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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.29 Bogotá jan./jun. 2005

 

Más allá de la palabra. Experiencias y reflexiones sobre el uso de fuentes no escritas para el conocimiento de la vida material

Beyond the Word. Experiences and Reflections on the Use of Non-Written Sources for the Knowledge of Material Life

Aída Martínez Carreño

Investigadora y editora. Fundadora y durante diez años directora del Museo del Siglo XIX del Banco Cafetero y de su fondo editorial, especializado en historia colombiana del siglo XIX. En 1995 obtuvo el Premio Nacional de Historia de Colcultura primer puesto, con el libro Extravíos. Miembro de Número de la Academia Colombiana de Historia.

Artículo recibido en febrero de 2005; aprobado en marzo de 2005.


Toda una parte de los campos actuales, desde la civilización material a los diferentes ámbitos de las culturas o de las mentalidades populares, se inscribe como una tentativa obstinada por trampear con el silencio de las fuentes, a partir de los medios que hasta ayer se habrían considerado desencaminados 1 .

Resumen

Algunos campos específicos de la investigación histórica referidos a la vida material exigen el uso de fuentes distintas al documento escrito. Este artículo aborda la necesidad que tiene el investigador de buscar fuentes iconográficas y aproximarse a los objetos relacionados con el tiempo y el espacio objeto de su estudio, de forma que puedan servir de complemento en la búsqueda y comprensión del asunto objeto de investigación.

Palabras claves: Vida material, vida cotidiana, costumbres, documento, iconografía, museo, testimonio oral, traje, arquitectura.


Abstract

Some specific fields of historical research relating to material life require the use of nonwritten sources. This article deals with the researcher’s need to find iconographic sources and to approach objects related in time and space to the subject of their study, so that they can serve to complement the search for and understanding of the subject of their research.

Key words: Material life, everyday life, customs, documents, iconography, museums, oral testimony, clothing, architecture.


El presente artículo ofrece algunos elementos de reflexión sobre el uso de nuevas o, dicho con más propiedad, distintas fuentes de información y maneras de usarlas en la investigación de las costumbres, la vida cotidiana y el mundo material. Ya han pasado veinte años desde cuando Michel Vovelle planteaba un relevo de las fuentes, en el cual “el escrito pierde su privilegio al mismo tiempo que se convierten en estrellas la arqueología, el documento iconográfico y aun la encuesta oral”2 . Datan también de esos mismos años un par de trabajos de investigación histórica en el área de la vida cotidiana que emprendí con más entusiasmo que recursos metodológicos y teóricos; el primero de ellos trata sobre aculturación alimenticia en Colombia y el segundo sobre aspectos sociales y significación del vestido en algunos lugares de América3 .

Para cada uno de ellos, y en otros realizados posteriormente que citaré en este artículo, fue indispensable buscar fuentes alternativas que sirvieran para confrontar o complementar el documento escrito, cuyo contenido siempre resultó parcial, corto, insuficiente. Aprendí entonces que cuando se investiga sobre la vida material, al rebuscar en fuentes de distinto origen, se pueden obtener informaciones contradictorias, pero siempre importantes.

Estas experiencias me llevaron a plantearme, con respecto a las fuentes, un par de obligaciones ineludibles:

1- Explorar una multiplicidad de fuentes, 2- No confiar totalmente en ninguna de ellas.

Únicamente el ejercicio de confrontación puede arrojar luces sobre los usos y las maneras de una cotidianidad sujeta a influencias y variaciones de lugar, de época, de clase, de circunstancia, o de género.

