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Historia Crítica

Print version ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.33 Bogotá Jan./June 2007

 

Las historias de Bartolomé Mitre: operación nacionalista al gusto de los argentinos

The Histories of Bartolomé Mitre: Nationalistic Operation to the liking of Argentineans

Sergio Mejía1

1Doctor en Historia de la Universidad de Warwick, Inglaterra, y profesor en el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. smejia@uniandes.edu.co


Resumen

Luego de discutir la crítica de Juan Bautista Alberdi, en 1864, a la Historia de Belgrano, obra de Bartolomé Mitre, se discute la serie de sus principales comentadores, desde la publicación de la obra hasta el presente, entre los que se destaca un rasgo común: el agradecimiento para con el historiador. Se presenta la obra de Mitre como un discurso nacional halagador para sus lectores argentinos, causa eficaz de su propagación y de la permanencia de sus ideas en el corazón del discurso nacional argentino. Finalmente se propone este tipo de análisis como una contribución a los debates recientes sobre los fenómenos de nacionalismo, discursos nacionales e identidad nacional, y se resalta la importancia de vivir en un país para comprender en la vida diaria la matriz que provee de imágenes y palabras las versiones posibles de su discurso nacional.

Palabras claves:Historias latinoamericanas del siglo XIX, historiografía argentina, "historias clásicas" (según la expresión argentina), Bartolomé Mitre, nacionalismo, identidad nacional, historia argentina.


Abstract

After discussing the 1864 criticism of Bartolomé Mitre’s Historia de Belgrano written by Juan Bautista Alberdi, the article discusses the main reviews of the work, stretching from its publication to the present; one theme is common to them all: their expressed gratitude to the historian. Mitre’s work is presented here as the matrix of a flattering national discourse for its Argentinean readers, one of the reasons for its wide diffusion and persistence in the heart of Argentinean national discourse. This type of analysis is proposed as a contribution to recent debates on the phenomena of nationalism, national discourses and national identity. Finally, the importance of living in a country is highlighted as the best way to understand, in daily life, the matrix that provides the images and words of its national discourse.

Keywords:Nineteenth-century Latin American histories, Argentinean historiography, "classical histories" (in the Argentinean expression), Bartolomé Mitre, nationalism, national identity, history of Argentina.


Introducción

En el presente artículo sobre las obras históricas de Bartolomé Mitre (Buenos Aires, 1821-1906) se hace énfasis en la serie de sus comentadores especializados (historiadores) y se recurre a una selección de pasajes tomados de la lectura de la obra para ilustrar el argumento principal, a saber, que la prosa histórica de Mitre ha gozado de una excepcional aceptación culta en la Argentina hasta hace pocos años, lo que ha incidido en su difusión como el vehículo más eficiente de los contenidos históricos del nacionalismo argentino. Aparte de estas lecturas especializadas, no se hace un estudio de la lectura general de la obra. En su lugar, se hace un recuento de sus numerosas ediciones y, en cuanto es posible, de sus tirajes, con el fin de demostrar la inusitada difusión de esta historia latinoamericana del siglo XIX. En lo referente al nacionalismo argentino, se presta mayor atención a sus contenidos comunes tal y como se expresan -con diversidad e individualidad- en la vida común de los argentinos. La principal fuente al respecto no es otra que dos años vividos en la Argentina, específicamente en la ciudad de Buenos Aires, y el trato diario con sus habitantes. Cabe anotar que la siguiente discusión se limita a la vida cotidiana en la ciudad de Buenos Aires. En cuanto a la serie de lecturas cultas consideradas, la mayor parte de ellas son también porteñas, si no por nacimiento, por adscripción. Así pues, la consideración de discursos argentinos divergentes, regionales, antiunitarios y francamente opuestos al relato de Mitre, escapan a este artículo.

La Historia de Belgrano1 y la Historia de San Martín 2, principales obras de Bartolomé Mitre, contribuyeron de manera definitiva a conformar el discurso nacional de los habitantes de una suma de provincias y territorios que comenzaban a tomar forma: la República argentina. Obras monumentales de su tiempo, hoy permanecen activas en la mentalidad de los argentinos, en su cultura histórica y en su conciencia nacional. Más allá de las fronteras nacionales, hacen parte de la corriente de escritura histórica que se multiplicó en las repúblicas hispanoamericanas y en la Monarquía brasilera durante el siglo XIX. Estudiarlas con las herramientas del ensayo no es suficiente. Estas obras requieren de la investigación histórica, pues, además de sus textos, nos interesan el medio social en que fueron escritas, la influencia que aún ejercen en la cultura de la región y, en el caso de Mitre, en la Argentina.

Las nuevas repúblicas americanas (y el Imperio del Brasil) fueron concebidas por primera vez, de manera comprensiva, como entidades históricas. José Manuel Restrepo (Envigado, 1781 - Bogotá, 1863) en Colombia, Diego Barros Arana (Santiago de Chile, 1830-1907) en Chile, Francisco Adolpho Varnhagen (São João de Ipanema, 1818 - Viena, 1878) en Brasil y Mitre en Argentina produjeron las primeras representaciones de sus países como entidades políticas autónomas y fundaron las tradiciones interpretativas que tan solo en las últimas décadas hemos logrado renovar. Una vez publicadas estas narraciones monumentales del nacimiento republicano, pocos escritores pudieron sustraerse a su influencia. Incluso las vanguardias literarias de fines del siglo XIX tuvieron en ellas el referente de su rebeldía. La literatura, las ciencias sociales, la filosofía y la ensayística únicamente lograron en la madurez del siglo XX emanciparse de las representaciones históricas del XIX.

En la Argentina, las dos historias de Mitre respondieron a un prolongado esfuerzo por definir la identidad política de las provincias del Plata, cuya conformación territorial y estatal fue incierta hasta el último cuarto del siglo XIX3 . Cuando en 1876 fue publicada la tercera edición de la Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina -primera completa- fue recibida con la devoción piadosa que suscita la lluvia tras la sequía. Existían precedentes, pero no una historia del nacimiento de la República aceptable como patrimonio de la mayoría.

En las páginas que siguen se presenta una lectura de la Historia de Belgrano y la Independencia Argentina (y en menor medida de la Historia de San Martín y de la Emancipación SudAmericana), y se propondrá una idea que puede ser relevante en las discusiones actuales sobre nacionalismo y discursos nacionales: estos discursos pueden ser más o menos lisonjeros y, en consecuencia, leídos y propagados con mayor o menor eficacia. Las obras de Mitre incluyen una pléyade de ideas lisonjeras para los argentinos -incluidos los hijos adoptivos de la oleada migratoria-, que fueron leídas y propagadas con entusiasmo y que persisten con gusto en el corazón del sentimiento nacionalista argentino. Este análisis busca contribuir a la pregunta de por qué los argentinos gustan de sí mismos y también a los debates recientes sobre nacionalismo e identidad nacional.

