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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.25 Bogotá ene./jun. 2003

 

PROBLEMAS Y TENDENCIAS CONTEMPORÁNEAS DE LA VIDA FAMILIAR Y URBANA EN MEDELLÍN

Juan Carlos Jurado
Magíster en Historia, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.


RESUMEN

En el artículo, basado en bibliografía secundaria, se tratan algunas tendencias y problemáticas contemporáneas de la familia en la ciudad de Medellín. Sobresalen los cambios en la estructura familiar como resultado de complejos procesos como el declive de la sociedad patriarcal, la inserción masiva de la mujer al mundo del trabajo y la cultura y el éxito de las campañas de natalidad en Colombia desde mediados del siglo XX. También se toca el problema de los nuevos lugares de la infancia y la juventud en la familia y en la escuela, donde ocupan posiciones centrales y de mayor reconocimiento que en el pasado, desplazando a los adultos de su centro y poniendo en jaque su autoridad; y en las formas de socialización urbana, definiendo nuevos paradigmas culturales. Como en otros contextos del mundo cultural occidental, la familia, en cierta manera se ha convertido en el refugio de la vida urbana, debido al deterioro de la vida pública, y su supuesta crisis está muy asociada a la aparición de otras formas de socialización en las grandes urbes. Estos y otros problemas como las nuevas identidades de género y el final de la heterosexualidad en que se afincaba la familia y la sociedad patriarcal, se inscriben en los procesos de internacionalización de la cultura, con sus especificidades en la ciudad como Medellín.

PALABRAS CLAVES:
problemas contemporáneos, cultura urbana, familia, juventud, trabajo.


CONTEMPORARY ISSUES AND TENDENCIES IN FAMILY AND URBAN LIFE IN MEDELLIN

RESUMEN

This article, based on secondary bibliography, deals with some contemporary family issues and tendencies in the city of Medellin. These changes in family structure stand out as a result of complex processes such as the decline of the patriarchal family, the massive entry of women into the labor force, and the culture and the success of birth control campaigns in Colombia since the middle of the twentieth century. It also deals with the problem of the new places of infancy and youth within the family and in school, where they occupy central positions with greater recognition than in the past, displacing adults from the center and challenging their authority; and in the forms of urban socialization, defining new cultural paradigms. As in other contexts of the western cultural world, the family has somehow become the refuge of urban life, due to the deterioration of public life, and its supposed crisis is closely associated to the appearance of other forms of socialization in large cities. These and other problems such as the new gender identities and the end of the heterosexuality on which the family and patriarchal society were based, are inscribed within the processes of internationalization of culture, with its distinctive traits in a city like Medellin.

KEY WORDS:
contemporary issues, urban culture, family, youth, work.


Estructura de la familia

Una de las características más notorias de la sociedad contemporánea es la crisis de la familia patriarcal, caracterizada por el dominio de la autoridad masculina sobre sus integrantes. Hasta hace poco tiempo, el poder moral y efectivo del padre estaba sancionado por la Iglesia católica y se extendía a otras esferas, como la política, la producción y la cultura1. Ahora, ante su desaparición y transformación, han surgido múltiples modalidades de familias con sus correspondientes cambios en la mentalidad y en la vida social.

Como en otras ciudades de América Latina, la crisis de la sociedad patriarcal toma forma en la ciudad de Medellín, asociada a procesos que se vislumbran desde mediados del siglo XX. El tránsito de la vida rural a la urbana es, según el historiador Marco Palacios, el cambio por antonomasia de la segunda mitad del siglo XX en Colombia2. Cambio al que contribuyeron considerablemente, por una parte, el desarrollo y consolidación de una economía capitalista industrial hacia los años cincuenta, y, por otra, la formación de sectores obreros y de una clase media urbana con formas de vida secularizadas, más autónomas en relación con el poder ordenador de los partidos políticos y de la Iglesia católica. Igualmente fundamental para la cultura urbana de las nuevas clases medias, resultaron la consolidación del sistema educativo, que amplió considerablemente su participación a las mujeres, así como el reconocimiento y la generalización de valores y patrones de comportamiento propios del mundo femenino y juvenil.

En dos generaciones, la población colombiana pasó de habitar los campos a vivir en las ciudades. Así, del 40% de habitantes urbanos que tenía el país en 1951, se pasó en 1993 al 74%. Medellín, una ciudad todavía con aires de parroquia hace medio siglo, creció a un acelerado ritmo al pasar de casi 360.000 habitantes en 1951, a más de 1.5 millones en 1985 y a casi dos millones al finalizar el siglo XX3.

Con las nuevas exigencias para sobrevivir en las ciudades, la aceleración de los ritmos de vida, la creación de nuevas oportunidades profesionales para las mujeres y las exitosas y maltusianas campañas del Estado para prevenir una supuesta "explosión demográfica", se fueron adoptando métodos de control natal modernos, aun en contra de las prohibiciones de la Iglesia católica. Así, las familias redujeron paulatinamente su tamaño, facilitando una "transición demográfica", pues se ha pasado de preocupantes tasas de crecimiento anual del 5.99 en 1951, a 2.46 en 1985, y a menos de 2 en la actualidad. Es el "régimen de la píldora", que le ha permitido a las mujeres desvincular su sexualidad de sus realizaciones maternas reproductivas y conferirle significaciones erótico-placenteras, sin tener que reducirla a la reproducción biológica exigida por la familia patriarcal, como única vía de realización personal.

La mujer ha estado, pues, en el centro de las transformaciones sociales, con la adopción e imposición de métodos de planificación familiar que le confieren mayores grados de autonomía en el manejo de su maternidad y una diferente significación de su sexualidad, no como una función divina tutelada por la Iglesia católica, sino como parte de su identidad corporal de género: "Es el pasaje de madre-hembra-procreadora a madre-individuo-creadora", según la expresión del demógrafo Juan Fernando Echavarría.

Con respecto al tamaño de las familias, todavía se conserva la imagen de una numerosa "familia paisa", que las estadísticas desmienten para la época colonial, pero que logró un sustento real después de mediados del siglo XIX. En este aspecto, el salto ha sido bastante agresivo, por lo cual Colombia se ha erigido en el emblema latinoamericano del éxito de la planificación familiar. Sólo para identificar la tendencia general, puede decirse que de la familia extensa donde convivían tíos, abuelos y hasta primos, cuya presencia pervive en los sectores populares de procedencia campesina, se ha pasado a una familia nuclear predominante que idealiza y absorbe en las figuras del padre, la madre y unos pocos, muy pocos hijos, la socialización y la afectividad del hogar. Se ha pasado, pues, de una familia donde convivían tres y cuatro generaciones a otra donde generalmente conviven dos4.

La fecundidad de los medellinenses ha sufrido una brusca y extendida transformación. Desde mediados de los años sesenta la fecundidad inició una curva declinante que se estabilizó en los setenta con 25 nacimientos por cada mil. Ello supone que las familias, y siendo más precisos, las mujeres, han pasado de tener entre 4.5 y 5 hijos promedio hacia 1973, a tener hacia 1985 de 2.5 a 35. En la actualidad, las tendencias de procreación en las familias medias urbanas y de clases acomodadas son mucho menores, llegando casi a predominar el hijo único. La familia en su conjunto ha mermado su cantidad de miembros, de modo que ha pasado de siete personas a cuatro y a tres, en los casos del hijo único.

