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Historia Crítica

Print version ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.31 Bogotá Jan./June 2006

 

Miedo, rumor y rebelión: la conspiración esclava de 1693 en Cartagena de Indias*

Fear, rumor and rebellion: the slave conspiracy of 1693 in Cartagena de Indias

Sandra Beatriz Sánchez López

Filósofa con opción en Historia, Universidad de los Andes; maestría en Historia y Cultura Modernas, Universidad de York, Inglaterra; profesora de cátedra, Universidad del Rosario.


Resumen

Este artículo pretende evidenciar la realidad de la resistencia esclava, en particular de la rebelión, a partir del estudio del miedo de los opresores y del discurso dominante, enfocándose en los efectos del rumor de la conspiración negra de 1693. Explora, a su vez, las condiciones de los negros, esclavizados, cimarrones e incluso libres, que pudieron favorecer la lucha contra la opresión colonial. En últimas, intenta demostrar que el desarrollo de los sucesos de la conspiración constituye una prueba fehaciente del reconocimiento de la sociedad colonial de la capacidad que tenía el negro de resistir y de transgredir el orden establecido.

Palabras clave: Cartagena de Indias, cimarrones, conspiración, palenques, rebelión, resistencia esclava.


Abstract

This paper examines the reality of slave resistance, particularly rebellion, through a study of the oppressors’ fear and the dominant discourse, focusing on the effects of the rumor of a slave conspiracy in 1693. The article also explores the conditions that could have helped slaves, runaway slaves and even free-blacks to struggle against colonial oppression. Ultimately, it attempts to demonstrate how the events surrounding the conspiracy are proof that the colonial society recognized the capability of blacks to resist and transgress the established order.

Key words: Cartagena de Indias, runaway slaves (maroons), conspiracy, maroon communities, rebellion, slave resistance.


 

El 30 de abril de 1693 no fue un día como cualquier otro en Cartagena de Indias. La ciudad estaba aún más agitada que de costumbre y, esta vez, no por su dinámica actividad comercial. Los habitantes de este importante puerto negrero invadieron las calles, saliendo de sus casas con armas en las manos, como quien está listo para una confrontación abierta y violenta. Trataron desesperadamente de llegar a las fortificaciones con la intención de defender su ciudad y de luchar contra los agresores. Los disturbios se iniciaron cuando los habitantes del puerto se enteraron del rumor de una gran conspiración esclava. Según el teniente general don Pedro Martínez de Montoya –quien se ocupaba del manejo de los asuntos jurídicos de la provincia de Cartagena de Indias–, el rumor que corría ahora en las calles anunciaba que los cimarrones de las proximidades, junto a los esclavizados de la ciudad, y con la ayuda de unos cuantos espías, pretendían atacar y ocupar el puerto. Su propósito era invadir Cartagena usando la puerta de Santa Catalina, una de las entradas de su muralla:

[…] se dezia que los negros simarrones venian para la ciudad a entrarse por la puerta de Santa Cathalina para unirse con los negros esclavos que estavan dentro de los muros con quien se sonava tenian alianza ycomuni[ca]cion para todos juntos moverse a fuerza contra la ciudad y que para la facilidad de la entrada tenian puestas espias […]1.

El rumor de la conspiración surgió en un momento crucial, causando ansiedad e incluso furia en los habitantes del puerto. La información que circulaba coincidía con la idea de que existía una resistencia esclava latente, perturbando así el ánimo de la gente. La reacción violenta a este rumor revela que los cartageneros creían posible que los esclavizados y los cimarrones pudieran sublevarse, manteniendo comunicación entre ellos y planeando y organizando una insurrección abierta. El análisis del caso de la conspiración de 1693 constituye un hecho importante que brinda la oportunidad de considerar la realidad de la resistencia esclava, particularmente de la resistencia abierta contra el sistema de dominación esclavista en Cartagena de Indias en el siglo xvii.

La conspiración ha sido poco estudiada. Los primeros en darla a conocer fueron Roberto Arrázola en Palenque, primer pueblo libre de América (1970) y María del Carmen Borrego Plá en Los palenques de negros en Cartagena de Indias a finales del siglo XVII (1973)2. Ambos textos resultan valiosos a la hora de reconstruir los sucesos del 30 de abril. El de Arrázola, por ejemplo, ofrece la trascripción de buena parte de las fuentes primarias concernientes a estos eventos. Por su parte, el libro de Borrego Plá constituye un soporte narrativo general que aclara mucha de la información que se encuentra en el material de archivo. Tanto Arrázola como Borrego Plá son referencias obligatorias a la hora de estudiar la conspiración. Vale señalar, sin embargo, que ninguno de los dos profundiza en las conclusiones históricas a las que ésta puede conducir, al haber producido recuentos muy descriptivos de los sucesos, que dejan de lado el análisis de los hechos.

La conspiración no fue tema exclusivo de estudio después de estas dos publicaciones mencionadas sino hasta el 2002, año en el que la académica norteamericana Jane Landers produjo el brevísimo artículo ‘Conspiradores esclavizados en Cartagena de Indias en el siglo xvii’3. En este texto la autora promete analizar la sublevación, peroa la larga sólo enfatiza aquellos elementos que son recurrentes en las explicaciones sobre las comunidades cimarronas. Landers abandona el tema central de su artículo e incluso ofrece información inconsistente con las fuentes primarias: los nombres de los implicados en el caso y el desarrollo de los hechos, entre otros. Anthony McFarlane es el último en haberse referido a la conspiración. En su artículo ‘Autoridad y poder en Cartagena de Indias: La herencia de los Austrias’, utiliza los sucesos relativos al 30 de abril para analizar la estructura política de la ciudad al finalizar el siglo XVII4. McFarlane sostiene que la conspiración fue el resultado de maniobras de orden político, “artimañas” que muestran la disposición de las redes de poder en el puerto caribeño. Así, la conspiración aparece en su artículo como un suceso ficticio que responde a intereses políticos. Su tesis, ciertamente, está basada en una interpretación valiosa de fuentes; no obstante, ésta deja de lado un elemento fundamental, evidentemente presente en ellas: el miedo de los opresores. McFarlane argumenta que ya se ha escrito suficiente sobre este miedo, y de ahí su decisión de pensar la conspiración en otros términos. Pero esto tendría que reformularse, o, por lo menos, matizarse. Como se ha mencionado anteriormente, los escritos que hay sobre la conspiración, aun cuando se refirieren al miedo, no articulan una hipótesis particular sobre este asunto. De modo pues que no todo está dicho. Vale aclarar, sin embargo, que el estudio de McFarlane merece ser destacado –y mucho–, pues es ejemplo de una historia crítica y de un análisis detallado.