1. Alberdi contra Mitre

La vida y la obra de Bartolomé Mitre han sido tan comentadas en la Argentina como las funciones públicas de Manuel Belgrano4 , las batallas de José de San Martín5 o la administración de Bernardino Rivadavia6 . El historiador, con suaves roces de hombro, se abrió un sitial en el tríptico del patriotismo argentino, haciendo de él un cuadrado. Cosa peculiar, puesto que de preferencia no fue Mitre ni prócer, ni fundador, ni héroe, sino historiador. Otro hubiese presidido la política de Buenos Aires y las Provincias entre 1862 y 1868; otro hubiese ordenado las marchas y contramarchas contra el Paraguay; otro hubiese dado las órdenes en el Partido Nacional; otro hubiese hecho rimas, si no iguales, equivalentes; tarde o temprano alguien más habría traducido a Dante. Mas sin sus historias, completas cuando el siglo entraba en menguante, la única narración fundacional de la Argentina habría sido la de Vicente Fidel López7. En tal caso otros serían los referentes de la cultura escrita nacional. Los miembros de la Nueva Escuela Histórica (ca.1910-1940) no se habrían conformado con declararse epígonos. Los autores de manuales hubiesen tenido la obligación precoz de ser modernos. En fin, las letras argentinas se habrían visto compelidas a escoger, sin el dulce bálsamo de Mitre, entre las furias de Sarmiento8 , la blanda diatriba anticolonial de Vicente Fidel López y la lúcida pero áspera sociología de Alberdi.

Con todo, las historias de Mitre no fueron recibidas con pleno consenso. Son bien conocidas sus polémicas con Dalmacio Vélez Sarsfield9 y el mencionado López, que originaron densos volúmenes de Comprobaciones históricas10. Sin embargo, estas objeciones fueron puntuales, referidas en su mayor parte a hechos aislados, por lo general motivadas en desacuerdos políticos y frecuentemente limitadas a matices de apreciación que hoy carecen de importancia. Otra cosa son las notas críticas consignadas en 1864 por Juan Bautista Alberdi durante su lectura de la Historia de Belgrano. El tucumano Alberdi, eminencia gris de la Constitución de 1853 (que proponía la unión de las provincias argentinas bajo la capitalidad de la ciudad de Buenos Aires), nunca presidente y quien con mayor claridad imaginó un Estado nacional para las provincias argentinas, desaprobó con decisión a Mitre y sus historias11.

Luego de la batalla de Caseros en 1852, cuando fue derrotado el régimen federal (1829-1852), presidido por el dictador Juan Manuel de Rosas (1793-1877), resurgió la antigua polaridad entre la provincia de Buenos Aires -hinterland del patriciado agrario y comerciante de la ciudad de Buenos Aires- y las provincias, en particular las del litoral (Santafé, Entrerríos y Corrientes). Tensión por el control del comercio en el estuario del Plata y de los recursos fiscales que generaba. La creación de un Estado que trascendiese estos egoísmos y resentimientos y la erección de la ciudad de Buenos Aires como capital de la Argentina -en lugar de aduana contable de su provincia- debieron esperar hasta la década de 1880. Tras la victoria sobre el federal Urquiza en Pavón (septiembre de 1861), Buenos Aires pudo capitalizar la bonanza de puertos abiertos bajo la presidencia de Mitre, cabeza de un gobierno que de nacional solo tuvo el nombre. Alberdi anotaba en sus cuadernos que "a los 54 años del 25 de mayo de 1810, todavía Buenos Aires mira de mal ojo la libertad de comercio entera y para todas las provincias"12.

Para Alberdi, la Historia de Belgrano no es otra cosa que la creación en el reino de las palabras de lo que Mitre no hizo como Presidente de la Argentina. No escapa de su crítica el argumento central de Mitre en la introducción de su obra: no importa que el Estado nacional aún no exista en 1864, ni importará en 1876 (año de la edición definitiva), pues la Argentina ha existido desde el siglo XVI13. En opinión de Alberdi son estas "majaderías o adulaciones bajas a la vanidad del vulgo"14, y agrega:

"Falsificar la verdad de la historia cada vez que no es lisonjera, cambiar el sentido de los hechos, agrandar lo que es chico, achicar lo que es grande, no es hacer un servicio al país y mucho menos a la instrucción de la juventud, llenándola de falsas noticias para hacerla el ridículo del extranjero que ve las cosas con serenidad."15.

¿Cómo explicar, entonces, la persistencia de la Historia de Belgrano como discurso rector y relato preferido de la Argentina? Mitre hubiese contestado que la grandeza argentina estaba en proceso de formación, que su gobierno contribuyó a ella de diversas maneras y que, como es ley de la historia, no se puede cosechar en primavera. De esta manera y no como Alberdi han opinado numerosos comentadores, beneficiarios y admiradores de las obras de Mitre, cuyo rasgo común, desde M. F. Mantilla (quien escribía a finales del siglo XIX), hasta Miguel Ángel de Marco (quien escribe ahora), es el agradecimiento.

2. Los comentadores de Mitre

En contraste con el escepticismo de Alberdi, M. F. Mantilla comentará en 1889 sobre la Historia de Belgrano:

"Al leer este libro asiste uno desde el remoto origen de la sociabilidad argentina, a todas las transformaciones y evoluciones operadas en la vida interna de nuestro país para llegar a constituir su entidad política de existencia independiente […] es la Revolución de Mayo triunfante a cuya sombra se elaboran dentro de una demarcación geográfica los elementos de una gran nación […] la Historia de Belgrano es un libro nacional"16.

Saltemos cincuenta años para observar en su madurez a los autores más representativos de la Nueva Escuela Histórica, Rómulo Carbia y Ricardo Levene. El primero, autor de una Historia crítica de la historiografía argentina17, discípulo devoto de Fueter18 y de los últimos historicistas19, comentaba que "Mitre tenía abierta ya la senda que conduciría, tiempos y variantes por medio, a la nueva escuela histórica en cuyo apogeo vivimos"20. Carbia se refiere a su propia generación, estudiantes y profesores en la Sección de Historia de la Universidad de Buenos Aires y en la Sección de Filosofía, Historia y Letras de la Universidad de la Plata.