Como "paliativo" a la merma de hermanos y primos en la casa paterna, se percibe que la socialización familiar que se desarrollaba al interior del mismo linaje se ha trasladado, en cierta medida, a la escuela, cuyo ciclo se inicia ahora más temprano que antes, con la proliferación de guarderías desde la década de los ochenta, básicamente. En ellas, y en una tupida red de hogares sustitutos, privados o estatales, se cuida de los bebés tan temprano como lo demandan las exigencias laborales de la mujer, quien además de su rol como esposa, madre y señora del hogar asume también el papel de trabajadora/profesional. Y no sólo se cuida de los bebés, sino que prácticamente se los cría, lo cual ha constituido una novedad para la familia, con la aparición de la maternidad institucional extendida, que todavía se delega, según la tradición, en los abuelos. Aquí no se percibe la desaparición de tradiciones "paisas" en la crianza de los hijos, sino su conjunción con cambios e innovaciones en las formas de socialización de los hijos.


Nuevos lugares de la infancia y patrones de autoridad

Ante la reducción de los niños en los hogares de la sociedad moderna industrial, ¿qué nuevas formas de valoración de la niñez emergen en las familias? Como lo sugiere el sociólogo Norbert Elías, la modernidad funda nuevas formas de relación entre niños y adultos, que pasan de ser estrictamente autoritarias a más igualitarias6. Este proceso tiene lugar por el reconocimiento de la mayor autonomía que se le concede a los niños en medio de la pérdida de centralidad de la sociedad patriarcal. Los niños, más que antes, son vistos por los adultos como merecedores de un trato especial y más estimados en proporción inversa a su número en los hogares.

El cambio ha sido sorprendente. Hasta hace poco, los adultos decidían sobre los niños de un modo mucho más espontáneo que ahora y, en general, estaban más influenciados por sus propios pensamientos que por los de los niños, atendiendo a una moral confesional y rígida, en la que el respeto y la obediencia a los adultos eran por sobretodo valorados. La desobediencia a los padres y abuelos era duramente castigada en los hogares antioqueños. Sólo desde hace dos o tres décadas, los adultos se encuentran más influenciados por los niños, se ponen en su lugar al tomar decisiones y al hacer una serie de consideraciones, supuestamente sicológicas y educativas, para decidir sobre ellos y "no hacerles daño", o para "no traumatizarlos", con lo cual han moderado su poder sobre ellos, perdiendo rangos de autoridad y espontaneidad al tratarlos. Algo similar ha ocurrido entre maestros y alumnos.

Tenemos entonces que los niños ejercen ahora poder sobre los padres y maestros, ya que representan, para los primeros, el cumplimiento de determinados deseos y necesidades en sus vidas, como nuevos sujetos de derechos. Un proceso social y cultural como el que se señala, obviamente rebasa el ámbito nacional, y es un elemento propio de la cultura occidental contenporánea7. En el olvido han quedado las significaciones de los hijos como una bendición divina sobre el matrimonio y la mujer, que podían llegar en número espontáneamente y representaban el orgullo familiar del linaje perpetuado en el apellido. Así, los viejos patrones de autoridad familiar que entronizaron a los abuelos y a los adultos en el centro del hogar se han visto profundamente trastocados. El niño, entonces, como lo serán en cierta medida los jóvenes, se constituye en el nuevo "rey del hogar".

Este cambio trascendental, que afecta la familia y la socialización urbana, se percibe particularmente en su historia gráfica. Así lo sugiere Armando Silva al estudiar una serie de 170 álbumes que configuran en un hecho literario, cuyo narrador colectivo es la familia, su Tenemos entonces que los niños ejercen ahora un gran poder sobre los padres y maestros, ya que representan, para los primeros, el cumplimiento de determinados deseos y necesidades en sus vidas, como una prolongación narcisista que moviliza su paternidad, y además se los reivindica como nuevos sujetos de derechos. Un proceso social y cultural como el que se señala, obviamente rebasa el ámbito nacional, y es un elemento propio de la cultura occidental contemporánea. En el olvido han quedado las significaciones de los hijos como una bendición imagen propia a través del tiempo8. Uno de los aspectos más llamativos que muestra la historia del álbum de familia es el desplazamiento de la representación de los adultos como centro del hogar, centro que es ahora ocupado por los hijos. A riesgo de simplificar la investigación mencionada, las tendencias históricas permiten apreciar que en las fotografías familiares anteriores a la década de los ochenta, los abuelos y los adultos, padre y madre, ocupaban el centro del retrato familiar; a partir de dicha década, son destronados por los niños, que se convierten desde ese momento en el centro de atracción afectiva9. La familia como representación casi desaparece, para actuar por fuera de la foto y entronizar a su heredero como un fetiche, como un ídolo. Así, al aclamar y concentrarse en el niño como figura mítica, el álbum de familia desaparece y se torna egoísta y ególatra. En palabras de Armando Silva, "el niño crece ahora como el nuevo héroe, el rey de la casa (que otrora fuera el padre) al que se le da todo el escenario visual y sobre quien la familia apuesta su futuro. Este niño es a quien por fuera del álbum se le llena de consumos de toda especie, juguetes incontables, estímulos electrónicos sobremedidos, asumiendo tal vez que se le debe dar de todo para que crezca. No es claro que el niño de los años noventa tenga la palabra de la familia, confundida en la nueva lucha de paradigmas masculinos y femeninos de las últimas décadas, pero sí posee en alto grado la imagen de ésta"10.

Al igual que en la fotografía, en el vídeo los niños predominan en las imágenes, pero esta vez asociados con lo espectacular, lo cómico y el instante, suponiendo la dislocación de la fotografía como registro estático. Sobresale en el análisis de los álbumes que sean los antioqueños quienes más exhiban entre los motivos fotográficos las fotos de familia. Una familia que, a pesar de aparecer como reliquia de cohesión social, se encuentra enfrentada a una crisis, a falta de una mejor palabra para calificar el desdibujamiento de los paradigmas tradicionales del hombre y la mujer y de la autoridad de los mayores11.

Retomando el tema de la relación adultos-jóvenes, podría plantearse el interrogante en torno a la representatividad de la ley que suponen los primeros frente a los segundos. Y ello por la novedad que constituye el que los adultos -padres o maestros- se conviertan en "compañeros" o "amigos" de sus hijos o alumnos, llevando la representación que personifican de la ley a una "fantasía de igualación" que desvirtúa su alteridad y su poder de cohesión social. Con ello viene la disolución de sus funciones como adultos y el debilitamiento de las exigencias sociales para con los jóvenes, que ahora se han erigido en figura de derechos más que de deberes sociales12. La idealización de la "cultura juvenil" no supone simplemente la generalización de que "nadie quiere verse viejo", ni "pasar de moda", sino su establecimiento como paradigma de la vida social. En efecto, hasta hace unas décadas, los hijos eran criados en el respeto a las tradiciones y en la creencia en los baluartes culturales de lo político y lo religioso, creando en ellos la mentalidad de que el edificio social se sustentaba básicamente en las "obligaciones" de sus integrantes con la colectividad. No obstante el autoritarismo patriarcal que imperaba en el pasado, se instauraba una "deuda simbólica" con los principios fundamentales y fundadores, para saber que no se vivía para sí, y reconocer a la colectividad como deudora de un pasado y sabedora de que el mundo no terminaba con ella. Mientras que en la sociedad contemporánea, los medios de comunicación, principalmente, imponen nuevos modelos de comportamiento, basados en el individualismo a ultranza del éxito personal y la innovación permanente propia del mundo cambiante de los jóvenes. Estos se erigen en omnipotentes por su no reconocimiento de la Ley, la "Ley que limita el deseo absoluto y que exige vivir soportando el desgarramiento que es la vida"13.

