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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.36 Bogotá jul./dez. 2008

 

Andrews, George Reid.
Afro-Latinoamérica, 1800-2000.
Madrid: Iberoamericana - Frankfurt am Main: Vervuert, 2007, 378 pp. (traducción de Oscar de la Torre Cueva de Afro-Latin America, 1800-2000. Oxford: Oxford University Press, 2004).

Claudia Leal

Profesora del departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). claleal@uniandes.edu.co


Es una gran noticia que el libro Afro-Latinoamérica, 1880-2000, publicado originalmente en inglés en 2004, esté disponible en español. Su autor, George Reid Andrews, tiene una destacada trayectoria como investigador de la historia de la gente negra en América Latina. En 1980 publicó The Afro-Argentines of Buenos Aires, 1800-1900 (también traducido al español) y en 1991 un segundo excelente estudio de caso, Blacks and Whites in São Paulo, Brazil, 1888-1988. Andrews es, además, autor de numerosos artículos sobre temas afnes. Como profesor de historia en la Universidad de Pittsburgh ha dictado durante varios años un curso titulado Afro Latinoamérica, que dio origen al libro que motiva esta reseña.

Afro-Latinoamérica es un trabajo ambicioso, pues pretende dar cuenta de 200 años de historia de las personas de ancestro africano en aquellos países y regiones donde constituyen o han constituido más del cinco por ciento de la población. Como el autor lo indica, Afro Latinoamérica ha sido una unidad cambiante: ha tendido a reducirse (por ejemplo, Argentina, México y Perú ya no hacen parte de ella) y está hoy constituida más por “pardos” que por negros. El principal aporte de la obra es presentar un marco para la interpretación de la historia de la gente negra en América Latina, al identificar las principales tendencias que la han caracterizado. Andrews, por otra parte, da cuenta de muchas diferencias por país y por región con numerosos ejemplos bien escogidos. Como era de esperarse, el libro se centra en los dos países con mayor proporción de población negra en América Latina: Brasil y Cuba. Sin embargo, también trae valiosa información sobre otros países como Colombia, Venezuela, Perú, México y Costa Rica. Para ello Andrews hizo uso de la literatura sobre el tema escrita por sus colegas estadounidenses, así como por brasileños, colombianos y otros latinoamericanos, en español y portugués.

Afro-Latinoamérica llega en un muy buen momento. En los últimos 20 años un creciente interés por estudiar el presente y el pasado de la población negra y mulata de América Latina, que suma cerca del 25% del total (a lo cual contribuye enormemente que el 45% de los brasileros hagan parte de este grupo). Así, este libro, bien escrito y en general bien traducido, representa un valioso aporte al reciente interés de la historia por entender el papel de las categorías raciales y los grupos racializados en la construcción de las naciones latinoamericanas.

El libro tiene seis capítulos. Los cinco primeros presentan una visión panorámica de los siglos XIX y XX, y el sexto, que es muy corto, está dedicado a los retos del siglo XXI (neoliberalismo y democracia). Después de explicar que el aumento de la producción azucarera en Cuba y Brasil determinó que la importación de africanos a América Latina en 1800 fuera la más alta hasta el momento, el primer capítulo se concentra en las acciones que los esclavos tomaron para mejorar sus condiciones de vida y de trabajo. Aquí queda clara una de las principales orientaciones del libro, muy acorde con las tendencias historiográficas recientes: mostrar a los negros y mulatos como motores de la historia latinoamericana. Los cerca de dos millones y medio de esclavos que había en Brasil y el millón que vivía en la América hispánica trabajaban principalmente en plantaciones, minas y ciudades, donde llevaron a cabo huelgas y rebeliones, hicieron uso de la ley y huyeron en aras de encontrar una mejor vida dentro de la esclavitud o fuera de ella. Este capítulo también refexiona acerca de la manumisión, entendiéndola nuevamente como el resultado de procesos de negociación entre amos y esclavos y no como simple benevolencia de los primeros.

Los siguientes dos capítulos se concentran en el periodo de tiempo comprendido entre 1810 y 1890. El primero muestra cómo las luchas por la independencia generaron oportunidades para que los esclavos buscaran su libertad, pues pudieron aprovechar la disminución del control que sus amos ejercían, así como seguir las vías abiertas por el servicio militar. En este capítulo el autor interpreta los procesos de abolición gradual de la esclavitud como resultado de la presión ejercida por los esclavos que participaron en la guerra y no como una concesión de las élites liberales. Por otra parte, la ausencia de guerras independentistas en Cuba y Brasil, en el contexto de un auge económico, determinaron que allí la esclavitud aumentara y se recrudeciera. Paradójicamente, el resultado de este fenómeno fue el fortalecimiento de una cultura marcadamente africana y, paradójicamente, dando a los negros y mulatos libres mayores oportunidades para conformar una clase media cada día más robusta. Sin embargo, en Cuba, la fallida guerra de independencia de 1868 a 1878 generó procesos parecidos a los que desataron las exitosas luchas que llevaron a la formación de repúblicas en el resto de la América hispana, abriendo caminos defnitivos para alcanzar la libertad de todos los esclavos.

El tercer capítulo se centra en la participación política de la gente de ancestro africano en tres contextos. Andrews sostiene que para ganarse el apoyo de los negros libres los ejércitos independentistas tuvieron que fortalecer su compromiso con acabar las divisiones de casta coloniales. Por lo tanto, según este autor, la igualdad racial ante la ley es producto de la participación política de los afrodescendientes durante las guerras de independencia. En las décadas posteriores los liberales recibieron el apoyo de negros y mulatos en sus enfrentamientos electorales y armados contra los conservadores. Andrews destaca aquí la dimensión racial de estas luchas decimonónicas y hace un especial énfasis en cuanto al espacio que abrieron para la participación de estos sectores populares. Por otra parte, el autor muestra cómo los negros libres ejercieron su autonomía negándose a trabajar en condiciones que les recordaban la esclavitud. El capítulo termina con una interesante refexión sobre las clases medias.

El cuarto capítulo se concentra en un periodo de cambio, comprendido entre los años 1880 y 1930. Durante este lapso de tiempo, el auge exportador y el advenimiento del racismo científico propiciaron la búsqueda por alcanzar los ideales de la civilización, los que se defnieron en contraposición a los valores y prácticas de las mayorías negras y mulatas. Así, los gobiernos y las clases más acomodadas le declararon la guerra a las manifestaciones culturales negras, tales como el candomblé y la capoeira. Andrews recalca que este rechazo era compartido por las clases medias negras, las que sin embargo en algunos casos denunciaron la discriminación de la que eran víctimas. También explica cómo las personas negras y mulatas más pobres se vieron fuertemente afectadas durante este periodo por dos fenómenos simultáneos: la privatización de tierras a manos de empresarios (especialmente para cultivar caña) y la llegada de inmigrantes europeos (aunque también en menor medida asiáticos y negros) que redujeron sus posibilidades laborales.

El capítulo quinto está dedicado a las últimas siete décadas del siglo XX. En él Andrews muestra, basado en datos para Brasil y Cuba, que con el fn de la inmigración y debido a que la gente negra tardó más que la blanca en reducir sus tasas de fertilidad, hacia mediados del siglo hubo un proceso de “empardecimiento” (traducción poco afortunada de “browning” que significa oscurecimiento de la población). Este proceso tiene su paralelo en el terreno político, pues la ola de movimientos y gobiernos populistas que se extendió por la región amplió los espacios de participación de grupos negros y mulatos, aunque en la mayoría de los casos la retórica se dio en términos de clase y no de raza. Andrews también destaca la “nacionalización” de la cultura negra, siguiendo la expresión utilizada por Robin Moore1, caracterizada por la redefnición de las identidades nacionales sobre la base de la adopción de manifestaciones culturales consideradas negras, tales como la samba, el son y el merengue. El capítulo continúa mostrando cómo, a pesar de la apertura que implicó el populismo, las condiciones de vida de la gente de ancestro africano están por debajo de los promedios nacionales. Para terminar, destaca de manera muy rápida la movilización negra que se dio en varios países, especialmente en Brasil, a fnales de siglo.

Un libro tan ambicioso como éste tuvo que dejar mucho por fuera. Por ejemplo, para el caso de Colombia Andrews presenta ejemplos abundantes y pertinentes de diferentes regiones en las que la gente negra ha tenido un peso importante (el Pacífico, Cartagena y el Cauca), y utiliza tanto a autores clásicos como a otros cuyas contribuciones son más recientes. No obstante, también ignora muchas publicaciones anteriores a 2003, omite a Colombia como uno de los países en los que la esclavitud estaba de capa caída hacia 1800 (p. 42) y, además, olvida a la cumbia y el porro como manifestaciones culturales negras que fueron adoptadas como símbolos de identidad nacional hacia mediados del siglo XX (p. 271). Estas omisiones sobre Colombia me hacen preguntarme si otros silencios, tales como la escasa información sobre Minas Gerais después del auge minero, refejan vacíos en la literatura o resultan de la necesidad de concreción que demanda una obra de esta escala. Considero que señalar vacíos en la investigación disponible habría podido ser otro aporte de este trabajo.

Por otra parte, Andrews se equivoca en algunos detalles sobre el caso colombiano, sin que ello afecte los grandes argumentos del libro. Insinúa y afrma que en Colombia hubo agricultura de plantación esclavista en la Colonia (pp. 36-37, 38 y 104); por otro lado, el autor da la impresión de que las cuadrillas mineras del Chocó eran en general más grandes de lo que la historiografía permite afrmar (p. 50); y habla de un verdadero movimiento de palenques en las décadas de 1770 y 1780, cuando aquí los palenques fueron un fenómeno más del siglo XVII que del XVIII2. Aunque en los dos últimos casos sus fuentes le permiten hacer esas afrmaciones, una lectura más juiciosa de ellas o la consulta de otras, probablemente lo hubieran llevado a matizar sus conclusiones. Estos pequeños problemas se relacionan con la carencia de un trabajo general sobre la esclavitud en Colombia (y ni hablar de algo similar sobre la historia más amplia de la gente negra), que sería de enorme utilidad.

