SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número38VIDA MATERIAL, RELIGIOSIDAD Y SOCIEDAD COLONIAL: ESPACIOS, OBJETOS Y PRÁCTICAS DE CONSUMO EN EL COLEGIO JESUITA DE LA CIUDAD DE ANTIOQUIA. 1726-1767VIDA COTIDIANA Y ENTORNO MATERIAL: EL MOBILIARIO DOMéSTICO EN LA CIUDAD DE CÓRDOBA A FNES DEL SIGLO XVIII índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.38 Bogotá mayo/ago. 2009

 

EL UNIVERSO MATERIAL DE LA VIDA DOMÉSTICA DE LA ÉLITE DE SANTIAGO DE CUBA ENTRE 1830 Y 1868*

Aida Morales Tejeda
Graduada en Historia del Arte (1990), Máster en Estudios Cubanos y del Caribe (2003) y candidata a doctora en Ciencias sobre Arte de la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba. Jefa del Departamento de investigaciones Históricas y Aplicadas, Ofcina del Conservador de la Ciudad de Santiago de Cuba. Sus intereses investigativos están vinculados con la historia de la cultura y el estudio del patrimonio material de Santiago de Cuba -en especial la arquitectura y la escultura conmemorativa de la época colonial y la primera mitad del siglo XX-, como también con la evaluación de los procesos de vida cotidiana de los estamentos de mayor representatividad social en la época colonial. Entre sus publicaciones recientes se encuentran: "El homenaje de Santiago de Cuba a Francisco Vicente Aguilera", en La Historia en la Palabra IV. Francisco Vicente Aguilera, Padre de la República de Cuba, coord. Ludín Fonseca García (Bayamo: Colección Crisol, Ediciones Bayamo, 2007), 101-117; "Italianos en Santiago de Cuba", en Emigrazione e presenza italiana in Cuba, vol. VII, coord. Domenico Capolongo (Roccarainola: Circolo Culturale B.G. Duns Scoto, 2008), 9-34; y La escultura conmemorativa en Santiago de Cuba. 1900-1958 (Santiago de Cuba: Ediciones Santiago, 2008). aida@occ.co.cu

* Este artículo es resultado de la investigación realizada para la tesis doctoral que se sustentará en el segundo semestre del 2009, titulada "La influencia francesa en espacios, ajuares y ritos de la vida cotidiana de Santiago de Cuba (1830-1868)". El financiamiento se obtuvo de los recursos de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Santiago de Cuba.


RESUMEN

El presente artículo constituye un acercamiento desde las Ciencias del Arte a este tema, en tanto a través del estudio del mobiliario se ponen en evidencia los cambios que se suscitaron en determinada época. Por un lado, en cuanto al orden de las mentalidades y la idea del confort del mundo burgués en la sociedad santiaguera, y por otro, en cuanto al impacto a partir de la presencia en la ciudad de un numeroso grupo de individuos provenientes de la colonia de Saint Domingue y de otros llegados directamente desde Francia, que conformaron una pujante colonia en la ciudad. De tal manera se procura revelar cómo el universo material del patriciado santiaguero se transformó a partir de la influencia de modos de hacer traídos por los franceses asentados en la ciudad.

PALABRAS CLAVE
Santiago de Cuba, vivienda, símbolos, cultura francesa, mobiliario.


THE MATERIAL UNIVERSE OF DOMESTIC LIFE AMONG THE ELITE OF SANTIAGO DE CUBA, 1830-1868

ABSTRACT

This article explores the material and domestic world of the elite from Santiago de Cuba from the perspective of the Arts. In particular, it shows how a study of furniture highlights the changes that occurred between 1830 and 1868: in terms of mentalities and the idea of comfort in the bourgeois world of Santiago society on the one hand; and, on the other, the impact of a large and dynamic group of people who, coming from Saint Domingue or directly from France, settled in the city. Its aim is to demonstrate how the material world of Santiago's aristocracy was transformed by the influence of customs brought by the French settlers in the city.

KEY WORDS
Santiago de Cuba, Housing, Symbols, French Culture, Furniture.

Artículo recibido: 9 de diciembre de 2008; Aprobado: 20 de Abril de 2009; modificado: 11 de mayo de 2009.


INTRODUCCIÓN

La vida familiar, la vivienda, el mobiliario, la alimentación y el vestuario son significativas "formas en las que los hombres expresan sus sueños y aspiraciones"1. Para el investigador, el estudio del comportamiento humano a través de esas expresiones -consideradas a veces "intrascendentes"- es una manera legítima de entender el pasado, no a través de los grandes hechos políticos o las hazañas de hombres insignes, sino mediante la huella que día a día dejan las personas comunes en el barrio, la comunidad o la ciudad. Por ello, el estudio del universo material de la vida doméstica de las familias de la élite de Santiago de Cuba entre 1830 y 1868 procura exteriorizar el contexto sociocultural e ideológico de la época, en tanto que los componentes de la vivienda como los objetos decorativos y culturales indican los gustos artísticos y las aspiraciones intelectuales y espirituales de sus poseedores. La vivienda en esta época exhibió la especialización de sus espacios y en función de ello desarrolló un mobiliario y decoración adecuados a las ideas de prosperidad y comodidad, aquellas que fueron propugnadas por el mundo burgués del ochocientos en el cual los objetos devenían atributos simbólicos e icónicos.


1. Santiago de Cuba y su expresión de modernidad

El progreso alcanzado por la economía plantacionista2 en la región oriental desde los años treinta del siglo XIX, la extracción cuprífera3, la explosión demográfica y la afirmación de la función portuaria dotaron a Santiago de Cuba y su Jurisdicción de un equilibrio económico que se exteriorizó en un florecimiento de su vida cotidiana, fundamentalmente de los estamentos acaudalados de esa sociedad colonial.

En esa época España y Francia se convirtieron en los primeros países hacia donde eran exportados los productos extraídos de estas tierras: café, azúcar, tabaco, cobre, manganeso y maderas preciosas, entre otros. Para ello, Francia inauguró en 1846 la Compañía General Trasatlántica de Vapores Correos Franceses4, cuyos destinos fundamentales serían Burdeos5, Nantes, Le Havre y Marsella6. De esta manera se estableció un flujo y reflujo constante de mercancías: tejidos, vajillas, muebles, objetos decorativos, alimentos y vinos, joyas, calzado, confecciones y productos higiénicos novedosos hacia Santiago de Cuba7.

La explosión demográfica estuvo asociada al arribo, a finales del siglo XVIII, de gran cantidad de franceses y sus esclavos que huían de las revueltas en la vecina isla de Saint Domingue. Tal avalancha humana, heterogénea en su composición8 y cuya dinámica de actuación resulta muy interesante -pues este conglomerado heterogéneo (se repite) era depositario de una cultura mestiza, y en el afán de impresionar y sobreponerse como recién llegados trataron de superarse a sí mismos9-, contribuyó de manera significativa al proceso de asimilación y luego de reafirmación de las ideas iluministas que venían gestándose en el seno del patriciado santiaguero a lo largo de la centuria decimoctava. Esa inmigración, a pesar de los vaivenes políticos, nunca se interrumpió totalmente. Durante el decenio (1820-1830) se consolidó con la entrada de hombres y mujeres provenientes directamente de Francia, en cuyo imaginario "Santiago de Cuba se convirtió [...] especialmente [para] los bordeleses, en una nueva destinación en Las Antillas, susceptible de propiciar trabajo a gentes calificados y sitio para levantar fortunas"10.

Los recién llegados, en su mayoría hombres de una cultura notable, portadores de un marco de referencia cultural y político distinto del existente en la capital del Departamento Oriental, fomentaron una pujante colonia11 que sirvió como catalizador del proceso, pues "transformarían en parte la infraestructura de la ciudad y sobre todo de su región cercana, trastocarían su vida cotidiana [...] y contribuirían [...] al desarrollo económico y al despertar social y cultural de esta zona, en lo adelante original, de la gran isla del Caribe"12.

Su modus vivendi y sus gustos produjeron admiración en la mayoría de los miembros de la sociedad santiaguera y, como todo lo que se admira tiende a imitarse, con cierta rapidez se impusieron modas y gustos que se aclimataron, como una práctica legítima donde los receptores, consciente o inconscientemente, interpretaron y adaptaron las ideas, las costumbres, las imágenes13. El destacado intelectual José Antonio Portuondo aseveraba que se impuso un "[...] ambiente de refinada cortesía [que] fue desbravando la parda adustez de la colonia y fue naciendo en el ánimo propicio del criollo una manera más alta de sensual refnamiento"14.

Efectivamente, todo ello consolidó una ciudad con un nuevo carácter, de perfiles más modernos. Y fue dentro de esa trama urbana donde se desarrollaron las construcciones domésticas que, al igual que el resto de las edificaciones santiagueras, se adecuaron a las condiciones topográficas, climáticas y sísmicas de la zona, mostrando cuatro variantes tipológicas de fachadas: simple, colgadizo, corredor15 y balconaje16. Estas mansiones fueron portadoras del poder económico adquirido por los grupos sociales preeminentes, quienes para su edificación escogieron las zonas de mayor cualificación urbana que les diera prestigio y diferenciara como clase social.

La imagen estilística de estas construcciones domésticas quedó signada por el neoclasicismo17 que, como el resto de los estilos de la época colonial, fue reinterpretado con sapiencia popular, y debe buscarse esencialmente en las soluciones decorativas interiores y exteriores18. Sus expresiones más claras fueron el aumento del puntal, con lo cual las edificaciones ganaron en esbeltez y suntuosidad; en la carpintería constructiva y decorativa de puertas, ventanas, elementos divisorios y pies derechos; en la herrería, los detalles ornamentales de fachadas y pisos. Se ampliaron sus espacios interiores con el fin de dar respuesta a las diferentes actividades sociales desplegadas en la etapa: bailes, tertulias, banquetes, conciertos, y por ende se explaya toda una intención decorativa en techos, paredes y pisos, así como en el mobiliario. Estos detalles se evidencian con particularidad en la sala, donde se desbordaba la fastuosidad de la casa al ser el espacio que mejor expresaba el nivel alcanzado por la familia en la pirámide social.

En tanto, esa alta sociedad, informada por medio de los viajes y la lectura de los cambios que ocurrían en el mundo occidental, mostró en el paso al siglo XIX una predisposición a mejorar los ambientes de sus residencias. Se potenciaron nuevas costumbres y la exigencia de normas higiénicas permitió el surgimiento de muebles que formaron parte de los usos cotidianos. Así, "la gente recibía a los visitantes en la sala, los caballeros tenían sus estudios, las damas sus tocadores, el sitio donde se dormía ya no era simplemente una  "habitación", ahora era una 'cámara'"19. Esa severa ordenación racional burguesa de la que habla Roger Henri-Guerrand20 determinó que la vivienda tuviera una nueva organización planimétrica, distribuida en tres grandes zonas: un espacio público de representación -la sala, la saleta y el comedor- en el que las determinantes espaciales, junto con el mobiliario, se encargaban de demostrar la posición económica y social de los moradores; uno privado para la intimidad familiar vinculado a la alcoba, el cuarto de estar y el cuarto de tocador; y finalmente los espacios excusados21.

En la vivienda el patio funcionaba como el conformador planimétrico, rodeado por una o varias galerías hacia donde daban las habitaciones. Garantizaba la iluminación de los diferentes espacios y la recogida de las aguas pluviales que eran almacenadas en grandes aljibes con hermosos brocales, algunos enchapados en mármoles con detalles decorativos de gran calidad. En sus pescantes de hierro forjado pueden distinguirse elementos decorativos neoclásicos, testimonio de la destreza lograda por los herreros locales. El verdor de esta zona era aportado por árboles frutales y plantas ornamentales. De esa diversidad da fe la viajera norteamericana Caroline Wallace al describir un patio santiaguero cubierto de

"la granada con su rojo brillante y sus hojas verdes oscuro; el amarillo limón y las más oscuras naranjas cuelgan de las elevadas ramas; el plátano, con sus anchas hojas verdes que se rasgan en secciones más estrechas según alcanza mayor altura, con su único fruto parecido a un gran corazón rojo que revienta con sus cien platanitos arracimados al tallo; los jazmines trepadores, con estrellados capullos que perfuman el aire tan pronto cae la noche; loros parlantes y periquitos revolotean entre las ramas de los árboles, una fuente derrama agua en el centro y hay niños desparramados por todo el lugar [...]"22.

También se instauró el cuarto de baño como espacio independiente del resto de las habitaciones23. Se daba así ubicuidad a la tina y los aguamaniles. Por vez primera, de modo generalizado, se asociaba la limpieza de la piel humana con un espacio doméstico específico, aunque éste quedaba limitado a las clases prominentes de la sociedad. Así consta en numerosos inventarios donde aparece referido el "lugar excusado", ubicado siempre al final, al lado de la cocina como parte de los espacios privados y poco visibles de la vivienda. Además se solicita la ejecución de fosas, y con la apertura del acueducto llega la colocación de llaves de agua en las casas de las familias acomodadas.

La proliferación de muebles y la decoración, donde se hacía evidente el gusto por objetos refinados, fue la respuesta al aumento de actividades desarrolladas dentro de la casa y a la bonanza económica experimentada en esa época. La inserción de la emigración francesa -desde fines del siglo XVIII- y su influjo cultural en el mundo cotidiano local funcionó, además, como elemento catalizador de ese proceso transformador, aun cuando tuvo que adaptar ciertos modos de vida a las especificidades de la región, legando más bien el espíritu, el élan vital de su cultura y el concepto del tratamiento de los espacios. Para demostrar las anteriores aseveraciones se incidirá en aquellos aspectos conformadores del mundo material doméstico que indican el status alcanzado por las familias de la elite criolla, atrapadas en un gusto por lo refinado y lo bello que ya caracterizaba a la cultura francesa.


2. El Mobiliario en los diferentes espacios hogareños

En los primeros tres decenios del siglo XIX convivieron varios estilos, pero entre éstos el preponderante el estilo Imperio24. En este tipo de mueble predominaba la simetría y una clara silueta delimitada con formas geométricas, así como el uso discreto de las curvas en forma de S muy regulares. Los motivos decorativos retomaban elementos arquitectónicos de origen clásico, alternados con figuras de águilas imperiales, leones alados, representaciones femeninas de la mitología grecorromana y la corona imperial como símbolo tipificador del estilo.

Los investigadores Margarita Suárez y Severino Rodríguez Valdés aseveran que el estilo Imperio llegó a Cuba a través de Norteamérica25. Tal afirmación debe ser matizada, en tanto está claro que esa fue la vía más expedita de entrada hacia Occidente; sin embargo, en el caso particular de Santiago de Cuba y la región suroriental, sin desdeñar del todo esa influencia, dadas las relaciones comerciales con Norteamérica, su difusión se debió más al pujante intercambio comercial y cultural existente con Francia.

En Santiago de Cuba fue asumido conscientemente por el patriciado local para autoafirmarse como clase social con la búsqueda de nuevos patrones de modernidad. Aunque la inmigración francesa fue puntal en la asimilación de ese canon estilístico, no debe soslayarse el proceso transformador que en el orden de las mentalidades se percibía desde fines del siglo XVIII. éste se producía a partir de la irrupción de las ideas de la Ilustración, llegadas a través de los viajes a Europa que realizaban miembros de las familias acaudaladas, y desde España directamente, como metrópoli regida por la dinastía de los Borbones y en 1808 ocupada por la invasión napoleónica.

La estudiosa Elba Marina Soto Rivas asume que entre 1800 y 1870 en el mueble existente en Santiago de Cuba pueden definirse cuatro etapas: la de copias toscas del modelo Imperio francés (1800-1830), la del Imperio tardío (1830-1840), la del Imperio criollo (1840-1850) y la convergencia de otras tendencias con base en el Neorrococó 26(1850-1870)27. Como se aprecia, se mantuvo su influencia hasta mucho después de la decadencia en Europa y las causas deben buscarse en que su ejecución partía de diseños funcionales.

En la capital del Departamento Oriental de Cuba, aunque se recibía mobiliario directamente desde París28, su cuantía era menor que aquel importado desde las provincias francesas, donde se generó un modelo que tomó el nombre de "estilo Provincial"29, al ser una adaptación del original en cada una de las regiones según la tradición profesional, las costumbres, el clima y las influencias fronterizas. En tal sentido, la tipología de mueble desarrollada in situ en la primera mitad de la centuria decimonónica estuvo en consonancia con ese modelo Provincial generado en la zona de Aquitania. Favoreció esta presencia la relación comercial directa con Burdeos, así como el numeroso flujo migratorio de personas de esa región hacia la Jurisdicción de Cuba.

Si bien la importación de muebles durante el siglo XIX persistió, varios investigadores30, sustentan la tesis de que más del 55% de los usados en la ciudad eran de manufactura local. Esta superioridad se produjo gracias a la existencia de un fuerte gremio de carpinteros ebanistas, que supieron hacer de su oficio un arte31. A los artesanos criollos se les incorporó un nutrido grupo procedente de Saint Domingue, primero, y luego otro de Francia32, quienes con suficiente pericia adaptaron un saber hacer a las condiciones particulares y recrearon este estilo, que se transformó en el denominado Imperio criollo. El grado de profesionalidad adquirido por el gremio se constata en la cantidad de establecimientos que se mantuvieron abiertos en el núcleo urbano y la nutrida clientela con que contaban.

Este mobiliario no renunció a los detalles decorativos del estilo original, pero es destacable el aporte criollo con la incorporación a los diseños de frutas tropicales como la piña, lo que le otorgó un toque distintivo. Una de las peculiaridades más significativas fue su adaptación a las condiciones climáticas del trópico. De tal forma los tapizados, el acolchado, el cuero repujado y/o gofra-do, cedieron ante el empuje de la pajilla confeccionada en fibras vegetales, material muy socorrido para el trabajo de fondo y espaldar, al permitir la ventilación y flexibilidad del mueble como se muestra en las comadritas, en los balances y en el llamado sillón fumador.

Las maderas más empleadas por su durabilidad y belleza fueron, entre las locales, el cedro y la caoba, y entre las foráneas, el maple, roble y el palisandro; esta última fue muy bien imitada. Los diestros artesanos consiguieron explotar todas las posibilidades de sus texturas y coloración, y el artístico acabado se obtenía a base de lacas, tintes, dorados y plateados. Para la decoración se utilizaron diversas técnicas como la marquetería o taracea33 y en algunos casos se ejecutaron enchapes en nácar para otorgar mayor prestancia al mobiliario34.