El presente estudio de la conspiración se concentra en el surgimiento gradual del rumor sobre la revuelta de los esclavizados y los cimarrones, así como en las reacciones de los habitantes ese 30 de abril de 1693. También se detiene en las ambivalencias del discurso de dominación esclavista y en las condiciones prácticas necesarias para que los esclavizados y los cimarrones planearan y llevaran a cabo una insurrección en la ciudad. El texto sugiere que, a partir de un análisis de las reacciones de la comunidad ante dicho rumor, se pueden explorar las posibilidades de la resistencia esclava misma, en particular, de una resistencia abierta. En ese sentido, este trabajo pretende mostrar cómo desde el examen de la experiencia de los dominantes se obtienen conclusiones reveladoras sobre las posibilidades que tenían los esclavizados de luchar contra la subordinación en el régimen colonial. Las fuentes primarias utilizadas en este artículo son en su mayoría manuscritos del Archivo General de Indias de Sevilla: correspondencia oficial y privada entre agentes del gobierno, autos y actas oficiales. Parece importante destacar el hecho de que la información presentada en los documentos de archivo es sumamente intrincada, sobre todo, en la medida en que una parte considerable de ella se refiere a una cadena de chismes de compleja reconstrucción: fulano le dijo a perencejo y perencejo le dijo a tales, y así sucesivamente. Adicionalmente, se presentan dificultades a la hora de indicar ciertas fechas en las que se sucedieron algunos de los hechos relacionados con la conspiración, pues no son especificadas en el material primario: se conoce la secuencia de los eventos, lo que aconteció antes y después del surgimiento del rumor de la conspiración, pero no siempre el día exacto en que se sucedieron.

1. Los esclavizados y cimarrones: un constante peligro

El 30 de abril de 1693 no fue, ciertamente, la primera ocasión en que la ciudad se sintió amenazada. En 1686, el gobernador de la provincia, don Juan de Pando y Estrada, al dar un reporte de la situación general de Cartagena, explicó cómo en 1683 la milicia se vio obligada a combatir a algunos esclavizados que intentaban apoderarse de la ciudad, irrumpiendo en sus fortificaciones. En esta oportunidad, la lucha finalizó cuando las autoridades forzaron a los rebeldes a huir, luego de una breve contienda5. A esta amenaza se debe agregar el hecho de que durante todo el siglo XVII se habían presentado constantes problemas con los cimarrones de la región, cosa que contribuía al sentimiento de susceptibilidad de los habitantes del puerto.

Ya en los primeros años del siglo XVII los palenques preocupaban a las autoridades de Cartagena. La proliferación de estas comunidades cimarronas se inició, fundamentalmente, con la fundación del palenque La Matuna en 1600, bajo el mandato del mítico Benkos o Domingo Bioho. Las acciones de este rebelde, quien ya había escapado antes en una primera oportunidad y había sido enviado a galeras y puesto una vez más bajo la tutela de un amo, motivaron a otros esclavizados de la ciudad y su eje rural a huir de sus dueños. Bioho escapó con su mujer y otro número de esclavizados, se instalaron en los montes cercanos al puerto y establecieron una comunidad autónoma, organizada militar, económica y políticamente. Las autoridades de la provincia intentaron destruir La Matuna y traer de vuelta a los subversivos cimarrones. En 1603, por ejemplo, se llevó a cabo la primera gran expedición contra Bioho. Los esfuerzos fueron en vano. El palenque seguía en pie y para el año 1605 las acciones belicosas de los cimarrones habían traído tantas consecuencias negativas para la región que el gobernador, don Jerónimo de Suazo y Cassola, se vio obligado aceder y firmar la paz con los insubordinados. De este modo, los cimarrones lograron acorralar a las autoridades e imponer sus condiciones, lo que acentuaba su carácter amenazante dentro de Cartagena de Indias66.

La problemática de los cimarrones continúo a lo largo del siglo XVII. Así, en la década de 1630 hubo nuevos intentos de pacificación y destrucción de los palenques, otra vez con resultados no muy satisfactorios para las autoridades7. Luego, a finales de siglo, en las décadas de 1680 y 1690, la situación se agudizó. El objetivo central de la elite cartagenera era exterminar definitivamente las comunidades cimarronas, iniciativa respaldada por la Real Cédula de 1688, en la que la Corona apoyaba a las autoridades para que terminara de una vez por todas con los palenques de la región, aun utilizando la violencia8. Se adelantaban, pues, nuevos ataques a los palenques que buscaban acabar con los actos de rebeldía de los cimarrones y su amenaza permanente. Para la época en que se presentó el rumor de la conspiración ya habían existido ocho palenques en la provincia de Cartagena, y al finalizar el siglo XVII, ya se registraba un total de trece comunidades cimarronas, como se señala a continuación, en la tabla n° 1.

El levantamiento de los esclavizados y los cimarrones, anunciado por el rumor del 30 de abril de 1693, parecía sumamente grave. No se trataba solamente, como en 1683, de una insurrección de los esclavizados, ni sólo de acciones belicosas de los cimarrones, sino de una lucha conjunta. Los esclavizados de la ciudad, se decía, se habían aliado con quienes ya se habían atrevido a desafiar el establecimiento de la Colonia escapando de sus amos, y quienes tenían cierta pericia para llevar a cabo acciones rebeldes que estropearan continuamente los intereses de la elite cartagenera. En última instancia, según el rumor, se trataba de la primera alianza manifiesta de estos dos grupos. Esto era suficiente para agitar profundamente a la ciudad, sobre todo en un momento en el que algunos sucesos habían afectado el sentimiento de seguridad de que gozaban los habitantes de Cartagena. Desde el 23 de abril de 1693, el gobernador actual de la provincia, don Martín de Cevallos y la Zerda, había decidido ponerse personalmente al frente de la expedición contra los cimarrones9. Con su partida la ciudad parecía ser susceptible a un ataque, más que en cualquier otro momento: la autoridad máxima no estaba presente y la fuerza militar del puerto era insuficiente, pues se había marchado con él a la zona rural. Cevallos y la Zerda cumplía con las exigencias de los porteños de la elite, quienes apoyaban la Real Cédula de 1688, pues luego de muchos años de conflicto con los cimarrones, demandaban a este problema una solución radical. Los cimarrones habían generado innumerables daños en la provincia y constituían una de las causas más palpables del miedo que se vivía en las haciendas de la región e incluso en el puerto mismo, donde se sufrían por igual las consecuencias de su insurrección. En las zonas rurales, robaban productos alimenticios, joyas y mujeres, y deterioraban el estatus social de sus amos al librarse de su yugo y al escapar a los montes; además, debilitaban la economía de la ciudad con sus ataques sistemáticos a las fincas y hatos que proveían el área urbana10. La noticia de la lucha oficial contra las comunidades cimarronas y, más aún, el hecho de que el mismo gobernador había dejado el puerto para coordinar en persona el ataque a los cimarrones produjeron un ineludible sentimiento de vulnerabilidad, un sentimiento que alentaba el rumor que corría ese 30 de abril de 1693 en Cartagena de Indias. Ciertamente, un levantamiento generalizado de los cimarrones y de los esclavizados de la ciudad no era completamente inconcebible: ambos grupos habían representado siempre un peligro para la estabilidad de la sociedad colonial, sobre todo, el de los cimarrones.

