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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.33 Bogotá jan./jun. 2007

 

Tiempo libre al aire libre. Prácticas sociales, espacio público y naturaleza en el Parque Nacional Enrique Olaya Herrera (1938-1948)

Free Time Outdoors. Social Practices, Public Space and Nature at the Enrique Olaya Herrera National Park (1938-1948)

Oscar Iván Salazar Arenas1

1Antropólogo y Magíster en Antropología Social, Universidad de los Andes, Bogotá. Profesor Asistente, Departamento de Sociología, Universidad Nacional de Colombia (sede Bogotá), Bogotá, Colombia. oisalazara@unal.edu.co; oi.salazar@gmail.com


Resumen

El crecimiento de Bogotá durante el siglo XX estuvo vinculado a un proceso de modernización tanto del espacio urbano como de las costumbres, las prácticas y la mentalidad de los ciudadanos. Dentro de este panorama, una mirada a la relación entre el Estado, las élites y los ciudadanos a través del espacio público del Parque Nacional Enrique Olaya Herrera nos permite acercarnos al significado de los parques para una ciudad en transformación y para las personas que los usaban. A través de la revisión de la historia del Parque en sus primeros años de existencia (1938-1948) se revelan dos aspectos importantes del sentido de estos espacios urbanos en Bogotá. Primero, éstos hacen parte de un proyecto modernizador agenciado por las élites, que tomó forma propia al entrar en contacto con los ciudadanos. Segundo, hay una distancia entre el concepto de ciudad de los planificadores y las prácticas urbanas de los usuarios del parque, que muestran la dinámica de las relaciones de la gente con y en el espacio urbano, así como su influencia sobre las ideas y discursos hegemónicos.

Palabras claves: Historia urbana, Bogotá, vida cotidiana, espacio público, política cultural, parques.


Abstract

The growth of Bogotá during the 20th century was tied to process of modernizing urban space as well as the customs, social practices and mentality of the public. In order to understand the meaning of parks in the transformation of the city, this article examines the relationship between the state, elites and citizens in the public space of the Enrique Olaya Herrera National Park. Reviewing the early years of this park (1938-1948) reveals two important notions regarding urban parks in Bogotá: First, although they were part of a modernization project directed by local elites, these parks took on a life of their own once they were opened to the public. Second, there was a gap between the concept that planners had of the city and the urban practices of the people who used them. This gap shows that the public’s relation with urban space is dynamic and that their daily practices can affect ideas and hegemonic discourses.

Key words: Urban history, Bogotá, everyday life, public space, cultural politics, parks.


Introducción

La noticia de prensa publicada en el periódico El Tiempo que anunciaba la apertura de los jardines del Parque Nacional en 1938 estaba titulada Inauguración del Jardín Internacional1. Abajo del titular se mostraba un mosaico de fotografías de los jardines, algunos personajes y una panorámica del Parque. Imágenes posteriores tomadas desde La Merced, el barrio contiguo, recuerdan la idea de la ciudad jardín2. Esta noción del espacio en la ciudad y concretamente del Parque Nacional como jardín, se ve complementada con la idea republicana de la conmemoración de las fechas patrias o la memoria de los mártires y de los héroes de la historia nacional. Arboleda, monumento, alameda y jardín, resultan conjugados en un espacio de origen moderno: el parque.

La imagen del jardín nos remite al embellecimiento y a la decoración, nos hace pensar en el orden de las plantas, los caminos y, por supuesto, las flores; posiblemente pensemos en un jardinero. Es muy probable que hoy difícilmente evoquemos tales ideas al los parques actuales. Con seguridad, para el caso de la Bogotá contemporánea, nuestras imágenes estarán más asociadas a las canchas deportivas, las ciclorutas o a los lagos artificiales antes que al jardín; por su parte, el jardinero sería alguien encargado de arreglar el antejardín de la casa, o algún aficionado a las plantas que ejerce su afición en el espacio privado de su hogar, antes que un personaje central de un parque, que como la calle es entendido como espacio público.

Los parques pueden representar cosas contradictorias para distintas personas, a la vez que pueden ser espacios profundamente evocadores de imágenes, momentos específicos de la vida de la gente o de situaciones concretas de la historia de la ciudad. En este sentido es pertinente preguntarse: ¿Qué tipo de espacios se estaban construyendo en la ciudad en 1938 para que la idea de jardín estuviera asociada tan de cerca al Parque Nacional? La exploración de esta pregunta, hecha desde comienzos del siglo XXI, puede ayudar a entender algunas de las prácticas sociales actuales del parque y las políticas públicas que rigen los espacios verdes en la ciudad. Concretamente, resulta de mayor interés preguntarse por la relación entre los usuarios de los parques y los planificadores urbanos: ¿Cuáles eran los criterios para planificar y diseñar esos espacios y cómo fueron recibidos (practicados) por aquellos sujetos a quienes estaba destinado su uso? ¿Para quiénes estaba pensado el parque y quiénes lo comenzaron a utilizar? ¿Tenían estos diversos visitantes las mismas ideas con respecto a lo que era o debía ser un parque?

De otra parte, aunque por el lado de los administradores del espacio urbano existan proyectos implícitos o explícitos sobre la función que cumple el espacio urbano para la vida de los ciudadanos, las personas no actúan pasivamente ni reciben de manera irreflexiva estos proyectos. Al hablar de la recepción y del consumo cultural, Michel de Certeau ha cuestionado aquellos enfoques que entienden a las personas como autómatas o receptáculos vacíos, los cuales se llenan de sentido únicamente con los dispositivos disciplinarios o la incorporación de prácticas que reproducen un orden ya establecido3.

Para explorar posibles respuestas a estas preguntas es pertinente diferenciar entre los usos proyectados del espacio y los estilos de usos del mismo. Los primeros corresponden al discurso y a la práctica propia de quienes administran la ciudad y constituyen una élite dirigente. En esta dimensión se sitúan tanto los programas institucionales explícitos, como los dispositivos de control y disciplina, que son más sutiles y se encuentran implícitos en las prácticas sociales e institucionales. Por su parte, los estilos de usos denotan las prácticas de las personas en la vida cotidiana y son las maneras de actuar, improvisar, hablar o moverse en el espacio urbano. Estas prácticas cotidianas hacen una relectura del espacio y de los usos proyectados, y le dan formas propias que no siempre corresponden al proyecto inicial, aunque en no pocas ocasiones participan de él y refuerzan los discursos dominantes. De este modo se introducen efectos o resultados no deseados de un proceso de planeación o intervención en el significado o la forma del espacio urbano, que es necesario tener en cuenta para lograr una comprensión más completa del proceso de conformación del sentido del espacio público en la ciudad4.

Este artículo busca interpretar el sentido que adquieren los parques tanto para los ciudadanos como para el conjunto de la ciudad, a través del caso del Parque Nacional Olaya Herrera en sus primeros diez años de existencia (1938-1948). Haremos esta exploración a través de la relación entre el urbanismo, la naturaleza y las prácticas sociales de las personas en el espacio público, ya que las transformaciones de estos vínculos resultan importantes para comprender una parte de la ciudad moderna, que se consolidó a lo largo del siglo pasado. A pesar de su carácter apacible, tranquilo y aparentemente neutro dentro de la relación entre el Estado y las personas, los parques hacen parte de un proyecto civilizador o modernizador orientado por los grupos dirigentes, que a su vez está inscrito en un proceso social de largo plazo en el cual se encuentra inmersa toda la ciudad, y que incluso desborda sus límites. En este proceso son importantes tanto los procesos históricos que dieron origen al parque y signaron sus cambios y permanencia como espacio público, como las prácticas efectivas que allí han realizado las personas.