Otro elemento a considerar respecto del trastocamiento de los patrones de autoridad de la familia patriarcal y de su pérdida de centralidad, se constata en la ampliación de los modos de socialización juvenil que escapan a los adultos. Y en este sentido se trata de reconocer que la familia, la escuela y la Iglesia católica ya no son las instancias hegemónicas de socialización de las generaciones jóvenes. Se tiene, pues, que nuevas prácticas y sociedades de pares (grupos juveniles, barras, "parches", "combos", pandillas, galladas), los espectáculos de masas (grupos de fans, musicales y deportivos), grupos vecinales, organizaciones políticas alternativas, grupos religiosos no católicos, asociaciones feministas y ecológicas, con un sentido alternativo, secularizante y a veces contestatario, han tomado un importante protagonismo y autonomía en la socialización juvenil y en el surgimiento de valores y actitudes que a veces contradicen los de la sociedad adulta tradicional14.

A este trastocamiento de las relaciones generacionales, contribuyen enormemente los medios de comunicación, provocando nuevas formas del vínculo social y de subjetivación. En cuanto a los medios, sus cambios más significativos corresponden a las dos últimas décadas del siglo XX, cuando se desarrolla con especial ímpetu toda una parafernalia de medios técnicos e informativos que reconfiguran la cultura juvenil local con los procesos identitarios globales, fenómeno que ha sido más perceptible en las grandes ciudades latinoamericanas15.

Debe destacarse, así mismo, el papel que cumple y ha cumplido la televisión con respecto a la familia y a la escuela, pues trae aparejado un "desorden cultural" que trastoca las formas de autoridad vertical entre los jóvenes, sus padres y maestros. Como lo ha sugerido Jesús Martín-Barbero, la televisión "deslegitima" y "deslocaliza" las formas continuas del saber promovido en la escuela desde el texto escrito, que constituye el centro de un modelo lineal mecánico, basado en aprendizajes graduales de acuerdo con las edades evolutivas del niño. Por medio de la televisión, el joven accede rápida y cómodamente a un "saber visual" que subvierte el modelo escolar por etapas, legitimado por la autoridad del maestro. Trasladada al hogar, la televisión afecta las relaciones de autoridad entre padres e hijos, al permitir que estos últimos accedan por su propia cuenta al mundo que antes les estaba vedado, el mundo de los adultos16. De esta manera, los medios han venido a recordar que antes de que los aprendizajes adquirieran la forma de la escuela, los niños se encontraban entremezclados con el mundo de los adultos, sin los escrúpulos y cuidados con que hoy se los trata y aprendiendo los códigos culturales por medio de prácticas sociales bastante versátiles y efectivas.


La fragmentación de lo social. crisis de la ciudad, crisis de la familia

Los medios de comunicación en el escenario urbano traen aparejados unos nuevos "modos de estar juntos". Modos de socialización que toman forma en la ciudad de manera más evidente. Sin embargo, la ciudad de Medellín no es monolítica, no es "una" sola ni es la de antes. Se trata de una urbe fragmentada y dispersa a raíz de la explosión de su centro histórico en medio de una vertiginosa urbanización de dimensiones metropolitanas, más visible a partir de los años setenta17. Así, la pérdida de centralidad del sello histórico de la ciudad que suponía la hegemonía de unas formas de vida patriarcales de procedencia campesina, y que se representa aún como la "antioqueñidad", da lugar a muchos centros, a muchas formas de habitar lo urbano sin conservar como antes "un estilo" cultural. Esto supone la fragmentación de los grupos sociales y sus identidades atomizadas, la proliferación de una población urbana y migrante más heterogénea, y la vigencia de normas particulares en medio de la masificación y la inseguridad urbana, lo que al parecer convierte a la familia en el último reducto de la convivencia subjetiva. La familia, como los medios, también "vive de los miedos" en una ciudad como Medellín, con altos índices de inseguridad.

En los años setenta, con el crecimiento de la ciudad metropolitana, se perdía su antiguo ambiente provincial, donde las personas mantenían estrechos vínculos entre sí y con las figuras del poder ético, tales como el policía, el maestro, el cura y el médico. El reconocimiento de su autoridad legítima se revelaba en fórmulas de deferencia y decoro público y en la interiorización de las normas que agenciaron con su desempeño social. Con el crecimiento masificado de la ciudad, se fueron perdiendo, pues, las formas del reconocimiento mutuo que hacían de la sociedad urbana una "comunidad imaginada", donde se compartían filiaciones políticas, religiosas y morales relativamente unificadas y unificadoras.

Uno, entre muchos signos de este derrumbe de sociabilidades que cohesionan la vida urbana, es la desaparición de aquellos espacios urbanos de encuentro y recreo masculino como los cafés18. Y con ellos desapareció la vitalidad del centro de la ciudad y de sectores como Guayaquil, donde el orden de la sociedad local se reproducía con el desorden que allí imperaba en "situaciones muy codificadas" (prostitución, homosexualidad, criminalidad, juego y vagancia), neuralgias de un contexto urbano, supuestamente organizado y normatizado por el clero y las elites políticas.

Con el final de la ciudad como proyecto de la sociedad patriarcal y de la "antioqueñidad", con la masificación de la vida urbana y el desarrollo tecnológico de las últimas décadas, se asiste a la instauración de un orden urbano al que se superpone el modelo comunicativo, según Jesús Martín-Barbero: flujo de personas, flujo vehicular, flujo de información continua y veloz. "La ciudad ya no está para ser habitada ni disfrutada por el transeúnte, sino para circular por ella sin causar atascamientos al tráfico vehicular", que ahora viene a ser la razón de ser de la ciudad para sus planificadores.

Ante la contracción de la sociabilidad pública, la familia parece haberse convertido en el último baluarte del individuo. Según sondeos publicitados por los medios y algunos estudios sobre el mundo juvenil, la familia y en un lugar estratégico la madre, se han convertido en esa esfera intocable que se resguarda y defiende en medio de las inclemencias del ambiente social. Este fenómeno de la cultura contemporánea, que parece ser compartido por las grandes ciudades latinoamericanas, es más propio de las urbes industriales de Norteamérica y Europa, si se atienden las observaciones del historiador Philippe Aries. Frente a la contracción de la sociabilidad colectiva y la erosión de la ciudad como escenario de la vida pública, debido en gran parte a su agrandamiento, a la familia perecen trasladarse un sin fin de funciones que antes correspondían a la ciudad y al vecindario o eran compartidas con ella. En medio de este contexto de transformaciones de la ciudad en grandes metrópolis, a la familia y en cierta medida a la pareja, se le solicita ahora el monopolio de la afectividad, el uso y disfrute de los placeres, la preparación de los hijos para la vida, el apoyo mutuo en la vida profesional, el ejercicio de la maternidad compartida y la garantía de una seguridad sicológica y económica para sus integrantes. Este "sobredimensionamiento" de sus funciones parece traer consigo una supuesta crisis, que si bien se ha adjudicado a la familia, parece más justo endilgárselo a la ciudad, según Aries19. De esta forma, los supuestos problemas de la familia, ¿no serían más que la emergencia de otras formas de socialización y organización social, y del reacomodamiento en la vida urbana que ello supone?

Un aspecto asociado a la transformación de la ciudad, a la moral pública y a la socialización de nuevos y viejos valores, es la manera como las elites dirigentes y empresariales antioqueñas restringieron su incidencia en los ámbitos de lo público, después de mediados del siglo XX, para replegarse paulatinamente en la esfera privada. Según las apreciaciones del historiador Fernando Botero sobre las características de la "burguesía antioqueña", ésta circulaba fácilmente por las instituciones públicas y privadas de la ciudad, sin que intereses económicos como el afán de lucro y el espíritu empresarial excluyeran su interés personal por la ciudad y sus "problemas sociales"20.

