, si recordamos el momento por el que atraviesa el país. El problema es el de que los dos tipos de coyuntura no logren en la revista ninguna forma de relación, tal como entendía este problema Lucien Febvre, cuando hablaba de "combates y debates"23. El problema es el de que, por ejemplo, la "conmemoración" de los 150 años de la abolición de la esclavitud permita tan escaso trabajo sobre la historiografía de la esclavitud; o en un caso más rotundo, que la "celebración" del cincuentenario del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán no desemboque en un examen de la historiografía (ya amplia) del gaitanismo24. El problema es, en el extremo, que la revista no produzca su propia actualidad y que ella misma no sea capaz de crear "coyunturas historiográficas" en función de los debates nacionales y de la investigación histórica en el país. Se dirá que se trata de metas demasiado elevadas. Es cierto. Pero la investigación histórica, al examinar y poner en entredicho todas las formas bajo las cuales una nación es imaginada, al volver sobre los relatos del origen y las formas de construcción de las simbólicas nacionales, al ocuparse de los grandes temas del panteón nacional o de los "tiempos fuertes" en la destrucción de una civilización (por ejemplo las civilizaciones indígenas) o en la construcción de la nación, etc., ofrece posibilidades que ninguna otra disciplina ofrece, ya que la historia trabaja sobre los fundamentos mismos de la sociedad. Aún así, debe tratarse de metas demasiado elevadas. Pero si un día, en los "tiempos heroicos -que esperamos no hayan pasado-, sus animadores quisieron conquistar para la revista "el mercado de habla castellana", ¿cómo no van a ser capaces de organizar un buen dossier -histórico e historiográfico- sobre problemas centrales del país, a partir de la perspectiva del tiempo, de la perspectiva histórica, que es la nuestra?

Dos preguntas mayores habría que hacer a HC, desde mi perspectiva -parcial y unilateral-. Las dos están relacionadas con las páginas antes escritas. Son las preguntas que guiaron esas páginas, que las organizaron, pero también las preguntas que vuelven al final. ¿Cuál ha sido la capacidad de integrar, la capacidad de resonancia y el carácter de punto de encuentro de la revista? De su capacidad de integrar no nos queda ninguna duda. Buena parte de la pequeña "República de las Letras" -en el campo de la historia en Colombia- ha pasado por allí. Los alumnos de los profesores del Departamento de Historia -algunos de tales profesores fundadores de la revista- empiezan a encontrar en HC un lugar de publicación de sus trabajos, de tal manera que pronto, además, podremos ver los nombres de algunos de ellos ejerciendo los pequeños prestigios y poderes que se derivan de la pertenencia a un comité editorial.

En cuanto a su capacidad de resonancia -de ser capaz de ampliar y multiplicar sonidos- no hay duda que la tarea se ha cumplido, por cuanto buena parte de la llamada por J. O Melo "perplejidad de los 90", se ha expresado en la revista, y el trabajo historiográfico nacional, con sus virtudes y sus defectos, se ha visto bien reflejado en sus páginas, de tal manera que las paradojas sintetizadas por Gonzalo Sánchez y expuestas con cierta desmesura por Jesús Antonio Bejarano, se encuentran perfectamente inscritas en la historia de HC. Y en cuanto a su capacidad para ser punto de encuentro, no de personas que publican artículos sobre este o aquel aspecto, sino en tanto organizadora de debates y productora de balances críticos que hurten a la disciplina de su actividad rutinaria y tranquila, que adviertan sobre los peligros que amenazan a la disciplina, pero también sobre las promesas que ella alberga, lo logrado hasta el momento dejaría mucho que desear.

Desde otro punto de vista, segundo orden de preguntas, vale la pena interrogarse ya no sólo sobre su papel historiográfico, sobre su estructura y textura, sobre sus secciones y organización interna, como elementos claves que definen su identidad. Una revista de historia es un modo específico de escritura de la historia -incluida su extensión-; una revista de historia es por lo tanto también un modo específico de lectura de la historia (diferente de la del libro o el informe de investigación). Cuando la especificidad de ese modo se pierde o no se ha conquistado nunca, se dirá que su papel en el campo historiográfico y su propia identidad deben ser de nuevo repensadas. Pensar esa identidad y enfrentar la necesidad de su transformación puede ser algo muy difícil cuando los animadores de una revista se identifican exageradamente con su creación, o cuando confunden pequeñas victorias institucionales -la figuración en un "ranking" de una agencia de investigación- o logros que se refieren más al contenido normalizado de una disciplina que a la genuina innovación -como obtener los requisitos para figurar en un "Index" internacional-, con la existencia real de un programa intelectual. Con seguridad que este no debe ser el caso de HC.


Comentarios

1 Para comprender las dificultades y ambigüedades del análisis, cf. por ejemplo WINOCK, Michel, Historia Política de la Revista Esprit. París, Seuil, 1975.

