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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.35 Bogotá ene./jun. 2008

 

Presentación del dossier sobre movimientos sociales

Jairo Gutiérrez Ramos*

* Ph. D. en Historia, Profesor Titular de la Universidad nacional de Colombia, sede Bogotá, e Investigador Asociado del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep). marchila@telecom.com.co


Las protestas, movilizaciones y en general los movimientos sociales parecen estar hoy de moda en Colombia. Así al menos lo han orquestado recientemente los grandes medios de comunicación con un despliegue antes no visto. Sin embargo, y en contra de la aparente novedad de estos fenómenos, en el país se han presentado múltiples repertorios de protesta desde tiempos inmemoriales. La academia y, en concreto, la historia así lo ha constatado. Pero no sólo eso, además de describirlos los ha intentado analizar, para lo cual ha tomado una actitud crítica que, sin negar posibles simpatías con los sentimientos ciudadanos, desentraña las lógicas profundas del comportamiento de las multitudes.

De esta forma se ha venido consolidando una rama de la historia especializada en los movimientos sociales. Como sus estudiosos lo proclaman, se trata de ampliar la comprensión del pasado al incluir seres de carne y hueso que habían sido tradicionalmente olvidados en los recuentos oficiales. Aunque claramente se busca invertir el foco de análisis histórico al privilegiar lo que ocurre “desde abajo”, no se queda allí sino que se mueve “hacia arriba”. Si bien es una historia que pondera más las dimensiones socio-culturales, no ignora las económicas y políticas. En fin, constituye el meollo de la propuesta que los fundadores de la revista Annales llamaron “nueva historia”, que luego se conoció simplemente como Historia Social y que logró cautivar a varias generaciones de historiadores profesionales del siglo pasado. Hoy otros vientos soplan en la profesión, pero la preocupación por los actores “subalternos” no desaparece.

A buena hora Historia Crítica convocó un dossier sobre el tema de los movimientos sociales, mucho antes de que se pusiera de moda. Como el título de la revista lo sugiere, se trataba de hacer una lectura crítica de dicha dimensión social del pasado. Si bien hemos indicado que se trata de una historiografía con indudable vigencia y pujanza, no es menos cierto que sus contornos siguen siendo materia de debate entre los historiadores y los científicos sociales en general. Así continúan flotando interrogantes sobre qué son los movimientos sociales y si todo lo que se mueve puede ser considerado como tal; quiénes lo conforman y qué papel juegan los individuos en un fenómeno colectivo por definición; cuándo se presentan y si son sólo fenómenos emparentados con la modernidad; dónde o en cuáles espacios ocurren; cuáles son sus motivos; y cómo se desenvuelven y qué repertorios utilizan en su visibilidad pública. Los cuatro artículos que incluimos en este dossier en su diversidad responden de alguna manera a dichos interrogantes y nos permiten avanzar en el conocimiento interdisciplinario de esta dimensión del pasado.

Sandra Milena Polo con “El motín del pan” de enero de 1875 en Bogotá nos indica que las protestas pueden hacerse visibles, a pesar de la precariedad de fuentes, en el siglo XIX. En verdad, ni teórica ni empíricamente se podría excluir que dichos fenómenos se dieron desde mucho antes, o si no qué fueron la “rebelión de los comuneros” y las mismas gestas de Independencia, para no hablar de motines y levantamientos de indios, esclavos, mestizos y criollos en la época colonial. Pues bien, en su artículo Polo muestra la inconformidad de pobladores urbanos y artesanos de Bogotá ante la elevación del precio del pan y la supresión del “vendaje”. La autora no se limita a la descripción de la protesta, sino que incursiona en la disputa por su significado tanto en el momento en el que ocurrió como en la historiografía reciente. En un interesante ejercicio de crítica de las fuentes, especialmente de ocho periódicos revisados, nos muestra -sin necesidad de acudir a ejemplos presentes- que la prensa informa interesadamente sobre lo que ocurre. De esta forma desmonta argumentos partidistas que querían deslegitimar el “motín” como una acción artesana, como un eco de lo ocurrido en Francia, o simplemente como manipulación electoral. Lo curioso es que la autora muestra que esas “interpretaciones” siguen vigentes un siglo después entre los historiadores que abordan el tema. En cambio ella propone leerlo desde la “economía moral” de la multitud siguiendo a los historiadores marxistas británicos. Por esa vía, además del juicioso análisis historiográfico, Polo ensancha la comprensión de los motivos de las protestas en tiempos remotos.