2. La ciudad en caos: el rumor y el temor de los cartageneros

Joseph Sánchez, monje del convento de San Agustín en Cartagena, parecía haber descubierto el plan de una inminente rebelión esclava, días antes del 30 de abril. El religioso regó subrepticiamente la información entre algunos otros miembros de las órdenes presentes en la ciudad, quienes a su vez la compartieron con otros, hasta llegar a oídos de las autoridades. Según el reporte oficial, el monje aseguraba que los implicados en la conspiración eran cuatro esclavizados africanos y un negro libre de la ciudad, a quien había escuchado decir: “[…] no es tiempo aora de esso yo avisare a ustedes […]”11. Más tarde se confirmó con una carta escrita por el mismo religioso que, de sus acusados, dos eran las figuras claves de la sublevación: el barbero Francisco de Vera, mulato libre, y Francisco de Santaclara, perteneciente a las monjas del convento de Santa Clara, quien trabajaba como despensero recorriendo las calles del puerto12. La información que el monje circuló causó gran preocupación entre quienes se había filtrado: ciertos religiosos, algunos porteños de la elite y las autoridades de la ciudad. Al tener el respaldo de un miembro de la iglesia, una rebelión esclava en el puerto parecía inminente y más que una mera posibilidad.

Con base en los comentarios de Sánchez, esos días anteriores al 30 de abril, las autoridades del puerto habían iniciado las investigaciones para constatar los posibles planes de rebelión de los esclavizados. El panorama, sin embargo, era confuso y la tensión iba en aumento. Las piezas del caso no estaban completas y la ciudad parecía correr peligro. La falta de milicia en el puerto, causada por la guerra contra los cimarrones de las cercanías, y la lucha misma contra los palenques, dejaban a Cartagena en estado de indefensión. La información que el monje había dado produjo en efecto el nerviosismo de la elite, agravado por las circunstancias del momento.

Así, el sargento mayor, don Alonso Cortés, a quien el gobernador había designado como autoridad máxima durante su ausencia, presionado por esta atmósfera de ansiedad y preocupación, sostuvo una reunión extraordinaria el 30 de abril en la mañana, antes de que se iniciaran los disturbios en la ciudad. En ella las autoridades tomaron una serie de medidas que apuntaban a evitar la rebelión esclava anunciada por Sánchez. La milicia del puerto debía preparar la mayor cantidad de municiónposible y reforzar su guardia, ubicando patrullas en lugares estratégicos de la muralla. Además, era preciso que las restricciones impuestas a los esclavizados se aplicaran con severidad, tal y como lo ordenaban los decretos de gobierno de la ciudad:

[…] sin dilacion ninguna se amunicione toda la ynfanteria que se entiende en el vatallon y que de todas las vanderas salga una ronda con un cabo de toda satisfaction (…) y si pareciere combeniente para mas seguridad se les señalen puestos en las murallas […] que se corrobore el vando que el señor governador y capitan general tiene hechado sobre que de noche no ande ningun esclavo por las calles ni que traigan armas algunas y que no se les permita hacer corrillos […]13.

A pesar de que la información sobre la revuelta esclava sólo era conocida por algunas personas en el momento de la reunión extraordinaria, la ansiedad que se vivía en el puerto era evidente. El miedo de un ataque de los esclavizados había surgido, por lo menos, entre los pobladores que ya tenían noticia de los comentarios del monje Sánchez. La reunión extraordinaria sostenida por las autoridades y, sobre todo, las disposiciones que se ordenaron en ella, constituyen una prueba de que las autoridades temían un levantamiento generalizado dentro de las fortificaciones de la ciudad. Sin duda, si una revuelta no hubiera sido inminente para los porteños de la elite, no hubiera sido necesario que se alarmaran e iniciaran una investigación. Sin embargo, así se hizo. Si los esclavizados no hubieran sido considerados sujetos capaces de cometer acciones subversivas, no se hubiesen tomado estas medidas que ratificaban la imperiosa necesidad de un refuerzo en la seguridad del puerto. De este modo, tanto el aumento en la guardia como la exigencia en el cumplimiento de ciertas leyes para los esclavizados –que en el día a día eran notoriamente flexibles– son muestra del temor a una rebelión de los subordinados y evidencia de que la elite consideraba la posibilidad real de la resistencia esclava.

Pero la situación de la ciudad se complicó aún más. El día de la reunión extraordinaria, el nerviosismo de la elite de Cartagena invadió rápidamente a los demás habitantes del puerto. Ese mismo día, en la tarde, la captura de tres esclavizados, Juan Congo, Manuel Congo y Juan Arará, alarmó a la ciudad. El rumor se esparció por todo el puerto, tomándose las calles de Cartagena, e incluso mutó: se trataba ahora de un asalto cimarrón. Se decía que los tres esclavizados capturados eran espías que intentaban ayudar a los cimarrones en el ataque a la ciudad. También, que los esclavizados del puerto hacían parte del grupo insubordinado. El rumor alborotó a la población. El teniente general Martínez de Montoya lo describió de esta manera:

[…] de esta voz y rumor se alvoroto la ciudad saliendo todos sus vezinos de sus casas con las harmas que cada uno tubo y como pudo y se coxieron las bocacalles por la ynfanteria y vezinos y se acudio a las murallas […]14.

Las autoridades no fueron las únicas en temer un levantamiento de los esclavizados. Los habitantes de la ciudad también, y sus reacciones son evidencia de ello. La gente del puerto, al oír la información que circulaba, se encontraba lista para defenderse de los cimarrones y de los aún esclavizados. La ciudad estaba en caos. Tal era el miedo de los habitantes que incluso asesinaron a unos cuantos en las calles. De acuerdo con lo que narra del teniente Martínez de Montoya, actuaron de esta manera por orden explícita del sargento mayor, don Alonso Cortés:

[…] yendo hacia Gigimani encontre dos cuerpos de negros y otro que traian de Giginani y los reconoci con Diego de Vaena escribano publico y preguntado como se habian hecho aquellas muertes me dijeron que con orden del sagento mayor que habia dado para que todos los negros que se encontrassen los matassen […]15

La elite de la ciudad, al igual que los demás habitantes del puerto, estaba sumamente ansiosa ante la idea de enfrentar una rebelión esclava, en la que se presumía que los cimarrones también participaban. El miedo que padecían incentivó sus reacciones, y el sólo hecho de pensar en la posible rebelión de sus esclavizados y en la alteración del orden colonial establecido, sacudió la ciudad hasta el punto de ocasionar varias muertes. Aquí, además, cabría mencionar que no es sorprendente que el gobernador Cevallos y la Zerda, al tener noticia de lo sucedido en el puerto, justificara las medidas de las autoridades y la muerte de los esclavizados. En la carta que dirigió al teniente general Martínez de Montoya, el gobernador aseguró:

[…] que nada puede importar tanto como sujetar los negros que hay en la ziudad si se le conozieren ynquietudes pasandolos a cuchillo pues es menor yncombeniente que ellos perezcan que no el que perezcamos nosotros o seamos sus esclabos […]16

Para el gobernador, de esta manera, una rebelión generalizada de los esclavizados significaba el fin tanto de la subordinación de éstos como de la dominación de la elite, y esto era inaceptable. Los esclavizados, ciertamente, representaban una amenaza, de ahí el hecho de que tuvieran que ser controlados. Prenderlos o asesinarlos parecían ser las medidas más apropiadas para evitar las consecuencias que una insurrección traería para la sociedad colonial de Cartagena.