Ejerciendo un hegemónico "espíritu cívico", la elite desplegaba su poder y circulaba por instituciones tan diversas como la Asociación Nacional de Industriales (ANDI) y las empresas textileras y de alimentos de carácter privado, así como el Concejo Municipal, las Empresas Públicas de Medellín, la Sociedad de Mejoras Públicas y la Sociedad San Vicente de Paúl, estas ultimas con un carácter paternalista, público o asistencialista. Para Fernando Botero, este espíritu cívico podría caracterizarse por un fuerte sentido regional, una impronta social y política del ingeniero, una moral religiosa que no reñía con una mentalidad pragmática y una identidad urbana consolidada. El poder cívico de empresarios y líderes en lo urbano se congraciaba con extendidas formas de acatamiento y obediencia social promovidas tanto por la Iglesia católica como por los partidos políticos. Entre las más significativas condiciones para que se operara un cambio en el desempeño de los dirigentes y empresarios antioqueños, se encuentran: el crecimiento y mayor complejidad de los negocios y de la ciudad, que dificultaron la identificación del "hombre todero" con su colectividad; la desprotección económica más perceptible a comienzos de la década de los setenta, que exigió mayor presencia de los dirigentes en sus negocios; la especialización del empresario con nuevos perfiles tecnocráticos extranjeros que desdibujaban el sentido político y social del político tradicional; la tendencia internacional a la autonomización de las esferas política, económica y cultural; y, por último, según lo manifiestan los mismos dirigentes en algunas encuestas, su pérdida de contacto y sensibilidad social y la carencia o débil formación humanista21.

Con lo anotado atrás, se sugiere que lo privado se va reforzando alrededor de esa esfera de los negocios del nuevo empresario y de la familia de una manera más generalizada para las clases urbanas. Sin embargo, en el orden de lo privado también se va deslindando un espacio que parece todavía más restringido y novedoso, el de lo "personal", con una gran signatura narcisista y cuyo caldo de cultivo parece ser el desdibujamiento de los viejos paradigmas de lo masculino y lo femenino y el fin de la utopía revolucionaria de los años setenta, configurando una nueva noción de género que se libera de la vieja diferenciación entre los dos sexos. En cierta forma se trata del entredicho que acude a la heterosexualidad como norma para hacer del cuerpo y de la "vida personal" una expresión del yo, donde se afincan, entre otras expresiones subjetivas, los movimientos feministas, los de lesbianas y gays para reivindicar lo sexual sin límite institucional. Fenómenos que son más perceptibles en las grandes urbes industriales de Europa y Estados Unidos, pero que ya se sugieren en los contextos urbanos latinoamericanos, particularmente en el mundo juvenil.

Continuando con el tema de las transformaciones urbanas con respecto a la socialización ciudadana y familiar, es pertinente señalar la manera como la fascinación de la sociedad antioqueña y sus dirigentes por el "progreso" conlleva un agresivo trastocamiento de tradiciones que no necesariamente desaparecen, sino que se desvían en un juego de hibridaciones entre lo viejo y lo nuevo. Como lo ha señalado Jorge Orlando Melo, a pesar de que la ciudad, por su modernidad física y sus cambios urbanísticos y arquitectónicos permanentes, es asociada en el imaginario colectivo con lo nuevo, con el desarrollo y con el futuro más que con el pasado, se percibe contradictoriamente una persistente alusión al mito de la "raza paisa" como supuesta fuente de potencialidades históricas22. Este carisma regionalista que elabora "un ideal nosotros" sobredimensionado, y cuyas condiciones objetivas han desaparecido -Medellín capital industrial de Colombia, el "empuje paisa", el valor del trabajo, del honor y la palabra-, en el cual todavía se regodean políticos y medios de manera folklórica, supone una especie de fantasía colectiva, que va en contravía de las lógicas históricas del cambio a que se ve sometida toda sociedad. El mito potencia cambios culturales, pero también los obstaculiza, cuando se desactualizan sus condiciones de posibilidad.

En relación con lo anterior, la presencia de un estilo de ingeniero en los empresarios y dirigentes "paisas" y su mentalidad pragmática, que ha hecho de los ingenieros antioqueños todo un mito, han sustentado una forma de gestionar la ciudad de Medellín sustentada en criterios técnicos y en una planeación racionalista. Ello ha incidido en que las políticas urbanas se hayan orientado, principalmente, hacia los aspectos físicos y económicos, restando importancia a los asuntos referidos a la cultura, la socialización de los migrantes campesinos y de las nuevas generaciones urbanas, la formación de ciudadanos modernos, la ética pública, el patrimonio urbano y el medio ambiente23. Este desencuentro entre la construcción física de la ciudad y su edificación social se hizo más evidente a partir de los años ochenta, con las violencias generalizadas y los conflictos desbordados de cauces políticos que condujeran a su resolución.

En síntesis, y retomando apreciaciones de la socióloga María Teresa Uribe, el tránsito de la ciudad tradicional a la moderna y metropolitana acontecido en las décadas de los años sesenta y setenta, ha significado grandes desajustes y conflictos sociales que desbordaron la capacidad de instituciones como el Estado y la familia para afrontarlos, a pesar de los esfuerzos hechos en el equipamiento urbano para mejorar los niveles de vida. Medellín, a pesar de ser reconocida como la ciudad colombiana de mejores niveles de vida por su infraestructura urbana y sus excelentes servicios públicos y de trasporte, se ha encontrado, pues, sin vida ciudadana y sin ciudadanos.


Cambio en los paradigmas heterosexuales. nuevas sociabilidades de géneros

Al inicio de este ensayo se sugirió que los desarrollos económicos nacionales, el crecimiento urbano y la ampliación del sistema educativo, permitieron la vinculación masiva de la mujer al mercado laboral por fuera del hogar y el ejercicio de nuevos roles sociales. Se asiste, entonces, desde mediados del siglo pasado a la "universalización del trabajo femenino", perceptible en los grupos populares al ritmo de sus necesidades para sobrevivir, y en las clases pudientes y educadas de acuerdo a sus expectativas y oportunidades24. Algunas cifras muestran la tendencia del cambio: entre 1960 y 1990, aumentó la participación laboral de las mujeres entre el 20% y el 40% en Colombia, tendencia que es más evidente en las ciudades.

El trabajo femenino no era nuevo, pero se fue convirtiendo paulatinamente en una demanda social y en una reivindicación de género. A la labor de las solteras se pretendía darle continuidad una vez casadas y llegado el primer hijo. Sin embargo, ante nuevas expectativas laborales, la mujer redujo su disposición procreadora y se ha ido afianzando económicamente fuera del hogar, ante el apoyo que le representan las instituciones de educación y de maternidad extendida. A ello también contribuyen la pretensión de conquistar una mayor autonomía personal y seguridad social en la vejez, y el afianzamiento de su formación profesional. El mundo del trabajo, como otras esferas de lo social, se feminiza y las mujeres ven como alienantes las viejas identidades que sobre ellas ha construido la sociedad patriarcal.