1. La aparición de los parques en la ciudad y su sentido

Germán Mejía señala que durante el siglo XIX Bogotá atravesó por un intenso proceso de cambio en lo referente a sus espacios y a los hábitos de los ciudadanos. La ciudad se encontraba en una larga transición entre el mundo colonial y la modernidad, que se veía reflejada en los modos de vida y en las políticas sobre su forma. Dentro de este marco, Mejía se refiere a las transformaciones de las antiguas plazas coloniales, que funcionaban como centros económicos, comerciales y políticos:

"La conversión de las plazas en parques fue, sin duda, uno de los signos más claros de la transformación que se estaba operando en la ciudad. A partir del decenio de 1870, algunas de las más importantes plazas fueron convertidas en objeto de adorno de los símbolos patrios erigidos en ellas y, por extensión, de la ciudad. El enrejado con que fueron rodeados tales jardines enajenaron definitivamente dichos lugares, llegando a su fin el carácter de escenario que habían tenido por siglos. De ser sitios de utilidad pública, por las pilas y chorros, y de diversas asociaciones simbólicas por la multiplicidad de actividades que se realizaban en ellas, los nuevos parques quedaron convertidos en instrumentos del nuevo culto a la patria y a las instituciones civiles"5.

Estos parques conjugaban la intención de construir lugares públicos para la diversión, lo cual representaba una ruptura con el sentido colonial del espacio urbano, y la pretensión de erigir símbolos que buscaban reforzar el proyecto de nación del siglo XIX. Al hacer una breve revisión de los nombres de los parques y de los referentes simbólicos de su creación, se hace evidente la intención conmemorativa. Además de las plazas convertidas en jardines cerrados, tales como el Parque Santander (1857), la Plaza de Bolívar (1877) o el Parque de los Mártires6, la ciudad asistió al surgimiento de parques más grandes que conservaron el espíritu conmemorativo: el del Centenario (1883) con motivo de los cien años del nacimiento de Simón Bolívar y el de la Independencia (1910) con motivo del centenario de la declaración de Independencia.

Adicionalmente al sentido patrio y conmemorativo, los parques se construyeron con la intención de generar posibilidades de recreación y entretenimiento para los habitantes de la ciudad. El Parque del Centenario, el primero de este tipo, incluía dentro de su equipamiento nuevos jardines, asientos de madera, dos pilas de bronce, un templete elaborado en piedra tallada, destinado a contener una estatua de Bolívar (actualmente ubicado en el Parque de los Periodistas) y un carrusel. En el Parque de la Independencia también se construyeron pabellones para exposiciones, de los cuales sobrevive el Pabellón de la Luz. El área fue rodeada de arboledas y cerrada con una reja7. La intención de los primeros parques de la ciudad, derivados de las plazas coloniales, era entonces cuádruple: conmemorativa, decorativa, higiénica y recreativa.

Las transformaciones de las plazas en jardines conmemorativos fueron recibidas con júbilo por parte de algunos y con rechazo por parte de otros. Durante la Guerra de los Mil Días, ante las dificultades de mantenimiento y protección de algunos de los monumentos, varios parques fueron cerrados al público. Los periódicos de la época señalaban que los visitantes no respetaban las plantas, y eran frecuentes las quejas por el desaseo y el daño de los jardines8 . De otro lado, comenzaron a hacerse evidentes la aceptación generalizada de los parques y la asociación de la naturaleza con la noción de tiempo libre. En La Opinión, en una edición del año 1900, se pedía que se reabrieran los parques tras la guerra, porque "[...] ya se siente la necesidad de que los niños, las señoras, los enfermos, disfruten del puro ambiente bajo los frondosos árboles de los parques"9.

El sentido de la aparición de los parques y su papel en la vida urbana moderna se relaciona con las mismas intenciones que transformaron las plazas en jardines o parques, a las cuales se sumó pronto un quinto aspecto, de orden urbanístico-técnico orientado a la conservación, y que fue aplicado específicamente a los nuevos parques de comienzos del siglo XX en las zonas periféricas de la ciudad, tales como el Luna Park, el Parque de la Independencia y el Parque Nacional.

Por una parte, la intención conmemorativa se orientaba al fortalecimiento de los símbolos patrios y a la construcción de un proyecto nacional avalado e impulsado por el Estado. Se trataba de ideas promovidas por grupos de clases dirigentes y orientadas a toda la nación, que desbordaban el carácter local y urbano del parque. La intención decorativa o estética apuntaba al embellecimiento de la ciudad bajo unos parámetros permeados por las ideas europeas imperantes acerca del orden y la forma ideal del espacio urbano. Esta intención estaba fuertemente relacionada con la búsqueda del saneamiento y la higiene en la ciudad, que a finales del siglo XIX y ya entrado el XX fueron unas de las mayores preocupaciones del estado. El éxito de las nuevas políticas de limpieza estuvo relacionado con cambios culturales importantes sobre las concepciones del cuerpo y de la salud humana. La intención recreativa obedecía a un criterio más funcional, y apuntaba a la generación de alternativas de esparcimiento y diversión de tipo moderno para la ciudadanía, que se complementaron con las aficiones y diversiones de origen colonial.

Finalmente, la intención conservacionista de los parques de comienzos del siglo XX consistía en la protección de las fuentes de agua de la ciudad, ya que éstas se encontraban en un estado preocupante de contaminación, y el crecimiento del perímetro urbano y la explotación de canteras comenzaban a hacer patente un problema de deforestación y destrucción de los Cerros Orientales. Desde este punto de vista, la naturaleza se comportaba como una variable técnica para la ciudad que era necesario preservar por su funcionalidad10. Esta última intención, así como la ubicación en la periferia

de la ciudad y sus características físicas, diferenciarían a los nuevos parques de las antiguas plazas coloniales que habían sido convertidas en parques-jardines. De esta manera, el Parque Nacional hacía parte de un conjunto de nuevas obras orientadas específicamente a la construcción de una ciudad moderna, inspirada en el espíritu de la planificación urbana y el progreso.

2. El Parque Nacional y la planificación urbana

La fundación del Parque Nacional Enrique Olaya Herrera fue precedida por la aparición de otros dos parques a principios de la década de 1920, los cuales se inclinaban más a la idea de recreación -y en alguna medida a la de conservación-, que a las intenciones conmemorativas y de embellecimiento. Se trataba del Parque Luna Park (1921), ubicado al sur de la ciudad, y del Parque Gaitán (1922), que gozó de mucha popularidad hasta mediados del siglo XX por su lago y sus atracciones mecánicas11. La creación del Parque Nacional Olaya Herrera a mediados de los años treinta12 marcó una ruptura en lo referente al sentido que el espacio público para la recreación en la ciudad había tenido hasta ese entonces. Los motivos de fundación del Parque estaban a medio camino entre la intención republicana de la conmemoración, que para ese entonces era muy fuerte en la ciudad, y la introducción de ideas técnicas y estéticas sobre planificación urbana y modernización, por parte del arquitecto austríaco Karl Brunner13.

En este sentido, la noción de parque como un espacio urbano abierto de manera permanente a las necesidades de esparcimiento de los habitantes de la ciudad, marcó una diferencia con respecto a todo lo que se había proyectado hasta el momento: para sus diseñadores el primer objetivo era pedagógico, es decir, el parque debía ser un espacio público del cual debían apropiarse los usuarios y aprender a cuidarlo como suyo, desarrollando una sensibilidad hacia las plantas y animales que contenía esa gran parcela14.