El 2 de mayo el temor persistía en la ciudad. La captura del barbero Francisco de Vera, una de las piezas claves de la sublevación, se llevó a cabo con la mayor precaución; se tomaron medidas extremas para su cuidado, que destacan una vez más el sentimiento de vulnerabilidad de quienes dominaban y su conciencia de la posible resistencia abierta de los esclavizados:

[…] [las autoridades] an acordado se le ponga [a Francisco de Vera] en prision mas segura y quitado de toda comunicacion y […]se ponga en un cepo con un par de grillos en uno de los cuartos de esta casa del govierno devaxo de dos puertas y con centinela en la ultima para toda su guardilla y custodia […]17

3. No todos son incapaces: el esclavizado puede resistir

A diario, en Cartagena de Indias, el discurso de opresión prevalecía. Al esclavizado se lo consideraba como un simple bien que servía para propósitos económicos y sociales, tal como cualquier otra mercancía. Se le tenía como una propiedad y era completamente oprimido. Pero dentro de este mismo esquema esclavista, que evidentemente subordinaba a los esclavizados, había un elemento que se destacaba y que comprometía la estabilidad del discurso de dominación. Aunque eran bienes, los esclavizados no podían equipararse con un navío. En efecto, gozaban de vida y precisaban por ello de un control especial. Se movían, podían escapar, y el látigo pretendía asegurar la anulación de esta facultad. El esclavizado no era, sin embargo, un simple animal que como un tigre de circo necesitara de la supervisión constante de su domador. No era su condición de ser vivo lo que lo convertía en una mercancía distinta. A pesar de lo que el discurso de dominación les atribuía, los esclavizados podían atacar y seguir estrategias, y esta circunstancia los diferenciaba de cualquier otro bien de que pudiera disponer la elite cartagenera. Podían pensar y actuar.

A pesar de que el discurso de dominación esclavista perpetuaba la retórica opresiva en la que los esclavizados aparecían como propiedades sin más, para la sociedad colonial era evidente, aunque a menudo no lo aceptara explícitamente, que el esclavizado era una mercancía especial. El discurso padecía de una ambivalencia, y la religión contribuía a esta condición. Con los esclavizados sucedía algo similar a lo que pasaba con los indios, a pesar de sus diferencias: debían ser evangelizados, tratados como personas a quienes Dios consideraba y a quienes por su barbarie se les debía catequizar18. Como en otras colonias regidas por la Corona española, la provincia y el puerto de Cartagena de Indias se encontraban sumergidos en una atmósfera impregnada de catolicismo, fe obligatoria y oficial19. Las normas de religión recrearon allí la misma panorámica de otras zonas de América, e incluso de la Península. Los infieles no podían permanecer en los territorios del Nuevo Mundo, de manera que judíos y musulmanes, infieles por excelencia a los ojos de los españoles, tenían acceso restringido a estas áreas. A los africanos paganos tampoco les era permitida la entrada a las colonias, a menos que fueran bautizados con anterioridad; incluso dos veces, una vez en las costas de su continente y otra a su llegada a las Indias Occidentales. Además, los esclavizados, como cualquier otro hombre originalmente no católico, precisaban de una instrucción religiosa que les permitiera seguir las prácticas impuestas por el catolicismo. Claramente, objetos o propiedades sin vida no hubiesen requerido de estas normas y cuidados religiosos. A la vez, la categoría de “el otro”, donde el esclavizado se podía situar, y bajo la cual estaban todos los no europeos, cristianos, con costumbres y racionalidad distintas, estaba condicionada por un talante moral: exigía la educación religiosa que lo humanizaba y limpiaba del pecado20.

Los jesuitas, en particular, resaltaron la necesidad de cristianizar a los esclavizados, argumentando en favor su capacidad intelectual. El jesuita español Alonso de Sandoval, tratando de persuadir a la sociedad colonial de la importancia del proceso de cristianización, afirmaba que los esclavizados “[…] tienen capacidad y entendimiento aún para mucho más de lo que se les dice y enseña […]”21. Para Sandoval, el esclavizado era indudablemente inferior al español, pero no por ello era estúpido. Éste tenía la habilidad de aprender exitosamente la instrucción religiosa y, como cualquier peninsular, debía practicar las creencias de la Iglesia Católica. Esto significa, en últimas, el reconocimiento de que eran gente igualmente apta para ejercer la fe cristiana: “[…] yo confieso que son bozales, pero no todos son incapaces (…) y a quienes corre obligacion de comulgar, como a los españoles […]”22.

Los misioneros no eran los únicos interesados en llevar a cabo la cristianización de los esclavizados en Cartagena de Indias. Algunas instituciones fueron establecidas en la sociedad colonial con el propósito de fomentar la religión obligatoria. Así, se crearon las cofradías de negros en el territorio americano –evocando, de cierta manera, las que ya habían existido en la Península. Las cofradías eran grupos religiosos civiles dedicados al culto de santos o figuras representativas de la Iglesia, al Santísimo, a las virtudes de Cristo y a la Virgen, entre otros. Estaban regidas por la ley indiana, lo que les proporcionaba una organización interna y un carácter oficial dentro de las dinámicas coloniales. En ellas se enseñaban a sus cofrades las oraciones que debían rezar y se impartía la doctrina y el dogma católicos. Las cofradías buscaban asegurar la instrucción cristiana y salvaguardar la moral católica de los esclavizados, junto con la del resto de la población negra23.

El hecho de que los esclavizados fueran presionados, y no sólo por órganos clericales sino también por la creación de instituciones civiles, a participar en las dinámicas religiosas de la provincia, siendo bautizados, asistiendo a la Iglesia y celebrando las fiestas católicas, implica la aceptación de su condición especial: no eran mera mercancía. En efecto, sólo alguien considerado más que simple propiedad puede recibir, aprender y practicar la instrucción de la fe. Parece evidente, pues, el hecho de que era una exigencia atribuirles ciertas capacidades intelectuales, por mínimas que fueran. Eventualmente,éstas podían conducir a calcular los medios necesarios para un determinado fin, planear conspiraciones y poner en marcha estrategias de resistencia.

Adicionalmente, la cristianización del esclavizado implicaba, de suyo, la familiarización con la religión católica, esto es, el acercamiento a unos parámetros morales y unos esquemas de pensamiento que incluían la consideración del bien, el mal, la igualdad y la libertad, entre otros. Así, resulta razonable asegurar que la empresa de la catequización trajo una consecuencia paradójica: enseñó la fe católica al mismo tiempo que ofreció las bases para impulsar la insubordinación de los adoctrinados. La instrucción religiosa, que profesaba la bondad de Dios y la igualdad de los seres humanos, junto con la obligación de seguir los mandamientos divinos, se presentó, entonces, como una de las claves que inspiraran la lucha esclava contra la dominación. La catequización a la que fue expuesto el esclavizado brindaba las herramientas discursivas necesarias para justificar y fortalecer sus deseos de resistencia: no constituía exclusivamente su total aculturación y dominación. En este sentido, la enseñanza católica, que pretendía sumergir a los esclavizados en las dinámicas coloniales, trajo resultados inesperados para los amos y la sociedad colonial.