2 Para citar un terreno distinto al de las revistas de historia, cf. por ejemplo la excelente Economía Institucional, Revista de la Facultad de Economía de la Universidad Externado de Colombia.

3 Cf. por ejemplo ROMERO, Armando, Las palabras están en situación, Bogotá, PROCULTURA, 1985, capítulos V y VI; y en el terreno estricto de la investigación histórica, aunque en un contexto completamente diferente al nuestro, cf. LEPETIT, Bernard, "Los Annales. Portrait de groupe avec revue", en REVEL, Jacques, WACHTEL, Nathan, Une école pour les sciences sociales, París, Les Éditions du Cerf/EHESS, 1996, pp. 331-48.

4 La inspiración básica de este análisis viene de ROUSSELLIER, Nicolas, "Les revues d'histoire", en BEDARIDA François, L'histoire et le métier d'historien en France 1945-1995, París, MSH, 1995, pp. 127-146.

5 COLMENARES, Germán, "Perspectiva y prospectiva de la historia en Colombia.1991", en Ensayos sobre historiografía, Bogotá, TM Editores, 1997, p.101. La observación sobre las nuevas generaciones y Annales y Past and Present, en pp. 109-110, aunque resulta difícil saber a qué se refería Colmenares con la frase "Las nuevas generaciones de historiadores". Cf. también "Estado de desarrollo e inserción de la historia en Colombia" [1990], en Ensayos sobre historiografía, op. cit., pp. 121-166.

6 MELO, Jorge Orlando, "La historia: perplejidades de una disciplina consolidada" [1991], en Predecir el pasado. Ensayos de historia de Colombia, Bogotá, Fundación Simón y Lola Guberek, 1992, p. 8. Años después, en una ponencia presentada en el IX Congreso Colombiano de Historia (1997), J. A. Bejarano retomaría de manera radical algunos de los elementos del balance de J. O. Melo y produciría uno de los panfletos más agrios que entre nosotros se ha escrito contra las llamadas corrientes postmodernas. Cf. Jesús Antonio Bejarano, "Guía de perplejos: Una mirada a la historiografía colombiana", en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Bogotá, Universidad Nacional, No 24, 1997, pp. 283-338. Aunque Bejarano no profundiza en los trabajos locales y resulta más bien un tanto perdido en la consideración del abigarrado panorama internacional de los estudios históricos, de los cuales pretendía hacer el mapa, su diagnóstico sobre lo que ocurría en el país era claro y sin matices: "Advirtamos de antemano que la historia parece transitar hoy, peligrosamente, hacia una fragmentación de temas y métodos [...] que va desvertebrando el cuerpo del conocimiento histórico y desnaturalizando la historia como disciplina académica" (p. 288). A pesar de que Bejarano hubiera podido concentrarse en por lo menos un grupo de trabajos colombianos para mostrar en ellos lo que le parecía que estaba ocurriendo, cosa que no hace, es posible que su imagen se haya formado a partir de una lectura de TOVAR, Bernardo et al., La historia al final del milenio, 2 vols. Bogotá, Universidad Nacional, 1994, obra que efectivamente cita al principio de su texto como referencia central.

7 A su manera y con su tono, Bejarano escribía: "... si hemos de resignarnos al relato y al acontecimiento en su estrecha perspectiva me temo que muchos no estemos ya interesados [...] en perder el tiempo escudriñando las modalidades de la siesta del mediodía en la Coyaima indiana del siglo XVIII". J. A. Bejarano, "Guía de perplejos...", en Anuario... 1997, op. cit., p. 324.

8 MELO, Jorge Orlando, "Medio siglo de historia colombiana: Notas para un relato inicial", en LEAL, Francisco, REY, Germán (editores), Discurso y Razón. Una historia de las ciencias sociales en Colombia, Bogotá, TM Editores/UNIANDES, 2000, pp. 153-177.

9 Cf. como ejemplo de ese tipo de libro RODRÍGUEZ ACOSTA, Hugo, Elementos críticos para la interpretación de la historia de Colombia, Bogotá, Ediciones Tupac Amaruc, 1971 -existen numerosas reimpresiones.

10 Cf. COLMENARES, Germán, Convenciones contra la cultura. Ensayos sobre historiografía hispanoamericana del siglo XIX, Bogotá, TM Editores, 1986.

11 SÁNCHEZ, Gonzalo, "Diez paradojas y encrucijadas de la investigación histórica en Colombia", en HC, No 8, julio-diciembre, 1993, pp. 75-80.

12 La inspiración le viene a G. Sánchez, como él mismo lo menciona, de Marc Bloch, La historia rural francesa, Barcelona [1952], Crítica, 1978, quien escribe: "En el desarrollo de una disciplina, hay momentos en que una síntesis resulta mucho más útil que muchos trabajos de análisis; son momentos en que, dicho en otros términos, importa sobre todo enunciar bien las cuestiones, más que, todavía, tratar de resolverlas" (p. 27).

