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Historia Crítica

Print version ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.27 Bogotá Jan./June 2004

 

LA HISTORIA: ¿ILUSTRADA O RENACENTISTA?

hugo fazio vengoa
Profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes y del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia.


RESUMEN

El artículo se propone mostrar algunos de los cambios que ha experimentado la disciplina de la historia en las últimas décadas. Tres son los principales influjos que pesan sobre el oficio: la presión que ejerce la sociedad contemporánea, el complejo diálogo que esta disciplina ha mantenido con las demás ciencias sociales, y la profunda transformación del mundo en los años más recientes. A partir de estos elementos, el autor propone que la historia debe emprender una reorientación, la cual se inscribe dentro de una perspectiva renancentista.

PALABRAS CLAVES
historia, historiografía, historia presente, globalización.


HISTORY: ENLIGHTENED OR RENAISSANCE?

ABSTRACS

The article proposes to show some of the changes that the discipline of history has undergone in the past few decades. Three main influxes have affected the profession: the pressure exerted by contemporary society, the complex dialogue the discipline has maintained with the other social sciences, and the profound transformation of the world in recent decades. On the basis of these elements, the author holds that history should undertake a reorientation, inscribed within a renaissanee perspective.

KEY WORDS
history, historiography, present history, globalization.

Artículo recibido en noviembre de 2003; aprobado en febrero de 2004.


La disciplina de la historia transita por un momento muy peculiar. En condiciones en que el mundo parece avanzar hacia posiciones pragmáticas, inmediatistas, de urgencia, y en el que predominan visiones que pregonan a los cuatro vientos que todo país, empresa, colectivo o individuo que quiera alcanzar el éxito y un merecido lugar bajo el sol, deben convertirse en global player, lógica que esboza una ruptura con el pasado, ya que éste pareciera no contar porque en apariencia las oportunidades que construye el mismo presente serían idénticas para todos, la disciplina de la historia atraviesa por una excelente coyuntura. La sofisticación de la profesionalización, la apertura de nuevos programas de estudio, el crecimiento del número de revistas especializadas, la ampliación de la demanda de conocimiento con perfil histórico, el entusiasmo que muchas de sus obras suscita en el gran público, la madurez de sus trabajos, así como su internacionalización y la paulatina integración de los historiadores en la comunidad académica mundial confirman este buen momento. A ello finalmente se suma la agradable receptividad que esta producción académica encuentra en el seno de la opinión pública.

Quizá, esta misma ambigüedad sea la que explica otra situación paradójica que atraviesa la historia: su mayor sofisticación ocurre en un contexto en el cual son profundas las incertidumbres sobre el perfil de la profesión. Aun cuando no siempre se declare de manera pública, se ha vuelto una postura recurrente en los debates de los historiadores insinuar que la historia se encuentra ante un momento de redefinición. Tal vez, nunca habían sido tan grandes las dudas sobre la especificidad de este campo disciplinar. Numerosos son los historiadores que sienten que la disciplina está perdiendo su perfil, que se están desvaneciendo sus anteriores referentes, situación inducida en gran parte por la mayor complejización y sofisticación de los análisis sociales, incluidos los temas históricos.

Claro que si se observa el problema en una perspectiva de larga duración, podría argumentarse que esta anunciada y necesaria redefinición no constituye ninguna novedad. En los casi dos siglos que tiene la historia en tanto que conocimiento profesionalizado, siempre ha habido analistas que han anunciado que la historia se debate en medio de una crisis. Gérard Noiriel recuerda que en 1820 se lamentaban porque ya no se podía escribir la historia como se hacía antes1. Desde ese entonces, de manera periódica se han hecho anuncios similares. Cuando se visualiza el problema desde este ángulo podría sostenerse que las palabras "crisis" y "redefinición" han sido fieles compañeros de viaje de la historia.

Si nos atenemos al presente más inmediato, podría suponerse que la "crisis" actual no sólo no constituye ninguna novedad, sino que además los supuestos reales y contingentes que experimenta al momento de autodefinirse como campo disciplinar podría ser el producto de su extraordinario crecimiento. En este sentido, podría argumentarse que la "crisis" sería el producto de la dificultad natural que experimenta cualquier tipo de saber ante el aumento en volumen y calidad de la demanda y la madurez alcanzada en los niveles de profesionalización. De ser así, la dificultad actual podría catalogarse como una coyuntura productiva y beneficiosa en el proceso mismo de consolidación de la disciplina.

