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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.32 Bogotá jul./dic. 2006

 

CASTRO-GÓMEZ, Santiago, La Hybris del Punto Cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816), Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 200 , 34 pp.

Katherine Bonil Gómez1

1Antropóloga e Historiadora de la Universidad de los Andes. Estudiante de la Maestría en Historia y Coordinadora académica del Departamento de Historia en la misma Universidad.


El filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez presenta en su último libro los resultados de su tesis doctoral del programa de Letras de la Universidad de Frankfurt, Alemania. Se trata de un estudio sobre las ideas científicas propugnadas por los criollos ilustrados en la Nueva Granada durante la segunda mitad del siglo XVIII y principios del siglo XIX, y sus vínculos con la configuración geopolítica de este periodo. Como él mismo lo expresa, este trabajo se enmarca en la perspectiva abierta por los estudios culturales en general y por la teoría postcolonial, en particular (p. 13). Estos “campos” han subrayado enfáticamente que la expansión colonialista europea y el desarrollo de la ciencia moderna no son hechos meramente paralelos o coexistentes. Por el contrario, sus vínculos son muy estrechos, al punto que cada uno ha hecho posible la existencia del otro. Así, Castro-Gómez está de acuerdo en ver a la Ilustración como un discurso legitimador de la expansión colonialista europea del siglo XVIII, y plantea que de esta misma forma fue leída, traducida y utilizada por los criollos americanos, con el fin de consolidar su distancia social de los otros habitantes del territorio y por esa vía legitimar su dominio sobre ellos. ¿Qué posibilita esta relación entre ciencia y poder? Castro-Gómez lo explica por medio de una metáfora, usando la noción griega de Hybris: desmesura de pretender tener más de lo que el destino le depara a cada hombre; la Hybris supone la ilusión de poder sobrepasar los límites de la vida mortal e igualarse con los dioses. De forma análoga, el discurso científico ilustrado se constituyó sobre la creencia de poseer un lenguaje universal, el de la razón, por medio del cual el científico adquiría la posibilidad de elevarse por encima del lenguaje común, y situarse en un punto cero de observación, neutro y objetivo, desde el cual podía generar conocimiento sobre el en-sí de las cosas. Tanto europeos como americanos cometen el mismo pecado cuando se creen portadores de lo que estiman una forma superior de conocimiento, por medio de la cual deslegitiman toda otra forma de conocimiento e intentan implantar violentamente la suya propia.

Esta relación entre ciencia y política, presente en las prácticas y discursos científicos de los criollos ilustrados, la mayoría de las veces ha sido juzgada como una anomalía, un híbrido, una tergiversación del espíritu ilustrado o como producto de una mala lectura. La perspectiva del autor lo lleva a explicar esta relación de otra manera, punto que considero uno de los más sugerentes del libro. Castro-Gómez deja claro que su interés no es determinar si las ideas ilustradas fueron leídas bien o mal, ya que comprende la Ilustración como un fenómeno que no fue exclusivamente europeo y simplemente se difundió, teniendo una buena o mala recepción. Retomando las ideas de Enrique Dusel, afirma que el pensamiento de la Ilustración desarrolló el mito eurocéntrico de la modernidad, según el cual Europa posee unas características particulares que hicieron posible que allí y sólo allí se desarrollara la “racionalidad técnico científica” y se llegara a la modernidad. Dusel propone otro paradigma, el “planetario”, según el cual la modernidad es un fenómeno del sistema-mundo que surge como resultado de la administración que diferentes imperios europeos realizan de la centralidad que ocupan en este sistema. Así, el Renacimiento, la Revolución Científica y la Revolución Francesa no son fenómenos europeos sino mundiales, y no pueden ser pensados sin tener en cuenta la relación asimétrica de Europa y su periferia colonial.

Esta tesis le permite plantear a Castro-Gómez la coexistencia de lugares desde los que la Ilustración es enunciada:

“Si la Ilustración no es algo que se predica de Europa sino del sistemamundo como fruto de la interacción entre Europa y sus colonias, entonces puede decirse que la Ilustración es enunciada simultáneamente en varios lugares del sistema mundo moderno/colonial. Los discursos de la Ilustración no viajan desde el centro hasta la periferia, sino que circulan por todo el sistema mundo, se anclan en diferentes nodos de poder y allí adquieren rasgos particulares” (p. 52. Cursivas en el original).