A pesar de los nuevos aires foráneos, algunas de las viejas familias santiagueras se debatían entre la tradición y la modernidad. Los testamentos de personas con apellidos de antigua prosapia como los Limonta, Portuondo, Valiente y Duany, corroboran que sus dotaciones mobiliarias no eran muy cuantiosas, y aún en la década de los cuarenta del siglo XIX era evidente tal situación. éste fue un aspecto de lenta transformación dentro del mundo doméstico que expresa la forma de pensar de algunos de estos clanes.

La adquisición de muebles como manera de ostentación familiar adquirió mayor fuerza a fines de la década de los cincuenta y en la de los sesenta. El ejemplo queda documentado en los testamentos de don Manuel Portuondo35, de 1852, y el de don Salvador Rafael Alberni y Caro, de 1867. Se destaca la cantidad y la calidad de los bienes muebles, donde sobresale el empleo de maderas duras, en especial la caoba. Se aprecia la incorporación de instrumentos musicales y útiles de aseo, lo evidencia la preocupación de estos grupos por exponer todo su esplendor y dejar atrás el estado de viviendas para habitar y convertirlas en viviendas para mostrar.

A esta transformación también es posible acercarse al contrastar dos ejemplos: el viajero francés Auguste Le Moyne, quien visitó Santiago de Cuba en enero de 1841, mencionaba que "en los salones hay una mesa redonda con lámpara en el centro y alrededor sillas de madera barnizada o con asientos de rejilla y mecedoras"36. Quince años después, en enero de 1866, El Redactor llamaba la atención de los santiagueros para que acudieran al establecimiento "La Numancia", donde era posible adquirir:

"[...] riquísimos espejos dorados y forma a lo Luis XIV, consolas de todas las clases, tocadores, cómodas, juegos completos de varias formas para señoras, tocadores a la Duquesa, mesas de centro, de extensión, aparadores de caoba, nogal y roble, camas de bronce y de hierro, tinajeros de caoba con mármoles, balances pintados y con dorados de más de 50 clases, y muy módico el precio sobre todo"37.

Hacia la década de 1860 se evoluciona hacia modelos más elaborados con la aparición del mueble bautizado como Medallón, por el formato que adopta su respaldar. Inspirado igualmente en modelos francos, fue representativo de los salones de la burguesía criolla y se caracterizó por la ampulosidad en el tratamiento de los detalles decorativos y por la profusión de la talla. Este mobiliario se convirtió en bien patrimonial de la familia, por lo que podían encontrarse algunos fuera de moda, pero que integraban el conglomerado existente en la sala a modo de "almacén de antigüedades en el que la acumulación parecía ser el único principio director de la composición interior del espacio"38. Aún en antiguas casas santiagueras pueden encontrarse juegos completos de sala pertenecientes al siglo XIX, legados como patrimonio familiar y que adquieren un marcado carácter sentimental.


3. Salas, saletas y comedores como espacio público de representación

A fines del siglo XVIII el viajero francés Michel Etienne Descourtilz, desde su perspectiva de europeo, consideraba que la sala santiaguera estaba casi "desnuda o vacía", y que el mobiliario se organizaba pegado a las paredes con una función más utilitaria que decorativa, aun en aquellas residencias de las familias solventes39. Esa imagen de sencillez finisecular del XVIII cambió durante el XIX, cuando la elite criolla, imbuida del pensamiento Ilustrado y deseosa de exteriorizar su poder, apostó por el lujo, y este espacio de legitimación social comenzó a exhibir cuantiosos muebles y objetos decorativos según las condiciones impuestas por la época y a las corrientes artísticas en boga.

Es posible advertir que la sala marcaba la exposición a partir de un punto central, donde se disponía una gran mesa y a su alrededor se colocaban balances o mecedoras de cedro y pajilla "acomodadas en el centro de la habitación, formando dos flas una frente a la otra, entre la puerta de la calle y las que dan al patio [...]"40. También constituían parte del corro un sofá de maple y rejilla, dos docenas de taburetes de maple con sus fondos de pajilla, una consola de cedro y una butaca de cuero de gran comodidad para los ancianos. El viajero inglés Walter Goodman en los años de 1850 la sometió a escrutinio y ofreció esta descripción:

"En el centro de la sala suele haber un cuadrado de alfombra, algo así como un piso de estufa fuera de lugar, sobre el cual hay doce mecedoras dispuestas frente a frente como los asientos en los coches del ferrocarril. Junto a estas se colocan unos pocos escabeles y algunas escupideras. Las piezas de la casa no están recargadas de adornos, y, los pocos muebles instalados para comodidad de las personas hacen contraste con las paredes blancas y los pisos desnudos. Los espaldares de sillas y sofás, al igual que el fondo de los asientos, son de junquillo. No abundan las mesas, y las cortinas se usan como adorno de las puertas y no en las ventanas, las cuales están desprovistas de cristales. De una de las vigas de la cruceta de la casa, cuyo tejado es inclinado debido a las abundantes lluvias, pende una elegante lámpara de gas combustible, y entre dos ventanas un par de consolas con sus correspondientes espejos, que no prestan servicio alguno, pues están de adorno, completan el decorado de la sala"41.

Dentro de esta estancia destaca el balance42, que constituyó una invención propia y, según refiere la investigadora Olga Cala Benavides, hasta finales del siglo XVIII no se había detectado su existencia en la casa cubana43. Se asume su surgimiento en las primeras décadas de la centuria decimonona, atribuido al ingenio de los ebanistas locales, que adecuaron el balancín utilizado en la mecedora para dormir a los bebés, de origen español, al sillón con el propósito de darle balanceo, a fin de crear una corriente de aire que refrescara a su ocupante. Sin embargo, José Claret Rubira plantea que esta pieza, con el nombre de mecedora, fue creada por Thomas Jefferson para su palacio en Monticello44. De modo que su origen está aún en disputa. La viajera sueca Fredrika Bremer, por su parte, informa sobre la existencia de dos estilos, uno español y norteamericano otro, y comentaba sus diferencias: "[...] en las salas de recepción en Cuba hay, desde las ventanas y hacia el interior, dos filas de mecedoras, unas de estilo español y otras de estilo norteamericano; las españolas son más grandiosas, pero también más pesadas. Allí se sienta una y conversa meciéndose, mientras se abanica [...]"45.

Lo cierto es que las influencias del estilo Imperio también se adueñaron del balance, evidenciado en sus líneas sinuosas y detalles decorativos. Resultó ser la pieza de mayor uso por toda la familia, desde el patriarca hasta la joven casadera. Constituía una especie de gran abanico, dada su comodidad y adecuación a las necesidades del clima tropical, y ha llegado a la actualidad con variantes tipológicas. Se extendió hacia todas las clases sociales, y la diferencia de los poseídos por los estamentos más solventes estaba en la suntuosidad de los modelos, su elaboración y la calidad de la madera empleada. En La Habana igualmente se usó con profusión y se le conoció como mecedora o sillón. Así comenta la condesa de Merlín: "Los hombres se pasean fumando por corredores alumbrados por bujías, mientras que las mujeres, sentadas en círculo de sillas que se balancean solas, y que se llaman butacas, hablan entre sí"46. La investigadora Alicia García Santana explica que a Trinidad la mecedora llegó por vía de Estados Unidos y la población la llamaba "butacas oscilatorias" o "sillas de columpio"47.

Otro mueble era la comadrita, pariente del balance y de uso femenino. Su nombre remite al cotilleo o chismorreo de las señoras en las tardes dedicadas a labores propias de su género. De pequeño tamaño y líneas sinuosas se caracteriza por su forma "angandole" (remeda una embarcación), propia del estilo Imperio francés.

Utilizaba cabezas de animales como motivos decorativos tanto en patas como en brazales, y los más recurridos fueron los de cisnes, mientras el ático o copete era rematado con elementos forales.

Puesta en el centro de la pieza o pegada a su pared más larga, la consola de grandes proporciones daba distinción a la estancia principal de la vivienda. Según la variedad de tamaños, su número podía fluctuar entre uno y tres. Su función principal era reflejar el propio ambiente del salón a través del espejo, y en las noches multiplicar la luz de las lámparas. Surgida en el siglo XVIII durante el barroco y de fuerte sabor francés, se mantiene durante el XIX adaptada a las características formales y estilísticas del neoclasicismo. A fines de la década de 1850 se vendían las conocidas como "Emperatriz Eugenia" o a lo Luis XIV, de caoba tallada con su mármol de "última moda"48, adjetivo que induce a pensar en el proceso de renovación que estaba experimentando la sala.

Igualmente el piano de cola se puso de moda en Cuba a inicios del siglo XIX49. Era usado esencialmente por las mujeres y entre ellas por las jóvenes casaderas, a las que proporcionaba un toque de gracia que realzaba su cotización en el mercado matrimonial50. Constituía un complemento del mobiliario, tanto de las viviendas de la ciudad como en las haciendas cafetaleras, y era signo de buen gusto y referente social, sirviendo para animar tertulias, fiestas y otras formas de sociabilidad impuestas como normas durante la centuria decimonona. Los testamentos y la prensa dejan apreciar que, aunque la firma francesa Pleyel no. 351 fue la preferida, también se importaban las firmas Enard y Boisselot, que llegaron a costar desde 25.00 hasta 125.00 pesos. Goodman refiere que: "el piano es un lujo considerable en las Antillas. Su valor intrínseco es relativamente bajo en comparación con lo que cuesta traerlo de Europa o los Estados Unidos [...] los pianos, además, no duran tanto en las regiones tropicales como en los climas templados, y, por eso, su delicado mecanismo exige muchos cuidados [...]"52.