La legislación ha acogido la obligatoriedad del trabajo conjunto de la pareja, frente a la inestabilidad de la familia; de modo que la madre está alerta para asumir, con su sustento económico, las crisis que sobrevengan, generalmente causadas por la deserción e inestabilidad de los hombres en el trabajo y en la vida familiar. Como lo ilustra la más célebre estudiosa de la familia en Colombia, la antropóloga Virginia Gutiérrez de Pineda, "El cambio más radical de la función económica -de la mujer- se observa en el «trastrueque de roles», antítesis del patriarcalismo"25. Para esta autora, con el mayor protagonismo económico de la mujer y el reconocimiento formal de sus derechos políticos -recuérdese que el voto femenino se estableció en Colombia en 1957-, va aparejada una mayor autonomía e independencia personal, que se despliegan en los ámbitos de la sexualidad, la sociabilidad y la cultura. La división socioeconómica tradicional del trabajo entre los sexos ya no tiene asidero en la familia y aun es factor de conflicto. Así, de la crítica feminista a la dominación masculina en el hogar se ha ido pasando, sin desaparecer tal actitud, a la erosión de los hombres como proveedores económicos del hogar. Esta parece ser la única función masculina que ha decaído o desaparecido, principalmente en las clases medias y altas, pues en ellas el hombre mismo ha quedado rebasado, a veces, por un mejor estatus económico y profesional de las mujeres.

Otras funciones, como la paternidad, el apoyo emocional a las mujeres y la figura masculina como objeto erótico todavía persisten en medio de trastocamientos y cambios permanentes. Incluso, los hombres como proveedores de afecto se ven desplazados con la ampliación que ha logrado la mujer en formas de sociabilidad laboral y espontánea, incluido un feminismo extremo más perceptible entre minorías femeninas de nivel académico e intelectual y asociadas con el lesbianismo. Con todo, estas nuevas problemáticas que dan fisonomía a las familias contemporáneas, tienen que ver con el cambio fundamental que se ha producido por la disociación entre conyugalidad (vínculo de pareja) y filiación (vínculos entre padres, madres e hijos). En la familia tradicional, uno de estos vínculos suponía la existencia del otro y eran indisolubles. Mientras que en la actualidad, la conyugalidad es de carácter social, y la vincularidad conserva su carácter "natural", registrándose entre ambos un foco de tensiones y conflictos que suponen el reacomodamiento de los sujetos a las nuevas maneras de estar juntos26.

Al estudiar los nuevos fenómenos culturales de las sociedades postindustriales, el sociólogo Manuel Castells destaca que al ser cuestionado el modelo de familia patriarcal se pone en entredicho su lógica sexual, esto es, la heterosexualidad como norma que la fundamenta y que, al tiempo, permite una soterrada homosexualidad masculina27. Este fenómeno, más propio de Europa y Norteamérica, anuncia sus lógicas de manera visible en el contexto latinoamericano en la última década del siglo XX. El quiebre sobrevino principalmente con el feminismo y los movimientos de lesbianas y gays, al cuestionar las conflictivas relaciones hombres-mujeres y explorar nuevas formas de familia y de lo sexual sin las viejas talanqueras institucionales.

Como puede sospecharse, en el campo de la moral sexual las transformaciones también han conmovido las formas de sociabilidad urbana en Medellín. Ya es claro, por ejemplo, que la homosexualidad ha hecho de la ciudad un escenario para su despliegue, principalmente en los medios juveniles y con la creación de nuevas estéticas andróginas, reconocidas y alimentadas por la publicidad, la moda, las campañas contra el SIDA y los espacios de diversión nocturna. La heterosexualidad, como lo exige el modelo patriarcal, ya no es obligatoria, por el contrario, se llega a reivindicarla, no como una preferencia sexual, sino como una identidad, fundamentalmente.

Con las opciones homosexuales, al igual que con las heterosexuales de las nuevas formas de "amor libre", típico slogan de los setenta, o con una "sexualidad pura" sin hijos, con las de pareja sin matrimonio y de maternidad soltera como opción no forzada, es perceptible que lo sexual no se limita exclusivamente a la esfera familiar, pero le sugiere sus lógicas de ordenamiento como marcador de fuertes identidades individualizantes y narcisistas. De allí que el divorcio, opción del individuo anteriormente reprobado por una sociedad pacata y rezandera, y por la misma Iglesia católica que descargaba toda la sanción moral sobre la mujer, sea un signo más del derrumbe de la familia patriarcal. Todavía en los años setenta, el divorcio era visto como algo moralmente reprobable, de allí que las mujeres dudaran para decidirse por esta vía; además, esta opción las lanzaba por el camino de una independencia económica para la cual no estaban del todo preparadas. Pero con el tiempo, apenas en cuestión de dos décadas, las mujeres lograron afrontar con mayor independencia moral y económica esta opción, que ya es prácticamente vista como normal dentro de la lógica de las relaciones afectivas entre hombres y mujeres.

Este proceso de resignificación social y simbólica de los géneros ha incidido enormemente en las opciones que presenta la vida moderna a hombres y mujeres para el despliegue de sus vidas, en contraposición a la opción matrimonial hegemónica. Sin embargo, "nadie quiere quedarse solo". Lo cierto es que desde hace dos o tres décadas la decisión de casarse entre las nuevas generaciones urbanas está mediada por una más intricada y narcisa red de cálculos y elaboraciones de tipo económico y sentimental. Es más difícil que antes que una mujer, después de obtener su título universitario, opte rápidamente por la empresa matrimonial o se sienta frustrada con su soltería. Entonces, no antepondrá fácilmente a sus conquistas económicas y profesionales el matrimonio. Sin embargo, su situación, como la del hombre, se torna bastante conflictiva. A esto se suman las inclemencias de la economía que dificultan la independencia profesional de los jóvenes y la incredulidad en un futuro próspero, factores que contribuyen a retardar la edad para casarse, tener hijos y salir de la casa paterna. En gran medida, en los sectores populares se siguen registrando matrimonios y uniones consensuales heterosexuales a temprana edad, rondando los 20 años, mientras que las clases medias y altas parecen retrasar la toma de estas decisiones y así marcar su independencia con los padres. Pero estos cambios parecen tener un sentido cultural más amplio, y no sólo económico, pues según los estudios antropológicos sobre las sociedades contemporáneas, la mayor autonomía sicológica que logran hoy los jóvenes está acompañada de una postergación cada vez mayor de la independencia económica. Lo cual supone procesos contradictorios que ya son visibles en sectores de las grandes ciudades colombianas, pues la autonomía cultural de los jóvenes, tanto en los modos de vida como en las maneras de pensar, se adquieren cada vez más temprano, mientras la autonomía material se adquiere cada vez más tarde28.

Retrotrayendo el tema del divorcio, se tiene que más allá de expresar el fin de la familia como lo predica todavía la Iglesia católica, ha supuesto la proliferación de tipos de familias en diversas modalidades con la formación de "hogares unipersonales", en los que la mujer es cabeza de familia, o de uniones matrimoniales "recombinadas", en las que la mujer y el varón comparten hijos de relaciones previas. Lo cierto es que el divorcio elevó sus cifras, cuando en 1992 y como resultado de la Constitución de 1991, se expidió la Ley 25, que permite de manera totalmente novedosa la aplicación del divorcio a toda clase de matrimonios. Así, una situación que permanecía congelada y como soterrada por la inexistencia de la ley, sacó a flote una realidad tangible para la ciudadanía. Las cifras lo indican, pues desde la expedición de la nueva legislación, la cantidad de divorcios en Colombia se ha incrementado en un promedio anual del 10%29.

La proliferación y aceptación social del divorcio no lo exime de ser una decisión dolorosa y traumática para muchas parejas y, especialmente, para los niños. Visto en la larga duración de la evolución demográfica, el divorcio en la sociedad contemporánea es, como lo sugiere la antropóloga Margared Mead, lo que ahora separa las parejas, y no como anteriormente lo era la muerte de alguno de los cónyuges. Se trata del divorcio como la muerte de "un" matrimonio y no de la muerte de la institución matrimonial, propiciado, según la Iglesia católica, por la opción del divorcio30. Como lo dice Mead, la probabilidad de vivir hasta 50 años de matrimonio hace que se esté menos dispuesto a tolerar una vida conyugal que no sea satisfactoria. En ello ha incidido una más amplia disponibilidad de ofertas existenciales para la realización personal, más restringidas en la sociedad rural y patriarcal de hace tiempos, y el alargamiento de la esperanza media de vida, que ahora ronda los setenta años para la población colombiana y que a principios del siglo era de 37 años31.