Las prácticas cotidianas de dominación que regían normalmente las relaciones entre amos y esclavizados reflejaban la configuración del discurso de los opresores al exaltar la hegemonía del primero y la subordinación del segundo. Así lo reflejan las políticas del cuerpo esclavizado, por ejemplo, en lo que atañe al vestido, un aspecto aparentemente simple, pero de gran poder simbólico en las relaciones de dominación: los harapos más ordinarios, las telas más fuertes y molestas servían de ropa a los esclavizados, contraponiéndose al atuendo de los amos24. James Scott, quien analiza las dinámicas de dominación e insubordinación, haciendo con frecuencia referencia a los modelos esclavistas en América, afirma que existe un ‘guión oficial’ que, en el plano superficial y más visible, constituye la base de una actuación en la que se enfatiza el poder de los opresores y la subordinación de los dominados. A su vez, afirma que este ‘guión oficial’ no es el único; existe otro, el ‘guión escondido’ de los subordinados, que convive paralelamente con el primero y puede desarrollarse y manifestarse de manera subrepticia. Este ‘guión escondido’ es la base de la resistencia de los dominados, y una latente amenaza para los opresores25.

Cuando aparecía en escena la alarma de una rebelión, la hegemonía prevaleciente, destacada y perpetuada a través de las estrategias de dominación del día a día, se sentía amenazada. Los esclavizados no eran propiedades sin más, tanto así que constituían más que nunca el temor de todos los habitantes de una provincia. A la voz de una sublevación era, entonces, cuando en mayor medida se hacía explícito aquello que la cristianización, aún sin ser su propósito central, cristalizaba: los esclavizados eran una mercancía singular. El rumor de una conspiración esclava y las reacciones a éste evidencian la conciencia de que los esclavizados constituían un problema real, al tiempo que revelan el reconocimiento de su capacidad de luchar contra la dominación. El miedo y el descontrol, que se vio acentuado con los disturbios del 30 de abril en Cartagena de Indias, es la materialización de la dicotomía de la percepción sobre el esclavizado, contemplada, sin quererse, en el discurso opresor: se trata de una propiedad, pero una muy especial, una que es capaz de pensar, planear y actuar contra quienes lo dominan.

4. Movilidad, comunicación y solidaridad: claves de la insubordinación esclava

Luego de los disturbios del 30 de abril, las autoridades del puerto intensificaron las investigaciones iniciadas con anterioridad, cuando corrió el rumor por cuenta del monje Joseph Sánchez. Ahora se buscaba capturar y castigar a quienes pudieran estar implicados en la presunta conspiración. Con información adicional en mente, según la cual esclavizados y cimarrones se habían unido, se intentó develar, pues, los eventuales vínculos entre los dos grupos. Se iniciaron las detenciones, y con ellas, las declaraciones y los testimonios de los supuestos implicados.

El mismo 30 de abril, las autoridades interrogaron a los presuntos espías Juan Congo, Manuel Congo y Juan Arará, capturados ese día, sobre sus conexiones con los cimarrones. Su respuesta negaba cualquier vínculo con los residentes de los montes cercanos al puerto. Comentaron, simplemente, que estaban en la ciudad porque querían notificar a su dueño, don Joseph de Messa, que los cimarrones habían invadido y atacado su hacienda, en las inmediaciones de la ciudad26.

Las declaraciones dadas el 1 de mayo por Francisco de Santaclara –quien había sido acusado por el monje, junto con el barbero Francisco de Vera– tampoco arrojaron luz alguna sobre el plan de rebelión de los esclavizados. Al igual que los otros detenidos, éste declaró no haber tenido contacto con los cimarrones. Dijo, además, que no se había comunicado en ningún momento con el mulato Francisco de Vera, en contra de lo que la información de las autoridades aseguraba. El testimonio del barbero, tomado el 7 de mayo, también negaba su conexión con los cimarrones; sin embargo, en contraste con la declaración de Santaclara, aceptaba haber tenido una breve conversación con este último, aunque insistía en el hecho de que el monje la malinterpretó, pues no habían discutido nada relacionado con una rebelión. El barbero explicó que Santaclara se había quejado de su condición de esclavizado y que él le había respondido que no tenía necesidad de hacerlo:

[…] anda no seais pataratero tu no tienes necesidad de eso teneis buen amo […] calla la boca, no hableis de eso, mira Dios da la fortuna a cada uno y a los libres los hace esclavos quando conviene y a los esclavos libres si esta Dios o con plata o sin ella se es libre y sino por mas diligencias que hagas porque hasta que no llegue el casso no teneis que andar […]27

Algunos monjes declararon, pero sus testimonios sólo sirvieron para alimentar la confusión y acrecentar el rumor. Ninguna de las declaraciones condujo a las autoridades a una conclusión satisfactoria sobre la rebelión de los esclavizados. Como resultado, Santaclara y los demás capturados permanecieron en prisión, junto con el barbero Francisco de Vera, quien logró escapar en mayo de 1694, un año después de haber sido encarcelado28.

Justamente por la imprecisión de estos testimonios, resulta difícil confirmar que esclavizados y cimarrones hubiesen planeado una revuelta generalizada. Sin embargo, no existe, por su parte, razón alguna para pensar que la conspiración de hecho no se diera. La pregunta que debe plantearse ahora es si fue posible para esclavizados y cimarrones confabularse en contra del sistema, si tuvieron acceso a ciertos espacios que propiciaran su resistencia y si en algún momento se dieron las condiciones adecuadas para la insubordinación. Es importante, pues, examinar las condiciones de posibilidad de una conspiración: la movilidad, la comunicación y la solidaridad. Un aspecto especialmente relevante en el esclarecimiento de la posibilidad misma del complot es el demográfico: la estructura, cantidad y densidad de la población esclava29.

En lo que respecta a la población esclava, los cálculos de los académicos sobre la cantidad de esclavizados que había a principios del siglo xvii difieren ostensiblemente. Además, sólo ofrecen cifras de los residentes en el puerto, dejando de lado la información sobre la cantidad de esclavizados en el resto de la provincia30. Los datos, en este sentido, no pueden ser totalmente confiables. El número de esclavizados en el territorio de la Gobernación de Cartagena de Indias parece ser más claro cuando se trata de los últimos años del siglo. De acuerdo con un censo de la provincia, realizado por las autoridades en 1686, el número total de esclavizados era de 5.700. Tan sólo en el puerto el número era de 1.952, como se señala en la tabla n° 2. Ahora, el número total de habitantes del puerto era de 7.34131; es probable que esta cifra incluyera, además de esclavizados, no sólo blancos, sino mestizos, nativos, y negros y mulatos libres. Según estas cifras, la población esclava no era despreciable, cerca del 27%, una cuarta parte del total de habitantes de la ciudad, de modo que podía representar una amenaza real para la sociedad colonial de Cartagena de Indias. Debe, además, tenerse en cuenta que la conspiración no fue un asunto exclusivamente relacionado con los esclavizados, sino que también incluía a los cimarrones y, con el barbero, al resto de una población constituida por negros y mulatos libres de la ciudad. El número de esclavizados, si se consideran a su vez las cifras hipotéticas de la población de cimarrones de la provincia y de los negros libres del puerto, pudo haber sido suficiente, si no para una rebelión duradera, al menos para un ataque exitoso contra la ciudad, en especial si consideramos la débil situación militar que el puerto encaraba en los días cercanos al 30 de abril con la partida del gobernador y la carencia de milicia.