El sofá, junto con la consola y la mesa de centro, presidió la estancia principal de la casa. Adquirió mayor difusión en esta época y pasó a formar parte del juego principal de sala. Es apreciable el eco del estilo Imperio francés en el tratamiento de los altos respaldos. Su efecto de grandeza y robustez era dado por los materiales de calidad empleados. Madera maciza en su estructura, mientras su espaldar y fondo se tapizaban en damasco u otra pesada tela, o eran adaptados al clima tropical con la inclusión de la pajilla en su color natural o pintada con diferentes colores. Algunas piezas se cotizaban en cifras superiores a los 30.00 pesos53.

Complementaban la sala las mesas principales o de centro; mesitas esquineras con mármol donde se ponían guardabrisas de cristal u otros objetos de artes decorativas; mesas redondas de mármol blanco para quinqué y otras con funciones más definidas como las de servicio de té, con mármoles de diferentes colores que combinaban con los soportes decorados por los ebanistas y con estilizadas tallas de inspiración romántica que sugerían gráciles cuellos de cisnes o liras.

La saleta, contigua a la sala, logró consolidar las relaciones familiares. Con ella se buscaba mayor intimidad y comodidad dentro del hogar. Como extensión del espacio principal, hasta allí llegaban los balances y comadritas ya descritos. Era un ámbito dominado esencialmente por la mujer que en él bordaba, en sus mesas costureras54, tejía, leía, conversaba con amigas o simplemente pasaba el tiempo meciéndose y abanicándose vestida con amplias batas, en función del "ocio vicario" apuntado por Thorstein Veblen55. Desde este espacio también escuchaba a los pregoneros o vendedores ambulantes.

El juguetero constituyó parte indiscutible de la saleta. Funcionaba a modo de "cámara de maravillas"; eran estrechas vitrinas a imitación de los cabinets de curiosidades europeos, con diseños muy originales que, por sus líneas suaves, evocan cierto aire de feminidad. Las partes confeccionadas en madera se prestaban a la decoración, para lo cual se recurría a la pintura con temas de paisajes campestres y escenas galantes. Asimismo se incrustaban enchapes en bronce o plata con recreaciones de motivos forales y querubines. Todo ello complementaba de forma armónica con los paños cóncavos o convexos de cristal translúcido, a través de los que se admiraban -a modo de colección-, acomodados en los entrepaños, bibelots, objetos de porcelana y biscuits con diferentes dimensiones y procedencias.

En el siglo XVIII Francia impuso un novedoso mueble: la cómoda. Introducidas en Santiago de Cuba a inicios del XIX, éstas eran piezas de gran tamaño que debido a su valor decorativo y la posibilidad de servir de soporte a otros objetos -–figuras de porcelanas, jarrones, relojes, candelabros- se les reservó un sitio en los espacios principales de la vivienda, evidenciado en los asientos tes-tamentales56 y en las notas descriptivas que indican su venta frecuente en los establecimientos comerciales con el apelativo de "famosa cómoda"57.

Como parte de los rituales vinculados a las visitas u otros actos de sociabilidad se hicieron indispensables en estos recintos las pequeñas mesas plegables para el servicio de café, té o chocolate. Poseían diseños muy funcionales, cuya característica principal era que sus piezas de tamaño graduado cabían una sobre la otra y se podían extender de tal forma que permitía la colocación del servicio completo para degustar un espeso tazón de chocolate con panetela o un café noir a la francesa. También eran necesarias otras mesas para los juegos de naipes y el tresillo que se efectuaban en las tardes o noches. La moda por los artículos provenientes de la cultura oriental se hizo patente en estos ambientes, pues mesas y porcelanas chinescas se incorporaron al conglomerado de muebles y objetos.

En función del confort surgió en el siglo XIX el salón comedor, idea traída por los franceses como parte de los ambientes Luis XVI58. Con su aparición en las casas de Santiago de Cuba se perdía la plurifuncionalidad de los corredores o galerías donde se comía en siglos anteriores. De este modo se dotaba a la casa de un espacio definido para las comidas. En las nuevas construcciones apareció como pieza habitual y ocupó un lugar intermedio dentro de su cuerpo principal, lo cual le permitía cierto vínculo interior-exterior, mientras en las más antiguas se realizó una adecuación de una de las galerías.

En el comedor, además del mobiliario, cobraron capital importancia los accesorios de la mesa, incorporados por los opulentos de la ciudad quienes influidos por los nuevos hábitos de urbanidad propugnados en el mundo occidental contemporáneo59, precisaba de un menaje propicio a las exigencias de un protocolo ajustado a esos modales. Thorstein Veblen examinó tales prácticas y concluye que:

"[...] el código ceremonial de los usos y costumbres decorosos debe, en gran parte, su comienzo y desarrollo al deseo de conciliarse a los demás o demostrarles buena voluntad [...] Los modales -se nos dice- son, en parte, una estilización de los gestos y en parte supervivencias simbólicas y convencionalizadas que representan actos anteriores de dominio o de servicio o contacto personal. En gran parte son expresión de la relación de status -una pantomima simbólica de dominación por una parte y de subordinación por otra."60.

La vajilla formaba parte del complejo mundo de símbolos y signos que revelaban los códigos culturales de los que se apropió esa clase social. Además de sus fines prácticos y utilitarios para el desenvolvimiento de la vida diaria y el sustento alimentario, constituyó otro de los aspectos para exteriorizar el boato de la casa, pues como bien asume la investigadora Paloma Manzanos Arreal "no estaban sólo en función de la riqueza de su propietario, sino de su consideración social"61. Así, los servicios de mesa completaban, en suntuosos comedores, los rituales propios del buen comer y que por su valor llegaron a convertirse en bienes hereditarios.

En el comedor se incluyeron diferentes muebles que tuvieron fines utilitarios y ornamentales y que se destacaron por la calidad de su acabado y diversidad. éstos evolucionaron desde una simplicidad estética hasta convertirse en altos exponentes del mejor quehacer de la ebanistería importada y local. Al centro de la estancia se encontraba el juego de comedor, compuesto por una mesa de alas plegadas62, por lo general de caoba, alrededor de la cual se colocaban sillas que exhibían sobrios diseños adaptados al estilo Imperio y que podían incluir trabajos de marquetería. Sus fondos y respaldos eran de pajilla con modelos cómodos. Su cantidad daba respuesta al número de comensales y oscilaban entre los doce y cincuenta en días de recepciones o banquetes.

Se introdujo en esta época el "criado mudo", pequeña mesa auxiliar que servía para colocar alimentos y bebidas y gozó de mucha aceptación. Surgida en el siglo XVIII bajo el influjo del estilo Luis XVI, fue una transposición desde los salones franceses a los cubanos. De gran sencillez formal, era en su totalidad de madera y contaba con tres o cuatro pisos circulares de diferentes radios, sostenidos por un pie central rematado en patas en forma de trípode.

Algunos muebles, como el tinajero y el locero o copero, exhibían versiones populares del estilo Imperio. El primero era un objeto imprescindible en todas las casas por la función que cumplía de mantener fresca el agua63 y fue descrito por Goodman de la siguiente manera:

"Una tinajera es una especie de filtro gigante. Por fuera parece una garita de centinela con persianas fijas que dejan pasar corrientes de aire. En la parte de arriba de esta especie de caja o alacena hay un gran recipiente de piedra porosa en forma de mortero barrigón, del cual el agua gotea lentamente y cae ya filtrada en un gran tinajón. Un cucharón de estaño sirve para sacar y servir el agua"64.

El locero o copero es un mueble expositor que funciona como especie de aparador abierto con varios entrepaños cuya finalidad era colocar la vajilla. Sus formas recuerdan a los estantes esquineros (étagére d'angle) marcados con influencias oscilantes entre los estilos Luis XIII y Regencia, cuyos detalles más interesantes son sus ornamentadas columnas. De gran transparencia, sus partes componentes fueron decoradas con alto nivel artístico y sus líneas sinuosas -de entrantes y salientes- evocan cierta voluptuosidad. Su pequeña barrotería torneada provoca un ritmo interno en este mueble que, en su conjunto, se convierte en exponente de la mejor tradición de la ebanistería cubana.


4. Habitaciones, espacios para el reposo

Las habitaciones, zonas íntimas por excelencia, eran espacios pletóricos de connotaciones sentimentales, al ser el lugar donde se nacía y moría. Estaban conformadas por un conjunto de muebles y accesorios en lo fundamental de ascendencia francesa. Auguste Le Moyne dejó su apreciación en 1841 sobre los dormitorios santiagueros al describir que en "las alcobas hay camas grandes con baldaquines provistos de mosquiteros"65. La norteamericana Caroline Wallace comentaba que el tipo de camas más usuales eran "los catres, aunque se ven algunas de hierro o bronce. A estas últimas se les cubre con cortinas de encaje o mosquiteros"66.