Levene, el miembro más prolífico de la escuela, comentaba sobre la primera entrega de la Biografía del General Belgrano21 que "es un modelo en su género, ya en su época, por su estilo logrado, conforme a su preocupación literaria más pura, y por la materia de que se ocupó, al descubrir a los argentinos el genio moral de un hombre representativo y los elementos propios con que se ha elaborado la originalidad de nuestra historia"22. Mitre interrumpió esta primera narración en 1812 y agregó un epílogo en que resume las acciones de Belgrano hasta su muerte en 1820. Esta publicación no es aún la Historia de la Independencia Argentina, amplitud que alcanzará la edición de 1876. La segunda edición, de 1858, ya lleva por título Historia de Belgrano y se halla enriquecida, comenta Levene, por "impresionantes hallazgos", "cinco mil manuscritos" (no ya tres mil como en 1857) y "nuevas ideas históricas"23. La principal entre estas últimas es que los eventos de Mayo no fueron una reacción espontánea ante la crisis de la Monarquía española en 1808, como lo sospechara Florencio Varela24, sino "el desarrollo de una idea revolucionaria"25.

Más aún, Levene hace esfuerzos por identificar sus propias ideas históricas con las de Mitre y afirma que sus investigaciones comprueban las del maestro. Sobre la apreciación que hizo Mitre de la marcha de todo el proceso revolucionario, Levene anota: "Mis investigaciones en La Revolución de Mayo y Mariano Moreno corroboran ampliamente esta versión fecunda, a cuya luz se comprende la grandeza y el drama de la Revolución de Mayo."26. En suma, el de Mitre es un "sistema coherente de ideas históricas […] que ha sembrado en el alma colectiva una floración de ideas directrices […] que han despertado y robustecido la conciencia del pueblo"27. Y termina: "Si en algunos estados hispano-americanos las últimas investigaciones han dado origen a la creación de nuevas escuelas, que rectifican la labor de los historiadores precedentes […] en la Argentina este divorcio ideológico no existe"28.

Contra la Nueva Escuela se levantó un conjunto de escritores, los que han sido agrupados bajo el apelativo de "revisionistas"29. Escritores que impugnaron la historia oficial, a la que acusaron de "ocultamiento del pasado"30. Con todo, el revisionismo nunca desplazó la tradición heredada de Mitre, como tampoco el radicalismo ni el peronismo acabaron con la preponderancia social y política de la élite tradicional. Es común atribuir lo primero a flaquezas de método entre los revisionistas, más interesados en el ensayo crítico y en la acción política31. Con todo, comentadores recientes no encuentran entre ellos un rechazo decidido de las ideas de Mitre. Fernando Devoto aduce la aceptación de sus explicaciones hasta el año 1820 (cuando se detienen las historias de Belgrano y San Martín) por parte de historiadores como Julio Irazusta, José María Rosa y Ernesto Palacio (escritores activos en las décadas de 1930, 1940 y 1950). Su concentración en la figura de Rosas no es casual ni esencialmente renovadora. Si Mitre había postulado la excepcionalidad argentina, su destino manifiesto y su grandeza intrínseca, los revisionistas, luego de la crisis económica de 1890 y la dependencia creciente de la economía nacional, se preguntaron por qué esta grandeza no se había materializado y quiénes eran los culpables. Acuerdo de fondo, en opinión de Devoto32.

Las ideas históricas de Mitre han sido mantenidas con diverso grado de devoción en recintos tan dispares como la Academia Nacional de la Historia, dependencias de la Universidad de Buenos Aires como el Instituto Ravignani y en la Universidad Católica Argentina. Beatriz Moreyra escribe sobre la "dualidad y cohabitación entre los representantes de la Nueva Escuela y el grupo de historia social [de la Universidad de Buenos Aires]"33. Entre los miembros de este último cabe referirse brevemente a José Luis Romero y a Tulio Halperín Donghi.

Romero nos recuerda que la obra de Mitre surgió como un intento de conciliar un país soñado que se encontraba dividido. En efecto, luego de Caseros, la provincia de Buenos Aires entró en conflicto con las provincias y en 1853 abandonó la unión federal. En los años siguientes coexistieron dos órdenes políticos, dos capitales, dos Argentinas. Las ideas históricas de Mitre fueron una propuesta de consenso para el futuro, según Romero34. Más aún, el presidente Mitre "puso las piedras angulares del edificio de la Nación", y sobre el historiador comenta Romero: "Quien realice la síntesis del contenido de la totalidad de su obra, advertirá muy pronto que late en ella una concepción integral de la historia argentina"35. Es difícil no ver en la experiencia argentina de Romero un relevo de la excepcionalidad argentina de Mitre.

Para Tulio Halperín Donghi, se hacía cada vez más evidente que la Historia de Belgrano "se apoyaba en una apuesta que podía darse ya por irremisiblemente perdida […] incluso entre aquellos que la hallaban admirable […] aquella de que la Argentina hallaría un modo de encuadrar su estructura política en el marco de la democracia orgánica, meta del vasto esfuerzo cuyas primeras etapas narró Mitre"36. Con todo y haber sido un "ejemplo particularmente exitoso de historiografía liberalnacionalista", el ejemplo de Mitre decae en los años posteriores a 1880, cuando pierde influencia "el modelo de la historia narrativa"37. Inspirados por la reactivación del pensamiento de Sarmiento (publicación en 1882 de Conflictos y Armonías de las Razas en América), Francisco Ramos Mejía, Ernesto Quesada, Juan Agustín García y Joaquín V. González escribieron disertaciones, no narraciones.

Sin embargo, según Halperín Donghi, ninguno de estos autores logró dar cuenta de la complejidad social e histórica de la Segunda Argentina y, por lo tanto, ninguna de sus obras reemplazó el modelo de Mitre. No lo permitieron ni la arbitrariedad de Ramos Mejía en El Federalismo Argentino (1889); ni el recurso a las analogías por parte de Quesada en La Época de Rosas (1898); ni la "ausencia de auténtica integración entre los felices capítulos" de La Ciudad Indiana de García (1900); ni la "imprecisión de conceptos escondida bajo el implacable flujo oratorio" de González en El Juicio del Siglo (1910)38. En cuanto al francés Paul Groussac, tampoco fueron sus obras modelos para ser imitadas, "pues se mantuvo al margen de la tribu de los historiadores y ambiguo con respecto a su patria adoptiva"39. En Santiago de Liniers, Conde de Buenos Aires (1907), no se encuentra un heroico predecesor del Belgrano de Mitre, sino un extranjero consumido por su propio éxito en una tierra extraña y bárbara. En Mendoza y Garay (1916) se proponen unos orígenes rudos, en lugar de la primigenia sociabilidad argentina con que Mitre arrulló a sus lectores. En suma, concluye Halperín Donghi, "en estas tres décadas no surgió una tradición historiográfica capaz de reemplazar a la creada por Mitre"40. Fernando Devoto puntualizará que "el relato de Mitre era el que mejor sintetizaba la imagen de esa Argentina con la que al menos las clases medias urbanas aspiraban a identificarse: la excepcionalidad argentina, la herencia europea y la tradición republicana americana"41.