Así pues, la pregunta concreta que Castro-Gómez quiere resolver en este libro es: ¿desde qué lugar particular se relocalizó la Ilustración neogranadina? ¿Qué nuevos sentidos adquirió y qué dinámicas estructuraron su locus enuntiationis? La forma en que llega a una respuesta es otro de los planteamientos y aportes importantes de este libro, ya que articula diversos aspectos, que no siempre son puestos en una misma explicación. En su respuesta Castro-Gómez relaciona las formas de percepción del mundo que los criollos tenían de acuerdo a su posición en el espacio social colonial, la geopolítica mundial y los cambios de la forma del Estado, con las políticas de la reforma borbónica y con las formas de conocimiento de los grupos subordinados del territorio. Para lograr comprender la manera en que estos aspectos interactúan, el autor acude a tres conceptos: el “habitus”, “la biopolítica y gubernamentalización del estado” y la “colonialidad del poder”.

El primer concepto utilizado por el autor es la noción de “habitus” y “capital cultural” desarrollada por Pierre Bourdieu. Castro-Gómez dedica parte del primero y del segundo capítulos a identificar las características del “habitus” que portaban los criollos y que determinaron la forma en la cual tradujeron la ciencia ilustrada. Por medio del análisis de muy diversas fuentes primarias (expedientes judiciales de casos de disenso, expedientes de demostraciones de limpieza de sangre, textos de funcionarios y sacerdotes españoles, artículos de los periódicos publicados durante el periodo de estudio) plantea la que va a ser la tesis más importante del libro y que fundamenta el resto de capítulos: en España y América, el “habitus” que sirvió de lugar de enunciación de la Ilustración estuvo configurado por el “discurso hegemónico de la limpieza de sangre”.

Castro-Gómez explica cómo este discurso tomó elementos de pensadores de la antigüedad (Eratóstenes, Polibio, Ptolomeo, entre otros) y fue posteriormente apropiado por los intelectuales cristianos de la Edad Media, conformando la idea de la “superioridad étnica” de Europa sobre las demás poblaciones del mundo (pp. 55-58). Así, en América, a partir de la conquista, las diferencias entre conquistadores y conquistados fueron codificadas en términos de esta “superioridad étnica”, apelando a una supuesta diferencia fenotípica que ubicaba a los unos en una situación de inferioridad con respecto de los otros. El autor hace énfasis en que no fue la acumulación de capital económico el principal criterio de distinción social. Este papel lo desempeñaron las diferencias provenientes de la sangre, la herencia y la adscripción a un linaje.

El grupo dominante de criollos, como heredero de este discurso inscrito en su “habitus”, lo reprodujo empleando mecanismos de distinción social y controlando un acceso diferenciado a los “bienes culturales y políticos” (p. 69). Un primer aspecto de estos mecanismos, trabajado por el autor, es el desarrollo por parte de las elites de unas complejas taxonomías que clasificaban a la población según la cantidad y el tipo de “sangre mezclada”, y asignaban a cada una de las mezclas un comportamiento, oficio, y modo de vida distinto. A mayor mezcla se presenta un comportamiento más reprobable (ebriedad, violencia), un “oficio vil” (cocinera, carpintero, etc.) y un más “desarreglado” modo de vivir (concubinato, familias en conflicto, etc.) (pp. 73- 81). Otros mecanismos que el autor analiza son la institución de la familia católica, la proscripción del uso de algunos elementos a las castas, tales como ciertas telas y colores en el vestido, ciertos espacios dentro de la ciudad y ciertos elementos para la construcción y adorno interior de la vivienda, así como el uso del apelativo de “don”. A este continuo intento de diferenciarse y de fortalecer las barreras a fin de no permitir el asenso social de individuos de “sangre mezclada”, a esta necesidad de manifestar en forma latente o abierta la diferencia inconmensurable de los “señores” frente a sus inferiores, Castro-Gómez lo llama el “pathos de la distancia” (pp. 81-88). Una vez identificado este lugar de enunciación, el autor procede a explorar cómo el “habitus” criollo interactuó con los cambios en la concepción del Estado y la geopolítica mundial. Los criollos ilustrados creían firmemente que un buen gobierno era aquel cuyas políticas se fundamentaban en la ciencia y se presentaban a sí mismos como los llamados para cumplir una labor de guía en este asunto. Sin embargo, sus pretensiones chocaron frontalmente con las reformas que los Borbones quisieron poner en práctica en las colonias, ya que estas amenazaban la estructura de fueros y privilegios, que aseguraba su posición como elite de la sociedad colonial. Así, el auge de las ideas ilustradas dentro de un grupo de criollos coincidió con un cambio de la actitud del Estado hacia ellos, lo que le terminaría de dar una forma muy particular a la traducción de tales ideas.

