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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.33 Bogotá ene./jun. 2007

 

CALDERÓN, María Teresa y THIBAUD, Clément (eds.), Las revoluciones en el mundo atlántico, Bogotá, Universidad Externado de Colombia - Taurus, 2006, 437 pp.

La Independencia como ruptura

Eduardo Posada Carbó1

1Investigador Asociado del Latin American Center, St Antony’s College, Oxford, Gran Bretaña, donde obtuvo su M.Phil. en Estudios Latinoamericanos y D.Phil. en Historia Moderna. posadacarbo@hotmail.com


Por muchos años, la historiografía moderna parecía haber abandonado el campo de la Independencia latinoamericana. Hubo por supuesto notables excepciones. Y en algunos países, como México, el interés por el período y sus actores se mantuvo -pero en otros, como en Colombia, las investigaciones sobre estos temas han sido más bien escasas: así lo advierten los editores en el prólogo de este libro-.

En los últimos tres lustros, sin embargo, su estudio ha experimentado un gran renacimiento, acompañado de nuevas y estimulantes perspectivas. Parte de este renacer se debe a los trabajos de François-Xavier Guerra, cuyos significativos aportes son reconocidos aquí por Federica Morelli: ante todo, el haber “inspirado […] una serie de estudios sobre aspectos casi olvidados de la Independencia, como los lenguajes políticos, las primeras experiencias representativas o el nacimiento de nuevos espacios de sociabilidad política” (p. 92).

El legado de Guerra es visible en algunos de los 16 capítulos que forman esta excelente colección de ensayos. No en todos, claro está. Una de las tantas virtudes del libro es acercar al lector a visiones sobre la independencia de diversas escuelas, originadas en las Américas y en Europa. En efecto, el fenómeno -¿los fenómenos?- bajo estudio abarca ambas realidades: de allí su título, Las revoluciones en el mundo atlántico.

La mayoría de los capítulos está dedicada a examinar aspectos de la Independencia en Hispanoamérica, pero los hay también sobre los Estados Unidos (de Jack Green), Haití (de Bernard Gainot), Brasil (de Joao Paulo G. Pimienta), mientras que Federica Morelli reflexiona sobre el revisionismo historiográfico frente al “trienio republicano italiano” (1796-1799) y sus posibles lecciones. La Revolución francesa y los acontecimientos en España forman parte del contexto en que se desenvuelve la narrativa. Frente a Hispanoamérica, la premisa revisionista -estimulada por los trabajos de Guerra-, es considerar la Independencia como el resultado del vacío de autoridad que produjo la invasión napoleónica de la Metrópoli en 1808.

El volumen abre con un ensayo de Jack Greene sobre los Estados Unidos -sede de la “primera revolución atlántica”-, un punto de referencia que debería tomarse más en cuenta al examinar los otros procesos de independencia en el continente. Hubo muchas similitudes. George Lomné, por ejemplo, propone identificar una afición por la antigüedad clásica republicana, que habrían compartido los padres fundadores de los nuevos países en las Américas, en el Sur y en el Norte.

Sin embargo, los contrastes son quizás más significativos. Anthony McFarlane señala algunos, como el carácter más violento y prolongado de las guerras en Hispanoamérica. Hubo también diferencias entre las actitudes de los oficiales de los respectivos ejércitos imperiales: en Estados Unidos permanecieron más fieles a la metrópoli.

Los tipos de guerra fueron, así mismo, distintos, con mayores variaciones regionales en Hispanoamérica, cuya “experiencia” fue, al final, “más complicada que la de las colonias británicas” (p. 186). Cuando estas últimas se independizaron, observa Greene, “cambió la forma pero no la sustancia de su gobierno” (p. 31).

Greene describe unas colonias británicas donde ya existía una autoridad fragmentada en un medio social en el que las relaciones tenían “un matiz profundamente igualitario” (p. 26) -un argumento difícil de conciliar con la existencia de la esclavitud y las persecuciones contra los indios-. Pero el punto fundamental es que esa estructura social no sufrió con la Independencia. Greene destaca los notables grados de continuidad: “Los líderes de los postreros regímenes coloniales conservaron su autoridad durante la transición al republicanismo que crearon en 1776” (p. 32). La Independencia no alteró los contratos y derechos pertinentes a la propiedad: el “carácter revolucionario de la Revolución” (p. 20) se habría sobrestimado en los Estados Unidos. La expansión de la república hacia el oeste fue una “extensión de la expansión colonial” (p. 37).

Una lectura desde los archivos nacionales, como lo propone Annick Lempérière, tal vez no sugiera que los contemporáneos -a diferencia de lo ocurrido en Franciapercibiesen los acontecimientos hispanoamericanos como “el advenimiento de un tiempo institucional originario” (p. 73). Allí muchas instituciones de la Colonia “quedaron en pie”.

No obstante, la independencia de España marcó una ruptura extraordinaria, llena de novedades institucionales y de profundos efectos sociales que significaron enormes desafíos. “El cambio fue a veces brutal y siempre difícil y complejo” (p. 366), observan María Teresa Calderón y Clément Thibaud al examinar el tránsito de la majestad imperial a la soberanía republicana en la Nueva Granada: la construcción de una nueva legitimidad sobre bases intelectuales distintas. “La historia de esta dificultad” - advierten-, “no es solamente un punto de erudición: contribuye a aclarar los problemas que encontró la nación colombiana para construir la república y la democracia en el pluralismo” (p. 373).