El interés por la naturaleza y el paisaje, ahora enmarcado por criterios urbanísticos modernos, influyó en los usos proyectados de los parques que comenzaron a darse desde aquel entonces por parte de los administradores de la ciudad. El jardín resultaba de crucial importancia en el diseño de los parques o en el rediseño de las plazas, a lo que se sumó un creciente interés por la recreación de la población. Dentro de los equipamientos con los que contaba el Parque en su fundación, se encontraban:

"...tres campos de tenis; prados artificiales para juegos de niños, en una extensión de tres hectáreas; equipos para juegos de niños; una paseo para niños, de más de 300 metros, afirmado y ornamentado; gran parte de los jardines, con un estanque central y con sus paseos afirmados. Además, se trajeron de los Estados Unidos numerosas plantas ornamentales que se requerían para producir ciertos efectos de colorido que no se pudieron obtener con las plantas del país"15.

El parque no sólo constituía una reserva hídrica o un espacio que adornaba la ciudad. El Parque Nacional y los demás de la ciudad se convirtieron en escenarios en los que se hacían patentes las diferencias entre los planificadores y los usuarios. La forma original del parque contrasta con el sentido incluyente y democrático que se le imputa en la actualidad, y nos habla más de sus gestores que del público que efectivamente comenzó a hacer uso de él: "A juzgar por el tipo de diseño inicial […], que incluía canchas de tenis, parqueaderos y restaurantes, entre otros equipamientos, el parque estuvo pensado más como un espacio para las élites y la naciente clase media, antes que como un espacio para todos los ciudadanos"16. Si bien dentro de los planes nunca se menciona el público al cual iban destinados los parques, su uso estaba marcado por las diferencias sociales, la creciente estratificación de la población de la ciudad y los contrastes de gustos, preferencias y actividades posibles para el tiempo libre.

3. Tiempo libre y cultura

El diseño del parque y el proyecto urbanístico en el que se enmarcaba no explican por sí solos la configuración que tomaron sus prácticas y usos. Además del énfasis ordenador y planificador del urbanismo, el proyecto modernizador se comenzaba a materializar en los discursos y prácticas culturales agenciadas primordialmente por las élites. De esta forma, la función recreativa del Parque Nacional se configuró en torno al nexo entre la idea del tiempo libre asociada al mundo moderno del trabajo y las ideas que la República Liberal impulsó sobre la "alta cultura" y la "cultura popular". Tanto el tiempo libre como las ideas sobre cultura hacían parte de un proyecto civilizador más amplio que buscaba darle forma específica a las costumbres, las creencias y a la sensibilidad de la población, y que inevitablemente enfatizaba la distinción social y las diferencias de clase.

En cuanto al tiempo libre en las décadas de 1930 y 1940, el diagnóstico de Archila17 con respecto a la relación entre la clase obrera y las élites ilustra bien la situación. Dentro del reordenamiento del tiempo cotidiano que hace la modernidad entre tiempo productivo y tiempo de descanso, el tiempo libre adquiere sentido como categoría cultural, y lo que se hace en ese tiempo libre comienza a ser una preocupación en la medida en que pueda afectar las actividades productivas y el orden establecido. De acuerdo con Archila, las élites dirigentes sospechaban de las actividades de tiempo libre de los obreros por dos motivos: estas actividades estaban asociadas al consumo de alcohol -principalmente la chicha-; y toda reunión era sospechosa de intrigas políticas. A estas preocupaciones se sumaba el interés higienista por limpiar y sanear la ciudad18.

Dentro de este marco, algunas actividades "tradicionales" de tiempo libre como las peleas de gallos o frecuentar las numerosas chicherías de la ciudad, se encontraban por fuera de los parámetros del proyecto civilizador19. Además del cine, una de las innovaciones más importantes de la primera mitad del siglo XX en cuanto a ofertas recreativas fue la gradual consolidación de los deportes. Éstos se unieron a la lucha antialcohólica, las campañas moralizadoras y al higienismo como parte de las políticas de las élites para modernizar las costumbres de la población. En esta tarea, las canchas deportivas construidas en el Parque Nacional eran acordes con la intención de crear formas modernas de diversión y actividades de tiempo libre.

El segundo aspecto que enmarca las prácticas y las políticas estatales en torno a los parques de la ciudad para la época es la diferenciación entre "alta cultura" y "cultura popular", impulsada por las clases dirigentes y principalmente por los gobiernos de la República Liberal20. La noción de cultura popular estaba asociada al folklore y al rescate de ciertas tradiciones que representaban una idea de identidad nacional. Esto implicaba que no todas las prácticas sociales tradicionales cabían dentro de la "cultura popular" que le interesaba a las clases dirigentes. La visión de lo popular y sus cambios "está mediada por el surgimiento de algunos de los elementos que definen a una sociedad como moderna, lo mismo que por una reorientación de la política -y sobre todo de la política cultural-"21.

Los dirigentes liberales de la época crearon los proyectos y oficinas de Extensión Cultural, dependientes del recientemente reformado Ministerio de Educación Nacional. Hubo dos fases de la política cultural de estos gobiernos: la primera, aproximadamente de 1930 a 1940, orientada a la "difusión de ciertas formas de cultura intelectual y de un sistema variado de preceptos y de normas educativas y sanitarias que se consideraba esencial en el proceso de civilización de las masas", y la segunda, entre 1940 y 1948, que buscaba "combinar el proceso de difusión de la cultura con el de conocimiento de las culturas definidas como populares"22. Dentro de este panorama, la separación entre alta cultura y cultura popular impuesta por las élites constituía tanto una herramienta para la modernización de las costumbres como un mecanismo de distinción social. La alta cultura debía ser "extendida" a quienes no la poseían para civilizarlos, y la cultura popular era definida y construida por el discurso de las mismas élites, que buscaban recuperarla e impulsarla.

El Parque Nacional constituyó uno de los escenarios privilegiados de la ciudad para la extensión cultural. Antes de su inauguración oficial se construyeron en sus predios el Teatro y la Biblioteca Infantil, conocidos como "Teatro del Parque" (1936), para actividades tales como el cine, el teatro y la promoción de la lectura23. Adicionalmente, era uno de los escenarios para la presentación de la Banda Nacional. Las actividades claramente estaban orientadas a "las masas", de acuerdo con la separación entre alta cultura y cultura popular. Junto con el Parque Nacional, en 1945 eran escenarios para las actividades de extensión cultural en la ciudad: el Centro Cultural Social, un instituto nocturno orientado a la educación de obreros en actividades artísticas y el Teatro al Aire Libre de la Media Torta24.

4. Sobre quiénes y cómo usaban el parque

Veamos ahora la manera como se expresan la noción moderna de tiempo libre y la idea institucional de cultura de la época en las representaciones sobre los hábitos y prácticas de la población en el Parque Nacional. Ambas cosas influyeron en la concepción de lo que era un verdadero ciudadano, lo que produjo contradicciones y conflictos en su encuentro con los hábitos culturales existentes. Por ejemplo, el diseño original del parque refleja la mentalidad burguesa y modernizadora de los diseñadores, que contrasta con la apropiación efectiva de los bogotanos diez años después. Estas contradicciones entre tradición y modernidad estaban mediadas por diferencias de clase social, que eran reforzadas en las representaciones de la época sobre el tiempo libre y la recreación.

Una guía turística de Bogotá publicada en 1948 establecía esta diferenciación de clases sociales al referirse a las oportunidades y prácticas de diversión en el tiempo libre. Al hablar de la "población obrera", el autor afirma que el día domingo "sale de los barrios y se desparrama por los parques y por los pintorescos aledaños de la ciudad. El domingo es su día de paseo, de "piquete" y de "fanfarria"25. A continuación diferencia las actividades de tiempo libre de la clase media: "es la que llena los salones de cine, la que invade la plaza de toros, el teatro al aire libre de la Media Torta y las graderías de los estadios". De "los ricos" menciona los paseos a tierra caliente, las fincas de recreo, los clubes, los restaurantes y los cabarés26.