Fabio Wasserman es el último comentador de Mitre, en el seno de un proyecto historiográfico más amplio. En su tesis doctoral explica, entre otras cosas, por qué no se escribió durante la época de Rosas una historia nacional argentina. Argumenta que:

"[…] el problema era el estado de indeterminación provocado por la coexistencia de diversas alternativas de organización consideradas viables […] eran pocos los que se animaban a hacer pronunciamientos definitivos sobre cómo debían constituirse los pueblos asentados en el territorio del antiguo Virreinato y, menos aún, quienes actuaban en forma consecuente"42.

Wasserman termina su tesis con las "intervenciones de Mitre", y comenta que:

"[…] fue él quien mejor supo recoger el legado republicano, revolucionario y liberal en una narrativa histórica que terminó de cobrar forma en sus obras de madurez. Este relato del curso al que estaba destinada la región desde sus mismos orígenes se convertiría en la matriz dominante de la interpretación que la sociedad argentina hizo de su pasado durante el siglo XX"43.

En 2004 Wasserman siente que es necesario llamar la atención de sus lectores argentinos sobre sus relatos fundacionales, entre los que se destaca el de Mitre: "Resulta difícil exagerar la importancia que durante más de un siglo tuvieron éstos y otros relatos herederos de esos esquemas, pues fue a través de ellos que la sociedad argentina aprendió a reconocerse."44.

Por supuesto que la devoción de los historiadores por la obra de Mitre ya no es la norma. En el trabajo historiográfico de Wasserman respira la libertad adquirida por la Segunda Nueva Historia argentina con respecto al relato matriz, si bien aún se echa de menos una monografía dedicada por completo a Mitre y capaz de exorcizarlo por medio del análisis exhaustivo. Entretanto, puede constatarse que el tono general de la historia escrita en los últimos años está, por fin, libre de Mitre. En octubre del 2004 José Carlos Chiaramonte leyó en la Universidad Externado de Colombia una ponencia titulada "La comparación de las independencias íbero y anglo americanas y el caso rioplatense", en la que no halla necesario enfilar sus baterías contra el discurso unitario (léase centralista) de Mitre para reivindicar la legitimidad de las soberanías locales luego de la crisis española de 1808-181045. No sobra anotar, sin embargo, que Chiaramonte termina su artículo con un comentario a la impugnación que hizo Mitre en 1853 de los Acuerdos de San Nicolás, en los que, a instancias de Alberdi, se buscaba la creación de un gobierno general de las provincias con sede en Buenos Aires. Chiaramonte anota que Mitre vio en un orden jurídico que sancionase la autonomía provincial (nuevo federalismo luego de Rosas), la única manera de salvaguardar a Buenos Aires de la acción conjunta de las provincias en su contra. En suma, Mitre por doquier.

Ahora bien, la prosa optimista y amigable del "más prestigioso de los historiadores argentinos del siglo XIX"46, en palabras del mismo Chiaramonte, ha tenido vías de circulación más amplias y concurridas que las de los historiadores profesionales. No es mi intención en este artículo documentar las diversas lecturas escolares, oficiales, gremiales, argentinas en suma. Sea suficientemente elocuente sobre el volumen de estas lecturas, ya que no de su calidad, las siguientes tablas en que se reseñan las principales ediciones de las obras de Mitre posteriores a la Biografía de Belgrano, de 185747.

Puede notarse que estas empresas editoriales, fuera de toda posible comparación con el destino de otras obras históricas latinoamericanas del siglo XIX48, fueron realizadas sin distingo de las tendencias políticas imperantes. Las ediciones de ambas obras realizadas durante el siglo XIX pueden asociarse con iniciativas de instituciones y partidos políticos francamente oligárquicos, entre los cuales deben contarse cofundaciones del mismo Mitre tales como el Instituto Histórico y Geográfico del Río de la Plata, el diario La Nación y el Partido Nacional. Con todo, la seguidilla de ediciones y reimpresiones de todo tipo realizadas en el siglo XX se distribuye a lo largo y ancho del espectro político argentino, desde la segunda presidencia de Roca (1902, en el contexto del "acuerdo" del líder del Partido Autonomista Nacional con sus principales rivales, Mitre entre ellos) hasta el auge del peronismo (1950), pasando por el gobierno radical de Marcelo T. Alvear (1922-1928). Más que la política, parecen haber sido los picos de los agudos ciclos económicos argentinos los que hicieron posible volver a la reedición y venta de las obras de Mitre.

Acaso más elocuente que el recuento de las sucesivas ediciones de sus obras, sea un testimonio de 1980 en el que se percibe la penetración del relato de Mitre entre los nuevos argentinos, descendientes de órdenes políticos y culturales ajenos a Belgrano y a San Martín. Es decir, entre los miembros de la Argentina Aluvial (en expresión de José Luis Romero) los que la adoptaron como su nueva patria. En 1980, José S. Campobassi escribía en la introducción a su libro Mitre y su época:

"Cuando tenía cinco años de edad, mi madre, hija de inmigrantes italianos me enseñó a escribir, leer, sumar, restar, multiplicar, dividir, componer frases y dibujar. Paralelamente, mi padre, emigrante italiano de las costas del Adriático me enseñó a conocer a San Martín, Rivadavia, Sarmiento y Mitre… En 1921, ya adolescente, cuando se cumplió el centenario del nacimiento de Mitre, día en que yo cumplía años, mi padre me regaló un ejemplar de la insuperable edición que en esa jornada dedicó La Nación a su fundador. El mismo día me llevó al Museo Mitre para presenciar el acto en que el pueblo boquense de la ciudad porteña, donde vivíamos, depositó al pié de la pequeña estatua del primer patio de esa casa, una réplica en bronce del quepis de nuestro hombre, roto por una bala enemiga por un encuentro militar en Barracas, en 1853"49.

Un hijo y nieto de italiano es llevado de la mano a rendir tributo a Mitre. Sesenta años después publica un estudio sobre el gran hombre guiado por la devoción que le inculcó su padre, italiano. ¿Puede comprenderse una devoción de esta naturaleza con las ideas comunes hoy sobre nacionalismo? En la siguiente sección me propongo responder a esta pregunta. Me concentraré en una noción que puede contribuir a enriquecer los debates actuales sobre el tema: el nacionalismo como forma de comprensión de sí mismo, que puede ser más o menos halagadora. Específicamente sostendré que el relato nacional argentino contenido en las obras históricas de Bartolomé Mitre fue y sigue siendo exitoso y eficaz, entre otras cosas, porque a los argentinos les gusta. A su vez, este relato ha tenido el efecto benéfico de que los argentinos gusten de sí mismos. Por supuesto, podrá discutirse que éstos ya gustaban de sí mismos en el último tercio del siglo XIX y que desde entonces era inviable un relato nacional de tono menos halagador. En fin de cuentas, las ideas históricas de Mitre provienen, al igual que los hatos pampeanos, los ferrocarriles que irradian de Buenos Aires, el tango y los argentinos mismos de un espacio y un tiempo que les son comunes; esto es, del contexto social e histórico que hoy llamamos Argentina.