Las descripciones permiten caracterizar aquellos pertenecientes a los criollos adinerados y determinar que la cama constituía el mueble esencial, como lo reflejan los testamentos. No sólo era un elemento de confort, sino también el refugio de la intimidad. Se han identificado varios tipos confeccionadas en madera, bronce o hierro, comercializadas con diferentes precios en relación con sus figuras, tamaños y modelos. Las de madera se correspondían con las formas "an-bateau" y "angandole" a la usanza napoleónica, de líneas muy similares a las que podían admirarse entonces en los palacios europeos y en ciudades cubanas como La Habana y Trinidad. Destacaban por el delicado tratamiento de las superficies en cabeceros y pieceros, donde se manifestaba el grado de especialización de los ebanistas fundamentalmente en los enchapes realizados en cedro o caoba, o las decoraciones a partir de las propias vetas del material, dispuestas a manera de plumas o palmas resaltadas por el color oscuro de la madera, a diferencia de sus semejantes francesas que se destacaban por los enchapes en bronce dorado67. Aquellas realizadas en bronce o hierro contaban con altos pilares para colocar los mosquiteros de tul o gasa. Sus cabezales y pieceros, de grandes proporciones, por lo general eran dorados y en ellos se explayaba la maestría de los orfebres. En ambas piezas se cincelaban motivos forales o de frutas como las tropicales piñas.

El modelo de mayor uso, proveniente de siglos anteriores, fue el llamado "catre de campaña"68, que era una pequeña cama plegable articulada, confeccionada en madera, hierro o bronce. Dada su facilidad en el uso y el tipo de material empleado en su confección se deduce que su empleo se generalizó entre casi todas las clases sociales. Podía ser de bóveda y espaldar o sólo de éste. Era sencilla y fácil de transportar; durante el día se mantenía plegada en un costado de la habitación y se vendían de conjunto o por piezas.

El armario69 en el siglo XIX tuvo la finalidad de guardar ropas. Desde el punto de vista estético, fue durante el estilo Imperio que adquirió las formas que han llegado hasta la actualidad. En Santiago de Cuba los comercios lo ofertaban en todas clases y sus precios oscilaban entre ocho y medio hasta 42 y medio pesos70. Este mueble se destacaba por la profusión de sus ornamentos y tallas inspiradas en elementos naturales, figuras humanas, columnas y enmarques de reminiscencia clásica. Podían realizarse en cedro, caoba y palisandro. Algunos muy suntuosos eran enchapados en maple por dentro, y por fuera contaban con un espejo en la puerta central, mientras otros exhibían logrados trabajos de marquetería que dejaban al descubierto las diferencias de tonalidades entre las maderas empleadas.

Las habitaciones contenían otros muebles que las realzaban y marcaban las diferencias sociales. Las de los amos mostraban la mesa toilette, mueble que toda señora elegante se preciaba de poseer en sus aposentos y "que mejor caracteriza a dicha época" al decir de José Claret Rubira71. El peinador o coqueta psique, denominado también "tocadores a la Duquesa", tenía como función la de guardar joyas, cosméticos y otros accesorios propios de la mujer. Provenientes del estilo Luis XVI constituyen, por su elegante estructura y esmerada ejecución, verdaderas obras de arte. Se utilizaron así mismo distintos muebles menores con fines utilitarios: los percheros de pie o de pared realizados en madera y combinados con metales como el bronce; los veladores o guéridons de formas redondeadas u octogonales con columna central o tres pies curvados rematados por garras de león, así como algunos balances o sillones de dormitorios.

Como parte de sus obligaciones matinales, mujeres y niñas iban cada día a los ofcios religiosos, para lo cual debían incorporar -además de breviarios, rosarios y abanicos- menudas sillas que, junto a almohadones de damasco y pequeñas alfombras, eran empleadas a modo de reclinatorio durante la misa. Eran trasladadas por las criadas negras y guardadas en las habitaciones. Mostraban caprichosas confecciones "a la Griega e Italiana"72 y podían ser plegables o con un respaldo donde sobresalían incrustaciones de oro, perlas y nácar con motivos de cruces e imágenes de vírgenes o santos.


5. Bibliotecas y despachos: recintos de conocimiento

Las bibliotecas y despachos, áreas semiprivadas dedicadas en lo fundamental al hombre, tenían como utilidad práctica la escritura o la lectura en viviendas habitadas por abogados, comerciantes y otros profesionales necesitados de sitios aislados para la realización de sus actividades. Estos recintos se convirtieron en bienes culturales de índole material -por medio del costoso mobiliario- y espiritual con la diversidad bibliográfica, especialmente la que corresponde a los clásicos de esa corriente filosófica de donde bebieron para la asimilación del pensamiento ilustrado. Una revisión de la prensa y de inventarios testamentales permiten afirmar que obras en francés o traducidas al español de la autoría de Jean Jacques Rousseau, Voltaire, Charles-Louis de Montesquieu o Denis Diderot, eran cotidianas en ambientes cultos y podían adquirirse en establecimientos de la ciudad, donde se vendían igualmente libros "nuevos y baratos" de diversas materias como religión, educación, historia, geografía, ciencias y artes73. La biblioteca, por tanto, fue un espacio en criterio de Michelle Perrot que "abre la casa al mundo, y encierra el mundo en la casa"74, al incluir colecciones de libros que se constituían en signo de distinción social y de cultura75. A través de la mirada siempre inquisitiva de Carolina Wallace es posible adentrarse en una de estos recintos y advertir: "El cuarto que me fue asignado [...] daba a la biblioteca, de la cual lo más impresionante eran los grandes libreros de caoba que se alineaban a los lados y contenían una selección de obras en varios idiomas. Sobre la mesa había revistas y publicaciones de numerosos países, así como diarios de Nueva York, Londres y París"76.

Los inventarios testamentales ofrecen pistas de diferentes muebles existentes en este ámbito. El mueble principal era el escritorio o bureau -término en francés acuñado para designar su evolución formal en el siglo XVIII-. Confeccionado en madera dura, por lo general caoba, cedro o nogal, constituyó una verdadera joya de la carpintería. Completaban el conjunto los sillones, realizados en ricas maderas con respaldo de pajilla, que seguían estilísticamente las líneas de la mesa. De majestuoso porte eran los armarios bibliotecarios resguardados por cristales, que almacenaban gran cantidad de volúmenes, partituras de música o papeles de negocios y costaban más de veinte pesos fuertes. Otros, como los bufetes -mesa de escribir empleada por los hombres-, podían servir de base a los escritorios, hechos por lo general en caoba con su piedra de mármol.

Las féminas tuvieron dentro de los dormitorios o en las bibliotecas pequeñas mesas denominadas Bonheur de jour (dicha del día) para escribir diarios íntimos, cartas o hacer otras labores de su género. De igual modo el secrétaire francés integró estas habitaciones. Originado en el siglo XVIII, es la evolución al resto de Europa del conocido bargueño77 español y americano. Era una suerte de caja prismática apaisada, dotada de una tapa abatible que tenía función de mesa. Su interior se desarrolló a partir de un amplio número de pequeños cajones cubiertos en forma de paneles, con múltiples mecanismos escondidos para guardar objetos de carácter personal e historias familiares. Funcionaba como un confidente mudo o caja de seguridad. Hechos en maderas nobles, en ellos se empleó la taracea con enchapes en nácar y marfil. Se convirtió en uno de los bienes más curiosos de la biblioteca.

Complemento de los muebles eran los juegos de escritorio, de uso necesario en un despacho o biblioteca que, a su vez, se convertían en elementos decorativos. En la etapa estudiada se aprecia un creciente aumento de su importación desde Francia. Estaban compuestos por diversas piezas: plumas, frasqueras para la tinta, portapapeles, escribanías realizadas en bronce y combinadas con mármol, marfil, cristal, porcelana, plata y nácar. Algunas tenían gran valor monetario, como la perteneciente al brigadier don Juan de Moya Morejón (145.00 pesos)78, o la poseída por don Pedro Celestino Salcedo, confeccionada en plata valorada en 68. 00 pesos79. Se incorporaban a los útiles papel para cartas de diversos colores, juegos de libros para comercio, cortapapeles y tinteros.


CONCLUSIONES

Es evidente cómo, durante estos años, los capitales obtenidos por los sectores privilegiados se invierten en mejoras urbanas e infraestructurales con el propósito de convertir a Santiago de Cuba en una ciudad moderna en diversos órdenes. La presencia del neoclasicismo, aunque en una variante popular, le otorgó a la arquitectura doméstica una imagen más culta que afectó fundamentalmente sus aspectos decorativos. La ampliación de los espacios principales de la vivienda expresó los cambios relacionados con la evolución que experimentaban las mentalidades de las capas poderosas de la sociedad, al influjo de los ideales de la Ilustración, que comenzó a vivir bajo otros esquemas vinculados a ideas de bienestar, prosperidad material, higiene y cohesión del núcleo familiar.

Resulta incuestionable la transformación acaecida en el siglo XIX dentro de la cultura material doméstica santiaguera. En ese ambiente de renovaciones, la vivienda se comportó como el ámbito apropiado para el despliegue de una escenografía que cobró connotaciones simbólicas, al devenir reservorio de las nuevas corrientes culturales perceptibles en su mobiliario, objetos suntuosos, enseres de primera necesidad u otros elementos propios de la cultura material de la época. El mobiliario evolucionó a partir de la adecuación de los modelos franceses a la realidad local, en un proceso de amalgama del cual emergieron productos originales que muestran el moderno sentido estético e intelectual adquirido, sobre todo, por la clase de mayor jerarquía. De tal modo, la vivienda, de refugio para vivir, se transformó en espacio para ostentar el poderío económico de la elite local, que hizo del lujo y el confort un modelo de vida.


Comentarios

1. Alfredo Antonio Fernández, "Acerca de un tema desdeñado", en La Historia y el oficio del Historiador (La Habana: Editorial Ciencias Sociales y Ediciones Imagen Contemporánea, Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, 1996), 308.

2. La oligarquía criolla identificada con la política monárquica de Fernando VII, que pretendía restaurar el imperio americano continental, consolidó en este período la plantación esclavista dedicada a la producción de café, azúcar, tabaco y algodón. Esas medidas dictadas por el gobierno metropolitano alentaban la inversión de capitales extranjeros en la Jurisdicción Cuba. Ello propició que inversionistas ingleses, franceses y más tarde norteamericanos apostaran de forma individual o en compañías al fomento de la agricultura, el comercio y la explotación de minerales. Olga Portuondo Zúñiga, Santiago de Cuba desde su fundación hasta la Guerra de los Diez Años. (Santiago de Cuba: Editorial Oriente, 1995), 146.

3. La explotación cuprífera se retoma con fuerza en esta época, pues en 1830 las compañías Consolidada y Santiago, ambas con capital británico, comenzaron trabajos de extracción del mineral con el empleo de mano de obra esclava, negros libres y obreros ingleses. Olga Portuondo Zúñiga, Santiago de Cuba, 152.

4. En 1846 se inauguró esta compañía que operaba entre Francia y Veracruz y hacía escala en Santiago de Cuba; en la capital oriental eran consignatarios los señores Ducoureaux y Compañía. Olga Portuondo Zúñiga, "Cinco años con Walter Goodman en Santiago de Cuba", Del Caribe 14 (1989): 95; y María Elena Orozco Melgar, "La desruralización de Santiago de Cuba: Génesis de una ciudad moderna (1788-1868)", t. 2 (Tesis de Doctorado en Ciencias sobre Arte, Departamento de Historia del Arte, Universidad de Oriente, 1994), 180.

5. El puerto de Burdeos desempeñaría un papel fundamental en el intercambio comercial, lo que puede advertirse en la revisióndel cotidiano bordelés L' Indicateur, donde se anunciaba la partida hacia puerto santiaguero de barcos como L' Irna, Trois Frères, Paquete de Santiago, Paquete Bordelais, Guillermo Alexis, Albert Clemence, Caroline, Joven Eduardo. Archivo Departamental de la Gironda (ADG), L'Indicateur. Journal de Commerce, de Nouvelles, de Literature. Bordeaux, 4 de enero de 1832, 10 de enero de 1832, 9 de marzo de 1836, 30 de marzo de 1836, 12 de enero de 1851.

6. Ernesto Duvergier de Hauranne, "Cuba y las Antillas", citado en Antonio Benítez Rojo, "Para una valoración del libro de viajes", Santiago 26-27 (junio-septiembre, 1977): 300.

7. Una ojeada a los números del periódico El Redactor entre 1830 y 1840, en su sección de entrada y salida de barcos, refrenda la presencia de muchos de ellos. Por su lado, dos planos del grabador francés Luis Francisco Delmés fechados en 1840 y 1858 lo confirman igualmente de modo iconográfico. Omar López Rodríguez, La cartografía de Santiago de Cuba: una fuente inagotable (Santiago de Cuba y Sevilla: Oficina del Conservador de la Ciudad, Junta de Andalucía, Consejería de Obras Públicas y Transportes, 2005), 35 y 39.

8. Junto a los grandes propietarios llegaron otros emigrantes blancos con profesiones y oficios diversos como comerciantes, marinos, sastres, panaderos, costureras, médicos y también un gran número de mulatos y negros libres.

9. Ricardo López, "La élite decimonónica haitiana: su afrancesamiento", Anales del Caribe 11 (1991): 65.

10. María Elena Orozco Melgar, "La desruralización", t. 2, 180-181.

11. Como parte de su inserción en la sociedad santiaguera desde fecha muy temprana se contó con la existencia de un Consulado francés, con el propósito de proteger a los súbditos de esa nación. Dentro de sus acciones estuvo la solicitud de apertura de una Sociedad de Beneficencia a semejanza de la existente ya en La Habana. Archivo Nacional de Cuba (ANC): Gobierno General, Leg. 82, no. 3390-A, 1851.

12. Alain Yacou, "Santiago de Cuba a la hora de la revolución de Santo Domingo (1790-1804)", Del Caribe 26 (1997): 74.

13. Peter Burke, Formas de historia cultural (Madrid: Alianza Editorial 2000), 246.

14. José Antonio Portuondo, "Presencia francesa en el Oriente cubano", 36. Conferencia inaugural en el coloquio Los franceses en el oriente cubano, en Les français dans l' Orient Cubain. Maison de Pays Ibériques, Bordeaux, 1993. Coordination et presentation de Jean Lamore.

15. Esta tesis ha sido demostrada por numerosos investigadores a partir del amplio trabajo fundacional desarrollado desde los años cuarenta del siglo XX por el Dr. Francisco Prat Puig, continuado y sistematizado por los profesores de los Departamentos de Arquitectura y de Historia del Arte de la Universidad de Oriente, quienes desde finales de los años setenta han dado resultados investigativos valiosos que han permitido construir un corpus metodológico de variables típicas de la arquitectura local. Aida Liliana Morales Tejeda "Una mirada a la historiografía santiaguera sobre arquitectura y urbanismo", en Tres siglos de historiografía santiaguera, comps. Rafael Duharte Jiménez, Olga Portuondo Zúñiga e Ivette Sóñora Soto (Santiago de Cuba: Oficina del Conservador de la Ciudad, 2001), 242-253.

16. Esta tipología se incorporó a la imagen urbana de Santiago de Cuba a fines del siglo XVIII y principios del XIX. Su imagen exterior de alto valor estético está caracterizada por una fuerte volumetría y complejidad expresiva, comportándose como el exponente más significativo dentro del repertorio de la arquitectura doméstica local.

17. Llegado al territorio santiaguero tempranamente, entre otras vías, por medio de los emigrados de Saint Domingue y Francia, muchos de ellos con profesiones vinculadas a la construcción: arquitectos, carpinteros, maestros de obra, herreros, por lo cual aportaron un quehacer práctico que complementó la tradición constructiva criolla de fuerte raíz hispánica.

18. Francisco Prat Puig, María Caridad Morales y María Elena Orozco Melgar, "La arquitectura santiaguera de estirpe tradicional con aportes neoclásicos", Santiago 54 (junio de 1984): 35-67.

19. Paloma Manzanos Arreal, "La casa y la vida material en el hogar. Necesidades vitales y niveles de vida en la Vitoria del siglo XVIII", en La vida en Vitoria en la edad moderna y contemporánea, dir. José María Imízcoz Beunza (País Vasco: Editorial Therxtoa, D, L, 1995), 211.

20. Roger-Henri Guerrand, "Espacios privados", en Historia de la vida privada 4: De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial, dirs. Philippe Ariès y Georges Duby (Madrid: Taurus: 1989), 324.

21. Roger-Henri Guerrand, "Espacios privados", 324.

22. Caroline Wallace, Santiago de Cuba antes de la guerra (Santiago de Cuba: Editorial Oriente, 2004), 71-72.

23. Fue Armand-Claude Mollet quien en el hôtel d`Evreux, actual palacio del Elíseo, situó el baño en las proximidades de los dormitorios y no junto a la cocina, como era prescriptivo hasta entonces. Y es que, en efecto, son muy destacadas las mejoras introducidas en materia de higiene. Aumenta el número de cuartos de baño, y también el de los cabinets de toilette (tocadores) y de los depósitos de agua, adoptándose el excusado "a la inglesa", el cual dispone de una válvula para combatir los malos olores. Enciclopedia Historia del Arte t. 6, Rococó y Neoclasicismo, Romanticismo, Realismo y Modernismo (Barcelona: Editorial Océano, Instituto Gallach, 1999), 1950.

24. Constituye el segundo momento del neoclasicismo en el mundo del mobiliario y se asocia al emperador Napoleón Bonaparte. Sus creadores fueron los arquitectos franceses Carlos Percier y Pedro Fontaine. El concepto básico era el mismo: prototipos del mundo antiguo adaptados al gusto del siglo XIX. El cambio más importante, además del aumento de la influencia arqueológica, fue la escala con la cual los diseñadores intentaban volver a conseguir el sentido de monumentalidad y grandeza del que habían carecido desde principios del siglo XVIII. Se convirtió en un estilo internacional, con interpretaciones o variantes escandinavas, alemanas, italianas, rusas y norteamericanas. Tuvo una larga vida; empezó antes de 1800 y no desapareció sino hasta mediados del siglo XIX. Se caracterizó por la simplicidad de sus líneas, por ser cómodos y robustos, libres de pomposos motivos ornamentales. En Estados Unidos fue desarrollado en Nueva York por el diseñador y ebanista Duncan Phyfe. José Claret Rubiera, Muebles de estilo francés desde el Gótico hasta el Imperio (Barcelona: Editorial Gustavo Gili, MCMXLVI), 417; Hermann Schmitz, Historia del mueble (Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 1927), 66-86; Joseph Aronson, Enciclopedia gráfica del mueble y la decoración (Buenos Aires: Ediciones Centurión, 1948), 214.

25. Margarita Suárez y Severino Rodríguez-Valdés, "Alas de caoba", Opus Habana II: 1 (1998): 48. La investigadora Anita Arroyo González, desde la década de los cuarenta del siglo XX, afirmaba que el estilo Imperio llegó a Cuba a través de Norteamérica. Anita Arroyo González, Las artes industriales en Cuba. Su historia y evolución desde las culturas precolombinas hasta nuestros días (La Habana: Cultural S. A, 1943), 160.