En la zona rural de la provincia de Cartagena, los esclavizados se dedicaban, fundamentalmente, a labores agrícolas, a la cría de ganado y al transporte de mercancías. En el puerto, un gran número de esclavizados desempeñaba labores remuneradas. Trabajaban usualmente en la construcción de las fortificaciones de la ciudad, como artesanos; también eran vendedores en el mercado y en la calle. Otros eran despenseros, como Francisco de Santaclara, y se ocupaban de los recados y diligencias, desplazándose por toda la ciudad. La mayoría de los esclavizados tenía la oportunidad de abandonar durante el día las casas de sus amos, con el fin de desempeñar sus obligaciones y de obtener el dinero que luego debían entregar a sus dueños. La movilidad era, en efecto, estrictamente necesaria para el desempeño de sus labores. Además, estando ausentes sus amos de los lugares de trabajo, gozaban de cierto grado de independencia y tenían la posibilidad de interactuar con negros y mulatos libres que se dedicaran a tareas similares32. Los esclavizados podían, pues, establecer conexiones e incluso fuertes lazos de amistad con aquellos que se ocupaban de las mismas labores, pero cuya condición era distinta al no estar sometidos a un dueño. Aquellos que vendían diferentes productos en las calles, de casa en casa y en el mercado, podían comunicarse con otros esclavizados y negros y mulatos libres mientras recorrían la ciudad33.

Adicionalmente, los esclavizados tenían la posibilidad de reunirse en sus cabildos: grupos en los que se congregaban negros libres y esclavizados que compartían unas mismas raíces culturales africanas –había cabildos Congo, Arará y Mandinga, entre otros. Según Nina de Friedemann, estos cabildos se destacan por haber sido “refugios de Africanía”, espacios donde se presentaron y desarrollaron, frecuentemente con algunas variaciones, elementos africanos que influyeron en la fiesta, la religión y la cultura funeraria de la población negra en Colombia. Para Friedemann, “[…] Dondequiera que existió, el cabildo negro sirvió para difundir creencias, música, instrumentos musicales, costumbres y ritos de los grupos originarios de aquellos recién llegados […]”34. Precisamente, al ser esferas en las que se conservó lo africano, los cabildos se convirtieron en espacios de resistencia por no aceptar la cultura opresora, predominante e impuesta. Pero más allá de esto –que es lo que con mayor frecuencia es subrayado por los autores que trabajan el tema de los esclavizados en Colombia–35, y para efectos de comprensión de la resistencia esclava, es preciso enfatizar un hecho: estos cabildos fueron, claramente, el sitio en el que los esclavizados, y en general la población negra, desarrolló y consolidó un fuerte sentimiento de comunidad y de solidaridad, condición necesaria para la insubordinación. Los cabildos también favorecieron la comunicación entre negros, esclavizados y libres, y la discusión de proyectos en contra de su situación36.

Los esclavizados de la ciudad, a pesar de su opresión, se encontraban en una situación en la que tenían a su alcance mecanismos que facilitaban la planeación de distintas formas de insubordinación. Los cimarrones, por su parte, establecían redes de comunicación y gozaban de libertad de movimiento, dos elementos fundamentales para llevar a cabo cualquier rebelión. Mantenían contactos con la población negra de las haciendas, tanto con esclavizados como con libres, sostenían con ellos un comercio incipiente y compartían labores cuando en ciertas temporadas trabajaban en dichas haciendas37. Además del contacto con los esclavizados de las zonas rurales, los cimarrones también tenían conexiones con los de la ciudad; de ellos obtenían, en efecto, bienes como alcohol y tabaco. Finalmente, es pertinente enfatizar una condición importante de los cimarrones, una condición que claramente los convertía en una amenaza: tenían acceso a las armas, gracias a sus continuos asaltos38.

Como se ha señalado antes, los testimonios de los esclavizados, el barbero y los monjes no fueron concluyentes. Sin embargo, las declaraciones de los cimarrones capturados durante la guerra que el gobernador sostuvo contra ellos pueden arrojar alguna luz en el caso. De acuerdo con estos testimonios, ellos mantenían comunicación con los esclavizados locales de la ciudad, en especial con Francisco Santaclara, y con algunos de los esclavizados de las diferentes haciendas, entre los cuales se encontraban los de don Joseph de Messa. Todo esto se señala a continuación.

Un cimarrón mulato de nombre Nicolás declaró, por ejemplo, que ellos tenían relaciones y conexiones con esclavizados de diferentes haciendas:

[…] los dichos negros [los cimarrones] se comunicaban con los negros de las estanzias de Don Andres Perez Don Joseph de Messa Don Diego Durango Don Pedro de Anaya y otros; que en la estanzia de Messa tenian espezial trato con el capitan Diego Mandinga en la estanzia de Don Andres Perez con Mathias Gomez y en la estanzia de Diego Durango con todos […]39

Nicolás también afirmó que ellos eran especialmente cercanos a los esclavizados de don Joseph de Messa y que supieron por ellos las noticias del ataque de las autoridades a la comunidad cimarrona. Además, afirmó que esta hacienda era el centro de la información y el lugar donde se enteraban de todos los eventos que usualmente tenían lugar en el puerto: “[…] tubieron dicha noticia porque se la dieron los esclavos negros de la estanzia de Don Joseph de Messa y que en ella se savia quanto pasaba en Cartagena […]”40.

Con respecto a las relaciones entre los cimarrones y los esclavizdos de las inmediaciones, la cimarrona María Antonia declaró: “[…] tenian trato con un baquero o capataz del hato de Doña Maria Baca nombrado Juan de Sanabria que estaba junto a Santa Cathalina [una de las principales entradas de la muralla] y este les daba carnes saladas tabaco y quesso […]”41.