3. Mitre de los argentinos: la operación histórica como operación nacionalista

Este es el meollo de mi argumento: el relato de Mitre es un compendio de sentimientos nacionales que agrada a sus lectores. Es decir, que agrada a muchos lectores estadísticamente. No es del gusto de todos. A Juan Bautista Alberdi no le gustó, pero muchos lo han encontrado excelente. El descubrimiento del Plata, obra de navegantes mejores que Colón; la conquista del Paraná y de sus pampas, empresa de capitanes de buena familia; la excepcionalidad argentina; el desarrollo natural, orgánico y social de la idea revolucionaria de Mayo; San Martín, principal capitán de América; la vocación argentina para el comercio con el mundo (es decir Europa); Argentina, tierra abierta para los inmigrantes; la civilización en Buenos Aires; en fin, Argentina tiene reservado un puesto de liderazgo en la América meridional.

Escribe Mitre pasajes como los siguientes. "Argentina es en Sud América el único ejemplo de una sociabilidad hija del trabajo reproductor"50. Páginas después explica que la "sociabilidad argentina" se conformó también con

"indígenas sometidos [que] se amoldaban a la vida civil de los conquistadores, formaban la masa de su población, se asimilaban a ellos, sus mujeres constituían los nacientes hogares y los hijos de este consorcio formaban una nueva y hermosa raza, en que prevalecía el tipo de la raza europea con todos sus instintos y con toda su energía." (p. 52).

Los conquistadores del resto de América no fueron colonizadores, sino que se limitaron a "injertar la civilización europea en el tronco podrido de las semicivilizaciones indígenas" (p. 56). Valdivia en Chile y Martínez Irala en el Plata sí lo fueron. Sebastián Caboto "disputa a Colón la gloria del primer descubrimiento" (p. 56), pues Colón no fue más que "un desgraciado colonizador de las Antillas" (p. 55). Cortés y Pizarro no fueron más que "extraordinarios hombres de acción" (p. 56), mientras que Díaz de Solís fue "uno de los primeros navegantes de su tiempo […] descubridor del Río de la Plata […] destinado a recibir la semilla de la civilización humana." (p. 56). Los conquistadores del Plata, en su mayor parte vizcaínos y andaluces, "traían en su temperamento étnico las calidades de dos razas superiores, altiva y varonil la una, imaginativa y elástica la otra", lo que faltó al Perú, cuyo "más grande caudillo ni siquiera sabía escribir su nombre" (p. 57).

La sociabilidad argentina se caracteriza por condiciones que "neutralizan el rozamiento de los intereses encontrados" y "entrañaban desde muy temprano los gérmenes de una sociedad libre" (p. 54). Los conquistadores argentinos trajeron consigo tres elementos de lucha: el espíritu guerrero, el espíritu municipal y la preparación para el trabajo, que "mancomunados, y hasta cierto punto ponderados, constituían una democracia rudimental." (p. 58). Mitre agrega un vaticinio abrupto: "Era pues un territorio preparado para la ganadería, constituido para prosperar por el comercio y predestinado a poblarse por la aclimatación de todas las razas de la tierra." (pp. 54-55). Insiste que la colonización del Plata "obedecía a un plan preconcebido, que tenía en vista la producción, el comercio y la población." (pp. 59-60). En la hoya del Paraná "el más admirable y vasto sistema hidrográfico de la América del Sur" (p. 68), se conformó una raza por el concurso de las tres en que se divide la humanidad, "la europea o caucasiana era su parte activa, la indígena o americana como auxiliar y la etiópica como complemento […] la europea ha prevalecido por su superioridad, regenerándose constantemente por la inmigración" (p. 73).

Al final del primer capítulo Mitre empieza su análisis del monopolio español con miras a explicar cómo "empezaron a difundirse las sanas ideas del buen gobierno, a formarse ese espíritu de resistencia y a establecerse por su vía natural la corriente comercial que debía engrandecer al Río de la Plata, preparando la insurrección económica." (p. 79). El "espíritu municipal" determinó "el desarrollo lógico de la conquista" (p. 81). La circulación del contrabando por el Plata era como "la circulación de la sangre vital" y el desastre que esto ocasionaba en la economía del Perú y del Imperio se seguía de "la ley natural" (p. 87). Gracias a ella:

"Se enriquecía, se poblaba, se regeneraba y se educaba por el manejo de los propios negocios y por su contacto con el mundo, este núcleo robusto de una nación futura, al cual algunos han llamado ‘poderosa aristocracia’ y otros ‘inteligente burguesía’. Era sencillamente una asociación libre de estancieros y mercaderes, en que los agricultores no dejaban de figurar en segunda línea; bajo el pié de una igualdad que los dignificaba, gozaban todos a la par de los dotes gratuitos de la naturaleza y del trabajo remunerador, constituyendo una democracia de hecho, que se organizaba en la vida civil y se desarrollaba espontánea y selvática en las campañas, con un temple de independencia genial." (p. 96).

Belgrano hace su aparición en el capítulo XIX. Mitre menciona sus estudios de abogacía en la Universidad de Salamanca. El capítulo XX termina con la creación del Consulado de Buenos Aires y el nombramiento de Belgrano para su dirección. Con "Vieytes, Castelli, Moreno y otras inteligencias argentinas" (pp. 105-106), quienes trajeron a Buenos Aires las ideas de los economistas franceses, españoles e ingleses, Belgrano pertenece "al grupo de los fundadores." (p. 112). Patriota desde siempre, asumió la secretaría del Consulado con el fin de libertar a su patria. Mitre le atribuye todo documento conducente a este fin, aunque esté firmado por otro: "Don Francisco Antonio Escalada, órgano de las doctrinas de Belgrano […]" (p. 116); "Don Pedro Cerviño [leyó] un discurso ante el Consulado, apoyando las ideas de Belgrano y desacreditando el monopolio." (p. 113).

