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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.38 Bogotá mayo/ago. 2009

 

Soluri, John.
BANANA CULTURES: AGRICULTURE, CONSUMPTION, AND ENVIRONMENTAL CHANGE IN HONDURAS AND THE UNITED STATES.
Austin: University of Texas Press, 2005, 321 pp.

Santiago Muñoz Arbelaez
Historiador de la Universidad de los Andes. Miembro del comité directivo de Razón Cartográfica: red de historias de las geografías de Colombia. Profesional en investigación en Ciencias Sociales, Biblioteca Luis ángel Arango, Banco de la República (Bogotá, Colombia). santiagomunoza@gmail.com



El debate sobre las bananeras se ha centrado generalmente en posiciones extremas entre los teóricos de la modernización, que veían el arribo del capital y la tecnología a América Latina como necesario para cambiar las formas de vida y las mentalidades "tradicionales" de la población, y la teoría crítica de la dependencia, que argüía que el capital foráneo estaba subdesarrollando a América Latina1. El reciente libro de John Soluri va más allá de estas visiones "modernistas" y "dependientitas", las cuales comparten una visión de las bananeras que le da únicamente agencia a las grandes empresas multinacionales estadounidenses2. Para ello busca reconocer los múltiples encuentros e interacciones cotidianas entre las compañías, los trabajadores, los bananos, los patógenos, los científicos y, finalmente, los revendedores y compradores de bananos en Estados Unidos. Con este amplio repertorio de actores históricos, Soluri explora la relación entre el consumo masivo de una mercancía tropical en Norteamérica y el cambio social y ambiental que generó la producción masiva de bananos en Centroamérica.

Banana Cultures es el primer libro del autor y surgió de su tesis doctoral en la Universidad de Michigan. El trabajo de Soluri ha recibido, además, diversas distinciones. Su artículo "Accounting for Taste: Export Bananas, Mass Markets, and enfermedad de Panamá", publicado en la revista Environmental History, recibió en el 2002 el premio Aldo Leopold-Ralph W. Hidy, que selecciona los aportes más importantes a la historia ambiental publicados en esta revista. Igualmente, el libro aquí reseñado recibió el premio George Perkins Marsh de la American Society for Environmental History, reconocido como el mejor libro de historia ambiental publicado en el 2005.

Para rastrear la manera como la producción y el consumo masivo de bananos generaron cambios ambientales, sociales y culturales en la costa norte de Honduras, Soluri desarrolla ocho capítulos. El primero explora el surgimiento de las plantaciones de banano en Honduras y del consumo masivo de banano en E.U. La costa norte de Honduras era una región que se percibía como atrasada, pues estaba compuesta en su mayoría por selvas fuera del alcance económico del Estado. Esta percepción de la región llevó a que el Estado buscara promover la presencia de empresas extranjeras que la modernizaran. Pero el capítulo muestra que existía una gran cantidad de plantaciones independientes que precedieron la entrada de la United Fruit Company a la región y que continuaron siendo importantes posteriormente. Además de los múltiples plantadores hondureños, había otras dos compañías estadounidenses con una presencia importante en la región: Cuyamel y Standard Fruit Company.

En E.U., el banano se transformó en poco tiempo de una planta tropical escasa y exótica, a una mercancía de consumo cotidiano. Además de los discursos sobre la importancia de comer fruta fresca y del conocimiento asociado al consumo de bananos, el desarrollo tecnológico de una infraestructura -como barcos de vapor y ferrocarriles- que permitiera el transporte de mercancías frágiles y perecederas a largas distancias y a más rápidas velocidades fue imprescindible para el consumo de banano en Estados Unidos. La transformación de novedad a mercancía que atravesó el banano a finales del siglo XIX y comienzos del XX fue, en palabras de Soluri, producto de la era del combustible fósil.

El segundo capítulo explora los cambios ambientales, generados por los invasores que ingresaron a la costa norte de Honduras con las plantaciones de banano. Uno de los invasores que tuvo una gran importancia en los cambios en el paisaje y que operó a favor de las compañías en sus batallas contra los plantadores locales fue el ferrocarril. Debido a los grandes requerimientos de capital que exigía, los pequeños plantadores no pudieron construir dicha infraestructura y dependieron de la compañía para su utilización. Pero el ferrocarril fue sólo uno de varios invasores que impulsaron una gran transformación de las selvas de la costa norte. Escuadrones de trabajadores que habían migrado al lugar cortaron con sus machetes y herramientas desde los grandes árboles hasta los pequeños arbustos, cavaron pozos de drenaje y desviaron aguas de los ríos cercanos para hidratar las tierras de las plantaciones. La costa del norte de Honduras, donde antes primaba una selva poblada con distintos tipos de vegetación y vida animal, se había convertido para 1920 en un paisaje despejado y monótono de palmas de banano.