Este excelente libro se habría enriquecido con una reflexión más amplia sobre las ideas raciales y sobre el concepto mismo de raza. Sobre el primer punto hay algunos elementos interesantes, especialmente las ideas planteadas en torno a los orígenes del mito de armonía racial en Brasil. Sin embargo, este es un aspecto en general débil. Por ejemplo, parecería que el pensamiento racial no tuvo mayor relevancia antes de 1880. Por otra parte, aunque Andrews reconoce que las razas son construcciones sociales, hay momentos del libro que ameritarían una explicación sobre la pertinencia de tomar a negros o mulatos como unidad de análisis (es decir, de hacer una historia basada en el concepto de raza). Al hablar de la esclavitud o del período inmediatamente posterior a la emancipación, parece clara la necesidad de hacerlo. Pero para el siglo XX, la cosa no siempre es tan obvia. Cuando el autor se refiere, por ejemplo, al movimiento de los trabajadores de las bananeras del Magdalena, menciona que muchos de los participantes eran afrodescendientes, pero no indica que esta composición de la fuerza de trabajo le diera alguna particularidad al movimiento. Me pregunto, entonces ¿qué diferencia hay entre los problemas de los trabajadores latinoamericanos en general y aquellos de los grupos en los que hubo mayor participación de gente afro? Pensar más cuidadosamente en la categoría de raza habría servido para aclarar este asunto, así como para anotar que el movimiento negro colombiano de la década de 1990 tuvo un carácter étnico más que racial, y es en ello que radica su riqueza (p. 298).

La interpretación de algunos fenómenos históricos como resultado de la presión ejercida por la gente de ascendencia africana es necesaria y ha refrescado una historiografía previa, que en general tendía a negarle a muchos grupos populares su papel como protagonistas de nuestra historia. Sin embargo, en algunos casos dichas interpretaciones no parecen tener un sustento tan sólido como lo merecerían, aunque muchos tendamos a compartirlas. Por ejemplo, la idea de que las leyes de libertad de vientres “estuvieron ligadas directamente a la cuestión del servicio militar esclavo” (p. 112) más que a los imperativos de la ideología liberal, me parece que inclina la balanza mucho hacia un lado sin una justificación suficientemente sólida. Puede ser que los textos citados tengan una discusión más completa al respecto.

Este libro, basado en una investigación muy juiciosa y con el estilo claro y directo que caracteriza a su autor, será especialmente útil para quienes enseñen o tomen cursos generales referentes a América Latina, e incluso a Colombia, sobre los siglos XIX y XX, así como para cursos que aborden el tema de raza y nación. También será una gran herramienta para todos aquellos que hacen investigación sobre grupos afrodescendientes, bien sea que estudien el pasado o el presente, y para activistas de la causa negra. Además de proveer de un marco de referencia necesario y presentar una rica información sobre partes de América Latina de las que aquí sabemos poco, esta obra indica muchas fuentes secundarias que pueden ser útiles para muchos. Andrews logró escribir un libro muy accesible sobre un tema largo y complejo, que será una obra de consulta obligada para muchos estudiosos latinoamericanos y colombianos.


1. Robin Moore, Nationalizing Blackness, Afrocubanismo and Artistic Revolution in Havana, 1920-1940 (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1998). Versión en español: Robin Moore, Música y mestizaje. Revolución artística y cambio social en La Habana, 1920-1940 (Madrid: Editorial Colibrí, 2002).

2. Sobre el tamaño de las cuadrillas, además de los textos de Sharp y Zuluaga citados por Andrews, ver Robert West, Colonial Placer Mining in Colombia (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1952), 103; Germán Colmenares, Popayán, una sociedad esclavista, 1680-1800, Historia económica y social de Colombia, tomo II (Medellín: La Carreta, 73); Eric Werner Cantor, Ni aniquilados, ni vencidos. Los Emberá y la gente negra del Atrato bajo el dominio español. Siglo XVIII (Bogotá: ICANH), 54. Sobre palenques ver María Cristina Navarrete, Cimarrones y palenques en el siglo XVII (Cali: Universidad del Valle, 2003); Adolfo Meisel Roca, “Esclavitud, mestizaje y haciendas en la provincia de Cartagena: 1533-1851”, Desarrollo y Sociedad 4 (1980); Marta Herrera, Ordenar para controlar, Ordenamiento espacial y control político en las Llanuras del Caribe y en los Andes Centrales neogranadinos, siglo XVIII (Bogotá: ICANH, 2000).

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