Si bien la conclusión que se desprende de una visualización del problema a partir de una perspectiva de la larga duración aporta elementos para evitar caer en desesperanzadores fatalismos y el buen momento que atraviesa la disciplina puede servir para hacer la vista gorda a las dificultades, no podemos ni debemos convertir las particularidades de la evolución misma de la disciplina en una coartada que inhiba la reflexión sobre la desfiguración del perfil profesionalizante. Una estratagema tal no sólo se convierte en un procedimiento que impide encontrar mecanismos de respuesta, sino que significa dejar al libre albedrío la reflexión sobre el sentido último de la historia y su papel en el cambiante mundo actual. A nuestro modo de ver, la actitud más sensata consiste en partir del supuesto de que si reina una cierta incertidumbre sobre el sentido de la disciplina, ello obedece a que en la actualidad numerosos factores están alterando los patrones y el guión sobre el que descansa la historia. Podemos observar que varios son los factores que se ubican en el trasfondo de esta transformación que experimenta el saber histórico. Estos los podemos dividir en dos categorías: los primeros son de naturaleza circunstancial y coyuntural, mientras que los segundos aluden a cambios de índole más sistémica que están transformando las sociedades modernas, así como la trama disciplinar que ha predominado en el seno de las ciencias sociales.

Dos son los principales procedimientos circunstanciales que inciden en la alteración del perfil disciplinar. El primero consiste en que muchas veces se anuncia una ineludible redefinición como recurso estratégico2. Presagiar una crisis constituye un procedimiento que permite descalificar las viejas maneras de hacer historia y justificar y posicionar nuevas aproximaciones a las cuales se les quiere dar validez. Este procedimiento no es nada nuevo. Ha sido empleado de manera recurrente por la mayoría de las corrientes historiográficas. Un adecuado ejemplo lo encontramos en los inicios de la "escuela" de los Annales. No obstante, la renovación que supuso esta manera de historiar, entre los historiadores ha hecho carrera la tesis de que la escuela de los Annales constituyó una radical ruptura epistemológica en el proceso de profesionalización de la historia3. Pero, si dejamos de lado los aspectos discursivos que se propagaron entre estos historiadores hasta bien entrada la década de los setenta4, podemos constatar más bien que la obra de Marc Bloch y Lucien Febvre constituye tanto una continuidad como una ruptura en las formas y en el contenido de escritura de la historia.

No obstante la escasa validez que las más de las veces se le puede asignar a este tipo de "rupturas" epistemológicas, no se puede desconocer que ha sido un importante procedimiento de naturaleza estratégica que ha rendido frutos, entre otros, porque lo "nuevo" se convierte en la medida de todas las cosas. Este mismo procedimiento estratégico lo emplearon más recientemente los historiadores que se adscriben a la corriente del "giro lingüístico", en la medida en que asumen que las lecturas postestructuralistas constituyen un innovador cambio paradigmático, lo que los ubica de por sí en una posición vanguardista en cuanto a las nuevas formas de escritura histórica. Si bien este tipo de historiadores han tenido el mérito de introducir importantes elementos para comprender mejor los escenarios discursivos que se presentan entre los historiadores, su eventual impacto queda atemperado en relación con el mismo conocimiento histórico, ya que han terminado extrapolando el carácter complejo de la enunciación discursiva a los mismos hechos, actores y procesos a los cuales se refieren esas mismas reflexiones. Si el estructuralismo había descentrado al individuo de la historia, el "giro lingüístico" ha terminado por negar la misma historia.

El otro procedimiento circunstancial consiste en que en un contexto como el actual en el cual ha aumentado exponencialmente el número de profesionales de la disciplina, en unos escenarios académicos en los cuales se plantea el imperativo urgente e individual de ganarse prontamente un lugar bajo el sol disciplinar y, por último, en una sociedad en las cuales se acentúan las presiones mercantiles sobre el quehacer de los científicos sociales, incluidos los historiadores, los profesionales de la disciplina tienden a exagerar los discursos innovadores. Como oportunamente escribe Eric Hobsbawm, "para ser citados en los índices, lo mejor es introducir una idea nueva que los colegas refutarán sea cual sea su grado de absurdez. Cuánto más crece la profesión, más se profesionaliza y más rentable resulta decir: <hasta ayer todos decían que Napoleón era un hombre grande, yo voy a mostrar que era un hombre insignificante>"5.