Por su parte Ricardo Sánchez reconstruye la huelga de los trabajadores azucareros de Ríopaila en 1976 en lo que él llama “Las iras del azúcar”. Aunque se centra en un evento reconstruyéndolo con cierta dosis épica, como el hecho lo merece, insiste en que esa protesta no es un hecho aislado, sino que condensa tendencias socioeconómicas, políticas y culturales de la sociedad colombiana en la época del gobierno de Alfonso López Michelsen. La temporalidad ya es más cercana al presente, pero el espacio de la huelga no es propiamente la ciudad, con la que se suele identificar la acción social colectiva moderna. Los protagonistas son campesinos en proceso de proletarización -los llamados “iguazos”- no sólo por su procedencia rural, sino porque aún no accedían a una contratación salarial estable. Hay otros rasgos en las multitudes huelguistas que el autor resalta, como son el peso de la población afrodescendiente y la activa participación de la mujer desde el ámbito familiar. Con “Las iras del azúcar” Sánchez retoma el argumento de la indignación moral que vimos en la protesta bogotana del siglo anterior, pero ya no es ante el precio del pan, sino ante los monopolios y la voracidad de un capitalismo agrario que consume hombres, tierras y medio ambiente para endulzar el mercado. También en este conflicto, además de una dura represión, hubo una disputa por el significado entre la gran prensa y los órganos de expresión de los trabajadores. Las acusaciones oficiales, de las que hizo eco la gran prensa, eran contra los “agitadores” de izquierda, y aunque ella estuvo presente en el conflicto -jugando un papel ambivalente-, los protagonistas fueron los mismos trabajadores. Tales son las lecciones que deja un conflicto laboral que si bien se perdió, para Sánchez mostró el rostro de dignidad del semiproletariado cañero.

A su vez Carlos Andrés Charry se acerca al Caribe insular colombiano a partir de dos registros etnográficos: el del antropólogo norteamericano Thomas Price en los años cincuenta y el hecho por el autor a finales del siglo pasado. Se ubica en un marco temporal distinto de los anteriores ensayos, no sólo por tocar tiempos más recientes, sino por la amplitud, pues condensa prácticamente 50 años de historia. Aunque también aquí hay indignación en las multitudes sanandresanas, el problema ya no es el pan o las condiciones laborales, sino la difícil e incompleta construcción del Estado nación. Más que un solo movimiento social, lo que en la Isla se da en ese lapso largo de tiempo es la sucesión de varios movimientos que el autor hace girar en torno a las relaciones entre los isleños y la Colombia “continental”. Ésta incluye obviamente al Estado central, pero también la economía, costumbres, cultura, religión y moral que llegan a la isla por las instituciones y por los inmigrantes. Los protagonistas de estos movimientos ya no son una clase más o menos definida -artesanos o trabajadores-, sino un conjunto variopinto de pobladores del archipiélago. El liderazgo no corre por cuenta de los intelectuales de izquierda, sino por los pastores bautistas. Las modalidades de protesta son menos violentas que las vistas en los anteriores artículos, pero no menos enérgicas: combinan la fiesta y el folclor con la demanda por un trato respetuoso y digno de parte de la Colombia “continental”. Lo que a juicio de Charry, los sanandresanos reclaman de fondo, es el derecho a pertenecer a una nación a partir de su diversidad.

Por último tenemos el artículo de Gabriela McEvoy, que es tal vez el más atípico de los incluidos en este dossier y no porque se refiera a un espacio nacional distinto, sino porque versa sobre una activista social: María Elena Moyano, asesinada en Lima por Sendero Luminoso en 1992. Aunque en este ensayo aparecen los movimientos sociales, entre otros los que Moyano lidera o los que se expresaron el día de su entierro con la multitudinaria marcha fúnebre que la acompañó, en realidad el eje del artículo es la breve biografía de una líder popular y el vano intento de convertirla en héroe, o mejor en heroína. De esta forma, el ensayo de McEvoy sirve de ilustración sobre el papel del individuo en los movimientos colectivos y las formas de construcción de una subjetividad, pues Moyano pasa de ser ama de casa católica, negra y pobre, a líder vecinal y activista política de izquierda. Pero lo que más sobresale de su vida es su muerte, porque enfrentó con una valentía poco común en su medio las formas de terror senderista y gubernamental -no se debe olvidar que era el inicio del gobierno de Alberto Fujimori en el vecino país-. Las fuerzas de derecha e izquierda la quisieron volver heroína nacional con el objetivo de aislar a Sendero Luminoso. Pero este intento no cuajó, porque ya controlado el terrorismo senderista con la detención de sus máximos líderes, el establecimiento volvió los ojos a otros temas y olvidó a la “heroína” popular. El artículo de McEvoy es, pues, un estudio cuidadoso de un rostro específico de la multitud popular peruana, pero, sobre todo, de una valentía poco común allí y acá, tanta que no se dejó manipular aún después de muerta.

Es claro que los cuatro artículos del dossier sobre movimientos sociales no agotan las preguntas e interrogantes que el tema sugiere. Quedan muchos puntos de debate pendientes y habrá que esperar más dossiers de este tipo y publicaciones del mismo tenor para que no sólo el mundo académico sino también la llamada opinión pública puedan trascender la noticia sobre X o Y movilización. De esta forma se podrán entender las dinámicas sociales y políticas que los movimientos sociales encierran, así como sus aportes y limitaciones en la construcción de la democracia colombiana.

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