Pronto se hizo notar un nuevo invasor que llegó a la región favorecido por el paisaje de monocultivos de banano. La enfermedad de Panamá era un patógeno que afectaba las plantas Gros Michel y reducía su productividad. Las compañías iniciaron programas científicos y encontraron variedades de banano que eran resistentes a la enfermedad.

Al mismo tiempo que los monocultivos de Gros Michel se expandían en el Caribe y América central, los bananos se insertaban en la vida cotidiana de los E.U. En 1920 el consumo simbólico de bananos adquirió escala masiva y, en asociación con otras mercancías tropicales como el té, el café y el chocolate, se convirtió en un símbolo de las transformaciones de la sociedad estadounidense de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Para 1930, el consumo de banano era ya primordial en E.U., y los vendedores de frutas se convirtieron en un importante filtro que marcó la pauta con respecto a cómo debían ser los bananos que se consumían. Tanto los revendedores de fruta como las amas de casa -quienes seleccionaban los bananos para la familia- fueron desarrollando su idea del banano alrededor de una variedad específica: el Gros Michel. Así pues, el mercado de bananos y las sensibilidades estéticas alrededor de las cuales se había construido la noción de un buen banano impedían la introducción de nuevas variedades para reemplazar los Gros Michel, que eran atacados por la enfermedad de Panamá.

Las compañías, ante la imposibilidad de encontrar respuesta científica, la dificultad de comercializar una variedad distinta de banano y con el interés de continuar el negocio, decidieron adoptar un sistema de plantación móvil, que consistía en abandonar las plantaciones invadidas por la enfermedad, desmontar una nueva selva y establecer una nueva plantación. Una vez ésta fuera invadida de nuevo por la enfermedad de Panamá, era abandonada y se desmontaba una nueva porción de selva. Es, entonces, por una sensibilidad estética del banano que se ha desarrollado en E.U. en torno a una variedad específica de banano (el Gros Michel) que se adopta un sistema de producción, con unos costos ambientales devastadores y con unos penosos efectos para las economías locales de la costa norte de Honduras. Una variedad de banano que, aunque podía saber igual, se veía distinto y por eso no era útil para el comercio. De aquí la importancia de establecer la conexión entre la producción y el consumo, para comprender los cambios sociales y ambientales que generaron las plantaciones de bananos en la costa norte de Honduras.

Los cambios agroecológicos asociados con la expansión de plantaciones de bananos son analizados en el tercer capítulo desde la perspectiva de los pequeños productores. Los plantadores independientes tuvieron conflictos alrededor del acceso a recursos con las compañías, que estaban aventajadas por su posibilidad de invertir grandes sumas de capital para adecuar las plantaciones en cuanto a irrigación y transporte, y con ello fueron construyendo un dominio sobre los plantadores "independientes", quienes paradójicamente, cada vez se volvieron más dependientes de la infraestructura y de las conexiones de las compañías. Es por esto que la plantación móvil adoptada por las compañías tuvo un efecto devastador para las economías locales. Los finqueros sentían de una manera más aguda el límite de su autonomía cuando la compañía decidía cambiar de ruta el ferrocarril y abandonar el lugar. Como muestra Soluri, estas decisiones tenían un fuerte impacto en la vida y la economía local. Numerosos conflictos, iniciados por la población para impedir el traslado de la infraestructura de la compañía, cuestionan la idea generalizada de una compañía omnipotente que se aprovechaba de la población, para dar una mayor importancia a los agentes locales.

