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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.29 Bogotá ene./jun. 2005

 

MONCAYO, Víctor Manuel, El Leviatán Derrotado, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2004, 387 pp.

Irreverencias y suspicacias de historiador

Gonzalo Sánchez G.

Investigador del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales –IEPRI- de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.


El libro de Víctor Manuel Moncayo es ante todo un campanazo de alerta a los analistas sociales y militantes políticos que abandonaron, se podría decir que por décadas, la reflexión sistemática sobre la naturaleza y transformaciones del Estado en Colombia. La ausencia de esta reflexión no sólo ha retrasado nuestra compresión de elementos esenciales del orden social, sino que ha tenido implicaciones decisivas en el curso de la política: nos ha impedido, para no ir más lejos, afrontar con los recursos conceptuales indispensables el momento actual. Al final de este recorrido sugestivo y ambicioso, el autor nos advierte cómo fue precisamente la ausencia de concepciones de Estado y de sociedad, suplantadas por discusiones procedimentales, tanto del lado del gobierno como del lado de la insurgencia, la que hizo imposible darle contenido a las frustradas negociaciones del Caguán.

Más aún, la ausencia de este tipo de debate le ha abonado entre nosotros el terreno a todas las interpretaciones atomizadas de la realidad social preconizadas por el discurso de la posmodernidad, que se propone y acoge como el nuevo paradigma de las ciencias sociales, sin que se hubiera agotado aún entre nosotros el discurso mismo de la modernidad. Es una tendencia innovadora en muchos aspectos sobre la cual no podemos ahondar en esta ocasión. Pero al igual que el autor de este libro, desconfío profundamente de las pretensiones posmodernistas de sustituir la vocación integradora de la causalidad social, inherente no sólo al marxismo, sino a toda una tradición historiográfica conocida como la Escuela de los Anales, por una relación privilegiada con el lenguaje y con las mediaciones simbólicas, a menudo excluyente de las fuerzas e instituciones sociales.

Pero el libro trasciende desde luego el momento actual. Partiendo de las consideraciones históricas y teóricas que llevaron al surgimiento de la forma particular de poder político que constituye el Estado en la sociedad capitalista, el texto es también un esfuerzo de reconstrucción genealógica del pensamiento del autor. Dominado inicialmente por las visiones althusserianas del Estado como instancia, con un lugar definido en el topos jerárquico de base-superestructura, que en los años sesenta pretendió dar respuesta tanto al subjetivismo de los actores históricos como al empirismo de la historia tradicional, el autor nos muestra cómo pasó de este dualismo a una concepción del Estado que lejos de tener un existencia separada de la totalidad social, fuera el componente irrigador y constitutivo de la misma. Fue lo que bajo múltiples variantes se llamó en las décadas siguientes la lógica del capital dentro de la cual el Estado y el derecho dejaban de ser un recurso instrumental y externo a las funciones de dominación, para convertirse en el lugar de definición del entramado de las relaciones sociales y políticas de tal dominación.

Le seguí la pista a las primeras fases de esta evolución intelectual, cuando por allá a comienzos de los setentas Víctor Manuel y yo intercambiábamos libros e ideas sobre estos tópicos y sobre la necesidad de darle un lugar en la Universidad a estos debates. Fruto de estos intercambios fue la fundación, bajo su dirección, de un efímero Instituto de Estudios Políticos, de carácter interdisciplinario, antecedente del actual IEPRI. Lo puedo decir por haber estado con él en el momento inaugural de ambos proyectos. A la fase siguiente le perdí el hilo, pero la pude rastrear en las publicaciones de la revista Ideología y Sociedad, probablemente la revista colombiana de más vuelo teórico en los años setentas. Estando en Inglaterra en aquellos años siempre me pregunté por qué los debates que se daban en esta revista no tuvieron mayor impacto nacional e internacional, cuando en gran medida eran los mismos debates de punta (sobre el Estado, sobre el derecho, sobre las ideologías) que se daban en la prestigiosa New Left Review, animada entre otros por Perry Anderson.

Pero los tiempos han cambiado: entonces la preocupación de los historiadores era por los procesos de transición y formación del Estado capitalista. La preocupación central en este libro es, por el contrario, esencialmente contemporánea. Se indaga en él por la transmutación de los atributos característicos de soberanía y territorialización que fueron inherentes al Estado desde su fundación en la era moderna. El Estado nacional, el gran derrotado al final del milenio, se nos muestra aquí, de nacional ha pasado a ser imperial, esto es, desnacionalizado y desterritorializado. En otras palabras, y para retomar el sentido sugestivo del título, derrotado el Leviatán soberano, resucita hoy bajo la forma del Estado-Imperio. La naturaleza del debate, insisto, es muy distinta a la que nos planteábamos en los años setenta. Víctor Manuel ha permanecido atento a estas transformaciones. Son el meollo de su libro.

Entre tanto, yo me fui inclinando cada vez más por los estudios históricos, en particular de los actores sociales, y empecé a tener dificultades para conciliar mis preocupaciones investigativas con esa, por lo demás intrigante, coherencia de la perspectiva de la lógica del capital. Me dejé contagiar del escepticismo profesional de los historiadores. Lo que sigue es pues un intento de restablecer la conversación interrumpida hace más de treinta años. Y lo haré extrapolando las discrepancias, casi de manera provocadora, para poner de relieve los grandes debates que suscita el texto, intencionalmente polémico.

Para comenzar diré que el pensamiento de Víctor Manuel es admirablemente sistémico, es su fuerza, pero al mismo tiempo nos introduce en un territorio en el cual difícilmente se resuelven las tensiones entre lógica e historia. Veamos una primera formulación del problema: haciéndole eco a Toni Negri, se plantea en las páginas iniciales que el “Estado es un elemento más de la oposición capital-trabajo, y que sus especificidades y configuraciones históricas son, en lo esencial reorganizaciones o reestructuraciones que siempre reiteran y reconstituyen la forma” (p. 76)1 , que pese a sus variaciones permanece idéntica a si misma. Un énfasis muy marcado en la coherencia y capacidad de reproducción del sistema, frente a la cual el historiador estaría más tentado a ver las fracturas, las mediaciones, las inestabilidades, las posibilidades de desplome, las inconsistencias del sistema y, en últimas, la caducidad esencial de las formas de organización social y política. Frente a las pretensiones de estabilidad del Leviatán, el historiador resaltaría las fragilidades del tigre de papel.

En este mismo orden de ideas, corporativismo, maquinismo, taylorismo, keynesianismo y las tendencias más modernas de desterritorialización de la producción y la consiguiente atomización del mundo de los trabajadores, hasta llegar a la fase reciente de informatización de la sociedad, analizadas y documentadas con erudición y precisión a lo largo de varios capítulos, son vistas como parte de ajustes racionalizados de renovadas exigencias de productividad y de especialización en la naturaleza de la explotación, cuyas crisis tienen un significado muy peculiar en el análisis del profesor Moncayo. Mientras para el historiador las crisis marcan los límites de funcionamiento de una determinada sociedad, Moncayo atenúa sus alcances presentándolas como oportunidades de revitalización y solución funcional a las necesidades de reproducción del sistema. Me pregunto si al privilegiar el desarrollo lógico sobre el desarrollo contradictorio del capital, Víctor Manuel, sin proponérselo, no contribuye a alimentar un cierto teleologismo de las crisis en forma tal que el capitalismo deja de ser percibido como una forma histórica de organización de la sociedad, para convertirse en la forma casi inevitable de la misma.

Advertí este mismo tipo de tensiones en el enfoque cuando Víctor Manuel traslada su reflexión al terreno de las formaciones nacionales latinoamericanas, a la luz de las tendencias universalizadoras del capital y de la ideología liberal. En tanto que el autor del Leviatán Derrotado se empeña en definir los terrenos comunes entre las formaciones nacionales euro-occidentales y las latinoamericanas del siglo XIX, vistas las últimas casi como extensiones orgánicas de las primeras, en términos de configuración de estados, de regímenes políticos, de sistemas de representación, de construcción de los sujetos sociales y políticos, de oscilaciones entre la idea democrática y la tentación autoritaria, de los avatares de la monopolización de la fuerza y la formación de los ejércitos, el historiador y probablemente el activista serían por el contrario más propensos a reconocer los múltiples procesos de apropiación cultural y las enormes diferencias de uno y otro lado del Atlántico en materia de organización, de prácticas, de mediaciones políticas, de formas y niveles de violencia, y de posibilidades y límites de la acción social y política, incluida la contestataria.

Así mismo, entrado ya el siglo XX, dentro de su marco de análisis, experiencias históricas tan dispares como los populismos, las dictaduras, las revoluciones, las democracias formales, terminan inscribiéndose en un continuum de readaptación de la organización estatal a las exigencias de una matriz común, un gran invariante, también leviatánico: el neoliberalismo, cuyos impactos se hacen visibles en la administración del gasto, el reordenamiento territorial, las reformas de la justicia, las privatizaciones y muchos otros campos sobre los cuales se trazan aquí líneas fundamentales de interpretación, que todos habrán de leer con inmenso provecho, pero que serían apenas el punto de partida del historiador y del activista para construir las especificidades, los rasgos distintivos, los nexos con las sociedades y las culturas locales, y las tareas políticas de ellos derivadas. Piénsese no más en las implicaciones teóricas y prácticas de la tesis fuerte, ampliamente aceptada por los historiadores, según la cual, a diferencia del modelo clásico, en América Latina se construyeron primero los estados que las naciones, tesis que desde luego no cambia sólo el orden, sino la configuración misma de los elementos constitutivos. Soy consciente, desde luego, que respecto de muchos de estos temas no se ha avanzado lo necesario, precisamente porque los rasgos generales del desarrollo social y político han sido crecientemente relegados de los estudios históricos. Y poner de bulto esos vacíos es otro de los tantos méritos de este libro.

Pasando a una tercera observación y a sabiendas precisamente de que Víctor Manuel quiere hacer de sus escritos un arma de lucha, me perturba constatar cómo su instrumental teórico parece operar determinantemente a favor de los recursos de la dominación y sólo marginalmente de los recursos de la resistencia, dejando siempre invulnerable al Leviatán nacional, derrotable sólo desde fuera por el Leviatán triunfante, el del imperio. El militante político y el luchador social parecerían enfrentados a una máquina que triunfa inexorablemente en sus designios de ajuste, en términos de Víctor Manuel, al momento histórico, a la nueva fase, a las nuevas exigencias del régimen político. Por todos lados tales luchadores se encuentran rodeados de Leviatanes, que pueden producir un indeseado efecto inhibitorio y paralizante. Punto controvertible a este respecto me parece el excesivo esfuerzo en demostrar las conexiones entre las transformaciones institucionales, particularmente las de la Constitución de 1991, y las exigencias del mercado y del capital, demostrables ciertamente respecto a muchos aspectos de la misma, pero sacrificando a mi modo de ver una valoración adecuada de los rasgos democratizadores igualmente presentes en la misma, jalonados por la Corte Constitucional.

La actual arremetida contra la Corte sugiere precisamente que ésta es incómoda para la realización de los intereses que se le atribuyen. Preferiría verla más que como un simple proceso de adaptación, como un campo de tensiones y de negociaciones en el cual se pueden expresar también nuevas fuerzas sociales, políticas y culturales: minorías étnicas, religiosas, demandas de género, de participación comunitaria, de control ciudadano, dotadas todas de armas de lucha hasta ahora desconocidas. Incluso si se acepta la idea de un proyecto hegemónico de Estado por parte de las elites, es preciso reconocer la pluralidad de resistencias antihegemónicas al mismo2 , así estas últimas se encuentren en relaciones desiguales de poder, entre la autonomía y la subordinación. Para no hablar de las formas no organizadas de resistencia cotidiana; de las que se expresan en el lenguaje mismo de la dominación; o de las que se manifiestan en lenguajes ininteligibles para el discurso dominante, a las cuales el análisis social presta creciente atención desde los trabajos seminales del antropólogo James Scott. Es también la conclusión a la que habría

llegado la llamada corriente de Estudios Subalternos al demostrar, con base en categorías de estirpe gramsciana, cómo en la India colonial la dominación coercitiva de los poderes metropolitanos fue incapaz de establecer su hegemonía persuasiva y sus pretensiones y estrategias homogenizadoras sobre la sociedad civil de los colonizados. Los valores de la obediencia, el deber, la colaboración, la lealtad patriótica a la madre patria y la coexistencia sin antagonismo, fueron contrarrestados eficazmente por sentimientos crecientes de identidad, de resistencia, de autodeterminación, y finalmente de afirmación nacional.

Desde luego, en páginas esclarecedoras sobre el momento actual el autor nos pone al final del texto frente a un hecho incontrovertible, el alineamiento del “Estado comunitario” del presidente con el Imperio. Pero me niego a pensar que éste sea un hecho inevitable y que sea el único camino posible para Colombia.

Tal vez el no haber conversado con Víctor Manuel sobre estos temas desde hace tantos años me haya llevado a tergiversar o a forzar muchas de las apreciaciones contenidas en este libro denso como pocos. Pero de lo que sí estoy seguro es que todos ganaríamos iniciando con el ex Rector de la Nacional el debate que dejamos suspendido hace ya varias décadas.


Notas al Pie

1 Las cursivas son del autor de la reseña.

2 SCOTT, James, “Prólogo”, en JOSEPH, Gilberth Michael, Everyday forms of state formation: revolution and
the negotiation of rule in modern Mexico, Durham, London, Duke University Press, 1999, p. XI.

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