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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.35 Bogotá ene./jun. 2008

 

Abello Vives, Alberto (comp.), Un Caribe sin Plantación. Memorias de la cátedra del Caribe colombiano. San Andrés: Universidad Nacional de Colombia (sede Caribe) - Observatorio del Caribe Colombiano, 2006, 191 pp.

Javier Ortiz Cassiani*

* Historiador de la Universidad de Cartagena, Magíster en Historia de la Universidad de los Andes, Coordinador Proyecto Bicentenario del Ministerio de Educación Nacional (Bogotá, Colombia). javierortizcass@yahoo.com


A mediados del mes septiembre del año 2003, en el marco del Simposio sobre la Historia de Cartagena de Indias organizado por el Banco de la República, el historiador y economista Adolfo Meisel Roca presentó la ponencia titulada: “¿Situado o contrabando?: la base económica de Cartagena de Indias y el Caribe neogranadino a fines del Siglo de las Luces”. Mediante la revisión de las Cartas de cuentas de la Caja Real de Cartagena del Archivo General de Indias, el autor analizó los recursos económicos que entraban a la Provincia de Cartagena en el siglo XVIII. Posteriormente, apoyado en un ejercicio contrafactual, estudió las cifras que llegaban a la ciudad y la Provincia como resultado de los decomisos a los contrabandistas por parte de las autoridades virreinales. Por medio de este doble ejercicio, Meisel Roca concluyó que, contrario a lo que comúnmente se ha creído, la base de le economía de Cartagena no era el contrabando, sino los dineros provenientes de las remesas que el resto de Provincias, conocidas como Situado, enviaban a la ciudad; y más aún, que fue este factor el que dinamizó la economía del Caribe colombiano durante el siglo XVIII1.

Lo que más llamó la atención de los académicos asistentes al Simposio no fueron estas conclusiones -por demás controvertibles-2, sino el último punto del estudio, en donde exploraba las causas que habían impedido el desarrollo de un sistema agrícola de plantaciones en el Caribe colombiano como el que se había dado en las colonias españolas, francesas e inglesas en el Caribe insular. El autor descarta otras explicaciones para el fenómeno, por ejemplo las políticas fiscales españolas, y prioriza, como principal causa de la ausencia de plantaciones en el Caribe colombiano semejantes a las del Caribe insular, la poca calidad de los suelos y las condiciones climáticas de la región. Basado en un estudio reciente en el que se comparan los determinantes de la productividad agrícola del interior del país con las de la región Caribe3, Meisel concluye que “en el caso de las provincias caribeñas de la Nueva Granada fueron principalmente la calidad de los suelos y las condiciones climáticas las que impidieron que se desarrollara una agricultura de exportación basada en el trabajo esclavo en las plantaciones”4.

La intervención de Meisel dejó como resultado el interés de varios estudiosos por seguir explorando la pregunta y profundizar en el conocimiento de las dinámicas económicas y sociales de la región. En el año 2006, el Observatorio del Caribe colombiano organizó un foro virtual con el objetivo de reunir a varios especialistas en historia regional y nacional para que exploraran respuestas al interrogante de por qué no hubo en el Caribe colombiano grandes sistemas de plantación agroexportada sustentada en un abundante mano de obra esclava, como sí ocurrió en el Caribe insular. Un grupo conformado por seis estudiosos de reconocida trayectoria, Adelaida Sourdis Nájera, María Teresa Ripoll, Adolfo Meisel Roca, Germán Márquez Calle, José Polo Acuña, y Marta Herrera Ángel acudieron al llamado. Cada uno de ellos elaboró un artículo intentando responder la pregunta, de manera que el libro, motivo de la presente reseña, está conformado por seis textos y una introducción elaborada por Alberto Abello y Ernesto Bassi.

En la introducción, Abello y Bassi hacen un interesante balance de la abundante producción historiográfica del Caribe y Latinoamérica sobre el tema de la plantación. El análisis parte del cuestionamiento al trabajo del cubano Antonio Benítez Rojo, quien en su ensayo La Isla que se repite, coincidiendo con los trabajos de Eric Wolf y Sidney Mintz, señala a la Plantación como la categoría de análisis fundamental para entender al Caribe5. De hecho, Benítez habla de la Plantación en mayúscula, pues la entiende en el sentido de la filosofía de Deleuze y Derrida, como una máquina de control, con una dinámica abrasadora que determina los patrones esenciales de la cultura caribeña. De modo que si la plantación es lo que define la pertenencia o no al mundo caribeño, el Caribe colombiano, que en los últimos años ha acudido a un redescubrimiento de su vocación caribeña, estaría fuera de esos circuitos. Así, los autores de la introducción invitan a ampliar la esfera de análisis que permita entender el Caribe colombiano dentro de la dinámica caribeña y a “mejorar el entendimiento del Caribe a través de las diferentes formas de interacción que durante la colonia existieron en los diferentes territorios, tanto españoles como no españoles”(p. 36).

A su manera y con algunos puntos coincidentes, cada uno de los participantes del libro rastrea respuestas al interrogante. Sourdis, por ejemplo, privilegia entre las causas de la ausencia del fenómeno de plantación al monopolio del estanco del aguardiente por parte de la Corona, que limitó el fomento de la producción de caña de azúcar a gran escala en la región. Así mismo, señala que la ganadería desde muy temprano se convirtió en la actividad más lucrativa de la región. Ésta abastecía los mercados nacionales e, incluso, por la vía del contrabando, a las llamadas “islas del azúcar” (pp. 62-63). María Teresa Ripoll por su parte, señala “un conjunto de factores articulados”: topografía accidentada que retardó a formación de mercados internos y generó regiones aisladas; concentración de la población en ciudades y la dispersión en las zonas rurales que evitó la consolidación de una agricultura más allá de la simple subsistencia; el privilegio de la explotación aurífera; la ganadería extensiva que ocupaba grandes porciones de tierras y la existencia durante el siglo XVIII de una elite apegada a valores tradicionales que encontró en las actividades especulativas del comercio la mejor opción para mantener su estilo de vida. Por otro lado, Germán Márquez de entrada descarta la mala calidad de los suelos como causa de la inexistencia de plantaciones en el Caribe colombiano y sintetiza su respuesta argumentado que “el oro, su comercio y el de los esclavos que servían para extraerlo se impusieron a las plantaciones y aún a los cultivos básicos de subsistencia, en una región donde la agricultura debió esperar hasta la llegada del siglo XIX, y aún sigue esperando el pleno desarrollo de sus potencialidades” (p. 121).

En algunos pasajes del libro los argumentos utilizados por los autores como causas se confunden con las consecuencias del problema. Por ejemplo, la escasa mano de obra disponible, el poco control sobre la población rural existente y los grados de autonomía de la población en algunas zonas del Caribe colombiano, podrían ser tomadas como una consecuencia de la ausencia de plantaciones y no necesariamente como uno de los factores que impidió su desarrollo. Aquí nos acercamos a uno de los puntos que insinúa José Polo Acuña, y de alguna manera también Meisel, al final de su texto: la necesidad de desplazar el análisis hacia las dinámicas de las poblaciones rurales del Caribe colombiano. En este sentido sugiere que tal vez no sería la plantación, sino la contraplantación, la unidad de análisis que nos ayudaría a entender mejor el Caribe colombiano dentro de la dinámica del Caribe insular.

Si bien Benítez Rojo privilegia a la plantación como estructura de análisis, no menos cierto es el hecho de que también habla de la contraplantación, la que entiende como el espacio donde se desarrolla un estilo de vida diferente, que escapa a la tutela de la máquina de la plantación. Por fuera del ritmo de la plantación y de los controles de la Habana se desarrolla al sur y al oriente de Cuba una zona de palenques, rochelas y contrabandos, en donde se “acriollan”, como anota Benítez Rojo, distintas culturas africanas con contrabandistas blancos extranjeros y mestizos de la región, que le aportaron a la cultura cubana buena parte de los rasgos más sobresalientes de su identidad6.

En Puerto Rico, aunque en una proporción menor a la de Cuba, también se desarrolló un importante sistema de plantaciones. Sin embargo durante mucho tiempo se formaron asentamientos poblaciones por fuera de los dominios de “su majestad el azúcar”, como lo demuestran los estudios del historiador Francisco Scarano. Durante el siglo XVIII y buena parte del XIX, el aumento poblacional y la presencia de extranjeros en regiones como San Germán crearon un tejido relaciones en las que “el contrabando era, […] una forma de vida y no una institución económica más. Por ilícito que fuera el intercambio con los extranjeros, los vecinos lo practicaban con la mayor naturalidad”7Los dueños de hatos ganaderos preferían vender sus ganados de contrabando a los extranjeros que llevarlos a los mercados de San Juan, como lo imponían las leyes. Los campesinos, por su parte, luchaban para sustraerse del control de la hacienda, la plantación y el hato ganadero que les ofrecía un futuro como peones8.

Precisamente Sacarano tiene un interesante trabajo sobre la historia política de este campesinado. No fueron campesinos que organizaron movimientos armados contra el gobierno español o el gobierno norteamericano, anota el puertorriqueño, pero sí son unos campesinos famosos por su forma de evadir el diario poder de sus superiores en la escala social mediante subterfugios. Ejercían un tipo de resistencia pasiva usada como arma del desvalido, lo que nos pone ante una forma de participación política quizá menos heroica, pero sí de resistencia cotidiana9.

No es descabellado afirmar, guardando las proporciones, que los territorios caribeños durante el siglo XVIII tuvieron dinámicas muy parecidas a las descritas en los ejemplos anteriores. De modo que así como se hizo un análisis comparativo teniendo como referente la plantación, estudios comparativos entre el Caribe colombiano y el Caribe insular por fuera de la estructura de las plantaciones quizá nos permitirían entender mejor las diferencias y similitudes de los pueblos del Caribe y desentrañar las raíces de la vitalidad de sus culturas.

Sin duda alguna, el presente libro es un importante ejercicio comparativo y constituye un refrescante aporte para la historiografía colombiana que, en ocasiones, suele mirarse demasiado al ombligo.


1 Adolfo Meisel Roca, “¿Situado o contrabando?: la base económica de Cartagena de Indias y el Caribe neogranadino a fines del Siglo de las Luces”, en Cartagena de Indias en el siglo XVIII, eds. Haroldo Calvo Stevenson y Adolfo Meisel Roca (Cartagena: Banco de la República, 2005).

2 Para un análisis contrario al anterior, en donde se pondera el contrabando como dinamizador de la economía de la región véase por ejemplo: Lance Grahn, The Political Economy of Smuggling, Regional Informal Economies in Early Bourbon New Granada (Boulder: Westview Press, 1997) y “Political Corruption and Reform in Cartagena Province, 1700-1740”, en Center Discussion Paper Series 88 (Center for Latin America - University of Wisconsin-Milwaukee, February 1995). También véase Alfonso Múnera, El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano, (1717-1810) (Bogotá: Banco de la República - Áncora Editores, 1998) e “Ilegalidad y frontera, 1700-1800”, en Historia económica y social del Caribe colombiano, ed. Adolfo Meisel Roca (Barranquilla: Universidad del Norte, 1994).

3 Armando Galvis, “¿Qué determina la productividad agrícola departamental en Colombia?”, en Regiones, ciudades y crecimiento económico en Colombia, ed. Adolfo Meisel Roca (Bogotá: Banco de la República, Colección de Economía Regional, 2001).

4 Adolfo Meisel Roca, “¿Situado o contrabando?, 114.

5 Antonio Benítez Rojo, La isla que se repite (Barcelona: Casiopea, 1998).

6 Antonio Benítez Rojo, La isla que se repite y entrevista inédita a Antonio Benítez Rojo de Javier Ortiz Cassiani, “Antonio Benítez Rojo: la cultura del Caribe como poética salvadora”, Cartagena, 5 de agosto de 1999.

7 Francisco Scarano, Puerto Rico: Cinco siglos de historia (San Juan de Puerto Rico: McGraw-Hill, 1993), 293.

8 Francisco Scarano, Puerto Rico, 287.

9 Véase, Francisco Scarano, La mascarada jíbara: campesinos, política e identidad en Puerto Rico (San Juan de Puerto Rico: Ediciones Callejón, 2003).

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