El cuarto capítulo se centra en la aparición de un nuevo actor que habría de alterar una vez más las relaciones sociales y ambientales generadas por las plantaciones de banano en las costas del norte de Honduras. El Sigatoka era una nueva enfermedad que atacaba al banano Gros Michel y que no se podía evadir con el mismo sistema de plantación móvil utilizado con la enfermedad de Panamá, pues se propagaba muy rápido. La investigación científica y el uso de agroquímicos fueron la única solución posible ante las características biológicas de este patógeno. El agroquímico más apropiado para contrarrestar la invasión del Sigatoka era el Bordeaux, una mezcla de cobre y lima que se aplicaba por equipos de trabajadores desde el suelo. Esta solución, que requería grandes cargas de trabajo, fue apropiada para las compañías pero no sirvió a los plantadores independientes. De manera que, así como el ferrocarril, la irrigación y otro tipo de infraestructura que tenían altos requerimientos de capital, el Bordeaux se convirtió en una nueva ventaja de las compañías sobre los pequeños productores. Esta solución no era apropiada tampoco para el Caribe, donde se debían buscar soluciones con menos exigencias de trabajadores. Soluri destaca de esta manera que la ciencia y la producción de conocimiento estaba íntimamente ligada al contexto y a los requerimientos de quien invertía. Pero mirados desde el trabajo cotidiano, los agroquímicos generaban problemas de salud para los trabajadores y problemas ambientales en la región. En síntesis, el control del Sigatoka marcó el comienzo de una era donde la plantación de bananos para exportación requirió de químicos para lidiar con problemas asociados con las enfermedades, las pestes y la declinación de la fertilidad del suelo.

Cuestionando la metáfora de la "prisión verde" de Amaya Amador, el quinto capítulo discute la idea de unas compañías omnipotentes y unos trabajadores pasivos. Por medio de veinticuatro entrevistas, Soluri revive la vida de las plantaciones a partir de las experiencias de distintos trabajadores.

Las plantaciones estaban compuestas por grandes cantidades de trabajadores migrantes que terminaron consolidando en la costa norte la región más cosmopolita de Honduras. En los enclaves, encontrar trabajo era fácil -y por lo general dependía de redes familiares y de amistad que generaban los contactos-, pero mantenerlo resultaba difícil ya que las compañías contrataban mano de obra únicamente para períodos específicos. De manera que se generaba mucha movilidad entre la población, que podía fácilmente pasar de obrero a campesino. Los espacios donde habitaban los trabajadores estaban definidos por el control que las compañías ejercían sobre el movimiento de personas, dinero y bienes de consumo (p. 157). En los enclaves se proveían viviendas que separaban a la población norteamericana de los trabajadores centroamericanos; y se contaba con tiendas donde se vendía a los trabajadores el material que necesitaran y la comida. Por otra parte, los capataces eran actores del medio que articulaban las necesidades de la compañía con el día a día de los trabajadores. Se trataba de un mediador que tenía a su control el funcionamiento del las plantaciones y que enfrentaba las micropolíticas cotidianas. Las mujeres, por su parte, ocupaban distintos papeles en las plantaciones. Algunas de ellas pudieron escapar a su rol social gracias a los ingresos que ganaban allí. En síntesis, el capítulo muestra que los trabajadores no eran objetos pasivos inmovilizados por las estructuras opresivas de las compañías, sino que tuvieron un margen de acción para definir sus vidas a pesar de las difíciles condiciones impuestas por las compañías.

Durante la década de 1960 Miss Chiquita surgió como un nuevo ícono por medio del cual se buscó difundir el banano en la cultura de consumo en Estados Unidos. Para ese momento la enfermedad de Panamá se había esparcido en gran parte de las plantaciones. Las compañías encuentran que la plantación móvil ya no es una solución viable a la enfermedad de Panamá, y deciden volver a reclamar los territorios que habían sido abandonados. En ese momento se inician también una serie de protestas y movimientos sociales que confrontaron el poder de las compañías. éstas respondieron a la oleada de protestas con dos medidas: por un lado, buscaron contratar a otros plantadores y así girar la producción a fincas que no pertenecieran a las compañías; por otro lado, buscaron tecnologías que no tuvieran altos requerimientos en términos de mano de obra. Con esto, las compañías buscaron dejar las plantaciones de bananos y contratar a terceros. En esta época, sin embargo, la innovación tecnológica permitió que una nueva variedad de banano que era resistente a la enfermedad de Panamá y que contaba con características estéticas similares al Gros Michel, el Cavendish, se pudiera producir y comercializar en E.U. La compañía trató de convertir la mercancía en una marca, a partir del uso de estereotipos de los trópicos, tales como Miss Chiquita, que permitieron establecer unas marcas asociadas al banano.

El séptimo capítulo se aproxima a la gran relevancia que adquirió la química para el control de pestes en la década de 1970. Por medio de los estudios científicos y del personal especializado que se hizo presente en las plantaciones, las compañías buscaron reducir los costos generados por la mano de obra y controlar las enfermedades y las pestes que atacaban a los bananos. Para ello utilizaron químicos que tuvieron alto impacto ambiental y fuertes repercusiones en la salud de los trabajadores. Pero el interés de la compañía no era mantener saludables a los trabajadores ni tomar medidas para conservar el medio ambiente, sino preservar los bananos de exportación. Tampoco aquí se puede pensar únicamente en un medio ambiente pasivo que resultaba afectado por los químicos. Soluri establece un interesante contrapunto entre el uso de agroquímicos y la rápida evolución de pestes y enfermedades que desarrollaban resistencia a los químicos. En este proceso, venenos, patógenos, insectos y otros actores ambientales interactuaron y entraron en contienda.

Finalmente, el último capítulo hace una comparación entre la historia del banano y la historia de otros objetos -el café, el azúcar y las frutas de California-, con lo que ubica la historia del banano en la historia de las mercancías. Allí Soluri encuentra que tras el final del siglo XIX y comienzos del XX, periodo que marcó un vertiginoso ascenso en el consumo de estas mercancías, se estabiliza la demanda de estos productos y se comienza un proceso de "estandarización" o construcción de los estándares sobre lo que debía ser el producto ideal. En este proceso fueron utilizadas visiones fetichizadas del otro lado de la cadena de la mercancía, y Miss Chiquita, Juan Valdez y Sun Maid sirvieron como imágenes idealizadas de la producción para el público consumidor en E.U. Por otra parte, Soluri muestra que las fincas de banano estaban simultáneamente conectadas con otras cadenas internacionales de mercancías y con una red de relaciones agroecológicas, que constreñían, resistían y limitaban el poder de las compañías estadounidenses (p. 217).

En estos ocho capítulos Soluri demuestra que los trabajadores y el paisaje de la costa norte de Honduras no fueron simplemente objetos pasivos que las compañías estadounidenses transformaron a su voluntad. Por el contrario, fueron agentes que formaron parte de esta gran red de actores que encausó la historia de las bananeras. Igualmente, el autor resalta que para entender el impacto ambiental y social generado por la industria bananera, no nos podemos enfocar únicamente en la producción, sino que debemos también tomar en cuenta el otro extremo de la cadena: el consumo. Era debido a la estética y el gusto que se había generado en E.U. alrededor de una variedad específica de banano, el Gros Michel, que las compañías estadounidenses adoptaron unas plantaciones móviles que tuvieron devastadores efectos para ambientales y para las economías locales.

Tal vez uno de los aspectos que hubiera sido interesante desarrollar era la definición misma de "banana cultures". Si bien es claro que el autor juega con la amplitud del concepto para referirse tanto a las culturas que surgieron en la costa norte de Honduras, como a las culturas de consumo masivo de banano en E.U., habría sido apropiado un mayor desarrollo del concepto. En este sentido, el estudio del consumo de banano en E.U. se centra sobre todo en la publicidad que hicieron las compañías en cuanto al banano, y no se profundiza mucho en una "cultura del banano". Por otro lado, surge la pregunta de cuáles eran los sentidos del banano para la población de la costa norte de Honduras, cuestión que no es suficientemente desarrollada a lo largo del libro.

Banana Cultures es un excelente libro, bien escrito, que ofrece nuevas luces para comprender las bananeras. Pero más allá de esto, es un libro que trasciende toda catalogación, al explorar las relaciones entre la historia ambiental, económica, social y cultural, a partir de la historia de las mercancías. Con ello evidencia la complejidad de la historia del banano, mostrando un ambiente agroecológico híbrido donde interactúan personas, plantas, patógenos, químicos, tecnologías, fuerzas sociales, económicas y culturales. En pocas palabras, su relevancia radica en conectar la producción con el consumo, y en integrar una serie de actores ambientales y tecnológicos antes desconocidos a la historia de las bananeras.


Comentarios

1. Sobre la teoría de la dependencia véase: Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina: ensayo de interpretación [1969] (México: Siglo Veintiuno Editores, 1979).

2. Para una argumentación similar sobre el caso colombiano: Marcelo Bucheli, Bananas and Business: The United Fruit Company in Colombia, 1899 – 2000 (New York: New York University Press, 2005).

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