26. El Neorrococó fue conocido en España como Isabelino; en Inglaterra y Estados Unidos como estilo Victoriano.

27. Elba Marina Soto Rivas, "Influencias foráneas en el mobiliario y ambientes del Museo de Ambiente Histórico Cubano". Investigación inédita (Santiago de Cuba, 2002), 23.

28. En el periódico El Redactor el establecimiento comercial El Palo Gordo anunciaba la llegada de "París de un extenso y variado surtido en todo lo que refería a su ramo", donde destacaban numerosos muebles: espejos grandes y medianos para salas con marcos dorados, otros con lunas llamadas "a la Emperatriz Eugenia", con gavetas y sin ellas, de Napoleón III y de Pie de Gallo. Biblioteca Provincial Elvira Cape Fondos Raros y Valiosos (BPECFRV), El Redactor, Santiago de Cuba, 17 de septiembre, 1859.

29. El estilo Provincial se distingue por el nombre de la región a que pertenecen: estilo Bretón, Normando, Provenzal. Entre sus características más acusadas cabe mencionar: sus diseños parten de la utilidad que puedan brindar en la casa y no hacia la fastuosidad y el lujo; son de menor tamaño que los muebles clásicos en que se basan; se percibe la mano del artesano en lugar de la del artista; fueron menos ornamentados que el mueble cortesano y se emplean maderas regionales. (Barcelona: Enciclopedia CEAC de Decoración 1969), 307- 309.

30. Entre estos pueden citarse a los especialistas museólogos del Museo de Ambiente Histórico Cubano de Santiago de Cuba: Jorge Carlos Jordán Rosés, "El mueble cubano en el siglo XIX". Investigación inédita, (Santiago de Cuba, 2002); Elba Marina Soto Rivas. "Influencias foráneas", 25; Margarita Suárez y Severino Rodríguez-Valdés, "Alas de caoba", 48.

31. El censo de 1862 incluye la existencia de 18 carpinterías y 17 mueblerías y ebanisterías, donde laboraban 984 carpinteros y 36 ebanistas, ambos oficios ocupados mayormente por negros y mulatos. Jerónimo de Lara Armíldez de Toledo, Noticias estadísticas de la Isla de Cuba en 1862 (La Habana, Imprenta de Gobierno y Capitanía General y Real Hacienda, 1864), s.p.

32. Entre los carpinteros franceses, uno de los más antiguos residentes en Santiago de Cuba fue Jean Ancoin, quien en 1813 se naturalizaba como español. Emilio Bacardí Moreau, Crónicas de Santiago de Cuba, t. II (Santiago de Cuba: Tipografía Arroyo Hermanos, 1924), 90.

33. Embutido hecho con pedazos menudos de chapa de madera en sus colores naturales, o de madera teñida, concha, nácar y otros materiales. Entarimado hecho de maderas finas de diversos colores formando dibujo. Era considerado como un dibujo en madera con un refinamiento exquisito.

34. El inventario de los bienes muebles del teniente coronel retirado don Salvador Rafael Alberni informa de la existencia de este tipo de mueble. Habitaban en 1867 en la calle de San Gerónimo alta no. 15. Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba (AHPSC), Juzgado de 1ra Instancia, Testamentos, Leg. 716, no. 4, 1867.

35. Manuel Portuondo estaba casado con doña María del Carmen Mariño. Tenían como propiedades una casa en la calle baja de las Enramadas no. 117 y dos más en la propia calle, rotuladas con los números 119 y 132. AHPSC, Juzgado de 1ra Instancia, Materia: Testamentos, Leg. 671, no. 3, 1852.

36. Auguste Le Moyne, "Viajes y estancias en América del Sur" (fragmentos), citado en Antonio Benítez Rojo. "Para una valoración", 295.

37. BPECFRV, El Redactor, Santiago de Cuba, 5 de enero de 1866.

38. Roger-Henri Guerrand, "Espacios privados", 324.

39. Michel Etienne Descourtilz. Voyage d'un naturaliste en Haití (París: Dufart Pére, Librerie -Editeur, 1809), 40.

40. Caroline Wallace, Santiago de Cuba, 65.

41. Walter Goodman, Un artista en Cuba (La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1986), 19-20.

42. éste sería llamado balance cubano, que se introduce a principios del siglo XIX y tiene sus antecedentes en la mecedora española. Este mueble singular aparece reiteradamente dentro de la vivienda santiaguera entre los bienes de las familias locales.

43. Olga Cala Benavides, "El mueble cubano en el siglo XIX. El estilo Imperio" (investigación inédita perteneciente al fondo documental del Museo de Ambiente Histórico Cubano, s/f)

44. José Claret Rubira, Muebles de estilo inglés y su influencia en el exterior desde los Tudor hasta la Reina Victoria con los grupos Colonial y Menorquín (Barcelona: Editorial Gustavo Gili, MCMXLVI), 420.

45. Fredrika Bremer, Cartas desde Cuba (La Habana: Editorial Arte y Literatura, 1995), 138.

46. Condesa de Merlín, Viaje a La Habana (La Habana: Imprenta El Siglo XX, 1922), 543.

47. Alicia García Santana, Trinidad de Cuba, ciudad, plazas, casas y valle (La Habana: Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, 2004), 212.

48. BPECFRV, El Redactor, Santiago de Cuba, 17 de septiembre, 1859.

49. El primer piano de concierto de que se tiene noticia en la ciudad de Santiago de Cuba fue importado desde París en julio de 1810 por Bartolomé Segura. Emilio Bacardí Moreau, Crónicas de Santiago de Cuba, t. II, 70.

50. Rafael Serrano García, El fn del Antiguo Régimen (1808-1868) Cultura y vida cotidiana (Madrid: Editorial Síntesis, 2001), 189.

51. AHPSC, Juzgado de Primera Instancia, Materia: Testamentos, Leg. 725, no 5, 1872, Leg. 750, no. 4, 1882. En los comercios locales se recibían, además de los pianos, otros instrumentos musicales: clarinetes de ébano de Lefevre, violines, flautas de Toulou, violonchelos, requintos y fagots. BPECFRV, El Redactor, Santiago de Cuba, 4 de julio de 1861 y 14 de febrero de1864.

52. Walter Goodman, Un artista en Cuba, 117.

53. BPECFRV, El Redactor, Santiago de Cuba, 5 de septiembre de 1855.

54. Frente a las ventanas interiores con vista a las galerías o al patio, se colocaban estas mesas, realizadas en caoba y enriquecidas con trabajos de marquetería, taraceas, dorados, plateados y motivos pictóricos. Incorporaban, al igual que sus similares francesas, una cazuela para quemar perfume y hasta pequeños espejos.

55. Thorstein Veblen, Teoría de la clase ociosa (Ediciones elaleph.com, 2000), 64. http://www.elaleph.com

56. AHPSC, Juzgado de Primera Instancia, Materia: Testamentos, Leg. 620, no. 8, 1843.

57. BPECFRV, El Redactor, Santiago de Cuba, 28 de julio de 1850.

58. María Elena Orozco Melgar, "El quartier français de Santiago de Cuba", Revolución y Cultura 1 (2004): 15.

59. Desde los siglos XVII y XVIII, los manuales de urbanidad indicaron, por necesidades higiénicas y de limpieza, el empleo individual de nuevos utensilios de mesa: platos, vasos, cucharas, cuchillos y tenedores, lo que llevó a su vez a una estructuración de la vajilla: de uso individual y colectivo.

60. Thorstein Veblen, Teoría de la clase ociosa, 50-51.

61. Paloma Manzanos Arreal, "La casa y la vida material", 214.

62. Se empleaba un aditamento con el cual se podía lograr una mayor extensión y dar cabida a más comensales.

63. Los inventarios de don Magín Masó, de doña María Nicolasa Vidal y de la familia Zayas Hechavarría recogen la existencia de ejemplares de este mueble tan útil para la vida diaria.

64. Walter Goodman, Un artista en Cuba, 46.

65. Auguste Le Moyne, "Viajes y estancias", 295.

66. Caroline Wallace, Santiago de Cuba, 67.

67. José Claret Rubira, Muebles de estilo francés, 420.

68. Proyectadas en el siglo XVII como cama portátil, el nombre vino a aplicarse a los lechos menos monumentales con un baldaquín combado y postes relativamente más bajos. Joseph Aronson, Enciclopedia gráfca, 67.

69. Deriva de la voz armarium y su uso data de la época romana. Tuvo en un primer momento como destino guardar armas, aunque pronto se dedicó a almacenar provisiones, vajillas, joyas, valores y otros artículos de uso habitual. Ya en la Edad Media entró a formar parte del ámbito doméstico y en Francia se convirtió en el principal mueble de la familia burguesa que llevaba la novia a casa del esposo. Diccionario Enciclopédico Hispano- Americano, t. II (Barcelona: Montaner y Simón Editores, 1898), 639.

70. BPECFRV, El Redactor, Santiago de Cuba, 25 de julio de 1855.

71. José Claret Rubira, Muebles de estilo francés, 417.

72. BPECFRV, El Redactor, Santiago de Cuba, 25 de julio de 1855.

73. ANC, Audiencia de Santiago de Cuba, Leg. 101, no. 2086, 1851. El Redactor, Santiago de Cuba, 30 de noviembre, 1851.

74. Michele Perrot, "Formas de habitación" en Historia de la vida privada. De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial, dirs. Philippe Ariés y George Duby (Madrid: Taurus, 1989), Tomo 4, 304.