La obra de Belgrano crece entre las dificultades que amenazan con "barbarizarla", y las Provincias Unidas del Río de la Plata logran intervenir a favor de la emancipación de sus vecinos americanos, pues son ellas las que "al cumplir para con la América la misión redentora que ella únicamente podía llenar, y coronarla enviando al Perú su último ejército con el más grande de sus generales, completaba históricamente el programa de la revolución argentina" (Vol. III, p. 27). Mitre no olvida que los ejércitos de San Martín y las naves de Brown volvieron al sur en 1822, y que fueron oficiales y tropas venidas de otro país las que coadyuvaron con los peruanos a su "redención". El historiador lo menciona a párrafo seguido, lo que no obsta para singularizar la "misión redentora" en las Provincias del Plata.

En medio de su narración del desastre que comenzó para el gobierno central en 1819 (serie de capítulos titulada "La Guerra Social", donde narra la disolución del Congreso y del Directorio), Mitre se refiere a los cabildos, y anota:

"En el Río de la Plata esta institución echó raíces más profundas que en el resto de América. Bajo sus auspicios se planteó la primitiva colonización y se inoculó en la naciente sociabilidad el espíritu comunal que le dio consistencia, según se explicó antes […]. Esta situación […] es la que en 1820 se desmoronaba, y cuya caída solo era contenida por la mano debilitada del Cabildo de Buenos Aires" (Vol. III, pp. 101-102).

Hacia finales del año fatídico, los caudillos del litoral están en retirada y "era así como todos los elementos que constituían la sociabilidad argentina tendían a la organización política, obedeciendo a las leyes de la gravitación, a la vez que las fuerzas disolventes se neutralizaban" (Vol. III, p. 287)51. Pero no son solo las leyes del universo las que moldean la grandeza argentina, sino ella misma, sus hombres y, en particular, los de Buenos Aires. Sobre la entrada en el puerto del bergantín español Aquiles, portador de una comisión regia que proponía la aceptación de Fernando VII como monarca constitucional, y de la negativa de la Junta de Representantes de Buenos Aires, Mitre comenta: "Así terminó el año XX […] en que una sola de las provincias argentinas contestaba al Rey de España que no admitía proposiciones de paz sino sobre la base del reconocimiento de la Independencia Argentina" (Vol. III, p. 290).

Estos ejemplos, tomados de la Historia de Belgrano, son suficientes para avanzar hacia una conclusión. Antes, sin embargo, es necesario poner las afirmaciones de Mitre en perspectiva. Como relato nacional, como punto de encuentro de los argentinos y como operador de la imagen de sí mismos, la obra de Mitre no llega de primera mano a la mayoría de sus usuarios. Para la mayor parte, ella es materia de estudio elemental, resumido, recitado e impuesto, si bien no del todo por la fuerza. Cada argentino debe elaborar su propio compuesto de identificación nacional a partir de una plétora de materias primas: la capital federal y el bello collage de las provincias argentinas; hatos, tropillas y aperos de montar; el Río y el puerto; la Pampa, la Patagonia y la Sierra; el Sur; el fútbol y el rock; Borges o Cortázar; el lenguaje de los argentinos; la pléyade inagotable de cantantes, actores, divas, deportistas y -pocos pero bien explotados- los premios Nobel; el socialismo y el anarquismo (el integrismo se reserva al fuero muy interno); un gremio, un barrio. En fin, cada cual se construye su "argentinidad", sin darse cuenta, como en cualquier país.

Con todo, los argentinos heredaron un aliciente que les asiste en el ánimo y el tono que prestan a su personal elaboración nacional: el precedente de Mitre, de su propio nacionalismo, construido de la manera más sistemática, con gusto, optimismo y en el ejercicio pleno del derecho de congratularse. Más que un simple ejemplo, este precedente es enseñado en la escuela, legado por padres y abuelos (muchos de ellos viejos súbditos de reyes lejanos), es diseminado como un caudal de riego. La operación nacionalista de Mitre ha sido convertida en discurso nacional. O al menos, en una colección imprescindible de motivos nacionalistas de la que pueden servirse los argentinos con solo haber pasado por la escuela (a la manera de una colección de prendas, como las medallas que utiliza Mitre para dar lustre al mapa de la batalla de Chacabuco que incluye en su Historia de San Martín).

Conclusión

La ventaja de colecciones de identificación nacionalista como las historias de Mitre es que están cuidadosamente elaboradas con vista a su lectura, estudio y comunicación. Regida su escritura por las exigencias del método histórico, están diseñadas para ser citadas. De hecho, la escuela y los ritos políticos públicos lo que hacen es citarlas y al hacerlo comandan autoridad. Solo los poetas tienen la autonomía suficiente para citarse a sí mismos y frecuentemente escapan al nacionalismo. La mayor parte de las personas citan historiadores. La sociabilidad argentina de Mitre se recrea en las maneras de los argentinos, en el voseo, en el inusitado nacionalismo de una nación de inmigrantes. La excepcionalidad argentina se manifiesta cuando personas de la calle desean la mejor de las suertes a Colombia, allá en Centroamérica, cuando Sábato se refiere al Brasil como una selva oscura y cada vez que boliviano significa indígena y paraguaya empleada doméstica.

¿Quiénes citan las obras de Mitre, quién renueva la savia de sus ideas históricas y las restituye como temas contemporáneos en la calle, en los medios? En principio impresores e intelectuales, algunos de los cuales he discutido en la segunda sección. En su senda siguen los cuadros del sistema educativo, desde los ministros que disponen el contenido de los estudios hasta el profesor de provincias, pasando por los redactores de manuales. A diario los secunda el periodismo, con La Nación, fundación de Mitre, a la vanguardia; las esferas públicas de la política y la televisión. Hombres y mujeres en sus esferas privadas cada vez que se figuran argentinos. Los niños en la escuela.

El estudio de nacionalismos particulares es el de un conjunto indefinido de ideas que circulan en una población. Como en todo lo que pertenece al dominio de las ideas y de las emociones humanas, es preferible no asumir la existencia de totalidades por agotar, disyuntivas definitivas o sistemas cerrados. Los nacionalismos no son cajas cerradas; tampoco operan como ecuaciones; ni siquiera cabe esperar de ellos una ética, como es el caso de las instituciones. Los nacionalismos son colecciones incompletas, discursos truncados, relatos incoherentes, recuerdos borrosos, paisajes imposibles. Con todo, sus combinaciones personales presentan, de individuo en individuo, temas y motivos recurrentes que circulan en una órbita y no más allá. Los nacionalismos ocurren en dos modos siempre presentes: ideas y sentimientos. Su diferencia es de grado: las ideas son construcciones verbales más claras. Las ideas o sentimientos de impronta nacionalista ocurren en horizontes limitados, que pueden o no corresponder a unidades territoriales. Estos horizontes discursivos definen, por sí mismos, horizontes culturales, siempre abiertos a una gran heterogeneidad interna (de tipo regional, de clase, religioso, étnico y, ante todo, individual). Poseen como características simultáneas esta heterogeneidad y una sorprendente rigidez de conjunto: no importa la pobreza o riqueza, coherencia o disonancia, estridencia o afonía de las ideas y sentimientos nacionales de un individuo determinado, es difícil que ya formadas las cambie por otras.