Aunque hubo algunas continuidades en las prácticas jurídicas, Víctor Uribe Urán sugiere que los sucesos de la independencia originaron “una legalidad y una filosofía política verdaderamente innovadora, incluso revolucionaria” (p. 274). Uribe Urán reevalúa la “explosión” de constituciones escritas -documentos hasta entonces con muy pocos precedentes-, que “simbolizaban el surgimiento de un nuevo discurso legal” (p. 282). Y también revaloriza la irrupción del liberalismo, como la nueva filosofía política que le daba paso al ciudadano y al individuo, con su “discurso” que moldeaba la “esfera pública, y […] la forma de pensar y actuar tanto de la elite como de algunos sectores populares” (p. 275). El significado de esas primeras experiencias con el liberalismo en todo el mundo Hispánico es hoy objeto de mayor interés, y otros capítulos de este libro contribuyen a su mejor entendimiento. La relativa precocidad de su presencia -así como su corta intensidad-, es observada por Javier Fernández Sebastián.

Una de las rupturas más drásticas con al antiguo régimen fue la adopción del sistema representativo, a partir de la convocatoria a elecciones para la Junta Central en 1809. Si bien estas primeras elecciones conservaron un carácter restringido, pronto la constitución aprobada en Cádiz en 1812 acogió un amplio sufragio, cercano al voto universal masculino. La naturaleza radical de esta medida expresa de por sí una profunda transformación en la forma de concebir las fuentes del gobierno. El carácter abrupto del cambio es quizá uno de los mayores contrastes con la experiencia de los Estados Unidos. En su ensayo comparativo, Juan Carlos Chiaramonti observa que “se puede argüir que la falta de […] prácticas representativas durante el pasado colonial, como sí la habían tenido los colonos angloamericanos es uno de los principales factores que explican ese prolongado fracaso de un régimen representativo” (p. 138), aunque no todo fue fracaso y los experimentos variaron de país en país.

Ningún capítulo se detiene a examinar los procesos electorales durante el período de las luchas de independencia. Alejandro E. Gómez, sin embargo, muestra cómo los reclamos de igualdad ciudadana se expresaron muy temprano entre la población parda venezolana, influenciados por los eventos de Haití y favorecidos por las actividades de Francisco de Miranda. Cristóbal Aljovín de Losada analiza aspectos de la historia electoral del Perú post-independiente, que ilustran la ruptura del mundo republicano con el orden colonial. La diversidad de caminos electorales que siguieron los distintos países latinoamericanos no permite fáciles generalizaciones. En el Perú, sólo hasta la década de 1870 el liderazgo de los civiles parece irrumpir con alguna fuerza en un panorama electoral dominado por oficiales del Ejército. En cualquier caso, consolidar un sistema de gobierno estable, basado en las elecciones, fue un reto institucional de dimensiones extraordinarias.

La consolidación del orden nacional tras la independencia -en uno y otro país, en el norte y en el sur-, enfrentó múltiples barreras. El mismo proceso de independencia en sus inicios tuvo claras connotaciones de guerra civil, como lo muestra el trabajo de María Luisa Soux sobre Oruro, en el Alto Perú, cuyas lealtades se dividieron entre Buenos Aires y Lima. La naturaleza de estos conflictos debió cambiar con la formación de nuevos estados independientes. En unos países, el caos inicial fue sofocado por regímenes dictatoriales, prolongados como el caso de Rosas en Argentina. En otros, la irrupción frecuente de rebeliones fue quizá la señal más clara de ese dificultoso tránsito hacia la vida independiente. Graciela Soriano, al examinar los significados de las “revoluciones”, señala un listado de las ocurridas en Venezuela a lo largo del siglo XIX. Fernán González cierra el volumen con un ensayo sobre las guerras civiles y la formación del Estado colombiano, entre 1839 y 1854, de cuyo recorrido sugiere algunas hipótesis sobre la configuración de los partidos políticos. Éstos, sin embargo, no se formaron sólo en su participación en esas guerras civiles: hubo desde antes importantes contiendas electorales que también los definieron, que perseveraron, y de manera más intensa, en las décadas siguientes (bajo sufragio universal masculino en 1856).

En su conjunto, los capítulos de este libro son sugerentes de una ambiciosa agenda investigativa sobre un período fascinante que merece más atención por parte de la historiografía iberoamericana. Frente a las prontas celebraciones del bicentenario de la Independencia, esta valiosa publicación es además oportuna. Los editores enumeran algunos de los cambios más importantes producidos por las revoluciones del Atlántico: “La soberanía del pueblo, el gobierno representativo, la república, el ciudadano, las elecciones, las constituciones, el espacio público, el papel de la prensa y de las sociabilidades nuevas” (p. 15). El mejor entendimiento de cómo se desarrolló este mundo moderno en los distintos países exige abordar su estudio desde una perspectiva comparativa que este libro precisamente estimula.

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