Para explicar esta relación Castro-Gómez emplea un segundo concepto: “Biopolítica y gubernamentalización del Estado”. Este término fue desarrollado por Foucault para designar un cambio gradual que desde el siglo XVI se comenzó a gestar en el ejercicio del poder estatal, el cual, en palabras de Castro-Gómez, empieza a regirse por un modelo económico, y se enfoca en “ejercer un control económico, una administración racionalmente fundada sobre los habitantes, las riquezas, las costumbres, el territorio y la producción de conocimientos” (p. 97) En lo que respecta a España, explica Castro- Gómez, el comienzo de siglo XVIII coincide con el asenso de la dinastía Borbón al trono y con una progresiva pérdida de hegemonía en la geopolítica mundial. Por ello, esta Corona fue particularmente sensible a la incorporación de dichas nuevas ideas del buen gobierno con el fin de optimizar la extracción de recursos, fomentar el comercio y por esa vía recuperar el poder perdido. Esto se materializó en las “reformas borbónicas” que movilizaron una “serie de sistemas, técnicas, códigos, dispositivos y sistemas cognitivos” para racionalizar la estructura del Estado y de la sociedad. En este marco, el Estado, apoyado en la racionalidad científica, debía convertirse en la instancia que controla y establece los fines últimos de la sociedad, expropiando a la Iglesia y a la aristocracia su poder de crear sentido y dirigiendo sus esfuerzos a crear riquezas y sujetos económicos capaces de trabajar en pro de los intereses públicos y de crear riquezas (pp. 96-10 ).

Pero, explica el autor, esta creación de “sujetos económicos” tuvo como “efecto colateral” el aumento de las posibilidades de ascenso social de algunos mestizos, mulatos, zambos y pardos. De esta forma, la racionalización del Estado borbón significó también una “guerra interna contra el “habitus” criollo, sus intereses económicos y su imaginario de blancura” (p. 101). La tesis que defiende Castro- Gómez es que, si bien esto terminó generando una reacción de endurecimiento en las barreras sociales que los criollos construyeron, la biopolítica del Estado borbón no fue rechazada del todo, por el contrario, fue vista como un complemento del discurso colonial de la pureza de sangre (p. 141). La gubernamentalidad y su apelación constante al conocimiento científico como fundamento de sus biopolíticas finalmente les ofrecía la oportunidad de ubicarse en el punto cero, tener el poder de “construir una visión sobre el mundo social reconocida como legítima y avalada por el Estado”. Así, más que una contraposición al “habitus” criollo, las políticas estatales y las ideas ilustradas que las inspiraron terminaron reforzando los mecanismos de distinción social y de dominación de las elites.

El autor explica esta dinámica por medio del tercer concepto: “La colonialidad del poder”, categoría desarrollada por Anibal Quijano, Walter Mignolo y Enrique Dussel, para demostrar cómo las relaciones de poder tienen también una dimensión cognitiva. En este caso, tal dimensión, afirma el autor, opera de dos formas. La Ilustración fue utilizada por europeos y por criollos como estrategia de dominio para eliminar todas las otras formas de conocimiento y sustituirlas por una sola forma única y verdadera, la suministrada por la racionalidad científico-técnica de la modernidad. De esta forma, operó como un instrumento para la consolidación del proyecto imperial y civilizatorio, compartido también por europeos y criollos, para imponer a otros pueblos sus propios valores culturales por considerarlos superiores. Así, los intereses estatales y los locales se entrelazaron de forma tal que los criollos ilustrados adoptaron las ideas científicas en la medida que legitimaban su diferenciación social y dándole a las ideas científicas un contenido particular de acuerdo a su “habitus” descrito atrás. Esta colonialidad del poder es ampliamente tratada en los capítulos tercero, cuarto y quinto, en los que el autor aborda tres aspectos distintos del discurso ilustrado criollo: las prácticas médicas, los conocimientos indígenas y africanos, y la geografía.