El problema que se infiere de esta dinámica es doble: de una parte, las sociedades modernas son organizaciones en las que participan distintos tipos de saberes, los cuales compiten en una variedad de campos diferenciados de producción, cuyas normas cambian de manera permanente y cuyos resultados se valoran en el mercado. Pero también son sociedades en las que se ha ampliado el número y la calidad de los públicos, y la relación entre los saberes y éstos se realiza básicamente a través de los mismos circuitos mercantiles. El historiador, por tanto, es un profesional cuya labor está siendo permeada por la lógica mercantil, a la cual, en última instancia, tiene que servir. De otra parte, todas las instituciones, incluso las más tradicionales y sólidas, ya no pueden analizarse al margen de las veloces y radicales transformaciones sociales, las cuales no operan dentro de ningún canon predeterminado. El "gremio" de los historiadores también se encuentra atravesado por este tipo de dinámicas que actúan como fuerzas centrífugas, acrecentando la incertidumbre, pero también acelerando el resultado de la misma operación histórica, para mantenerla a tono con las apremiantes demandas sociales. Esta a veces recurrente práctica no sólo conduce a una relativización del conocimiento histórico, sino que también introduce un alto nivel de incertidumbre sobre la validez y la calidad de la oferta de estos discursos.

Si estos dos tipos de factores que recurrentemente intervienen en la enunciada crisis de la historia son de índole estratégico y circunstancial, y no sería del todo equivocado identificarlos como simples modas o como la necesidad de ganar rápidas posiciones de autoridad dentro del gremio profesional, diferente es el grado de incidencia que le corresponde a los dos otros tipos de factores. El primero ya lo enunciaba Fernand Braudel en los primeros años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando escribía: "si estamos en un nuevo mundo, ¿por qué no en una nueva historia?"6. El segundo es la compleja interrelación que se presenta entre la historia y las restantes ciencias sociales.

Las aceleradas y radicales transformaciones que ha experimentado el mundo en el transcurso de los últimos años han relativizado la capacidad explicativa de los saberes compartimentarizados. Como escribe Jesús Martín Barbero: "Un fantasma recorre las ciencias sociales y la investigación cultural latinoamericana en los últimos años: ese fantasma se llama globalización. Confundida por muchos con el <viejo> y persistente imperialismo, asimilado a la transnacionalización, o, mejor, a la expansión acelerada de las empresas y las lógicas transnacionales, e identificado por otros con la <revolución> tecnológica y hasta con el impulso secreto de la posmodernidad, la globalización no parece dejarse atrapar ni en los esquemas académicos ni en los paradigmas científicos tradicionales"7. La misma argumentación desarrolla Renato Ortiz, cuando asevera que "el problema es que la modernidad-mundo rompe las fronteras del Estado-nación. Para comprenderla, es necesaria una reactualización del pensamiento. El mundo, como objeto, exige nuevos conceptos de nuestra imaginación sociológica. En este sentido, la globalización no es simplemente un tema entre otros: desafía la reflexión en su existencia categorial. Pensarla es abrirse a una revisión del propio discurso de las ciencias sociales"8. En efecto, uno de las transformaciones más profundas a que ha dado lugar el desarrollo experimentado por las sociedades modernas, es que ha estimulado la emergencia de una todavía embrionaria sociedad global, de las cuales todos los colectivos, sociedad e individuos, con distintos grados de intensidad, hacen parte.

Cuando se sostiene que el mundo se encuentra frente a un proceso inédito como es la emergencia de una naciente sociedad global, ello induce a que se reproblematice la manera como tradicionalmente se han entendido las trayectorias de las sociedades nacionales en una perspectiva mundial. De una parte, porque sugiere la confluencia de distintas trayectorias de modernidad9, proceso en el cual participan por igual, aun cuando no de manera equivalente, tanto los países más desarrollados como los que están en vías de desarrollo. Esta transmutación implica que pierde toda su validez explicativa la usual linealidad y secuencialidad del desarrollo, la modernidad y de la modernización. En el caso de los países en desarrollo, la toma de conciencia de esta nueva realidad plantea el desafío de utilizar las herramientas en el análisis histórico elaboradas en los países industrializados para repensar el desenvolvimiento de su propia historia. Como señalaba Josep Fontana hace algunos años, "interpretar la historia de los pueblos no europeos a la luz de nuestras concepciones significa arrebatarles su propia historia y dificultar la solución de sus problemas"10. Hoy, cuando se ha vuelto inminente el cambio de perspectiva en la medida en que todos los colectivos entran a ser parte de esta embrionaria sociedad global, los historiadores deben comprender que su enunciación ha modificado la "misma fundamentación del concepto occidental del conocimiento y del entendimiento al establecer conexiones epistemológicas entre el lugar geocultural y la producción teórica"11, pero no simplemente como una trayectoria diferente, sino como parte de un entrelazamiento con realidades, incluso, a veces, las más distantes.