Mientras las élites generaron desde el siglo anterior espacios privados de distinción social tales como los clubes y las fincas de recreo, las clases medias y bajas tendían a permanecer durante los fines de semana en la ciudad y hacían un mayor uso de los equipamientos dispuestos por el Estado para su disfrute. La oferta de diversión de la ciudad se vio fortalecida por las políticas culturales de la República Liberal, que buscaba difundir la "alta cultura" entre la población. Dentro de esta lógica, los conciertos de música y las presentaciones de la Banda Nacional en los parques de la ciudad fueron respaldados por las políticas de extensión cultural.

La conciencia de una forma distinta a la tradicional de uso del tiempo y de la necesidad de recreación fueron crecientes en la primera mitad del siglo XX. Hacia mediados de la década de 1940 la revista Cromos denunciaba la falta de oportunidades de diversión para los ciudadanos en diferentes artículos, que además recogían en crónicas lo que las personas hacían en su tiempo libre, examinadas con el lente de quienes eran más conscientes de las diferencias de clase social y que desde su posición evaluaban lo que era un ciudadano modelo. En un tono picaresco y crítico, una de dichas crónicas se refería a los visitantes del parque y los usos que hacían de él. El artículo hablaba de los "típicos visitantes": "A la vuelta de cualquier esquina puede usted encontrar el día domingo un hombre cuyo vestido no es precisamente un ejemplo de elegancia o de aseo". A continuación resalta el carácter de vago del personaje por no tener empleo. La crónica continúa con su recuento, así:

"[...] como todo bogotano que se respete, tiene que hacer un programa para distraer esas horas, de descanso para quienes han trabajado y también, cosa extraña, para los que holgaron durante los seis días anteriores. [...] Y, claro, se va al parque donde por lo menos puede pasear o sentarse sin pagar nada. Allí se le puede ver de las dos a las seis de la tarde, leyendo un novelín de romance o aventura que le prestó el hijo del vecino, caminando a todo lo largo y ancho de los sembrados, en busca de coger una flor para molestar al vigilante. Al final se sienta en un banco como cualquier abonado permanente al teatro y duerme con la más perfecta de las tranquilidades. Pero no solamente este individuo ha ido al parque. La sirvienta bogotana es muy aficionada a distraer lo que llama muy serio ‘su domingo’, gastando un poco de energía sobrante a recorrer el jardín público. En el Parque Nacional o en cualquier pequeño de los barrios, se la encuentra con otras compañeras o con un galán arrabalero, comiendo caramelos y precisamente sentada en los prados donde hay un letrero que dice ‘se prohibe pisar’"27.

El tiempo libre moderno en el parque no está libre de normas y se encuentra regulado por la vigilancia estatal. La transgresión de tales normas se ve como una actitud natural de los visitantes, a los que el periodista caricaturiza con una clara intención de distinción social. Su crítica con respecto a los parques concluye con la siguiente afirmación: "[...] el parque, con perdón de los enamorados, es algo "de modée" (sic), para ciertos espíritus en determinadas circunstancias"28. Tanto este texto como en la Guía de Bogotá de 1948 se hace evidente la caracterización de los parques como espacios utilizados por los más pobres, en los que además se desprecian los hábitos de quienes los usan, en una mezcla de intención distintiva por parte de las élites, y la sanción de parte de quienes se consideran "cultos", que para nuestro contexto local se convirtió en sinónimo de "civilizados". Tener cultura era sinónimo de "ser consciente" y bien educado para comportarse en público y frente a los bienes públicos.

Dentro de esta lógica de distinción social y representación de las diferencias, el Teatro Colón era el paradigma del escenario para la "alta cultura", la Media Torta y las retretas en los parques eran los de la "cultura popular"; los clubes privados y los paseos familiares a los balnearios cercanos a la ciudad representaban la oportunidad de contacto con la naturaleza por parte de las élites, y los parques lo eran para las clases medias y bajas de la ciudad. En ambos casos los mecanismos de segregación y distinción en el uso del espacio dependían en parte de los costos para el acceso. El Teatro Colón y los clubes eran lugares que implicaban la posesión de capital económico y cultural para su consumo, mientras la Media Torta y los parques eran subvencionados por el Estado y no tenían ningún costo.

Sin embargo, no podemos aceptar a ciegas la caracterización fácil del parque como un espacio puramente de la "clase obrera" o de las "clases populares", promovido por los periódicos. Aunque es un hecho que su uso por parte de los más pobres era predominante, algunos testimonios y los mismos periódicos muestran cómo a mediados del siglo existían actividades que podían convocar a todos los sectores de la ciudad. Un ejemplo de ello eran las retretas de los domingos de la Banda Nacional, que se realizaban tanto en el Parque de la Independencia como en el Parque Nacional.

Pero hay algo más en el artículo de Cromos que nos remite a la reflexión en torno al carácter moderno del parque; así como el autor del artículo construye la caricatura de un individuo vago y desorientado, existe en el mismo relato un flaneur oculto o un "hombre de la multitud" que se dedica a observar lo que ocurre y a reflexionar en torno a ello. El ciudadano que camina y recorre ciertos rumbos de la calle o del espacio público con actitud reflexiva pero indefinida, tiene una relación con el entorno en la que capta información y observa a la manera de un investigador privado perdido entre la multitud, una forma de vagancia más sofisticada29. Este personaje es el periodista mismo, quien mira y describe en la crónica sobre las diversiones de los bogotanos.

El periodista, como observador de lo cotidiano que reflexiona sobre lo que observa, se comporta como un sujeto plenamente moderno, que además ejerce sus derechos ciudadanos y aboga por unos comportamientos y actitudes correctos: condena la vagancia, la mala educación, la falta de respeto por los jardines, los adornos de la ciudad. En el sentido del periodista, los vagos del parque, las mujeres que se sientan en el prado y arrancan las flores, o los niños maleducados que se suben a los árboles no tienen un carácter de ciudadanos, ya que su condición marginal -vago, mujer, niño-, los excluye. En esta medida, el proyecto modernizador se expresa en la voz del periodista que a través de su crónica los muestra como sujetos incompletos, que no son reflexivos y les hace falta convertirse en "ciudadanos conscientes".

En el contexto de los primeros años de existencia del parque, ¿cuáles serían, entonces, las calidades de un sujeto que pudiera acceder a la condición de ciudadano? El material analizado aquí nos lleva a una conclusión parcial que no es nueva: ser ciudadano implicaba ser adulto, varón, sujeto productivo y razonable. Adicionalmente, aunque el vago en su lectura del folletín y sus paseos por el parque pueda eventualmente ser reflexivo, no es reconocido como tal por su mismo carácter de vago, mucho menos como alguien productivo para la sociedad. El ciudadano con derecho al uso del parque sería además alguien involucrado en las relaciones de producción; quienes tienen tiempo de ocio porque la mayoría del tiempo trabajan, son quienes pueden usar el parque de manera legítima.

Tal vez en esta suposición radican muchas de las ideas del Estado con respecto a los usos de dichos espacios públicos, que, aunque pueden ser matizadas e incluso cuestionadas a partir de una observación atenta, persisten hasta hoy en el discurso oficial. A pesar de que el parque exista en medio de estas dicotomías, y tal vez como resultado de ellas -la intención recreativa de los parques supone la existencia de la separación entre ocio y trabajo-, también es un escenario donde se desdibujan las fronteras entre la productividad y la vagancia, entre lo natural y lo artificial, y entre lo público y lo privado.

5. Los jardines y los ciudadanos

Uno de los aspectos en los que se expresaban las contradicciones entre el modelo de comportamiento moderno que se estaba imponiendo y la población era el de la relación entre las personas y los apreciados jardines. Éstos fueron diseñados dentro de una lógica paisajística de contemplación y decoración propia de las concepciones estéticas de las élites, que combinaba dos modelos del mundo moderno europeo: el jardín francés y los parques ingleses. El diseño del Parque Nacional está constituido por "…un plan ecléctico y poco unitario, en el que [a]parecen geometrizaciones del jardín francés al lado de naturalismos propios del jardín inglés o japonés; como una versión criolla del parque tipo Haussmaniano o Victoriano…"30. En tal sentido, el parque hacía posible desde su diseño tanto la actividad del paseo para "ver y ser visto", favorecido por el jardín francés, como la introspección subjetiva que privilegian espacios más abiertos propios del parque inglés.