En el tercer capítulo estudia la práctica médica concluyendo que esta sirvió como instrumento de consolidación de las “fronteras étnicas” que aseguraban preeminencia social a los criollos. Esto lo demuestra a través de varios aspectos: 1) el cambio de una noción teológica de la enfermedad a una noción económica, que veía en las castas seres improductivos que por sus costumbres y características morales cosechaban las enfermedades. 2) El cambio en la noción de la pobreza, considerada ahora como enfermedad propia de las castas. 3) Las estrictas leyes que no permitían a un individuo mezclado practicar la medicina.

En el cuarto capítulo estudia las formas en que los criollos ilustrados (inspirados en las obras de sus maestros jesuitas) concibieron las lenguas y los sistemas de conocimiento indígenas y africanos. Según los criollos, tales sistemas eran incapaces de la abstracción y, por lo tanto, incapaces de comprender la enfermedad y de lograr experimentar sobre sus posibles curas. Si estos pueblos habían logrado algún éxito era atribuido a la obra de Dios, al diablo o a la casualidad. Así, si bien la botánica se concibió como una de las ciencias más importantes para el “progreso de un país”, los conocimientos indígenas fueron clasificados como meros accidentes guiados por la pasión y su tendencia natural a buscar plantas que produjeran ebriedad. Caso perfectamente ilustrado en la búsqueda de Mutis de la especie de quina perfecta y el lugar que le atribuye en el relato que hace de tal búsqueda a los conocimientos indígenas (pp. 216-22 ).

Finalmente, el quinto y último capítulo lo dedica al discurso de la geografía y a algunas prácticas cartográficas, exponiendo las formas en que respondieron a los imperativos geopolíticos del Estado borbón, y al intento de las elites criollas por imponer su hegemonía sobre las diversas poblaciones. Trata tres aspectos en este punto. El primero de ellos atiende a la importancia que adquirió la geografía como la ciencia que junto con la economía debía guiar las políticas del Estado. En esa medida, la geografía estaba llamada a brindar todos los conocimientos (población, distribución, recursos, suelos, etc.) necesarios para la generación de riquezas. El segundo aspecto se refiere a cómo este interés por conocer el territorio habitado y sus habitantes condujo al desarrollo de una taxonomización de las poblaciones, que asociaba sus rasgos físicos, sus características morales y sus formas de vida al espacio que habitaban. De esta forma se creó una geografía de las poblaciones, según la cual sólo en las tierras altas, donde habitaban los criollos blancos, podía desarrollarse la civilización y en las tierras bajas, donde habitaban las castas, las personas carecían de moral. Entonces, a fin de lograr producir riquezas en estas tierras, se propuso mezclar las personas o desplazarlas a otras tierras, para que allí se ubicaran personas física y moralmente más aptas para el trabajo.

Así, a partir de un análisis que toma elementos de la sociología de la cultura, de la filosofía, de la sociología de la ciencia y de la historia, Castro-Gómez logra articular un marco conceptual, cuya virtud radica en poner en diálogo elementos que pocas veces se estudian juntos: los individuos (en tanto agentes que han incorporado el orden social y que estructuran sus acciones en relación a otros agentes), las prácticas científicas en la producción de conocimiento y las características del sistema mundo moderno/colonial. Un marco transdisciplinario de mucha utilidad para interpretar una gran multiplicidad de problemas de investigación, tales como las nociones de raza y mestizaje en la sociedad colonial, la historia del conocimiento y de las prácticas científicas en la Nueva Granada (medicina, geografía), los cambios operados en las nociones de enfermedad y pobreza, las transformaciones del Estado, entre otros.

Valdría la pena, de todas formas, plantear algunas preguntas acerca de este esquema, que no fueron resueltas del todo en el libro, y que con toda seguridad le darían más fuerza y fundamento a algunas hipótesis. Uno de los aspectos más valiosos del marco teórico construido es la inclusión de la noción de “habitus”, y por medio de ella la importancia que le atribuye al orden social y a la forma como a este se incorporan los individuos, generando prácticas y estrategias muy particulares. Sin embargo, cuando Bourdieu utiliza este término, hace énfasis en su carácter “abierto”, según el cual los agentes sociales son el producto de su historia colectiva y de su historia individual; el “habitus” se ve afectado sin cesar por nuevas experiencias. De esta forma, Bourdieu explica que para entender las acciones de una persona, se debe tener en cuenta su posición en el espacio social pero también la forma cómo llegó allí1. Lo que lleva a preguntarnos si los actores analizados en este libro tienen distintas posiciones en el espacio social y si ello implicaría diferencias en su relación con el “imaginario de blancura”. Por ejemplo, ¿podríamos pensar en Caldas y en Tadeo Lozano como dos personas que comparten una misma posición en el espacio social? ¿Habría diferencia entre un persona perteneciente a una familia emergente de la provincia de Popayán y otra perteneciente a la más prestigiosa elite santafereña? ¿Cómo podrían variar su “habitus” con respecto a un fraile misionero capuchino peninsular como Finestrad? ¿O con respecto a uno de los artistas del virreinato de la Nueva España que pintara alguna serie de cuadros de castas? En este sentido, ¿las taxonomías poblacionales presentadas en los cuadros funcionaron por fuera de la Nueva España? ¿Si lo hicieron, fueron usadas por toda la población o usadas exclusivamente por las elites santafereñas? ¿Toda la elite las usaría de la misma forma?

Por otra parte, un análisis de documentación local, producida en las provincias más pequeñas y en las ciudades y pueblos, muestra usos más fluidos con respecto a las categorías utilizadas para referirse a los “individuos de sangre mezclada”. De hecho, puede observarse que no fueron las mismas y que variaron tanto en el tiempo como en el espacio, dependiendo más del contexto en que se usaron que de un significado predeterminado2. ¿Cómo podría relacionarse esto con el “imaginario de blancura” descrito por el autor? ¿Lo estaría modificando o actuaría como refuerzo? Valdría la pena considerar también con respecto a este tema si la noción de etnia es la más apropiada para referirse al pensamiento sobre la diferencia humana en los siglos XVI, XVII y XVIII.

Para terminar, debe mencionarse uno de aportes centrales de este libro. En las ciencias sociales colombianas, especialmente entre historiadores y economistas, se escucha hablar con mucha frecuencia de la “pesada herencia colonial”. Con esta expresión se intentan describir algunas características económicas, políticas, sociales y culturales, que los académicos encuentran en la actualidad y que han considerado como pervivencias del pasado colonial y como los obstáculos que no permitieron llegar a la tan anhelada modernidad. Con este libro, Castro-Gómez ha mostrado que fenómenos como el racismo, el elitismo, los códigos de honor, de privilegios y fueros especiales, el clientelismo, entre otros, no son una anomalía, arcaismo o híbrido. Estos son producto de la particular configuración del sistema mundo moderno/colonial, que se basa en el establecimiento de una división mundial del trabajo fundamentada en unas supuestas “diferencias raciales” entre grupos humanos superiores e inferiores. Si esto se entiende así, se podrá comprender que lo colonial no es un “periodo”, sino una condición y por ello se podrá observar que sus consecuencias se siguen presentando en la actualidad. De allí que las reflexiones planteadas en este libro tengan una gran vigencia.


1 BOURDIEU, Pierre y WACQANT, Loïc, Respuestas por una antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995.

2 Ver por ejemplo GARRIDO, Margarita, Libres de todos los colores en Nueva Granada: Identidad y obediencia antes de
la Independencia, ponencia presentada en la Universidad de Illinois, Urbana, Champaign, marzo de 2000.

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