En Nations and Nationalism, Ernest Gellner concluye que solo en la Europa atlántica surgieron nacionalismos originales, inéditos, propios52. En su artículo "Nationalism and State-Building in Latin American History", David Brading sostiene que "en América Latina el nacionalismo llegó tarde, fue hijo del siglo XX", y agrega que las razones son obvias:

"Las ideologías de liberación fueron tomadas en préstamo de Francia, los límites territoriales eran legado del Imperio Español y en lugar de nacionalismo ocurrió en la región una mezcla de liberalismo importado y patriotismo Criollo, enriquecida con las doctrinas renacentistas del republicanismo clásico"53.

Estas afirmaciones son demasiado taxativas y rígidas para referirse a algo tan amorfo, cambiante, indefinido (y, sin embargo, pertinaz y ubicuo) como el nacionalismo. Menos rígido es el acercamiento de Anthony D. Smith en National Identity:

"[Nuestra] suposición básica es que debemos tratar siempre las naciones y el nacionalismo como fenómenos culturales. Es decir, el nacionalismo, la ideología o movimiento, debe ser relacionado de cerca con la identidad nacional, concepto multidimensional en el que se incluyen un lenguaje, unos sentimientos y un simbolismo específicos"54.

Para Smith el nacionalismo también es una enfermedad de la cultura y National Identity termina con la frustración de no poder ofrecer una cura. En América Latina los nacionalismos no solo fueron posibles sino necesarios desde la abolición de la autoridad real. Las antiguas cláusulas de identificación, en su tiempo suficientes para establecer un vínculo entre los súbditos y de ellos con sus territorios en el seno del Imperio, cambiaron en cuestión de pocos años. Para las personas más cercanas a la revolución, titulares de cargos públicos y responsables de redactar nuevos discursos y constituciones, el reemplazo de las antiguas ideas era parte de su trabajo diario. Entre estos hombres los historiadores fueron quienes hicieron las contribuciones más importantes en la provisión de nuevas colecciones de temas y motivos nacionales. La libertad del género histórico se los permitía en mayor medida que a otros escritores, pues la operación de la historia tradicional consistía en la acumulación de eventos memorables del pasado; de anales o décadas; de ideas, nociones o juicios heterogéneos, y su única exigencia era que esta pluralidad se acomodase como cuentas y dijes en el collar de una narración.

En todas las repúblicas hispanoamericanas y en el Imperio del Brasil fueron producidas bibliotecas históricas, colecciones de nuevos motivos de identificación nacional entre individuos y de ellos con sus territorios. En la Argentina, Bartolomé Mitre produjo una colección de nuevos temas y motivos de identificación que fue del gusto de los argentinos. También porque halagan a sus lectores, la Historia de Belgrano y la Historia de San Martín han gozado de especial éxito como relatos nacionales. Sabemos que ambas anteceden a la sociedad industrial y no nos corresponde decir en qué medida sean enfermizas.


1 MITRE, Bartolomé, Historia de Belgrano y de la Independencia argentina, 3ª y definitiva edición en 3 tomos, Buenos Aires, Félix Lajouane, 1876.

2MITRE, Bartolomé, Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana, 2ª ed. definitiva, corregida y aumentada, 4 tomos, Buenos Aires, Félix Lajouane, 1889-1890 (1ª ed., 1887).

3 WASSERMAN, Fabio, Conocimiento histórico y representaciones del pasado en el Río de la Plata (1830-1860), Universidad de Buenos Aires, tesis doctoral aprobada el 7 de diciembre de 2004, inédita. El autor discute este fenómeno en el Capítulo XII "La Intervención de Mitre", pp. 262-281.

4Manuel Belgrano (Buenos Aires, 1770-1820), político y militar. Fue uno de los principales actores de la independencia argentina.

5José de San Martín (Yapeyú, Corrientes, 1778 – Boulogne-sur-Mer, Francia, 1850), militar. Fue el principal comandante miliar de la independencia argentina y participó en la de Chile y el Perú.

6 Bernardino Rivadavia (Buenos Aires, 1780 - Cádiz, España, 1845), político y reformista. Fue el principal gestor de la Feliz Experiencia Argentina bajo la égida de la provincia de Buenos Aires (1820-1826) y figura central del Partido Unitario.

7LÓPEZ, Vicente Fidel, Historia de la República argentina, 2ª ed., Buenos Aires, Imprenta de J. Roldán, 10 Vols., 1912 (1ª ed., Buenos Aires, 1883-1893).

8 Domingo Faustino Sarmiento (San Juan, provincia argentina, 1811 - Buenos Aires, 1888) fue presidente de la Argentina entre 1868 y 1874 y autor de obras de gran influencia, entre las que se destaca Facundo - Civilización y Barbarie en las pampas argentinas publicado en Santiago de Chile en 1845.

9Dalmacio Vélez Sarsfield (Ambos, Córdoba, 1800 - Buenos Aires, 1875) fue el autor del Código Civil argentino.

10MITRE, Bartolomé, Comprobaciones históricas a propósito de la historia de Belgrano, Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, 1881 (2ª ed., 1882).

11Según consta en notas que fueron consignadas por Alberdi en privado y publicadas póstumamente como "Belgrano y sus Historiadores", en ALBERDI, Juan Bautista, Grandes y Pequeños Hombres del Plata, París, Casa Garnier, s.f. [ca.1885] (2ª ed., Buenos Aires, Editorial De Palma, 1964; reeditado en Escritos póstumos de Juan Bautista Alberdi, Buenos Aires, 1900-1901).

12 ALBERDI, Juan Bautista, "Belgrano y sus historiadores", en Grandes y Pequeños Hombres del Plata 2ª ed., Buenos Aires, Editorial De Palma, 1964, p. 55.

13 MITRE, Bartolomé, op. cit., t. 1, pp. 45-110 (Cap. I "Introducción -La sociabilidad argentina").

14 ALBERDI, Juan Bautista, op. cit., p. 213.

15 Ibid., p. 216.

16 MANTILLA, M. F., Historia del General San Martín por Bartolomé Mitre - Análisis expositivo y crítico, Buenos Aires, Imprenta de Pablo E. Coni e Hijos, 1889, pp. 21-22.

17 CARBIA, Rómulo, Historia Crítica de la historiografía argentina, Buenos Aires, Imprenta y Casa Editorial Coni, 1940.

18 FUETER, Edward, Historia de la historiografía moderna, Editorial Nova, Buenos Aires, 1953 (1ª ed. en alemán, Berlín, 1911 y 2ª ed. en alemán, Berlín, 1936).

