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Historia Crítica

Print version ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.27 Bogotá Jan./June 2004

 

CARTA A LOS LECTORES


La revista Historia Crítica, en su interés por fomentar espacios para la discusión sobre el oficio del historiador y el estado de la disciplina en el país, ha querido invitar a un grupo de destacados profesionales de la historia y de otros campos de las ciencias sociales a reflexionar en torno al trabajo del historiador. De esta manera, esperamos propiciar un debate sobre las relaciones entre la disciplina de la historia y las ciencias sociales. Con este ejemplar, nuestra revista llega al número 27 a lo largo de quince años, pero los textos que hemos publicado sobre cuestiones historiográficas son, a todas luces, escasos, insuficientes y no son el resultado de una discusión ordenada.

Esta es una revista de historia, publicada por un Departamento de Historia; su comité editorial y la gran mayoría de sus colaboradores, podríamos decirlo sin pensarlo dos veces, han sido historiadores; pero nos parece oportuno que quienes nos dedicamos a la enseñanza y a la investigación histórica en el país tengamos un espacio de reflexión sobre la disciplina, sus especificidades, sus retos, sus límites, sus dificultades y sus nuevas posibilidades en un momento en que son evidentes las tensiones y limitaciones en los paradigmas dominantes de las ciencias sociales. En las últimas décadas hemos presenciado el surgimiento de vertientes alternativas de pensamiento, para algunos promisorias y redentoras de una modernidad agotada, mientras para otros, confusas, peligrosas y vacías. ¿Cuál es el lugar de la historia en los recientes debates de las ciencias sociales?

Para propiciar la discusión, hemos querido invitar a un grupo de especialistas cuyos aportes nos ayudarán a entender las relaciones que hoy existen entre la historia y la ciencia política, la economía, la filosofía, la arqueología, la literatura, la geografía, los estudios post-coloniales y las relaciones internacionales. Esta reflexión es de particular interés para el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, entre otras razones porque a partir del mes de enero de este año se ha puesto en marcha un programa de maestría en historia que tiene como uno de sus ejes principales las relaciones entre la historia y las otras ciencias sociales.

Es evidente que el estudio del pasado no es propiedad exclusiva de los historiadores y que, en su desarrollo, la historia ha mantenido una estrecha relación con otros campos del conocimiento. Hoy en día, es frecuente encontrar manifestaciones críticas y cuestionamientos sobre la argumentación disciplinar, llamados a la interdisciplinariedad y a la necesidad de romper con los tradicionales campos del conocimiento.

Dicho llamado a quebrantar los supuestos paradigmas disciplinares está generalmente acompañado del señalamiento de <la crisis de la disciplina>. Esta frecuente afirmación sobre la crisis de las disciplinas es una aseveración pobre. Es infortunada no porque sea falsa, sino, paradójicamente, por su falta de perspectiva histórica. La inestabilidad de los campos del conocimiento no es algo nuevo ni particular de nuestro tiempo, ni lo podemos convertir en el gran descubrimiento de los científicos sociales contemporáneos. Las disciplinas académicas, tal y como las conocemos hoy, son un fenómeno muy reciente. Y más que señalar con pretensiones de originalidad y renovación el descubrimiento de la crisis de las disciplinas, y el consecuente llamado a romper sus fronteras, sería mejor empezar por reconocer el carácter histórico y movedizo de las fronteras disciplinares. Lo preocupante, por lo tanto, no es tanto la <crisis> de las disciplinas, sino más bien el afán por encontrar o proteger la estabilidad y la esencia de un campo de conocimiento. Lo realmente dañino y destructivo es la pretensión profesional por crear fronteras fijas y hacer del estudio de la cultura y de la sociedad un conjunto de parcelas aisladas que se resisten al diálogo. Las fronteras disciplinares no se diferencian mucho de las fronteras geográficas y políticas, las cuales son reales en el sentido que su demarcación tiene consecuencias visibles. Pero, al mismo tiempo, son construcciones sociales levantadas y vigiladas por actores interesados en reconocer la propiedad sobre el territorio, ya bien sea político, geográfico o, en este caso, académico.

Las propuestas de los autores que generalmente son <acusados> de posmodernos y no siempre reconocidos como legítimos miembros de la comunidad de historiadores, han querido mostrar cómo las fronteras entre las disciplinas se hacen difusas y cómo la historia requiere de nuevas herramientas y nuevas preguntas que podemos encontrar en otras disciplinas de las ciencias sociales. En historia aparecen nuevas voces, nuevos actores y se manifiesta un fuerte reclamo a la arrogancia del muy criticado pero poco eludido eurocentrismo. El enfrentamiento con estas preguntas no se puede limitar a un problema de introspección metodológica, ni a un exhaustivo escrutinio de fuentes y archivos; es, por el contrario, un problema que debe examinar la historia y a los historiadores desde <afuera> con la amplitud y diversidad de perspectivas que nos ofrecen otras ramas de las ciencias sociales. Los estudios sobre género, sobre estudios culturales y poscoloniales, la historia y la sociología del conocimiento, son, entre otros, espacios reflexivos y de renovación científica, cultural y política, de los cuales la historia tiene mucho que aprender.

Los círculos de colegas y pares son terrenos seguros que alimentan nuestra confianza de ser filósofos, economistas o historiadores a cabalidad; pero los confines departamentales de nuestras universidades y del sistema educativo no son los territorios más fértiles para la innovación científica.

Nuestra invitación al debate sobre la historia y sus límites está lejos de ser un llamado a sumar las filas de fanáticos de la trasgresión disciplinar y dogmáticos contra el método lo cual es una obvia contradicción-; por el contrario, se trata de reconocer que la labor del historiador no solamente es un permanente esfuerzo por reconstruir el pasado, sino también, y de manera simultánea, un esfuerzo por reelaborar el oficio y las maneras como nos ocupamos del pasado.

Las distintas reflexiones que podemos leer a continuación pretenden cubrir algunos de los frentes y campos del conocimiento importantes para el historiador, pero están lejos de cerrar el debate. Se trata tan sólo de contribuir a la no muy frecuente reflexión sobre las maneras como escribimos la historia.

Queremos terminar con unas palabras de felicitación para Diana Bonnett, directora de nuestro Departamento, por la obtención del premio <Silvio Zavala> al mejor libro de historia colonial de América publicado entre 2002 y 2003, otorgado por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, por su trabajo Tierra y comunidad: un problema irresuelto. El caso del altiplano cundiboyacense (Virreinato de la Nueva Granada), 1750-1800.

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