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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.35 Bogotá ene./jun. 2008

 

Cabrera Becerra, Gabriel. Las Nuevas Tribus y los indígenas de la Amazonia. Historia de una presencia protestante. Bogotá: Litocamargo Ltda., 2007, 224 pp.

Augusto Javier Gómez López*

* Profesor Titular, Departamento de Antropología, Universidad Nacional de Colombia - sede Bogotá. ajgomezl@unal.edu.co


Quizá no existe en nuestro planeta una región sobre la cual se hayan construido y se continúen construyendo -desde los siglos coloniales y aún durante los siglos XIX y XX- los más diversos mitos, relatos, imágenes y leyendas: se trata de un sorprendente universo de imaginarios que van desde lo paradisíaco hasta lo infernal, pasando por lo maravilloso… desde la creencia del paraíso terrenal y El Dorado y, en las décadas más recientes, hasta pulmón del mundo, paraíso de la biodiversidad y mar de agua dulce… No obstante la persistencia de esos mitos e imágenes seculares, desconocemos la historia amazónica. Efectivamente, no existe una historia amazónica de la Amazonia; lo que existe es una historia de las tierras bajas construida desde las tierras altas… y es, en este sentido, que para nosotros, como sociedad, tiene un gran valor el trabajo de investigación desarrollado por Gabriel Cabrera, pues nos compenetra con otra Amazonía que va más allá de los mitos.

Las investigaciones que Gabriel Cabrera ha emprendido, desde el año de 1990, entre los grupos de indígenas Nukak -en compañía de los investigadores Dany Mahecha y Carlos Frankly- se han caracterizado por la combinación de la labor de exploración y de sistematización de fuentes documentales primarias y por el trabajo de campo en las selvas del Guaviare y del Inírida, no obstante las dificultades de orden público que han azotado la región desde finales del siglo XX.

Uno de los problemas fundamentales en torno a nuestra Amazonia es, precisamente, el apreciable desconocimiento en relación con el oriente de la selva oriental colombiana. En otras palabras, es muy poco lo que conocemos acerca del Vaupés, del Guainía y del Vichada y, por ello, resulta oportuno destacar aquí también la obra del mismo autor titulada La Iglesia en la frontera: misiones católicas en el Vaupés, 1850-1950, publicada en el año 2002. Se trata de un estudio pionero acerca de los misioneros Montfortianos, con cuya presencia el gobierno colombiano quiso frenar en el Gran Vaupés, la secular influencia de caucheros, traficantes de esclavos nativos y misioneros, desde el Brasil.

Las Nuevas Tribus y los indígenas de la Amazonia es en realidad una obra original en la que, más allá de la denuncia periodística, se describe y se analiza la presencia y la actuación del protestantismo, en especial el caso de la Misión Nuevas Tribus de Colombia, establecida por Sofía Müller en el oriente de la selva colombiana desde los inicios de la década de los años cuarenta y su impacto cultural entre los indígenas del área trifronteriza de Colombia, Venezuela y Brasil.

Uno de los aportes fundamentales de este trabajo consiste en el minucioso análisis del impacto causado entre los grupos aborígenes aislados, como resultado del contacto con misioneros, colonos y otros miembros de la sociedad nacional. Se trata de las dramáticas consecuencias en virtud del contagio de nuevas enfermedades entre los nativos, como, por ejemplo, la gripe, que generaron verdaderas catástrofes demográficas, similares a las descritas por los cronistas en el siglo XVI, a propósito de la invasión europea al continente americano. Así mismo, otros de los aportes del trabajo de Gabriel Cabrera consiste en la explicación del derrumbe cultural y espiritual de los grupos nativos aislados en proceso de asimilación como resultado de las nuevas creencias, producto éstas del proselitismo y de la evangelización, impuestas por credos fundamentalistas que compulsivamente transformaron la vida social y la reproducción de estas sociedades.

Uno de los sucesos que mejor ilustra las consecuencias padecidas por los Nukak durante los años que siguieron al contacto, que fue promovido desde sus comienzos por Sofía Müller y por otros miembros de la Misión Nuevas Tribus, es el suicidio del líder Nukak Makú Mow be’, conocido entre los mestizos del Guaviare como Belisario Sánchez. Su bilingüismo lo convirtió en el vínculo más importante entre sus parientes y los representantes de las instancias gubernamentales de la región y del nivel nacional, lo mismo que entre los colonos, comerciantes y, en fin, entre los llamados “blancos”. Las noticias del periódico El Tiempo del mes de octubre del año 2006 informaron que el suicidio se produjo “porque sus hermanos lo culpaban de la desatención en que estaba su pueblo”1.

Mow be’ quedó huérfano desde los siete años cuando sus padres y su grupo, una de las bandas occidentales de cazadores recolectores Nukak, sufrieron una fuerte epidemia de gripa en la década de 1980, durante la cual sus miembros entraron en contacto con los cultivadores de coca de Calamar. El suicidio de Mow be’ amerita, entonces, reflexiones más pausadas y profundas sobre nuestra propia sociedad que, considerándose a sí misma “civilizada”, ha avanzado de manera violenta y destructiva sobre los Nukak y su territorio, y ha llevado su propia guerra a quienes, paradójicamente, continúa estigmatizando como “bárbaros” e “incivilizados”.