Sin embargo, el uso de los jardines y árboles del parque por parte de los visitantes en no pocas ocasiones distaba de ser el ideal de un ciudadano "culto", "civilizado" y contemplativo como el del modelo de comportamiento asociado a su diseño. En varias notas de la revista Santa Fe y Bogotá, publicada por la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá se menciona su preocupación por lo que hacían las personas en los parques. Una de las notas publicadas en la revista dice:

"Debido a la falta de vigilancia y a que no se sanciona generalmente a las personas que tienen la mala costumbre de entrar "a saco" en los parques y jardines de la ciudad, especialmente en el Parque Nacional, pueden verse a diario gentes dedicadas a la tarea de arrancar salvajemente plantas y flores. Hacemos un llamado a la ciudadanía consciente para que nos ayude en la lucha contra esta fea manía de robarse las flores y las plantas que, aun cuando pertenecen al público para su recreo, nadie tiene el derecho, por la misma razón, de tomarlas abusivamente para su adorno particular"31.

Más adelante, en la misma sección de la revista se vuelve a llamar la atención con respecto a la necesidad de vigilancia,

"[...] para prevenir o impedir que niños mal educados usen los árboles para sus acrobacias y maromas y destruyan salvajemente las tiernas ramas de los árboles en crecimiento, lo mismo que para impedir que mujeres sin cultura arranquen indebidamente flores y plantas, como se ve frecuentemente en el Parque Nacional por falta de vigilancia"32.

Posteriormente, en otro número de la misma revista el tema de la vigilancia en los parques de la ciudad vuelve a aparecer: "[...] el personal de vigilantes debe aumentarse, por turnos rigurosos, a fin de evitar que personas incultas destrocen árboles, plantas y flores, o persigan criminalmente las avecillas que dan alegría y prestan útiles servicios en nuestros parques"33.

En los fragmentos anteriores pueden identificarse los elementos de la relación entre los ciudadanos y las instituciones, así como la forma de entender los parques de la ciudad por parte del Estado. El parque es asumido como un bien público que es de todos y para todos, lo cual demanda un comportamiento diferente al que los dueños de una finca tendrían con las plantas y animales de sus tierras. En el conflicto de la destrucción de los jardines se mezclan dos elementos: el conflicto entre la libertad ciudadana y el cuidado de la vida -en este caso, la vida del parque-, y el cuidado de los bienes públicos y la necesidad de "hacer consciente" al ciudadano "falto de cultura" de la necesidad de respetar esos bienes que son públicos.

Veamos primero el punto del comportamiento ciudadano y su relación con el Estado. El parque se convierte en un escenario de conflicto entre la concepción estatal de formar ciudadanos modernos y el comportamiento individual de unos sujetos que posiblemente desconocen el proyecto civilizador agenciado por el Estado, aunque se les exija acogerse a unas normas con respecto a los bienes públicos. En términos de Norbert Elías34, podemos decir que los parques se ven atravesados por un proceso de cambio en el equilibrio entre el yo y el nosotros, en el que se delega al Estado la responsabilidad del cuidado de lo público a través de la solicitud de vigilancia, mientras se demanda mayor autocontrol por parte de los ciudadanos para cuidar el parque. Los sujetos son, entonces, clasificados en "ciudadanos conscientes", y en personas, mujeres o niños "faltos de cultura" -la mención explícita a las mujeres y a los niños por supuesto no es gratuita.

Al mismo tiempo, el parque conmemorativo apunta a la generación de referentes de identificación más generales que el nivel familiar o comunitario, a través de ideas como las de nación y la condición de ciudadano. En este sentido, la conmemoración recurrente busca construir huellas de memoria que sustentan la pertenencia a un colectivo. El monumento a Uribe Uribe a la entrada del Parque sobre la carrera Séptima, los bustos de próceres, el mapa de Colombia, constituyen equipamientos con los cuales el Parque cuenta desde su primeros años de existencia, y que marcan el espacio y le otorgan el sentido colectivo que el Estado tiene la responsabilidad de preservar35.

El segundo elemento a destacar de los fragmentos citados es la relación de las personas con la naturaleza, y el carácter político del parque. A diferencia de lo que ocurre hoy cuando se habla de vigilancia en el espacio público, el clamor de la Sociedad de Mejoras y Ornato no demandaba velar por la seguridad de los ciudadanos en los parques, sino por la seguridad del lugar. El parque contiene una naturaleza frágil, que debe ser protegida; las actitudes de los ciudadanos con las plantas y animales son tildadas de criminales, y los responsables son personas que en el discurso no tienen el carácter de ciudadanos: se habla de "mujeres incultas" y "niños maleducados". En la medida que se demanda proteger la vida del parque de las acciones de los individuos, el lugar se ve atravesado por un discurso de carácter biopolítico totalmente coherente con el objetivo conservacionista del mismo. El parque es entendido como una unidad, como un cuerpo susceptible de ser lastimado, de ser objeto del crimen.

Sin embargo, el paisaje del parque no es producto de procesos naturales. Se trata de una construcción cultural y material derivada de la acción del hombre, y marcada por diferencias sociales y de poder. Lo mismo ocurre con el discurso desplegado en torno a él. La idea del jardín como una manipulación de la naturaleza para ordenar el espacio de acuerdo con criterios estéticos exige la intervención del Estado y la exclusión y control de otras formas de entender la naturaleza. Alberto Patiño Galvis, miembro activo de la Sociedad de Mejoras y Ornato, tras exigir que se implantara una vigilancia más estricta en los parques de la ciudad señala que "...hay otro tipo de destructores que es necesario perseguir y castigar: las personas que arrancan ramas para convertirlas en leña para fines de calefacción en sus hogares, a expensas del ornato de la ciudad"36. Aquí se hacen evidentes las relaciones de poder ejercidas desde el Estado por las élites, en cabeza de la Sociedad de Mejoras y Ornato, las que esgrimen criterios estéticos que apuntan a la conservación del lugar con la intención de embellecer la ciudad, y las personas que en su actuar cotidiano entienden la naturaleza como fuente proveedora de insumos gratuitos para enfrentar exigencias prácticas de la vida diaria.

6. Cuerpo, naturaleza y tradiciones: la modernización de las costumbres

Las ideas de la naturaleza en la ciudad y el paisaje han estado implícitas en los parques desde la aparición del jardín conmemorativo, la alameda y los paseos de los parques de finales del siglo XIX. Tiempo libre y aire libre ya estaban asociados desde la creación del Parque de la Independencia y continúan estándolo ahora. Sin embargo, ya hemos visto que las libertades que existen en el "aire libre" han estado condicionadas por criterios técnicos, estéticos y de diferenciación social, que limitan o sancionan determinados usos del espacio, así como a aquellos que tienen derecho legítimo para usarlo. De forma complementaria, en el plano de las ideas y discursos que sustentan la existencia de los parques en la ciudad, su carácter como espacios modernos está basado en su capacidad evocadora de lo que el mundo moderno ha destruido para crear las ciudades; esa idea se basa en la condición del parque como naturaleza domesticada por la cultura y en la noción de autenticidad que orienta las prácticas y representaciones relacionadas con él. En los párrafos que siguen veremos estas dos dimensiones de las prácticas y representaciones: el parque como expresión de una concepción moderna de la relación entre el cuerpo y la ciudad, y la noción de autenticidad expresada en las ideas folcloristas de la cultura popular.

