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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.38 Bogotá maio/ago. 2009

 

EN MEMORIA DE AÍDA MARTÍNEZ CARREÑO (BUCARAMANGA 16-4-1940 – BOGOTÁ 28-5-2009)

Conocí a Aída Martínez en Medellín, en 1984, en una reunión académica organizada por la Cámara del Comercio. Y fue Germán Colmenares quien me la presentó en un descanso, mientras tomábamos un café. Recuerdo la manera como el maestro se refrió a su actividad al frente del Fondo Cultural Cafetero. En la conversación también se coló el valor que tenía el Museo del Siglo XIX para la cultura de Bogotá, museo al que Aída le había dedicado tanto empeño. Pero ahora que vuelvo a recordar ese encuentro descubro que en ese momento algo que me sorprendió fue el conocimiento preciso de Aída sobre los hechos, obras y autores del siglo XIX. Un siglo que aún entonces no estudiábamos mucho, y al que efectivamente el Fondo Cultural Cafetero dedicó célebres simposios, y auspició muchas de sus publicaciones.

Aída hizo una obra histórica importante. Tanto por su tamaño como por su significado. Son varios los libros de su autoría y de su tutoría, como innumerables los ensayos y artículos publicados en las revistas especializadas de nuestra disciplina. Pero la mayor trascendencia de sus escritos estriba en su originalidad temática, en el descubrimiento de nuevos tópicos para la historiografía colombiana. Aída ha tenido una sensibilidad especial para advertir ausencias en nuestros estudios, vacíos que ha procurado allanar con ahínco y dedicación. Es fácil advertir que sus libros Mesa y cocina en el siglo XIX (1985) y La prisión del vestido: aspectos sociales del traje en América (1995) son dos obras memorables. Hechas con rigor, con método, con gran información, éstas obras ofrecieron visiones completas sobre tópicos aparentemente intrascendentes. Pero el traje y la alimentación, concebidos como hechos de la cultura y la sociedad adquirieron pleno significado. Esos libros abrieron camino al estudio de estos temas y son obras de referencia y consulta permanente entre nosotros y entre los estudiantes de todas las universidades. No obstante, otro tema en el que Aída hizo un aporte trascendental a nuestra historiografía ha sido en el rescate de las mujeres del siglo XIX. Siglo masculinizado, ocupado por héroes y gobernantes, una tarea urgente era descubrir los rostros de las mujeres decimonónicas. En sus libros Presencia femenina en la historia de Colombia (1997) y La guerra de los Mil Días: testimonios de sus protagonistas (1999), Aída no sólo nos trató de recordar el papel decisivo de las mujeres en las guerras de independencia y de la formación republicana, sino que construyó una historia en plural, en el contexto de una cultura específica. Patriarcalismo que dominó y sometió a las mujeres, pero en el que pese a todo, encontraron, o crearon, resquicios para expresar autonomía.

El itinerario investigativo de Aída fue notable y merece reconocerse, especialmente por una razón importante, fue hecho al margen de la institución universitaria. La universidad ofrece a sus académicos cierta protección y condiciones para sus investigaciones. También les da beneficios y gabelas. Ninguno de éstos tuvo Aída para sus investigaciones. Lo cual no quiere decir que no estuviera atenta a lo que en ella se produce. Y a que buscara publicar en sus revistas de historia y literatura. Sabemos que encontró un amparo temprano en la Academia Colombiana de la Historia, donde hizo una actividad importante. Y donde ha sido reconocida. Pero Aída se acercó también al posgrado de historia de la Universidad Nacional, donde participó de un seminario y encontró perdurables amigos. Aída fue, además, una entusiasta participante de los Congresos de Historia. A los que gustaba llevar siempre algún escrito nuevo, pero creo que disfrutaba más escuchando los ensayos primerizos de muchachas y muchachos.

En una revisión de la producción historiográfica de Aída Martínez no puede olvidarse su importante participación en la revista Credencial Historia. El editor Camilo Calderón, que tuvo a su cargo la revista durante 15 años consecutivos, encontró en Aída una colaboradora excepcional. Fueron innumerables los artículos que Aída escribió para esta revista en la época de Camilo Calderón, y casi llego a pensar que en ocasiones muchos números especiales eran planeados entre los dos.

Conviene precisar un poco porqué sus libros sobre traje y comida son importantes para nuestra historiografía. Son mucho más que una respuesta a una curiosidad, y son mucho más que compilaciones anecdóticas. En ambos es clara la conciencia de Aída de trabajar sobre aspectos significativos de nuestra cultura. En cada uno se condensan tradiciones históricas, mestizajes, particularismos regionales y culturales, incidencias económicas y geográficas. Debemos entender estos dos libros como productos paralelos a la construcción del Museo del siglo XIX. En la creación de este museo surgió con fuerza la idea de la identidad, y toda su complejidad. Y fue en los ámbitos de la cultura material, del vestido y la alimentación (a los que habría que sumar la vivienda), donde éstos podían precisarse. Pero en Colombia no existía una tradición de estudios sobre estos temas, no había museos ni colecciones, tampoco inventarios, así que el trabajo investigativo de Aída debió superar grandes limitaciones. Fuentes iconográficas, literarias e históricas fueron revisadas, seleccionadas y organizadas pacientemente por Aída para elaborar estos estudios.

Para Aída el traje y el alimento pueden considerarse documentos que deben ser explicados, pues contienen las claves de nuestras trayectorias históricas. No se trata de componer catálogos, lo cual puede ser una parte útil del trabajo cultural, sino de entender la elaboración (creación) de cada pieza, de su composición y uso, sino de su comprensión en una amplia dimensión histórica y social. Si nuestra historia aúna trayectorias culturales hispánicas, indígenas y africanas, los trajes como las comidas documentan esa historia. Las memorables páginas que dedicó al uso de piezas como la ruana y la mantilla delinean su complejo itinerario.

En un reciente artículo, publicado en el Boletín de Historia y Antigüedades, Aída ha querido ilustrarnos sobre la dificultad de construir las historias de la vida cotidiana y la cultura material. Es evidente que se trata de un gesto generoso para las nuevas generaciones. No duda en decirnos que ninguna fuente es total. Una imagen de una pintura, un relato de un cronista, una descripción detallada de una novela, ninguna basta para informarnos sobre un objeto, pieza o personaje del pasado. El historiador, nos dice, debe intentar reunir el mayor acervo documental. Y sobre todo, antes de formular alguna hipótesis debe revisar, cotejar, contrastar. Permanentemente, Aída nos advierte sobre cuanta impostación hay en las pinturas y en los relatos de los viajeros.

Hace unos años tuve la suerte de que Aída me invitara a compartir la coordinación de un proyecto editorial que se tituló Placer, dinero y pecado. Historia de la prostitución en Colombia (2002). Digo suerte porque fue la ocasión para conocer más de cerca su distinguida formación cultural y su envidiable humor. Ella ya había descubierto que a los coordinadores de Las Mujeres en la historia de Colombia se nos había pasado por alto nombrar este complejo personaje. Las putas merecen una historia, me dijo en nuestra primera reunión. Afirmación que compartí, y muy pronto nos pusimos de acuerdo en que no se trataba de contarlas ni hacer diagnósticos sociológicos, sino de tratar de entender su definición, situación y representación en los distintos momentos del país. Por eso comprendimos el sexo, el dinero y el pecado como los elementos ordenadores de la prostitución. Efectivamente, hay una determinada valoración de la sexualidad que provoca su dominio y perversión. El dinero se convierte en el elemento de la transacción y la explotación. Y el pecado define una historia cultural de condena y compasión hacia la mujer caída. En dicho libro, Aída quiso volver sobre una de sus aficiones personales: la historia del arte colombiano. Descubrió cómo, tantas veces, son los artistas los que nos recuerdan con elocuencia la existencia de estos seres de las sombras.

Aída Martínez fue además una historiadora de los sentimientos, de los afectos. Su atrevido estudio sobre los Extravíos (1996) amorosos de Micaela Mutis Consuegra en el nacimiento de la República, es una honesta indagación en una dimensión esquiva de los estudios históricos. Resignación, soledad, amor, viva pasión y perdición fueron los sentimientos vividos en cadena por Micaela Mutis. Condenada, encarcelada y sojuzgada, Micaela nunca mostró arrepentimiento por el amor vivido, hecho que probablemente fue el que motivó a Aída a escribir sobre su vida. Historia intrigante, toda vez que en ella se presentaban los bandos de la contienda, los monárquicos y los republicanos. Pero fue una época en la que se exacerbaron ideales y sentimientos que Aída ha estudiado con sutileza. Rescatar la humanidad de los héroes de la independencia no es tarea fácil ni atractiva. En un ensayo aún inédito Aída abordó aspectos desconocidos de la vida de Antonio Nariño. Su inquietud -en este caso- es descubrir qué existencia tenía el "hombre de las dificultades", cómo sobrellevaba las decepciones, los fracasos y las enfermedades. Pero también entender que el soporte existencial de su vida fue un elevado sentimiento del honor patriótico. Un sentimiento nuevo, que él mismo intentaba precisar. Pero también, el amor por su esposa e hijos, y sus insaciables hobbies (como el que tenía por los relojes). No cabe duda que en esta exploración histórica Aída intentaba compensar una afición literaria que no abandonó. Y que, según sabemos, cultivó por separado en la escritura de una novela que ha avanzó en momentos de pasatiempo.

Si uno quisiera descubrir la fuente que nutrió los textos de Aída encontraría que ha sido el amplio conocimiento de los diarios y los libros de viajeros. Su atenta lectura de estos escritos le permitió recopilar datos, observaciones, comentarios y anécdotas que han dado calidez a sus libros. Es cierto que Aída estudió fondos documentales completos del Archivo General de la Nación, y que ha leyó con paciencia los diarios y repertorios oficiales del siglo XIX, pero fue en esos escritos singulares como son los diarios y los relatos de viajeros donde encontró un material apropiado para sus temas. Recientemente publicó en una pulcra y cuidadosa edición Bartolomé Rugeles. Diarios de un comerciante bumangués 1899-1938 (2005). Aída publicó las notas que durante cuarenta años este hombre anotó sobre su vida y la época que vivió, con el interés de darnos a conocer documentos y hechos de su región, y de recordarnos el esfuerzo que las gentes hacían -como este hombre de provincia- para que no todo quedara en el olvido.

No se cuándo ni cómo Aída Martínez decidió hacerse historiadora. No se lo pregunté, no se si por pudor o porque nunca se presentó la ocasión. Pero es probable que estas inquietudes le surgieran en su natal Santander, región a la que ha dedicó muchos de sus estudios. Seguramente fue en su propia casa donde escuchó las historias sobre los hombres y las mujeres de la guerra de los mil días, las cuales despertaron su interés por el pasado. Hacerse historiadora en Colombia y saber descollar no es tarea fácil. Aída lo consiguió y en forma sobresaliente.

PABLO RODRÍGUEZ
Profesor Titular
Universidad Nacional de Colombia

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