Siguiendo precisamente las investigaciones de Gabriel Cabrera, encontramos que al sumar el número de Nukak vivos (378 personas) con las muertes ocurridas después de 1987 (236), da como resultado que el 38.43% de la población falleció después del establecimiento de relaciones con la sociedad nacional. Sin embargo, esta cifra es parcial y puede ser más elevada según lo afirma el autor. De las 156 muertes con datos de causa y ubicación temporal conocidos, el 1.92% ocurrió antes del año de 1987, es decir, antes del contacto definitivo, y el 98.07% después de esta fecha, es decir, a partir del contacto con los llamados “blancos”.

Cabrera describe cómo la guerra que había empezado a librarse en territorio Nukak, cuya invasión se intensificó a partir de la década de 19802 como consecuencia del incremento de los cultivos de coca y del creciente enfrentamiento entre las fuerzas armadas de la insurgencia, las Fuerzas Militares del Estado y los grupos paramilitares, hoy continúa. Con la ejecución de las masacres sobre el río Guaviare en Mapiripán y Puerto Alvira (Caño Jabón), a partir del año de 1997 los paramilitares iniciaron las disputas con las FARC por el control de la región, de manera que el conflicto armado ingresó al territorio Nukak. El enfrentamiento entre autodefensas y guerrilla desplazó dramáticamente a grupos locales Nukak. Según Cabrera, actualmente la cifra de desplazamiento se estima en poco más del 50%, aproximadamente 222 individuos.

Poco a poco, desde la década de 1940, las concepciones, los discursos, las perspectivas y los propósitos, con base en los cuales se planteó y se proyectó continuar desde entonces la incorporación de la frontera amazónica colombiana, cambiaron sustancialmente. Esos cambios se fueron asimilando y adoptando como el alfabeto del nuevo lenguaje institucional de los sucesivos gobiernos y de las agencias internacionales, de sus “planes de desarrollo”, y ese lenguaje fue difundido, generalizado e interiorizado, pero también creó realidades y se materializó en prácticas, acciones y proyectos. En síntesis, desde la Segunda Guerra Mundial se fueron planteando y, aún, realizando, planes y proyectos de “integración amazónica”, de “integración regional” cuyos objetivos buscaban, en última instancia, superar el “atraso”, salir del “subdesarrollo”, pretendiendo integrar al “indio” a la vida regional, promoviendo “racionalmente” su cambio “social y cultural”.

En este contexto, el ingreso de nuevas “misiones” desde mediados del siglo XX fue tan sólo una señal de los inicios de cambios sustanciales y, si se quiere, estructurales, en cuanto al lugar y a la función de regiones de frontera dentro de los procesos de trasformación internos y externos, nacionales e internacionales, en lo referente a la agricultura y la industria; igualmente, en relación con los movimientos sociales y de protesta campesina, y con los mercados externos de materias primas, de hidrocarburos y de recursos energéticos. La Alianza para el Progreso, CARE y CÁRITAS, los Cuerpos de Paz, la Misión Nuevas Tribus y el Instituto Lingüístico de Verano representaron la imposición del nuevo reto, de la nueva promesa llamada “desarrollo”. Desde mediados de la década de 1940, misioneros, “cristianos”, miembros de iglesias protestantes, lo mismo que miembros del Instituto Lingüístico de Verano ILV, establecidos en Lomalinda, Departamento del Meta (y en Ecuador, cerca del río Putumayo) habían empezado ya a ejercer una fuerte influencia religiosa sobre poblaciones indígenas colombianas en áreas específicas de la Amazonia.

Allí en el oriente, en los riñones de la selva, quedan los últimos refugios de los reductos indígenas sobrevivientes, donde continúa hoy la evangelización por parte de los más diversos grupos misioneros…, así mismo, los procesos económicos extractivos y de colonización que siguen el curso de caños y ríos. La nueva “fiebre del oro”, la fiebre del “oro blanco” (la coca), al igual que el nuevo auge de las exploraciones en busca del “oro negro” (petróleo) amenazan con destruir esos reductos nativos, en cuyos territorios se libran hoy guerras que comprometen a la guerrilla, a las Fuerzas Militares regulares del Estado, a grupos paramilitares y a organizaciones armadas dedicados al narcotráfico y al tráfico de armas.

No sin razón los Nukak pensaron desde el comienzo del contacto con los llamados “blancos” que éstos eran caníbales. Los Yurutí, un grupo indígena de la familia Tukano del Vaupés, designa a los blancos como “peka masa ye”, que significa “la gente de leña”, “la gente que quema”, “la gente que hace la guerra”…

No obstante las atrocidades cometidas por los “blancos” durante los tiempos de las caucherías, que provocaron precisamente los grandes levantamientos de célebres Mesías como Venancio y Venancio Cristo en el gran Vaupés y en el Isana desde mediados del siglo XIX, hoy la Amazonia sigue siendo un lugar de esperanza, una “Tierra Prometida” si se observa que cientos de familias peruanas, ecuatorianas y colombianas, seguidores de la iglesia llamada a sí misma Israelitas, han hecho de la selva su hogar y con su laborioso esfuerzo recogen los frutos que les brinda esa vasta e infinita tierra, la cual ellos mismos creen que es la “Nueva Jerusalén”.


1 El Tiempo, octubre 18 del 2006.

2 Las exploraciones petroleras en la Amazonia colombiana, iniciadas en la década de 1920, han continuado en el curso de las décadas recientes e incluso han alcanzado los otrora remotos territorios de las últimas sociedades aborígenes cazadoras recolectoras de la selva, como los Nukak Makú: en el año de 1992 se adelantaron los trabajos de exploración petrolera en territorio Nukak mediante licencia otorgada por ECOPETROL a la empresa Fronteras de Explotación Colombiana, Inc.

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