En cuanto a la relación con la naturaleza, el contacto de los ciudadanos con los parques comenzó a cambiar de la visita contemplativa de los jardines y la idea fundamentalmente esteticista de la ciudad jardín a la idea del parque como lugar de "contacto con la naturaleza", donde además se podía "respirar"37, y a una relación más activa con el espacio debido a la promoción y popularización de los deportes. En su discusión sobre los cambios culturales en la concepción el cuerpo en Colombia en los siglos XIX y el XX, Zandra Pedraza diferencia entre la actividad física de la sociedad señorial y la que se configuró progresivamente en el siglo XX: mientras "las actividades cinéticas que consiente la urbanidad son el paseo a pie, a caballo o en coche" con la intención de "solazar el espíritu y contribuir a la salud del cuerpo"38, la "cultura física" constituyó una concepción del cuerpo vinculada con los discursos higienistas de la primera mitad del siglo, que popularizó la gimnasia y los deportes como medios para acceder a la belleza, el placer y la felicidad39.

En este sentido, la construcción de un parque que incluía canchas deportivas es reflejo de la popularización de los deportes y su promoción como formas modernas de uso del tiempo libre: "El pueblo que anhela la educación física encarna la civilización: moral, salud y trabajo son sus principales rasgos y los obtiene gobernando el cuerpo y las pasiones, adaptándose al trabajo mecánico y usando el tiempo libre para reponer las fuerzas"40. Las canchas de fútbol y de tenis construidas en el Parque Nacional desde sus inicios, muestran el cambio de sentido de los deportes que, como ocurrió con varios de ellos en la primera mitad del siglo XX, pasaron de ser eventos sociales de las élites a ser actividades populares de diversión y espectáculo. De este modo, en el deporte como práctica en el parque confluyen las concepciones modernas del cuerpo, la naturaleza y la recreación que se consolidan a lo largo del siglo XX41.

Veamos ahora la dimensión de las costumbres tradicionales que persistieron y tomaron nuevas formas en el Parque Nacional. A comienzos del siglo XX era frecuente una práctica recreativa proveniente del siglo anterior, realizada fundamentalmente los domingos: "la familia se desplazaba para divertirse, comer en un sitio campestre y de paso, bañarse en los riachuelos"42. En los sectores más adinerados, las familias solían trastearse con muebles, maletas, utensilios de cocina y demás enseres, así como con un grupo de criados y empleados de la familia. Si se compara esta costumbre con los "piquetes" en el Parque Nacional descritos por la prensa de los años 1940, caben pocas dudas sobre la relación entre ambas prácticas. Se trata de un hábito común a varias clases sociales, en el que la distinción social se expresa, entre otras cosas, por medio de las maneras y los lugares donde se realiza. De acuerdo con las descripciones de la prensa, las clases altas salen de la ciudad, mientras los obreros y empleados de clase media permanecen en ella y usan los parques. Al respecto la revista Cromos dice:

"Uno de los aspectos más típicos que ofrece la clase obrera es el del "almuerzo en el parque" o el del clásico "piquete" que ha logrado -con el transcurso de los años- una indiscutible posición social ya que, para despedir a un funcionario burocrático; para congratular a un político, no hay nada mejor que dar un ‘piquete’ en su honor, con las tradicionales "papas enchalecadas" y la fresca y adobada sobrebarriga, con una o dos tandas de licor rubio servido en los "burros" que tanto atractivo han brindado a más de un ‘míster’"43.

Además del piquete de domingo como forma de recreación y actividad colectiva de tiempo libre, también en días laborales la alimentación de los más pobres tenía los parques como escenario:

"Desde las once y media de la mañana empiezan a llegar a nuestros parques -preferentemente a los de Santander y San Diego- mujercitas humildes que portan en sus manos desteñidos talegos de liencillo en cuyo interior se ocultan: una cuchara de palo, una botella y una olla, visiblemente marcada a su paso por el indiscreto humo de la hornilla alimentada con leña verde. Allí va el almuerzo para un trabajador. Muchas veces, son niñas de pocos años las encargadas de llevar el almuerzo para el padre o el hermano"44.

A estas descripciones se suma la documentación frecuente de las diversiones bogotanas hecha por la misma revista, que solía publicar con alguna frecuencia artículos y fotografías sobre las diversiones de los bogotanos y lo que calificaba de "costumbres populares"45. Esta divulgación de la ciudad después del cuarto centenario de su fundación, la oferta del Estado en materia de cultura y recreación, y las costumbres de los habitantes reforzaban la política cultural del momento promovida por Extensión Cultural en su doble sentido educativo y de documentación de la cultura popular.

Las descripciones del "piquete" de los domingos o del consumo de chicha solían confrontarse con las costumbres refinadas de la élite en clubes y restaurantes. La documentación de las costumbres populares hecha por la prensa se mantiene dentro de un tono de ironía y curiosidad por lo que hacen los más pobres, en un claro sentido exotización de lo popular, una de las características de lo que es visto como folclórico. Y si lo que hacen los pobres en el parque merecía ser documentado es porque era considerado algo auténtico, de allí la sorpresa del turista, el "míster", al ver burros cargando tinajas con chicha. Desde entonces la búsqueda de autenticidad característica de la mentalidad moderna se encuentra presente en el parque. En él se busca no sólo aquella naturaleza que la modernidad está destruyendo, sino también los rezagos de la tradición que merecen ser rescatados como "cultura popular".

De esta manera, la presencia de un parque urbano como el Nacional refuerza el carácter moderno de la ciudad que lo contiene, pues evoca lo que la urbe ya no es y no puede volver a ser, es decir su alteridad, y sustenta su existencia en la nostalgia de lo natural y la búsqueda de lo auténtico, que hacen parte de los anhelos de las personas en el mundo moderno. Los parques son una evidencia del doble carácter destructivo-creador de la modernidad y su materialización en el espacio urbano.

Comentarios finales

Desde la creación del parque, la brecha entre planificadores y usuarios se hizo evidente en el comportamiento y las prácticas sociales de las personas. Mientras el diseño inicial reflejaba algunas de las actividades deportivas y los hábitos de las élites que lo gestaron, fueron las clases bajas y medias las que, en el lenguaje actual, se lo apropiaron. Las prácticas y hábitos arraigados entraron en conflicto con la concepción moderna de espacio público que se estaba introduciendo, y eran recurrentes las sanciones sociales de tipo moral en las descripciones de la prensa escrita con respecto a los usos no autorizados, no cívicos o no modernos. En esta medida, el parque estuvo marcado desde sus primeros años por procesos de distinción e identificación social.

La política cultural durante la República Liberal influyó en gran medida en la consolidación de las concepciones modernas del tiempo libre y la recreación, y por esta vía, de usos "apropiados" del espacio público en la ciudad. Si bien estas políticas permitieron ampliar la gama de ofertas y lugares para el tiempo libre en la ciudad, también contribuyeron a marcar las diferencias sociales de quienes hacían uso de los parques y otros equipamientos urbanos. Pero la diferenciación social en el uso y sentido del espacio urbano nunca fueron determinados exclusivamente por las élites. La ciudad engendra y hace posibles expresiones más libres de prácticas sociales, incluso reinterpretando aquéllas que pueden ser vistas como "tradicionales".

La confrontación de los usos proyectados de los planificadores con los estilos de usos del parque muestra cómo las prácticas sociales desbordan las capacidades de planeación46. Sin embargo, ambos aspectos se encuentran inscritos dentro de un proceso de modernización de las políticas culturales, el espacio urbano y de las prácticas sociales, dentro del cual existen múltiples contradicciones y conflictos. A pesar de las diferencias entre el proyecto de los administradores y las prácticas de los ciudadanos, hay aspectos en los que se puede encontrar bastante coherencia entre el sentido que tomaron las políticas públicas y las actividades cotidianas de las personas; una de ellas es la concepción de la naturaleza y su relación con el cuerpo, que se puede ver en las prácticas deportivas y la cultura física, que ya se encontraban bastante popularizadas para la década de 1940.