1. Valoración de las fuentes escritas

Quienes exploren los vericuetos de la vida material y las costumbres aferrados al respaldo de la palabra escrita, persuadidos de la verdad contenida en los documentos (notariales, judiciales, comerciales), apenas se encuentran con una de las muchas facetas de la verdad. Se puede, por ejemplo, si se trabaja la historia del traje, conformar extensos listados de prendas consultando dotes y testamentos, documentos de aduana y publicidad comercial. Sin embargo, estas relaciones no indican ni la oportunidad, ni la ocasión, ni la forma que tuvieron o cómo la costumbre impuso que se llevaran dichas prendas. Será necesario confrontar dicha información con relatos de viajes, con literatura costumbrista, con memorias, con poesía popular y complementarla con fuentes iconográficas o aún mejor, con la observación real de la pieza del vestuario. Todo lo cual es insuficiente si no se conoce, y sólo ocasionalmente se logra establecer, cuál fue el significado que determinada prenda tuvo para la comunidad y para quien la llevó. Es decir, se necesita el complemento de la tradición o la memoria. En 1925 para el matrimonio de la señorita Leticia Orozco, sus tías maternas residentes en París enviaron un atuendo de última moda, consistente en un traje de crepé de línea recta bordado en canutillos plateados, de manga corta y falda a media pierna. Ninguna novia en Bucaramanga había usado ese estilo de vestido y la misma novia, ya anciana, me comunicó su vergüenza y desdicha por sentirse disfrazada. Mal podría el historiador, a partir de las fotografías y la observación del traje, apresurarse a informar que al comenzar el siglo XX en las ciudades de la provincia colombiana se vestía al estilo de París.

Si el objeto de estudio es la comida, con base en series de testamentos, en inventarios judiciales, en cuentas de gastos, en catálogos de comerciantes, pueden construirse relaciones extensas y detalladas de piezas del menaje incluidos los trastos de la cocina, los productos guardados en la despensa, los adquiridos para ofrecer una recepción oficial. Se encuentran recetarios impresos o manuscritos, referencias en los relatos de viajeros, autobiografías, correspondencia, documentos que quizás nos lleven a interpretar erróneamente la rutina alimenticia de distintos grupos de población, o a percibir los lugares de la casa según la reconstrucción del afecto, la descripción tendenciosa, o los modelos idealizados. Es indispensable acudir a fuentes diversas y aparentemente inconexas para obtener una aproximación más exacta.

En 1992 se emprendió la restauración más juiciosa y documentada que se ha realizado en la Quinta de Bolívar, un inmueble histórico de gran importancia en Colombia, construido hace más de 200 años, intervenido muchas veces con distintos propósitos y ampliamente descrito y referenciado a lo largo del tiempo. Ahora se trataba de buscar la mayor fidelidad a la época en que perteneció al Libertador, tanto en los aspectos arquitectónicos, como en el amoblamiento. La arquitectura dio magníficas pistas y devolvió la lógica a un lugar que había sufrido alteraciones, mutilaciones y tergiversaciones. Cuando se quitaron los falsos cielos rasos se percibió la real dimensión de los espacios alterados con tabiques, uno de ellos levantado hacia 1830 con el propósito de crear una supuesta habitación para Manuela Sáenz, asignándole en la casa una alcoba independiente, en realidad un cubículo sin ventanas, para “proteger” el honor de Bolívar.

En el proceso de restauración se destacó el comedor levantado hacia 1825, cuya ornamentación neoclásica estaba oculta bajo un reciente disfraz colonial. A este hallazgo correspondió el sitio real de la cocina, anteriormente ubicada donde debieron estar las pesebreras. Nuevamente el techo dio el mejor testimonio con la marca indeleble del humo y el hollín; en el piso, bajo capas de materiales superpuestos aparecieron los canales de conducción de agua que empataron con los que atravesaban el jardín, al modo de las antiguas casas de Al-Andaluz. Los nichos tapiados, las alacenas cegadas, el desfogue del humo y la boca del horno emergieron para dar sentido al espacio. Aventurando un poco entre la suposición y la intuición, me atreví a dotar la cocina y la despensa. Posteriormente un experto realizó, en un depósito de basura contiguo a la cocina, el trabajo de arqueología que hubiera debido servir de base a la propuesta; salieron, del fondo de más de un siglo de desechos acumulados, fragmentos de vajilla de porcelana de idéntica calidad a las piezas que se habían usado en la ambientación y pedazos de tazas y platos de barro vidriado de las mismas formas y acabados de los recién adquiridos.4 Arqueología, historia del arte y de la arquitectura, historia de la vida material y de las costumbres suplieron lo que faltaba en los documentos escritos.