De la otra, esta metamorfosis ha vuelto difuso la dicotomía entre lo "interno" y lo "externo" y, en ese sentido, ha sembrado dudas sobre el aparato conceptual y las perspectivas de análisis desarrollados por las ciencias sociales12, las cuales se centraban en torno a la existencia de compartimientos aislados, cobraban su sentido en perspectivas que asignaban una preeminencia a los Estados-naciones, las sociedades nacionales, las identidades étnicas, nacionales o de clases, etc., o a través de rígidos guiones de diferenciación entre los distintos ambientes sociales (economía, sociedad, cultura, política, etc.).

Por último, cuando se asume que estamos asistiendo a la emergencia de una sociedad global se descubre la importancia de múltiples intersticios que comunican y compenetran a los distintos colectivos, lo cual conduce a pensar las articulaciones sociales no como causalidades últimas (causas y efectos), sino como el producto de determinadas resonancias que producen ciertos acontecimientos, coyunturas y procesos. Esta argumentación que se infiere de las nuevas realidades planetarias también es válida para el análisis de las sociedades individualizadas, las cuales se encuentran atravesadas por múltiples temporalidades humanas, incluidas por las relaciones fantasmagóricas, al decir de Anthony Giddens13. Como lo señalaba hace algunos un importante editorial de la revista parisina Annales, la sociedad no puede seguirse interpretando como una cosa14. Tampoco los grandes modelos –funcionalista y estructuralista- son capaces hoy por hoy de dar cuenta de la complejidad de la sociedad actual. Los objetos sociales no son cosas dotadas de propiedades, sino conjuntos de interrelaciones cambiantes dentro de configuraciones en constante adaptación.

Este cúmulo de transformaciones que acabamos de señalar se convierte en un importante factor explicativo de la metamorfosis que está experimentando la historia, así como también las restantes ciencias sociales. La anunciada, aunque no siempre declarada "crisis" de la historia tiene lugar dentro de este nuevo contexto o cambio de era mundial. Las perspectivas de larga duración, visión por cierto predominante en las historiografías contemporáneas, establecen un vínculo durable entre el pasado y el presente, y, en ese sentido, se ven impelidas a realizar, a partir de nuestra compleja inmediatez, una radical relectura del pasado inmediato, así como del más lejano, y a replantear la interacción con las restantes ciencias sociales.

Claro que podría argumentarse que todos los sucesivos quiebres que ha experimentado la historia en sus casi dos siglos de existencia como campo disciplinar siempre se han correlacionado con modificaciones en sus formas de relacionarse con los restantes saberes sociales. En efecto, varios de los grandes cambios que ha conocido la disciplina se han producido a partir del diálogo, interiorización u oposición de ciertos postulados que se presentaron a partir de esta interlocución. No es del todo fortuito que una de las preocupaciones centrales de la producción historiográfica contemporánea haya consistido precisamente en intentar establecer un marco relacional entre la historia y las ciencias sociales.

Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría antes cuando se intentaba establecer un marco relacional con las demás ciencias sociales, en la actualidad el cambio es más profundo porque las transformaciones sistémicas de nuestro presente más inmediato están minando la fundamentación misma y las lógicas explicativas desarrolladas por las ciencias sociales. Esta emergente realidad mundial ayuda a entender los esfuerzos de destacados académicos por repensar las viejas compartimentarizaciones de los análisis sociales15 o la vigencia que adquiere en la actualidad la necesidad de superar el antiguo diálogo entre las ciencias sociales16, puesto que se han debilitado las fronteras en las tradiciones disciplinares, razón por la cual ya no sólo no pueden pensarse como universos aislados, ni como mera interdisciplinariedad, ni tampoco como multi o pluridisciplinariedad, sino como una nueva forma de hibridación transdisciplinaria.