19 BERNHEIM, Ernst, Lehrbuch der historischen Methode, Greifswald, Panzigsche Buchdruckerei, 1889; LANGLOIS, Charles Victor y SEIGNOBOS, Charles, Introduction aux Études Historiques, París, Librairie Hachette, 1898.

20 CARBIA, Rómulo, op. cit., p. 143.

21 MITRE, Bartolomé, "Biografía del General Belgrano", en MITRE, Bartolomé, SARMIENTO, Domingo F., GUTIÉRREZ, Juan M., FRÍAS, Félix, DOMÍNGUEZ, Luis, ÁLVAREZ Y THOMAS, Ignacio, et. al, Galería de Celebridades Argentinas - Biografías de los Personajes más Notables del Río de la Plata, Buenos Aires, Librería de la Victoria, Imprenta Americana, 1857, pp. 37-116. Mitre también escribió la Introducción de este volumen.

22 LEVENE, Ricardo, Las ideas históricas de Mitre, Buenos Aires, Institución Mitre, 1948, p. 26.

23 Ibid., p. 29.

24 Florencio Varela, nacido en Buenos Aires en 1807 y asesinado en 1848, político, escritor y poeta, crítico del régimen de Juan Manuel Rosas; sus Escritos políticos, económicos y literarios fueron publicados póstumamente en 1859, en Buenos Aires.

25 Ibid.

26 LEVENE, Ricardo, op. cit., p. 29.

27 Ibid., p. 99.

28 Ibid., p. 96.

29 El principal estudio sobre los historiadores revisionistas es de QUATTROCCHI-WOISSON, Diana, Los Males de la Memoria, Historia y Política en la Argentina, Buenos Aires, Emecé Editores, 1995 (reimpreso en 1998).

30 DEVOTO, Fernando, Relatos Históricos, pedagogías Cívicas e Identidad Nacional. El Caso Argentino en la Perspectiva de la Primera Mitad del Siglo XX, artículo inédito, 2004, p. 22.

31 Beatriz Moreyra insiste sobre esto en MOREYRA, Beatriz, "La Historiografía", en VV. AA., Nueva historia de la Nación argentina, Tomo X, Buenos Aires, Planeta, 2002, p. 79.

32 DEVOTO, Fernando, op. cit. Es significativo que el más connotado de los revisionistas, Julio Irazusta, autor de una Vida política de Juan Manuel Rosas a través de su correspondencia (1941), fue recibido en la Academia Nacional de la Historia, fortín de los primeros nuevos historiadores.

33 MOREYRA, Beatriz, op. cit., p. 75.

34 ROMERO, José Luis, "Mitre, un historiador frente al destino nacional", en La experiencia argentina y otros ensayos, Buenos Aires, Taurus, 2004, pp. 256-296 (Impreso originalmente en el diario La Nación en 1943).

35 Ibid., p. 278.

36 HALPERÍN DONGHI, Tulio, "La historiografía argentina del Ochenta al Centenario", en Ensayos de historiografía, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1996, pp. 45-55 (Originalmente fue publicado como "La historiografía: treinta años en busca de un rumbo", en FERRARI, Gustavo y GALLO, Ezequiel (comps.), La Argentina del Ochenta al Centenario, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1980).

37 Ibid., p. 52.

38 Ibid., p. 53.

39 Ibid.

40 Ibid., p. 55.

41 DEVOTO, Fernando, op. cit., p. 16.

42 WASSERMAN, Fabio, op. cit., p. 282.

43 Ibid., p. 295.

44 Ibid.

45 CHIARAMONTE, José Carlos, "La comparación de las Independencias íbero y anglo americanas y el caso rioplatense", en CALDERÓN, María Teresa y THIBAUD, Clément (coords.), Las Revoluciones en el mundo atlántico, Bogotá, Taurus Historia - Universidad Externado de Colombia, 2006, pp. 121-141.

46 Ibid., p. 140.

47 MITRE, Bartolomé, SARMIENTO, Domingo F., GUTIÉRREZ, Juan M., FRÍAS, Félix, DOMÍNGUEZ, Luis, ÁLVAREZ Y THOMAS, Ignacio, et. al., op. cit.

48 En el caso colombiano, la primera edición de la Historia de la Revolución de José Manuel Restrepo (París, 1827) fue de 500 ejemplares y la segunda (Besanzón, 1858) de 2140. En el siglo XX se la ha reimpreso tres veces, no siempre redituablemente: entre 1942 y 1950, a razón de un volumen por año, en la Biblioteca de Cultura Popular; entre 1969 y 1970 por editorial Bedout (5 vols.) y en 1974 también por Bedout (6 vols.) Las dos primeras ediciones de la Historia eclesiástica y civil de José Manuel Groot fueron de 500 y 1000 ejemplares (1869-1871 y 1889-1894, respectivamente). Sólo se la reimprimió completa dos veces en el siglo XX, por ABC en 1953 y por la Revista Bolívar en 1956. La Cooperativa de Artes Gráficas de Venezuela reimprimió el tercer volumen en 1941, en Caracas, bajo el título Historia de la Gran Colombia (1819-1830). En Colombia, a diferencia de la Argentina, los nombres de sus dos principales historiadores decimonónicos no son generalmente conocidos ni se mencionan en la escuela, la prensa, la radio ni en la televisión. Tampoco, con frecuencia, en las universidades.

49 CAMPOBASSI, José S., Mitre y su época, Buenos Aires, EUDEBA, 1980, p. 1.

50 MITRE, Bartolomé, Historia de Belgrano, op. cit., Vol. I, p. 52. En adelante se señalan, entre paréntesis después de las citas textuales, las páginas en las cuales éstas se encuentran en esta misma obra.

51 Germán Colmenares toma nota del recurso constante que hace Mitre a analogías científicas. Acto seguido recoge algunos pasajes de la Historia de Belgrano que ilustran la idea grandiosa que Mitre propagó sobre la Argentina. Colmenares no se detiene en este punto, interesado de preferencia como lo está en los aspectos formales de las historias latinoamericanas del siglo XIX. COLMENARES, Germán, Convenciones contra la cultura, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1987.

52 GELLNER, Ernest, Nations and Nationalism, Oxford, Oxford University Press, 1983.

53 BRADING, David, "Nationalism and State-Building in Latin American History", en POSADA CARBO, Eduardo (ed.), Wars, Parties and Nationalism - Essays on the Politics and Society of Nineteenth-Century Latin America, Serie Nineteenth-century Latin America, Londres, Institute of Latin American Studies, 1995, pp. 89-107.

54 SMITH, Anthony D., National Identity, Reno, University of Nevada Press, 1993 (1a ed., 1991), p. VII.


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