Un personaje nace y muere en una fecha fácilmente determinable. Una ley o una guerra comienzan o terminan en cierto mes y año. Una costumbre no tiene ni fecha de nacimiento ni partida de defunción y puede prolongarse, ser coetánea o alternarse con otras. Por todo ello y en cuanto al diario vivir, una fuente escrita es buen punto de partida, pero apenas muestra un segmento de lo que sucedió, porque la mentalidad colectiva, que maneja con bastante eclecticismo los objetos, trueca los usos y obliga al investigador a tomar una posición perpetuamente inquisidora. Las cuentas de un convento pueden mostrar que se compraron a alto precio muchos platos de porcelana china, sin embargo, no indica que los monjes rompieran la regla de pobreza y quizás una visita a su iglesia mostrará que se emplearon en la decoración de los altares. Un observador ligero puede escribir en 1820 que las damas neogranadinas están vistiendo al estilo francés, y podremos imaginarlas como estampas de un Journal de la Mode; la iconografía local las mostrará ridículamente tocadas con un vulgar pañuelo rabodegallo que pretende imitar el turbante de la época del imperio. Los viajeros, cuyos relatos son tan ricos en informaciones y detalles, no podían ser objetivos al juzgar las costumbres ajenas y ¿cómo reconstruir la cotidianidad a partir de la percepción de un extraño?

Dentro de las fuentes escritas son importantes para el conocimiento de la vida diaria los periódicos y revistas, los diarios personales y libros de memorias, la correspondencia familiar, la poesía popular, la literatura costumbrista. Se trata de fuentes de gran importancia; hay en todo caso que conocerlas, exprimirlas, estrujarlas y salir a buscar otros rastros que las precisen y complementen.

2. Ojo y oído a la iconografía

Las denominadas “fuentes plásticas”5 son auxiliares de altísimo valor para la reconstrucción mental o material de espacios cotidianos, costumbres populares o hábitos personales de épocas pasadas. La representación gráfica de personas, paisajes o sucesos presta un gran servicio al investigador. Minucias tales como las distintas formas de sombreros campesinos, la ornamentación de los espacios interiores de una casa pueblerina, el vestuario de cada uno de los integrantes de un grupo de cazadores y otras particularidades semejantes, que no merecieron el trabajo de una descripción escrita, se incorporan de un solo golpe con la observación de una lámina pintada con propósito documental.

Sin considerar la técnica empleada, que ocupa un lugar secundario, son piezas de gran importancia las pinturas, grabados y dibujos que retratan costumbres, cuyo más lejano antecedente en nuestra cultura son las miniaturas que adornaron los manuscritos medievales. Estas imágenes, reservadas durante siglos a la observación de algunos pocos, se encuentran actualmente disponibles para un público más amplio, en reproducciones de alta calidad usadas para ilustrar obras impresas. Series de grabados en madera, xilografías, como las realizadas por Alberto Durero entre 1488 y 1528, o la colección de vestidos de distintas naciones grabada por Cesar Vecellio en el siglo XVI, son apenas ejemplos notables del propósito sostenido de representar plásticamente distintos momentos o asuntos de la vida. Con el nacimiento de la prensa moderna durante el siglo XVIII, la representación gráfica de los temas adquirió gran actualidad. Los avances en los sistemas de impresión sirvieron para la difusión de ideas políticas mediante el retrato o la caricatura, para divulgación comercial a través de anuncios y catálogos, como también para la expansión de la moda, con la popularización de las denominadas láminas de trajes.

En lo que a la historia de Colombia concierne directamente, en los últimos veinte años se han multiplicado los materiales disponibles para consulta, gracias a los hallazgos de nuevas obras en colecciones nacionales y extranjeras, a la organización de exposiciones, a la adquisición de piezas para las colecciones nacionales y, naturalmente, a su difusión mediante reimpresiones, primeras ediciones y más recientemente, por consulta en la red informática.

A manera de guía, deben tenerse en cuenta las siguientes fuentes para acceder a ese tipo de materiales:

-Grabados y dibujos de Francois Desirée Roulin, c. 1823, Colección Biblioteca Luis Angel Arango. Algunos de ellos publicados en el libro Voyage dans la République de Colombie en 1823. -Álbum de acuarelas de José María Domínguez Roche, c. 1830, en el Fondo Cultural Cafetero, publicadas en el libro Pintura Colombiana, José María Domínguez Roche, 1788-1858, 1988. -Colección de pinturas de Joseph Brown en la Royal Geographic Society de Londres, publicadas en 1989, bajo el título de Tipos y costumbres de la Nueva Granada, colección de pinturas y diario de Joseph Brown. -Colección de acuarelas de la Comisión Corográfica en la Biblioteca Nacional de Colombia, casi totalmente publicadas en 1986 en Acuarelas de la Comisión Corografica Colombia 1850-1859. -Cuadros de costumbres de Ramón Torres Méndez, en varias colecciones colombianas, incluidos en el libro Ramón Torres Méndez, pintor de la Nueva Granada, 1809-1885 publicado en 1987. -Acuarelas de Edward Mark, colección Biblioteca Luis Ángel Arango, publicadas en 1963 en el libro Acuarelas de Mark 1843-1856, Un testimonio pictórico de la Nueva Granada. -Álbumes (2) de acuarelas y dibujos de Manuel D. Carvajal, en el Fondo Cultural Cafetero, publicadas en el libro Manuel D. Carvajal Marulanda, la pintura como autobiografía, publicado en 2001.-La colección conformada por Auguste Le Moyne, recibida por el Museo Nacional de Colombia en 2003 y publicada en el catálogo Donación Carlos Botero-Nora Restrepo, Auguste Le Moyne en Colombia 1828-1841. -La exposición temporal América Exótica: panorámicas, tipos y costumbres del siglo XIX organizada por la biblioteca Luis Angel Arango en 2004 reunió 300 obras entre dibujos, acuarelas, grabados y litografías provenientes de las colecciones de los bancos centrales de México, Venezuela, Ecuador, Perú y Colombia. Puede consultarse en la página web.

En colecciones privadas quedan todavía un buen número de estampas costumbristas cuya difusión en medios impresos asegurará su permanencia.6 Este tipo de material,cuidadosamente realizado para que los viajeros mostraran en lugares distantes la variedad del paisaje y la originalidad de algunas costumbres nacionales, sigue cumpliendo su función al enseñarnos cómo fue el país en tiempos ya lejanos. Sin que importe la dispar calidad de los artistas, constituye una fuente más confiable que el relato escrito, al cual se le añaden juicios de valor tales como bello o desagradable, ridículo o apropiado, según la moda, o desactualizado y otros semejantes, fruto de la apreciación del escritor.

Útil, pero menos segura, es la pintura de caballete, que no tiene la frescura del apunte rápido y que frecuentemente se realiza por encargo. Esta circunstancia obliga al pintor a embellecer y dignificar al personaje o al asunto, privándolo de espontaneidad y aun llegando a falsear la realidad. Para algunas investigaciones muy precisas, como los estudios genealógicos, la historia de la familia, las biografías, la historia del arte o la de la moda, los retratos son material insustituible. En un escenario más amplio, contando con un gran legado artístico y monumental, Carmen Berniz historiadora de la moda en España, ha complementado su búsqueda con la observación de estatuas, relieves, monedas y bronces antiguos. En nuestro caso son útiles los retratos en miniatura que fueron frecuentes hasta la mitad del siglo XIX, en los cuales, pese a la brevedad del espacio, quedaron consignadas numerosas particularidades del atuendo de hombres y mujeres y, ocasionalmente, piezas de la utilería doméstica como sillas, mesas y hasta el teclado de un pequeño instrumento de música. Uno de los ejemplos más espléndidos del aporte de la pintura al esclarecimiento de incógnitas, grandes o pequeñas, lo constituye el descubrimiento del retrato de una mujer indígena, hermosamente ataviada con una manta muisca, que fue pintado en el muro de una capilla en Sutatausa, Cundinamarca, hacia el siglo XVII7 . Aunque los cronistas de la conquista habían descrito el uso de las mantas y se han preservado fragmentos, e incluso algunas piezas completas, hasta ese hallazgo no percibíamos la prestancia que daban a la figura de la indígena y la propiedad con que las usaban.

Imágenes muy sugerentes pueden aparecer en soportes y lugares insospechados. Por ejemplo, una bandeja producida por la Locería Bogotana hacia 1835, hoy pieza de anticuario, muestra los personajes del vecindario: hombres cabalgando, mujeres cargadas con bultos, paisanos ataviados con ruanas que conversan frente a un paisaje, probablemente la misma fábrica de loza, ornamentación que le confiere importancia documental. La investigadora María del Pilar López descubrió hace pocos años una serie de interesantes pinturas de la vida diaria en un par de biombos coloniales: riñas de indios, escenas festivas, gente reunida en torno a las pilas de agua, encierros y corridas de toros, grupos de músicos, parejas de enamorados, procesiones, cacerías, y otros temas hasta ese momento inéditos.8 El arte barroco, en su abigarramiento, llenó de figuras las paredes, los objetos, los muebles, las telas, dejando numerosas señas al investigador paciente. Tomemos como ejemplo los pequeños escritorios coloniales denominados bargueños, en los cuales se encuentran elementos de heráldica, temas mitológicos, fauna, flora y aun escenas de la vida real.