Estas transformaciones implican seguir una renovación en la mirada de los asuntos sociales, en alguna medida similar al revolucionario cambio de perspectiva que introdujeron los pintores renacentistas italianos, perspectiva que permitía evitar los engaños ópticos, dio vida al "punto de fuga" en el horizonte que es lo que permite captar las distintas dimensiones del objeto, independientemente del ángulo desde el cual se visualice. Esto significa abandonar la tendencia a imaginar que todavía estamos frente a un mosaico de culturas disciplinares adyacentes y pensar, como alegóricamente lo sugiere Lourdes Arizpe, que "la imagen de hoy tendría que ser la de un árbol, como esas magníficas ceibas de nuestras selvas, enraizadas en culturas locales que dan el nutrimento para que crezca el tronco y las ramas de culturas cada vez más amplias a distintas alturas y que reciben a su vez la savia hecha de Sol para poder seguir creando"17.

A esta altura del análisis es perfectamente válido preguntarse ¿cómo puede pensarse la constelación disciplinar de la historia para responder a estos desafíos? De antemano conviene realizar una precisión. La unificación del mundo en tanto que categoría histórica y los mayores niveles de complejización de las sociedades no van a llevar a una unificación disciplinar. La heterogeneidad multifocal no sólo conserva su validez, sino que además es epistemológicamente necesaria porque ningún macro nivel de abstracción es capaz de dar cuenta del carácter polivalente de los conjuntos y agentes sociales actuales. Para comprender el complejo carácter de las sociedades presentes se plantea de modo aún más urgente un análisis en toda su globalidad y ello conserva la importancia de las visiones multifocales. Al respecto, muy revelador es el llamado de atención que hacía el insigne historiador francés Fernand Braudel, cuando escribía: "la historia económica no deja de plantear todos los problemas inherentes a nuestro oficio: es la historia íntegra de los hombres, contemplada desde cierto punto de vista"18. Elegir escala de análisis es privilegiar de antemano una forma de explicación unilateral y peligrosa19. Este consejo braudeliano no quiere decir que no pueda destacarse un aspecto en particular y que no pueda someterse a análisis el ambiente económico, político, social o cultural, o un determinado tipo de perspectiva. Empero, siempre que se opte por privilegiar un campo en particular se debe tener en mente que aquella explicación es parcial porque la sociedad es un fenómeno que tiene múltiples expresiones y ramificaciones, incide indistintamente en los distintos ambientes sociales, crea inéditas compenetraciones entre ellos, pero al mismo tiempo en cada uno de ellos adquiere particularidades que le son propias.

Para entender los desafíos que se le plantean a la historia conviene destacar la manera como fue evolucionando la interrelación de ésta con las restantes ciencias sociales. Para esto podemos recurrir a Robert Boyer20, quien distingue cinco tipos de configuraciones de interrelación entre la historia y la economía, procedimiento que es válido para el conjunto de las restantes ciencias sociales. El primer tipo de configuración la define como adyacente, situación que se presenta cuando dos disciplinas tratan temas diferenciados y sólo se retroalimentan con información específica a partir de estos universos separados. Este proceder fue característico de la etapa germinal de la profesionalización de la historia en tanto que saber disciplinado formalizado (mediados del siglo XIX), cuando tuvo que entrar a delimitar un corpus y unos métodos específicos que diferenciaran este campo del conocimiento con respecto a los otros saberes sociales.

El segundo tipo de compenetración que distingue Boyer lo define como recubrimiento, procedimiento que crea una yuxtaposición entre dos o más disciplinas para crear un subcampos específico (v. gr., la historia económica). En esta constelación, cada una de las disciplinas aporta sus propios métodos y resultados sobre un objetivo común. Este procedimiento fue muy utilizado por los historiadores y demás científicos sociales a mediados del siglo XX. El tercer procedimiento lo define Boyer como dependencia, el cual tiene lugar cuando un campo específico de la historia sigue unos determinados lineamientos teóricos en los cuales la función del análisis histórico se focaliza en la demostración de ciertos enunciados. Quizá, uno de los mayores exponentes de este proceder fue Barrington Moore, con su original libro Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia. Otro tipo de compenetración es el de la transcausalidad, que ocurre cuando una determinada causalidad surgida en un entorno disciplinar se utiliza como marco explicativo por parte de las otras disciplinas. Este proceder ha sido característico de la historia marxista, la cual siempre ha reconocido la existencia de un determinante en última instancia en los procesos históricos. La última constelación es la de la transespecificidad, proceso que tiene lugar cuando un concepto tiene aplicaciones particulares en los universos disciplinares, pero en cada una de esas disciplinas conserva su autonomía.

Con los cambios sistémicos de la época actual se entiende que esté apareciendo otro tipo de compenetración, la cual es definida por Boyer como interacción simbiótica, dinámica que tiene lugar cuando "los conceptos, las nociones y métodos se encuentran periódicamente alterados y redefinidos a la luz de validaciones que se encuentran en materia de pertinencia o similitud histórica o coherencia lógica".

De todo este cúmulo de interacciones, la historia fue aprendiendo y sofisticando sus enfoques, propuestas metodológicas y resultados. Empero, en los albores del siglo XXI, se ha llegado a un momento en el cual se debe repensar de modo radical la manera como se define el sentido mismo de la historia y su relación con los restantes saberes sociales, cuyo perfil debe inscribirse dentro de la perspectiva de interacción simbiótica, sugerida por Boyer.

Es evidente que en nuestro presente más inmediato ni la propuesta metódica, con la que tanto se identificaron muchos historiadores para definir un perfil singularizado, ni el manejo del tiempo constituyen anclajes que particularicen este campo del saber. En condiciones en que se intensifican las compenetraciones del conjunto de las ciencias sociales y de redefinición de la especificidad disciplinar, la historia debe perseverar por concebir como propio el desarrollo de una nueva perspectiva renacentista, un nuevo "punto de fuga", a través del análisis de la convergencia y la resonancia de las distintas temporalidades históricas, las cuales no se guían por los mapas cognitivos a los que nos ha acostumbrado el saber científico.

Para ello, la historia, "quizá, la menos estructurada de las ciencias sociales"21, debe sacar partido de su misma indefinición. Si la historia realizó su "revolución copernicana" con la definición de la historia problema, situación que fue posible por la vinculación que estableció con las demás ciencias sociales22, un fenómeno eminentemente ilustrado, que se inspiraba en el "Pienso, luego existo" cartesiano, este procedimiento tuvo un impacto parcial en la historia. La parcialidad con que se asumieron estos nuevos presupuestos teóricos y metodológicos, que mantuvieron a la historia como la menos estructurada de las ciencias sociales, se ha convertido en una ventaja que le permite en las actuales condiciones una fuga hacia adelante.

Es evidente que la revolución copernicana constituyó un gran acontecimiento en la historia de la humanidad. Sin embargo, introdujo una escisión entre el conocimiento sensorial y el abstracto, entre la valoración estética y la racional de la realidad. "Cómo puedo conciliar en una sola mente, lo que poseo, y que desea comprender, el mundo de la razón –expresado en las ciencias-y el mundo de la vivencia –expresado en las artes. Desde que Copérnico miró al cielo vivimos en dos planos. Por un lado, el plano en el que se puede medir y calcular, y por el otro aquel en el se puede vivir y valorar"23. Este divorcio fue un fenómeno parcial en la historia, porque como acertadamente señala Renán Silva, la historia presupone el apego a un conjunto de operaciones, en la que participan tanto la perspectiva teórica, las formas artesanales, lo cual se enlaza en "torno a un problema previamente construido, y en el que sus exigencias de método no pueden ser resueltas ni por el recurso a una <teoría> y <filosofía> de la historia, ni por el recurso a la simple crítica documental de tipo forense"24. Ello explica la inevitable tensión que siempre ha existido entre la problematización y la narración en la escritura de la historia.

Esta tensión, aunado a su menor nivel de formalización dentro de un rígido guión disciplinar ilustrado, se convierte en su principal ventaja. El hecho de que siempre se encontrara rezagada con respecto a las restantes ciencias sociales, la ubica hoy un paso adelante: el hecho de que no se cristalizara totalmente como una ciencia social le permitió mantener una perspectiva más plástica -más cercana a lo que los físicos de hoy definen como "lógica difusa", perspectiva que se esfuerza por tomar en serio la inevitable vaguedad de muchos conceptos-, en la cual el espacio, el tiempo y los procesos históricos convergen en un único movimiento. La historia nunca llegó a ser una empresa completamente ilustrada; siempre mantuvo un vínculo con las visiones renacentistas. La historia se identifica más con el genial Leonardo da Vinci que con Copérnico o Newton: es poesía y ciencia, al mismo tiempo. Es más renacentista porque, al igual que Leonardo, ha concebido "el mundo de una forma global en la que el conocimiento abstracto y sensorial, el pensamiento y la experiencia, la epistemología causal y la estética no estaban escindidas, sino que se sustentaban y condicionaban mutuamente"25.

Una historia renacentista representa una perspectiva de análisis que ayuda a escapar a la lógica de la causalidad (explicación en términos de causa y efecto) y permite descifrar el cúmulo de fenómenos que incluye en términos de resonancia o de correlación, es decir, estableciendo enlaces diferenciados entre los distintos acontecimientos. El buen momento por el que atraviesa la historia seguramente se explica porque de manera más plástica y polivante puede dar cuenta de la complejidad y la aleatoriedad del mundo actual.


Comentarios

1 NOIRIEL, Gérard, Sobre la crisis de la historia, Madrid, Ediciones Cátedra, 1997.

2 Para un análisis del papel de la estrategia en la historiografía, véase COUTAU-BÉGARIE, Henry, Le phénomène "Nouvelle Histoire". Stratégie et idéologie des nouveaux historiens, París, Economica, 1982.

3 Véase, a título de ejemplo, AGUIRRE, Carlos Antonio, La escuela de los Annales. Ayer, hoy y mañana, Barcelona, Montesinos, 1999.

4 LE GOFF, Jacques, La Nouvelle histoire, Bruselas, Éditions Complexes, 1979.

5 Citado en NOIRIEL, Gérard, op. cit., p. 201.

6 BRAUDEL, Fernand, Historia y ciencias sociales, Madrid, Alianza, 1968, p. 22.

7 BARBERO, Jesús Martín, "La globalización desde una perspectiva cultural", en Letra Internacional, N. 58, Madrid, 1998, p. 13.

8 ORTIZ, Renato, Otro territorio, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 1998, p. XXI.

9 BECK, Ulrich, La sociedad del riesgo global, México, Siglo XXI, 2001.

10 FONTANA, Josep, Europa ante el espejo, Barcelona, Crítica, 1994, p. 12.

11 MIGNOLO, Walter, "Herencias coloniales y teorías poscoloniales", en GONZÁLEZ, Beatriz (compiladora), Cultura y Tercer Mundo. Cambios en el saber académico, Tomo 1, Caracas, Nubes y Tierra y Editorial Nueva Sociedad, 1996, p. 119.

12 GIDDENS, Anthony, Capitalismo y la moderna teoría social, Barcelona, Idea Books, 1998.

13 GIDDENS, Anthony, Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza, 1999.

14 Annales, N. 6 de 1989.

15 WALLERSTEIN, Immanuel (coordinador), Abrir las ciencias sociales, México, Siglo XXI, 2001.

16 FLÓREZ, Alberto, MILLÁN DE BENAVIDES, Carmen (editores), Desafíos de la transdisciplinariedad, Bogotá, Instituto Pensar y Pontificia Universidad Javeriana, 2002.

17 ARIZPE, Lourdes, "Cultura, creatividad y gobernabilidad", en MATO, Daniel (compilador), Estudios latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización, Buenos Aires, Clacso, 2001, p. 36.

18 BRAUDEL, Fernand, La dinámica del capitalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 11.

19 ESTEFANÍA, Joaquín, Hij@, ¿qué es la globalización? La primera revolución del siglo XXI, Madrid, Aguilar, 2002.

20 BOYER, Robert, "Économie et histoire: vers de nouvelles alliances? En Annales Économie, Société, Civilisations, año 44, N. 6, noviembre-diciembre de 1989.

21 BRAUDEL, Fernand, Historia y ciencias sociales, op. cit., p. 61.

22 SILVA, Renán, "La servidumbre de las fuentes", en MAYA, Adriana, BONNETT, Diana (compiladoras), Balance y desafío de la historia de Colombia al inicio del siglo XXI, Bogotá, Uniandes, Departamento de Historia, CESO, 2003, p. 36.

23 FISCHER, Ernst, La otra cultura. Lo que se debería saber de las ciencias naturales, Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2003, p. 68.

24 SILVA, Renán, op. cit., p. 44.

25 FISCHER, Ernst, op. cit., p. 75.

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