La relación entre el cuerpo y la naturaleza en el parque nos lleva de nuevo al planteamiento de Sennet sobre el vínculo de la ciudad con el cuerpo humano. La circulación es algo natural en los seres vivos, lo que es naturalizado como normal y deseable para el caso de la ciudad moderna: los individuos deben circular por el espacio urbano. La metáfora de los parques como pulmones de la ciudad no es simplemente una figura retórica; se trata de la expresión de una mentalidad urbana moderna que radica la existencia del mundo tal como lo conocemos en la relación del hombre con una naturaleza domesticada. Ya situados en el momento actual podemos ver cómo relación se ha transformado a lo largo del siglo XX, y la idea del jardín de las élites de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá se convirtió en una concepción más técnica vinculada con el paisajismo y la ecología, que no sólo implicaban a los ciudadanos, sino también a los seres humanos en su relación con la naturaleza.

Lo último que cabe mencionar es que las ideas eugenésicas del aire libre y la higiene corporal de principios de siglo pasado calaron de manera profunda en la mentalidad de los bogotanos47. De allí se deriva la asociación entre naturaleza y limpieza, la cual hace parte de los diferentes discursos modernizantes por los que la vida urbana se vio influida a lo largo del siglo XX. Sin embargo, y a pesar del éxito y la acogida de algunas ideas impulsadas por las élites, es claro que los ciudadanos actúan y han actuado siempre de manera activa en la construcción de los modos de vida urbanos. La revisión de las prácticas de las personas en el Parque Nacional durante sus primeros años de existencia muestra cómo las prácticas sociales, sin ser necesariamente formas contestatarias u orientadas por una acción política explícita, comportan una acción constante de interpretación y adaptación de los recursos materiales y sociales disponibles, y no son actos irreflexivos de recepción y reproducción de las estructuras hegemónicas48.


1 El nombre completo era "Jardín Internacional de la paz, Enrique Olaya Herrera". Se trataba de un homenaje al dirigente liberal muerto a comienzos del año 1938. La noticia de prensa señalaba que el jardín había sido diseñado con flores de 60 países y tenía un carácter educativo. Junto con el jardín se mencionaba la construcción de un mapa de Colombia en relieve hecho en cemento. El Tiempo, No. 9671, Bogotá, 30 de agosto de 1938, p. 1.

2 Archivo fotográfico del Museo de Desarrollo Urbano, actual Museo de Bogotá. fotografías disponibles también en ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ, Bogotá CD, Bogotá, Icono multimedia editores, 1998 [CD-ROM].

3 DE CERTEAU, Michel, La invención de lo cotidiano I. Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana, 1996.

4 DE CERTEAU, Michel, "Walking in the city", en DURING, Simon (ed.), The Cultural Studies Reader, London, Routledge, 1993, pp. 151-160.

5 MEJÍA, Germán, Los años del cambio: historia urbana de Bogotá, 1820-1910, Bogotá, Centro Editorial Javeriano (CEJA) -Instituto de Cultura Hispánica, 1999, pp. 207-208.

6 Germán Mejía señala que en 1882 se rodeó la estatua de Bolívar de jardín, árboles y dos pilas de bronce. La misma suerte había corrido la Plaza Santander y posteriormente el Parque de los Mártires. Todos fueron cercados con rejas con el fin de protegerlos. Ibid, p. 208. Al respecto también puede verse ESCOVAR, Alberto, MARIÑO, Margarita y PEÑA, César, Atlas histórico de Bogotá 1538-1910, Bogotá, Corporación La Candelaria, 2004.

7 MEJÍA, Germán, op. cit., p. 211.

8 Ibid., p. 211.

9 Citado por Ibid., p. 209.

10 "Poco después de la creación del Parque Nacional, algunos vieron la posibilidad de extenderlo hasta los cerros orientales a la manera de una gran reserva forestal lindante con la ciudad. El problema que ya se hacía patente era un problema de carácter ecológico, pues la explotación de canteras y tejares en los cerros orientales no sólo estaba destruyendo el paisaje, sino que con ello se afectaban las hoyas de los ríos que nacen en estos cerros. Por esta razón, se proponía la creación de un Gran Parque Nacional (continuando con la labor iniciada con el Parque Nacional Olaya Herrera) que se desarrollaría sobre las faldas de los cerros orientales, desde San Cristóbal hasta Chapinero y hasta la cima de la cordillera. Un parque formado por un gran bosque y dotado de campos deportivos, calzadas para automóviles, senderos y todas las facilidades recreativas, destacando los cañones naturales de Las Delicias, El Arzobispo, San Francisco, San Agustín y San Cristóbal." CIFA, Historia de los parques Nacional, Tunal y Simón Bolívar, Bogotá, Centro de Investigaciones Facultad de Arquitectura, Uniandes (CIFA) – Instituto Distrital de Cultura y Turismo (IDCT), 2000 [CD-ROM]. En el año 2003 el Observatorio de Cultura Urbana del IDCT publicó una versión editada de este informe de investigación. OBSERVATORIO DE CULTURA URBANA Y ZAMBRANO, Fabio (eds.), Tres parques de Bogotá: Nacional, Simón Bolívar, el Tunal, Bogotá, Alcaldía Mayor de Bogotá, 2003. No obstante, en algunos casos se referirá al informe original del CIFA, cuando las citas sean pertinentes para los argumentos de este artículo.

11 CIFA, op. cit.

12 "Se podría afirmar que la historia del Parque Nacional se inicia en 1915 con la gestión que lleva a cabo el Municipio para la adquisición de las hoyas hidrográficas localizadas en los cerros orientales de Bogotá. La iniciativa fue motivada por la insuficiencia de agua para el servicio de la ciudad causada, en parte, por los desmontes en las fuentes de los ríos." La construcción y diseño de estos predios como parque, coincide con la conmemoración del centenario de fundación de la ciudad, 1938, aunque desde 1933 ya se estaban adelantando los diseños. (CIFA, op. cit.).

13 El arquitecto Pablo de la Cruz aseguraba acerca del Parque Nacional en una carta de 1934: "Inicialmente se proyectó por los Ingenieros del Municipio un parquecito inglés con unos espacios libres abiertos para estacionamientos de autos. Pero luego vino el profesor Brunner y de acuerdo conmigo proyectó una avenida de unos 32 metros de ancho, que une la carrera 13 con la 7ª y que será la continuación de la carretera de salida construida ya en el Gran Parque Nacional". OBSERVATORIO DE CULTURA URBANA y ZAMBRANO, Fabio (eds.), op. cit., p. 95.

14 CIFA, op. cit.

15 MINISTERIO DE OBRAS PÚBLICAS, Memorias del Ministro de Obras, Bogotá, Ministerio de Obras Públicas, 1938.

16 OBSERVATORIO DE CULTURA URBANA y ZAMBRANO, Fabio (eds.), op. cit., p.100.

17 ARCHILA, Mauricio, Cultura e identidad obrera. Colombia 1910-1945, Bogotá, CINEP, 1991.

18 Para una discusión más amplia del problema del tiempo libre entre los obreros y las nuevas formas de diversión en la primera mitad del siglo XX, ver ARCHILA, Mauricio, op. cit., pp. 180-186.

19 No puede decirse que la modernización de la ciudad eliminó por completo las actividades de diversión tradicionales y de la sociedad colonial. Una gran excepción son las corridas de toros, una de las actividades más populares del siglo XIX, que aún persiste. De manera simultánea en torno al cuarto centenario se construyeron dos grandes edificios que en el tema de recreación representaban tanto la tradición como la modernización de la ciudad: la Plaza de Toros "La Santa María", culminada en 1936, y el estadio de fútbol "Nemesio Camacho El Campín", inaugurado en 1938. ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ, Bogotá C.D., Bogotá, Icono multimedia editores, 1998 [CD-ROM].