No obstante que sobre el divorcio ya no pesan los prejuicios morales de antes, todavía supone el lastre del fracaso, aún en países de Europa y en los Estados Unidos. Allí, y en Colombia, la tendencia general es que las mujeres divorciadas y con hijos cuentan con menos probabilidades de volverse a casar, mientras no ocurre lo mismo con los hombres, lo cual evidencia modos diferenciales de sociabilidad por género. Como lo sugiere Manuel Castells, el hombre es supuestamente privilegiado socialmente, pero con una situación más complicada en lo personal, pues ha perdido poder impositivo en todos los órdenes y en medio de la difusión de ideas feministas, sigue tras la mujer como figura erótica, como objeto de amor y trabajadora doméstica. Lo cual supone renegociar su relación heterosexual como igualitaria, cuando no ha optado por la simple separación o por la homosexualidad. Mientras que la mujer cuenta con una capacidad de "maternaje" que amplía sus redes de apoyo y sociabilidad en medio del trabajo, el cuidado de sus hijos y el acompañamiento que devenga de redes familiares y femeninas afectivas. Con todo y esto, parece perceptible principalmente en las nuevas generaciones de las distintas capas sociales que los hombres, "contaminados" por la feminización de la cultura urbana, han declinado su perfil de padres a la antigua usanza patriarcal. Pues, como lo señala Milan Kundera en su novela La Identidad, ya no son "padres" sino "papás", han cambiado su rol familiar, han perdido autoridad y ese halo de agresividad sexual que los asistía en los espacios públicos"; pues aún en éstos apoyan y hasta relevan a la mujer en las tareas que demanda el "maternaje" de los hijos.

Los ámbitos de la economía y la vida doméstica también han visto el declive de los viejos roles masculinos y femeninos, pero no su desaparición absoluta. Los dichos populares de "el dinero es cosa de hombres", o la "cocina y los oficios domésticos son cosa de mujeres", son reliquias patriarcales que nadie se atrevería a sostener en público, pero que todavía se practican con cierta funcionalidad en los hogares de más popular extracción o en los que predominan las generaciones de adultos y abuelos.

El culto a las exigencias personales en la sociedad narcisista contemporánea supone que también sobre las relaciones de pareja como sobre la familia, pese una excesiva lista de demandas que parecen agotarla. Ahora se espera y se exige todo de todo encuentro amoroso. Se pide demasiado y demasiado pronto de la menor relación afectiva, e igual del matrimonio. Si este no sucede y se complace, se aboca la relación a su final seguro. Sin embargo, y de nuevo, nadie quiere quedarse solo a pesar del narcisismo reinante en las nuevas maneras de subjetivación. Y entre las nuevas maneras de ser que tocan con los valores y la sociabilidad urbana se encuentran los linderos del trabajo. El trabajo como discurso y como práctica social.


Valoraciones en torno al trabajo. de los medios a los fines

Se sugirió anteriormente que la división socioeconómica tradicional del trabajo entre hombres y mujeres ya no tiene fundamento en la familia. Pero a riesgo de la permanencia misma de la familia, se percibe en las sociedades contemporáneas una incompatibilidad creciente entre matrimonio, vida y trabajo, perceptible, por ejemplo, en el retraso en la formación de parejas y en la vida en común sin matrimonio.

Pero más allá de la indiferenciación del trabajo entre hombres y mujeres como parte del derrumbe de las ataduras heterosexuales, se trata de hacer visible en este capítulo la forma como se han trasformado las valoraciones en torno al trabajo. En la sociedad antioqueña, las valoraciones alrededor de éste han estado signadas desde antiguo por lo religioso: "el trabajo lo hizo Dios como castigo". Sin embargo, estas opiniones negativas expiatorias que todavía persisten se articulan con otras de carácter positivo y moderno. Se trata de una ética moderna del trabajo, que ha tenido desarrollos importantes en Antioquia, aun desde tiempos coloniales. En concordancia con ella se perfila al trabajo como un ordenador social, como motor del "progreso" económico y como una forma de edificación espiritual de la persona.

En el contexto de una sociedad tradicional, en la que las doctrinas católicas tenían un gran asidero social, al trabajo se asociaban valoraciones como la honradez, la responsabilidad, el valor de la palabra, el ahorro, el esfuerzo por ascender socialmente y, por supuesto, la riqueza. Estas valoraciones y prácticas sociales fueron perdiendo vigencia con el final del modelo económico mercantil, que permitía el ascenso social a los sectores subalternos de la sociedad32. Este modelo económico se identificaba con el ethos sociocultural de sus elites y empresarios, permitiéndole a sectores bajos la conquista de un lugar entre ellos, por su capacidad de riesgo, cálculo, habilidad y pragmatismo para los negocios. Desde tiempo atrás, en Antioquia ha sido más importante el dinero y la capacidad personal para el trabajo como móvil de ascenso social y económico que el linaje.

Con los cambios que supone el capitalismo moderno en el siglo XX, el modelo mercantil llegó a su fin, con una industrialización que impone un carácter monopólico y restringido para el ascenso social. Es entonces cuando los canales sociales del ascenso económico se estrechan para las nuevas clases urbanas medias y bajas, que posteriormente, herederos de una "mentalidad empresarial instalada", no se resisten a las nuevas vías del ascenso social donde irrumpen otras actividades que podían ser un lucrativo "negocio". Lo cual fue más visible en medio de las dificultades económicas por la quiebra del modelo económico, debido a la crisis petrolera internacional y alade la industria nacional de 1973/74, respectivamente. La disposición cultural como la coyuntura económica de crisis, generaron posibilidades para legitimar socialmente una actividad legalmente proscrita como el narcotráfico.

Hoy, los procesos de modernización vividos en una ciudad como Medellín, le dan la razón a sociólogos como Durkheim y Merton sobre el tema de la anomia social. Y es que se han erigido en símbolos de status social la riqueza y el éxito económico en detrimento de otros valores que tenían un gran poder cohesionador, alimentando formas de anomia que erosionan el tejido social. Así, las tradicionales concepciones sobre el trabajo se desdibujan y los viejos mecanismos para el ascenso y reconocimiento social se ven restringidos y desplazados por actividades que están por fuera de los canales establecidos, aunque han logrado cierta legitimidad en algunos sectores sociales. Hace apenas unas décadas, el habla popular todavía consignaba fórmulas de aprobación y reconocimiento moral para aquellos sujetos que fueran "decentes"y "honrados" "a pesar" de su pobreza, mal vista, particularmente en una Antioquia "pragmática y judía". Así, de los medios a los cuales aparecía asociado el trabajo (el esfuerzo, la honradez, el sacrificio personal...) se ha puesto el énfasis en los fines y en los resultados que posibilita: la ganancia y el éxito económico.

En relación con ello, algunos investigadores han señalado que en nuestra sociedad, las formas de sociabilidad ya no se enfatizan desde "...los engranajes simbólicos (los preceptos y la palabra divina, lo establecido por la tradición, el peso de las leyes e instituciones jurídicas)", sino desde "el predominio de lo imaginario, que sintoniza con los ideales de la sociedad individualista: éxito, potencia sin límites, imperio del dinero, disfrute sin aplazamiento, derechos sin deberes"33.