Las colecciones de fotografías de todas las épocas son fuentes de alto valor para el investigador quien, en todos los casos, deberá precaverse de atribuciones erróneas o identificaciones inexactas. Luego de la aparición de la cámara instantánea y de su uso periodístico, y la posterior organización de bancos de fotografía y de archivos especializados, este material ha alcanzado dimensiones incalculables. Juega en su contra su naturaleza altamente perecedera y sus requerimientos técnicos para una adecuada conservación. Algo similar puede decirse de los registros fílmicos.

3. El objeto en su contexto

Desde hace algunas décadas los decoradores posmodernos han preferido mezclar los estilos, las épocas, las proveniencias de los objetos agrupándolos libremente. Dentro de ese eclecticismo decorativo, una casulla de convierte en mantel, un arcángel de madera en percha y una bacinilla se trueca en florero. Nada de esto podrá ensayar el historiador de la vida material cuyo compromiso con el objeto, sea obra de arte, antigüedad o antigualla, elemento utilitario, ritual o simbólico es darle un contexto. De otra forma será una pieza muda. Uso como ejemplo las piezas del mobiliario colonial, cuidadosamente construidas para cumplir determinada función dentro de un conjunto. Así, una silla muy baja no constituye un error del ebanista, sino una pieza fabricada para ser colocada sobre el estrado, esa especie de plataforma destinada a las mujeres en el interior de las casas. La necesidad de reproducir la luz, más que la vanidad, llenó de espejos y cornucopias los salones del siglo XVIII. Bajo la araña con velas, que desde el centro iluminaba el salón, debía colocarse, invariablemente y por razones de seguridad, una mesa de centro suficientemente alta con un recipiente que pudiera recibir el ocasional chorro de cera, evitando que cayera sobre una persona. Cortar las patas de la mesa o ubicarla a un lado del salón es enmudecerla y desarticular el conjunto.

La arquitectura, que también responde a necesidades incomprensibles fuera de su época, suele ser elocuente cuando se descubren sus motivaciones, muchas veces pueriles. Después de 1850, cuando la moda femenina impuso las amplias crinolinas y miriñaques, las escaleras y las puertas tuvieron que hacerse más amplias. Develar secretos y encontrar correspondencias entre los objetos del pasado y su entorno es un ejercicio similar a armar rompecabezas.

En 1980 empecé a reunir una colección de trajes antiguos para el Fondo Cultural Cafetero, que se conformó con donaciones de hermosas piezas, perfectamente documentadas, porque habían sido guardadas por las familias de sus dueños originales. En algunos casos, junto con el vestido vinieron las fotografías y otros documentos, incluidos los datos biográficos de la dama o el caballero que habían lucido la prenda. De excepcional interés, por su completa documentación, son los vestidos que habían formado parte del ajuar de doña María de la Torre de Herrera, encargados a París por su futuro esposo. Cada uno estaba descrito en su libro copiador de correspondencia con el precio, fecha de compra y el nombre del fabricante. Sin embargo, lo más frecuente fue recibir prendas sueltas como gorros, capas, bolsos, ropa interior, chales, pañolones, zapatos, estolas, bastones, abanicos, guantes, alfileres o peinetas, sobrevivientes desolados de otros tiempos, ya carentes de significado. Hacerlos comprensibles en su función, ubicarlos en su momento, fue un trabajo que se realizó lentamente con múltiples apoyos, entre ellos la entrevista con personas mayores que recordaran detalles de la indumentaria de sus padres o de sus abuelos, y que en su memoria pudieran remontarse cien años atrás.

La fuente oral resultó indispensable para entender costumbres de antaño, como el uso simultáneo de seis piezas de ropa interior femenina: calzón, corsé, sobrecorsé, enagua, camisón y crinolina, algo que no aparecía descrito en ningún texto sobre vestuario. Como todo vestigio del pasado, sea fósil, momia, arma, o herramienta, el traje guarda secretos y descubrirlos es el reto: un diminuto y severo vestido de seda negra nos desconcertó hasta saber que su portadora, huérfana a los seis años, lo había usado para el entierro de la mamá, un dato que remite a la historia de la infancia o a la de los ritos fúnebres. Un vestido de novia que recibimos envuelto en una sábana amarrada por sus cuatro puntas, voló, como fragmentos de alas de mariposa, cuando se abrió el paquete donde se había guardado por más de cien años. A cambio de la pérdida por la cristalización del satín, un fenómeno común a esa tela, dejó al descubierto las interioridades del traje, sus mangas rellenas con un tejido de crin de caballo, las varillas de barba de ballena, las almohadillas colocadas donde eran necesarias para sostener la blusa con rigidez de armadura, como se usaba hacia 1890, dándonos una verdadera lección de modistería decimonónica.

La prensa y los observadores de su época se refieren al interés del general Santander por la difusión y consumo de los textiles nacionales. ¿Por qué no se adjudicaron durante su gobierno contratos a los fabricantes del Socorro para vestuario del ejército? En un documento del Archivo General de la Nación, adheridos al pliego de uno de los proponentes y salvados por el azar, unos trozos de tela son la prueba de que nuestros “lienzos” eran demasiado delgados y por lo mismo impropios para confeccionar el vestuario militar. Esas muestras, encontradas casualmente, podrían rectificar el error generalizado que atribuye a la importación de telas de Manchester la decadencia de la artesanía local, cuando lo que sucedía era que las tejedurías nacionales no estaban en capacidad de responder a los requerimientos del nuevo vestuario.

Contextualizar los objetos para extraer sus posibilidades informativas requerirá en muchos casos de una investigación en torno a ellos mismos y su búsqueda en lugares como museos, anticuarios y colecciones privadas, sin concederles tanta importancia que confundan el propósito principal de la investigación. De acuerdo con la pregunta que el investigador se haya formulado, podrá graduar la importancia del objeto9 . Cuando la pieza en si misma no es el motivo de la investigación, reconocerla es suficiente para el historiador que tiene la plena y maravillosa libertad de construir su museo imaginario, en el cual va depositando millares de piezas vistas, examinadas y referenciadas. En ese inmenso depósito de la memoria10 los objetos se guardan, se almacenan, se catalogan para usarlos como material de apoyo cuando se necesiten para orientar búsquedas, sugerir caminos, establecer paralelos, procedencias y conexiones. Los objetos almacenados en la memoria no sirven, ya lo sabemos, para notas de pié de página, ni tampoco para ilustración de libros. Pero remiten al lugar donde éstas se pueden encontrar.


Notas al pie

1 VOVELLE, Michel, Ideologías y mentalidades, Barcelona, Editorial Ariel S. A., 1985, p. 217.

2 Ibid.

3 MARTÍNEZ CARREÑO, Aída, Mesa y cocina en el siglo XIX, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1985; Un siglo de moda en Colombia (Catálogo de exposición), Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1982; La prisión del vestido, Bogotá, Planeta Colombiana Editorial S. A., 1995.

4 GAITÁN, Felipe, Expresiones de modernidad en la Quinta de Bolívar. Arqueología de la alta burguesía bogotana en tiempos del Olimpo Radical (1870-1880), Bogotá, Monografía de grado, Universidad de los Andes, 2002.

5 BAUER, Wilhem, Introducción al estudio de la Historia, 2ª. Edición, Barcelona, Casa Editorial, 1960, pp. 477-481.

6 Entre ellas destaco la colección formada por José María Gutiérrez de Alba, adquirida en España por un editor colombiano y un grupo de láminas atribuidas a Henry Price adquiridas por un coleccionista de Medellín.

7 Restauración Conjunto doctrinero de San Juan Bautista, Sutatausa, Cundinamarca, Colombia, Bogotá, Ministerio de Transporte/Instituto Nacional de Vías/Subdirección de Monumentos Nacionales, 1998.

8 LÓPEZ PÉREZ, María del Pilar, “Biombos coloniales, Pinturas inéditas de la vida diaria virginal”, en Credencial Historia, Bogotá, No. 105, 1998.

9 ORTEGA RICAURTE, Carmen, “Los asientos de los indígenas colombianos”, en Boletín de Historia y Antigüedades, No. 827, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 2004, pp. 849-880.

10 Ver el concepto de modelo mental en: VAN DIJK, Teun, Ideologías. Un enfoque multidisciplinario, Barcelona, Gedisa, 2001.

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