20 SILVA, Renán, República liberal, intelectuales y cultura popular, Medellín, La Carreta Histórica, 2005, pp. 13-57.

21 Ibid., p. 18.

22 Ibid., p. 21. Las cursivas son del original.

23 NIÑO, Carlos, Arquitectura y Estado. Contexto y significado de las construcciones del Ministerio de Obras Públicas. Colombia 1905-1960, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1991, pp. 106, 163-164.

24 DELGADO, Carlos "La campaña cultural del gobierno", en Cromos, Vol. LIX, No. 1467, Bogotá, Inversiones Cromos, marzo 3 de 1945, p. 59.

25 ARAGÓN, Víctor, "Cómo se divierte Bogotá", en Guía de Bogotá, Colección Sucesos Colombianos, No. 4, Bogotá, Editorial Antena, 1948 (sin paginación).

26 Ibid.

27 FORERO, Paulo "¿Qué hace usted el domingo en Bogotá?", en Cromos, Vol. LVI, No. 1389, Bogotá, Inversiones Cromos, agosto 21 de 1943, p. 52.

28 Ibid.

29 ORTÍZ, Renato, Modernidad y espacio. Benjamin en París, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2000.

30 NIÑO, Carlos, op. cit., p. 211.

31 PATIÑO GALVIS, Alberto, "Observaciones e insinuaciones urbanas", en Santa Fe y Bogotá, No. 6 y 7, Bogotá, Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, enero-febrero 1946, p. 22.

32 Ibid.

33 SOCIEDAD DE MEJORAS Y ORNATO, "Observaciones e insinuaciones urbanas", en Santa Fe y Bogotá, No. 9, Bogotá, Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, agosto 1946, p. 10.

34 ELÍAS, Norbert, La sociedad de los individuos, Barcelona, Editorial Península, 1990 (1987). Ver también BÉJAR, Helena, La cultura del yo. Pasiones colectivas y afectos propios en la teoría social, Madrid, Alianza, 1993.

35 Tanto el mapa en relieve de Colombia como el Monumento a Rafael Uribe Uribe fueron terminados en 1940. NIÑO, Carlos, op.cit., p. 163.

36 PATIÑO GALVIS, Alberto, op. cit., p. 23.

37 Desde una perspectiva foucaultiana, donde la forma física de la ciudad tiene una función disciplinaria y de incorporación de hábitos en las personas, Richard Sennet se refiere a dos puntos que se encuentran en los parques modernos: la idea de la circulación como principio regente del espacio urbano, y su relación con el proceso de individualización. Los parques hacen parte de la mentalidad moderna que asoció el descubrimiento de Harvey en el siglo XVII de la circulación en el cuerpo humano con el diseño ideal de la ciudad, que se materializó con reformas urbanísticas de grandes ciudades europeas, como la de Haussman en París. En este sentido, "La planificación urbana del siglo XIX intentó crear una masa de individuos que se desplazaran con libertad y dificultar el movimiento de los grupos organizados por la ciudad. Los cuerpos individuales que se desplazaban por el espacio urbano poco a poco se independizaron del espacio en que se movían y de los individuos que albergaba ese espacio. Cuando el espacio se fue devaluando en virtud del movimiento, los individuos gradualmente perdieron la sensación de compartir el mismo destino que los demás". Dentro de esta lógica, la construcción de espacios abiertos, incluidas plazas, parques y alamedas fue concebida por el urbanismo como algo indispensable para permitir el movimiento de las personas y constituir "pulmones" que permitieran la circulación del aire dentro del conglomerado urbano. SENNET Richard, Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, Barcelona, Alianza Editorial, 2002 (1994).

38 PEDRAZA, Zandra, En cuerpo y alma: Visiones del progreso y la felicidad. Bogotá, Uniandes, 1999, p. 197.

39 Ibid., p. 241. Pedraza precisa la diferencia existente entre la cultura física masculina y la de mujeres y niños: mientras el deporte estaba orientado a los varones de las élites, las mujeres y los niños debían hacer gimnasia. Esta diferenciación se replicaba tanto en los modelos pedagógicos como en el discurso de los medios de comunicación de la época.

40 Ibid., p. 224.

41 La concepción moderna del tiempo también se consolida por efecto del ordenamiento temporal de la semana entre días productivos y días de descanso -sobre todo los domingos-, y el uso diferenciado de los lugares de producción y descanso. El parque se constituye ante todo un lugar que sirve para el alivio del cansancio generado por la actividad productiva. Para 1970 esta idea, sus vacíos y contradicciones es evocada en un poema de Mario Rivero sobre el Parque Nacional al referirse a las sirvientas que frecuentan el parque los domingos: "Disfrutarán del sol, antes de volver a sumergirse / en la abyección de la vida desfavorable y larga, / de nuevo en la prisión de su casa ciudadana / debatiéndose en la búsqueda oscura de algo diferente, / soñando otra vez con el domingo…". RIVERO, Mario, Mis Asuntos, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1986, p. 42.

42 REYES, Catalina y GONZÁLEZ, Lina Marcela, "La vida doméstica en las ciudades republicanas", en CASTRO CARVAJAL, Beatriz (ed.), Historia de la vida cotidiana en Colombia, Bogotá, Editorial Norma, 1996, p. 229.

43 MATTOS ORDOÑEZ, Juan, "Mazamorra con recado y chicha", en Cromos, Vol. LXV, No. 1633, Bogotá, Inversiones Cromos, junio 19 de 1948, p 4.

44 Ibid., p. 4.

45 Para este trabajo se revisaron todas las revistas Cromos de la década 1938-1948. En el artículo únicamente se incluyen las referencias de los artículos efectivamente utilizados en el texto.

46 Una descripción detallada de los estilos de usos actuales de los parques metropolitanos de Bogotá puede encontrarse en CIFA, op. cit. y OBSERVATORIO DE CULTURA URBANA y ZAMBRANO, Fabio (eds.), op. cit., pp. 163-170.

47 Sobre el tema del debate eugenésico en Colombia, ver PEDRAZA, Zandra, "El debate eugenésico: una visión de la modernidad en Colombia", en Revista de Antropología y Arqueología, Vol. 9, Nos. 1-2, Bogotá, Universidad de los Andes, 1996-1997, pp. 115-159.

48 En abril de 1948 se realizó en el Parque Nacional una multitudinaria ceremonia con motivo del entierro del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, asesinado el 9 de abril. De acuerdo con Herbert Braun, este acto liderado por los dirigentes liberales tuvo el sentido de restablecer las jerarquías políticas tradicionales "mediante un espectáculo público en el que el pueblo volviera a ser tan solo un espectador pasivo". BRAUN, Herbert, Mataron a Gaitán. Vida pública y violencia urbana en Colombia, Bogotá, Editorial Norma, 1998 [1985], p. 355. Esta intención refuerza la posición de las élites y las interpretaciones académicas que hablan de los hábitos culturales y de las costumbres políticas de las masas como pasivas y muchas veces irreflexivas. Si no se le ha dado mayor relevancia a un hecho tan importante en la historia nacional, que tuvo como escenario el Parque Nacional, es porque el objetivo del artículo es explorar la dimensión cotidiana más rutinaria y "silenciosa" de las prácticas sociales relacionadas con el parque, y no los grandes eventos y acontecimientos políticos que tienden precisamente a oscurecer e, incluso, a invisibilizar lo que ocurre en el día a día. Sobre el entierro de Gaitán y las interpretaciones acerca de la ceremonia, remitirse al texto de Herbert Braun. Ibid.


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