Aunque estas consideraciones sobre el trabajo como poder ético requieren ser desarrolladas con más profundidad, puede anotarse que ha sido tan acendrada la presencia social de una ética del trabajo en Antioquia que todavía en el habla popular se guarda memoria de ello. Y es que la vida misma, el destino personal, se ha confundido en Antioquia con el trabajo, cuando es una de sus dimensiones. Aún hoy en día se señala el trabajo como asimilable al "destino" personal y a la ética individual con que se despliega la vida toda. Todavía es común escuchar a las amas de casa decir: "son las once de la mañana y no he hecho el destino", o "conseguime un trabajo que me quedé sin coloca y no tengo destino". Este poder ético del trabajo, que lo convierte en causa común cohesionadora, también se registraba hasta hace poco con la gran condena a que han sido sometidos en Antioquia el ocio y la vagancia34. En esta región, la conversión de algunas actividades en "negocio", negación del ocio por etimología, supone la necesidad de ocuparse y ganarse la vida a como dé lugar, sin importar que se sobrepasen los canales legítimos y tradicionales del ascenso social. Según se sugiere en una reciente crónica de la ciudad, el problema del narcotráfico se asocia a la incapacidad (leída como disposición sociológica y cultural) de muchos antioqueños de resistirse a ejercer actividades que puedan convertirse en un buen negocio35.

La prolongación de iniciativas empresariales sobre actividades delictivas como el narcotráfico, el contrabando, el sicariato y el robo, entre otras, supone su conversión en actividades legítimas, al señalarlas cotidianamente como "trabajitos", ligados a una forma de vida aceptada por sectores sociales. De esta manera, ha cobrado vigencia una ética de la "ganancia rápida y fácil", cuyos riesgos y códigos de grupo reemplazan de alguna manera el "esfuerzo honrado", persistente y sacrificado de las viejas generaciones obreras, desestimadas por las nuevas generaciones jóvenes, que rigen su vida por las lógicas del instante, del presente y de lo fugaz que caracteriza su "cultura".

Con respecto a la cultura juvenil y a las nuevas formas de criminalidad, Manuel Castells destaca "la nueva cultura que inducen", pues los nuevos criminales exitosos se convierten en modelos que merecen ser imitados por nuevas generaciones de jóvenes36. Y particularmente en contextos como los que caracterizan a Medellín: una ciudad donde se perciben profundas restricciones a la movilidad social, con tradiciones culturales (empresariales y religiosas) que resultan funcionales a propósitos y lógicas delincuenciales, con una preocupante ilegitimidad política del sistema, un cierto nihilismo de las generaciones de jóvenes, y la generalización y agudización del desempleo que en los últimos años no baja del 15%. No obstante que existen relaciones de causalidad entre los procesos de violencia y el deterioro de las condiciones económicas a las que se ven sometidos los jóvenes de los sectores más populares, también es cierto que un determinado nivel de progreso económico los induce a ella.

Investigadores como Alonso Salazar, escritores como Gabriel García Márquez y cineastas como Víctor Gaviria37, para sólo mencionar algunos, han captado aspectos de la sensibilidad de agrupaciones juveniles urbanas y, más específicamente, de aquellos con "inclinaciones delictivas". Atrapados en su "entusiasmo por la vida y la percepción de sus límites", con cierto nihilismo frente a la vida y a lo social, erigen como valor supremo la familia y en cierta manera lo religioso. Castells señala:

    Para ellos, no hay esperanza en la sociedad y todo, en particular la política y los políticos, está corrompido. La vida misma carece de significado y la propia no tiene futuro. Saben que morirán pronto. Así que sólo cuenta el momento, el consumo inmediato, la buena ropa, la buena vida, a la carrera, junto con la satisfacción de provocar miedo, de sentirse poderosos con sus armas. Sólo hay un valor supremo, sus familias y, sobre todo, sus madres, por quienes harían cualquier cosa. Y su fe religiosa, particularmente hacia determinados santos que les ayudarían en los malos momentos. [...] Por lo tanto, la comprimen -la vida- en unos pocos instantes, para vivirla plenamente y luego desaparecer. Por esos breves momentos de existencia, la infracción de las reglas y la sensación de poder compensan la monotonía de una vida más larga pero miserable. Sus valores son compartidos por muchos otros jóvenes, si bien en formas menos extremas38.

Esta sensibilidad que llega a estigmatizar la situación de muchos jóvenes, difiere de la de aquéllos que se organizan con ideales comunitarios en los barrios o de quienes buscan transformaciones sociales desde los llamados "movimientos estudiantiles" y cristianos, o inspirados en ideologías políticas. Con todo, este aspecto de las denominadas "culturas juveniles" es mucho más complejo de lo sugerido hasta el momento.


Consideraciones finales

Se han sugerido algunas de las tendencias de las problemáticas sociales y culturales de la ciudad de Medellín, tendencias que si bien son características de las urbes modernas, es necesario profundizar en su análisis para dilucidar con mayor agudeza sus especificidades locales y algunas de las temáticas propuestas.

Como se afirma en algunos apartes de este ensayo, la ciudad de Medellín ha sufrido de manera acelerada transformaciones muy profundas en sus estructuras sociales, que si bien se remontan más allá de las dos últimas décadas del siglo XX, se han hecho más palpables durante ellas. Con estos procesos de cambio, pero también de permanencias, ha sido visible la aparición de nuevas prácticas sociales y de valores que configuran y expresan las dinámicas locales contemporáneas, pero también de una cultura en la que los intercambios internacionales se han intensificado a todo nivel. En este sentido, se asiste a la clara descomposición de las antiguas formas de vida de la "antioqueñidad" como proyecto social cohesionador, definido a partir de instituciones como la familia patriarcal, el trabajo "honrado y disciplinado", formas de acatamiento y obediencia social definidas por el lugar central y jerárquico de los adultos, y el poder de la Iglesia y los partidos políticos con sus pautas de orden y moralidad.

Igualmente, se ha sugerido que las profundas trasformaciones que afectan a la familia están asociadas con una supuesta crisis de la ciudad, a falta de una mejor expresión, o en otras palabras, a la aparición de otras formas de socialización de las nuevas generaciones de infantes y jóvenes, cuya procedencia es propiamente urbana, en comparación con la generación de sus padres y abuelos. Sin embargo, como lo dice Agnes Heller, la crisis podría entenderse como un cambio cualitativo inherente al mundo moderno, y no como un momento insuperable o una coyuntura especifica de la historia. Lo moderno ha implicado en Medellín, como en otras urbes de Latinoamérica, la aparición, no sin traumatismos, de formas de sociabilidad urbana que escapan a la ingerencia ordenadora de los tradicionales poderes éticos de la Iglesia católica, los partidos políticos y aun de la familia. Estos procesos suponen la laicización de los valores y formas de vida en la ciudad, como resultado del importante papel que han jugado el sistema educativo y los medios de comunicación en la generación de una cultura menos "parroquial y confesional", y a las transformaciones que lleva consigo la consolidación del ingreso de la mujer a la educación, al mundo de la cultura y del trabajo urbano, junto con la declinación de los antiguos roles heterosexuales en que se fundaba la diferenciación de los sexos en el antiguo modelo patriarcal.


Comentarios

1 CASTELLS, Manuel, La era de la información. Economía, sociedad y cultura, Vol. 2, El poder de la identidad, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 159.

2 PALACIOS, Marco, De la legitimidad a la violencia. Colombia 1875- 1990, Bogotá, Norma, p. 308.

3 ECHAVARRIA, Juan Fernando, "Demografía. El paso de los habitantes por el siglo XX", en Revista Antioqueña de Economía y Desarrollo. De mercaderes a comerciantes, Medellín, Fundación Cámara de Comercio de Medellín, No. 30, septiembre-diciembre, 1989, p. 73.

4 Según los últimos informes de síntesis sobre la familia en Colombia, "Los hogares nucleares, aunque mayoritarios, pierden participación en las dos últimas décadas. Han pasado del 58% a representar un 51%. Actualmente, hay más de 400.000 familias reconstituidas, los hogares extensos representan 30%, los unipersonales aumentaron de 4.1% a 7%, el tamaño de los hogares pasó de 7 a 4 personas entre 1951 y finales de los noventa". Véase, RESTREPO, Luis Alberto (coord.), Síntesis 99. Anuario social, político y económico de Colombia, Bogotá, IEPRI, Fundación Social y TM Editores, 1999, p. 31.

5 Ibid., p. 76.

6 ELIAS, Norbert, La civilización de los padres y otros ensayos, Bogotá, Norma, 1998, p. 412.

7 Para Rossana Reguillo, "... son tres los procesos que "vuelven visibles" a los jóvenes en la última mitad del siglo XX: la reorganización económica por la vía del aceleramiento industrial, científico y técnico, que implicó ajustes en la organización productiva de la sociedad; la oferta y el consumo cultural y el discurso jurídico." Respecto a este último elemento, la autora menciona que en medio de la universalización acelerada de los Derechos Humanos, los jóvenes "menores" se convirtieron en sujetos de derecho y fueron separados en el plano jurídico de los adultos. Así, al amparo del Estado benefactor y de la profesionalización de las instituciones de vigilancia y control de este creciente segmento de la población, se desarrolla todo un aparato institucional para la administración de la justicia en relación con los menores. Cf. REGUILLO, Rossana, Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del desencanto, Bogotá, Norma, 2000, pp. 25-26.

8 SILVA, Armando, Album de familia. La imagen de nosotros mismos, Bogotá, Norma, 1998, p. 171.

9 Ibid., pp. 66-67.

10 Ibid., p. 66.

11 Ibid., p. 205.

12 GONZALEZ, Carlos Mario, "Autoridad y autonomía", en Cuadernos Académicos, No. 1, Medellín. Documento, Universidad Nacional, 1996.

13 TENORIO, María Cristina, "Instituir la deuda simbólica", en Revista Colombiana de Sicología, Bogota, No. 2, 1993, pp. 993-94.

14 CUBIDES, Jorge Humberto, et. al. (editores), "Viviendo a toda" Jóvenes, territorios culturales y nuevas sensibilidades, Bogotá, Fundación Universidad Central-Siglo del Hombre Editores, 1998.

15 MARTÍN-BARBERO, Jesús, "Comunicación y modernidad en América latina", en Pre-Texttos. Conversaciones sobre la comunicación y su contexto, Cali, Universidad del Valle, 1996, p. 166.

16 MARTÍN-BARBERO, Jesús, "Heredando el futuro. Pensar la educación desde la comunicación", en Nómadas, Comunicación y educación: una relación estratégica, Bogotá, No. 5, septiembre de 1996, p. 14. PEREZ TORNERO, José Manuel, "Las escuelas y la enseñanza en la sociedad de la información", en PEREZ TORNERO, José Manuel (comp.), Comunicación y educación en la sociedad de la información, Barcelona, Paidós, 2000, pp. 37-57.

17 BOTERO, Fabio, "La planeación del desarrollo urbano de Medellín, 1955-1994", en MELO, Jorge Orlando (ed.). Historia de Medellín, Tomo II, Medellín, Suramericana de Seguros, 1996, p. 526.

18 BOTERO, Fabio, Cien años de la Villa de Medellín, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1998, p. 558.

19 ARIÈS, Philippe, Ensayos sobre la memoria. 1943-1983, Bogotá, Editorial Norma, 1995, pp. 324-325.

20 BOTERO, Fernando, "Medellín: ¿un proyecto realizado o fruto del azar? Una reflexión histórica", en Medellín, actores urbanos y proyectos de ciudad, Medellín, Seminario, Corporación Región, Universidad Nacional de Colombia, noviembre 10 y 11 de 1994, p. 7.

21 Ibid., p. 9.

22 MELO, Jorge Orlando, "Medellín: historia y representaciones", en MELO, Jorge Orlando (coord.), Medellín, actores urbanos y proyectos de ciudad, Medellín, Corporación Región-Universidad Nacional de Colombia, 10 y 11 de noviembre de 1994, prólogo, p. 15.

23 URIBE DE HINCAPIE, María Teresa, "Medellín: diagnóstico y situación actual", en Medellín en paz. Plan estratégico de seguridad para Medellín y su Area Metropolitana. Medellín para todos, Medellín, Alcaldía de Medellín, 1994, p. 17.

24 PALACIOS, Marco, op. cit, p. 295.

25 GUTIERREZ DE PINEDA, Virginia, "Modernización, tendencias poblacionales y transformación de las funciones de la familia", Ponencia Segundo Congreso de Trabajo Social Funciones y responsabilidades de la familia en un mundo en evolución, ASINCOLTRAS, 19 a 21 de octubre de 1994, p. 7.

26 TEDESCO, Juan Carlos, "Los grandes retos del nuevo siglo. Aldea global y desarrollo local", Ponencia presentada en el IV Congreso Latinoamericano de Pedagogía Reeducativa, Medellín, 2 al 6 de mayo, Medellín, FUNLAM, 2000.

27 CASTELLS, Manuel, op. cit., p. 230. Para las siguientes anotaciones sobre el tema de la heterosexualidad, se seguirán las reflexiones de Castells.

28 MESLET, Vincent, "La culture jeune: la fin d'un mythe", en Sprit, No. 225, octubre de 1996; citado por TEDESCO, Juan Carlos, op. cit.

29 RESTREPO, Luis Alberto (coord.), Síntesis 99. Anuario social, político y económico de Colombia, Bogotá, IEPRI, Fundación Social y TM Editores, 1999, p. 31.

30 MEAD, Margared, "Antes separaba la muerte, hoy el divorcio" (fotocopia).

31 ECHAVARRIA, Juan Fernando, "Demografía. El paso de los habitantes por el siglo XX", en Revista Antioqueña de Economía y Desarrollo. De mercaderes a comerciantes. Medellín, Fundación Cámara de Comercio de Medellín, No. 30, septiembre-diciembre, 1989, p. 75.

32 URIBE DE HINCAPIE, María Teresa, "La territorialidad de los conflictos", en TIRADO MEJIA, Alvaro (dir.), Realidad Social I, Medellín, Gobernación de Antioquia, 1988, p. 88.

33 TENORIO, María Cristina, "Instituir la deuda simbólica", en Revista Colombiana de Sicología, Bogotá, No. 2, 1993, p. 92.

34 JURADO, Juan Carlos, Pobres y miserables en la provincia de Antioquia. Control social en un periodo de transición. 1750-1850, Trabajo de grado presentado como requisito parcial para optar al título de Magister en Historia, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Historia, Medellín, 1999.

35 GUILLERMOPRIETO, Alma, Al pie de un volcán te escribo. Crónicas Latinoamericanas, Bogotá, Norma,1995, p. 132.

36 CASTELLS, Manuel, La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Vol. III. Fin de milenio, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 232.

37 SALAZAR, Alonso, No nacimos pa 'semilla: La cultura de las bandas juveniles de Medellín, Bogotá, CINEP, 1990; GARCIA MARQUEZ, Gabriel, Noticia de un secuestro, Bogotá, Norma, 1996; GAVIRIA, Víctor, películas: No Futuro (1989) y La vendedora de Rosas (1997).

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