Finalmente, hubo dos testimonios adicionales que afirmaban específicamente que uno de los miembros de esta comunidad cimarrona tenía contacto con Francisco Santaclara, quien podía moverse fácilmente por la ciudad, al tener que hacer los encargos de las monjas y del suministro de alimentos:

[…] un negro nombrado Francisco Ayana que estava en dicho palenque fue en muchas ocasiones al texar del capintan Anaya a verse con un negro de Cartaxena nombrado Francisco Arara que es de las monjas y este le daba machetes y otras cosas […]42

[…] Francisco Ayana le dixo a este declarante que tenia conozienzia con Francisco el de las monjas y que le dijo que en dos ocasiones vino y entro en Cartagena por la puerta de la media luna […]43

Aún con estos testimonios, la rebelión esclava no fue más que un evento posible. En realidad, no había una manera precisa de confirmarlo44. No obstante, algunas indicaciones sugerían que los esclavizados locales del puerto se comunicaban con los cimarrones y, además, que los esclavizados de las zonas rurales podían haber estado involucrados en la planeación de una rebelión, al menos como espías. El rumor propagaba lo que pudo ser una historia ficticia, pero sin duda basada en la realidad. Una historia que era la representación tanto del miedo de la elite como el de los habitantes del puerto, y que causaba aún más ansiedad entre estos grupos. Una historia que, además, permitía a los habitantes expresar sus sentimientos de vulnerabilidad, acentuados por los recientes sucesos en la provincia: la partida de gobernador, la escasez de milicia y la lucha contra los cimarrones. En la ciudad de Cartagena de Indias los esclavizados tenían la oportunidad de aprovechar su movilidad para establecer conexiones entre ellos. También podían hacer uso de ciertos espacios para discutir ideas que los identificaran como un grupo que se distinguiera del círculo de los dueños. Las autoridades y los amos percibían que la conspiración y la rebelión podían haber sido reales, y sus respuestas son evidencia de ello; de hecho, los esclavizados, como cualquier otra persona, podían organizarse y planear estrategias para minar abierta y públicamente el poder de sus opresores. Tenían la capacidad intelectual de hacer esto, y sus amos lo sabían; los dueños habían tenido experiencias previas que demostraban que los esclavizados podían resistir y que en efecto resistían. Una rebelión habría sido simplemente la forma más drástica de transgredir el orden establecido. Este temor estaba justificado, pues a lo largo del siglo XVII los esclavizados ya habían resistido en diferentes formas y niveles, huyendo, estableciendo palenques en regiones inaccesibles para las autoridades, usando sus cuerpos como lugares de trasgresión y manipulando el discurso de dominación, formas de resistencia que completan el cuadro de la insubordinación esclava.


Notas al pie

* Artículo recibido el 11 de enero de 2006 y aprobado el 7 de marzo de 2006.

1 Archivo General de Indias (AGI), Santa Fe, 212, Auto del teniente general Pedro Martínez de Montoya, Cartagena, 30 de abril de 1693, Autos de entrada de los cimarrones en Cartagena. Dado que no todos los documentos del AGI cuentan con un número de folio, se indica el folio sólo cuando éste aparece.

2 ARRÁZOLA, Roberto, Palenque, primer pueblo libre de América, Cartagena, Ediciones Hernández, 1970; Borreg o plá, María del Carmen, Los palenques de negros en Cartagena de Indias a finales del siglo XVII, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, 1973.

3 LANDERS, Jane, “Conspiradores esclavizados en Cartagena de Indias en el siglo XVII”, en MOSQUERA, Claudia, PARDO, Mauricio y HOFFMAN, Odile (eds.), Afrodescendientes en las Américas. Trayectorias sociales e identitarias: 150 años de la abolición de la esclavitud en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, IRD, ILSA, 2002, pp. 93-101.

4 McFARLANE, Anthony, “Autoridad y poder en Cartagena de Indias: La herencia de los Austrias”, en CALVO, Haroldo y MEISEL ROCA, Adolfo (eds.), Cartagena de Indias en el siglo XVIII, Cartagena, Banco de la República, 2005, pp. 221-259.

5 GUTIÉRREZ, Ildefonso, Historia del negro en Colombia: ¿sumisión o rebeldía?, Bogotá, Nueva América, 1986, p.
38, y Arrázola, Roberto, op. cit., p. 83.

6 Una descripción detallada de las actividades de insubordinación de Bioho, se encuentra en Fals Borda , Orlando, Historia doble de la Costa: Mompox y Loba, Tomo I, 2a edición, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Banco de la República, El Áncora Editores, 2002, pp. 52A-59A, y NAVARRETE, María Cristina, Cimarrones y palenques en el siglo XVII, Cali, Universidad del Valle, 2003, pp. 60-80.

7 Para un recuento de la lucha contra los palenques en la década de 1630, ver NAVARRETE, María Cristina, op. cit., pp. 81-96 y RUIz, Julián, “El cimarronaje en Cartagena de Indias: siglo XVII”, en Memoria, no. 8, Bogotá, Archivo General de la nación, 2001, pp. 10-35.

8 McFARLANE, Anthony, op. cit., pp. 223-229.

9 Ibid, p. 228.

10 RUIZ, Julián, op. cit., pp. 10-35.

11 AGI, Santa Fe, 212, Autos de Junta de Guerra, Cartagena, 30 de abril de 1693, Autos criminales contra Francisco de Vera.

12 AGI, Santa Fe, 212, Carta del religioso Joseph Sánchez al sargento mayor don Alonso Cortés, 1º de mayo de 1693, Autos criminales contra Francisco de Vera.

13 AGI, Santa Fe, 212, Autos de Junta de Guerra.

14 AGI, Santa Fe, 212, Auto del teniente general Pedro Martínez de Montoya.

15 AGI, Santa Fe, 212, Carta del teniente general don Pedro Martínez de Montoya al Rey, Cartagena, 25 de mayo de 1693.

16 AGI, Santa Fe, 212, Trascripción oficial de las cartas escritas por el gobernador don Martín de Cevallos y la zerda a su Licenciado don Pedro Martínez de Montoya, Cartagena, 22 de mayo de 1693.

17 AGI, Santa Fe, 212, Autos de Junta de Guerra.

18 Un estudio sobre algunos principios de interpretación en la Conquista, aplicados a los indios, pero que podrían ser eventualmente extendidos a los esclavizados, guardando ciertas proporciones, se halla en BARonA BECERRA, Guido, “El otro en las hermenéuticas del nuevo mundo”, en Memoria y Sociedad, Vol. 8, no. 16, Bogotá, Departamento de Historia y Geografía, Pontificia Universidad Javeriana, 2004, pp. 17-39.

19 NAVARRETE, María Cristina, Historia social del negro en la colonia: Cartagena, siglo XVII, Cali, Universidad del Valle, 1995, pp. 115-117.

20 Para una descripción sobre “el otro”, consultar BARonA BECERRA, Guido, op. cit., pp. 18, 23 y 25.

21 DE SANDOVAL, Alonso, De Instauranda Aethiopum Salute: El mundo de la esclavitud negra en América [1627], Bogotá, Empresa nacional de Publicaciones, 1956, p. 341.

22 Ibid, p. 198.

23 Un recuento breve sobre las cofradías de negros en América es presentado en GUTIÉRREZ, Ildefonso, La población negra en América: Geografía, historia y cultura, Bogotá, El Búho, 2000, pp. 70-73.

24 Para una descripción del cuerpo y del vestido del esclavizado en Cartagena en el siglo XVII, ver NAVARRETE, María Cristina, “Cotidianidad y cultura material de los negros de Cartagena en el siglo XVII”, en América Negra: A la zaga de la América oculta, No. 7, Bogotá, Instituto de Genética Humana, Pontificia Universidad Javeriana, 1994, pp. 67-68.

25 SCOTT, James, Domination and the Arts of Resistance: Hidden Transcripts, new Haven y Londres, Yale University Press, 1994, pp. 136-201.

26 AGI, Santa Fe, 212, Auto del teniente general Pedro Martínez de Montoya.

27 AGI, Santa Fe, 212, Declaración de Francisco de Vera, Cartagena, 7 de mayo de 1693, Autos criminales contra Francisco de Vera.

28 La descripción de la fuga de de Vera es narrada en BORREGO PLá, María del Carmen, op. cit., pp. 102-104.

29 Eugene Genovese incluye algunos de estos elementos en una extensa lista que resalta las condiciones que podrían haber alentado o mantenido el desarrollo de rebeliones en diferentes sociedades esclavistas. Ver GENOVESE, Eugene, From Rebellion to Revolution: Afro-American Slave Revolt in the Making of the Modern World, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1979, p. 14.

30 Para observar figuras numéricas de la población esclava en Cartagena de Indias, consultar nAVARRETE, María Cristina, Historia..., op. cit., p. 25 y “Cotidianidad”…, pp. 67-68. También, MEISEL ROCA, Adolfo; “Esclavitud, mestizaje y haciendas en la Provincia de Cartagena: 1533-1851”, en Desarrollo y Sociedad, no. 4, Bogotá, CEDE, Universidad de los Andes, 1980, pp. 242 y 244.

31 MEISEL ROCA, Adolfo, op. cit., p. 242.

32 La descripción de los trabajos más comúnmente desempeñados por los esclavizados aparece en GUTIÉRREZ, Ildefonso, La población..., op. cit, pp. 83-103 y NAVARRETE, María Cristina, Historia..., op. cit., pp. 29-41.

33 Para información sobre las redes de comunicación de cimarrones y esclavizados, ver LANDERS, Jane, op. cit., p. 185.

34 FRIEDEMANN, nina de, Cabildos de negros: refugios de Africanía en Colombia, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 1988, p. 11.

35 Durante las últimas décadas, ha sido sumamente común que dentro de los estudios de negros y esclavizados en Colombia se llame la atención sobre la resistencia ejercida a partir del ethos cultural, abandonando, tal vez, otros aspectos de la insubordinación esclava. Un ejemplo de literatura que apoya el desarrollo de la resistencia esclava desde la perspectiva del ethos cultural, es MAYA, Adriana, “Paula de Eguiluz y el arte del bien querer. Apuntes para el estudio del cimarronaje femenino en el Caribe, siglo XVII”, en Historia Crítica, Bogotá, no. 24, julio-diciembre de 2002, pp. 101-124. Por su parte, un ejemplo de literatura que pretende analizar algunos aspectos de la resistencia esclava desde otro punto, distinto al cultural, es VALENCIA, Carlos, Alma en boca y huesos en costal: una aproximación a los contrastes socio-económicos de la esclavitud. Santafe, Mariquita y Mompox, 1610-1660, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2003.

36 Como las fiestas y festivales esclavos del Caribe Británico y del llamado Antebellum South en los Estados Unidos, los cabildos negros en Cartagena de Indias han sido explicados bajo los parámetros de la aproximación conocida como “la válvula de seguridad”. Comúnmente, esta interpretación defiende el hecho de que en estas actividades —en las que los esclavizados podían disfrutar del baile, la comida y la conversación— constituían parte de las estrategias usadas por los opresores para relajar tensiones entre subordinados y dominantes. De acuerdo con esta aproximación, las fiestas, festivales y reuniones eran espacios en los que los esclavizados revertían el orden establecido porque sus amos así se los permitían. El propósito de los dueños era, entonces, distraer las ansiedades creadas por las relaciones de dominación, con el fin de mantener a los esclavizados, en lo sucesivo, bajo los habituales constreñimientos. Esta interpretación no da cuenta de uno de los elementos de la dinámica de su divertimento: mientras los amos proveían el espacio y el tiempo para estas actividades, no podían sin embargo controlar completamente sus códigos, expresiones y movimientos al interior de dichas actividades. Los esclavizados, en últimas, podían en este sentido hacer uso de las celebraciones para resistir. Los amos, por su parte, fracasaban, pues, en su propósito. Para literatura que sigue la tendencia de la “válvula de seguridad”, ver BoRREGo PLA, María del Carmen, Cartagena de Indias en el siglo xvi, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1983. También FRIEDEMANN, nina de, Cabildos..., op. cit. Vale anotar que Friedemann defiende esta postura, pero luego aceptando, paradójicamente, que los miembros de los cabildos “[…] tenían acceso no solamente a informaciones sociales y militares, sino también a la adquisición de provisiones y pólvora […]”, p. 13, con lo cual los cabildos se convierten no sólo en “refugios de Africanía”, en espacios de resistencia cultural, sino en esferas de insubordinación general. Para bibliografía que, por el contrario, apoya la posibilidad de la insubordinación esclava en las fiestas, consultar GUTIÉRREZ, Ildefonso, La población..., op. cit. e Historia..., op. cit. Y para los casos del Antebellum South y el Caribe Británico, ver FEnn, Elizabeth; “A Perfect Equality Seems to Reign: Slave Society and John Canoe”, en North Carolina Historical Review, Vol. lxv, Raleigh, North Carolina Office of Archives and History, 1998, pp. 127-152 y McD BECkLES, Hilary, “War Dances: Slaves Leisure and Anti-Slavery in the British-colonised Caribbean”, en SHEPHERD, Verene (ed.), Working Slavery, Pricing Freedom, kingston, Ian Randle, 2002, pp. 223-246.

37 CARVAJAL, Beatriz y RoDRÍGUEz, Pablo, “La vida cotidiana en las haciendas coloniales”, en CARVAJAL, Beatriz (ed.), Historia de la vida cotidiana en Colombia, Bogotá, norma Editorial, 1996, pp. 79-102.

38 GUTIÉRREZ, Ildefonso, La población…, op. cit., pp. 58-60 y RUIz, Julián, op. cit., pp. 10-35.

39 AGI, Santa Fe, 213, Declaración del mulato Nicolás, Timiriguaco, 4 de mayo de 1693, Testimonios obrados por el gobernador de Cartagena de Indias, f. 329.

40 AGI, Santa Fe, 213, Declaración del mulato Nicolás, Timiriguaco, 4 de mayo de 1693, f. 330.

41 AGI, Santa Fe, 213, Declaración de María Antonia de Casta Mina, Timiriguaco 5 de mayo de 1693, Testimonios obrados por el gobernador de Cartagena de Indias, f. 345.

42 AGI, Santa Fe, 213, Declaración de mulato Nicolás, f. 331.

43 AGI, Santa Fe, 213, Declaración de Domingo Padilla, Cartagena, 11 de mayo de 1693, Testimonios obrados por el gobernador de Cartagena de Indias, f. 390.

44 Una argumentación en contra de la realidad de la conspiración es desarrollada en McFARLANE, Anthony, op. cit., pp. 221-259.


Bibliografía

Fuentes primarias

Archivo:
Archivo General de Indias (AGI), Santa Fe, 212 y 213.

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