75. Miembros de estos estamentos llegaron a poseer una admirable colección de libros. Pedro Celestino Salcedo, quien ejerció como abogado, fue propietario de 2442 volúmenes de distintas obras y autores, tasados en la suma de 1300 pesos. AHPSC, Juzgado de 1ra Instancia, Materia: Testamentos, Leg. 750, no. 4, 1882.

76. Caroline Wallace, Santiago de Cuba, 76.

77. La investigadora española Carmen Abad-Zardoya apunta que, aunque el término resulta confuso en cuanto a su acuñación, se recoge en el Diccionario de la Real Academia Española en 1914. Hoy su uso es aceptado para designar a los muebles con cajones de los siglos XVI y XVII, particularmente el tipo más difundido entre las producciones españolas, aquel que era pintado, dorado y decorado con columnillas de hueso en el interior. Carmen Abad - Zardoya. La casa y los objetos. Espacio doméstico y cultura material en la Zaragoza de la primera mitad del XVIII (Zaragoza: Delegación del Gobierno de Aragón, 2001), 124-125.

78. AHPSC, Juzgado de 1ra Instancia, Materia: Testamentos, Leg. 606, no. 1, 1841.

79. AHPSC, Juzgado de 1ra Instancia, Materia: Testamentos, Leg. 750, no. 4, 1882.


BIBLIOGRAFÍA

Fuentes Primarias

Archivos:

Archivo Nacional de Cuba (ANC), Asuntos Políticos, años 1808-1850 y Audiencia de Santiago de Cuba, años 1826-1866.         [ Links ]

Archivo Histórico Provincial de Santiago de Cuba (AHPSC), Juzgado de Primera Instancia Testamentos, años 1829-1876.         [ Links ]

Archivo Departamental de la Gironda (ADG), Bordeaux, L'Indicateur. Journal de Commerce, de Nouvelles, de Literature. 1832 - 1859.        [ Links ]

Publicaciones periódicas:

Biblioteca Provincial Elvira Cape, Diario El Redactor, Santiago de Cuba, años 1850-1866.        [ Links ]

Fuentes primarias impresas:

Armíldez de Toledo, Jerónimo de Lara. Noticias estadísticas de la Isla de Cuba en 1862. La Habana: Imprenta de Gobierno y Capitanía General y Real Hacienda, 1864.         [ Links ]

Bremer, Fredrika. Cartas desde Cuba. La Habana: Editorial Arte y Literatura, 1995.         [ Links ]

Condesa de Merlín. Viaje a La Habana. La Habana: Imprenta El Siglo XX, 1922.         [ Links ]

Descourtilz, Michel Etienne. Voyage d'un naturaliste en Haití. París: Dufart Pére, LibrerieEditeur, 1809.        [ Links ]

Goodman, Walter. Un artista en Cuba. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1986.        [ Links ]

Wallace, Caroline. Santiago de Cuba antes de la guerra. Santiago de Cuba: Editorial Oriente, 2004.        [ Links ]

Fuentes Secundarias

Abad-Zardoya, Carmen. La casa y los objetos. Espacio doméstico y cultura material en la Zaragoza de la primera mitad del XVIII. Zaragoza, Delegación del Gobierno de Aragón, 2001.         [ Links ]

Aronson, Joseph. Enciclopedia gráfca del mueble y la decoración. Buenos Aires: Ediciones Centurión, 1948.         [ Links ]

Arroyo González, Anita. Las artes industriales en Cuba. Su historia y evolución desde las culturas precolombinas hasta nuestros días. La Habana: Cultural S. A, 1943.         [ Links ]

Bacardí Moreau, Emilio. Crónicas de Santiago de Cuba, Tomo II. Santiago de Cuba: Tipografía Arroyo Hermanos, 1924.         [ Links ]

Benítez Rojo, Antonio. "Para una valoración del libro de viajes". Santiago 26-27 (junio-septiembre 1977): 275-300.         [ Links ]

Burke, Peter. Formas de historia cultural. Madrid: Alianza Editorial, 2000.         [ Links ]

Cala Benavides, Olga. "El mueble cubano en el siglo XIX. El estilo Imperio". Investigación inédita perteneciente al fondo documental del Museo de Ambiente Histórico Cubano, (s/f).         [ Links ]

Claret Rubira, José. Muebles de estilo francés desde el gótico hasta el Imperio. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, MCMXLVI.         [ Links ]

Claret Rubira, José. Muebles de estilo inglés y su influencia en el exterior desde los Tudor hasta la Reina Victoria con los grupos Colonial y Menorquín. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, S.A, MCMXLVI.         [ Links ]

Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano, t. II. Barcelona: Montaner y Simón Editores, 1898.         [ Links ]

Estilos del mueble. Enciclopedia CEAC de Decoración, S.A, Barcelona, España, 1969.         [ Links ]

Enciclopedia Historia del Arte, t. 6, Rococó y Neoclasicismo, Romanticismo, Realismo y Modernismo. Barcelona: Editorial Océano, Instituto Gallach, 1999.         [ Links ]

Fernández, Alfredo Antonio. "Acerca de un tema desdeñado". En La Historia y el ofcio del Historiador. La Habana: Editorial Ciencias Sociales y Ediciones Imagen Contemporánea, Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, 1996, 308-315.        [ Links ]

García Santana, Alicia. Trinidad de Cuba, ciudad, plazas, casas y valle. La Habana: Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, 2004.         [ Links ]

Guerrand, Roger-Henri. "Espacios privados". En Historia de la vida privada, de la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial, dirigido por Ariès, Philippe y Duby, Georges. Madrid: Editorial Taurus, 1989, Tomo 4, 318-329.        [ Links ]

Hernández, José Joaquín. Ensayos Literarios. Santiago de Cuba Imprenta de la Real Sociedad Económica, 1846.        [ Links ]

Jordán Rosés, Jorge Carlos. "El mueble cubano en el siglo XIX". Investigación inédita. Santiago de Cuba, 2002.         [ Links ]

López Rodríguez, Omar. La cartografía de Santiago de Cuba: una fuente inagotable. Santiago de Cuba y Sevilla: Oficina del Conservador de la Ciudad, Junta de Andalucía, Consejería de Obras Públicas y Transportes, 2005.        [ Links ]

López, Ricardo. "La élite decimonónica haitiana: su afrancesamiento". Anales del Caribe 11 (1991): 65-72.         [ Links ]

Manzanos Arreal, Paloma. "La casa y la vida material en el hogar. Necesidades vitales y niveles de vida en la Vitoria del siglo XVIII". En La vida en Vitoria en la edad moderna y contemporánea. País Vasco: Editorial Therxtoa, D, L, 1995, 199-237.         [ Links ]

Morales Tejeda, Aida Liliana. "Una mirada a la historiografía santiaguera sobre arquitectura y urbanismo". En Tres siglos de historiografía santiaguera, compilado por Duharte Jiménez, Rafael, Olga Portuondo Zúñiga e Ivette Sóñora Soto. Santiago de Cuba: Oficina del Conservador de la Ciudad, 2001, 242-253.        [ Links ]

Orozco Melgar, María Elena. "La desruralización de Santiago de Cuba: Génesis de una ciudad moderna (1788-1868)". Tesis de Doctorado, Departamento de Historia del Arte, Universidad de Oriente, 1994.         [ Links ]

Orozco Melgar, María Elena. "El quartier français de Santiago de Cuba". Revolución y Cultura 1 (2004): 11-18.         [ Links ]

Perrot, Michelle. "Formas de habitación". En Historia de la vida privada. De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial, dirigido por Ariés, Philippe y George Duby Madrid: Taurus, 1989, Tomo 4, 301-316.         [ Links ]

Portuondo Zúñiga, Olga. "Cinco años con Walter Goodman en Santiago de Cuba". Del Caribe 14 (1989): 94-109.         [ Links ]

Portuondo Zúñiga, Olga. Santiago de Cuba desde su fundación hasta la Guerra de los Diez Años. Santiago de Cuba: Editorial Oriente, 1995.         [ Links ]

Portuondo. José Antonio. "Presencia francesa en el Oriente cubano". Conferencia inaugural en el coloquio Los franceses en el oriente cubano, coordinación y presentación de Jean Lamore. Bordeaux: Maison de Pays Ibériques, 1993.        [ Links ]

Prat Puig Francisco, María Caridad Morales y María Elena Orozco Melgar. "La arquitectura santiaguera de estirpe tradicional con aportes neoclásicos". Santiago 54 (junio de 1984): 35-67.         [ Links ]

Schmitz, Hermannn. Historia del mueble. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 1927.         [ Links ]

Serrano García, Rafael. El fin del Antiguo Régimen (1808-1868) Cultura y vida cotidiana. Madrid: Editorial Síntesis, 2001.        [ Links ]

Soto Rivas, Elba Marina. "Influencias foráneas en el mobiliario y ambientes del Museo de Ambiente Histórico Cuba". Investigación inédita. Santiago de Cuba, 2002.        [ Links ]

Suárez, Margarita y Severino Rodríguez-Valdés. "Alas de caoba". Opus Habana II: 1 (1998): 40-49.        [ Links ]

Veblen, Thorstein. Teoría de la clase ociosa. Ediciones elaleph.com, 2000. http://www.elaleph.com        [ Links ]

Yacou, Alain. "Santiago de Cuba a la hora de la revolución de Santo Domingo (1790-1804)". Del Caribe 26 (1997): 74-86.        [ Links ]

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons