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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.28 Bogotá jul./dez. 2004

 

HISTORIA Y MODAS INTELECTUALES


Javier Ortiz Cassiani***

Si nada es cierto, entonces todo está perdido.
F. Dostoievski

*** Historiador de la Universidad de Cartagena; actualmente es estudiante la Maestría en Historia de la Universidad de los Andes.

Este texto fue presentado como ponencia en la 3ª Jornada de Muestra Estudiantil de Historia, 26 de agosto de 2004, Universidad de los Andes, Departamento de Historia.

Artículo recibido en agosto de 2004; aprobado en octubre de 2004.


RESUMEN

Partiendo de las críticas que el historiador Carlo M. Cipolla hace a ciertas tendencias historiográficas en el sugestivo texto Allegro ma non troppo, el artículo expone puntos de vista alrededor de las nuevas formas de hacer historia, fundamentadas en el giro lingüístico, el giro crítico y la influencia posmoderna, que colocan en tela de juicio el papel del historiador como reconstructor de la realidad.

PALABRAS CLAVES:
giro crítico, giro lingüístico, econometría, lógica social del texto, posmodernidad, microhistoria.


HISTORY AND INTELLECTUAL FASHIONS

ABSTRACT

Based on historian Cario M. Cippola's criticism of certain historiographic trends in the suggestive text Allegro ma non troppo, this article presents viewpoints about new ways of interpreting history based on the linguistic turn, the critical turn, and the postmodern influence, all of which put the historian on trial as a reconstructor of reality.

Key words: Critical turn, linguistic turn, econometrics, social logic of the text, postmodernity, microhistory.


Un amigo que hace algún tiempo cursó una licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad del Atlántico, me contaba una anécdota sobre un profesor al que le gustaba bromear defendiendo una hipótesis explicativa de las razones de la conquista de América por parte de los españoles. El docente, en una pose trascendental, argumentaba que el problema de la conquista había sido un problema sexual, pues al primer contacto con los españoles, las indígenas, acostumbradas a una vida sexual pasiva, a la monotonía de la posición del monje (aunque no fueran conscientes de lo que eso significaba), a la exigencia de sus parejas de que guardaran una quietud extrema, se volvieron locas con los encantos sexuales de los españoles, y terminaron por volverse sus más fieles cómplices. La sexualidad de los españoles, redomada en los lupanares europeos, el conocimiento de varias técnicas amatorias dentro de las que se encontraba el Kama Sutra gracias a los viajes marinos que para esa época se venían desarrollando, alteró sustancialmente la "quietud" de las indígenas. Cuando volvían donde sus aburridos y nada recursivos maridos, las traicionaban las anteriores faenas de contorsionista, de manera que los indígenas, poseídos por infinitos celos, las golpeaban hasta el cansancio. Aburridas de tantas golpizas, las mujeres terminaron por vengarse de sus maridos, y el envenenamiento fue la principal arma. Esto redujo ostensiblemente el número de guerreros que, junto a la complicidad de las mujeres, y el hecho de que los mestizos que nacieron producto de las uniones terminaron asumiéndose culturalmente más como españoles que como indígenas, terminaron por inclinar la balanza del lado ibérico.

Esto es sólo lo que mi mente, luego de varios años, puede recordar, pero estoy seguro que la "hipótesis" tenía muchos más detalles que le daban una aparente coherencia. Imaginémonos que este interesante profesor, ayudado por herramientas conceptuales de la antropología simbólica, refina su teoría y termina publicando un libro bajo el sugestivo título de El efecto de la posición. La conquista sexual de América, cuyo fundamento sería demostrar cómo el sexo, más allá de la economía, la política, las hambrunas, las guerras, determina la caída de imperios, sociedades y comunidades. Para ser más atractivo, atrevido y provocador, su trabajo negaría toda la producción anterior y establecería un claro punto de quiebre con la tradición historiográfica alrededor del tema, a través de la redefinición de conceptos y el uso de un lenguaje en extremo original. Con toda seguridad, su libro se convertiría en un best seller, se harían varias reediciones, lo invitarían a conferencias, tendría discípulos que aplicarían su modelo a otros espacios y otros períodos, y dejaría de ser un modesto profesor de una universidad de provincia.

Carlo M. Cipolla, uno de los historiadores económicos más referenciados y respetados, en un pequeño libro de una inteligencia y gracia refinada, titulado Allegro ma non troppo, se burla de todas esa modas intelectuales que terminan desvirtuando la historia y convirtiendo a los autores, más que en historiadores, en estrellas de la farándula1. El texto fue publicado por primera vez en lengua inglesa en 1973, en una edición restringida que, al parecer, sólo circuló entre sus conocidos más allegados. Justo para esa época, en los Estados Unidos, cuya historiografía con relación a las historio grafías francesa e inglesa se había mantenido en una posición subordinada, hacían furor libros sobre ferrocarriles y sobre la esclavitud, escritos por Robert William Fogel y Stanley L. Engerman2 (quienes recibirían el Nóbel de economía), desarrollados bajo las técnicas de la cliometría, esto es, "el estudio de la historia económica por medio de la aplicación de la teoría económica y los métodos estadísticos"3. No es fortuito que las citas consignadas a pié de página por Cipolla de los supuestos sociólogos, historiadores que sustentan su escrito, sean norteamericanos. Los mismos que necesitaron -como él mismo lo anota- "veintisiete páginas de anotaciones algebraicas (generosamente subvencionadas por una academia de las ciencias)" para aclarar sus afirmaciones. Con el texto, Cipolla reforzaba su alejamiento de este tipo de historia económica, y distingue entre lo que él considera la historia económica y la historia de la teoría o de las doctrinas económicas. Si bien ambas se ocupan de modelos teóricos, la diferencia estriba en que el número de variables que usa la historia económica es mucho más amplio que el reduccionismo de la segunda.

La crítica de Cipolla también se extiende a la tendencia "exótica" de los Annales después del 68, al rebusque de citas, la generalización en busca de causalidades fuera de lo común y la renuncia al análisis estructural. La tercera generación de Annales, con la influencia de mayo del 68 cambia las preguntas a la historia; en tanto se entiende este movimiento como una transformación cultural, la historia empezará a interrogarse por las mentalidades. Se renuncia a la historia económica y social, y al intento de construcción de una historia global. Quizá en ninguna época los Annales lograron posicionarse tanto, pero quizá tampoco en ninguna época recibirían tantas críticas. El boom editorial fue enorme y, por primera vez, los libros de historia se convertían en best seller. Así, mientras Annales se alejaba del marxismo, su producción se convertía en libros de cabecera de señoras para animar conversaciones en el club o en lectura de distracción mientras se aguarda el turno en el salón de belleza. No hay que desconocer la importancia de esta propuesta historiográfica, abrir un mercado para la historia ya es un logro nada desdeñable; sin embargo, una de las criticas más certeras que ha recibido la historia de las mentalidades, es la manera indiferenciada del manejo de la noción de mentalidad colectiva, algo que irradia la sociedad y que está por encima de las diferencias de clase, raza, género. Ello se ha convertido en un elemento en su contra, al punto de que en los actuales tiempos son muy pocos los historiadores que se atreven a seguir calificando sus trabajos como historia de las mentalidades. En la actualidad, como renuncia al concepto de mentalidades, acuñan el concepto de práctica cultural, a partir de allí se abren a la antropología, pero también, y reivindicando a Braudel, a la economía, la geografía y la sociología, en la búsqueda del "cruzamiento y multiplicación de perspectivas y de principios explicativos". La idea de interdisciplinariedad que manejan es volver operativas las ciencias sociales en función de la historia, no como meros compartimentos, sino como instancias que ofrecen mutua influencia.

Se nota además en Cipolla una inconformidad por la tendencia a aplicar conceptos indiscriminadamente sin un verdadero conocimiento de la realidad de los espacios que se estudian. Lo único que el norteamericano William Paul McGreevey, tributario de la cliometría, sabía de Colombia –para poner un ejemplo local- antes de venirse a desarrollar la investigación que dio como resultado el libro Historia económica de Colombia, 1845-1930, era que tenía como capital a la ciudad de Bogotá y que producía café; saber más no era necesario, pues bastaba con su modelo científico, la cliometría. Así las cosas, entre esto, y buscar comunismo en la sociedad Chibcha o Inca, creo que no existe mayor diferencia.

Con la licencia que le permite el prestigio académico y los años, Eric Hobsbawm parece reflejar las mismas preocupaciones de Cipolla, mostrando cómo infortunadamente la historia de hoy es escrita por personas que no "desean conocer la verdad, sino aquella que se acomode a sus objetivos"4. Esto genera lo que él llama una renuncia a la universalidad del universo discursivo y a la no distinción entre el hecho y la ficción. La historia, ahora más que nunca, parece una serie de parcelas, que han terminado por fragmentar no solamente lo que se escribe, sino a quienes lo escriben y a quienes lo leen. Por su condición de ciudadano del mundo Hobsbawm considera que a esta fragmentación han contribuido el apego del discurso historiográfico a las fronteras del estado nación y la aparición cada día más de discursos identitarios sumamente particulares, al punto que la historiografía termina respondiendo solamente a los intereses específicos de estos grupos, como también a las modas posmodernistas que desplazaron el análisis de la estructura económica y social por la cultura, y al hecho por la sensación.

La historia ha reducido su campo de acción, la preocupación está en la mirada hacia la localidad, hacia nuevos sujetos, que ponen en entredicho el parroquianismo de los supuestos universales5, pero de alguna manera esto implica otra forma de parroquianismo en el que cada cual se refugia y cultiva la parcela productiva de su marco conceptual; nos lleva a estudios demasiado especializados en donde se pierde la conexión de esas historias con procesos más amplios. La metáfora del médico supremamente especializado al que se le olvida cómo remediar un dolor estomacal puede servir de ejemplo. No es raro ver en departamentos de historia a supuestos colegas que sólo hablan de los hijos, el costo de la vida, restaurantes, el clima, los supermercados y las mascotas, porque si tuvieran un diálogo académico, por la excesiva especialización de sus campos de interés, no se entenderían y la conversación sería un completo fracaso. Se podría decir que en la actualidad el historiador cada día es más mezquino no sólo con su objeto de análisis sino con las causas que defiende. Ante esto, Hobsbawm propone para las nuevas generaciones un mayor compromiso con las causas mundiales, lo que se podría empezar por un mayor reconocimiento, como lo intentó su generación, por las estructuras mundiales, que nos permita salir de un provincianismo y un esenialismo que no es mas que el fiel reflejo del desconocimiento.

En ningún momento estamos sugiriendo que la historia de las localidades, de las minorías y de las cortas duraciones no tenga sentido; de hecho, en nuestro medio, por conveniencia metodológica o por intereses específicos, cada día nos identificamos más con ese tipo de historia. A lo que apuntamos, siguiendo a Hobsbawm, es a la desconexión que se presenta en muchas de estas historias con contextos mucho más amplios, los discursos terminan siendo unos discursos "originales", exclusivos, sin precedentes, y marginados de referentes que le podrían dar otra dimensión, tan grave como la visión de un feminismo extremo que termina por explicar todos los problemas de la humanidad como estragos del falocentrismo de un mundo patriarcal. Definitivamente, "la historia de la identidad no es suficiente"6, ha dicho Hobsbawm. En este sentido, la reducción de la escala de observación como lo hace la microhistoria no implica la renuncia a buscar la explicación de fenómenos más amplios, los casos analizados pueden arrojar luces sobre contextos mucho más abarcadores desde el punto de vista espacial, pues desde el punto de vista analítico, en ningún momento se pierde de vista la macrohistoria, lo que equivaldría a decir que la microhistoria no se puede definir por las micro dimensiones de sus temas, y que la reducción de la escala no implica la reducción del análisis. El continuo movimiento entre macro y microhistoria, "entre close-ups y tomas largas o larguísimas, capaces de poner en cuestión la visión de conjunto del proceso histórico mediante excepciones aparentes y causas de corta duración"7, se muestra como una opción historiográfica importante.

La pretensión de historia total siempre está presente, de hecho uno de los aciertos de Ginzburg, a quienes los posmodernos, que siempre andan viendo aliados donde no los hay, colocan como un claro ejemplo de ruptura con una vieja forma de hacer historia, es explicitar el contexto social, económico y político en el que es posible la aparición del pensamiento de Menocchio8, explicaciones con las que además intenta mitigar el carácter excepcional que pueda tener su molinero. A pesar de reconocer que Menocchio no sería el caso más típico de la cultura popular, el autor hace todos los esfuerzos posibles para mostrarnos que, no obstante, éste no puede escapar a los límites de su cultura, es decir, se tiene que mover dentro de los márgenes que le da su cultura, lo que constituye de alguna manera una "libertad condicionada". El uso de la escala micro permite, además, una mayor aproximación a la historia global, porque posibilita un barrido más efectivo de todas los elementos que constituyen el espacio designado.

La propuesta de la microhistoria no se relaciona con la metáfora vegetal desarrollada por el holandés Ankersmit, según la cual "en el pasado los historiadores se ocupaban del tronco del árbol o de las ramas; sus sucesores posmodernos se ocupan únicamente de las hojas, o sea de fragmentos minúsculos del pasado que investigan de forma aislada independientemente del contexto más o menos amplio (las ramas del tronco) del que formaban parte"9. Ginzburg, a pesar de que Ankersmit lo incluyó como uno de sus más aventajados representantes, mostró su distanciamiento de esta tendencia que maneja una clara idea de historia fragmentada; junto a Giovanni Levi, han sido fuertes polemizadores de "las posiciones relativistas, entre ellas la calurosamente asumida por Ankersmit, que reduce la historiografía a una dimensión textual, privándola de cualquier valor cognoscitivo", han sido reiterativos en afirmar que una de las características principales de sus investigaciones es "la insistencia sobre el contexto, es decir exactamente lo contrario de la contemplación aislada del fragmento elogiada por Ankersmit"10.

El tipo de historia que se viene haciendo y que tanto le preocupa a Cipolla y a Hobsbawm aparece aproximadamente en los años setenta; a partir de allí, la historia parece volver por una antigua senda, la filosofía. Quienes han puesto en boga la importancia de la filosofía en la historia pertenecen a dos tendencias, que a su vez revelan cómo lo nacional, en pleno apogeo de la globalización, aún sigue teniendo peso dentro del discurso académico. Por un lado, están los Estados Unidos en lo que se conoce como el giro lingüístico y, por otro lado, Francia como espacio del giro crítico. Estos movimientos están conectados a lo que en filosofía se conoce como posmodernidad y/o posestructuralismo, cuyo argumento es la crítica al sistema filosófico de la modernidad, el fin de la razón universal y el fin de los meta relatos ordenadores.

El giro lingüístico, fundamentado en la crítica literaria y la filosofía, asume a la historia como un relato, de manera que su análisis no escapa a las fórmulas y a las herramientas para el análisis de la literatura; en tanto relato, siguiendo a Hyden White, la historia es ficción, y se descarta la "vieja" historia social y sus "ingenuas" pretensiones de verdad y objetividad. En su generalizado relativismo, el autor es sólo un sujeto más con su idea de verdad, y los lectores cobran mayor estatus, difuminando la función del autor, pues lo que tiene sentido, a partir del avance de las teorías de recepción, es el lector o receptor. Si todo es lenguaje, y el lenguaje no hace referencia a una realidad extralingüística, entonces la verdad no existe. De manera que no tiene sentido que los historiadores sigan en búsqueda de la verdad.

La vuelta a la filosofía tal vez se explique por esa tendencia retro de la posmodernidad, por la vuelta al lenguaje premoderno, del mito en sacrificio del logo. La propuesta se fundamenta en mantener el lenguaje como un sistema cerrado y autónomo de signos capaces de producir sentido, de manera que la realidad social se entiende como una construcción del lenguaje, independientemente de referencias objetivas y externas11. Esta tendencia se construye a partir de indicios a veces no claramente explicitados, sino expuestos como meras sugerencias o puntos de discusión; la estrategia es mostrar el hecho como si ya hubiera tenido lugar, lo que actúa como mecanismo de presión para las comunidades de historiadores, y como construcción o invención de una tradición. Por ejemplo, en el estudio de Martín Jay, publicado en 1982, el giro lingüístico es presentado en forma de interrogante, como algo que podría representar una posibilidad para el futuro de la investigación histórica, cinco años después, en los trabajos que se ocupan del tema, se subraya la amplitud del proceso, y la nueva etiqueta aparece con visos de universalidad12. A pesar de que tienen poca producción, se valen de revistas de prestigio académico internacional para posicionar su discurso.

Estas nuevas tendencias, que se auto asumen como giros, lo que generan es una fragmentación y una atomización de la disciplina histórica, pues parten del supuesto de que sus postulados van a cambiar el paradigma, y aquí hay una contradicción, pues supuestamente una de las cosas a las que renuncian quienes la nutren teóricamente es al principio de regla universal. Ahora bien, estos giros se entienden, para decirlo en los términos de Thomas Khun, como anomalías, que son las que después de un período determinado terminarán acabando con el paradigma y sustituyéndolo por otro. Lo que hasta ahora se puede observar es que no se vislumbra la posibilidad de la construcción de un paradigma rector de los estudios históricos, en buena parte porque la misma tradición historiográfica ha demostrado que en historia los modelos y las escuelas únicas no han sido la constante, lo más parecido podría ser Annales, y tampoco se puede hablar de una primacía absoluta. Lo que sí es cierto es que nunca como ahora los discursos, los presupuestos teóricos entre historiadores habían sido tan disímiles.

Respaldados por publicaciones periódicas, sellos editoriales e importantes instituciones académicas, estas tendencias juegan un papel importante y marcan el rumbo de las prácticas historiográficas de los países periféricos, lo que puede generar dificultades en el camino de maduración de sus procesos historiográficos, es decir, cuando empiezan a descubrir cosas interesantes aparecen discursos que plantean que eso ya no tiene sentido. "Superado", parece ser la palabra preferida de los abanderados del discurso. Se crea además un diálogo de sordos entre los historiadores, a partir de la construcción de lenguajes ininteligibles. Esto inclusive tiene connotaciones políticas interesantes, pues el exacerbado individualismo, la renuncia a toda historia social implica la renuncia a todo proyecto político colectivo, lo que nos puede llevar a un relativismo paralizante.

Si algo tienen estas nuevas tendencias historiográficas es el afán por la originalidad, en ese sentido el rebusque de conceptos -pues se supone que los existentes se quedan cortos para explicar la realidad- es lo más común, el carnaval de prefijos está a la orden del día. Infortunadamente en los enconados debates que se sostienen, la que menos se beneficia es la disciplina histórica, pues el lenguaje que se habla, los conceptos, la terminología que se usa, le es ajeno a la historia. Se discute en términos de la filosofía, y se recrean las discusiones filosóficas desde los tiempos de Platón. Estamos de acuerdo en que los conceptos y nociones de la filosofía y de otras ciencias sociales han sido fundamentales para el desarrollo de la historiografía y tal vez nos ha librado de un empirismo positivista llano y simple, y de una errónea apología al documento. Pero precisamente recurrimos a ellos para interrogar mejor al pasado, para pulir mejor nuestro prisma con la paciencia de un pescador de cordel, que nos permita intentar develar el pasado metodológica y éticamente más creíble, no para construir abstracciones que terminan, como decía E. P. Thompson, "engullendo" la realidad13. No debemos dejar que "la filosofía trate de abstraer los conceptos respecto de las prácticas", pues los resultados no siempre son alentadores para la disciplina histórica; un ejemplo interesante es el debate a propósito de la historia de género entre J. Scott y Laura Downs, en el que, "como era de esperarse (no aprendimos) absolutamente nada acerca de la historia concreta (real) de las mujeres y el género"14.

El giro crítico, por su parte, se ubica en lo que Carlos Antonio Aguirre presenta como la cuarta generación de Annales15, expuesto a través de una edición de la revista de Annales bajo la dirección del malogrado Bernard Lepetit. No obstante las diferencias con las anteriores generaciones, el giro crítico no renuncia al objetivo fundamental de las ciencias sociales, el estudio de la sociedad. En eso, muy a pesar de los acercamientos (Roger Chartier por ejemplo, fue incluido dentro de publicaciones norteamericanas del llamado giro lingüístico), hay importantes diferencias. Chartier, -a propósito del giro lingüístico- propone que "ante estas formulaciones radicales, estructuralistas o postestructuralistas, es necesario recordar la legitimidad de la reducción de las prácticas constitutivas del mundo social a la lógica que gobierna la producción de los discursos"16, pues las representaciones y las significaciones son construidas en el "reencuentro entre una proposición y una recepción, entre las formas y los motivos que le dan su estructura y las competencias y expectativas de los públicos que se adueñan de ellas"17. Lo que podemos decir es que por mucha lógica interna que tengan los textos, éstos necesariamente "ocupan espacios sociales concretos, y como tales son, a la vez, productos del mundo, con el que suelen mantener relaciones complejas y contestatarias"18. Para decirlo en palabras de Spiegel, todo texto tiene una lógica social, y así sea a través de la negación o de la impugnación de la realidad, los textos nos dan información del espacio social en el que se inscriben. "La mentira no está en las palabras, está en las cosas", dijo Italo Calvino a propósito de la descripción de las ciudades19.

Se entiende, de alguna manera, la radicalidad del giro lingüístico con relación al giro crítico, porque el primero no descansa sobre ninguna tradición, aparentemente lo está inventando todo, mientras que el giro crítico tiene que lidiar con una institución poderosa y posicionada como lo es Annales, y nadie que pretenda construir dentro de la tradición de Annales puede desconocer a los padres fundadores. Mientras el giro lingüístico hace la crítica desde los márgenes hacia el centro, el giro crítico lo hace desde el mismo centro. Uno podría preguntarse qué relación se encuentra entre la obra de Chartier y la de Braudel más allá de que supuestamente ambos se inscriben en la tradición de la historia social; la disputa es con los Annales de la anterior generación (1968-1989), mas no en sentido explícito con los padres fundadores.

El efecto Fito Páez parece cobrar cada día más seguidores, pues muchos giran y giran bajo el sol, lo complicado es el tipo de vida que algunos están proyectando en sus escritos. Influenciados por un relativismo desbocado, cuando todavía no nos ha abandonado el hedor de los muertos, abandonamos la indagación por las causas del hecho, por el número de víctimas, por los responsables, por la manera en que fueron asesinados y nos perdemos en una maraña de conjeturas sobre la manera en que los sobrevivientes de la masacre relatan los acontecimientos, su importancia simbólica y la representación de la masacre. La renuncia al tipo de preguntas que involucran las ideas de causa-efecto parece explicarse fácilmente: si no existe realidad por fuera del discurso ¿para qué hacerse tales preguntas que remiten a un positivismo superado? Las preguntas estarán encaminadas hacia "los modos de representación y no a los conflictos"20. A propósito de ésto, Gabrielle Spiegel anota:

Con la concentración en el significado en vez de en la experiencia, lo que se pierde es el sentido de la acción social, el de las luchas de hombres y mujeres con las circunstancias y las complejidades de sus vidas frente a las suertes que les depara la historia, y el de su capacidad de transformar los mundos que heredan y transmiten a las generaciones futuras21.

Es como si dentro de cincuenta años a los historiadores sólo les interesara la representación de la masacre de Bojayá, y no las víctimas y la indagación por los responsables, o que del terremoto del eje cafetero sólo nos quedara la representación de la tragedia y no las víctimas y la corrupción en el manejo de recursos que demostró que los yuppies eran tan corruptos como los políticos clientelistas de vieja data. De acuerdo, la representación es importante, pero no basta. El mundo anda tan mal y necesita tanto de los cientistas sociales, y esto nos lleva a la necesaria relación entre epistemología y ética, que ciertos modelos nos parecen demasiado sutiles.

Por fortuna para la historia algunos aún no se atreven a girar tanto, saben que el exceso de relativismo y de vueltas puede dislocar la historia. Sabemos, y cito a Gervasio Luis García un historiador puertorriqueño, que ningún historiador sensato reclama mostrar toda la compleja verdad del pasado porque trabaja con fragmentos cargados y sesgados. Por lo tanto, el pasado objetivo total es inalcanzable, pero no por elusivo renunciamos a armarlo y descifrarlo, rastreando las intenciones y los mecanismos no evidentes. En otras palabras, todo conocimiento – histórico, científico, literario- es relativo y, a la vez objetivo; es decir, verificable y defendible por su coherencia lógica y su correspondencia con las evidencias a la mano22.

La función del cientista social es decodificar las acciones de los grupos humanos para tratar de hacerlos inteligibles a la comunidad de investigadores y al espacio social al cual se debe, sin que ello impida el constante cuestionamiento de las bases epistemológicas con las que produce su conocimiento. Sin embargo, quedarse en la mera enunciación de la imposibilidad de los presupuestos epistemológicos para acceder al conocimiento no beneficia ni a la disciplina ni a la sociedad.

En vez de refugiarnos en "sahumerios verbales", los historiadores debemos ayudar a definir las fronteras entre la ficción y la historia, apoyándonos en algunos soportes de la literatura. El análisis y la profundidad no descartan la buena escritura; nada es más revelador, interesante y apasionante que la vida misma, entonces podemos mostrarla con fortaleza y emoción, sin necesidad de neologismos pedantes y brumosos. De lo que se trata -y vuelvo a García- es de "construir una historia con certezas y dudas, hecha por historiadores con las manos un poco sucias de barro del que están hechos los seres humanos y mundanos que intentamos comprender, con simpatía e imaginación"23.


Comentarios

1 CIPOLLA, Carlo M., Allegro ma non troppo, Barcelona, Grijalbo Mondadori, 1998.

2 Robert Fogel escribió Railroads and American Economics Growth: Essays in Econometric History (1964), más adelante con Stanley Engerman escribieron Tiempo en la cruz, la economía esclavista en los Estados Unidos, Madrid, Siglo XXI, 1974.

3 MEISEL ROCA, Adolfo, "La cliometría en Colombia: una vocación interrumpida", en Revista Estudios Sociales, Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, nº 9, Bogotá, junio de 2001.

4 HOBSBAWM, Eric, "Entre historiadores", en Años interesantes una vida en el siglo XX, Barcelona, Crítica, 2003, p. 273.

5 APPLLEBAY, J., HUNT, L., JACOBS, M., "Verdad y objetividad", en La verdad sobre la historia, Santiago, Editorial Andrés Bello, 1998.

6 HOBSBAWM, Eric "La historia de la identidad no es suficiente", en Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 1998, pp. 266-276.

7 GINZBURG, Carlo, "Microhistoria: dos o tres cosas que sé de ella", en Manuscritos, Revista de Historia Moderna, No. 12, Barcelona, 1994, p. 33.

8 GINZBURG, Carlo, El queso y los gusanos. El cosmos, según un molinero del siglo XVI, Barcelona, Muchnik Editores, 2000.

9 GINZBURG, "Microhistoria...", p. 39. Esta tendencia es explicada por Frank R. Ankersmit en el ensayo "Historiography and pstmodernism", en History and Theory, Middletown, , Vol, 28, Wesleya University, 1989, pp. 137-153.

10 Ibid., pp. 39-40.

11 Véase CHARTIER, Roger, El mundo como representación, Barcelona, Gedisa, 1999.

12 NORIEL, Gérard, Sobre la crisis de la historia, Valencia, Editorial Frónesis, 1997, p. 129.

13 THOMPSON, Dorothy (editora), Edward Palmer Thompson. Obra esencial, Barcelona, Crítica, 2001, p. 518.

14 NORIEL, Gérard, p. 130

15 AGUIRRE, Carlos Antonio, La escuela de los Annales ayer, hoy y mañana, Barcelona, Montesinos, capítulo 7.

16 CHARTIER, Roger, "Introducción", (el énfasis es nuestro)

17 Ibid.

18 SPIEGEL, Gabriel, "Historia, historicismo y lógica social del texto en la Edad Media, en PERUS, Françoise (compìladora), Historia y literatura, México, Antología Universitaria, Instituto Mora, 1994, p. 150.

19 CALVINO, Italo, Las ciudades invisibles, Barcelona, Editorial Siruela, 1992.

20 SPIEGEL, Gabriel, p. 13.

21 Ibid., p. 146.

22 GARCÍA, Gervasio Luis, "Historia y hechicería", en Revista Op. Cit., Universidad de Puerto Rico, Recinto de Riopiedras, nº. 11, 1999, p. 64.

23 Ibid., p. 69.

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