13 Este último aspecto del problema fue también advertido con firmeza por J. A. Bejarano cuando escribía: "Nos preocupan pues, no las actividades individuales de los investigadores, sino la disciplina académica considerada como «Una institución social dedicada al consenso social racional de opinión sobre el campo más amplio posible»". Cf. J. A. Bejarano, "Guía de perplejos...", Anuario... 1977, op. cit., p. 287. Puede ser discutible la epistemología "convencionalista" en que se apoya Bejarano, pero el propósito que la anima en su texto no puede ser más loable.

14 "Editorial", Fronteras de la historia, Volumen 5, Bogotá, ICANH, 2000, pp. 5-6.

15 Cf. Idem, Dossier: "La historia en Colombia hoy: ¿encerramiento y cientificismo?", en especial FLOREZ, Alberto, "La historia en su encerramiento. Una mirada iconoclasta al quehacer de la historia en Colombia", pp. 9­33. Para la asimilación arbitraria de autores a su propio punto de vista, cf. p. 25, en donde se incluye contra toda clase de evidencias a Roger Chartier en el grupo de los postmodernos y "textualistas". Para el punto de vista de Chartier sobre estos problemas, cf., entre muchos otros textos, CHARTIER, Roger, "Figures rhétoriques et représentations historiques. Quatre questions à Hayden White", en Storia della Storiografia, 24, 1993, pp. 563­600. G. Colmenares había escrito en 1990: "Cada vez se observa menos preocupación por acogerse a la «última» teoría o a las novedades de la moda intelectual y mayor cuidado en el uso y la interpretación de materiales empíricos". ¡Se equivocó! Cf. COLMENARES, Germán, "Estado de desarrollo e inserción social de la historia en Colombia", en Ensayos de historiografía, op. cit., pp. 109-110.

16 Mi conteo de artículos no coincide con el que formalmente se deduce de la Tabla de Contenido de la revista.

17 Habrá que esperar para saber cuál es la suerte y evolución de la nueva Sección propuesta bajo el nombre de "Reflexión y ensayo", y presentada como "un espacio abierto a breves planteamientos sobre temáticas afines a la historia", pero es difícil saber cuál puede ser la necesidad, la lógica y el contenido de una Sección definida en tales términos.

18 Una lista de los miembros del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, poco después de la creación del Departamento en 1984, puede leerse en la contrata de Documentos de Trabajo. Serie Historiográfica. Departamento de Historia. Universidad de los Andes, s.f.

19 La extensión de los artículos, un poco mayor que la habitual en una revista, se reduciría luego a 25 páginas, y en su actual expresión en caracteres pasaría de 60 a 50000, una cantidad acomodada a las costumbres de buena parte de revistas de ciencias sociales.

20 Citemos un ejemplo, entre varios (cf. HC No 7), de una forma de presentación cuyo contenido podría traspasarse al plegable de promoción de una carrera universitaria, a la tapa trasera de un libro de divulgación, a un "dossier" orientado por cualquier tipo de problemas y disciplinas (economía, sociología, antropología), lo siguiente: "... hemos incluido artículos que versan sobre diversos problemas de la realidad nacional y latinoamericana. La importancia que reviste cada uno de ellos es [la de] que desde diversas perspectivas se problematizan aspectos de nuestra realidad presente y contribuyen a abrir nuevos horizontes para una mejor comprensión del mundo que vivimos". Pero igualmente cf. HC. No 22, en donde se escribe: "Se trata del número 22, que en esta oportunidad está dedicado a varios temas donde se registran aportes al conocimiento histórico producto de una investigación sesuda [...]. En este número predominan los estudios que, de una u otra manera, se relacionan con la época colonial [.] y al mismo tiempo presentan una diversidad temática al respecto".

21 Cf. COLMENARES, Germán, "La batalla de los manuales en Colombia" [1989], en Historia y Espacio, No 15, Cali, Departamento de Historia, Universidad del Valle, pp. 87-99.

22 Jorge Orlando Melo reseñó con perspectiva crítica convincente y justa el Bolívar y la revolución de Germán Arciniegas en Boletín Cultural Y Bibliográfico, Volumen XXXI, Número 2, 1984, pp. 101-103.

23 No se puede dejar de mencionar que HC, fundada en 1989, jamás pronunció palabra sobre la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América -aunque dedicó uno de sus números a otro episodio importante: el Bicentenario de la Revolución Francesa-, una celebración histórica que fue al mismo tiempo una coyuntura historiográfica de importancia mayor, a pesar de lo que podría pensarse por el hecho de que en el plano doméstico todo se hubiera resumido en la demagogia populista del "encubrimiento de América" y en los enfrentamientos de la Academia de Historia, presidida por Germán Arciniegas, y el Presidente César Gaviria, en torno al reparto de los dineros y los honores. Y sin embargo, mientras tanto, por fuera de la discusión sobre la "leyenda negra" y al margen de ella, Serge Gruzinski y Carmen Bernand proponían cuatro o cinco obras que modificaban la faz del problema del Descubrimiento, Conquista y Colonización.

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