SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número29 índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.29 Bogotá ene./jun. 2005

 

MÚNERA, Alfonso, Fronteras imaginadas. La construcción de las razas y de la geografía en el siglo XIX colombiano, Bogotá, Planeta, 2005, 225 pp.

Javier Ortiz Cassiani

Historiador de la Universidad de Cartagena, candidato a magíster en historia de la Universidad de los Andes.


El último libro del historiador cartagenero Alfonso Múnera comienza llamando la atención sobre un tema de suma importancia. La carencia en la historiografía nacional, salvo contadas excepciones, de una producción sistemática de trabajos sobre historia política y, principalmente, sobre la falta de estudios que incorporen la cuestión racial en los análisis sobre el siglo XIX. Esta carencia contrasta con una realidad incuestionable para el autor, el papel central en los escritos de los intelectuales colombianos, desde Francisco José de Caldas, a finales del siglo XVIII, hasta Luis

López de Mesa, en el siglo XX, del tema racial. Contrasta también con la producción historiográfica de países como Perú y México, en donde, en el decenio de los ochenta y primera mitad de los años noventa, académicos como Alberto Flores Galindo, Florencia Mallon, Heraclio Bonilla, Carlos Manrique, Peter Guardino, David Nugent, Gilbert Joseph y Eric Van Young pusieron la discusión de la raza y de la participación de los grupos marginados en los procesos políticos de independencia, y su aporte en la configuración del estado nación, como ejes centrales de sus estudios.

Para estos autores, que se caracterizan por la incorporación de novedosas metodologías, de “nuevos puntos de vista y de nuevos actores, producto de recientes lecturas y de largas investigaciones” (p. 15), la nación, es más que el producto de la acción ejemplarizante de unas élites criollas nacionales. Precisamente, sus investigaciones revelan el carácter azaroso y problemático de su formación, a través del análisis de los conflictos raciales y étnicos y las tensiones regionales.

Sin embargo, en los últimos tiempos en nuestro medio, se vienen realizando importantes trabajos que muestran una apropiación de la problemática anterior. Múnera celebra la aparición de los trabajos de Mary Roldán, Nancy Appelbaum, Claudia Steiner, Broke Larson, Cristina Rojas y Marixa Lasso1 . Lo importante en los trabajos de estas seis mujeres, formadas en universidades norteamericanas, es su apuesta por dejar de concebir la nación como “una unidad homogénea”. Por el contrario, valoran los fragmentos como piezas fundamentales para entender los procesos de formación de la nación colombiana, y la necesidad de estudiar las tensiones étnicas y raciales y los conflictos regionales, como única posibilidad para tener una visión más enriquecida del pasado colombiano. Si se trata de definir Fronteras imaginadas. La construcción de las razas y de la geografía en el siglo XIX colombiano habría que inscribirlo dentro de esta línea.

A pesar de que el libro está conformado por seis ensayos, descansa sobre dos temas centrales que le dan sentido de unidad: “la intrínseca relación de los discursos de las élites criollas colombianas del siglo XIX sobre raza y geografía con la construcción de la nación y, por otra parte, la participación de grupos subalternos en dicho proceso de formación nacional” (p. 21). En la introducción, el autor explica lo que él llama “las nueve claves para entender el siglo XIX”, especie de carta de navegación necesaria para abordar el, a veces, inaprensible siglo. Los puntos a los que se refierenlas nueve claves se pueden resumir de la siguiente manera: la importancia de los textos de los intelectuales como constructores de imágenes en las que los colombianos aprendieron a mirarse a sí mismos y a la nación; la valoración y jerarquización de las geografías y razas, que comienza desde finales del siglo XVIII; la racialización de las geografías; la inferiorización de los territorios a través de la idea de frontera; el mito de la nación mestiza; y la participación de los negros y mulatos en la búsqueda de la ciudadanía.

Múnera demuestra que, si bien se pueden apreciar rupturas en los escritos de Francisco José de Caldas con los de los intelectuales del siglo XIX, los hermanos Miguel y José María Samper y Salvador Camacho Roldán, -en, por ejemplo, la mayor atención de Caldas a la geografía y su papel determinante en el comportamiento de las razas, o la idea de José María Samper de que las “razas evolucionaran y se adaptasen al medio”- estos coinciden en la concepción de “la geografía humana de la nación como escindida en dos grandes territorios: los Andes habitados por las razas más civilizadas y superiores, y las costas, las tierras ardientes, las selvas, los grandes llanos, habitados por las razas incivilizadas e inferiores” (pp. 25-26). En los escritos de los intelectuales del siglo XIX colombiano, publicados en su mayoría en el extranjero (Kingston, Londres, París), por supuesto hay un estudio de la geografía, pero por sobre todo una valoración y una jerarquización de las geografías y razas, que comienza -y en esto insiste el autor-, desde muy temprano, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Es decir, que esta imagen se construyó desde el pensamiento criollo de la independencia.

Por eso, su primer ensayo se refiere a dos figuras centrales en la construcción de jerarquías regionales a partir de un discurso racializado, José Ignacio de Pombo y Francisco José de Caldas. Pombo, Prior del Consulado de Comercio de Cartagena, y durante considerable tiempo el comerciante más acaudalado de la Nueva Granada, tuvo siempre un interés por el conocimiento de la geografía: “poseído por la ideología del progreso y con un gran optimismo sobre las infinitas posibilidades de desarrollo de las tierras americanas, estuvo en el centro de casi todos los esfuerzos que se hicieron por desentrañar la fragmentada geografía del norte suramérica en los últimos 20 años del imperio de España” (p. 54). Sus informes son una fuente insuperable par entender el espíritu reformista de la elite ilustrada criolla en los preludios de la independencia. El fomento de la educación, la agricultura, el comercio, la navegación y la industria fueron siempre preocupaciones centrales en Pombo. Con sus ojos puestos en la inmensidad del mar Caribe, los proyectos de Pombo se distanciaron de sus homólogos del interior, al punto de proponer “convertir la presidencia de Quito en un nuevo virreinato y hacer de la costa caribe una capitanía general independiente, al estilo de Venezuela” (p. 58). Así mismo, en el informe sobre el contrabando de 1804, hace público su discurso abolicionista radical, en franca contradicción con la aristocracia payanesa, para quienes la esclavitud era la base de su economía.

Sin embargo, en Pombo, el espíritu liberal ilustrado, y los prejuicios raciales propios de la tradición noble española no se contradicen. Detrás de la idea de libertad para los esclavos, lo que existía era un fuerte temor a la posibilidad de que Cartagena de Indias, una ciudad portuaria habitada por una gran cantidad de negros y mulatos, se convirtiera en otro Haití. Esta sospecha “fortaleció su percepción de que los negros eran seres bárbaros y enemigos eternos de los blancos” (p. 60). En realidad el temor por la revolución negra haitiana de la elite cartagenera, y su uso como referente simbólico republicano por los sectores populares, era más fuerte de lo que normalmente se admite. En un estudio reciente, Marixa Lasso mostró cómo la población mulata cartagenera tuvo algunas oportunidades de familiarizarse con los eventos de la revolución haitiana a través de la común presencia en la ciudad de marineros franceses y haitianos2 . Las declaraciones de Manuel del Castillo, miembro del patriciado cartagenero y uno de los nueve mártires fusilados por Pablo Morillo en 1816, revela la importancia del imaginario haitiano en Cartagena. Como defensa ante el tribunal de acusación, para probar su lealtad a España, Del Castillo, declaró lo siguiente: “esos extranjeros, la hez de las colonias, nacidos y educados en medio de la espantosa revolución de Francia, y con hábitos, costumbres y ferocidad de unos verdaderos filibusteros: los negros de Haití, enemigos por constitución de los blancos y habituados a las carnicerías que han hecho gemir la humanidad en la desgraciada isla de Santo Domingo: los antropófagos caraqueños y los mismos hombres de color del país, halagados, ganados y embriagados por aquellos...”3 . Ante ese mismo tribunal, José María García de Toledo, otro de los mártires fusilados por Morillo, declaró que había participado en la destitución del gobernador Montes en 1810 por las amenazas del “populacho”, pues “atropellada la persona del señor gobernador siguiesen después las cabezas de los hombres acaudalados, de los nobles, de los blancos todos, y que se hubiese repetido la escena de Santo Domingo”4 .

La apropiación del espacio que se inicia con Pombo, encuentra en Francisco José de Caldas su expresión más sólida. Caldas, en el intento de inscribirse dentro de la tradición ilustrada en boga, le quiere dar sentido al espacio en el que vive. “La geografía -señala-, es la base fundamental de toda especulación política”, de manera que el conocimiento de la geografía, es una forma de apropiación que permite ordenar y controlar. Así, política y geografía se complementan. En Caldas, como en la mayoría de los intelectuales americanos de finales del siglo XVIII, hay un afán por ser reconocidos “como legítimos miembros de una comunidad civilizada, dominante y europea”5. Tal vez por eso, no crítica el determinismo geográfico de George Louis de Buffon. Sus argumentos se centran en probar que, a diferencia de las tierras calientes, en las cordilleras andinas existen las condiciones naturales para el surgimiento y desarrollo de un hombre con los atributos físicos, intelectuales y morales, iguales a los del hombre europeo. Más allá del temprano interés de Caldas y Pombo por describir la geografía ignorada del virreinato, y por volver estas tierras económicamente productivas, “estos dos ilustrados estaban participando en el complejo y conflictivo proceso de volver reconocible un territorio y unas gentes que muy pronto intentarían definirse como nación. En la empresa intelectual de su invención, la construcción de una geografía y de una población, distribuida en ella racialmente, fueron dos elementos inseparables” (p. 69).

En la perpetuación a través del tiempo de una geografía racializada, y de la valoración de unos territorios en detrimento de otros, se puede explicar -siguiendo a Múnerala pérdida de Panamá, que se entiende como la “metáfora del fracaso en la construcción de la nación colombiana” (p. 90). Obviamente, esto no hubiera sido posible sin la expresión imperial de los Estados Unidos, que en esos momentos vivía una importante coyuntura, y que el autor muestra como justificaciones que sustentan la urgencia de ese país por tomarse a Panamá. En primer lugar, al ocupar Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898, se hace necesario establecer un sistema más eficiente de comunicación entre el mar Caribe y el océano Pacífico; en segundo lugar, el triunfo sobre España representaba la salida del aislacionismo y la búsqueda de nuevos mercados, y en tercer lugar la reformulación del concepto de frontera, tan necesario para el fortalecimiento de la democracia norteamericana.

Para Norteamérica, como se aprecia en los clásicos ensayos de Frederick Jackson Turner y Alfred Tayer Mahan, escritos a finales del siglo XIX, la frontera era el espacio por excelencia de la democracia, donde se ponían a prueba el esfuerzo y el trabajo individual, es decir, el lugar que había que ir a conquistar. Por el contrario, para las élites andinas, receptoras de una centenaria tradición, la frontera representaba el lugar del “otro”, el espacio del bárbaro y salvaje. Así, mientras se fortalecía la idea de un “centro andino rodeado de tierras marginales y fronterizas” (p. 102), Panamá se convertía en uno de los principales centros de comercio internacional, objeto de la infinita codicia de los Estados Unidos. Panamá era representado como una zona de negros y contrabandistas, cuyo clima ardiente había corrompido a sus élites. Ni siquiera en el lamento de su pérdida se dejó de lado esa visón peyorativa. A sólo seis años de la separación, en 1909, el periódico Zig-Zag, acompañaba la caricatura titulada “mutilación nacional” con el siguiente texto: “Colombia es pobre pero honrada mujer con familia. Y como es pobre y humilde y hasta complaciente, el Tío Sam la ha pretendido y no sólo ha sucedido que la ha intranquilizado con su pasión, sino que al lado de ella y aprovechando debilidades de algunos nietos suyos, consiguió seducir a una su hija morenita y ardiente, que es nada menos que la desgraciada Panamá a quien -como sucede siempre- ha abandonado a la desesperación después de disfrutar sus dones y de engañarla miserablemente. El tío Sam es el Tenorio de América”6 . Dos imágenes se fortalecen aquí. La ya clásica imagen de la mulata lujuriosa, que en Panamá cobra un fuerte significado por la alta presencia de población negra, y por otro lado, la imagen de los Estados Unidos como el macho poseedor que reforzaba la visión de Roosevelt, quien miraba a los colombianos como un pueblo de afeminados.

Como complemento a lo expresado por Múnera, en el proceso de separación de Panamá habría que anotar la permanente búsqueda por la élite panameña de espacios de libertad. Por su ubicación geográfica, Panamá disfrutó siempre de excelentes condiciones para el comercio, de manera que no es nada gratuito que fueran los representantes panameños en el siglo XIX quienes encabezaran los proyectos sobre federación, y que desde comienzos de siglo, abogaran por el libre cambio y la supresión de monopolios como el del tabaco. Influenciados por los norteamericanos, se aprecia en los intelectuales panameños un interés por hacer la legislación nacional más acorde con los principios liberales y ponerla a tono con el espíritu cosmopolita de Panamá. En 1855 Justo Arosemena, jurista y destacado constitucionalista panameño, se atrevió a decir que “La legislación civil de la Nueva Granada tenía la misma base que las Leyes castellanas de Partida, lo cual era una abierta contradicción con la sociedad republicana moderna”7 . Este prolífico intelectual, admirador del sistema político inglés y norteamericano, sostenía que “la libertad sin límites, será algún día la solución completa de todos los problemas sociales”8 .

Múnera señala que desde el siglo XIX la idea de un territorio mestizo, más que una realidad, era un proyecto del ideal de nación que la élite quería construir. Asociados los valores de la civilización y la democracia a las condiciones raciales, la élite se preocupó por mostrar un territorio libre de negros e indígenas, y por presentar el territorio con una fuerte presencia mestiza, lo que en realidad representaba una forma de blanqueamiento. Esta tendencia es la que ha llevado a que la figura de Pedro Romero, el más importante dirigente mulato de la independencia de Cartagena, haya sido tratada a toda costa de ser blanqueada. Hay un interés por parte de los biógrafos de la élite cartagenera por mostrar que ni era mulato, ni era pobre, y por desestimar su protagonismo en las luchas por la independencia. De esta forma se trata de negar, además, la posibilidad de que los grupos marginados sean capaces de articular proyectos políticos importantes.

Desde sus trabajos anteriores, Múnera ha resaltado la importancia de los negros y mulatos en la independencia de Cartagena, vistos por la historiografía tradicional como una masa sujeta a los caprichos de la élite. Esta misma historiografía, y otra mucho más reciente, se ha encargado de repetir hasta la saciedad cómo las élites criollas aprovecharon el vacío de poder para empezar a construir nuevas maneras - o revaluar las existentes- de acción política, de poder y de representación. Sin embargo, les cuesta mucho trabajo darse cuenta que los sectores populares también pueden construir, a partir de de este vacío, sus propias alternativas. No olvidemos, como lo dice James Scott, que

una revolución es también un interregno. Entre el momento en que un régimen previo se desintegra y el momento en que un nuevo régimen se ha instalado con firmeza, hay un terreno político que muy pocas veces ha sido examinado con detenimiento. Las descripciones estado-centristas de un periodo así subrayan, de manera característica su anarquía, caos e inseguridad. Sin embargo, para muchos ciudadanos y comunidades, puede representar un periodo notable, sin impuestos ni vigilancia estatal, un periodo en el que pueden revertirse las injusticias; en suma, un paréntesis de autonomía9 .

En cada época las sociedades construyen representaciones para darle algún sentido a lo real. Es claro que el imaginario es una representación mental que no reproduce lo real, sin embargo, genera acciones que influyen sobre la realidad. Así, mientras la nación se narraba, en su narración se construían cartografías físicas y mentales. A los espacios y a sus gentes se les dotaba de categorías éticas y estéticas, que perpetuaron negaciones y exclusiones que históricamente han recaído sobre los grupos marginados de la nación. Por esta razón, Alfonso Múnera, en una época en que los científicos sociales suelen ocultar sus intereses y preferencias en refinados marcos conceptuales, desde el principio, tal vez para evitarnos las conjeturas, asume su posición y su compromiso:

Usted estimado lector o lectora, puede leer lo que sigue como un libro de historia comprometido con la suerte de la gente pobre de la nación colombiana, que ha sufrido por generaciones las peores consecuencias de un orden político y social construido sobre la negación de sus derechos básicos y la exclusión de las llamadas razas inferiores. Admito que me tiene sin cuidado la acusación de haber sido muy apasionado al escribir esta historia, pues soy consciente de que la búsqueda de una objetividad neutral sólo produce libros muy aburridos y casi siempre inservibles, o libros “objetivamente” al servicio de las ideas dominantes, que, como bien dijera Michel Foucault, cumplen muy bien con la misión de la historia de legitimar un orden establecido (p. 44).


Notas al Pie

1 En este grupo estaría también el reciente trabajo de la historiadora Aline Helg, Liberty & Equality in Caribbean Colombia, 1770-1835, Chapel Hill and London, The University of North Carolina Press, 2004.

2 LASSO, Marixa, “Haiti as an Image of Popular Republicanism in Caribbean Colombia, Cartagena Province (1811-1830)”, in GEGGUS, David (editor), The International impact of the Revolution in the Atlantic World, Charleston, University Carolina Press, 2001.

3 ARRÁZOLA, Roberto, Los Mártires responden, Cartagena, Ediciones Hernández, 1973, p. 101. Las cursivas son mías.

4 Ibid., p. 15.

5 CASTAÑO, Paola, NIETO, Mauricio y OJEDA, Diana, “Política, ciencia y geografía en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada”, en Revista Nómadas, No. 22, Bogotá, Universidad Central, Instituto de Estudios Contemporáneos, abril de 2005, p. 122.

6 Citado como epígrafe por NÚÑEZ, Luz Ángela, “El rapto de Panamá en la caricatura política colombiana, 1903-1930”, en BONILLA, Heraclio y MONTAÑEZ, Gustavo (editores), Colombia y Panamá: La metamorfosis de la nación en el siglo XX, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia/Convenio Andrés Bello, 2004, p. 413. Las cursivas son mías.

7 MARTÍNEZ GARNICA, Armando, “La acción de los liberales panameños en la determinación de las políticas del Estado de la Nueva Granada, 1848-1855”, en BONILLA, Heraclio y MONTAÑEZ, Gustavo (editores), Op. Cit., p. 75.

8 AROSEMENA, Justo, Ensayos morales, Washington, Unión Panamericana, 1949, p. 27.

9 SCOTT, James, “prólogo”, en JOSEPH, Gilbert y NUGENT, Daniel (compiladores), Aspectos cotidianos de la formación del Estado, México, Ediciones Era, 2002, p. 19.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons